Un coro poco convencional Arthur (Terence Stamp) y Marion (Vanessa Redgrave) son un matrimonio de ancianos, que han estado juntos toda la vida. Marion es encantadora y se esfuerza por tener una actitud positiva ante la vida, pesar de estar muy enferma; su esposo es muy dulce con ella y le provee todos los cuidados que su enfermedad requiere, pero es un tipo de mal carácter, intolerante, y mantiene una muy mala relación con su hijo James (Christopher Eccleston). Marion concurre todas las tardes al coro de un centro de jubilados, actividad que adora, y donde sus compañeros la consideran una pieza fundamental. El coro al que Marion pertenece no es nada convencional, los viejitos cantan canciones de rap o heavy metal, y en esas escenas radica la mayor parte del humor de la película, no por reirse de los ancianos, sino por el humor con que ellos mismos toman los achaques de su edad, o el modo en que la sociedad los ve. Siempre guiados por Elizabeth (Gemma Arterton), la adorable directora de coro, quien y los incentiva a ir siempre un paso mas allá. Elizabeth es el personaje más encantador de la película, una profesora de música que trabaja ad honorem, solo por ver las sonrisas con las que la reciben. Cuando la enfermedad de Marion se complica, Arthur debe enfrentar la vida solo, tratar de recuperar la relación con su hijo, y ese coro al que detestaba termina jugando un papel muy importante en su recuperación, al igual que Elizabeth, con quien entabla una hermosa amistad. La película es una verdadera comedia dramática, con un tema central tan trágico como una enfermedad terminal, y con personajes que a pesar de todo creen que una actitud positiva y el amor hacia los demás pueden cambiar las cosas. Por momentos cae en algunos lugares comunes, es un tanto melosa, y el final es esperable. Pero las actuaciones son buenas que esos detalles no molestan demasiado. La relación entre los personajes de Terence Stamp y Christopher Eccleston esta construida de modo sublime. Con excelentes actores el director construye un gran drama, pero al salir del cine, extrañamente, estamos contentos.
En bandos opuestos Basada en la teoría de que habría un tercer atentado luego de los perpetrados a la embajada de Israel y la Amia, fue concebida esta ficción. Ahmed (Mohammed Alkhaldi) es un terrorista libanés, y David (Vando Villamil) un agente de la Mossad en Argentina. Ambos han tenido vidas difíciles y han presenciado, siendo pequeños, el asesinato de seres queridos, lo que influyó en su futuro y sus decisiones. Los dos se encuentran en Buenos Aires en el año 1994, en bandos opuestos, consumidos por su trabajo e ideologías. La película muestra de forma muy detallada, y cercana, las vidas de ambos, sin justificar sus acciones y sin ponerse del lado de ninguno de ellos. Ahmed ha llevado una vida normal en Venezuela durante diez años, donde ejerció como pediatra hasta ser llamado por su organización. Tiene esposa, un hijo, y todo esto le hace mas difícil llevar a cabo su misión, las dudas y la culpa no le son ajenas. Es ahí donde radica lo interesante de la película, que no hace hincapié en los hechos de violencia solamente, sino en el lado humano de quien está dispuesto a dar la vida por una causa, en sus dudas, y en las presiones de la organización a la que pertenece. Está claro que más allá de sus puntos en común, David debe atrapar a Ahmed antes de que se lleve a cabo otro atentado. La actuación de Vando Villamil, es excelente, como un agente implacable, que solo vive para su trabajo, y que se siente torturado cuando comienza a hacerse ciertos cuestionamientos. Filmada de forma prolija y dinámica, técnicamente impecable y con muy buenas escenas de acción, la película logra ofrecer también momentos tan sencillos como conmovedores. El final deja un poco que desear, cerrando la historia de un modo un tanto forzoso y con algunos lugares comunes, lo que no la desmerece demasiado, y aun así consigue destacarse entre otras películas de la misma temática.
La construcción de la identidad Durante la guerra del Golfo dos niños nacen en un hospital de Haifa. Yacine (Mehdi Dehbi) un bebé palestino y Joseph (Jules Sitruk) un bebé israelí. El Hospital debe ser evacuado de emergencia y los niños son llevados a un refugio, al otro día son intercambiados por error, y ambas familias descubren esto 18 años después. La noticia no podría ser mas desconcertante y dolorosa, han criado al hijo de otro y no conocen las caras de sus propios hijos. Las familias toman la decisión de contárselo a los chicos, y de reunirse para que se conozcan. A partir de ahí ambos construyen una relación, primero desde la curiosidad, y luego desde el afecto. La película relata la búsqueda que ambos jóvenes deben hacer de su nueva identidad, explorando la vida y la realidad del otro, para saber como serían si fueran quienes estaban destinados a ser. Provenientes de culturas que le dan demasiada importancia a la sangre, al vientre materno y a los antepasados, ¿cómo saber quienes son cuando ya no tienen nada de todo eso? La realidad los obliga a replantearse de donde proviene la identidad, como nos convertimos en quienes somos, que tanto peso tiene realmente lo congénito y hasta donde somos realmente libres de elegir nuestro destino. Con un marco complicado de fondo, ya que no podrían pertenecer a culturas más diferentes y complicadas, a Yacine se le abren esas fronteras donde los militares lo revisan cada vez que quiere pasar, mientras que a Joseph se le cierran; consecuentemente, sus familias no pueden evitar ventilar ciertos rencores cada vez que se reúnen. Con grandes actuaciones, sin golpes bajos, y con una mirada sensible al respecto, la película reflecciona sobre la identidad -que finalmente son las experiencias que hemos vivido-, los sentimientos, y las ideologías que adquirimos, y no las que heredamos.
¿Me quiero casar? La ley de matrimonio igualitario es sin dudas una conquista social muy importante, y ante esto Maximiliano Pelosi se pregunta si, ahora que tiene la posibilidad, quiere casarse con David, su pareja desde hace cinco años. A partir de este planteo Pelosi dirige y protagoniza un documental sobre el matrimonio entre personas del mismo sexo, que analizando su significación social, legal y religiosa, y las experiencias de diferentes personas que se animaron a dar ese paso, se cuestiona si realmente la ley alcanza para igualarnos a todos. La investigación tiene como fuentes la opinión profesional de expertos, información obtenida de internet y varias entrevistas -muy buenas en su mayoría-, a personas que aportan diferentes puntos de vista sobre el tema: sus propias hermanas, el cura del colegio al que concurrió, amigos que ya se han casado, y miembros de las agrupaciones C.H.A. (Comunidad Homosexual Argentina) y G.L.B.T. (Gay Lesbianas Bisexuales y Transexuales). El documental resulta interesante ya que propone una reflexión sobre el carácter vital y trascendente que el derecho al matrimonio igualitario tiene para quienes han luchado años en busca de los derechos hereditarios y previsionales de los convivientes del mismo sexo, mientras que para otros es sólo una posibilidad que les ha sido dada y sobre la que no se detienen a pensar demasiado en sus consecuencias, y si es lo que realmente quieren. Cabe destacar que no es un documental panfletario de los derechos de los homosexuales, sino un análisis que reflexiona acerca de las parejas y las familias. Sin embargo, vale criticarle que resultan excesivos los pasajes en los que Pelosi filma detalles de su vida cotidiana y de su propia relación de pareja, que lejos de aportar al desarrollo del tema central del documental, parecieran estar dirigidos a marcar más las diferencias que lo que tienen en común con las parejas heterosexuales. Pelosi filma desde su perspectiva -o desde la de alguien con su mismo estilo de vida-, y desde allí plantea dudas comunes a todos: ¿casarse o no casarse?; ¿es posible ser fieles toda la vida?; ¿se puede sobrellevar la convivencia?. Porque más allá de las elecciones personales, el film intenta dejar en claro que estas cavilaciones sólo pueden surgir a partir de la igualdad de derechos, pues de otra forma, no habría lugar para planteos sino para la búsqueda de esa igualdad.
Demasiados recuerdos La vida de Vera Silvia Magalhaes es la elegida por la cineasta brasileña Lucía Murat para contar parte de la historia más oscura de Brasil. Magalhaes tuvo una activa participación en el secuestro del embajador de Estados Unidos en Brasil, en 1969. Ana -el personaje ficticio basado en Vera- milita desde muy joven y es de armas tomar. Era el motor que inspiraba a sus amigos, la líder de su circulo. Al igual que Vera, luego del encierro, la tortura y el exilio, Ana sufrió varias enfermedades y crisis psicóticas. En cada una de sus internaciones sus amigos se reunían en el hospital, y es allí donde comienza esta película, con sus amigos sentados en la sala de espera, y Ana ya en estado de coma, en su última internación. Allí los camaradas recuerdan a su amiga, y surgen las reflexiones y las confrontaciones. Durante toda la historia la presencia de Ana los acompaña, se les aparece en su juventud, la Ana de los ´60. Hablándoles, mirándolos, mientras están solos, mientras escriben, mientras piensan. Así durante las apariciones de Ana y los flashbacks en los que se va contando su historia, vamos armando el rompecabezas de su vida, y entendemos qué la une con cada uno de aquellos que están en ese lugar. La película aborda diferentes temas, desde la perspectiva de quienes tomaron las armas en los ´60, y también desde la de sus hijos, quienes irremediablemente chocan en más de una oportunidad con aquella visión, y tienen unos cuantos reproches para hacer. Han pasado muchos años, aún les cuesta hacer una autocrítica, y sufren por ese mundo que quisieron cambiar y no cambió demasiado. Algunos de ellos siguen luchando contra los molinos de viento, otros han tomado diferentes caminos, como el cine o la literatura, y otros se han dedicado a la política, con todo lo que eso implica. "Memorias Cruzadas" es una gran pelicula, no solo porque la forma en que está narrada es impecable, sino por la riqueza y el realismo de sus personajes; porque se habla mucho del idealismo de aquella época, pero pocas veces reflexionamos sobre qué pasa por la cabeza y el corazón de aquellos que vieron desaparecer la utopía.
Amor a los 50 Eva (Julia Louis-Dreyfus) es una atractiva mujer cercana a los cincuenta, divorciada, independiente, que trabaja como masajista, y en una fiesta a la que va solo por acompañar a unos amigos conoce a Albert (James Gandolfini). No hay juegos de seducción, ni chispazos, ni una gran atracción, solo una buena conversación, cosas en común, y algunas frases graciosas. Eva se sorprende al saber que Albert ha pedido su teléfono. Salen a cenar, tienen una cita, luego otra, y así comienzan una relación. Ambos están pasando por etapas muy similares, se han divorciado hace tiempo, y sus hijas están por dejar la casa para ir a la universidad, algo que les provoca ansiedad y cierta angustia. La película es muy entretenida, y muestra con gracia cómo es el amor en la madurez, cuando la atracción física no es lo principal, cuando el amor ya no es impulsivo, y se construye desde otro lado. Si bien la madurez ayuda, a cierta edad ya hay costumbres que son difíciles de cambiar y atentan contra la convivencia, algo conflictivo que la película muestra de forma muy graciosa. La historia esta básicamente sostenida por la química que existe entre los dos personajes principales, pero el entorno de ambos juega también un rol importante; como las hijas, las ex parejas, la mejor amiga de Eva (una gran interpretación de Toni Collete) y Marianne (Catherine Keener), la nueva clienta de Eva, una poetisa snob que parece tener demasiada influencia en ella. No es la típica comedia romántica, no solo por la edad de los personajes, sino por el realismo con el que muestra lo mejor, lo peor y lo complicadas que se vuelven las personas después de haber vivido unos cuantos años; además de cómo los estereotipos, y el entorno, muchas veces atentan contra lo que realmente queremos, y nos nublan la vista.
La peor de las pesadillas En una ciudad pequeña, durante el día de acción de gracias, dos familias se reúnen para celebrar. Afuera está nevando, adentro almuerzan y miran un partido por la tele. Todo parece la imagen del sueño americano, hasta que las dos pequeñas de ambas familias que salieron a jugar no regresan a casa. Las buscan por todos los lugares posibles, llaman a la policía. Comienzan a pasar los días, las nenas no aparecen. En un segundo todo cambió bruscamente, y la desaparición de las chicas comienza a consumir a ambas a familias. Cuando la policía libera al único sospechoso detenido, por falta de evidencia, Keller Dover (Hugh Jackman) decide tomar el caso en sus manos. Keller es un hombre fuerte, que le enseña a su hijo que siempre hay que estar preparado para todo. Esa personalidad autosuficiente y la desesperación de no encontrar a su hija, lo hacen ir tras el único sospechoso del caso, creyendo que esconde algo. Así en la historia se dan paralelamente dos búsquedas, con muchos puntos en común, como un rompecabezas en el que las piezas no se comparten. Por un lado la búsqueda del padre, movido por la angustia, y por el otro la investigación que realiza el detective Loki (Jake Gyllenhaal), alguien con experiencia en resolver este tipo de casos, que no deja pistas sin analizar. Pero el caso se complica, las pistas se agotan, y quien tiene a las niñas parece saber bien como esconderlas. La película tiene un clima de tensión que nos atrapa desde el comienzo, de esas en las que tenemos la sensación de no haber respirado durante dos horas; vivimos de cerca la desesperación de ambos, tanto del padre inexperto como del policía que se deja devorar por su trabajo. El tema central del filme no es la justicia por mano propia, lejos está de ser una apología sobre eso, y tal vez ni siquiera una reflexión. La película muestra todo aquello de una sociedad que no queremos ver, cómo podríamos cambiar ante una desgracia y de qué seriamos capaces. ¿Confiaríamos en las instituciones? ¿Estaríamos preparados para descubrir atrocidades con las que la policía puede lidiar cotidianamente? Es una película de suspenso con todas las letras y también con mucho drama, aportado sobre todo por las excelentes actuaciones de sus protagonistas, y por la atmósfera asfixiante que logran darle, tanto desde lo estético como desde el guión, con personajes complejos, donde los buenos pueden ser malos, y los malos sienten tanto dolor, que hasta podrían conmovernos.
Revolución para adolescentes La segunda parte de la saga encuentra a sus protagonistas como triunfadores, ganadores de la edición número 74 de los juegos del hambre; aquellos que en la primera parte de la historia sufrieron toda clase de penurias, son ahora victoriosos ganadores que disfrutan de fama y dinero. Pero no todo es tan bueno como parece, ahora son los nuevos muñequitos de moda del capitolio, han perdido toda su intimidad - aparentemente por el resto de su vida - y pasaron a ser un instrumento del poder, utilizado para tener tranquilas a las masas. Con ese fin deben hacer una gira de la victoria por todos los distritos, dando discursos armados para distraer a la población y darles tiempo de pensar en lo mal que la están pasando. Los victoriosos jóvenes se debaten ahora entre ser instrumentos del poder, y así no poner en riesgo sus vidas ni las de sus familias; o decir lo que piensan, con el riesgo de levantar a las masas, que por otro lado, no están tan dormidas ni resignadas como en la primera parte de la saga. Por ello, el Presidente Snow (Donald Sutherland), elabora un macabro plan para acabar con los jóvenes rebeldes. Visualmente tan potente como la anterior, con esa estética entre kitch y barroca, la película no ahorra gastos en efectos especiales, imágenes fuertes, y lugares comunes. Cuenta con actores de la talla de Amanda Plummer y Philip Seymour Hoffman, que se suman a las buenas actuaciones de Woody Harrelson y a la caricaturesca composición de Elizabeth Banks. La película vuelve a plantear ese mundo totalitario, donde los medios del poder manejan a las masas a su antojo, al punto de sacrificar adolescentes todos los años con tal de recordarles quien manda, y con el doble fin de entretener también a los ricos y superficiales habitantes del capitolio. En esta segunda parte Katniss (Jennifer Lawrence) y Peeta (Josh Hutcherson) ya saben de qué se trata el juego, lo aprendieron a jugar, pero no dejaron de ser dos chicos del distrito 12 y deben elegir de qué lado van a estar, algo que dejan muy claro al final de la película. Mas allá de todo, es básicamente un filme para adolescentes, por lo tanto continúa explotando el triángulo amoroso entre Katnees, Peeta y Gale (Liam Hemsworth). A esta altura, "Los Juegos del Hambre" ya tiene una enorme cantidad de seguidores, tanto por los libros como por las películas -como sucedió anteriormente con los vampiros mormones de "Crepúsculo"- y es para ellos que está armada esta historia, por eso a esta altura tal vez estén de más las reflexiones que podamos hacer sobre el modo en que la película aborda los regímenes totalitarios y el manejo de las masas, y tengamos que aceptar que para muchos adolescentes (no todos) que no han tocado un libro, y cuyo mundo comienza y termina en Facebook, las aventuras de estos protagonistas equivalen al Mayo Francés o a la Revolución Cubana. Así de triste.
A Obama con cariño "El Mayordomo" cuenta la historia de Cecil Gaines (Forest Whitaker), la que comienza en el año 1926, cuando aún era un niño que trabajaba junto a sus padres en una plantación de algodón y las cosas no eran muy diferentes a los tiempos de la esclavitud. Luego de un hecho terrible Cecil es retirado del campo y trasladado a la casa de los dueños, donde aprende el oficio de servir, y no solo aprende a preparar un plato, o servir el té, también aprende a ser invisible a los ojos de los blancos, estar ahí solo para atenderlos, sin molestar. Con el tiempo Cecil deja el sur, y luego de mucho esfuerzo y varios trabajos logra un puesto de mayordomo en la Casa Blanca, con buen sueldo, lo que le permite mantener a su familia y darle a sus hijos la educación que él no pudo tener. Pero aún debe ser invisible y servirle a los blancos. Llegan los años 60, los discursos de Martin Luther King, y Malcom X, los movimientos por la igualdad, y esos tiempos coinciden con los años universitarios de su hijo mayor. Padre e hijo tienen formas muy diferentes de ver la vida, uno se adapta a lo que le tocó y el otro quiere cambiar las cosas. Cecil Gaines comienza a trabajar en la administración de Dwight Eisenhower y termina con la de Ronald Reagan; en ese tiempo vió y escuchó de todo, fue tratado como un objeto por algunos, y como una persona por otros, tal el caso de Kennedy por ejemplo. La película reproduce muy bien cada época, no solo estéticamente, sino en el modo en que el poder lleva a cabo su trabajo, y en el modo en que la sociedad le responde. Pero si bien refleja de forma bastante verídica las diferentes realidades, no deja pasar oportunidad para pegar golpes bajos acompañados de música melodramática, y cae en demasiados lugares comunes, hasta el punto que muchos de los personajes son estereotipos de lo que deberían ser, sin matices, o son buenos o son malos. Forest Whitaker lleva a cabo una muy buena actuación, como siempre, pero este personaje está lejos de ser uno de los mejores que le haya tocado interpretar, lo mismo sucede con Oprah Winfrey quien encarna a su esposa. Se destaca por su carisma y el realismo que le da a su personaje Cuba Gooding Jr., quien interpreta a otro de los mayordomos de la casa Blanca. Cecil Gaines es un hombre trabajador que llegó al mundo en una situación extremadamente difícil, y supero a través de los años muchísimos problemas, pero sin embargo la película nos deja la sensación de que no son las personas las que deben cambiar las cosas, sino el tiempo, o incluso el poder. Un mensaje que parece querer dejar contentos a todos, y a cada uno en su lugar.
Con la vida de otro Marcial (Joaquín Furriel) es un tipo seco, de pocas palabras. Consigue un trabajo de sereno en una fábrica por el que debe pasar las noches recorriendo un lugar sucio y oscuro; y si algo fuera de lo común sucede, debe anotarlo en un cuadernito. Marcial es callado, y destina su tiempo a observarlo todo, dentro y fuera de la fábrica, particularmente lo que ocurre en al casa de al lado. Pero su puesto es sólo una excusa para llevar a cabo su verdadero trabajo, aquel que le han encargado y por el que cobra mucho más que un sereno. En la fábrica conoce a Miriam (Maricel Álvarez), una de las empleadas; y en su otro trabajo, se encuentra con Ramón (Alejandro Urdapilleta), hombre mayor que sufre demencia senil. Miriam es muy diferente a él: habla mucho y todo el tiempo, le expresa lo que siente, lo quiere cuidar. Y mientras tanto él se hace cargo de Ramón, ese viejo que de alguna forma apareció en su vida. Con la aparición de Ramón, Miriam -y con ella, su hija Malena-, Marcial experimenta lo más parecido a una familia que podría tener; arma un rompecabezas de varias piezas, pero que ninguna parece serle propia. El viejo no es su padre, la nena no es su hija, y Miriam sólo está ahí. Marcial pareciera estar viviendo la vida de otro, pero a partir de que se encuentran, los personajes se necesitan y arman un burbuja donde tienen lo que les falta. La película comienza como un thriller oscuro, con un hombre enigmático que pronto revela lo que esta ocultando. Contiene escenas de violencia, y un clima de suspenso muy bien logrado. A partir de la segunda mitad de la trama, presentados los personajes, la historia pega un giro, y se torna mas dramática. Con excelentes actuaciones -es de destacar la de Alejandro Urdapilleta- y un clima que atrapa desde el comienzo, la película es por momentos tan silenciosa como su protagonista, y las imágenes muestran más que lo que dicen las palabras. Sin embargo, algunas fallas en el guión hacen que no podamos comprender del todo a los personajes y los vínculos entre ellos. No sabemos por qué Marcial se hace cargo de Ramón, ni que encierra su silencio, ni por qué se arriesga más allá de su trabajo. Pareciera que el silencio del protagonista esconde muchas cosas que la historia finalmente nunca revela, lo que genera cierta incomodidad en el espectador.