La cámara es más rápida que el ojo El mundo de la magia es fascinante. El cine, muchas veces, es mágico. La conjunción de ambos no puede dejar de ser interesante. Sobre esta base se mueve el correcto director de origen francés Louis Leterrier para narrar un ingenioso guión, apoyado en un elenco de caras más que conocidas. El resultado es un filme atrayente, divertido y de a ratos, sorprendente por los giros originales de la trama. Es cierto que sobre el final declina la potencia de la historia, pero para llegar a este punto el público ha sido conducido con mucha habilidad precisamente por donde el director y los guionistas habían decidido llevarlo. Los cuatro magos que protagonizan la historia son presentados en las primeras escenas como habilidosos y exitosos (cada uno en su disciplina) pero casi desconocidos. Son misteriosamente (mágicamente) reclutados para realizar una serie de megashows, el primero de los cuales termina en un espectacular robo a distancia de la caja fuerte de un banco de Francia y con la lluvia del producto del atraco sobre los felices espectadores. Esto desencadena la participación del FBI y de Interpol, quienes se niegan a ser meros testigos de cómo estos cuatro ilusionistas delinquen sin temor a terminar entre rejas. Se suceden entonces los tramos más divertidos del filme. La presencia del personaje de Morgan Freeman (un "desmontador" profesional de los trucos de los magos) aporta la explicación "racional" ante los sorprendentes efectos mágicos; la trama entonces sufre una serie de vueltas de tuerca y de revelaciones que la hacen muy atractiva. Cada uno de los actores y actrices le da matices propios a los personajes, y toda la estructura del filme se fortalece con estos aportes. Tal vez la resolución final de la trama puede decepcionar a algunos, pero también es cierto (se dice en alguno de los diálogos) que todo aquello en que la magia esté involucrada exige una cuota de fe y de entrega por parte del público. Bajo esa premisa, la película es altamente recomendable.
Es la historia de un amor... Celine y Jesse están de vacaciones en Grecia; se conocieron hace casi dos décadas, cuando eran dos jóvenes turistas, y se reencontraron diez años después en París. Ahora, alrededor de los 40 años, el peso del trabajo, las responsabilidades familiares y los altibajos de la pareja se cuelan en sus charlas y las convierten en discusiones. Al director Richard Linklater le bastan menos de diez escenas para contar lo que quiere. Algunas están resueltas a través de admirables planos secuencia en los que los actores se lucen entregando parlamentos riquísimos a la audiencia. Otras están reservadas a la pareja protagónica, que sigue desarrollando esa larga disquisición sobre el amor, la pareja y las relaciones humanas que comenzó hace casi dos décadas a bordo de un tren con destino a Viena y que siguió nueve años después en el reencuentro en París. Ahora, el entorno es el Peloponeso y las circunstancias agregan elementos novedosos a la discusión, pero no hay mucho más (y nada menos) a lo largo del filme. Lo interesante es que Celine y Jesse (o, lo que parece ser casi lo mismo, Julie Delpy y Ethan Hawke) mantienen un duelo verbal y gestual con momentos imperdibles, y vuelven a construir una atmósfera en la que alternan el enfrentamiento, la ternura, la rivalidad, el humor y la ironía, amalgamados por el amor (y, cada vez más, los recuerdos). Tal planteo de la situación no puede sino despertar ecos (diferentes y personales) en cada uno de los espectadores; resulta imposible no sentir que, en algún momento, se exponen en la pantalla situaciones o reacciones cercanas a las experiencias propias de los que están en la platea. Y quizá allí pueda encontrarse el secreto de la eficacia de la propuesta. Los créditos finales informan que Hawke y Delpy han participado en la elaboración del guión; quizá esto explique la fluidez y la consistencia de los diálogos de la pareja, material con el cual está edificada casi la totalidad de la película. El resto corre por cuenta de Linklater, quien, a puro cine, se las compone para vigilar que la tensión narrativa y el ritmo del filme no decaigan. Sin dudas, quienes hayan visto las dos entregas anteriores de la saga aprovecharán mejor cada una de las escenas de este filme, pero los que nada sepan de lo acontecido hasta el momento, pueden verla sin problemas de comprensión en la trama. Resulta gratificante comprobar que en medio de tanto efecto especial, animación computada y vértigo narrativo en la pantalla, todavía es posible apostar a un cine en el que es el diálogo lo que sostiene el interés de los espectadores. Que no es indispensable que aparezcan mutantes, zombies o robots gigantescos. Y que un puñado de excelentes interpretaciones pueden divertir (en el más estricto de los sentidos) tanto o más que una sucesión de explosiones, choques y persecuciones a gran velocidad.
Pierde el pelo pero no las garras Wolverine salva a un soldado de la muerte durante el bombardeo de Nagasaki en 1945. Años después debe volver a Tokio para reencontrarse con el hombre (un próspero industrial), que está al borde de la muerte. Un juego de intereses y ambiciones lo precipitará en una lucha sin cuartel contra sanguinarios ninjas y los mafiosos de la yakuza. Esta nueva aventura del mutante de las garras metálicas no agrega demasiado a lo que ya se ha visto en la pantalla, pero tampoco defrauda a quienes quieren volver a ver a Wolverine en acción. Después de un prólogo en el que se asiste al estallido de la bomba atómica sobre Nagasaki en el final de la Segunda Guerra Mundial (allí el protagonista salva la vida de un soldado japonés), la acción se traslada a la época actual. Una enigmática joven oriental lleva al mutante a Japón, porque aquel soldado salvado del holocausto nuclear es ahora un poderoso empresario que está al borde de la muerte. Lo que iba a ser una emotiva despedida entre viejos camaradas deriva en una sucesión de secuestros, asesinatos, persecuciones y peleas cuerpo a cuerpo, que en definitiva constituyen la verdadera razón de ser de este género de filmes. Por cierto que las escenas de acción están magníficamente logradas y que las coreografías de las peleas están sabiamente subrayadas por un encuadre y un montaje de enorme calidad. Como detalle adicional, la trama suma una serie de disquisiciones alrededor de la inmortalidad (o tal vez más precisamente sobre la muerte). A través de recurrentes sueños del protagonista (oportunidad para hacer aparecer en pantalla a la doctora Jane Gray, ya fallecida) se presenta el tema de la maldición que implica la certeza de que Wolverine no morirá, como ocurre con el resto de los seres humanos. Entonces, la trama busca algo de aire fresco a través del planteo de que tal vez esto pueda no ser así en esta oportunidad. Las ambiciones, las intrigas, las traiciones y las lealtades están presentes y, por sobre todas las cosas, hay peleas y persecuciones de tanto en tanto. Como siempre en este tipo de películas, hay un remate después de los títulos que anticipa lo que vendrá; en este caso, se convierte en una de las escenas más jugosas, por la presencia de dos "pesos pesados" de la saga y porque certifica que vienen más aventuras de los mutantes, para alegría de los fanáticos.
El pueblo es chico pero el corazón es grande Juan José Campanella se ha convertido quizá en el único director argentino en actividad capaz de convocar público a las salas con la sola mención de su nombre como responsable de la realización de una película. En esta oportunidad, la expectativa se ve incrementada por la novedad que conlleva el hecho de su "debut" como director de una producción animada con técnicas digitales. Lo primero que hay que decir es que Campanella sale airoso del reto que implica un filme de estas características; e inmediatamente debe agregarse que lo hace sin renunciar a una línea artística y creativa que ya se ha convertido en su propia marca de fábrica. La película reconoce parentescos más que evidentes, sobre todo con otro título del propio Campanella: "Luna de Avellaneda". Sin embargo, en esta oportunidad, tanto el tema como el tratamiento estético están coherentemente en línea con la técnica de realización. Los personajes creados para el filme son arquetípicos pero no por esto poco originales; el héroe (o antihéroe, de acuerdo con lo que ya es una constante en los temas "campanellianos"), la "muchacha" y el "villano" están dentro de los moldes conocidos. Donde se ve toda la imaginación y la originalidad de la producción es en los personajes "secundarios": los habitantes del pueblito en el que transcurre la historia y, sobre todo, los pequeños jugadores de plomo del viejo metegol del bar cuando mágicamente cobran vida y existencia propia. La realización técnica está a la altura de cualquier producción de nivel internacional; la audacia de ciertos encuadres y la excelencia del montaje (también responsabilidad de Campanella) figuran entre los puntos más altos de la producción. Quizá se le puedan reprochar ciertas inconsistencias al guión, pero debe recordarse en todo momento que no se trata de otra cosa que de una trama al servicio de la diversión, sin pretensiones de debate sociológico o de retrato político y social de una determinada época y lugar. La tensión dramática del relato está bien administrada, alternando momentos de acción pura con otros más reflexivos que sirven como "descanso" para el ritmo del relato. Y los tres grandes nudos de la acción propiamente dicha están presentados en otros tantos escenarios magníficamente resueltos desde el punto de vista formal: el basural, el parque de diversiones y el mega estadio en el que se desarrolla el partido que resuelve la trama. Un elemento presente, y del que también sabe hacer buen uso el director-guionista es el humor; en este caso, repartido fundamentalmente en las intervenciones de los pequeños jugadores del legendario metegol. Por ser ésta una producción sumamente ambiciosa, cabe plantearse una reflexión final: el mercado nacional es notoriamente insuficiente como para recuperar la inversión realizada, por lo que resulta indispensable una eficiente distribución internacional de la película; vale preguntarse entonces cuál será la reacción de públicos de otras latitudes ante regionalismos muy marcados tanto en la trama como en la construcción de los personajes (sobre todo en el doblaje de los pequeños jugadores de plomo). Sin duda es uno de los desafíos más exigentes ante los que tendrá que demostrar sus virtudes la realización de Campanella.
Los primos grandotes de Iron Man y Avatar De entrada y con la pantalla aún a oscuras, hay un elemental glosario, que resume en el significado de dos palabras lo que se verá en los siguientes 130 minutos: Kaiju (monstruo gigante, en japonés) y Jaeger (cazador, en alemán). Inmediatamente comienza la acción, magistralmente plasmada en la pantalla; primero, para mostrar la incursión de un descomunal alienígena que arrasa con media San Francisco ( y que abre la lista de parentescos de este filme con clásicos de todos los tiempos) y después, para describir detalladamente los combates entre los invasores y los gigantescos robots piloteados por parejas de humanos que van a bordo, vinculados neuronalmente a la manera de los "avatar" de la película de Cameron. Guillermo del Toro (director y guionista) entra así en tema sin mayores prólogos y nos introduce en el ambiente de una guerra sin cuartel entre los Kaijus y los Jaegers. En el medio, va a plantear una serie de historias centradas en uno de los pilotos de estos enormes robots, su superior jerárquico en el mando militar, una joven japonesa que quiere vengar la muerte de los suyos, otras tripulaciones de Jaegers y una dupla de nerds que compiten entre sí para encontrar la solución científica a la invasión alienígena y, de paso, aportan la cuota de humor y de distensión que siempre es bienvenida en este tipo de filmes. Es mérito del director mexicano la puesta en escena de los combates entre los gigantes: están planteados con gran precisión, con planos muy estudiados para que el espectador entienda perfectamente el desarrollo de pelea, y para que se deslumbre con el impacto visual de la destrucción de edificios y de puentes pero sin perder en absoluto la tensión dramática del relato ni el ritmo de la narración. Debe señalarse especialmente la excelencia de los efectos especiales, complicados particularmente en este caso por la presencia casi permanente del agua del océano y de la lluvia que cae casi permanentemente a lo largo de todo el metraje de la película. Del Toro no ha intentado basar el éxito de su filme en el carisma de las estrellas que aparecen en la pantalla, pero cada uno de los actores y las actrices cumplen correctamente su función; es que el espectáculo está planteado sobre otras bases: las escenas de acción se llevan las palmas, y las intervenciones de los dos "nerds" que buscan la solución científica del problema de la invasión alienígena distienden la atmósfera, aportan momentos de humor y ofrecen una subtrama que le confiere cierta originalidad al guión. Hay una serie de homenajes, tributos y guiños alrededor de una enorme cantidad de títulos (sobre todo dentro del género de terror y de ciencia ficción), desde "King Kong" o "Godzilla" hasta "Avatar" o "Iron Man"; hay un regocijo especial en el hecho de plantear las batallas entre los colosos como una reyerta que se resuelve "a piñas" en una esquina cualquiera de barrio; pero, por sobre todas las cosas, hay una idea de ofrecer entretenimiento con mayúsculas durante un par de horas con recursos cinematográficos muy bien administrados. Vale, sobre todo como una propuesta atractiva para estos días de vacaciones invernales.
El menos malo de los malos Los directores Pierre Coffin y Chris Renaud dan por supuesto que los espectadores ya conocen a los personajes y entran de lleno en el tema; lo abordan exactamente en donde quedó la primera película y no se toman demasiado tiempo en volver a presentar a los personajes. Todos sabemos que Gru ya no es el supervillano que comenzó el primer relato y que las tres simpáticas huerfanitas han sido adoptadas por el ex malhechor y viven en su casa. Sin embargo, los directores aciertan al presentar rápidamente a un nuevo personaje: la agente Lucy Wilde, quien no sólo acompañará a Gru en la misión sobre la que hace eje la trama sino que, obviamente, planteará la posibilidad de un romance con el protagonista. Claro que todo esto no es otra cosa que un gran pretexto para las intervenciones de los esperados "minions". Es que estos pequeños seres amarillos componen un interesante personaje colectivo que protagoniza los momentos más logrados del filme. Son, además, completa y deliciosamente incorrectos, por lo que todas las situaciones en las que se ven envueltos resultan divertidas y originales. Merece destacarse el acierto en la elección de las canciones ("hits" de antaño) que apoyan determinadas escenas de los pequeños demonios; se trata de esos típicos guiños hacia la platea adulta que siempre están presentes en este tipo de producciones. Y aunque a esta altura de los acontecimientos resulte un lugar común, no pueden dejar de señalarse la excelencia de la resolución técnica, los alardes de imaginación del concepto visual y la perfección de las expresiones con las que logran dotar a cada uno de los personajes. Hay una vieja máxima en el teatro que recomienda a los actores no trabajar "ni con perros ni con niños", porque seguramente se "robarán" escenas. La aparición de los "minions" en la pantalla obliga a reformular la advertencia: "si te toca aparecer junto a los 'minions', nada podrá salvarte de un discreto segundo plano".
Asustar niños no es tarea fácil Tanta imaginación y tamaños aciertos en la resolución visual pueden resultar agobiantes. El desfile de monstruos de todo tipo, tamaño y pelaje se convierte en un reto al espectador, que lucha para no perderse ningún detalle de lo que se ve en la pantalla. La empresa es, desde ya, imposible de concretar por la variedad y la cantidad de elementos que se ofrecen en cada fotograma. Sin embargo, la frescura del relato y el ritmo de la narración convierten a esta nueva producción de Pixar en una experiencia que se disfruta desde el comienzo hasta los títulos finales. Es cierto que, en esta oportunidad, el guión carece de la originalidad y de las reflexiones profundas que siempre aparecen en las historias que narran las películas de esta factoría. Pero no lo es menos que el entretenimiento, la diversión, el humor y las excelencias visuales están presentes en cantidad y calidad. También los adultos que acompañan a los niños descubrirán guiños y referencias a otros filmes (propios y ajenos) que seguramente pasarán desapercibidos a los más pequeños; y esta es, también, una marca de fábrica de Pixar. Mike y "Sulley" son en este filme jóvenes estudiantes que pretenden ser "asustadores" profesionales; el entrañable huevo verde lo intentará desde el empeño y el sacrificio, y el grandote peludo aprovechará sus dotes naturales. Pero lo más importante para ambos será que (no sin tropiezos) comenzarán a complementarse para convertirse en la épica pareja de "asustadores" que se conoció en "Monsters, Inc" (2001). Pixar ya ha acostumbrado al público a un "bonus"; esta vez, se trata del corto "Azu-lado", una especie de nostálgica historia de amor entre dos paraguas bajo la lluvia. Vale la pena llegar temprano al cine para no perdérsela; es de esos productos capaces de provocar sensaciones similares en espectadores separados por casi seis décadas de edad. Es lo que pudo comprobar quien esto escribe con su circunstancial compañero de butaca en la tarde del jueves; es el tipo de milagro que logra el cine, siempre y cuando haya de por medio talentos como los que promueve y nuclea Pixar.
Súper Brad al rescate Por causas que nunca llegan a establecerse, el planeta entero es asolado por legiones de zombies hambrientos que infectan instantáneamente a quienes muerden. Un ex agente norteamericano intentará combatir a esta plaga que jaquea la existencia de la especie humana. El director de origen alemán Marc Forster tiene en su filmografía uno de los títulos de la serie de James Bond: "Quantum of Solace". Por eso no debe extrañar que en algunas de las secuencias de este filme, el protagonista (a cargo del siempre eficaz Brad Pitt) salga casi indemne de situaciones que al común de los mortales le costarían muy caro, en sintonía con el indestructible agente 007. Pero es el tipo de convenciones que el espectador sabe que tiene que aceptar si paga la entrada para ver este género de filmes. Aceptado esto, la película se convierte en un entretenimiento genuino a lo largo de más de una hora y media de proyección. En un comienzo deliberadamente lento, casi como en la calma que precede a las tempestades, el director muestra al protagonista y a su familia en una escena hogareña cotidiana para ponerlos casi en seguida cara a cara con la tragedia: los zombies se multiplican fuera de control en Filadelfia (después, los personajes y el público se enterarán de que lo mismo pasa en todo el planeta) y atacan a los humanos, quienes inmediatamente se convierten en nuevos zombies hambrientos en busca de víctimas. La idea no es otra cosa que una excusa para poner al protagonista en situación de verse obligado a buscar una solución al problema, para lo cual debe separarse de los suyos y emprender una aventura por distintas partes del mundo. Y en ese relato están los mejores momentos del filme: Forster administra con gran sabiduría la narración, intercalando secuencias en las que la acción es predominante (y fantásticamente resuelta desde lo visual y lo técnico) con otras de tensión "a la antigua". Así, el director logra atrapar la atención del espectador a lo largo del todo el relato y consigue que el público no cuestione algunos giros muy poco creíbles de la trama. Aplausos para el encuadre y el montaje de las escenas de las estampidas de zombis en pos de los humanos que corren despavoridos, entre otros puntos altos de la factura técnica del filme.
Hombre y superhombre El científico Jor El sabe que su planeta, Kriptón, va a estallar. Decide enviar a su hijo recién nacido hacia la Tierra; ha sintetizado en el cuerpo del niño el código genético de los kriptonianos para que, en el nuevo mundo, pueda darle a su raza la posibilidad de sobrevivir. Pero el malvado general Zod intentará impedírselo. Esta nueva incursión del cine en la historia más que conocida de Superman obliga a mencionar los antecedentes cercanos en la pantalla grande: la serie protagonizada por el malogrado Christopher Reeve que a fines de los 70 y en los 80 descontracturó al personaje con humor y lo convirtió en el favorito de multitudes, y la más próxima, dirigida por Bryan Singer e interpretada por Brandon Routh (2006) en la que se intentó (sin mayor éxito en las boleterías) mostrar al personaje desde un costado menos épico y más humano, a pesar de su origen alienígena. En la versión ahora estrenada en todo el mundo, hay que mencionar de entrada la presencia de Christopher Nolan (productor y co-guionista) y la del libretista David Goyer, porque la conjunción de estos dos talentos le dio al cine la excelente trilogía sobre Batman, otro de los archifamosos héroes de historieta. Y hay que agregar que el aporte de Zack Snyder a cargo de la dirección no hace otra cosa que garantizar excelencia visual y alardes formales de gran factura. Si a todo esto se le agrega la presencia de un elenco sólido de figuras "secundarias" (Russell Crowe, Kevin Costner, Diane Lane, Amy Adams, Laurence Fishburne) para apoyar al protagonista Henry Cavill, parece ser que queda poco margen para el fracaso. Sin embargo, el resultado del cóctel no es sobresaliente. Snyder, desde el sillón de director, hace irreprochablemente lo que sabe, pero sucumbe a su predilección por la grandilocuencia. Entonces, acierta formal y narrativamente cuando muestra los últimos días de Kriptón en el comienzo del demasiado extenso metraje del filme, e intenta interesantes idas y vueltas en el relato cuando describe la niñez y la adolescencia del protagonista ya instalado en la Tierra; pero cae presa de su propia desmesura en las escenas de acción y en los combates en cielo y tierra, de manera que satura al espectador y, paradójicamente, conspira contra el efecto dramático de la narración. Al mismo tiempo, la excelencia de la realización técnica, siempre apoyada en la densa partitura del talentoso pero de a ratos demasiado explícito Hans Zimmer, no deja de sorprender y de deslumbrar al público, de manera que también es injusto juzgar negativamente al filme. Henry Cavill resulta físicamente más que adecuado para encarnar al superhéroe, pero sus recursos actorales se ven muy limitados. Esto no entrañaría problema alguno si el guión no se internara en las dudas y las cavilaciones del personaje, tironeado entre sus convicciones, las enseñanzas de sus padres terrícolas y los consejos fantasmales de su progenitor alienígena. En el medio, el malvado general Zod (a cargo de un sobreactuado Michael Shannon) se presenta para someter a Kal El (o Clark Kent) a la disyuntiva de ponerse del lado de los habitantes de su planeta adoptivo o del de sus congéneres kriptonianos. A estas dudas casi shakespeareanas, Snyder las resuelve con escenas de acción y de destrucción masiva, que hacen las delicias de los espectadores acostumbrados a los patrones de los "tanques" hollywoodenses. Todo hace pensar que esta nueva versión de las aventuras del Hombre de Acero no es otra cosa que el comienzo de una nueva serie que cosechará fanáticos y (en menor medida), detractores. Si el "tridente" Nolan-Goyer-Snyder no se desarma, es de esperar que las próximas entregas equilibren la balanza entre delirios visuales y vértigo narrativo versus desarrollo de personajes y explotación eficaz de las subtramas. De no ser así, el de Superman confirmará su calidad de personaje extremadamente popular pero "maldito" dentro de la industria del cine.
Más allá de la frontera del miedo Cypher Raige es un estricto comandante que encara una misión acompañado por su hijo Kitai, un cadete cuya carrera está al borde del fracaso. Su nave se estrella en la Tierra, ya inhabitable para los humanos; Kitai deberá emprender una peligrosa travesía para salvar su propia vida y rescatar a su padre, gravemente herido en la caída de la nave. M. Night Shyamalan había hecho un par de ensayos intrascendentes hasta que logró despertar enormes expectativas con su largometraje "Sexto sentido" (1999); con éste, además de proponer una buena dosis de suspenso e intriga, desató intensos debates y acaloradas polémicas entre los espectadores. La posterior filmografía del realizador, con títulos que van desde "El protegido", "Señales" o "La aldea" hasta "El último maestro del aire", no hizo más que confirmar que es un director desparejo, capaz de entretener con narraciones sólidas, dueño de un criterioso manejo de la intriga, pero propenso a caer en obviedades y grandilocuencias que terminan por empañar su tarea. En este caso, Shyamalan pone todo su oficio al servicio de una historia atractiva pero no del todo redondeada desde el guión: si bien el marco (realizado con excelencia visual y técnica) es un universo futuro en el que la Tierra es inhabitable y los humanos han colonizado un planeta remoto, la historia no es otra cosa que un relato de recomposición de lazos afectivos entre un padre estricto y exitoso y un hijo desesperado por no defraudar las expectativas de su progenitor. En el medio quedan reflexiones filosóficas cercanas a la Cienciología y frases pronunciadas con excesivo peso (y apoyo musical más que obvio) para señalarle al espectador que este es el meollo del mensaje. Sin embargo, el director logra estructurar un relato interesante y entretenido; sus méritos se potencian porque en realidad, casi en toda la extensión del metraje, la acción está sostenida exclusivamente por el personaje de Kitai, en ese largo viaje por una Tierra llena de peligros en busca de la salvación para él y para su padre. No hay sorpresas: la prueba servirá para sentar las bases de una nueva relación entre el padre y el hijo y, al mismo tiempo, le permitirá al joven vencer sus propios miedos y reconocer en su justa medida tanto sus potencialidades como sus limitaciones. Y como todo esto está contado con buen ritmo y con imágenes atractivas, el entretenimiento está garantizado.