Narrado con precisión –no hay tomas de más–, en el tiempo justo y con humor asordinado, es un pequeño gran film. Menos drama que comedia, en realidad, muy cercano al tono de su film anterior “El Apóstata”, Veiroj narra el tema esencial del arte: cómo dedicarse a la creación y combinar tal cosa con la vida cotidiana, con la paternidad, con las necesidades de todos los días. Aquí hay un artista (el Belmonte del título) y una serie de dilemas que ponen en cuestión el sentido de la vocación. Narrado con precisión –no hay tomas de más–, en el tiempo justo y con humor asordinado, es un pequeño gran film.
Esta versión de la nouvelle de ese americano por nacimiento y europeo por elección que fue Henry James logra capturar el sentido básico de la historia. No es fácil adaptar un texto clásico a la pantalla. No sólo por el engolosinamiento en miriñaques que suelen mostrar muchos realizadores, sino porque si encima se trata de una obra maestra literaria, cualquier traslación perderá por comparación. Pero esta versión de la nouvelle de ese americano por nacimiento y europeo por elección que fue Henry James logra capturar el sentido básico de la historia: dónde reside la raíz del fracaso de la utopía americana. No porque se hable de política (la historia es la de un editor americano obsesionado con un poeta que falleció en Venecia y va en busca de las cartas que envió a una amante), sino porque el duelo entre una forma tradicional de vida y el pragmatismo del obsesionado narrador muestra las razones de la decadencia. En esta versión, un estilo teatral de actuar complementa y a veces responde irónicamente al bello decorado veneciano.
Carece de alma, dice demasiado y lo hace a costa de las imágenes. Así los momentos bellos nos dan pena: parafraseando a Baudelaire, Dumbo es un film cuyas orejas de gigante le impiden caminar. Y ni hablemos de volar. Dumbo, el clásico de 1941 dirigido por Ben Sharpsteen pero cuyo autor es Walt Disney, dura 65 minutos. La versión “con actores” dura exactamente el doble. La primera mitad de la película “nueva” adapta (sin elefantas malas, sin payasos caricaturescos, sin cuervos habladores, sin ratones inteligentes, sin elefantes rosa, sin la locura increíble del rarísimo largo dibujado) la clásica y es poco interesante aunque tiene momentos visualmente inspirados (el viaje inicial del tren, por ejemplo). La segunda es una película de Tim Burton que nos cuenta, en un alarde de lugares comunes “bien pensantes” que recuerdan los errores (horrores) de Dorfman y Mattelart, por qué Disney es el mal. Pero esa segunda mitad tiene un hada buena con el rostro de Eva Green y un villano con los tics de Michael Keaton y eso es bueno. En algún momento incluso, la película amaga con homenajear brutalmente a “Freaks”, el gran film maldito de Todd Browning. (Leer también: En manos de Disney: Lo que viene de Star Wars) Pero “Dumbo” es un personaje tan tierno, que todo se queda en la mera mecánica de guión. El gran problema de esta película ocasionalmente inspirada consiste en que no hay una sola emoción construida, sino que los planos nos dicen “acá se llora porque lo indica el guión”. (Leer también: Cine: cuáles son las películas imprescindibles que hay que ver) Carece de alma, dice demasiado y lo hace a costa de las imágenes. Así los momentos bellos nos dan pena: parafraseando a Baudelaire, Dumbo es un film cuyas orejas de gigante le impiden caminar. Y ni hablemos de volar.
Este drama islandés narra el viaje de una niña de nueve años al campo para aprender sus quehaceres y empezar a madurar. Lo que sucede es otra cosa: se ve envuelta en un drama familiar que, sí, la va a acercar a la adultez pero no de la manera más amable. Este drama islandés narra el viaje de una niña de nueve años al campo para aprender sus quehaceres y empezar a madurar. Lo que sucede es otra cosa: se ve envuelta en un drama familiar que, sí, la va a acercar a la adultez pero no de la manera más amable, precisamente. Podría pensarse, dados los paisajes, que se trata de un trabajo más o menos teatral en un ambiente más o menos turístico, de belleza “a reglamento” para conquistar el ojo narrar lugares comunes, pero no: realmente el paisaje natural combina perfectamente con lo que sucede dentro de los personajes. Hay algo onírico, además, en la percepción de ese mundo, dado que siempre lo vemos a través de los ojos de una niña. Hay alguna deriva pretendidamente “mítica” que molesta, lo único que se parece a un folclorismo for export en una película, por lo demás, precisa en la manera de mostrar sentimientos complejos sin subrayarlos.
“Nosotros” es una película de terror hecha y derecha que juega sobre la paranoia y el tema del doble. Es, también, una sátira social y política. Hace dos años, Peele nos dio “¡Huye!”, una sátira sobre el racismo en clave de película de terror que bien podía ser una casualidad, un tiro único. Estamos un poco demasiado apurados los críticos de cine en busca del autor perdido, pero parece (parece, subrayemos) que aquí efectivamente hay uno. “Nosotros” es una película de terror hecha y derecha que juega sobre la paranoia y el tema del doble.
La historia de un ladrón que termina con su carrera interpretada con elegancia por un actor que termina con su carrera no puede no ser irresistible. La historia de un ladrón que termina con su carrera interpretada con elegancia por un actor que termina con su carrera no puede no ser irresistible. Esta película cumple con lo que promete (buenas actuaciones y humor amable), y con el tono “medio” americano, ese que no es ni trágico ni cómico pero que abreva de ambos de un modo equilibrado, tan difícil de conseguir. En su clasicismo y su generosidad es, visto lo que tenemos cada semana, una rareza total, casi un ovni en las carteleras.
La historia del tipo que no cumplió la última voluntad de su mujer y de los problemas que genera tratar de llevarla a cabo demasiado tarde resulta un buen vehículo para mirar el lado absurdo del mundo. Aunque dispar, el tono de comedia negra de esta película (más española que argentina, en realidad) es bienvenido y permite a Oscar Martínez mostrar que tiene las herramientas de todos los géneros que a uno se le puedan ocurrir. La historia del tipo que no cumplió la última voluntad de su mujer y de los problemas que genera tratar de llevarla a cabo demasiado tarde resulta un buen vehículo para mirar el lado absurdo del mundo.
El realizador Rodolfo Durán se mete con “Lobos”en la vida de una familia dedicada al crimen en un momento de crisis El mundo criminal es, siempre, un universo atractivo, básicamente porque en general no somos delincuentes y el cine es nuestra ventana a lo desconocido. El realizador Rodolfo Durán se mete aquí en la vida de una familia dedicada al crimen en un momento de crisis, y concentrándose más en los personajes –todas las actuaciones son buenas, algunas mejores, pero todas buenas– que en la historia per se, logra tejer un tapiz complejo y atractivo. Un buen ejercicio que trasciende su género.
“Maligno” tiene demasiados lugares comunes, apela demasiado al susto producto de amplificar el sonido o montar alguna imagen rápida. Hay un nene malo, muy malo, quizás poseído, y una mamá preocupada, muy preocupada porque el pibe se porta un poco peor que sus compañeritos de grado. Bueno, un poco mucho. En realidad la corriente “nene malo” en el cine de terror tiene su tradición y, por cierto, debería ser bastante perturbadora toda vez que la infancia es vista simbólicamente como el refugio de la inocencia. Dicho esto, “Maligno” tiene demasiados lugares comunes, apela demasiado al susto producto de amplificar el sonido o montar alguna imagen rápida, como para detenernos en el dilema de la madre respecto de si abrazar al pibe o darle el moquete que lo desposea de su huésped. En esa imposibilidad de elegir entre el drama, el melodrama de suspenso y el horror a lo sobrenatural y no expresado la película se disuelve. Una pena, porque el tema siempre es prometedor y no falta algún acierto en la puesta en escena.
La decisión tiene un manejo notable del suspenso y un juego con el registro realista que vuelve más inmediato el conflicto de base. Es probable que los lugares comunes sobre el cine iraní no se hayan disuelto, pero es menester avisar que ya no es sólo el sutil –y genial– juego entre lo real y lo ficcional que ejerció Abbas Kiarostami y sigue ejerciendo Jafar Panahi, sino también (como ya lo hacía el emigrado Rafi Pitts, como hace Asghard Farhadi, que ganó dos Oscar) el juego con el género y la pura invención a través de la cual se tocan temas que preocupan a la sociedad de Irán, pero se vuelven universales. La decisión tiene como personajes a un médico forense, a un hombre humilde, a un niño que muere (nada es más terrible que la muerte de un niño) y a la culpa como motor de las acciones. Tiene, además, un manejo notable del suspenso y un juego con el registro realista que vuelve más inmediato el conflicto de base. La dirección combina lo que sucede en el ambiente (lo social) con lo que pasa, emocionalmente, dentro del personaje central, y la manera como se trenzan ambos conflictos es lo que le confiere su fuerza a una película que deja al espectador con preguntas morales por momentos incómodas. Hay algo más, algo que este cine iraní nuevo nos muestra con cada película: la elegancia para seleccionar la imagen más pertinente a la historia. Un plato perfecto para equilibrar el menú de la cartelera, demasiado abundante en comida al paso y con poquísimas opciones gourmet.