La dama y el vagabundo Visages, villages (2017) es una road movie documental que une a la veterana cineasta francesa Agnès Varda con el prestigioso fotógrafo urbano y muralista JR (Women Are Heroes, 2010) en un encuentro cinematográfico que expone dos miradas diferentes sobre una serie de tópicos. Una, algo borrosa por la edad pero siempre precisa; la otra escondida, como la de un Jean-Luc Godard actual, por unos anteojos oscuros inamovibles. Un viaje por Francia en la camioneta de JR (de aspecto de cámara de foto, con una gran lente en un lado) para emprender un proyecto en común entre la dama nonagenaria del pelo bicolor, autora de Las playas de Agnès, 2008), y el fotógrafo y muralista de 33 años, conocido por sus impactantes obras visuales que consisten en enormes intervenciones gráficas en calles y tejados de diversas ciudades de todo el mundo, es el eje de Visages, villages. Los títulos iniciales animados (cuya música está compuesta, como la del resto del film, por el compositor, cantante, productor, fotógrafo y guitarrista francés de origen árabe cristiano libanés M/Matthieu Chedid) sienta el tono descontracturado de Visages, villages, película que comienza con la voz en off del fotógrafo y la cineasta contando cómo no se conocieron. Una búsqueda común los lleva a emprender un viaje por Francia. Por el camino, descubren oficios antiguos, con su vocabulario tradicional puesto en imágenes, tratando de evitar que se desvanezcan, como las letras borrosas que se difuminan ante los ojos de Varda. Conocen a un cartero pintor, un cartero Cheval con cápsulas, una simpática camarera que sostiene el paraguas de bodas de los padres de un vecino, fotografiada ciento de veces por el dúo de inventores-recolectores, mujeres de estibadores convertidas en tótems, sentadas “sobre su propio corazón”, dedos del pie que se dejan ver antes de irse a recorrer Francia, peces que viven una vida de altos vuelos (en una torre de agua)... Como el cartero, los creadores de imágenes van llenando su bolsa a medida que la vacían, con un ánimo lúdico que perpetúa la magia del arte que comparten, entre ellos y con los otros. Varda y JR juegan un juego, sin olvidarse nunca de maravillarse, como cuando recorren a toda velocidad el Museo del Louvre (recreando una célebre escena de una película de Jean-Luc Godard), fotografiando la tumba de Henri Cartier-Bresson y resucitando, a gran tamaño, la buena planta de Guy Bourdin, el fotógrafo-modelo. Allá donde posan su mirada Varda y JR, una multitud de relaciones se establece, como la complicidad entre ambos al mirar juntos el horizonte sincero y solitario.
Confesiones de una mente sin recuerdos La cinematografía chilena, que viene logrando gran repercusión internacional y no solo por el reciente Oscar a Una mujer fantástica (Sebastián Lelio, 2017), es de las que más ha crecido en la región, logrando abordar temas a través de diferentes narrativas y estéticas como de puestas en escena que enfrentan un riesgo muchas veces ausente. Venían a buscarme (2017) es un fiel exponente de cómo se pueden retomar temas como la memoria y la identidad sin caer en lugares comunes. Nacido en 1974, Álvaro de la Barra era un niño cuando sus padres Alejandro de la Barra y Ana María Puga, militantes del MIR, fueron asesinados por fuerzas de la dictadura pinochetista mientras iban a retirarlo del jardín de infantes al que asistía. Fue sacado de Chile clandestinamente, anotado como hijo natural de Ana María Feres con el nombre de Álvaro Feres Feres. En Venezuela fue adoptado por su tío, el cineasta Pablo de la Barra. Creció rodeado de tabúes y secretos que estaban prohibidos revelar. Recuperar su verdadera identidad y regresar a Chile se transformó en una necesidad. A los 32 el estado chileno recién lo reconoce como hijo de sus padres. Venían a buscarme es un documental en primera persona que recorre el pasado chileno a través de la construcción de los recuerdos del protagonista, hoy ya un adulto que busca entender lo que pasó para forjar su identidad. Identidad que como la de muchos le fue sustituída. El documental se construye a partir de una investigación rigurosa (y necesaria) que el cineasta conduce desde la actualidad hacia la búsqueda de la verdad. Lo hace a través de charlas familiares y con amigos que se entremezclan con material de archivo, pero donde también aparecen agujeros negros imposibles de resolver. Como Nicolás Prividera en M (2007) o Albertina Carri en Los rubios (2003), de la Barra, para poder completar las piezas del rompecabezas de su vida, recurre a un relato íntimo y personal, dentro de un contexto macro sociopolítico-histórico, donde lo primordial es contar la historia de sus padres, a la vez que la va conociendo él mismo. Y ese es uno de los ejes principales de un documental único y sorpresivo, donde sólo los indicios de tres fotografías son la única prueba fisica que tiene reconstruir a la familia que en su memoria nunca existió.
Hijos sí, hijos no Tras la codirección de Las mantenidas sin sueños (2005) Martín Desalvo presentó en 2013 El día trajo la oscuridad, una apuesta jugada al género de suspenso con vampiros incluidos. Su tercera película no tiene nada que ver con su antecesora en materia de género aunque, tal como lo hizo en ambas, vuelve a trabajar sobre el universo de lo femenino. Eva (gran trabajo de Mora Recalde y protagonista absoluta) rompe con su pareja (Javier Drolas) días antes de su cumpleaños número 38. Es en ese momento cuando descubre que quiere ser madre y que por razones biológicas no cuenta con mucho tiempo. Así comenzará una búsqueda desesperada (y algo loca) de un hombre para que le dé un hijo. El padre de mis hijos (2018), es una comedia que juega con el absurdo y que se estrena azarosamente en un momento donde el feminismo es un tema de agenda tanto en programas de espectáculos como políticos, pero su principal virtud es la de no ser una película militante. Y no por qué esté mal en militar por una causa, sino porque los cuestionamientos que propone son tan sutiles que pueden llegar a ser aún más efectivos que si los hiciera de manera directa. Desalvo trabaja el guion de Alejo Flah y Agustina Gatto en un tono que vira entre el realismo y el absurdo para hablar sobre la presión social que se ejerce sobre un mujer que no se enfrentó a la maternidad. Problemáticas como éstas, u otras que son parte del universo femenino, muchas veces son trabajadas desde un lugar mucho más encorsetado y sin permitirse ciertas licencias para no pecar de políticamente incorrectos ante situaciones que requieren seriedad. Aunque lo inteligente radica en visibilizarlos, debatirlos, pero también reírse de ellos sin por eso estar siendo peyorativo o burlón. Claro que hay formas y formatos. Dentro de esas formas, El padre de mis hijos logró encontrarle un tono tragicómico a una imposición social de la que pocas veces el cine habla.
Querido diario (un film para entender el mundo de hoy) Un diario de viaje convertido en una película geopolítica es la propuesta de Iván Granovsky en Los territorios (2017). Un potente documental en primera persona sobre conflictos existenciales propios que lo llevará a recorrer países como Alemania, el País Vasco, Bolivia, Francia, Mónaco, Portugal, Brasil, Israel y Palestina en busca de algo que no sabe bien que es. Iván es hijo del reconocido periodista de Página 12 Martín Granovsky, durante muchos años se desempeñó como productor cinematográfico (o al memos muchos creyeron que lo era), pensó en dedicarse a la historia, al periodismo, ser corresponsal de guerra, hasta que se dedicó a la dirección. Sus primeras ideas fueron para unas ficciones que nunca concluyeron o que ni siquiera comenzaron a rodarse. Acompañar a su padre durante unas entrevistas con los más altos representantes de la Patria Grande lo motivan a realizar una gira en busca de diferentes sucesos geopolíticos por los más conflictivos lugares del mundo. De Alemania a la París post atentados, del País Vasco a la Franja de Gaza y de Palestina a Israel, Los territorios se convierte en una road movie en formato de diario de viaje que no solo la servirá al personaje para encontrarse a sí mismo sino también al espectador para conocer desde otra mirada los sucesos que hoy son tapa de todos los medios internacionales. Granovsky muestra desde un costado informal la construcción de una noticia, los puntos de vista, las influencias ideológicas y hasta la desinformación de un entrevistador frente a su interlocutor. Y lo hace a partir de él mismo, sin miedo al ridículo ni a la exposición. Los territorios es una película diferente a todo lo visto y eso es lo que la vuelve atractiva. Es una crónica periodística como nunca el cine mostró, es trágica pero también divertida, no es egocéntrica (el gran problema de este tipo de documentales) porque Granovsky deja de ser un personaje real para convertirse en un personaje de la película, en un actor que se interpreta a sí mismo. También habla de problemáticas y coyunturas políticas sin solemnidad, y muestra el mundo real a través de la visión de una persona común pero con la capacidad suficiente de análisis y comunicación para convertir sus experiencias personales en una película que no solo le pueda interesar a él y a quienes lo conocen, sino a todo el mundo.
La oscuridad de Clara La melancólica vida de una treintañera en crisis es el tema elegido por Florencia Percia para Cetáceos (2017), una sórdida comedia sobre seres desencantados que buscan una escapatoria en medio del caos reinante. Cetáceos sigue el punto de vista de Clara (Elisa Carricajo), una profesora universitaria treintañera, aparentemente exitosa, que acaba de mudarse con su marido (Rafael Spregelburd) a un nuevo departamento. En medio de ese cambio de espacio, él debe viajar a Italia y ella debe afrontar el caos que implica la mudanza. Caos que de a poco también se incorporará a su vida. De entrada observamos cierta incomodidad en Clara. Hay situaciones -como la del florero que trae el marido- que denotan que ella no está a gusto en su nuevo hogar. Algo la vuelve distante y a medida que los minutos avancen se intensificará. Clara busca escaparse de una vida chata, rutinaria y algo anodina. Una mujer opacada por un marido que quiere ser el eje de atención. Hay claras influencias del cine de Ana Katz en este retrato femenino de Florencia Percia. Sobre todo comparado con Mi amiga del parque (2015). Un marido que viaja, una mujer que entra en crisis y la necesidad de escape. Pero también en el manejo del humor absurdo de Martín Rejtman, donde no hay obviedad sino una sutileza que necesita de un espectador activo que sepa apreciarlo y también encontrarlo. Con un guion sin fisuras y una puesta observacional, Cetáceos, además de una interesante factura técnica donde se destaca la fotografía de Lucio Bonelli, el trabajo de sonido de Adriano Salgado y la edición de Andrés Quaranta, cuenta con un reparto encabezado por la siempre extraordinaria Susana Pampín, Carla Crespo y Esteban Bigliardi, entre otros actores.
La soledad en los campos de algodón Cuando las películas tratan sobre temas que generan controversia, se crean discusiones y debates dejando lo cinematográfico en segundo plano. Invisible (2017) no será la excepción. El tema es el aborto y seguramente se discutirá si el film habla a favor o en contra del mismo. Aunque no lo haga y hable de otra cosa. Luego del auspicioso debut con Las Acacias (2011), el argentino Pablo Giorgelli, regresa al cine con una película sobre la soledad enmarcada dentro de una situación de aborto adolescente ante la llegada de un hijo no deseado. Impecable trabajo de Mora Arenillas, componiendo con precisión a una joven fuerte y frágil a la vez. Ely (Mora Arenillas) es una adolescente que transita por el último año del colegio secundario, es parte de una familia disfuncional y vive con su madre depresiva de la que debe hacerse cargo tanto psicológica como económicamente. Trabaja en una veterinaria y mantiene una relación esporádica –tan fría como distante- con el hijo del dueño (Diego Cremonesi). Fruto de esos encuentros ocasionales, en donde de manera clara hay más una necesidad física que pasión o amor, Ely queda embarazada y decide abortar. Invisible es fundamentalmente una película sobre la soledad en todo sentido. Ely vive rodeada de ausencias. Su madre, su amante, la escuela, los médicos. Una sucesión de personajes que están pero no, personajes invisibles. Y es ahí donde Giorgelli pone el foco de la historia, siguiendo a su protagonista, describiendo sus acciones de cerca, con crudeza, pero nunca juzgando sus decisiones, ni las de su entorno. Invita a reflexionar pero no les atribuye la categoría de héroes ni villanos. Giorgelli ratifica con su segunda película que es un gran director y contenedor de situaciones límites que en manos de cualquier otro podrían haber desbarrancado toda la película. Pero su gran logro es evitar manipular y caer en el lugar común al meterse con un tema tan actual como sensible. Podría haber tomado una opinión explicita pero rehúsa de hacerlo, Tampoco busca dejar un mensaje, simplemente expone crudamente –como si se tratara de un registro documental- a su personaje en conflicto permanente con la realidad que le toca vivir, invitando a que sea el propio espectador quien arme el final. Tal vez la polémica que despierte Invisible, con apiniones a favor o en contra, no sea su principal atractivo, porque cinematográficamente transmite todas las sensaciones que se propone de manera efectiva, generando tanta incertidumbre como si uno mismo estuviera atravesando el solitario derrotero de la protagonista.
Delicuencia juvenil En Orione (2017) la artista visual Toia Bonino busca reconstruir los hechos que llevaron a Ale a su muerte, un joven veinteañero, con una madre que hacía lo imposible para darle un futuro mejor, que tras dedicarse a los robos y secuestros exprés es asesinado por la policía durante un tiroteo en Claypole. Bonino reconstruye la historia a través del testimonio de la madre de la víctima, elegida para llevar adelante el relato, mientras se la ve amasando una torta. La voz de la progenitora y algunas imágenes de archivos como fotos y videos caseros, sumadas a las de noticieros de la época, serán las piezas del rompecabezas en la búsqueda de respuestas. Una de las virtudes de Orione es la de no juzgar al personaje, pero tampoco construirlo como un héroe víctima del sistema. Simplemente se toma su caso testigo para hablar de temas como la marginalidad, la estigmatización social, las oportunidades, la falta de valores y cuáles son los motivos que llevan a un joven en caer en una red de delincuencia. A partir de estos tópicos la realizadora tenderá puentes para que sea el espectador quien conteste las preguntas que le generará la propuesta. En épocas donde la baja de edad en la imputabilidad es el tema de moda entre periodistas y comunicadores que esgrimen argumentos sin ningún tipo de fundamentos ni marco teórico, que hablan desconociendo la ley y la realidad en la que viven, Orione se pregunta el cómo y los por qué de la delincuencia juvenil. Las respuestas se saben pero el problema es que a muchos no les conviene encontrarlas.
Sobre hippies y niños Luego de una exitosa carrera como cortometrajista (Ana y Mateo, Lo que haría, Espacio personal y Princesas) Natural Arpajou debuta en el largo con una historia personal, la de su infancia en el sur argentino. La capacidad de Arpajou como guionista y directora de actores se manifiesta en Yo, niña (2018), si bien no había pasado desapercibida tampoco antes de que se lanzara al formato del largometraje: sus cortos le valieron numerosos premios y prestigiosas nominaciones, ganando cuatro veces el Festival de Mar del Plata. La historia de la película o, más bien, la premisa a partir de la cual deshila el relato, la encontró en su propia infancia. Una etapa marcada por los desarraigos y las mentiras. Armonía es la hija de una pareja de hippies que a mediados de la década del 70 decide abandonar la ciudad y comenzar una nueva vida en una cabaña sin las comodidades estándares y viviendo de la autosustentación. Armonía disfruta de lo nuevo pero también se hace preguntas y es cuando debe regresar a la ciudad por una situación particular no prevista que redescubre el mundo real, ese mundo del que los padres quieren huir pero en el que Armonía quiere permanecer. Arpajou expone la conflictiva relación de una familia, su familia, en un film autobiográfico, eligiendo narrarlo desde el punto de vista de una niña, que funciona como su alter ego. Para eso se apoya en un guion impecable, sin fisuras, y unas imágenes magníficamente compuestas, coloridas y poéticas; adoptando el tono característico de un cuento de brujas, desgarrador, oscuro, con una mirada naif que, sorprendentemente, no cae en el golpe bajo, y, logra relatar un drama sin recurrir a la lágrima fácil. Aunque el golpe sea directo y la catarsis también. El encanto de El Bolsón, representado maravillosamente por amplios planos abiertos, pero evitando el regodeo, y un elenco que incluye a Esteban Lamothe, Andrea Carballo, Mariano González, Marina Glezer y la niña Huenu Paz Paredes le suman atributos a Yo, niña. El resto lo hizo la vida.
Una aventura fallida Los primeros minutos de Una aventura simple (2017), ópera prima de Ignacio Ceroi, dan la sensación de que nos vamos a encontrar con una obra en la que entremezclarán formas y estilos característicos de cineastas personales como Mariano Llinás, Alejo Moguillansky o Matías Piñeiro. Diez minutos después nos damos cuenta de todo es una ensalada rusa que va perdiendo fuerza a medida que los escasos 65 minutos de duración avanzan. Luego de encontrar una escultura en la selva Edgar desaparece sin dejar rastro alguno. Años más tarde su hija iniciará una búsqueda por el Amazonas peruano junto a su novio. La película intenta ser un montón de cosas pero no llega a ninguna. Luego de un inicio épico que remite a Historias Extraordinarias (2008), de Mariano Llinás, pasa por el rebose juvenil literario que Matías Piñeiro ponía en escena con Todos mienten (2009), para finamente concluir en la aventura antropológica que Alejo Moguillansky llevó adelante en El escarabajo de oro (2014). El problema no son las influencias, ni las referencias, ni las licencias que el autor se toma para fragmentar el sentido común. El problema es que la historia no se puede sostener por sí sola. Y lo que empieza bien termina mal. Ceroi no logra mantener el interés de lo que cuenta pese a los esfuerzos que hace dividiéndola en episodios, rompiendo la linealidad, apostando por el absurdo y empleando una banda sonora pop que la vuelve un poco más amable. Ignacio Ceroi no es Mariano Llinás, ni Alejo Moguillansky, ni Matías Piñeiro. Tampoco se supone que lo quiera ser y un mal paso lo da cualquiera. Lo que resulta inconcebible es que una película de estas características haya sido seleccionada para la principal competencia del [19] BAFICI.
Él volverá En Transformación (2016) el novel Ivan Wolovik aborda el proceso creativo de un disco de rock. En este caso el de Transformación, último trabajo de estudio de Palo Pandolfo. El subgénero rockumental, un desprendimiento del documental para denominar aquellos que trabajan sobre algún tópico del rock, tuvo a lo largo de los últimos años un crecimiento notable, aunque muchas veces, ante la ausencia de un autor, no logró desprenderse del mero backstage donde se ponía una cámara para filmar un detrás de escena sin ningún tipo de planteo estético y narrativo. Y esto es lo que hace diferente a Transformación. Ivan Wolovik sigue durante un año todo el proceso creativo del nuevo trabajo de Palo Pandolfo, Un proyecto ambicioso con su banda “La Hermandad”: grabar un quinteto en vivo, todos juntos, en un mismo estudio. La cámara se volverá invisible para captar el alma creativa de un artista ante el desafío de un nuevo reto. Lo más trascendental de Transformación es que no solo logra retratar en algo más de una hora la creación de un nuevo trabajo musical conceptualmente diferente, sino también que pone en evidencia la transformación de un artista que necesita reinventarse a sí mismo y la de un género musical que busca volver al podio. En sintesis, Transformación es el espejo cinematográfico de una transformación tan personal como musical.