Una película muy humana: entra en los personajes, en sus partes más oscuras, y los vuelve tridimensionales, mucho más que herramientas para el relato. Aún con una gran carga de violencia “Dogman” resulta una película muy humana. Hay dos personajes contrapuestos: un tipo normal, tranquilo, que tiene una peluquería para perros, una hija, y poco que hacer en un pueblito costero y un pequeño mafioso violento, con un pasado pesado, alguna vez amigo del protagonista. El abusador lleva las cosas al límite y quiebra al tranquilo: violencia que genera más violencia, en una espiral que no tiene solución. Como hizo en Gomorra, aún su mejor película, Garrone combina la observación social con el drama personal, la violencia con el paisaje. (Te puede interesar: Cine: cuáles son las películas imprescindibles que hay que ver) En algún momento opta por alguna metáfora poco agradable y golpea al espectador con momentos incómodos. Más allá de sus defectos, entra en los personajes, en sus partes más oscuras, y los vuelve tridimensionales, mucho más que herramientas para el relato. La conmoción es mucho mayor: entendemos el drama.
La posibilidad de descubrir un secreto: aquí se trata de una pionera del strip-tease en la Argentina. La historia de una mujer que vive en la calle puede resultar patética en principio. Pero también la posibilidad de descubrir un secreto: aquí se trata de una pionera del strip-tease en la Argentina que, muchos años después, intenta una reconstrucción, una supervivencia más cerca de la picardía y el optimismo que de la miseria. Esa mirada sobre el descubrimiento es el que le da peso a esta película pequeña que esconde mucho más de lo que parece.
Una película sobre la identidad, sobre la pertenencia a una familia y, por lo tanto, a una tradición y un relato, cruzado en este caso por acontecimientos dramático Esta es una película sobre la identidad, sobre la pertenencia a una familia y, por lo tanto, a una tradición y un relato, cruzado en este caso por acontecimientos dramáticos. Pero es también sobre cómo se registra esa historia (aquí la protagonista toma imágenes de hace 20 años, grabadas en VHS) y cómo el paso del tiempo resignifica lo que supimos ver en el pasado. Lo hace con inteligencia y sencillez, lo que no implica falta de profundidad.
La basura, su naturaleza, sus problemas y también cómo pueden transformarse en otra cosa El tema de esta película breve y precisa es la basura, su naturaleza, sus problemas y también cómo pueden transformarse en otra cosa. Ese tema, el de la transformación y el cambio hacia algo mejor, es lo que más destaca en este documental que por momentos intenta subrayar cierto didacticismo innecesario, pero que sale adelante por su mirada nada conmiserativa sobre las criaturas que decide retratar.
Se destaca el uso del paisaje, siempre sugestivo y que agrega color al universo emocional. Esta película que mezcla la ficción con el documental narra una historia de crecimiento de un joven nativo brasileño tras la muerte de su padre. Esto implica un viaje de iniciación que lo lleva a descubrir no pocos contrastes culturales. Se destaca el uso del paisaje, siempre sugestivo y que agrega color al universo emocional en el que se mueve el protagonista, que nos permite, además, ver el mundo que creemos cotidiano desde su radical extrañeza.
Película aburrida, a pesar de que la materia prima debería indicar lo contrario. Cuando conocemos ciertas historias, decimos que deben ser una película. Porque el cine es el hogar de lo extraordinario, una fantasía. Y que una mujer viva muchísimos años, tranquilamente, en Gran Bretaña siendo al mismo tiempo una de las mayores espías de la KGB ciertamente es extraordinario. Para ese material hace falta que dirija una mano extraordinaria. Si no, incluso si todo se basa en hechos ciertos, el espectador no puede creerlo. Y aquí todo estaría bien si alguien supiera unir las piezas. Judi Dench es una gran actriz y está bien, la historia es muy buena, y está bien, y la ambientación es precisa, y está bien. Pero la dirección hace de todo el conjunto una especie de vidriera de “cosas que están bien” sin que se logre algo coherente y entretenido. Película aburrida, a pesar de que la materia prima debería indicar lo contrario. Aún así, el cuento no deja de ser interesante.
Esta clase de cine es el que suele quedar en la memoria. El manejo del suspenso y del peligro es perfecto. Sin estrellas, sin presupuestos hiperinflacionarios, sin dramas cósmicos, sin franquicia. Sólo con el poder del cine, del uso de todo el aparato para capturar la imaginación y generar emociones, el francés Alexandre Aja –un artesano que suele hacer buenas películas de tanto en tanto– logra eso que cada vez escasea más en los cines: una película. Sólo una situación: pueblo chico, inundación grave y cocodrilos en la noche. Con eso suele alcanzar para que las acciones de los personajes nos permitan empatizar –y simpatizar– con ellos, identificarnos, sufrir con los problemas y gozar con las soluciones. Esta clase de cine es el que suele quedar en la memoria. El manejo del suspenso y del peligro es perfecto, el ritmo es vertiginoso y los personajes, lo dijimos, se definen por sus acciones pero no son meras figuras de cartón al servicio de un dispositivo conductista. Hay arte aquí, aunque no se trate de una película hiperpublicitada. Durante la escasa hora y media de duración, estamos al borde de la butaca pensando cómo esta gente puede salir de tan tremendo predicamento.
La historia de base es apasionante: un submarino italiano naufraga en el Mar Muerto y la mayoría de sus tripulantes se salva milagrosamente. La historia de base es apasionante: un submarino italiano naufraga en el Mar Muerto y la mayoría de sus tripulantes se salva milagrosamente sobreviviendo en una isla hasta su rescate. Solo uno muere y el film sigue la historia de la búsqueda de ese cuerpo y su repatriación. Una aventura humana contada con la precisión que requiere un buen cuento, sin caer en subrayados dramáticos y ateniéndose en cada escena a lo que realmente importa.
Un film contado como se cuentan las memorias y con una solidez que sorprende por tratarse de una opera prima. Calidad para aplaudir. Rareza que lleguen a estrenarse películas como esta, una comedia dramática realista ambientada en los EE.UU. de los años noventa (claro que de allí viene el título) y que está mucho más cerca de “Los 400 golpes” que de “Avengers”. Pero aquí está y, dada la calidad del film, es para aplaudir. Es la opera prima de Jonah Hill, el comediante al que van a recordar como amigo de Di Caprio en “El Lobo de Wall Street”, pero que es parte de una generación que cambió la comedia cinematográfica cuestionando lugares comunes. La historia de un chico en su adolescencia, entre skates, amigos y desencantos, contado como se cuentan las memorias y con una solidez que sorprende por tratarse de una opera prima. Es una película de autor en el sentido más noble: una persona tratando de comunicar, como en un diálogo entre amigos, sus recuerdos y sus ideas. La ternura de la película no es forzada, y está matizada con ironía.
Un film un tanto perezoso, puro alarde técnico que se agota tras la primera secuencia. Lo mejor: la participación de Seth Rogen como Pumba. En los últimos años, Jon Favreau es uno de los pocos realizadores del corazón de Hollywood que ha logrado utilizar las formas del gran espectáculo para crear una obra personal. Lo atestiguan “Zathura”, “Elf”, “Iron-Man”, “El Chef” y, last but not least, la adaptación “con actores” y animación fotorralista de “El libro de la selva”. Esa película hermosa recuperaba la épica de los relatos de Kipling que la versión animada de Disney diluía en la comedia. Ese mismo tipo de animación es la base de esta versión de “El Rey León”, que en gran medida se parece más a la “Psicosis” de Gus Van Sant que a otra cosa: la mayoría de las secuencias clave son un calco casi cuadro a cuadro de lo que otrora era dibujado. La original era despareja: tiene muchos cambios de tono, agujeros de guión y otras cosas. Pero tenía, como todo buen dibujo animado tradicional, un amor por la artesanía y el registro de la mano del artista en el diseño. (Te puede interesar: Vacaciones de invierno: cuáles son los shows para chicos más exitosos) Esta versión muestra lo mimética que puede ser la imagen digital, pero ya no asombra tal hazaña tecnológica. Por lo tanto, quedan al desnudo las fallas. Lo mejor es la participación de Seth Rogen como Pumba, quizás escribiendo sus propias líneas. El resto es perezoso, puro alarde técnico que se agota tras la primera secuencia, que era lo mejor de la original y es –fotocopiada con “hiperrealismo”– lo mejor de este negocio. Las pocas canciones nuevas rellenan pero no alimentan.