Traición de clase: Dictadura, oligarquía y periodismo En Si los perros volaran. La historia de Rafael Perrotta (2015), dirigida a seis manos por Gabriela Blanco, Maximiliano de la Puente y Lorena Díaz, se aborda la figura de Rafael “Cacho” Perrotta, uno de los personajes centrales del periodismo reciente, desaparecido por la dictadura cívico militar que gobernó el país entre 1976 y 1983 luego de un secuestro por el que su familia pagó un altísimo rescate. La vida de Perrotta es digna de una película. Perteneciente a la oligarquía argentina, dirigió en la década del 70 El Cronista Comercial, un diario que pasó informar sobre el comportamiento de los mercados a contar con las plumas más destacadas del periodismo y con una diversidad ideológica pocas veces vista. Su posición social lo llevó a relacionarse con políticos, empresarios y militares de todos los sectores. La lista de contactos a los que frecuentaba incluía desde Massera, Martínez de Hoz o un cura tercermundista, pero también a altos miembros de las organizaciones armadas de la época. Traición que pagó con su vida. El terceto de realizadores trabaja la historia de Perrotta en forma de biopic documental construida a partir de testimonios de un abanico de personajes que tuvieron relación con él. Básicamente Si los perros volaran. La historia de Rafael Perrotta es un documental de los llamados de cabezas parlantes, donde un entrevistado frente a cámara brinda testimonio, más allá de algunas escenas de dramatización y otras de animación que no suman demasiado. La historia de Perrota es desde su origen más que interesante, aunque entre tanto palabrerío se vuelva por momentos monótona. Tampoco ayuda intercalar personajes para que armen un concepto cuando no está equilibrado ni pulido el sonido, como así tampoco los problemas en el montaje por momentos desprolijo. Detalles que hacen que la película pierda fuerza y la potencia de la historia se desvanezca. Más allá de estos problemas, Si los perros volaran. La historia de Rafael Perrotta es un documental valioso, que sin asumir demasiados riesgos, funciona para recuperar la figura de uno de los personajes más complejos del periodismo argentino.
En busca del sueño perdido La siesta del tigre (2016), incursión en el cine documental de Maximiliano Schonfeld (Germania, La helada negra) sigue con la línea estética y espacial que caracteriza su obra, pero esta vez a través de la observación de un grupo de hombres que va detrás de una leyenda que les podría cambiar la vida. Cinco habitantes de Crespo (ciudad natal del director) se internan en la selva entrerriana en busca del Tigre con dientes de sable, cuyo hallazgo les asegurará un cambio de vida y un futuro promisorio. Pero pasan los días, la presa no da señales, y el desánimo los agobia. Schonfeld construye un relato poético a partir de lo observacional, siguiendo al grupo a través de días y noches donde pareciera que el tiempo no transcurriera. Lejos de la civilización y con pocos recursos buscan en la abulia del tiempo que les sobra como pasar cada instante sin dejarse caer ante el fracaso y poder continuar hacia una victoria un tanto ingenua. Con La siesta del tigre Maximiliano Schonfeld vuelve a Entre Ríos, espacio físico que sirve como hilo conductor de toda su filmografía, haciendo hincapié en la construcción visual y sonora para contar una gran historia a través de los tiempos muertos. A medida que la trama avance ya no importará el tesoro, el tigre o sus dientes, sino que el foco serán estos cinco hombres con sus historias mínimas y sus sueños de un futuro de grandeza que nunca llegará.
Vivir mejor para comer mejor El debate de la alimentación saludable toma cada vez más fuerza en ciertos sectores de la sociedad que ven como agrotóxicos y transgénicos son la causa de las innumerables enfermedades. Pero el principal problema al que muchas veces se debe enfrentar es que una alimentación sustentable y ecológica no es de fácil acceso, sobre todo en las grandes metrópolis donde resulta difícil cultivarlos de manera casera y su comercialización, en la mayoría de los casos, duplica el costo del resto de los alimento. Agroecología en Cuba (2017) indaga sobre como este país adquirió esta práctica, casi forzadamente, a partir del bloqueo que desde el año 59 le impuso EEUU y la posterior caída de la Unión Soviética, convirtiéndose en un ejemplo a nivel mundial. Con la llegada de la Revolución y el bloqueo impuesto por los Estados Unidos, Cuba se mantuvo económicamente durante treinta años haciendo negocios con la URSS, pero la caída de la perestroika la obliga a buscar otras formas de abastecimiento para evitar una crisis alimentaria. Es ante ese desequilibrio que nace y se desarrolla la agroecología cubana, sustentada sobre el autoabastecimiento de los alimentos, la educación y la participación popular. Dirigido por Juan Pablo Lepore y Nicolás Van Caloen, el documental, de carácter didáctico y educativo, se divide en capítulos que se van desarrollando a través de diferentes testimonios. El relato comienza ubicando al país dentro del contexto histórico del 89 para luego dar paso a diferentes tópicos como el autoabastecimiento, la educación alimentaria o la participación de la población en una práctica que salvó al país de de una hambruna generalizada. Más allá de lo saludable de este tipo de práctica agrarias lo interesante de este Agroecología en Cuba es que invita a pensar en como prácticas de este tipo podrían realizarse en otros países dominados por políticas neoliberales que imponen no solo los precios de los alimentos sino también los propios alimentos que uno debe consumir y de esta manera hacer tambalear un sistema en donde unos pocos son los dueños de todo lo que se consume (y del resto también).
El otro lado del sexo (sin amor) Monger es un término inglés que refiere a cualquier individuo al que le guste generar actos prohibidos. Jeff Zorrilla realiza un minucioso trabajo visual a través de la multiplicidad de formatos para adentrarse en el mundo del turismo sexual en Argentina. La trama sigue a una serie de desagradables personajes cuyas vidas pasan por la práctica sexual a través del intercambio de dinero. Ramiro es un yanqui radicado en Argentina que trabaja como guía sexual. Mientras un ex-cliente lucha por la custodia del hijo que tuvo con una prostituta, Ramiro recibe a un novato que llega al país para acostarse con el mayor número de mujeres antes de su próximo cumpleaños. Estos son los tres personajes sobre los que Monger (2016) se edifica. Los tres hombres son literalmente desagradables y no tienen ningún prurito en mostrarse de esa forma. Todos ven el sexo como una práctica deportiva donde gana el que con más prostitutas se acostó durante el año. La película los retrata sin condescendencia alguna y con una profundidad esquiva en las formas que tiene el cine para mostrar a este tipo de personajes ocultos tras el anonimato. Tanto clientes, promotores y prostitutas son expuestos metafóricamente desnudos para abrir un abanico de preguntas sobre el porqué de esa forma de actuar. Desde lo formal Zorrilla elige filmar la mayor parte del documental en súper 8, mezclando formatos y hasta interviniendo las imágenes, algo poco típico en este tipo de documentales que muchas veces recurren a formatos más clásicos y lineales. El lado menos glamoroso y mediático del turismo es lo que Zorrilla se propone develar en Monger, un descarnado retrato sobre la misoginia en su más pura y repulsiva representación.
We are young, we run free Por primera vez Fausto Brizzi, director de Notte prima degli esami (2006) y Maschi contro femmine (2010), se da a la sátira costumbrista y explora el universo de los “finti giovani”, esa gente al borde de los 50 que se niega a envejecer. En Por siempre jóvenes (Forever Young, 2016) está Diego, un glorioso DJ radiofónico de mediana edad que cada mañana se levanta cantando “We are young, we run free” (de Supergrass) pero que, en realidad, tiene problemas de cervicales y debe enfrentarse a la amenaza de un rival mucho más joven y aguerrido en la radio. Está Giorgio, de 50 años de edad, con una novia que podría ser su hija, que se las ve y se las desea para aguantar hasta las cuatro de la mañana en las discotecas y que, paradójicamente, se encapricha de una coetánea suya más tranquila y manejable físicamente, apasionada de los vinilos. Luego están las “cougar” Sonia y Angela; a la primera le privan los “toy boy”, mientras que la segunda, a pesar de sus fuertes dudas, está de pareja con un veinteañero. Por último, Franco es un sexagenario adrenalínico y deportista que no quiere renunciar bajo ningún caso a sus maratones para hacer de abuelo. Brizzi opta por no hacer mención alguna a la cirugía estética en su película y lo apuesta todo a la representación de un estilo de vida. Recorrida por bromas centrales, duetos ocurrente (en especial, el que enfrenta a Lillo y Nino Frassica, que encarna a un sacerdote que dirige la fantasmagórica Radio Amen) y un buen ritmo, Por siempre jóvenes no renuncia a posteriori al efecto de la nostalgia, apuntando al corazón de quien fue joven en los 80 y se emociona escuchando de nuevo a Bonnie Tyler y su "Total Eclipse of the Heart" o a los Alphaville de "Forever Young", que da título al film.
Tomando riesgos Teddy Williams debuta en el largometraje con una ópera prima provocadora y audaz donde mantiene la línea narrativa y estética que venía mostrando en sus cortos (Pude ver un puma, El ruido de las estrellas me aturde y Que je tombe tout le temps?) pero apostando a más. El auge del humano (2016) se divide en tres episodios filmados en tres países diferentes y conectados entre sí por elementos tecnológicos. En el primero vemos a Exe, un joven veinteañero que luego de ser despedido de su trabajo deambula con sus amigos por espacios que ni el mismo reconoce. Una Buenos Aires inundada, el depósito de un supermercado, los juegos de una plaza y una fosa que conduce a una habitación donde se ofrecen mostrarse desnudos y practicando sexo oral a internautas a cambio de dinero. Un video de Youtube de unos pibes en Mozambique haciendo lo mismo, y sobre el que Exe posa su mirada, será el nexo para conectar con el segundo tramo donde Alf, que vive una situación laboral igual, seguirá a Archie por una selva hasta que su mirada se posa sobre un hormiguero y una hormiga en particular que terminará en Filipinas con la historia de Canh y de nuevo la precaria situación laboral que enfrenta. El cine de Teddy Williams es tan personal como perturbador. Su abordaje puede causar tanta fascinación como rechazo, aunque nunca indiferencia. Es radical pero no críptico y aborda situaciones realistas que a la vez son surrealistas. Filmado con cámara en mano, con luz natural y en su mayoría con planos secuencia, El auge del humano es una experiencia cinematográfica donde no hay que buscar una explicación a ninguna lógica temporal y espacial. Williams construye una historia a través de retazos y viñetas con tópicos como la precariedad laboral en la juventud, la dependencia por lo tecnológico y la ambigüedad sexual. Su búsqueda es tan personal que no hay nada que se le parezca, exceptuando su propio cine. Luego de un primer capítulo de una potencia impresionante y donde uno como espectador abierto a nuevas formas no para de sorprenderse, la película pierde fuerza cuando se empieza a revrelar el dispositivo y la sorpresa es reemplazada por la previsibilidad. Aunque siempre habrá alguna escena memorable como la cámara entrando al hormiguero o la poesía visual de los chicos en el río de Filipinas. El auge del humano es una propuesta artística que no pretende contar una historia lineal, que no busca ninguna lógica, ni que se entienda, sino todo lo contario. Hay que planteárselo como lo que es y a partir de ahí dejarse llevar.
Viejitos piolas Parafraseando al desgraciado ”club de los 27”, el siempre interesante Sergio "Cucho" Costantino presenta El club de los 50 (2017), una suerte de retrato coral sobre un grupo de consagrados músicos nacionales, que sin ser mediáticos, forman una suerte de dream team dentro del rock vernáculo local. Las historias de vida de Willy Crook, Claudia Puyó, Gustavo “El Vasco” Bazterrica, Ica Novo, Tito Losavio y Cuino Scornik, hombres y mujeres ligados a las grandes ligas del rock argentino, integrantes de las más célebres bandas o acompañantes de otros grandes artistas, conforman este collage rockumental que funciona como el lado b de una generación musical plagada de nombres como los de Luis Alberto Spinetta, Charly García o Andrés Calamaro, por citar solo algunos. Ellos no son las caras más populares del rock pero sin ellos, los que sí lo son, tal vez no habrían llegado a ser lo que son. Sergio "Cucho" Costantino, con un estilo personal y definido ligado a búsquedas que combinan el cine con la música, construye un documental de estructura coral con historias separadas que confluyen en un punto en común, tanto para los artistas como para el propio director. Cada uno de estos pequeños retratos servirá para abordar temas que también hacen a la música como las descargas ilegales, las presiones de las compañías, el paso del tiempo, la permanencia y el reinventarse, la música como medio de supervivencia y un sinfín de tópicos más que cada uno de los elegidos expondrá con una honestidad brutal. En El club de los 50 Costantino recurre al recurso de la entrevista pero, y ahí es donde se vuelve más atractivo, las intercala con zapadas exclusivas y otras utilizadas en conciertos poco difundidos, todo virado al blanco y negro (hay mucho de la estética del comic) y superponiendo imágenes reales con animadas. Estos elementos le imprimen una estética rocker, moderna pero a la vez retro ausente en este tipo de films. Los rockumentales muchas veces resultan interesantes por sus historias pero desde lo visual hay una clara ausencia de rock. A lo largo de su carrera Costantino supo demostrar con películas como Buen día día (2010), Imágenes paganas (2013) o la más folclórica Familia Cantora (2015) que puede combinar forma y contenido con buenos resultados. El club de los 50 es un muy buen ejemplo más.
Una tarde cualquiera El rumano Cristi Puiu ha decidido sumergirse en lo más hondo de este microcosmos de dilatadas resonancias con Sieranevada (2016) , un verdadero tour de force, relatando una reunión familiar que se desarrolla a puerta cerrada a lo largo de una tarde Receptáculo clásico de lo cotidiano, las complicidades, los malentendidos, los secretos, los recuerdos y tantas otras cosas luces y sombras, la familia es un espacio a la vez banal y profundo del que la gran pantalla se ha servido con frecuencia para elaborar su néctar —o su veneno—, y que continúa siendo a pesar de ello un territorio de fecundidad inagotable, rico en temas humanos que alcanzan, en este más que en otros campos, un altísimo grado de intimidad e identificación. Desplegando su arte de la panorámica y del entrecruzamiento de una quincena de personajes por el espacio bastante reducido de un departamento de cinco ambientes donde se desarrolla una ceremonia conmemorativa, 40 días tras el fallecimiento del patriarca de la familia, el director firma —en su estilo característico, que exige una cierta dosis de paciencia— una obra profusa, un estudio de grupo de un realismo excepcional y abierto a múltiples vías de reflexión, más o menos encriptadas —los lazos fraternales, las relaciones entre hombres y mujeres, la religión y el comunismo, la comunicación, por mencionar unas cuantas—. Y cuando, como sucede a menudo, es la muerte (en este caso, la tradición ortodoxa de honrar al difunto) la que reúne a los miembros de una familia, el ambiente es, a un mismo tiempo, lacrimógeno, risueño, febril y eléctrico. En su auto, de camino a casa de su madre, Lary (Mimi Branescu), un médico cuadragenario, es regañado por su mujer, que está más preocupada por las compras que habrá que hacer y por las cercanas vacaciones que por el ritual post-funerario al que van a asistir. Cuando llega a su destino, la pareja se une al grupo, que tiene por delante una comida opulenta; pero antes de comer, todos deben esperar a recibir la bendición del sacerdote, que todavía no ha llegado. La madre, el hermano y la hermana, el cuñado, la tía, el tío, el sobrino, la sobrina y la prima, sin olvidar a tres amigos del difunto, una croata afligida en un rincón y un bebé al que intentan no despertar: todo este pequeño universo pasa de habitación en habitación, se divide, conversa, fuma, bebe y discute a medida que se suceden los acontecimientos. Un torbellino tratado por Puiu como un rompecabezas sin solución, con diálogos que se superponen y fragmentos de conversaciones que se adivinan vagamente a través de puertas que se abren y cierran sin cesar. Desde las discusiones sobre la actualidad —en las que las teorías de la conspiración se enfrentan al discurso oficial— a los debates sobre las bondades o estragos del antiguo régimen comunista, pasando por la ostentación pública de crisis conyugales e infidelidades, Sieranevada indaga con rigor extremado su materia: el carácter ilusorio del saber y las innumerables facetas de la realidad. El cineasta examina esta vorágine —de vitalidad innegable, no exenta de humor y excesos— en calidad de observador neutral, como un científico interpretando los indicios, desentrañando los secretos de la mezcla que contiene la probeta, logrando identificar correctamente cada uno de los elementos. Unos geniales intérpretes y la maestría del trabajo visual y sonoro completan este fascinante retablo —cuyo ritmo, que trata de ajustarse lo mejor posible al tiempo real, pondrá sin duda a prueba a los amantes de la velocidad— que se revela como el tour de force de un cineasta que ha llegado a la madurez por su capacidad de penetración y su talento para la plasmación cinematográfica de los más ínfimos matices de la vida.
Una especie de gran familia Siguiendo los lineamientos del documental de observación la chilena Lorena Giachino Torréns retrata las contradicciones de Timoteo, quien por más de 40 años ha recorrido Chile con su circo de transformistas y hoy se debate entre el retiro o la continuidad, con todo lo que eso le acarrea no sólo a él sino a quienes forman parte de la familia artística. No todos los circos son como el Cirque Soleil, ni mucho menos. René “Timoteo” Valdés fundó su circo y durante más de cuatro décadas recorrió Chile de punta a punta. Aún en tiempos del dictador Pinochet. El gran circo pobre de Timoteo (2013) tiene la particularidad de estar integrado por transformistas gays que a lo largo de la vida crearon lazos formando una familia. Cada uno de sus integrantes solo tiene el circo. Pero Timoteo ve como se acerca el final, problemas de salud, problemas económicos y más problemas no hacen más que ponerlo frente a una encrucijada. ¿Es momento de decir adiós y pasarle la posta a otro? ¿Dejar que el circo muera? ¿Seguir pese a la decadencia? Preguntas que Timoteo se hace y que a lo largo de la película intentará responderse o al menos encontrar alguna solución. Lorena Giachino Torréns observa y lo hace desde la honestidad. Sin tomar partido y evitando poner en ridículo a los personajes que retrata. Algo muy frecuente en cierto tipo de documentales actuales y que por el tipo de personajes bien podría haber caído en la tentación. La cámara se centra en cada uno de los integrantes de esa especie de familia para mostrarlos en una intimidad alejada del maquillaje y los brillos. De ese falso glamour campechano que ponen en escena. Podría haber optado por explotar la decadencia, lo bizarro, pero no. Eligió contar la historia desde la melancolía y principalmente con respeto. La elección de hacer foco nada más que en el momento actual hace que la historia gane, porque sin duda querer abarcar sus orígenes, como sortearon el paso por la dictadura o lograron aceptación dentro de una sociedad conservadora como la chilena hubieran sido temas para otra película.
Entre lomos y riñones Si de algo se le acusa muchas veces al género documental es de ser demasiado esquemático y solemne, otras veces aburrido y de generalmente no apostar al humor. Bueno, Carne propia (2016) es todo lo contrario a eso. Un viejo toro Aberdeen Angus es llevado a un matadero para ser sacrificado. En el derrotero a su anunciada muerte, el animal de la raza productora de carne más reconocida en el mundo entero, irá recordando (con la voz de Arnaldo André) la historia de uno de los alimentos que más identifican la cultura gastronómica nacional, de cómo esta influye sobre nuestras vidas, y por supuesto el rol corporativo que se esconde detrás con la Sociedad Rural a la cabeza. Romero se corre del documental clásico y logra una vuelta de tuerca en el relato al otorgarle el punto de vista a la propia carne. La trama está construida a partir de los recuerdos que tiene el viejo animal del tránsito por esta vida. Desde sus años gloriosos como campeón en la Rural, su pasaje por alguna que otra estancia y de cómo los movimientos políticos y económicos fueron repercutiendo sobre su vida (o la de la carne). Pero ese viaje, que lo lleva a su muerte, también servirá para que a medida que atraviesa algunos lugares se reconstruya la historia del Pueblo Liebig, la del 17 de octubre en el barrio de Berisso, o la de un Frigorífico recuperado por sus trabajadores y convertido en una Cooperativa. Para armar la historia, Romero trabaja con imágenes de archivo y testimonios de personas involucradas en las historias del relato que el viejo toro va recordando. Mezcla de road movie con comedia negra, Carne propia apela a una acidez carente muchas veces en un género demasiado formal, que no se permite jugar (y mucho menos con la acidez y el humor negro). Incorrecto políticamente y crítico en todo sentido, Carne propia pone toda la carne en el asador y el resultado es para chuparse los dedos.