Blancanieves y los enanitos, otra vez Blancanieves trata de terminar con el reinado de su malvada madrastra y de devolver a los súbditos el bienestar del que disfrutaban años atrás. En esta empresa, será ayudada por los enanos que viven en el bosque, y por un apuesto príncipe llegado desde tierras lejanas. Hay una presentación deliciosa del cuento de Blancanieves, con dibujos y animaciones de muy buen gusto, en la que se puede percibir el intento por parte de los guionistas de "refrescar" el archiconocido relato con elementos desacartonados, en sintonía con los tiempos que corren. No hay, sin embargo, anacronismos ni referencias a la actualidad; es decir que los elementos del cuento están presentes a lo largo del filme. La aparición de los personajes representados por actores es deslumbrante, sobre todo porque la ambientación y el vestuario resultan sumamente vistosos y creativos. Los problemas surgen porque no hay elementos demasiado originales en este intento de revitalizar el centenario relato. Julia Roberts encarna a la madrastra celosa de la belleza de Blancanieves, en una nueva etapa de la carrera de la actriz que quedó en el recuerdo de muchos como la "mujer bonita" y que consolidó sus dotes actorales en "Erin Brockovich". Aunque su tarea es correcta, no va a marcar un hito en la trayectoria de la actriz. Lily Collins (simpática, agradable) luce cómoda como Blancanieves, aunque tampoco aporta nada nuevo a lo ya visto sobre el tema. Y están, por supuesto, los siete enanos, aunque no son esforzados mineros sino simpáticos salteadores de caminos. Y el príncipe, apuesto y generoso, también hará lo que de él se espera ayudando a la heroína a recuperar el trono y adueñándose de su corazón. O sea que están todos los elementos del cuento, remozados o respetados a rajatabla. El envase es atrayente, el ritmo de la narración se sostiene y la resolución visual es destacable. Lo que no se entiende es por qué se decidió volver a contar una historia ya tantas veces contada.
Un samurai al volante Un hombre silencioso y solitario maneja su automóvil por las calles de Los Angeles. Trabaja en un taller mecánico y eventualmente es doble de riesgo en producciones cinematográficas. Sus habilidades conductivas lo llevarán a convertirse en piloto de autos para la mafia. Poco se puede conocer (ni siquiera el nombre) del personaje central de este relato; este tipo taciturno e imperturbable se desplaza al volante de su automóvil y mantiene la misma actitud en medio de una persecución endemoniada o durante un paseo en compañía de su joven vecina y el hijo de ésta. La chica espera sin mayores expectativas que su pareja (el padre del pequeño) salga de la cárcel y conoce accidentalmente al protagonista, un enigmático mecánico con sorprendentes habilidades conductivas; lo que ella no sabe es que el hombre es también conductor de autos utilizados en "trabajos" para los mafiosos locales. La trama se desarrolla alrededor de las vinculaciones que se van trabando entre el piloto, la vecina, el marido de ésta y los delincuentes que requieren los servicios del protagonista; todo es una excusa para pintar atrayentes personajes, sobre todo el protagonista, encarnado por Ryan Gosling en una sobria y convincente tarea. Resulta interesante penetrar en el mundo silencioso y con muy especiales códigos (casi el de un samurai) en el que vive el conductor, que prácticamente no se permite emociones. Es así como pasa casi sin transiciones de un momento romántico a una explosión de violencia inusitada. El director Nicolas Winding Refn alcanza los puntos más altos de su película precisamente en la construcción de los personajes, pero el relato se ve intencionalmente demorado, por lo que el ritmo de la narración se resiente. La película cae entonces en pozos dramáticos, y las (escasas) secuencias de acción no terminan de revertir el clima. Es cierto que el encuadre y la fotografía están al servicio del clima del relato, estructurado a la manera de los viejos policiales negros que han dejado legiones de fanáticos entre los amantes del cine; sin embargo, la consistencia del guión no alcanza a sostener la potencia dramática requerida para redondear un filme sobresaliente.
Al rescate de los bosques extinguidos Un muchachito quiere encontrar un árbol de verdad para impresionar a una joven; ellos viven en una sociedad que se ha apartado de la naturaleza y que ha acabado con los bosques. En esa aventura conocerá al Lórax, una suerte de malhumorado guardián de la Naturaleza. Los cuentos del Dr. Seuss (Theodor Seuss Geisel, que vivió a lo largo de casi todo el siglo XX) son extremadamente populares en los EE.UU, pero son prácticamente desconocidos entre nosotros. Las adaptaciones de estos relatos al cine no han tenido tampoco el éxito que habría podido augurar su enorme difusión literaria, sobre todo entre los niños norteamericanos. Los intentos de llevar a la pantalla las andanzas de "El Grinch" o el particular universo de "Horton y el mundo de los Quién" no alcanzaron la repercusión esperada por los productores. Algo parecido puede llegar a ocurrir con esta historia de clara orientación ecológica contada en clave de aventuras con sesgo musical. A la presentación de la fantástica ciudad en la que viven los personajes centrales, un mundo artificial en el que todo es una monumental escenografía, le sigue la exploración que lleva adelante el joven protagonista más allá de los límites del pintoresco municipio. En ese mundo desconocido toma contacto con el Lórax, un celoso guardián del medio ambiente que deja en claro (no sin humor) el desatino que cometen los seres humanos al transformar irresponsablemente el orden de la Naturaleza. Si bien el chico comienza a correr su aventura porque quiere impresionar a una muchacha, pronto abraza la causa ecológica y decide jugarse el todo por el todo en la empresa de volver a plantar la última semilla natural en el centro de la ciudad artificial, para crear conciencia acerca de la necesidad de recuperar los lazos con la naturaleza. La realización técnica es muy buena, con un excelente uso del color y un vistoso diseño de los entornos y de los personajes; el efecto tridimensional está inteligentemente aprovechado, y los números musicales se ven correctamente resueltos; pero, aunque la narración no presenta tropiezos, los personajes no terminan de atrapar el espectador: el Lórax aparece algo desdibujado, y la historia no ofrece demasiadas sorpresas.
El pasatiempo mortal de una sociedad decadente Hay que tener en cuenta que el director Gary Ross decidió llevar al cine un éxito editorial sumamente popular entre el público adolescente y juvenil que cuenta una historia sin demasiados elementos originales, lo que implicaba un desafío con bastantes riesgos potenciales. El realizador sale airoso de la prueba y establece un buen primer peldaño para lo que seguramente será una saga más que taquillera, porque tiene todos los elementos necesarios como para encantar al mismo público que consume las novelas. Y uno de los principales aciertos del director está en la elección de la protagonista: Jennifer Lawrence es una de las apariciones más prometedoras de la pantalla, desde aquel memorable trabajo en "Lazos de sangre" (que le valió una postulación al Oscar) después de varias participaciones en distintas series de televisión. La chica es dueña de un carisma notable y actúa con sensibilidad e inteligencia; de otro modo no habría podido soportar un papel protagónico con las características del que le tocó en esta producción. La narración de las desventuras de Katniss Everdeen está contada casi exclusivamente desde el punto de vista de la joven, por lo que ella está permanentemente en la pantalla; la muchacha resuelve admirablemente el desafío. Otro punto a favor que muestra el filme es la inteligente y creativa ambientación en un futuro cercano, en la inquietante Panem (el territorio que antes fue EE.UU, ahora dividido en 12 distritos) habitada por un sociedad decadente que busca en los Juegos del Hambre (una competencia del estilo de los reality shows, pero a muerte) la distracción que los aparte de la monotonía de sus existencias reales. Como en las viejas novelas de ciencia ficción, hay aquí una velada crítica a los pueblos que han perdido valores como la solidaridad o el sentido de equidad, y a la nociva penetración de la televisión en la sociedad, pero no es el tema fundamental. La estructura del argumento gira alrededor del drama y las aventuras que corre la protagonista, sin descuidar el costado sentimental. En ese sentido, puede criticarse una pintura demasiado superficial de ciertos personajes secundarios que merecerían un desarrollo más profundo (el desgastado ex ganador de los juegos que encarna Woody Harrelson, el presentador del reality que compone Stanley Tucci y el propio presidente de Panem, a cargo del siempre eficaz Donald Sutherland). Pero también es cierto que este es el primero de los capítulos de una saga, y que ya habrá tiempo para ocuparse de esos personajes. La película está muy bien contada, con un correcto manejo de los ritmos y de los climas, a pesar de que sus 142 minutos pueden resultar excesivos. También puede apuntarse como logro del director el haber dosificado con buen criterio las escenas "lentas" con los pasajes de acción, plenos de vértigo pero puestos en la pantalla con gran claridad y precisión; el uso de los efectos especiales está en función de la narración y no para lucimiento de los efectos en sí mismos. Y, desde luego, el mérito principal es el de haber instalado en el público un tema y una cantidad de personajes que seguramente cobrarán aun más popularidad que la que les dieron las novelas, y que asegurarán la continuidad de la saga
Cuando sobran las palabras George Valentin es una estrella del cine mudo. Accidentalmente conoce a una joven que está tratando de abrirse paso como actriz. La industria evoluciona y sobreviene la llegada del sonido; la nueva tecnología determinará el ocaso de la carrera de Valentin, mientras que la joven se convierte en estrella. Ver "El artista" es un placer desde el principio hasta el final. La película de Michel Hazanavicius divierte, entretiene y emociona; y lo hace con recursos sutiles y originales. La historia no es nueva: una carrera artística se eclipsa mientras otra florece, en el marco de la revolución que provoca en la industria cinematográfica la irrupción del sonido. La originalidad está en el tratamiento del tema y en la audacia de haber planteado la realización en blanco y negro y sin diálogos hablados (salvo en el conmovedor cierre del filme). Desde ya que la renuncia al color tiene una base conceptual fácilmente perceptible en la idea de aproximar al máximo la estética del filme a la de aquellas películas de los comienzos del cine comercial; pero no es el único motivo. El director maneja el blanco y negro en consonancia con el tono de la narración y es así que hay momentos en los que la imagen se oscurece dramáticamente y otros en los que el contraste casi anula los grises para darle a la imagen un brillo acorde con el momento del relato. El aspecto visual es uno de los puntos altos de la realización (entre muchos otros): la imagen, la iluminación, el encuadre, la puesta en cámara y la ambientación (vestuarios, maquillajes, peinados) son sobresalientes. Párrafo aparte merece el tratamiento de la banda sonora, todo un tema por tratarse de una película muda: la música que acompaña (y subraya) las escenas mudas resulta sumamente apropiada, siempre dentro de los cánones impuestos por el cine de los años 20. La intensidad emocional de la partitura se adecua maravillosamente a la trama que se va desarrollando; pero los hallazgos están además en la introducción de sonidos incidentales en momentos estratégicos de la narración. Y, como ocurre con la buena música, los silencios absolutos dispuestos por el director resultan tan oportunos y eficaces como los momentos en los que la orquesta suena a pleno para respaldar la acción que se desarrolla en la pantalla. Las actuaciones están a tono con el nivel superlativo del filme: Dujardin da exactamente el tipo del galán despreocupado, seguro y pagado de sí mismo que pasa de la cima de la popularidad al olvido en un suspiro; Bejo aporta toda la frescura y la simpatía que necesita Peppy Miller, la aspirante a estrella que concreta su sueño de alcanzar la fama (y baila muy bien); los veteranos Goodman y Cromwell apoyan desde sus papeles secundarios, y todos sintonizan armónicamente con el clima general de la película. Hasta Uggie, el perro, está fenomenal. La película asume deliberadamente un tono melancólico y ni el desarrollo ni el desenlace están pensados para sorprender a nadie. Pero en la factura técnica y en la propuesta artística están los valores que distinguen a esta película entre tanta producción multimillonaria, decorada con efectos especiales. Hace más de tres décadas, Raúl Serrano (gran maestro de actores) dijo en un seminario que dictó en Tucumán: "tanto Picasso como mi sobrinita de cinco años dibujan una paloma con pocos trazos; pero lo que en mi sobrinita es impotencia técnica, en Picasso es voluntad expresiva". La explicación de Serrano es aplicable a este filme: Hazanavicius renuncia al diálogo hablado y al color porque entiende que de esa manera va a expresar mejor lo que quiere contarle al público y va a potenciar su homenaje a los comienzos del cine. Y vaya que lo logra.
Aventuras descabelladas y entretenidas Lo bueno de esta película es que, por el precio de una, se ven alternativamente una de cowboys, una de ciencia ficción, una de gladiadores, una de misterio y varias más. El director Andrew Stanton (es el mismo de las excelentes "Buscando a Nemo" y "Wall-E", pero en esta oportunidad no está a la altura de esos ilustres antecedentes) y sus guionistas apelan deliberadamente a la mezcla de estilos y se refugian en la licencia para incurrir en arbitrariedades narrativas que les concede el hecho de que la historia que cuentan proviene de un texto fantástico ya centenario, con todas las características de un cómic. Las escenas van saltando (junto con el protagonista, que ha adquirido mágicamente la capacidad de dar brincos de cientos de metros gracias al viaje interplanetario) desde la Guerra Civil norteamericana a otro enfrentamiento, esta vez en Marte (que los nativos llaman Barsoon). La película encuentra entonces el tono (y el aspecto) de aquellos viejos filmes de Flash Gordon; después se verá un desfile nupcial con ecos en "Cleopatra", una persecución de naves voladoras claramente tomada de "La Guerra de las Galaxias" y un duelo que, sin los monstruos extraterrestres en la arena y en las gradas, bien podría haber formado parte del metraje de "Gladiador". Mientras tanto, Carter aprovecha sus nuevos poderes para imponer respeto entre los nativos, pero se rehusa a tomar parte en el conflicto en el que éstos están envueltos, hasta que la bella princesa Dejah Toris lo cautiva. La trama, entonces, se complica en demasía, sobre todo para los espectadores más chicos, Y a todo eso se suma un prólogo y la resolución del conflicto en los que aparece el propio autor del cuento original, Edgar Rice Burroughs (el autor de "Tarzán"). Los actores cumplen con el tipo de actuación estereotipada y excesiva típica de estos productos. Pero con todo, el despliegue visual y la realización técnica son de tal excelencia que los 132 minutos no alcanzan para aburrir; todo lo contrario.
Una odisea personal No es sencilla la misión que se impone Oskar Schell cuando intenta encontrar a la persona de apellido Black que está vinculada con una llave que encontró entre las pertenencias de su padre, después de la muerte de éste en el 11/S. Pero, en realidad, lo que el niño intenta es prolongar el vínculo lúdico-científico que lo acercaba mucho más a su progenitor que a su ahora devastada madre (interpretada por una correcta Sandra Bullock). En la improbablemente exitosa empresa que encara el muchacho, estará acompañado por un misterioso anciano, un sobreviviente del Holocausto que se niega a hablar (extraordinaria interpretación de Max von Sydow). El chico y el enigmático octogenario se aplicarán a una sistemática búsqueda por todos los barrios de Nueva York, sin mayores datos que los orienten acerca del dueño (o la dueña) de la llave. Con estos ingredientes, el director Stephen Daldry (el de "Billy Elliot", "Las horas" y "El lector") trata de sumar al espectador al viaje interior que emprende el pequeño Oskar mientras salta atrás en el tiempo para pintar la particular relación entre padre e hijo, truncada por el atentado. El fantasma de los atentados siempre está presente; casi obsesivamente, el chico escucha a escondidas los mensajes cada vez más angustiantes que dejó en el teléfono el hombre, atrapado en uno de los edificios hasta el fatídico desenlace. El problema es que el filme que logra Daldry es de esos que dividen a la platea entre los que se entregan sin reparos a la narración y los que no consiguen aceptar emocionalmente el relato. Aquéllos, entonces, se conmoverán ante la lucha del pequeño protagonista por restablecer los puentes afectivos con su padre desaparecido, mientras que éstos advertirán las manipulaciones emocionales que propone el director, pulverizando su eficacia. Y cuando la estructura dramática queda tan en evidencia, la emoción desaparece y la extensión del relato (algo más de dos horas) comienza a pesar en el ánimo del espectador.
Extraños en el paraíso Alexander Payne es un realizador que en anteriores trabajos ("Entre copas", "Las confesiones del Sr. Schmidt") ha demostrado un particular talento para contar historias en las que confluyen el drama y el humor; en este filme es también uno de los responsables del libreto (que logró un Oscar en el rubro mejor guión adaptado), y reconfirma sus antecedentes al combinar con enorme eficacia situaciones profundamente dramáticas con remates hilarantes. Payne se las compone para elaborar un cuidadoso relato de las desventuras de Matt, el protagonista, y en las primeras escenas (con la ayuda de un algo obvio relato en off) pinta sin medias tintas la situación a partir de la cual va a desarrollar la historia: la esposa de Matt está en un coma del que no va a despertar, y el hombre tiene que lidiar con sus dos hijas, las que -hasta el momento del accidente- son prácticamente dos extrañas para él. Una dramática revelación le dará un giro inesperado a la historia y acentuará la crisis del protagonista, y todo esto, en momentos en que debe tomar una trascendental decisión para cerrar un negocio inmobiliario que afecta a toda su familia. Fiel a su estilo, el director combina situaciones de hondo dramatismo con toques de humor a lo largo de todo el filme. Payne acertó al elegir a George Clooney para encarnar a Matt King; candidato a un Oscar que no ganó, el actor se aleja de la figura de galán para transmitir con excelentes y sutiles recursos los diferentes estados de ánimo que atraviesan al personaje. Clooney está satisfactoriamente respaldado por el resto del elenco, en el que se destaca la joven Shailene Woodley (la hija mayor, un personaje complejo y contradictorio) y el veterano Beau Bridges (uno de los primos de Matt, desesperado por cerrar la venta de los terrenos). Es verdad que ciertos giros de la trama pueden resultar predecibles, pero también lo es el hecho de que la historia atrapa y convence, y que la narración se desarrolla sin tropiezos a lo largo de casi dos horas.
La mansión de los horrores Las historias de fantasmas y de apariciones siniestras siempre han tenido un enorme magnetismo sobre los guionistas, porque saben que hay mucho público encantado con la idea de asustarse dentro de una sala de cine. Los argumentos de este tipo de películas suelen ser un pretexto para que en la pantalla se den situaciones de tensión que conducen a un clímax que hace que el espectador salte de la butaca. A lo largo de la historia del cine han habido grandes filmes que respaldaron estos momentos con una sólida trama argumental. No es el caso de esta película dirigida por James Watkins y protagonizada por Daniel Radcliffe, quien está luchando para independizar su carrera actoral del fuerte sello que le imprimió el personaje de Harry Potter. El filme está correctamente ambientado en un pequeño pueblito de la Gran Bretaña de fines del siglo XIX; mientras relata una sencilla anécdota que implica la muerte en extrañas circunstancias de varios niños, la película se convierte en un muestrario de las típicas situaciones terroríficas de los filmes del género: se suceden entonces escenas en semipenumbra en las que se perciben movimientos en segundo plano, picaportes que giran, apariciones repentinas, juguetes mecánicos que cobran movimiento, puertas que se cierran (o se abren), chillidos y gorgoteos varios en la banda de sonido, melodías de cajitas musicales, truenos y relámpagos. El problema es que la trama que debe sostener este repertorio de escenas terroríficas resulta algo débil y, en muchos casos, también obvia. Lo curioso es que, a pesar de todo, el director logra su propósito y consigue darle varios sustos al espectador. Se apoya en una correcta fotografía y en una excelente ambientación, no sólo de los interiores de la siniestra mansión en la que se desarrolla gran parte del filme, sino en los desapacibles paisajes que la rodean. Y también en la tarea de los actores (Radcliffe incluido), que cumplen satisfactoriamente con su cometido.
Una caracterización memorable Resulta curioso advertir que el principal mérito de esta película es su problema más serio: en efecto, la espectacular caracterización que logra Meryl Streep en la piel de Margaret Thatcher se convierte en el poderosísimo centro gravitatorio alrededor del que gira el resto de la producción, que resulta irremediablemente opacada. Streep aparece como Thatcher (parece Thatcher) en la actualidad, afectada por demencia senil y recluida en las habitaciones de su casa londinense; sus días transcurren entre los recuerdos de su infancia en plena guerra, de su juventud (y el descubrimiento de la actividad política) y su madurez, sumergida en el mundo de las luchas por el poder y convertida en la primera mujer en el cargo de Primer Ministro de Gran Bretaña. La confusión de su mente la hace dialogar permanentemente con su esposo muerto años atrás, y la lleva a revivir momentos especiales dentro de su historia personal. El problema es que la directora Phyllida Lloyd y el guionista Abi Morgan parecen contagiarse de esa confusión y no definen claramente los episodios que revive la anciana. La película, entonces, cae en profundos baches narrativos (en muchos pasajes bordea el aburrimiento) y no logra un crecimiento dramático sólido, a pesar de que constantemente narra hechos tremendos (las protestas de los mineros en crisis, los atentados del IRA en Irlanda, la guerra por las Islas Malvinas). Sólo la impresionante personificación que logra Streep le confiere un valor agregado a esta producción, que sin este aporte no hubiera descollado entre las biografías históricas que pueden verse por la televisión. Hay en el trabajo de la actriz una construcción minuciosa y un cuidado extremo para acusar el paso del tiempo entre las distintas etapas de su vida que apuntalan el trabajo sin fisuras de los maquilladores. El aporte de Jim Broadbent es otro punto alto, pero el problema fundamental es que una superproducción no puede depender exclusivamente del trabajo de los actores.