Un grupo musical que hace una música extraña, psicodélica y levemente inspirada en el chamamé. También hay ovnis y hongos alucinógenos. Aunque la factura es buena (sobre todo la elección de un material lo-fi para crear un efecto de distancia) es mejor el sujeto del documental: un grupo musical que hace una música extraña, psicodélica y levemente inspirada en el chamamé. Son de Curuzú Cuatiá, y los vemos tocar ahí y en una gira por Corrientes. También hay ovnis y hongos alucinógenos, y la música de estos tipos es bastante más que interesante. Lindo registro de una rareza.
Notable opera prima realizada con una atención rigurosa al detalle que la vuelve algo así como hiperrealista. El detonante del cuento es sencillo: una hija joven está a punto de dejar su casa y tiene que decírselo, de algún modo, a su madre. Los dos personajes están constantemente en tensión, en el borde mismo de un cambio de dimensiones gigantes, y es el retrato de cómo se establece ese cambio lo notable: aparece en cada gesto sin que nada lo subraye.
La película muestra como máxima debilidad la necesidad de apoyarse en ciertos clichés perezosos y falsa poesía. Lo mejor de esta película es Geraldine Chaplin, actriz que tiene la capacidad de hacernos creer cualquier cosa (lo que implica, en otras palabras, que es una actriz perfecta). Aquí es otra actriz (imperfecta) que decide tomar el guión inacabado de un amigo y filmarlo en una locación caribeña. Donde, juego de idas y vueltas, realidad y ficción se cruzan, los secretos familiares, también, y la imaginación del personaje invade todo para que película en la película y fuera de ella se vuelvan una sola cosa. Suena complicado, pero no lo es: en ese sentido la película incluso muestra como máxima debilidad la necesidad de apoyarse en ciertos clichés perezosos y falsa poesía. Pero la Chaplin logra disolver el efecto molesto de tales elecciones y queremos ver qué sucede con su personaje, con sus historias y con sus fantasías. Cine al servicio de la interpretación, y no está mal.
Es tan buena como la original lo fue para su tiempo y agrega la idea no demasiado original, pero tampoco demasiado transitada, de “terror para todo público”. La primera Chucky, hace treinta años, fue un clásico menor del terror con un gran trabajo de Brad Dourif dándole voz al muñeco malvado. Tenía a un director interesante, Tom Holland, especialista en el género (todavía recordamos “La hora del espanto”). Después el personaje tuvo una historia larga, propia de cuando lo único que generaba series era el terror. Y después se volvió autoparódica. Y ahora, como sucede siempre, Hollywood se encarga de relanzar, aggiornada, la vieja historia. Pues bien, es tan buena como la original lo fue para su tiempo, y agrega la idea no demasiado original pero tampoco demasiado transitada de “terror para todo público”. Es decir, el cuento de “mamá compró un lindo juguete a nene pero resulta que en realidad es un monstruo” incluye a) sustos efectivos y sangre, b) comentarios laterales sobre la hiperpresencia de la web en nuestro entorno (porque sí, claro, cómo no, tenemos que quedar bien con el cerebro de mamá y de papá, no vaya a ser cosa…), c) corridas y solución más o menos satisfactoria, d) el suficiente humor como para que nadie se tome demasiado en serio a las víctimas. Funciona bien en ese territorio y el trabajo de voz de Mark Hammil (quizás no se lo reconozca a menudo, pero es desde hace décadas un maestro como actor de doblaje: escuchen su Joker de “Batman-La serie animada”) le da otra dimensión a este entretenimiento simple y honesto.
Hay una mujer a la que, de un día para otro, detienen acusada de asesina, alguien de vida promiscua que es “la reina del martillo”. Otro caso interesante. Aquí en parte se trata de denunciar un proceso judicial viciado de nulidad. Hay una mujer a la que, de un día para otro, detienen acusada de asesina, alguien de vida promiscua que es “la reina del martillo”. La película reconstruye cómo esa persona en apariencia normal es transformada en victimaria por un proceso atroz, y demasiado injusto.
Una joven enamorada carga con la culpa de un crimen cometido por el hombre que ama y pasa un lustro en la cárcel, sólo para salir a un mundo radicalmente diferente en busca de algo similar a la justicia. Cada tanto tenemos la suerte de que se estrena comercialmente en nuestro país una película del chino Zhangké Jia. No todas son perfectas, pero su retrato múltiple de los cambios en China desde los años ochenta hasta el actual hipercapitalismo controlado por un Estado comunista no sólo sirven de espejo político sino, también, de reflexión sobre el paso del tiempo. Esa mujer es un melodrama con elementos de policial: una joven enamorada carga con la culpa de un crimen cometido por el hombre que ama y pasa un lustro en la cárcel, sólo para salir a un mundo radicalmente diferente en busca de algo similar a la justicia. Ya hace tiempo que Zhangké usa las formas del Hollywood tradicional como piezas a traducir que le permitan comunicar su complejo mundo y aquí, como en “Lejos de ella”, logra encajarlas de modo casi perfecto. Un cine que merece la pantalla grande y cada vez más escaso.
Lo onírico o lo hiperrealista, el estilo de cada imagen, refleja lo que sucede dentro de sus criaturas. La historia de una pareja como millones de parejas, que se ama, se desama, ama a otros, crece, madura, se alegra o se oscurece. Lo interesante no es lo que se narra, sino cómo: podemos decir que el verdadero tema de la película, desde el propio título, es cómo creamos los recuerdos, cómo es que tenemos presente –perdón la paradoja– el pasado. Mieli lo hace con una gran cantidad de recursos visuales que jamás aparecen de manera gratuita. Lo onírico o lo hiperrealista, el estilo de cada imagen, refleja lo que sucede dentro de sus criaturas.
Es un retrato de cómo funciona la inteligencia. Cómo aprendemos a razonar, cómo incorporamos conocimiento y cómo lo generamos. Gran documental presentado en el último Bafici. En principio, parece ser la captura de momentos de estudio y de exámenes de un montón de personas cursando diferentes momentos de diversas carreras. Pero lo que realmente es –y aquí es donde las cuatro estrellitas quedan cortas– es un retrato de cómo funciona la inteligencia. Cómo aprendemos a razonar, cómo incorporamos conocimiento y cómo lo generamos. Eso es fascinante, casi parece una película de suspenso o de ciencia ficción, una que no les tiene miedo ni a las imágenes ni a las palabras.
Tiene momentos hilarantes y el diseño es bastante bello, un poco aparte del típico del género digital. En el primer film, el protagonista Max tenía la voz de Louis C.K. No era gran película, pero ese uso de la voz aportaba algo. Ahora es Patton Oswalt, después de que Louis fue el núcleo de un escándalo de “mala conducta sexual” por lo menos polémico. La va a ver en castellano y no importa tanto, pero no está mal recordarlo. La mejor película de la firma francesa Illumination sigue siendo “Sing-Ven y canta”, y después “Mi villano favorito”, más allá de la comicidad de “Minions”. Aquí la idea de las mascotas cambiadas de contexto, enfrentadas a la necesidad de madurar y la aparición de un niño solo es un bastidor para chistes típicos del cartoon. Una herramienta útil para que la diversión tenga algún “peso”. Tiene momentos hilarantes y el diseño es bastante bello, un poco aparte del típico del género digital. Seguro van a elegir este film por usted, pero no la va a pasar tan mal.
La película respeta al personaje y lo que lo hace atractivo: la combinación de indefensión emocional con poder físico. Quizás sea difícil de diferenciar, para quien no ha entrado en este juego, un superhéroe de otro. Pero cada uno tiene un problema con esa doble naturaleza humana-sobrehumana. Para Capitán América, el heroísmo es un deber; para Iron Man, una adicción. Pero Spider Man es otra cosa, siempre fue otra cosa porque es un adolescente: por un lado, un pibe que se fascina con ser secretamente ultrapoderoso; por el otro, un pibe angustiado por no saber qué hacer con todo eso. Bueno, como cualquiera de nosotros a los 16 años. Aquí el personaje lidia con los efectos del final de Avengers-Endgame, lo que implica la partida de su mentor, por ejemplo. Y lo mismo les pasa a los espectadores: Marvel tiene que empezar (al menos en el cine, donde los actores cierran contratos o ceden a la biología) de nuevo. Así que por una vez, la película refleja el estadio en el que los fans y los que siguieron con curiosidad y creciente empatía la serie se encuentran hoy. ¿Y ahora qué? es la pregunta central. La película respeta al personaje y lo que lo hace atractivo: la combinación de indefensión emocional con poder físico. Falta que esto madure, y quizás falte –aunque Jon Watts hizo las cosas bien en Spiderman-Regreso a casa hace un par de años– un director que se apropie, como de algo personal, de este asunto. Mientras, nos divertimos porque Holland entiende todo y el resto del elenco, también. PD: raro ver a Jake Gyllenhaal, que fue Donnie Darko y resignó ser el primer hombre araña en el cine (fue la primera elección antes de Tobey Maguire) en este contexto, casi una humorada.