Eres mi amigo fiel La historia transcurre en la última Era del Hielo, hace 20,000 años en algún lugar de Europa. Keda (Kodi Smit-McPhee) participa en su primera cacería grupal con los cazadores de su tribu, en la que su padre es el líder; y si bien le brinda todas las instrucciones para que lo suceda, el joven cazador recorrerá un camino distinto lejos de su tribu, alcanzando una radical transformación personal. Los integrantes dialogan entre sí a través de un lenguaje ficticio, pero Keda utiliza su corazón como principal herramienta. A partir de un suceso Keda es abandonado, por su padre y su tribu, pues lo dan por muerto. Al recobrar la conciencia se encuentra lesionado y solo, por lo que debe aprender a sobrevivir en medio de la dura e implacable naturaleza. El verdadero maestro será otro… claro ejemplo de que con la teoría no es suficiente. En cierto momento es atacado por una manada de lobos. Allí, su camino y enseñanza de vida comienzan cuando rescata al animal que en un principio lo ataca para luego convertirse en su mejor amigo y compañero de aventuras, cambiando así la historia en relación al comienzo de la domesticación de los animales como un cambio cultural fundamental y enriquecedor. Ambos aprenden, se descubren y generan mutua dependencia funcionando como espejo a través de sus profundas miradas, como reflejo de sus almas. Se convierten en aliados, resisten incontables peligros y terribles dificultades para hallar el camino a casa antes que el duro invierno comience. La verdadera comunicación no pasa por las palabras, sino por el corazón, es lo que nos quieren transmitir estos incondicionales amigos, quienes viven en otra época muy alejados de la inmediatez actual; y la pregunta acerca del idioma que están hablando desde el comienzo de la película… sobra porque termina ganando como siempre el lenguaje de los sentimientos. La fuerza del amor de uno por el otro retroalimenta sus espíritus; Keda lo nombra Alpha y Alpha, a su vez, adopta a Keda como su dueño. En definitiva, lo que los une es el abandono por parte de los suyos al considerarlos débiles, transformándose juntos en líderes inseparables. Una alegoría de nuestra sociedad moderna, que a pesar de sus cuantiosos avances tecnológicos -y si se quiere sociales- aún excluye a los que no siguen de manera correcta las instrucciones sobre cómo se debe vivir, relegando a los considerados “inadaptados” o con dificultades físicas o mentales, sin tomar en cuenta quizás otro tipo de habilidades que quedan descartadas al no formar parte de cierto paradigma. También es una crítica a este sistema que pondera el individualismo a ultranza en el que hay que sobrevivir a toda costa, enfrentándonos en una competencia absurda y desigual, en donde -vaya paradoja y semejanza con las culturas prehistóricas- siempre gana el más fuerte en términos de quién detente el poder. La propuesta del director Albert Hughes, indudablemente, es para disfrutar y ver más de una vez. La belleza y majestuosidad de las imágenes, grandiosas y encantadoras tomas visuales, tierras salvajes, el devenir de amistad entre Keda y Alpha, las propias resistencias anteriores en un sentimiento al nacer, las aventuras que fortalecen cada vez más un vínculo de confianza y protección mutua… todos estos elementos conforman una historia muy especial que no deja de asombrarnos y de identificarnos con el relato y sus protagonistas. Un film excelente, que cuenta con una producción y dirección impecables. La fotografía es impresionante, las actuaciones brillantes, creíbles y un guion que consigue conmover hasta las lágrimas, sin subestimar en ningún momento al espectador. Daniele Sebastian Wiedenhaupt, como guionista, nos confirma de manera clara y concisa que conoce el comportamiento de un animal y maneja de manera perfecta los tiempos que requieren tanto un animal como un ser humano para lograr esa conexión sin igual, sabe muy bien de qué está hablando, transmitiendo sutileza y sensibilidad. Nada se compara con la mirada de un animal y para los que tenemos la gran fortuna de poder conectarnos con ese cariño tan puro no necesitamos palabras para entenderlo y sentirlo. Ellos nos enseñan el verdadero significado del amor y de la lealtad, dan todo sin esperar nada a cambio y nos aprecian sin mediar juicio alguno, refrescándonos nuestra propia naturaleza animal perdida. En esta era de cosificación y mercantilización del ser humano, de colonialismo intelectual y de cultura hegemónica, donde transcurrimos padeciendo el dominio implacable y la asfixia por parte de la tecnología y los medios de comunicación se produce una desconexión con nuestra esencia y humanidad. Olvidamos que la respuesta siempre está en nuestro interior y buscando en cuestiones externas una solución mágica e inmediata que nos produce un desgaste enfermizo y alienante en todo sentido. Ésta es sólo una de las lecciones que nos brinda el contacto con los animales, ayudándonos con su simpleza a vincularnos con el mundo de otra manera, intuitiva, perceptiva y paradójicamente más humana. Aquellos seres humanos despiertos y abiertos a la posibilidad de sentir felicidad plena gracias a una simple mirada de un animal cada vez son menos, probablemente por la necesidad de estar conectados a aparatos y a un click de que “eso” que buscamos suceda sin siquiera conocernos, cuando en realidad, como humanidad, deberíamos detenernos y replantearnos nuestra vida, cuestionarnos qué estamos haciendo, qué sentimos, cómo nos sentimos y elegir si queremos seguir en piloto automático o atrevernos a ser quién realmente somos. Contar con una película como Alpha nos da el aliento para pensar que no todo está perdido y que aún, como sociedad, tenemos mucho que aprender. Es una historia simple, honesta, para nada pretenciosa y con alma, como la vida o cómo debería ser, conectados con nuestra alma y con un final impredecible, que sabrán comprender muy bien los amantes de los animales.
Borrón y Matanza nueva Jamie Lee Curtis regresa a su icónico personaje Laurie Strode, en la confrontación final con Michael Myers, el hombre-monstruo, quien la ha perseguido desde que escapó de la matanza de la noche de Halloween hace cuatro décadas. Esta nueva entrega de “Halloween”, se presenta como secuela directa de la original de 1978. Por otra parte, John Carpenter (creador de la original) esta vez ha supervisado y producido, pero también ha vuelto a reimaginar su mítica banda sonora. La música es a veces la gran protagonista del film e indudablemente uno de los sellos del género. Los títulos al estilo retro son atractivos y un elemento más que nos hace revivir aquella versión original. Jamie Lee Curtis da un reinicio inesperado, puesto que su personaje Laurie murió al principio de “Halloween: Resurrection”, la octava entrega, pero nada de lo ocurrido en las siete secuelas anteriores cuenta para esta ocasión, ya que “La noche de Halloween” aplica la fórmula de borrón y cuenta nueva. Laurie Strode lleva 40 años viviendo traumatizada, preparándose para enfrentar a Myers, cara a máscara. A tal punto la domina ese trauma que se ha vuelto alcohólica, la tratan de loca, se convirtió en un estigma y dejó de ser víctima. Su casa es como una fortaleza diseñada para defenderse ante cualquier ataque, bien podría decirse que “ha construido su propia cárcel” lógicamente con el fin de protegerse, y guiada por el miedo; lo que resulta una paradoja ya que Myers también está encerrado, no en una cárcel sino en un hospital psiquiátrico. Laurie vive en constante estado de paranoia y ya se ha divorciado dos veces. Su pasado traumático ha influido en la forma de criar a su hija Karen (Judy Greer), que ha construido un muro entre su familia, incluida su hija adolescente Allyson (Andi Matichak). El predecible momento del comienzo de la aterradora noche de brujas llega y Laurie está más preparada que la policía, pues el traslado de Michael Myers de un manicomio a otro es la oportunidad perfecta para su escape y su inminente llegada a Haddonfield. El film contiene todos los ingredientes esperados, desde su original música, la excelente interpretación de Jamie Lee Curtis (lo mejor de la película), una fiesta de disfraces de adolescentes, una niñera que luego de acostar al niño es visitada por su novio, un pueblo desolado en plena oscuridad y todo un arsenal de policías trabajando en pos de salvar a los habitantes del asesino suelto; sin embargo la presencia del psiquiatra que analizó a Myers durante años e intenta comprender su mente criminal, quizás en un intento, si se quiere, de humanizar al asesino, de hecho quiere verlo en acción para de alguna manera, obtener éxito en su labor. Existen dos subtramas, la educación de la hija de Laurie o el vínculo entre psiquiatra y paciente que podrían haberse desarrollado de otra manera y lograr así cierto grado de dramatización, profundidad o sustento en lo que a guion se refiere. No obstante, los fanáticos de Halloween, que esperan una matanza sangrienta, quedarán muy satisfechos con esta nueva entrega y saldrán “horrorizados” de la sala. Cabe aclarar que el manejo del suspenso le gana al terror y así logra mantener conformes a toda una generación de cinéfilos, espantados, con el mismo vértigo a la nada y el de la muerte frente a un hombre-monstruo o bogeyman, que se vale tan sólo de una máscara sin expresión y sin haber pronunciado siquiera una palabra; esto era la genialidad de la original Halloween. Queda claro entonces que “el mal sobrevive, aunque sea en forma de trauma.”
De amores y fantasmas Luego de las exitosas Phoenix y Barbara, Christian Petzold, guionista y director alemán, nos entrega su último film Transit, también escrito y dirigido por él. Protagonizado por Franz Rogowski, a quien pudimos admirar por su brillante actuación en “Victoria”, (film altamente recomendable) en el rol de Boxer, y Paula Beer, quien interpretó a la dulce Anna en el film de Francois Ozon Frantz, que también recomiendo. La película está basada en una novela de 1942 sobre la ocupación nazi en Francia pero contada como si sucediera hoy. Proyecto arriesgado, no para el genio y nada convencional de Petzold, quien obtuvo como resultado un excelente, prolijo y poético film, sumando otro éxito al listado y para los admiradores, sólo nos queda esperar su siguiente entrega. Georg (Franz Rogowski) se va a Francia tras la invasión nazi y adopta la identidad de un escritor muerto del que tiene los papeles. De tránsito en Marsella conoce a Marie (Paula Beer), una joven que busca al hombre a quien ama. Ambos personajes transmiten tristeza, melancolía y soledad a través de sus miradas y se descubren porque de manera inconsciente, buscan lo mismo. Petzold consigue con éxito plasmar la angustia, confusión y desesperación de los protagonistas, además del recurso de la música que acompaña el derrotero de Marie, una mujer enigmática y misteriosa. Metafóricamente hablando podría tratarse de un fantasma con su deambular permanente, particular vestuario y porque está estancada en un lugar o postura irreal. Si bien los días transcurren como parte de una misma rutina entre lugares recurrentes y repetitivos, de principio a fin, los sucesos determinantes transcurren en un café, con el primer plano del protagonista y el ruido de sirenas. Con la atinada e interesante decisión de la utilización equilibrada del recurso de la narración en off que, muy a su estilo, nos sorprende gratamente. Hay otros personajes secundarios bastante interesantes con historias peculiares que enriquecen la trama. La fotografía así como la elección de los encuadres colaboran para conseguir una sensación de atemporalidad. Aspecto que se encuentra estrechamente vinculado con la idea de un contexto de actualidad que se reafirma con el color en las imágenes. Considero que esta película es digna de ver varias veces, ya que seguramente descubriremos mensajes entrelineas y comprenderemos más aún ciertas alegorías de la realidad, sello del director alemán, que es muy sutil a la hora de narrar una historia, sin dejar nada librado al azar, subrayando cada silencio, y con la delicada invitación a que el espectador se haga partícipe en sus películas.
Sin letra y con música Emma es una joven abogada estructurada que vive siguiendo el mandato familiar impuesto por un padre estricto. Noah es el líder de una banda de rock de garaje, en búsqueda del éxito comercial. Pero a sus canciones les falta algo y su golpe de suerte parece lejano. Todo cambia un buen día cuando ambos literalmente chocan por accidente y sus vidas se entrelazan en un apasionado romance. Gracias a ese amor, Noah consigue la inspiración que tanto buscaba y sus temas musicales se convierten en hits. Llega la tan esperada fama, seguidores que se multiplican en las redes sociales y pasar del anonimato a transformarse en una sensación adolescente. Al mismo tiempo, Emma encara sus verdaderas pasiones y ante el descubrimiento de algo oscuro debe decidir qué hacer con su vida. La pareja se somete entonces a diferentes presiones, una manager invasiva y amistades que se ponen siempre a prueba. Flota el interrogante: ¿Pueden ambos mundos convivir?; ¿Puede una nueva pareja afrontar ese tipo de vida? ¿Alcanza tan sólo con el amor? Gerardo Romano interpreta a un padre alcohólico y autoritario, aunque muy desaprovechado en términos de contenido dramático. La premisa del relato apunta a un mundo ideal o idealizado, sin conflictos de la vida real y tampoco esfuerzo para alcanzar las metas. En el film todo sucede mágicamente y es evidente la intención comercial respecto a la banda sonora y el destino adolescente como blanco del marketing detrás de la película, utilizando toda una batería de recursos que nos remiten a lugares comunes, trillados y banales. Es clara la idea de captar la atención de un público adolescente que consigue así ver a sus ídolos en pantalla grande. Por su parte, Andrea Frigerio interpreta a una manager muy grotesca, que nos recuerda a Cruela de Vil, quien habla mitad en inglés, mitad en castellano y que resulta muy divertida. No obstante, no queda claro si el grotesco fue buscado o simplemente intentaron construir un personaje creíble y les salió mal el tiro. Con un guión plagado de incoherencias, y carente de consistencia, el protagonista canta mejor de lo que actúa, eso sin mencionar las actuaciones en general, que son regulares. No vemos nunca un músico como tampoco a una abogada, pues los personajes no son creíbles. Un adolescente que busca la fama y la consigue de una manera mágica en un mundo efímero, nada realista, no nos invita a la reflexión, aunque tampoco es la búsqueda de la película dirigida por Diego Corsini y Andy Caballero. Solo el amor cumple con el objetivo de entretener a cierto público adolescente que busca su satisfacción en presenciar una historia de amor en el marco de un mundo irreal.
Filosofía de vida. Esther Díaz, una referente en el ámbito de la cultura y la filosofía contemporánea, nos acerca junto a Martin Farina, director y guionista, una muestra contundente sobre lo que significa para ella transitar la existencia y el descubrimiento a través del devenir constante, en transformaciones permanentes e incesantes en relación al cambio y adaptación a las circunstancias, ligadas a una percepción que consigue vivenciar una actividad tan fascinante y comprometida como el pensamiento. Farina (Fulboy, 2014) obtiene varios aciertos con este documental: la atinada elección de la locación del hogar de Díaz, -generando una atmósfera íntima-, un inicio que cuenta con confesiones fuertes y reveladoras, y el momento adecuado de ambas partes que coinciden en comunicar las mismas ideas desde diferentes lugares. La música de Jorge Barilari y Coiffeur le imprimen ritmo y carácter a este dinámico e intrínseco relato. Para la filósofa, interpelar al público sobre ciertos prejuicios machistas que están naturalizados, como la edad para tener sexo, ser deseables y la libertad con respecto a la elección de lo que deseamos, se mimetizan con la capacidad del director en brindarle a la protagonista la comodidad necesaria que se traduce en una absoluta franqueza y espontaneidad en la narración. “El deseo, en sí mismo, es nómade. Se alimenta con fragmentos libidinales, se potencia, se agiganta. Cuanto más inconsciente, más gigante. Pero la libido no pasa a la consciencia sino en relación con cuerpos o personas determinadas. Se trata de puntos de conexión. Son los puntos en los que (con los que) hacemos habitualmente el amor. Creemos que hacemos el amor con uno. Aunque, en realidad, hacemos el amor con muchos. Mejor dicho, normalmente hacemos el amor con una sola persona. Pero esa relación es posible por toda la potencia que se ha cargado a través de miradas, roces, pensamientos, lecturas, sueños, y la infinita variedad de estímulos, que recibe cualquier ser vivo. El sueño de la razón engendra monstruos. Hacemos el amor con las infinitas máquinas que potenciaron nuestro deseo proveniente de múltiples personas, animales y objetos. Maquina ojo-ojo, máquina gesto-mirada, máquina roce-escalofrío, máquina miembro-miembro, máquina labios-pelo, máquina mano-nalga, aunque normalmente, sólo lo concretamos con una persona por vez. (o para siempre). No obstante, con esa persona, también se establecen circulaciones y cortes. Hay algo estadístico en nuestros amores. Pero tanta estadística, casi siempre, se conecta con un solo partenaire. La pareja es el enanismo del deseo.” (Esther Díaz, sobre “Gilles Deleuze: postcapitalismo y deseo) https://www.estherdiaz.com.ar/textos/deleuze.htm
Gauguin, viaje a Thaití, de Édouard Deluc Este film nos relata de manera impecable y sin fisuras un período fundamental en la vida y obra del apasionado y salvaje artista francés, no reconocido en su época, Paul Gauguin, quien se sentía asfixiado y poco motivado por la atmósfera frívola y artificial del París de su tiempo. Su idea es alejarse de los códigos morales, políticos y estéticos de la Europa civilizada por lo que se exilia en Tahití para reencontrarse a sí mismo, conectarse con su naturaleza exótica y retomar así su camino artístico, despojándose de toda comodidad y enfrentándose a la total incertidumbre. Como un artista fiel a sus convicciones, toma una decisión radical que no es bien recibida por su esposa, quien no lo acompaña, por lo cual emprende su aventura a la isla en solitario. Para ello deja a sus cinco hijos. Se instala en una choza construida por sus propias manos. Algo cambia en él cuando observa, como un intruso, una escena paradisíaca nocturna: mujeres que bailan alrededor del fuego. Allí se da cuenta de forma intuitiva que forman parte de la metáfora del mundo que está buscando, encontrándose en el lugar correcto que le servirá para alimentar su motor creativo. Es entonces cuando comienza a trabajar apasionadamente, pintando y tallando en un estilo inspirado en el arte primitivo específico y salvaje de la isla. Durante su estadía de dos años, Gauguin sufrirá la pobreza y otros pesares. Absorto en su vida de hombre libre y desafiando a la soledad y la enfermedad, conoce a Tehura, quien se convertirá en su mujer y modelo para sus mejores cuadros. Nunca se había sentido tan inspirado. El pintor se fue en busca de miradas genuinas y cautivadores paisajes y ¡vaya que los encontró! La actuación de Vincent Cassel es extraordinaria – como nos tiene muy bien acostumbrados – en este caso interpretando a Paul Gauguin, y gracias a sus dotes actorales de características pasionales nos transportamos en esta parte de la vida del pintor y conocemos el sufrimiento, las miserias, luchas internas e incomodidades por las que atraviesa un verdadero artista incomprendido, no valorado, que murió en la pobreza y fue reconocido tiempo después de su fallecimiento; hoy considerado uno de los mejores pintores postimpresionistas de la historia y que fuera de gran influencia para los vanguardistas franceses y artistas modernos como Pablo Picasso. El mar lo llamó y él supo responderle, convirtiéndose así en su fiel compañía. Este formará parte de sus días, lo inspirará y será testigo de su felicidad. Su majestuosidad, el aire renovado que se respira gracias a él, la fluidez y la armonía de su sonido terapéutico, estarán muy presentes desde el principio hasta el fin en el ambiente, en su corazón y en las pinturas del hombre que se reconoce niño. Él es un gran artista y lo sabe.
Tango revolucionario. Piazzolla amaba pescar y lo vemos desde pequeño tocando el bandoneón. Este film nos muestra la faceta menos conocida del artista que revolucionó el tango y lo popularizó en el mundo. Es inevitable sentir su pasión en sus composiciones de carácter provocadoras e innovadoras, él fue rechazado en su país y reconocido en Europa. Piazzolla: los años del tiburón (2018), se vale de filmaciones caseras jamás exhibidas de la colección familiar, conciertos y grabaciones inéditas, la mirada de su hijo Daniel, la voz de Ástor Piazzolla en diálogos de índole privado e inéditos con su hija Diana. El esperado largometraje documental del realizador Daniel Rosenfeld llega a 26 años de la muerte del músico; por primera vez los archivos del legendario compositor son abiertos por su familia para una película, un retrato cinematográfico, musical, hipnótico sobre el arte, la familia y los misterios de la creación. Muy recomendable no sólo para conocerlo en profundidad sino, además, para conectarnos con su esencia y de alguna manera comprender al hombre detrás del artista. Ástor nació con la misión de cambiar la mirada hacia el tango, de crear un nuevo tango y trazar un antes y un después a nivel mundial; y como todo artista, rebelde y genial, tuvo que atravesar todos los obstáculos que se le presentaron en la vida para cambiar lo estructurado y dar vida a lo nuevo.