La otra Colombia Manteniendo la línea minimalista y de un cine contemplativo, en donde las imágenes priman por sobre las palabras, Los viajes del viento (2009) toma elementos del Nuevo Cine Argentino para mostrar una Colombia distinta a la que estamos acostumbrados a ver casi con naturalidad. Ambientada en el norte colombiano cuando transcurría el año 68, el film centra su relato en Ignacio Carrillo, un juglar que decide emprender un último viaje para devolverle un acordeón a su maestro. En ese viaje final se encontrará con típicos personajes que servirán para mostrar la diversidad cultural del país. La segunda película de Ciro Guerra (La sombra del caminante, 2004) transita diferentes géneros y estilos, mezclando ficción con documental. Así como Aquele querido mes de agosto (Miguel Gomes, 2008) –ganadora del último BAFICI- rompía con los límites entre la ficción y la realidad, Los viajes del viento va más allá, transitando un sendero cinematográfico disímil a lo visto hasta aquí. Géneros superpuestos entre sí van armando una historia de personajes olvidados en un tiempo muerto con un marco musical de fondo, en el que la mitología y la idiosincrasia propia de un país se apoderan de las imágenes para sumergirnos en un mundo onírico y real al unísono. Con un cuidado plástico y fotográfico contrastado por la saturación del color, ésta road movie contemporánea nos hace transitar, a partir de la morosidad de su estructura narrativa, por un cine con muchos puntos en común con el NCA. Excesos de tiempos muertos, un minucioso tratamiento estético en la construcción de cada plano, especial atención en la utilización del sonido natural y una historia sencilla, de esas que por momentos pareciera que nada sucede cuando la realidad demuestra todo lo contario, caracterizan esta producción precandidateada al Oscar por Colombia y que participó en Cannes y Mar del Plata, y que la acercan a un cine que para los argentinos puede resultar familiar y hasta localista – el film está coproducido por la productora argentina Cine Ojo-. Los viajes del viento recupera la magia que en el cine parecía perdida, magia capaz de retratar el mundo verdadero desde una ficción apócrifa. Acostumbrados a una Colombia violenta, Ciro Guerra nos muestra un país más allá del que los medios nos muestran
El hombre que camina y no sabemos porqué Si hay algo que caracteriza la impronta cinematográfica del director Santiago Loza (La invención de la carne, 2008) es la de mantener una coherencia en cuanto a la forma de contar y de mostrar una historia. Uno sabe de entrada que se va a encontrar con un estilo personal y para nada convencional y en Ártico (2008) esa línea es fiel a la poética de su director. Contar la síntesis argumental de Ártico sería un pecado difícil de perdonar, ya que en la propia historia se encuentra la esencia de la película. Es a raíz de la misma por la que el espectador podrá dejarse llevar y participar de un thriller en el que prima el suspenso provocado por la falta de información de los hechos que acontecen. Personajes y espectador cuentan con la misma data y los puntos de vista no existen. Un hombre camina mientras una cámara lo sigue por detrás. No sabemos a dónde se dirige, ni que es lo que busca, ni cuáles son sus intenciones. Minutos más tarde entrará en juego un teléfono celular que servirá como nexo comunicacional y que a través de este elemento y de las conversaciones que mantenga con su interlocutor se irá trazando la trama y sembrando las pistas necesarias para que el espectador vaya hilando los sucesos, que nada tienen de complejos. Es posible que Ártico tenga una serie de paralelismos con Castro (Alejo Moguillansky, 2009) en la idea central. Mientras que en Castro un hombre huía de no sabemos quien, en Ártico un hombre camina y no sabemos a donde. Pero dicha similitud se disuelve en lo conceptual. Si en Castro los personajes estaban en función de una puesta en escena grandilocuente, en Ártico es el minimalismo de la misma la que sirve como nexo funcional de los personajes. La utilización de una cámara en mano permanente que sigue de manera continua al personaje (gran trabajo de cámara y fotografía de Ivan Fund), planos cerrados, desencuadres constantes, movimientos bruscos y cierto (des)cuidado en la edición final sirven para generar la intriga necesaria que conducirá la historia, otorgándole, así, un tono realista a lo que se nos está mostrando, más allá de cierta artificialidad impuesta adrede. Santiago Loza demuestra una vez más que es un director capaz de adecuarse a cualquier género y estilo cinematográfico, pero siempre imprimiendo su sello personal. Con una estética minimalista, evitando los clichés del NCA (Nuevo Cine Argentino) y experimentando formas y estilos narrativos, nos trae un thriller diferente, personal y coherente con la obra del gran autor que es.
L'enfant terrible Mucho se ha hecho en el cine argentino tomando como eje el tema de los desaparecidos y la última dictadura militar, pero muy pocas veces se salió del lugar común para realizar una película de género, que de manera permanente va sorprendiendo al espectador ante los cambios a los que se somete la trama. Lo que comienza siendo un simple drama familiar se convertirá en un thriller político para luego devenir en un film con toques hitchcockianos. Andrés vive con su madre (Celina Font) y su hermano mayor en Santa Fe. Ella está separada de su marido (Fabio Aste) y la relación con su ex se torna cada vez más tirante. A raíz de un accidente ella muere de manera repentina y tanto Andrés como su hermano Armando tendrán que irse a vivir con su padre y la madre de él (Norma Aleandro). La relación entre padre e hijos es rígida, aunque de manera inconsciente la “guerra” de poder se desatará entre Andrés y su abuela Olga, una guerra que desembocará en la tragedia. Por otro lado, lindante a la casa familiar funciona un centro de detención clandestino, un “secreto” que todos conocen y prefieren callar. La ópera prima de Daniel Bustamante (Historias breves IV, 2004) nos presenta un cruce de géneros que lo vuelven netamente interesante desde la propuesta narrativa. Lo que comenzará como un simple dramón logra tomar fuerza y consistencia cuando el realizador decide cambiar, sin previo aviso y de manera reiterada de género. Es así como logra mantener la atención del espectador y sorprenderlo ante los cambios estilísticos. Si bien el film puede denotar previsibilidad por la linealidad con la que es tratada la historia, ésta se pierde para dar lugar a la sorpresa en el modo de actuar del personaje de Andrés. En Andrés no quiere dormir la siesta (2009) hay dos conflictos claros: La relación Andrés - Olga y la relación Andrés - Dictadura. Ambos conflictos se unificarán en un punto para provocar el trágico desenlace, si bien ambos están presentes de manera implícita más que explicita, a través de claras señales que se manifiestan en el film, serán los que justificarán la reacción final de Andrés. Cuando el protagonista ve lo que no tiene que ver o escucha lo que no tiene que oír, todos hacen como si no hubiera sucedido nada. Todos niegan la verdad. Todos prefieren callar. Un pequeño ejemplo de ésto es cuando Andrés ve por su ventana una redada militar y al otro día le hacen creer que sólo lo soñó. Conrado Valenzuela interpreta a un Andrés que de manera cíclica va cambiando su personaje hasta terminar mostrándonos a una especie de Satanás infantil capaz realizar las peores patrañas del mundo, pero con la inocencia de un niño. Andrés logra hacer justificable lo injustificable, haciendo que el espectador vuelque una postura a favor del victimario y no de la víctima, como debería ser lo correcto. Si bien Andrés no quiere dormir la siesta no es film perfecto –por momentos cae en lugares comunes y con personajes que de manera innecesaria tratan de explicar sus acciones- es un film valioso por la forma de resolver un conflicto que parecía agotado en el cine argentino y que gracias a una vuelta de tuerca, resuelta por el buen manejo en el tratamiento narrativo y de los géneros cinematográficos, nos trae una historia contada de manera diferente que sorprende desde todos los sentidos.
Magos, asesinos y un detective brillante La versión del cineasta Guy Ritchie del detective Sherlock Holmes, personaje creado por Arthur Conan Doyle e interpretado en el cine por Michael Caine, Charlton Heston, Christopher Plumer, y Christopher Lee, entre otros, tiene un poco de todo. Sherlock Holmes (2009), en la piel de Robert Downey Jr., es un viaje que empieza por el desconcierto inicial hasta llegar al disfrute final. El Sherlock Holmes de Guy Ritchie está inspirado en el cómic de Lionel Wigram, en este caso el detective Holmes debe enfrentarse a un nuevo enemigo, Lord Blackwood, y para ello cuenta con la ayuda de su fiel ayudante, el Dr. Watson (Jude Law), y de la bella Irene Alder (Rachel McAdams), la única mujer que ha sido capaz de derrotarle. Durante los primeros minutos Sherlock Holmes se vuelve desconcertante. Los primeros 45 minutos de la historia se vuelven tediosos y demasiado abrumadores para el espectador que no encuentra el rumbo que la trama quiere tomar. Abuso de planos y contraplanos le dan un ritmo impropio que en cierta forma se contradice con lo que muestra, una Londres victoriana de finales de siglo XIX lúgubre y obscura que se contrapone con el ritmo de las imágenes y la pasividad narrativa. Transcurrida la introducción al conflicto, que por cierto es bastante confusa, el film crece cuando se transforma en un thriller con toques sobrenaturales, algo que algún punto recuerda a Sexto sentido (The Sixth Sense, 1999) o a las películas de M. Night Shyamalan, ya que el desenlace del conflicto se desarrollará a través de un flashback rápido sobre todo lo que aconteció en la película y como a través de ciertos hechos puntuales el espectador, al igual que Holmes, podrá desarrollar el caso. Una Londres obscura, que recuerda por momentos a la ciudad gótica de los primeros Batman (Tim Burton, 1989) es el marco ideal para el desarrollo de una historia cargada de personajes inteligentes, algo dark, irónicos y hasta políticamente incorrectos; algo que Robert Downey Jr. y Jude Law manejan a la perfección, personificados desde las antípodas de sus personalidades pero que en cierto punto son semejantes. Con una magnifica reconstrucción de época, actuaciones increíbles y una historia que, a pesar de lo confusa y algo estirada atrapa a partir de una serie de recursos usados inteligentemente creando suspenso y acción, Sherlock Holmes aprueba esta nueva versión que, sin duda, hubiera estado para mucho más, sino hubiera sido por cierta pretenciosidad narrativa que no hizo más que opacar el resultado final.
El amor, ese loco berretín No cabe la menor duda que el esperado estreno de La Tigra, Chaco abre un más que alentador panorama dentro de la cartelera cinematográfica argentina. El film codirigido por Juan Sasiain y Federico Godfrid no hace más que confirmar que el recorrido internacional que tuvo el film durante el año que pasó no fue en vano. El tema del regreso a los orígenes, el amor y el desarraigo son puestos en primer plano en ésta ópera prima que marca un promisorio futuro para sus realizadores. Esteban regresa luego de 6 años a La Tigra, un pueblo de alrededor 7000 habitantes en la provincia de Chaco. Vuelve para hablar con su padre, un camionero que ha emprendido un viaje y no se sabe cuándo regresará. Esteban lo va a esperar hospedándose en casa de su tía Candelaria - genial Ana Allende- mientras intentará retomar una relación muerta en el tiempo con Vero y recuperar los lazos familiares con dos hermanos que no conocía. La Tigra, Chaco desorienta desde su título. Dejarse llevar por éste implica tener la sensación de asistir a un monótono documental de tinte social, pero no es así. Si hay algo de lo que carece el film de es monotonía y pasividad. Sí, se puede decir que es minimalista, con diálogos morosos, una puesta naturalista y cierta ambigüedad en el conflicto. Pero que se justifican a partir de la historia misma, siendo esto lo que necesita. Filmado en escenarios naturales de La Tigra, el film asiste a la propia redundancia de los habitantes del lugar marcada con un tiempo real diferente a los de cualquier ciudad cosmopolita. Esa misma naturalidad es la que emplean sus protagonistas, tanto el personaje de Esteban interpretado por Ezequiel Tronconi como el de Vero personificado por Guadalupe Docampo (La sangre brota, 2008) nos presentan interpretaciones despojados, naturales y cargadas de matices que hacen creer que un nuevo registro actoral está llegando. Sin duda la mano de los directores, a la hora de la marcación, fue un paso importante en la construcción de estos dos jóvenes confundidos ante la vida, y en no saber si lo que hacen es lo correcto, pero sí lo que sienten. Tal decisión implica no importar las consecuencias que dichas acciones acarrearán, aún sabiendo que lo que se rompió puede tener arreglo pero que no quedará igual a como estaba. En La Tigra, Chaco todo está puesto en las imágenes, los gestos, los diálogos. Cada mirada, cada palabra, cada plano parecieran entrar de manera correcta en el espacio cinematográfico como si todo fuera natural, como si la vida estuviera transcurriendo en ese pueblo simple y tedioso, del que Esteban se siente fuera pero que a sus vez lo siente suyo. En otro plano de la historia está apuntalado el conflicto familiar y la recuperación de los lazos perdidos. El padre de Esteban ha formado una nueva familia y el muchacho tratará a partir de éste viaje casual estrechar lazos, aún sabiendo que todo será pasajero y que pasarán años hasta que se vuelvan a ver. Una situación similar a la que transcurre con Vero, él sabe que sus vidas transitarán carriles diferentes, pero a ninguno le importa. Todos sabrán que es un instante y trataran de disfrutar de ese momento sin importar el mañana. Federico Godfrid y Juan Sasiain nos demuestran que con sutileza, sin artilugios y, obviamente, con talento, que se puede convertir una pequeña historia en grande. Una película que resonará en nuestros corazones como una de las grandes historias de amor que el cine argentino supo contar.
El primer beso Cuando en el cine sobre adolescentes todo parecía girar únicamente sobre la abulia de sus personajes, aparece en la escena cinematográfica Acné (2007) del uruguayo Federico Veiroj. El film sigue la línea marcada anteriormente, pero acompañado de un humor corrosivo y mordaz que lo conducirán por un camino poco transitado, llegando airoso a la recta final. Un brillante Alejando Tocar interpreta a Rafael Bregman (13 años) que pierde su virginidad, gracias a la ayuda de su hermano, ni bien comienza la película. Aunque lo que no podrá lograr, durante el transcurso de la misma, es darle el primer beso a la chica que le gusta. Acné no centra el relato en la iniciación sexual, sino que lo hace en la búsqueda del amor -no solo de pareja- y de cómo enfrentar los miedos internos para conseguir lo que se desea. Si hay algo que aporta Acné es un relato cargado de ironía que se asemeja a la comedia americana típica sobre adolescentes ansiosos por dejar la virginidad, pero mezclado con la idiosincrasia rioplatense y cierto minimalismo característico del NCA (Nuevo Cine Argentino). Esto se nota en la “morosidad” de la estructura narrativa o la despojada construcción de sus planos, contrapuesto con la ironía que reina en los diálogos. Rafael Bregman se asemeja al típico estudiante nerd de films como Supercool (2007) o Porky's (1982). Sus personalidad es políticamente incorrecta, es decir, fuma, le gusta la timba y frecuenta prostitutas; pero a diferencia de las mencionadas películas, no está estereotipado ni marcado en un exceso que lo llevaría al ridículo. Contrariamente se lo muestra con la naturalidad de un adolescente conflictuado, proveniente de una familia disfuncional de clase media alta, capaz de salir airoso, gracias a su inteligencia, de la más ridícula de las situaciones, pero omnibularse hasta quedarse sin palabras cuando está frente a la chica que le gusta. El humor que maneja el film también es políticamente incorrecto. Pero no se ríe de otros sino de los mismos involucrados. Como un ejemplo de esto podemos mencionar el chiste sobre el holocausto proveniente de los propios judíos. Sin duda, una forma inteligente de reírse de sí mismo. Como ese ejemplo hay millones que circulan durante todo el metraje sin, por ello, herir susceptibilidades, ni provocar discordias. Algo que sí se ve, reiteradas veces, en la comedia americana. Otro de los puntos altos de Acné es el de no hacer foco en el tema sexual, como así tampoco en los problemas de los adultos; estos son puesto como desencadenantes de los conflictos, siempre en un segundo plano, manteniendo el objetivo principal de la búsqueda del amor. De ésta forma se evita que a partir de situaciones secundarias se pierda el eje del relato con temas que no aportarían nada y que llevarían la historia por cauces innecesarios, desvirtuándola de lo propuesto en un principio. Películas con la inteligencia que está realizada Acné no son de las que se pueden encontrar todos los días. Sin caer en pretensiones absurdas, presenta una historia, desarrolla un conflicto y lo resuelve inteligentemente. Un film que confirma el gran momento que vive el cine uruguayo. Destellos de ironía dentro lo profundo de una historia cautivante de principio a final.
Crecer, crecer Excursiones (2009), tercera película de Ezequiel Acuña, se corre del sello adolescente que caracterizó al director, en sus anteriores trabajos, para centrar el eje de la trama en el mundo adulto de los treintañeros. Partiendo como una continuación del corto Rocío (2000), el film retoma la amistad interrumpida de Marcos y Martín, después de 10 años de ausencias y desencuentros. La realización, filmada en blanco y negro, se nutre de una sutileza irónica que carga al film de un humor mordaz, que logra imprimirle a la historia cierto aire de cambio y alejarla de la solemnidad. Este ejemplo puede verse cuando uno de los personajes, al hacer la crítica de un cuento, sostiene que hay demasiados diálogos que no conducen a ninguna parte. Sin duda, Acuña se toma una licencia para reírse de sí mismo y de las (no) narrativas del Nuevo Cine Argentino. Excursiones mantiene los tópicos que caracterizaron el cine de Ezequiel Acuña: bellas y melosas canciones pop, ausencia de la figura paterna, cierta ambigüedad y asexualidad en la construcción de los personajes, carencia de roce físico y una relación homo-erótica oculta en cada uno de los personajes. Matías Castelli y Alberto Rojas Apel le aportan a sus interpretaciones el histrionismo necesario que necesitan para no caer en estereotipos, ni maniqueísmos. El elenco se completa con Santiago Pedrero, Martín Piroyansky, Martina Juncadella e Ignacio Rogers (la nueva cara del cine argentino independiente). Excursiones es la menos indiferente de las películas de Ezequiel Acuña y, sin duda, la más narrativa. Lejos está de la apatía del Nuevo Cine Argentino, pero muy cerca de las historias que el público tiene ganas de ver. Bienvenida sea.
La cena de los hipócritas Encuadrándose dentro del estilo de la comedia clásica francesa, Cena de amigos (Le Code a Changé, 2009) focaliza el eje del conflicto en las relaciones personales de un grupo de amigos y el modo hipócrita que tienen para relacionarse entre sí -siempre manteniendo el humor- sin descuidar el conflicto interno que reina sobre cada uno de los involucrados. La historia se basa en la cena que mantienen un supuesto grupo de “amigos” en donde, aparentemente, todo estará más que bien. Aunque después todo cambiará al salir mundo exterior y la verdad no pueda disimularse y deban mostrarse tal cual son, sin mentiras, ni hipocresías. En síntesis, todos serán políticamente correctos, aunque nadie se soporte entre sí y deban poner su mejor cara. ¿Pero hasta cuando uno podrá interpretar al personaje sin que se le caiga la careta? Daniêle Thompson (Besos para todos, 1999) ya había demostrado una gran ductilidad para el manejo de situaciones dramáticas pero llevadas a la comedia en sus anteriores trabajos. Lo mejor de nuestras vidas (Fauteuils d´orchestre, 2005) es un claro ejemplo de ello. Ahora vuelve sobre el tema de los lazos pero en este caso sobre la amistad y cómo todo va cambiando a medida que el tiempo transcurre y lo que hace un año era de una forma al siguiente se transforma en algo diferente. Para ejemplificar los cambios ocurridos en las relaciones, la realizadora centra el eje de su relato en dos temporalidades cinematográficas alternadas entre sí. Un presente y un futuro que sucede justo un año después. En el presente vemos al supuesto grupo de amigos reunidos en una típica cena, en el futuro se verán los cambios surgidos y como las relaciones personales fueron mutando a raíz de esos cambios, aunque la mentira siempre rondará sobre cada uno de los involucrados, a pesar de renegar de ella. Tanto la puesta en escena como la interpretación actoral está marcada desde lo sutil, todo lo que se ve será tan aparente como los sentimientos de los personajes. Para ello, la directora se rodeó de un grupo de grandes actores franceses entre los que se destacan la bellísima Emmanuelle Seigner, Danny Boon (Bienvenidos al país de la locura, 2008), Patrick Bruel y Christopher Thompson –coguionista del film e hijo de la realizadora-. Cena de amigos mantiene durante sus más de 90 minutos la atracción del espectador a través de una historia inteligente, aunque nada tenga de novedoso, en donde la construcción de los personajes y la indagación interna sobre cada uno de ellos es lo que la hace interesante, gracias a la elaboración de un guión que coloca en primer plano los conflictos secundarios sobre lo que aparentemente es primordial. Sin duda, la comedia para empezar el 2010 cenando con amigos. ¿O alguien opina lo contrario?
Ni Ashton Kutcher desnudo levanta esta película Que el cine nos trae muchas veces comedias banales y aburridas, no es ninguna novedad. Pero que siga recurriendo a fórmulas trilladas, actores esquematizados y guiones mediocres, es algo que resulta difícil entender. Lo cierto es que al ver Amante a domicilio (Spread, 2009) uno no sabe si salir corriendo del cine pidiendo que le devuelvan el dinero que pagó por la entrada o aprovechar la cómoda butaca para dormir la más placentera de las siestas. ¡Basta de películas malas! Nikki (Ashton Kutcher) es un gigoló que seduce a jóvenes pulposas de Los Ángeles que nada tienen de inocente. Cuando el dinero se le acaba sale en busca de señoras un poco mayores que él -aunque no mucho- y siempre en un estado al mejor estilo Demi Moore -por si no se entiende-. Estas señoras sedientas de sexo y placer le brindan todo lo que tienen a su alcance, es decir: dinero y más dinero; mientras Nikki también les dará la recompensa merecida, sexo y más sexo. Pero un día el siempre “bueno” de Nikki conocerá a una camarera, se enamorará y querrá dejar todo por ella. Pero vaya sorpresa cuando descubra que ella es tan “gato” como él y que el "contigo pan y cebolla" para ella no servirá. Nikki despechado de amor terminará convertido en delivery de restaurant y colorín colorado esta mediocre película habrá terminado. Cuesta trabajo entender como David Mackenzie, ganador del Oso de Plata del Festival de Berlín por su corto Hallam Foe (2007), termine filmando una historia donde todo su potencial se basa en mostrar a Ashton Kutcher desnudo o teniendo jugosas escenas sexuales con Anne Heche. El resto pareciera ser el edulcorante de una torta desabrida y mal cosida. La historia es tan superflua, carente de sentido, monótona y chata que tiene que recurrir a mostrar a dos sex simbol's desnudos para así atraer público, el tema es que ni siquiera ese recurso puede sostenerse, nadie puede poner en duda el buen físico de Anne Heche, pero Kutcher convertido en un juguete sexual cuando su extrema delgadez es comparable con la de un anoréxico... ¡Increíble! Si miramos Amante a domicilio con buenos ojos y tratamos de ser un poco contemplativos podemos llegar a compararla con algunas películas que abordaron la misma temática como fue el caso de American Gigolo (1980) y Shampoo (1975). Aunque en realidad sería ofender a quienes participaron de esas producciones, que sí fueron un hito para la historia del cine y que, sin ser magistrales en su calidad, pueden considerarse dos grandes obras de artes al lado de este pastiche misógino que no hace otra cosa que mostrar a la mujer como una prostituta y al hombre como el único ser capaz de redimirse y cambiar su estilo de vida por amor. Además comparar a Richard Gere con Ashton Kutcher sería lisa y llanamente una falta de respeto. En síntesis, Amante a domicilio no tiene nada de bueno. No hay una historia que atrape, no hay gags que diviertan, no hay actores que se luzcan o al menos que transmitan carisma. Ni siquiera vale la pena pagar una entrada para ver a Ashton Kutcher y Anne Heche desnudos. ¿Se entiende? Por si no le quedó claro, se lo digo con todas las letras y en mayúsculas: “NO VAYA A VER ESTA PELICULA BAJO NINGUN PUNTO DE VISTA”. Caso contrario no diga que no se lo advertimos. Un buen motivo para no ir al cine en año nuevo.
El Deseo De estructura coral, la nueva realización de Mercedes García Guevara (Tango, un giro extraño, 2005) es atravesada en su totalidad por el deseo que manifiestan sus personajes. A través de la sutileza en sus comportamientos, se nos van presentando una serie de hechos que a partir de esa premisa provocarán giros inesperados en cada una de las historias. Eloísa (Marta Lubos) ha dejado la ciudad para instalarse en un pequeño pueblo. Inés (Ana Celentano) tiene 36 años, es recepcionista y aún sigue soltera. Su padre (Duilio Marzio) y Haydee, la mucama (Stella Gallazi), viven una falsa realidad dentro de una Argentina decadente. Juan (Nahuel Pérez Biscayart) es un joven de buena posición económica que ve pasar su abúlica vida entre drogas y sexo. Mientras que el padre Luis (Guillermo Arengo) es sacerdote de un solitario pueblo. Todos tienen un común denominador: desean algo y ese deseo es presentado como tabú. El deseo está presente en la historia desde el inicio, pero es anulado por los silencios a los que hace referencia -de manera inteligente- el título. Todos los personajes desean algo que, por diferentes maneras no se atreven a manifestar, incitando a una autorepresión que paulatinamente provocará un estallido en cada uno de los implicados. La explicación lógica de porqué cada uno de los personajes decide silenciar el deseo, se debe a que éste va ligado a la perversión, que de cierta forma es mal vista por el entorno social y manifestado como prohibido. Inés se encuentra con Juan para tener sexo, mientras que él la somete. Haydee desea otra vida y pone su deseo en un anillo. El padre Luis desea no estar solo y por eso obliga a Omar a tener sexo con él, mientras que Omar desea el dinero que, se supone, tiene Eloísa y por eso irrumpen en su casa para asaltarla. Situaciones de extrema violencia provocadas por el silencio que genera el no hablar de lo que realmente se desea, o la marginación que éste provoca. Para representar esos silencios a los que sugiere el título, la directora construyó un relato cinematográfico moroso en su temporalidad. Para ello, se nutre de la elusión de lo explicito mediante el fuera de campo o el corte abrupto del hecho dando por entendido el desenlace final, donde situaciones extremas son evadidas con naturalidad sin provocar, de esta forma, resquemores en el espectador. Las actuaciones son otro punto alto que le juegan a favor al resultado final. Una irreconocible Marta Lubos; Ana Celentano; Nahuel Peréz Biscayart; Guillermo Arengo; siguen demostrando su versatilidad actoral dentro del cine argentino del nuevo milenio. Pero cabe rescatar a Duilio Marzio que a sus más de 80 años encontró un personaje que lo pone nuevamente en el centro de la escena; y a una de las revelaciones actorales del año como lo es Marcelo Zamora (Omar), exhibiendo un personaje capaz de trasmitir ternura y odio con tan sólo una escena de diferencia. Sin duda uno de los jóvenes actores a los que no se le debe dejar de prestar atención. Silencios toca temas que muchas veces pueden herir susceptibilidades de personas que prefieren cegarse antes que hacerse cargo de la realidad. A diferencia de ellas, Mercedes García Guevara se hace cargo de lo que cuenta y lo muestra a través de una obra homogénea que no presenta fisuras. Una apuesta cinematográfica tan sutil como lacónica. Una de las mejores películas del año que obligatoriamente hay que ver.