Carnevale es un realizador eficiente: sabe cómo hacer para que un material a priori previsible destile motivos para emocionar al espectador. Es probable que, ante la premisa, el lector diga “ah, es ‘Sin hijos’ pero del otro lado” y algo de eso hay. Aquí Díaz interpreta a una periodista que escribe sobre las razones para no ser madre, se vuelve un éxito, tiene una vida buena sin vástagos, se ríe un poco de quienes lo han elegido y se le muda al edificio un tipo atractivo con una hija. Todo lo que el lector puede esperar de esta premisa está ahí. Pero Carnevale es un realizador eficiente: sabe cómo hacer para que un material a priori previsible destile motivos para emocionar al espectador. (Te puede interesar: El balance del año del cine nacional: crecer a pesar de la crisis) Y sabe otra cosa: hacer una película en un universo que reconocemos como próximo casi en seguida, sin esfuerzo. Eso y que los actores comprenden a sus personajes alcanza para que “No soy tu mami” funcione bien, tenga algo de garra, diga algunas cosas interesantes sobre la vida que llevamos y nos alcance de modo terso al final feliz.
Todos los trucos y sustos ya los vimos, pero están dispuestos con una mecánica por una vez efectiva. Las dos películas de “El Conjuro” son excelentes, mezcla de terror, suspenso, observación social, docudrama y emotividad. Las de “Annabelle”, que son derivadas de ese mundo, no. La primera es “muñeca diabólica hace cosas feas”, la segunda, un poco mejor, es “ah, pero esta muñeca es mala porque mirá lo que pasó entonces”. Esta tercera, que se une con “El Conjuro” (porque la muñeca hace de las suyas en casa de los parapsicólogos Warren y tiene como blanco a la hijita de ambos) es probablemente a) la peor película de “El Conjuro” y b) la mejor película de “Annabelle”. Para evitar confusiones: la muñeca encerrada en una caja de vidrio sagrado (sic) decide romper todo y despierta a otros espíritus malignos que viven en objetos que los Warren, vaya uno a saber por qué sádica predisposición, tienen en un cuarto cerrado en casa y no en una bóveda de cemento reforzado bajo tierra fuera del alcance de niñas de diez años en plan piyamada. (Te puede interesar: Cine: cuáles son las películas imprescindibles que hay que ver) Lo interesante del asunto es que todos los trucos y sustos ya los vimos, pero están dispuestos con una mecánica por una vez efectiva. Y que la película no tiene más pretensión que hacernos sufrir hasta que alguien vuelve a poner cada cosa en su lugar. Mientras tanto, se usa todo el aparato cinematográfico para experimentar formas del susto y eso lleva a la película, curiosamente, más cerca del cine abstracto o vanguardista que a la novela fílmica frecuente en el mainstream. Algo es algo.
Los actores, todos brillantes, le ponen intensidad a esa idea de rodear a alguien cuyo pasado y presente se disuelve de modo irreparable por el Alzheimer. Los dramas centrados en el Alzheimer tienen la virtud de que en seguida golpean al espectador y el defecto de que uno ya sabe cómo esquivar el golpe. Aquí no tenemos excepción: los actores, todos brillantes, le ponen intensidad a esa idea de rodear a alguien cuyo pasado y presente se disuelve de modo irreparable. Se agrega el tema de cuestionar (no censurar, cuidado) la idea de “familia”, algo que también vimos pero aquí está bien dosificado.
Esta reconstrucción del ataque terrorista a Mumbai en 2008, uno de cuyos objetivos fue el lujoso hotel en el que los empleados terminaron protegiendo a los huéspedes tiene sus virtudes: suspenso sin pausa, peligro constante, ninguna seguridad de un final feliz (para algunos sí, para otros no, lo mismo que en la vida real y eso es una virtud importante para mantener la tensión). Ir al grano a veces es mejor que estilizar o señalar con el dedo.
Es ligera, es cómica y está llena de aventuras y detalles felices. Cualquier intento de llevar la perfección del “3” a la extensión del “4”, en cine, puede ser tan frustrante como buscar la cuadratura del círculo. “Toy Story” había cerrado la historia de Andy y sus juguetes de manera perfecta; los cortos con los personajes que viene haciendo Pixar son geniales y bien podría haber quedado todo ahí. Una cuarta entrega parecía ceder a la avidez monetaria. Puede ser. También sucede que es una de las mejores películas del año lejos, incluso más profunda –en cuanto a problemas filosóficos, si se permite el término– que la anterior. Hay un juguete nuevo creado por las manos de Bonnie, la nueva dueña de Woody, Buzz y el resto, con crisis de identidad (real). Hay un regreso, el de Boo, la pastorcita, transformada en un juguete libre e indómito. Hay un personaje cuya “maldad” se desdibuja en la tragedia del rechazo. Hay un dilema moral absoluto: hasta dónde llega el deber de un juguete –de una persona respecto de su familia o su tarea– y dónde comienza el cuidado de sí, la consecución del propio deseo. Y hay un cierre completo no ya para los dueños de los chiches, sino para los chiches en sí, un momento de decisión de esos que dejan lágrimas por horas. Es ligera, es cómica y está llena de aventuras y detalles felices, por cierto (el diseño y los personajes atraen la mirada en todo momento). Pero es también una enorme meditación sobre el deber y el deseo, sobre la diferencia, no siempre subrayada, entre moral y ética. Cerca de la obra maestra.
Extraños en pueblo chico, encuentro raro, asesinato inexplicable, maldición sobrenatural. No se sorprenda porque el terror argentino esté generando cada vez mejores películas. Es un género importante, con un público fiel y es de traducción universal. Aquí tenemos tópicos: extraños en pueblo chico, encuentro raro, asesinato inexplicable, maldición sobrenatural. Pero todo está tratado con una efectividad y una precisión que permiten incluso al espectador más entrenado en el cliché del género creer lo que sucede. No es poca cosa y todo funciona bien.
Estos nuevos Men In Black tiene mucho más entusiasmo, así que se trata de un humor más blanco, menos irónico y, en cierto sentido también, menos profundo. La serie “Hombres de negro” siempre fue algo un poco aparte en el cine de franquicias millonarias. Comedias de aventuras con elementos totalmente surrealistas justificados por el hecho de que, bueno, en la Tierra refugiamos extraterrestres, colocaba el norte en la simpatía y la relación humana –muy humana– entre los personajes. Las tres anteriores, las que colocaron a Will Smith en el mapa estelar de Hollywood, las hizo Barry Sonnenfeld y eran en gran medida un canto de amor a una ciudad –Nueva York– y su entorno multicultural. Empezar de nuevo implica ir hacia otra parte, y aunque aquí tenemos una trama que toma préstamos de aventuras anteriores, hay novedades. El enemigo es interno (un infiltrado), los héroes son hombre y mujer (la pareja Hemsworth-Thompson, que ya mostró gran química en Thor-Ragnarok) y hay más acción que humor. ¿Por qué? Porque no hay un personaje como el de Tommy Lee Jones, que combatía aliens como un empleado de correos que ponía sellos, adusto y aburrido aunque siempre moralmente justo. Estos nuevos Men In Black tiene mucho más entusiasmo, así que se trata de un humor más blanco, menos irónico y, en cierto sentido también, menos profundo. Pero el espectáculo está ahí y vale la pena: estamos viendo el nacimiento de una (potencial) gran pareja cómica mixta de las que el cine ha visto poquísimo. Ah, sí: no se eluden referencias como que Hemsworth use un martillo, porque no hay película de Hollywood que no nos tome por tontos al menos en un plano.
Esta es de esa clase de películas construidas con un profesionalismo total, transparentes para el espectador. Menos mal que hay comedias, de tanto en tanto. Como todas, parte de una premisa absurda (un nene de diez tiene una “niñera” digamos de 15; se reencuentran mucho después cuando él es un periodista un poco anárquico y ella se prepara a ser candidata a presidente) pero construye a partir de allí –esa es la magia de las grandes comedias– relaciones creíbles y capaces de emocionar al espectador. Más allá de que Rogen y Theron conocen todos los resortes del género, esta es de esa clase de películas construidas con un profesionalismo total, transparentes para el espectador, donde lo que sucede es que nos sentamos en el cine y la pantalla es una ventana a lo extraordinario, en este caso cómico. La parte política del asunto, de paso, no tiene desperdicio, y es más equilibrada e “incorrecta” que la mayoría de las películas “serias” sobre el tema. Nada de señalar con el dedo: puras personas.
Catherine Corsini hace muchas cosas: homenajear el género, analizar sus costuras, mostrar la oscuridad detrás incluso de las pasiones más altruistas Con los elementos del más típico melodrama (amor fugaz, embarazo, madre amorosa, padre renuente a reconocerlo, incluso abusivo) Catherine Corsini hace muchas cosas: homenajear el género, analizar sus costuras, mostrar la oscuridad detrás incluso de las pasiones más altruistas, narrar la segunda mitad del siglo XX y mostrar el cambio en la noción de familia. Y todo sin dejar de sostener un gran cuento con sutilezas y delicadeza.
Con nada –una locación perfectamente utilizada, un actor extraordinario que no se pasa de histriónico, planos elegidos con absoluta precisión– el artista de YouTube brasileño Joe Penna aprende de John Carpenter cómo generar suspenso y mantener en vilo al espectador con un relato de supervivencia más allá de las contrariedades. Mads Mikkelsen se carga al hombro una película que, si viviéramos en un mundo más justo, sería de lo más importante de la temporada.