Amenaza à trois Dos pálpitos simultáneos ocurren a los diez minutos de transcurrido este film. El primero es que el trillado inicio no tiene posibilidades de repuntar. El segundo es que, de estar vivos, papá John y mamá Gena Rowlands habrían desheredado a Nick Cassavetes, creador de esta comedia femenina. El esquema es sencillo: Kate (Leslie Mann) descubre que Mark (Nikolaj Coster-Waldau, de Games of Thrones) tiene una amante; Carly (Cameron Diaz) descubre que su novio está casado; después, para darle un giro a la historia (que es, en definitiva, lo único sustancial), Carly y Kate, aliadas en la vendetta contra Mark, descubren que este tiene una segunda amante, Amber (Kate Upton), el estereotipo de una bomba californiana. Mientras la sociedad de Kate y Carly se mancomuna en un humor grotesco y ridículo (como cuando ambas depositan laxante en el vino de Mark), Cassavetes encuentra mejor rumbo en las alusiones cinéfilas, como los trotes de Upton parodiando a Bo Derek en 10, la mujer perfecta. Como un cruce entre El club de las divorciadas y Sex & the City, la película es un tibio intento. Pero no mucho más.
Todo sobre mi madre Cornelia (Luminita Gheorghiu) no puede vivir sin tener noticias de su hijo; Barbu (Bogdan Dumitrache), por el contrario, prefiere tener a su madre bien lejos y olvidada de la relación filial. Pozitia coplului, título original del film dirigido por el rumano Calin Netzer, cuenta una historia conocida pero pocas veces narrada: la de la madre sobreprotectora, aquella cuyos miedos la acechan más de la cuenta, generando distorsiones en el entorno familiar. La tensa relación de Cornelia y Barbu se precipita cuando este último atropella y mata a un adolescente de clase baja mientras manejaba por las afueras de Bucarest. El trauma reacomoda las ya imposibles riendas familiares por la vía de la solidaridad y un perdón casi cristiano. Ganador del Oso de Oro en el último Festival de Berlín, el tercer largo de Netzer, como los films del iraní Asghar Farhadi o sus primos de la nueva ola rumana, lleva adelante una historia compleja y realista, envolvente, y triunfa sin necesidad de juzgar a sus personajes. En varios momentos Cornelia peca de ser intrusiva, dominante, hasta que un inmutable testigo del accidente marca sus límites, resultando la escena más lograda de este notable film.
Rienda suelta Si The Muppets (2011) tarda en arrancar porque supone el regreso de los personajes de la mano de uno nuevo, Walter (suerte de patito feo perdido en el mundo humano), la nueva Muppets 2 no pierde tiempo en pasar a la acción. En Los más buscados, la troupe contrata a un nuevo representante, uno de los exquisitos papeles de malo del británico Ricky Gervais (Extras, The Office). Con su cómico nombre Dominic Badguy (“en francés es chico bueno”, explica Gervais a los inocentes muñecos), el representante usa a los Muppets como excusa para hacer un tour europeo, siempre en salas lindantes con museos. Badguy planea una serie de robos que conducen, como frutilla de la torta, a la sala de joyas de la Torre de Londres; pero para realizar los saqueos el maleante necesita a su socio Constantine. Recién fugado de una cárcel siberiana de máxima seguridad, Constantine es exactamente igual a la rana Kermit, pero con un lunar en los labios. En una escena bien planeada y completamente hilarante, Constantine secuestra a Kermit y lo envía al gulag siberiano mientras se hace pasar por Muppet ante el resto de la troupe. Tanto ese pasaje como las sombras proyectadas de Constantine al fugarse, arrojando golpes y patadas voladoras sobre los guardias, definen al mejor y clásico humor Muppets aggiornado al siglo XXI. Los más buscados es sensiblemente superior a The Muppets; los personajes están algo más afilados y tanto las canciones como los gags muestran una veta orientada a la ironía, algo a lo que sin duda contribuyen las actuaciones de Gervais y Tina Fey (como la carcelera rusa Nadya), dos de los comediantes más talentosos y completos de la actualidad. Como contracara a la efectividad de los gags, el gran problema de la película es, precisamente, su dependencia en estos; el nudo y el desenlace son tan insípidos que pueden leerse como una larga sucesión de gags (y allí donde el famoso punchline no funciona la película pierde completo interés).
Duro de aguantar Más cerca del geriátrico que de El guardaespaldas, Kevin Costner todavía puede ponerse el disfraz de la CIA y barrer matones a los bifes. En esta producción del francés Luc Besson (también escritor y guionista del film), Costner es Ethan Renner, un experto y (por supuesto) veterano agente al que los altos mandos reclutan para capturar a Lobo y su secuaz el Albino, dos traficantes de sofisticados explosivos. En la primera escena, triunfalmente sucedida por los créditos (con un viejo tema de soul, muy al estilo Besson), Renner casi sale triunfal y detiene al Albino, pero entonces lo aqueja un mal paralizante y toda la secuencia es un calco de Doble de cuerpo (coincidentemente, como Costner, otro ícono ochentoso). A partir de ahí las cosas se complican, tanto para Ethan Renner como para la buena suerte del film. Una agente no casualmente llamada Delay (“demorar”) prolonga la vida de Renner suministrándole droga y la trama se ralentiza aún más con la aparición de su familia. El buen inicio se malogra con el paso de la hora; incluso en eso, Besson no deja de ser fiel a sí mismo.
Postal patagónica Ladislao vive en las afueras de Bariloche y se obsesiona con la historia del huemul, un ejemplar autóctono de la zona en vías de extinción, al que le pone fichas para su supervivencia. Una noche de lluvia, prácticamente a la intemperie, entre mate y mate mezclado con ginebra, convence a su amigo Naza para salir a rastrillar el área en búsqueda de algún huemul. ¿Es Ladislao biólogo? ¿Participa en Greenpeace? No, pero leyó que los huemules son nómadas, así como sus antepasados mapuches. Digamos que el móvil es cierta identificación y los amigos (suerte de Quijote y Sancho, la idea más atinada del film) salen todas las tardes a recorrer los bellos paisajes patagónicos. ¿Encuentran algo? No, claro; nadie espera ver un huemul. El problema pasa por que la película no es documental ni ficción, nunca encuentra su propio ritmo, ni siquiera alguna secuencia climática; los diálogos son pobres, exasperantes, y los actores carecen de dirección. Todo está librado al azar. Buscando al huemul no se pretende más que como una bonita postal de exportación, con las culpas lavadas por un mensaje antiimperialista, proindígena, políticamente correcto.
Más que humano En la primera El sorprendente Hombre Araña, segunda adaptación al cine del clásico cómic de Marvel, Peter Parker le prometía al moribundo jefe de policía George Stacy que abandonaría a su hija, Gwen, para no involucrarla en el submundo del delito. En esta segunda parte, Peter casi pierde la fiesta de graduación mientras Spider-Man desbarata los planes del criminal ruso Aleksei Sytsevich (Paul Giamatti), pero lo primero que hace tras jurar es besar a la también graduada Gwen (Emma Stone). La vida le sonríe al superhéroe; tiene el amor de su novia y el de la ciudad de Nueva York, que lo considera su benefactor. Aunque por supuesto, la ciudad no está en orden. El fantasma de George le recuerda su traición a cada rato y Oscorp, el gigante de la genética, sigue entregando villanos mutantes para mantenerlo ocupado. La segunda entrega de El sorprendente… cumple la promesa del primer film y confirma al reboot de la franquicia de Columbia como algo distinto, en ciertos aspectos superior a la trilogía dirigida por Sam Raimi. Vulnerable, romántico, altruista, el Peter Parker de Andrew Garfield es más carismático y convincente que el de Tobey Maguire, mientras la química con Emma Stone resulta uno de los mejores affaires mudados de la historieta al cine. Las parodias de rigor también son acertadas, como cuando Peter repara un lanzatelarañas siguiendo un tutorial de YouTube. Jamie Foxx tiene un decoroso papel como Max Dillon, el operario humillado y resentido de Oscorp que, tras un accidente, se convierte en Electro, el villano que apaga las luces de Nueva York. En algún punto, la película se atrofia con la repentina aparición de más villanos (Sytsevich es Rhino y Harry Osmond, heredero del imperio Oscorp, es el Duende Verde) junto al velo melodramático de los problemas de Parker. Pese a esta saturación y a un final irresoluto como el piloto de una serie (se aguardan al menos dos secuelas más), El sorprendente Hombre Araña es un ajustado reboot de la saga, tanto más logrado en sus efectos como en el encanto de sus personajes y fidelidad al cómic original.
La casona de Tucumán Para asistir al casamiento de su padre, Pía (Rosario Bléfari) viaja a Tucumán y se aloja en la casa de su hermana, situada en un bosque rodeado por cañaverales y atendida por los peones de la familia. Ante diversos errores en la administración de Gabriel, el marido de su hermana, Pía considera trasladar sus pertenencias desde Buenos Aires y establecerse con su pareja en la casona de Tucumán, pero entonces aparecen otros pretendientes: Sergio, Rubén y Alicia, los cuidadores que mientras nadie vive en la casa la habitan como si fueran sus legítimos dueños. Nueva vuelta de tuerca sobre la dialéctica del amo y el esclavo, esta ópera prima de los tucumanos Ezequiel Radusky y Agustín Toscano no sólo logra una narración natural, desprovista de clichés, para un hecho insólito, singular, sino que avanza a través de un humor costumbrista, bordeando el sainete, con una andrógina pero muy sexy Bléfari (ex cantante del grupo Suárez) que muta al ritmo del film y hasta improvisa un set de música electrónica. En el último Festival de Cannes, la película recibió una merecida mención especial.
Pasión americana Adaptación de una serie producida por History Channel, nadie entiende muy bien esta enésima producción hollywoodense sobre el origen del cristianismo, con el portugués Diogo Morgado en el rol de Jesús de Nazaret. Cabe aclarar que parecen más de las que son: Cristo fue inicialmente retratado de modo oblicuo, como al pasar, en films como Ben-Hur, hasta que Rey de reyes, de Nicholas Ray, instaló la primera Pasión cinematográfica en 1961. La versión de 1977, conducida con rococó por Franco Zeffirelli, tiene la virtud de haber encontrado al modelo definitivo de Euro-Jesús en la figura de Robert Powell. Obviamente, luego llegaron versiones escabrosas: La última tentación de Cristo, de Scorsese, y La Pasión, de Mel Gibson. Hijo de Dios es por lejos la más mediocre de las adaptaciones y va dirigida al norteamericano de clase media, siempre listo a reafirmar sus valores. Una clave (y al mismo tiempo lo más destacable en la dirección del film) es la recurrencia a presentar a Roma como precursora del modelo imperial americano, la condescendencia de Pilatos con los súbditos judíos y su rechazo a la variante revoltosa, de fácil homologación con la actual situación en Medio Oriente. Casi perfecto para dogmáticos a rajatabla, muy pobre en términos cinematográficos.
Fuera desector Para renacer, en un futuro posapocalíptico, la civilización divide a la población en facciones denominadas Erudición, Cordialidad, Osadía, Abnegación y una quinta, menor, en la que quedan excluidos el conjunto de desclasados. Al llegar a la mayoría de edad, todos deben hacer un test que indica a cuál de los cinco grupos corresponden sus valores; así Beatrice Prior, criada en un hogar de abnegados, descubre que es una divergente, una suerte de espíritu libre que podría poner en riesgo al sistema. Con la complicidad de su evaluadora, Beatrice oculta el resultado del test; se reafirma como abnegada, para evitar caer en el indeseable grupo de desclasados. No obstante los resultados (y esta es una notoria incongruencia del guión), las leyes la obligan a elegir una facción y Beatrice opta por Osadía, la rama guerrera que protege a la sociedad, dirigida por Abnegación pero reclamada en la clandestinidad por el faccioso grupo de Erudición. Ya en Osadía, la protagonista, rebautizada Tris, atravesará tortuosos ritos iniciáticos con la recompensa de salvar al mundo y vivir una historia de amor. Adaptación de la novela homónima de Verónica Roth, Divergente aborda la transitada ciencia ficción utópica de Un mundo feliz (incluso resulta más eficaz que cualquier adaptación de la novela de Aldous Huxley) pero es, en el fondo, otra revisión de El patito feo y su moraleja sobre el crecimiento y la inadaptación. El director Neil Burger (El ilusionista; Sin límites) tensa la historia y maneja con atención cada vínculo de Tris con su entorno. Pese al tono edulcorado y el final abierto a una secuela (habría dos en camino), Divergente es un éxito para fans de aquellos films que entrecruzan el cine de aventuras y la ciencia ficción.
Cama adentro Una historia simple funciona gracias al simbolismo o el arte de la narración. Incluso, podría seguir el verosímil a rajatabla y en eso radican los débitos de este film, perteneciente al estonio Ilmar Raag. Desorientada tras la muerte de su madre, Anne (Laine Mägi) recibe una propuesta para viajar a París y trabajar como cuidadora de una anciana estonia, pretérita chanteuse de la Ciudad Luz. No sin cierto pánico, Anne acepta el empleo; a sus inseguridades con el idioma las compensa la idea de trabajar con una compatriota. El temor de la mujer se reafirma al descubrir que la anciana, Frida (una siempre coqueta Jeanne Moreau), resulta de un mal humor inquebrantable. Inicialmente embriagante, tanto por la fotografía en locaciones de Estonia como por un vago eco a los films de Aki Kaurismäki (en especial, por el parecido entre la apagada Mägi y Kati Outinen, diva del finlandés), Una dama en París parece algo equivocada en áreas sensibles como el personaje estonio de Moreau (no habla una línea en esa lengua cuando es acusada en estonio por compatriotas) y el de su protector, un ex amante 30 años menor que ella. Pese a esto, Una dama en París es un film disfrutable por las buenas actuaciones de sus protagonistas.