Trenes, aviones y revólveres El puente que une ese breve -pero tan movilizador- lazo, que es abandonar el mundo infantil para adentrarse en un mundo adulto, es el foco central de la ópera prima de Julián Giulianelli. La película está trazada desde el más crudo de los minimalismos pero con una fuerza narrativa garrafal que movilizará hasta el menos inmutable de los espectadores. Matías, Pedro y Tomás son amigos de la escuela, ellos ven pasar sus abúlicos días entre sus familias disfuncionales, juegos infantiles y travesuras colegiales. Pero por un hecho casual y ante la aparición de un arma del padre de Pedro, es que Tomás morirá y la vida de Matías y Pedro se unirá con la de Analía, provocando la ruptura de ese instante en que uno deja de ser niño para ingresar a la adultez. A simple vista Puentes tiene claras influencias del cine pasivo y desolado de Gus Van Sant (Paranoid Park, 2008) y de la mirada violenta que ejerce sobre la adolescencia Larry Clark (Bully, 2001) pero conjugada de una manera netamente personal que, a su vez, es alejada para tornarse en un único y personal estilo. El eje del relato está claramente estructurado en dos partes. La primera muestra a estos tres amigos aniñados en un mundo de padres indiferentes, maestros incomprensivos y cierta impasibilidad social. La segunda parte comienza a partir de la muerte de Tomás –que en una muy buena decisión se va a producir fuera del campo visual del espectador- y se muestra a este terceto de jóvenes en un viaje iniciático a través de la noche y lo -para ellos- desconocido de la ciudad. Se los ve desamparados, perdidos, indefensos pero ante situaciones límites podrán desenvolverse a la perfección dentro de ese mundo inexplorado. Estos niños adultos que siempre formarán un trío -deberá morir uno para que la hermana de éste ocupe el lugar vacante- ejercen el poder de querer cumplir sus deseos viendo que la muerte ya no es tan ajena y distante. Ésta ya ha entrado a sus vidas e inconscientemente sienten que ya nada es para siempre. Viajar en el tren que de niños veían desde arriba del puente, comer pizza en la calle mientras arman avioncitos de papel, escapar de los ladrones o dudar cuando les ofrecen tener sexo con una prostituta, dejan bien en claro ese momento contradictorio por el que están atravesando, el de no saber si todavía se es chico o ya rompieron esa barrera y pertenecen al mundo de los adultos. La cámara de Giulianelli actúa simplemente como un ojo humano que sigue el comportamiento casi improvisado de éstos jóvenes ante la ausencia de un mayor que los oriente. Es por eso que en la historia solo habrá un punto de vista y es el de los chicos. En ningún momento habrá una mirada ni acusadora ni contraria que emita opinión. El film deja bien en claro que la historia está contada a través de los ojos de sus protagonistas y nada más que de ellos. Para darle un tono realista y mostrar la crudeza de las imágenes se utilizó una fotografía de colores saturados, muchas veces virados al sepia, acompañados de la música compuesta por el cantante chileno Gepe. Ésta sólo es utilizada en los momentos adecuados, vale decir que ante un acierto estilístico no se usa para intensificar el dramatismo de la historia, sino sólo para darle un respiro a éste. Una decisión más que correcta que hace que la trama cobre más fuerza por sí sola, sin necesitar edulcorantes que endulcen lo amargo y trágico de manera innecesaria. Es cierto que muchos espectadores rehúyen de un estilo de cine contemplativo con cierto enfoque centrado en lo descriptivo por sobre lo narrativo. Pero ¿se puede decir que en Puentes no pasa nada cuando a los 12 años te pasa la vida por encima? Sin duda este es el caso perfecto de cómo en una película donde aparentemente nada sucede, va a pasar todo lo que a uno se le puede ocurrir, y más. El pasaje de la infancia a la adultez nunca estuvo mejor reflejado en el cine como en Puentes. Una película de visión obligatoria, para reflexionar en familia, en la escuela y porque no, con amigos. Sumamente recomendable.
Paren de sufrir!!! Si de melodramas hablamos, nada mejor que Cartas para Jenny (2007) para representar a un género que en Argentina el tiempo ha olvidado. La quinta película de Diego Muziak (Fotos del alma, 1995) transita por un camino resbaladizo -en donde se patina más de lo que se camina-, no logrando llegar airoso, desde ningún punto de vista, hacia el final de la recta trazada. Jenny (Gimena Accardi) es una chica judía a la que le pasa todas las desgracias que a uno en la vida le pueden pasar. De niña muere su madre, de adolescente queda embarazada, con todo listo para casarse –vestido, fiesta e invitaciones enviadas- su novio la abandona víctima de un ataque de pánico pre matrimonial. Jenny sola y desamparada decide emprender un viaje a Israel guiada por unas cartas que su madre le escribió antes de morir. Es así como en éste viaje iniciático Jenny volverá a encontrar una luz para su joven, tortuosa y corta vida. Filmada en escenarios naturales de Argentina e Israel, el film hace foco en las desgracias que a uno le tocan en suerte en la vida y como se puede encontrar el camino hacia la paz interior transitando por las rutas del alma, aunque siempre en compañía de la espiritualidad religiosa. Es así como el personaje de Jenny es guiado por un rabino en su estadía israelí, que la llevará por el camino interno que ella necesita para encontrarse con su propio yo. En el otro extremo de la historia está su amigo de la infancia Eitan (Fabio Di Tomaso) quien emigró de Argentina para alistarse en el ejército israelí. A través de los ojos de Eitan, Jenny verá lo peor de la condición humana. Es desde este elemento que el film marca un contrapunto sobre lo bueno y lo malo. Jenny sufre pero hay cosas mucho peores en la vida como la guerra, la muerte y el fundamentalismo religioso que colocan el dolor de Jenny en algo menor, ayudándola a escaparse de ese sufrimiento para adentrarse en algo mucho más espiritual y redentorio. La utilización de una banda sonora capaz de acentuar el drama e intensificando el golpe bajo, es lo que derrama por la borda la idea central de la historia. Especulando constantemente con la irritación y manipulando al espectador para que se vuelque hacia ese costado. Cartas para Jenny falla en la forma en que lleva adelante el conflicto. Un tono meloso, sensiblero y redundante no hace más que jugarle en contra a una propuesta interesante. Otro de los elementos desafortunados en el film es el tono de las actuaciones. Éstas tienden demasiado a lo estereotipado, por momentos suena más a televisión que a cine. Diálogos sobrecargados, personajes verborrágicos ante lo innecesario de sus palabras, y cierta tendencia a la sobreactuación terminan por desbarrancar el resultado del producto final. Cartas para Jenny pretende demasiado, más de lo que está en condiciones de brindar. Es lamentable como una idea se desperdicia ante la falta de ingenio para poder plasmarla en pantalla. Un film menor provocado por una sucesión de errores desafortunados que convirtieron, lo que podría haber sido una buena película, en una mediocre telenovela vespertina.
Riña en el infierno Gallero (2008) es una película sumamente contemplativa que, con claras influencias del director mexicano Carlos Reygadas, construye un mundo enigmático en donde dos personajes entablan una relación amorosa casi de manera obsesiva y absurda. Mario (Gustavo Almada) cría gallos de riña y hace una que otra changa para subsistir. Mario cae a trabajar en casa de Julia (Silvia Zerbini), una mujer mucho mayor que él. Julia ha perdido toda su familia en un accidente y se encuentra en el mismo estado de soledad por la que atraviesa Mario. Ambos, a partir de ese encuentro casual, se descubrirán el uno al otro logrando romper con el tiempo que los separa, entregándose de manera desgarradora y abrupta el uno al otro. Sergio Mazza (El amarillo, 2006) nos propone, en ésta su segunda película, una historia despojada de artificios y diálogos, donde toda la fuerza narrativa se encuentra en las imágenes. Para lograrlo se acompaña del director de fotografía Mauricio Riccio, quien a través de la utilización de una imagen estilizada y contrastante con la realidad, logra atemporalizar el relato sacándolo de su cauce natural, para mostrarlo fuera de tiempo y espacio. Otro de los recursos utilizados por el director para lograr un casi perfecto estilo visual, es el de centralizar la imagen. Cada encuadre –generalmente utiliza planos generales- se asemeja a una fotografía donde puede apreciarse cada uno de los estados de los implicados, a pesar de su tosquedad y su aparente inexpresividad es en estos momentos, en los que con una simple toma general se logra transmitir lo que sienten a través de la cámara, que actúa como un tercer personaje voyeur. En Batalla en el Cielo (2005) y Japón (2002), Carlos Reygadas mostraba casi de manera sistemática como a pesar de carecer de belleza dos personas podían hacer el amor y mostrarlo cinematográficamente como si se tratara de poesía en su estado más bruto, gracias a un uso refinado de la imagen y la marcación de un director que sabía lo que quería. Sergio Mazza se nutre de estos mismos elementos y convierte lo que podría ser chabacano y de mal gusto en imágenes desgarradoras y melodramáticas. En Gallero las palabras sobran, basta sólo contemplar las imágenes para descubrir como dos personajes olvidados y fuera de todo sistema pueden encontrarse el uno al otro y vivir, a su manera, una historia de amor. Un film plasmado de una belleza tan absoluta como enigmática.
Glorias Porteñas Germán Kral se encontraba realizando un documental sobre el Bar “El Chino” y su dueño Jorge “El Chino” Garcés, cuando este fallece en el año 2001. ¿Qué hacer con todo el material filmado? Cambiar el giro de la historia, pero ser fiel a su esencia, lo que iba a ser un documental sobre "Bar El Chino” se convirtió en la historia de aquellos míticos personajes, ignotos desconocidos para el público en general, que todos los fines de semana se daban cita en lo de “El Chino” para ofrecer sus tangos a la nutrida concurrencia de un clásico porteño. En el “Bar El Chino” una serie de cantantes se daban cita los fines de semana ofreciendo un vasto reportorio tanguero, cuando "El Chino" Garcés se va de esta vida quedan sin dónde poder cantar. Germán Kral va documentalizando a cada uno de estos personajes a través de un guión ficcional, haciéndolos transitar por un nuevo, pero a su vez viejo y conocido camino: el de la música. El último aplauso es una mezcla extraña de documental -ficción en dónde los actores se interpretan así mismos pero llevados por un guión que va a modificar la realidad, aunque sea momentánea. Asemejándose en su estructura a El tango de mi vida (Hernán Belón, 2009) por el modo de llevar adelante el relato sin llegar a ser puramente una ficción, el film crece a medida que los personajes logran romper las barreras y dejarse llevar por la historia, alejándose de sus realidades para personificarse a ellos mismos. Con un impecable trabajo de edición Germán Kral logra utilizar el material filmado con anterioridad a la idea que dará forma al film. Es así como nos introduce en el célebre “Bar El Chino” y sus protagonistas secundarios, quienes pasaran a tener sus protagónicos cuando tras la muerte de “El Chino” el film tome otro rumbo. La utilización del sonido juega, también un rol preponderante en el desarrollo de la historia, ya que son los propios protagonistas quienes pondrán la voz a cada una de las canciones que se interpretan en el transcurso de la trama. Un interesante cuidado técnico logra brindar una de las más logradas bandas sonoras de los últimos tiempos. Más allá de ser un film sobre el tango, hay un especial cuidado de no transformarlo en algo fort export, y eso más que un acierto es un hallazgo, sobre todo en épocas que todo se hace mirando con un ojo el afuera más que el adentro. Logrando momentos que van de la risa al llanto, pero sin caer en el golpe bajo, sino más bien en la emoción y el sentimiento, El último aplauso es una mezcla heterogénea de ficción y realidad, que supo transitar el camino correcto para llegar a un público que, tanguero o no, la aplaudirá mientras se les pianta un lagrimón.
Malevos esotéricos Mezclando elementos de diferentes géneros cinematográficos Fantasma de Buenos Aires (2009), ópera prima de Guillermo Grillo, se convierte en un film netamente narrativo. Corriéndose del minimalismo del Nuevo Cine Argentino, presenta una historia que vira entre la fantasía, la comedia, el policial y el suspenso. Una noche, un grupo de amigos aburridos, deciden participar del juego de la copa. Entre el escepticismo y el temor, la copa se romperá y el espíritu convocado se quedará en la tierra. A partir de ese instante, nacerá una extraña relación entre uno de los jóvenes y el fantasma de un malevo asesinado en los años 20, quien le pedirá su cuerpo prestado, por un par de días, para saldar una deuda pendiente. El conflicto se desencadenará cuando éste deba toparse con una Buenos Aires moderna, totalmente alejada de aquella que él conoció. Con una puesta en escena que por momentos se asemeja a lo teatral, el film de Guillermo Grillo, crece a partir del cruce de géneros. Así como The Host (Gwoemul, 2006) transitaba, casi sin proponérselo, por el drama, la ciencia ficción y el terror, Fantasma de Buenos Aires nos va a introducir en una película que constantemente cambiará el rumbo, pero sin dejar de lado la esencia de la historia narrada. Los cruces temporales entre una Buenos Aires cosmopolita actual con la de principios de siglo, denotan cierta nostalgia. La misma está marcada por el uso de una fotografía en blanco y negro versus el uso del color, sumada a los cambios arquitectónicos sufridos en la ciudad a los que hace referencia el film. La contraposición de planos cerrados para marcar el pasado con planos abiertos para mostrar un presente en donde el olvido sepultó las raíces de una ciudad, son el marco correcto para la propuesta nostálgica que el film presenta. Iván Espeche como el fantasma del malevo Canaveri y Estanislao Silveyra como Tomás -el joven que le presta su cuerpo- cumplen a rajatablas y de manera correcta con los roles asignados; tanto en la forma de hablar, como en las posturas corporales y la manera de llevar adelante cada uno de sus personajes. Aunque el que provoca destellos de comicidad es el joven actor -proveniente del teatro off porteño- Juan West, al que su personificación de Claudio, un amigo de Tomás, la cae a la perfección, brindando el contrapunto necesario que la historia necesita para alejarnos de lo fantástico y adentrarnos en la comedia. El rol de la mujer -que está casi ausente en los protagónicos- cumple un papel trascendental en el desarrollo de cada uno de los conflictos planteados, ya que será a partir de ésta que se abrirán las historias. Si bien la misma pareciera ser netamente machista, terminarán siendo las mujeres quienes modifiquen cada una de las acciones de los personajes masculinos para ganar la partida o conseguir lo que ellas desean. Fantasma de Buenos Aires es una película más que interesante, ya sea por su construcción cinematográfica como por la forma en que decide contar una historia que, alejada del Nuevo Cine Argentino, a pesar de por momentos caer en la teatralización, viene a renovar las formas narrativas de un cine clasicista. La película que hacía falta para terminar un gran año del cine argentino.
Amar(te) duele Bocanadas de aire fresco en la renovación el cine indie norteamericano es lo que nos trae (500) días con ella (2009). La ópera prima de Marc Webb (reconocido director de videoclips) aporta al unísono inteligencia, brillantez, soltura y encanto en lo que comunmente en cine se denomina un género menor: la comedia romántica. La historia, que nada tiene de imnovadora, es simple: chico conoce a chica, él se enamora perdidamente y ella no hace otra cosa que hacerlo sufrir. Una historia de amor que sólo duró 500 días. A pesar de sonar cursi y ya visto, el film presenta una historia que va más allá de lo redundante y trivial exhibiendo algunos elementos esquematizados como la idealización del amor, el destino predeterminado y la depresión post ruptura sentimental, pero logrando que la representación de los mismos se vuelvan brillantes en su desarrollo, evitando el lugar común y el facilismo en la resolución del conflicto. Marc Webb domina con inteligencia una puesta en escena clásica sin renunciar a una estética independiente. Esto se ve ejemplificado -no sólo- en la utilización de una banda sonora con temas del grupo The Smiths, sino también en las claras referencias cinéfilas, la delicada elección del vestuario conjugado con una propuesta visual pop. El uso de la pantalla dividida para separar la realidad y las expectativas junto al número musical espontáneo luego de una relación sexual son dos de los puntos más altos de (500) días con ella, logrando el equilibrio justo entre kitsch y arte. Ráfagas de comicidad provocados por una mirada melancólica y contemplativa que causan pena y felicidad al mismo tiempo. El relato gana en inteligencia al perder la linealidad de la historia, ésta se va construyendo en diferentes temporalidades dentro de los 500 días a los que hace referencia el título. Así tenemos flashbacks dentro de flashbacks combinados con flash forwards. Esta metodología no sólo dinamiza la historia, sino que -además- juega con el espectador haciéndolo participe de la trama al tener que hilvanar los hechos en su mente para armar el rompecabezas. La química que ejercen entre sí (y con el público) los dos protagonistas es lo que termina por conjugar la historia en un film perfecto. Tanto Joseph Gordon-Levitt, como Zooey Deschanel no hacen más que generar destellos de brillantez en cada uno de sus parlamentos, sus gestos y sus silencios. Es increíble como una historia de nerds aspirantes a yuppies convertidos en terroristas emocionales, puede llegar a dar un giro sobre su propio eje y revalidar una serie de elementos cinematográficos que convierten a (500) días con ella en la gran comedia del año. Excelente por donde se la mire.
Golpe a los sentidos La invención de la carne (2009) es el cuarto film de Santiago Loza. El mismo propone un acercamiento muy particular a su ópera prima Extraño (2003), pero que a la vez se contradice en cuanto a la forma en que ésta es llevada a escena. Mientras Extraño creaba un ambiente claustrofóbico y estático La invención de la carne se vuelve abierta y vertiginosa. Una mujer que entrega su cuerpo a prácticas médicas y un joven estudiante emprenderán un viaje en medio de una tortuosa relación personal. Santiago Loza nos propone uno de los relatos más radicales que se hayan visto en algunas de las competencias del Festival Internacional de Mar del Plata. Con una puesta en escena meticulosa, presenta un conflicto que el espectador podrá armar de la manera que se le ocurra. En esta película no conocemos ningún dato de los protagonistas ni del pasado, ni del futuro. Sólo el presente, lo que sucede en el ahora. Para apreciarla se necesita de un espectador activo que construya el relato de la manera en que a él le parezca correcto. Con tópicos característicos de su filmografía como la soledad, la carencia afectiva o la llegada de un hijo, pero con una puesta totalmente vertiginosa, producto de la cámara en movimiento de Iván Fund (La risa, 2009), el film se transforma en una road movie “lynchiana” plagada de silencios, pero a su vez de acciones. El tratamiento sonoro es, sin duda, uno de los puntos más fuertes en La invención de la carne. Éste cobra un protagonismo absoluto, no sólo en la utilización de la banda musical compuesta por Christian Basso, sino -también- en el uso del sonido ambiente mezclado de tal forma que acompaña rítmicamente cada uno de los silencios, como si se tratara de una música incidental. Otro de los puntos altos del film es el de las actuaciones; tanto Umbra Colombo como Diego Benedetto nos traen a dos personajes atormentados, sufridos, carentes de amor de una manera increíblemente poética pero a su vez lúgubre. Los planos contrapuestos de la primera escena que terminan en los ojos de cada uno de ellos, servirán para marcar desde ese momento la tormenta interior que atraviesa cada uno por separado que provocando una comunión. Personajes tortuosos pero que no buscan la redención, sólo buscan escapar de su mundo interior, y ésto es lo que logra darle el sentido total que la historia busca. La invención de la carne viene a darle una bocanada de aire puro a un cine que parecía agotado de nuevas formas narrativas. Una película tan controversial como poética.
La dama y el camionero El belga Christophe van Rompaey debuta en el cine con la sólida Volver a Amar (Moscow, Belgium, 2008). Una historia de amor, fuera de lo convencional, alejada de todo cliché y lugar común. La historia es simple. Matty, una mujer de 41 años, con hijos y en medio de una crisis de pareja, sufre un accidente automovilístico. Johnny, el camionero que choca su vehículo tiene 29 años. A partir de ese hecho fortuito comenzará un romance, que entre idas y vueltas provocará la ruptura de los esquemas preestablecidos en cada uno de los personajes del film. Volver a Amar es un film tan contradictorio como su título. Es, casi imposible encuadrarlo dentro de un género y éste es uno de sus mayores atractivos. Es una comedia romántica realista pero a su vez un drama familiar costumbrista. La familia de Matty es normal, no perfecta. Todos tienen problemas y es a partir de ahí que se vuelve creíble. Su esposo la abandonó por una alumna de 22 años, pero no sabe qué hacer de su vida, ni con quien quedarse. Matty decidió esperarlo. ¿Pero hasta cuándo?. Su hija le trae su “novia” a casa, pero a su vez interfiere en la relación de Matty-Johnny, solo porque no soporta perder a su padre. Y para colmo de males el ex esposo descubre que su nuevo contrincante estuvo en la cárcel por golpeador. En síntesis ¡una familia normal! La ópera prima de Rompaey evita a partir de la construcción de un relato desacartonado, caer en la burda comedia romántica, que a partir de escenas de amor junto a una canción melosa, crean un ámbito propicio para terminar en una noche de lujuria entre sábanas de satén de un hotel 5 estrellas. En este caso, el reemplazo vendrá de la mano de una cucheta en un camión, sin sábanas y lo más rápido posible. Mientras que el romanticismo estará simbolizado en un par de zapatos un número más chico. Uno de los mejores momentos del film, tanto por su carga dramática como cómica, es la escena de la comida familiar en que convivirán el ex, el nuevo, los hijos y la novia de la hija. Como si se tratara de un juego de cartas, comenzará una competencia para ver quién termina quedándose con el trofeo. En este caso: Matty. Tanto Bárbara Sarafian (Matty) como Jurgen Delnaet (Johnny) conforman un equipo químicamente creíble, logrando un tono sumamente realista, que evita caer en el golpe bajo durante las escenas dramáticas y en la banalidad de la comicidad. Volver a Amar cuenta con un encanto desenfrenado y un gran espíritu de nobleza convirtiéndola en un film sumamente recomendable.
Mundos diferentes Boy Olmi hace su debut en el cine con Sangre del Pacífico (2009), un film cuyo relato transita entre la realidad y la ensoñación de sus protagonistas. Un viejo cineasta a punto de morir (Delfi Galbiatti), su hija antropóloga (Ana Celentano) y una mucama peruana que viene a trabajar al país, conforman el trío de personajes que armarán una especie fábula urbana contemporánea, en la que un viejo tomará el rol de libertador del siglo XXI para liberar, de una esclavitud encubierta, a las empleadas domésticas. La historia nos irrumpe en un mundo de personajes actuales, que narrada en dos tiempos cinematográficos se adentra en un mundo real y otro de ensoñación, el mismo se nos muestra a través de las alucinaciones que va a tener el personaje que interpreta el uruguayo Delfi Galbiatti. Dichas alucinaciones son presentadas como si fueran una película dentro de su mente, algo que pudo o podrá ser. Para ello el director creo dos ambientes en paralelo, el real o presente y el onírico que se compara con la campaña libertadora de San Martín. El film, que a pesar de presentar algunas falencias técnicas, como la construcción de algunos encuadres, exterioriza algunos elementos interesantes. Tal vez, el más notorio sea la brillante interpretación de Emilia Paino, su personaje, el de una mucama peruana, es de una credibilidad convincente, sin duda una de las revelaciones del año. El elenco se completa por China Zorrilla, Ezequiel Díaz, Delfi Galbiatti y la siempre brillante Ana Celentano. Todo producto de una acertada marcación actoral. Sangre del Pacífico propone mundos diferentes, en donde cada personaje tiene el suyo, y en muchos casos contradictorios, los hay ricos, los hay pobres y hay quienes estarán entre ambos. Pero dentro de cada uno de esos mundos, habrá quienes buscarán redimirse de un pasado para mejorar el presente de otros, aunque algunos ni siquiera lleguen a asimilarlo. Y eso habla muy bien de cómo esos individuos van creciendo a medida que el film transcurre, y cómo no sólo modificarán la vida de los otros sino también las suyas. Otro elemento a destacar es el de la reconstrucción de época y el uso de la luz para marcar los diferentes tiempos. Sin ser una superproducción, pero sí muy cuidada en los detalles, tanto el vestuario como la fotografía provocan el quiebre entre pasado y presente. El debut de Boy Olmi detrás de las cámaras le augura un promisorio futuro, a pesar de los aciertos y desaciertos Sangre del Pacífico es un film cálidamente humano, que rescata valores perdidos en un mundo depredador. Y eso, en este caso, es lo que lo vuelve un film comprometido con la realidad social.
De ninguna parte La esperada segunda película de Fernando Díaz (Plaza de almas, 1997) causa más desazón que certezas. Con un formato añejado, una historia cercana al burlesco y una serie de sobreactuaciones desmesuradas, no hace más que exponerse al ridículo ante lo pretensioso de sus intenciones. María vuelve a un pequeño pueblo luego de la muerte de su abuelo, sus últimos años los ha pasado en Europa y al morir el viejo regresa para hacerse cargo de la pequeña chacra que este le ha dejado. En el medio un sinfín de situaciones que rondan lo inverosímil, transforman la historia en una síntesis de errores y desaciertos. Fernando Díaz nos presenta una película pretenciosa cargada de clichés y torpezas técnicas. Planos generales casi recurrentes, fundidos a paisajes para unir escenas sin lógica y cohesión alguna, problemas en la continuidad, cierta pretensiosidad estilística a la hora de encuadrar (hay un plano idéntico pero de distinto ángulo de un cartel similar al que aparecía en Rey Muerto (1995), el corto de Lucrecia Martel que integró la serie de Historias Breves), una marcación actoral donde todo tiende a la sobreactuación, además de un centenar de fallas técnicas que no hacen más que confirmar el rumbo equivocado que se tomó al construir la película. Arnaldo André que interpreta a una especie de terrateniente, nos muestra su peor faceta como actor, un personaje estereotipado, que intenta ser serio pero que termina causando risa. El personaje de María Laura Calí tiene peor suerte, su personaje es tan ridículo e insostenible que se convierte en una de las peores actuaciones que ha dado el cine argentino de los últimos años. La extranjera tiene todo lo que una película no debe tener: mala cinematografía, malas actuaciones y un pésimo guión que, para colmo de males, trae final con mensaje. Imagínese que Enrique Carreras filme una historia de Lisandro Alonso, dando como resultado un bochornoso desastre del tan degradado cine argentino.