Laberinto En 2011 la directora Ana Piterbarg debutaba en el largometraje con un film protagonizado por Viggo Mortensen acompañado por un elenco de estrellas nacionales. Todos tenemos un plan, además de elenco, tuvo un gran despliegue de producción y hasta una salida comercial poco habitual para un film que mezclaba lo autoral con el cine de género. Seis años después, lanza una segunda película en la antípodas de su antecesora. Una obra experimental, con un elenco de desconocidos y filmada independientemente. Lo que si mantiene es la combinación de lo autoral con el género. ALPTRAUM (2017) es una película de misterio por lo que develar demasiado de su trama sería atentar contra el espectador, y la obra en si misma. La historia se basa en una reversión de la leyenda de Krampus, un ser mitológico que aparece antes de fin de año para exigirles “ternura” a aquellos que se llamen Andreas. Aquellos que no cumplan serán castigados a través de pesadillas. Andreas (Germán Rodríguez) es un actor que atraviesa ese acoso en sus sueños. Ana Piterbarg filma en blanco y negro y a través de diferentes formatos una película que remite en muchos aspectos a la Nouvelle Vague como también a directores de la talla de David Lynch y Roman Polanski. Una suerte de caja china de la que se desprenden capas que juegan con la realidad y la fantasía. Como David Lynch en El camino de los sueños (Mulholland Drive, 2001), ALPTRAUM (pesadilla en alemán) son sueños dentro de sueños o, en este caso, pesadillas dentro de pesadillas. Un laberinto en el que Andreas deambula sin encontrar una salida. Misterio, fantasía, terror, drama, comedia, son los ingredientes que conforman una película que le permitió a la cineasta experimentar, mezclar formatos, buscar un tono de actuación diferente, arriesgar en todo sentido. Sin duda después de un debut como el que tuvo hubiera sido más fácil probar por caminos más cómodos, pero como el personaje decidió meterse en un laberinto. El mismo laberinto al que también deberá ingresar aquel espectador que decida atravesar esta aventura.
La estrada Dirigida por Caroline Leone, Por la ventana (Pela janela, 2017) es una road movie minimalista donde dos hermanos sexagenarios emprenden un viaje iniciático recorriendo diferentes parajes entre San Pablo y Buenos Aires. Rosalía es una mujer de más de sesenta años que trabajó durante toda su vida en una fábrica de San Pablo. Pero un día la empresa se fusiona con otra y ya no la necesitan más. De la noche a la mañana su vida se derrumba y entra en una depresión de la que parece no haber salida. Su hermano, debe ir hasta Buenos Aires a llevar un auto y la obliga a que lo acompañe. A medida que los kilometros pasan, Rosalía irá sintiéndose otra y descubriendo un mundo más allá de las cuatro paredes donde pasó encerrada toda su vida para cumplir con las obligaciones que la patronal le requería. Por la ventana comienza como un drama laboral, al estilo Yo, Daniel Blake (I, Daniel Blake, 2016), sobre como una mujer que es despedida laboralmente debe enfrentar su nueva condición, pero lo fascinante es que luego se convierte en una road movie donde la protagonista puede transformarse a partir de un viaje. Lo notable es la sensibilidad de Leone en el retrato que hace de dos personajes tan simples como queribles, más allá de la distancia que generan con el espectador. Si una virtud tiene Leone es la de saber contar con lirismo una historia mínima, que le escapa a los lugares comunes, donde el detalle está en cada plano y la poesía en cada uno de los momentos que construye el dúo protagónico al descubrir y redescubrirse. Aunque ya hayan vivido toda una vida.
Los chicos de la guerra Dentro de una producción emergente, que en los últimos tiempos dio obras como Feriado (2014) o Saudade (2014), el cine ecuatoriano se la juega con una película histórica, que se corre de los lugares comunes en los que muchas veces cae el cine latinoamericano, para contar un relato de iniciación con un trasfondo bélico. Mono con gallinas (2016) se ambienta a principios de la década del 40 cuando Ecuador y Perú se enfrentaron por el conflicto limítrofe. Jorge (René Pástor), es un muchacho de clase media, que repentinamente se encuentra en medio de una guerra y tras días de hambre, miedo y soledad, es capturado por el bando contario, un grupo de muchachos más cercanos a él que al enemigo que esperaba ver. La ópera prima de Alfredo León León es ambiciosa pero también medida. Ambientar una historia en 1941 y en medio de una guerra no es tarea fácil, sobre todo cuando no se cuenta con los recursos necesarios para una producción de esa magnitud. Y más aún cuando se trata de un país con una cinematografía emergente, que muchas veces recurre al minimalismo, o en el caso contrario a un formato más cercano a la telenovela. El director tiene en claro lo que tiene y no se desborda en querer mostrar más de lo que puede. Pero también sabe que tiene un recurso a favor: la selva. Ambiente que le da la posibilidad de abrir el plano sin correrse de la época ante la aparición de un detalle que delate la realidad. Mono con gallinas se cuenta desde la guerra pero no por eso es una película bélica, si podría encuadrarse como histórica, pero en realidad es de iniciación, del pasaje de la adolescencia a la adultez en medio de una guerra donde el enemigo podría ser tranquilamente el mejor amigo de uno. De un muchacho que en meses vivirá lo que tal vez no viva el resto de su vida. Alfredo León León eligió para su debut cinematográfico una historia que le podría haber quedado grande pese a la cercanía filial con el personaje retratado. Que más allá de sus falencias tiene la virtud de no aspirar a más de lo que es.
Los parásitos En 2010, Osvaldo Bayer, Mariano Aiello y Kristina Hille estrenan el documental Awka Liwen, una propuesta que buceaba en la historia argentina trazando un paralelismo entre la llamada Conquista del Desierto y la última dictadura cívico militar que gobernó el país. Awka Liwen acusaba con pruebas científicas a la familia Martínez de Hoz como responsable directa del robo de tierras a los pueblos originarios, denuncia que devino en el pedido de censura de la película. Esa situación judicial dio origen a un nuevo proyecto de más de tres horas y media sobre como los Martínez de Hoz están unidos desde los albores de la Revolución de Mayo hasta nuestro días con la oligarquía gubernamental del país. Martínez de Hoz (2017) es una obra monumental dividida en dos partes que a su vez se dividen en ocho capítulos. La primera abarca desde la Revolución de Mayo de 1810 hasta el golpe de estado de 1976 y muestra como el apellido Martínez de Hoz participó de diferentes gobiernos afines a su ideología maniobrando a su favor. La historia comienza con un inmigrante comerciante que se hace de más de 2.500.000 de hectáreas robadas a los Pueblos Originarios, de ahí en más los Martínez de Hoz serán cómplices de cuanto golpe de estado se realice en Argentina, fundarán la llamada Sociedad Rural, la desarmarán y la volverán armar, para así incrementar sus riquezas con una ilegalidad que siempre era avalada por el gobierno de turno afín. La segunda parte (menos potente desde lo cinematográfico y donde algunos testimonios quedan desactualizados) se centra en la política económica impartida por José Martínez de Hoz durante su mandato al frente del Ministerio de Economía del gobierno del ex presidente de facto Jorge Rafael Videla y como las consecuencias de sus políticas perduran en el tiempo. Un punto interesante es como a partir de lo que la película expone aparecen semejanzas con el actual gobierno y sus mismas políticas. Pero también hace foco en la causa judicial de pedido de censura y como los Martínez de Hoz atacan la libertad de prensa apoyados en un poder judicial tan cercanos a ellos como alejado del pueblo. Relatada por Osvaldo Bayer y dirigida por Mariano Aiello, Martínez de Hoz se construye como un thriller político con testimonios de economistas, historiadores, periodistas, miembros de la Corte Suprema de Justicia y políticos acompañados de imágenes de archivo, animaciones, recreaciones. Pero lo atractivo es que no se queda en la denuncia sino que aporta pruebas, incluso se nutre de un archivo de películas familiares que perteneció a la familia del ex ministro. Las más de tres horas de duración son tan fuertes en cuanto a lo que muestra que no dan respiro. Hoy más que nunca Martínez de Hoz es una película de visión obligatoria, no solo para conocer nuestro pasado sino para entender cuáles son los intereses que se esconden detrás de quienes hoy gobiernan un país para su propio beneficio.
La venganza de los raros El formoseño Sebastián Caulier vuelve a inmiscuirse en la educación pública para desarrollar varios tópicos que parecen obsesionarlo. Tanto en su ópera prima, La inocencia de la araña (2011), como en El corral (2017) trabaja una historia realista, de suma actualidad, pero desde un lugar diferente. En ambos casos lo que empezaba como una comedia negra se transforma en una historia dominada por el suspenso, con toques de terror inclusive. 1998. Esteban (Patricio Penna) es un adolescente que sufre de bullying (aunque en esa época todavía no exístía esa denominación como aclara el personaje al principio mediante un flashback) por parte de sus compañeros de secundaria. Pero un día se incorpora a su división Gastón (Felipe Ramusio Mora), un muchacho proveniente de Rosario, algo desgarbado, desprolijo, cancherito y al que da la sensación de que nada parece importarle. Entre ambos pronto nacerá una fuerte amistad que devendrá en una venganza desmedida contra aquellos que los provocan. Lo que empieza como un juego se les irá de las manos hasta convertirse en verdaderos criminales. Caulier regresa con su segunda película a Formosa, a un colegio secundario y a colocar a un dúo protagónico de actores adolescentes desconocidos como desencadenantes de una serie de sucesos dramáticos que irán en un crescendo que no podrán dominar. Pero también vuelve a trabajar sobre el cine de género, y más precisamente sobre los cambios de género a través impensados giros narrativos. Todo indica que El corral podría ser una previsible Elephant (Gus Van Sant, 2003) nacional, pero no. El director trabaja un dispositivo de atmosferas y tensiones donde las piezas del rompecabezas se van articulando lentamente para pasar del drama a la comedia negra, y del thriller psicológico al terror, pero lo más llamativo es la capacidad para no perder el realismo ante hechos que parecen surrealistas. Los actos vandálicos que cometen con total impunidad bien podrían haber ocurrido, aunque cueste creerlo, sobre todo tratándose de un país como Argentina a finales del siglo pasado. Con referencias a cineastas clásicos de la talla de Alfred Hitchcock y a películas modernas como Just Jim (2015), del actor y director Craig Roberts, El corral posiciona a Caulier como un gran narrador de historias simples que él, con destreza y personalidad, convierte en extraordinarias, algo no muy usual entre las nuevas camadas de cineastas argentinos. Además de un descubridor de futuros talentos actorales.
Cuando me muera quiero que toquen cumbia Alta Cumbia (2017), de Cristian Jure, es el estudio social, político y antropológico de un género musical popular con tantos adeptos como detractores. Muchas veces a la hora de reflejar un movimiento, popular o no, el cine falla porque no encuentra una estructura que le sea fiel tanto estética como narrativamente al objeto que se quiere representar. En la mayoría de los casos hay una disociación entre forma y contenido. Pero si una característica tiene Alta Cumbia, es la de serle fiel la cumbia villera sin traicionarla cinematográficamente. Alta Cumbia es una ficción pero también un documental, o mejor dicho una ficción que toma elementos del documental, y viceversa. En resumidas cuentas es un hibrido. La trama se centra en Martín, que en plena crisis de 2001 luego de perder su trabajo en una productora y al quedar en la calle se va a vivir a una villa. Años más tarde, es convocado para hacer un documental de exportación sobre el origen de la cumbia villera. A partir de esa premisa, Martín, junto a un equipo técnico reducido, deambulará por una serie de reductos típicos de este movimiento musical, para a través de la propia voz de sus protagonistas sacar a la cumbia villera de la estigmatización y mostrarla como una corriente musical representativa de una época. Jure dirige una película que respira cumbia por todos sus poros. Y no solo por la galería de personajes que transitan por ella –de Pablo Lescano al Pepo y de Pibes Chorros a Supermerk2- sino por la forma que eligió para contarla, con un estilo característico -por llamarlo de alguna menera- al “cine villero” que viene haciendo César González, salvando las distancias económicas en cuanto a la producción. Pero sí, donde hay una búsqueda a cierto tipo de actuación, planos sucios, y cierta desprolijidad adrede más allá de los efectos de colores que utiliza reiteradamente, sobreimprimiéndolos en las imágenes para brindar luminosidad y que reafirman que la desprolijidad, en este caso, es buscada. Lo también interesante de Alta Cumbia es el recorrido que hace del género musical, desde sus orígenes hasta la actualidad. Sus inicios en la crisis de 2001, la estigmatización mediática de lo popular, la censura del ex Comfer (Comité Federal de Radiodifusión), sus influencias sociales, políticas y hasta la profundidad irónica de sus letras pese a la simpleza y banalidad de lo que aparentan decir, algo que le causó más problemas que alegrías. La película muestra a una cumbia villera tan crítica y ácida como lo fue el rock durante la dictadura, la revindica pero con argumentaciones válidas que la ponen en un lugar negado por muchos. Más allá de sus defectos y virtudes Alta Cumbia es una película que se la juega, acercando el cine y la cumbia a todos los sectores sociales. En un momento un personaje se pregunta por qué hacer una película sobre la cumbia si la gente que la consume no va al cine, el opuesto sería por qué hacer una película sobre la cumbia si la gente que va al cine no la escucha. La primera sentencia se resuelve instalando un cine en la villa. La segunda todavía es un enigma que espera una respuesta.
La falsa moral El 10 de junio de 2005 la Justicia de Jujuy condenó a 14 años de prisión a Romina Tejerina luego de un juicio expeditivo que duró apenas 22 días. Romina había quedado embarazada producto de una violación y al parir prematuramente mató al hijo porque aseguró ver en él la cara del violador. Esa es la triste historia de Romina, una chica que ansiaba tener su cena blanca y que fue víctima de una sociedad hipócrita, llena de prejuicios, regida por leyes patriarcales y donde la religión cumple un rol esencial. La cena blanca de Romina (2017) es la historia de una muchacha, que como muchas, fue condenada por ser pobre y mujer, pero también la de un pueblo que la condenó antes que la justicia. Francisco Rizzi y Hernán Martín dirigen un potente documental que inicia con la llamada cena blanca, un ritual que acompaña la graduación y en donde las jóvenes se visten de gala y rinden tributos a la virgen. Romina Tejerina no tuvo su cena blanca porque estaba presa. Es a partir de este disparador que el binomio de realizadores se inmiscuye en la ciudad de San Pedro en la provincia de Jujuy para mostrar las caras y caretas de una sociedad que está en una contradicción permanente entre el decir y el hacer. Estigmas, prejuicios y negacionismo son los pilares que mueven a un pueblo dominado por posturas machistas, morales y religiosas. Uno de los logros de La cena blanca de Romina es la de haber puesto en pantalla una variedad de testimonios como el de Julio Carlos Moisés, intendente de San Pedro, Argentino Juárez, Juez de instrucción o Miguel Miguez Agras, Abogado defensor de "Pocho" Vargas, el violador que quedó libre, cuyos relatos, de una impunidad nunca vista, desnudan la hipocresía y la vara con la que se mide la justicia. Pero también aparecen vecinos ocasionales o jóvenes adolescentes en la previa del boliche con un conservadurismo en sus ideas que causa mucho más estupor que las de quienes manejan el poder. La cena blanca de Romina, es un documental de investigación periodística de apenas una hora de duración, dividido en tres capítulos, cuya virtud es la de desnudar a una sociedad donde la doble moral parece ser el motor que la mueve.
Entre hormigas, tratos y conciencia social Catorce películas van desde que Historias Breves (1995), el film colectivo que reúne una serie de cortos, comenzara un recorrido que ya lleva 22 años y que sirvió como plataforma de despegue para muchos cineastas. Hoy la producción de cortometrajes no es la misma que a mediados de los 90. El acceso a las nuevas tecnologías permite que cualquiera con ganas y mínimos recursos pueda filmar y eso hace, a que en la mayoría de los casos, se vean grandes trabajos por fuera de los "Historias breves", incluso teniendo mayor repercusión en festivales a la hora de las selecciones y premios. Esto no solo se debe a la calidad técnica y narrativa sino también a una falta de acompañamiento posterior. La gran mayoría de los cortos que integran el colectivo mueren ahí. Es como si lo único que importara sea el filmar y no que estos se vean más allá. La diferencia entre filmar por fuera o a través de "Historias breves" es que da un apoyo económico que el corto no tiene, pero que paradójicamente le quita libertad de experimentación y riesgo. Es por eso que hoy los trabajos que lo componen son de un nivel técnico incuestionable pero que al verlos resultan más de lo mismo. No hay un quiebre como sucedía en un principio. Hoy esas rupturas hay que buscarlas por fuera. Historias Breves 14 (2017) está compuesta por seis trabajos de distintos géneros, procedencias y estéticas. Aunque en la gran mayoría hay un punto en común que los une que tiene que ver con temas sociales contados con una acidez y una ironía poco usual. Trato, de la directora Gisela Benenzon, es un mordaz relato sobre las diferencias de clase narrado a través de un flashback en el que la niñera de una familia de clase acomodada debe tomar una decisión un tanto "extraña" para apalear sus dificultades económicas ante la negativa de ayuda de sus patrones. Otro trabajo narrado en tono de comedia es Las hormigas de Mariana Wainstein, directora que ya había aprobado su habilidad para este género con Error 404 (2016). Su nuevo corto tiene como protagonista a una mujer de 35 años, Vera Turiel (Paula Carruega), en medio de una crisis laboral y afectiva. La voz en off de Vera sirve para que Las hormigas transite ácidamente por su vida social, marcando el punto de vista contradictorio que tiene por sobre los diferentes personajes que conforman su entorno. Gran trabajo de puesta y dirección actoral con un casting para sacarse el sombrero. Colonia Delicia es un relato suburbano e iniciático misionero sobre entramados familiares y amoríos adolescentes de Cinthia Vega Konopacki, mientras que en Un plan Gabriel Lembergier se juega por la comedia absurda a través del derrotero obsesivo de un matrimonio que llega a un hotel cinco estrellas con una valija con varios miles de pesos. La obsesión también es el tema elegido por Matías Alejandro Gamio en El capital, una sutil mirada a las contradicciones éticas y políticas de un profesor cegado por conseguir la edición importada que tiene un alumno de El capital de Karl Marx. La serie se completa con Rincón del Ángel, una fábula rural sobre resentimientos y choque culturales que une a dos generaciones opuestas en medio de un relato idílico, con moraleja incluida, de Diego Agustín Briano, y Tiempo de sequía, una contemplativa historia provinciana sobre ausencias, perdidas y desiciones terminantes que cuenta con la dirección de Nicolás Stefanazzi. Tal vez sea hora de que los "Historias breves" dejen de estar correctos y apuesten por algo más. Riesgo e incorrección política no les vendría nada mal.
Eva y Victoria buscan un guion (y un director) La Soñada (2017), ópera prima de Alejo Dominguez, tiene un punto a favor y varios en contra. A favor hay que destacar su corta duración de apenas un poco más de una hora. En contra su pretenciosidad y aires de pseudointelectualidad desmedida. La historia versa sobre Victoria (Romina Richi), una guionista bloqueada y con trastornos psicológicos, a la que su jefe manda a una estancia para que pueda escribir el tratamiento de una próxima película. La soñada, el nombre de la estancia, está situada en Córdoba, y allí se encuentra el hijo de éste, Marcos, (Iván González) y Eva (Bárbara Lombardo), una amiga con derechos – así la define Marcos- por la que Victoria sentirá un irresistible deseo. La Soñada lleva el punto de vista de Victoria (o de la voz de su mente) por lo que nunca sabremos si lo que sucede es verdad o parte de la imaginación. La historia que Victoria vive es paralela a la del personaje creado para la película por ella misma y que es manipulado de acuerdo a la potencia dramática necesaria (y de sus intereses personales). Este punto resulta interesante en la mezcla entre ficción y realidad y como ambas se interconectan. Pero el principal problema al que se enfrenta La Soñada, no es la idea, ni su imagen ultra estilizada, ni su hiperrealismo, ni las actuaciones un poco desbordadas y sin contención, sino querer pretender mucho más de lo que es y poner en escena a tres personajes que derrapan frases con aires de superioridad intelectual en medio de diálogos banales. Si esto fue pensado adrede para retratar a cierta frivolidad de la sociedad vernácula intelectualoide no funciona en lo más mínimo y resulta poco creíble por la forma en que los personajes fueron concebidos y se manejan. La Soñada es una película fallida que extrañamente se estrena en medio de un cono de silencio, situación que no hace más que justificar que esto tiene más que ver con con un deber (habrá algo para cobrar por lo que necesitan estrenarla) que con un querer (de antemano avecinan un fracaso de público y crítica).
Vivir con la ausencia Dulces sueños (Fai bei sogni, 2016), es la versión cinematográfica del bestseller homónimo de Massimo Gramellini, que versa sobre la autobiografía del periodista y escritor turinés, primero de niño, con la trágica pérdida de la madre, y después adulto, cuando prosigue su labor de cuentista con el peso de esa ausencia. "Dulces sueños", son las palabras que susurra la madre al oído del pequeño Massimo para que se duerma, justo antes de desaparecer para siempre. La mañana del 31 de diciembre de 1969, en Turín, el niño, con tan sólo nueve años de edad, se despierta para descubrir que su madre ha muerto de un infarto fulminante (aunque la verdad sea otra). Su vida cambia de repente. Las explicaciones del padre no dejarán de ser vagas y evasivas y ese niño introvertido que veía en la madre a una radiante compañera de juegos y a una amiga crecerá con una sombra angustiosa, lo que le llevará a cerrarse cada vez más en sí mismo y a refugiarse en la propia imaginación. Marco Bellocchio reconstruye la historia a través de continuos saltos temporales, fragmentando lo que en el libro es un único flashback, montando el mosaico de la vida de Massimo, al que encarna en su versión adulta Valerio Mastandrea. Los años de formación, el periodismo deportivo, la guerra en la antigua Yugoslavia, el éxito fruto justamente de la respuesta a la carta de un lector de su periódico, que dice detestar a la propia madre… Siempre en busca de una verdad negada. El encuentro con Elisa (Bérénice Bejo), una joven médica francesa, permite a Massimo saldar cuentas con el secreto de su infancia y dejar partir por fin a aquel fantasma que lo atormenta. Medio siglo después del debut de Marco Bellocchio,Bellocchio] con I pugni in tasca (1965), en donde un joven asesinaba a su propia madre, el director de Piacenza relata una historia diametralmente opuesta aun manteniendo algunos temas troncales de su cine, como lo son las dinámicas familiares, la memoria y la pérdida.