EL PESIMISMO NUNCA PIERDE Decadencia, pesadez, finitud, caos, son estados difíciles de aplicar en una puesta en escena. Películas de ruinas morales y materiales hay muchas pero pocas superan el exhibicionismo de su postproducción.
LA VIOLENCIA DE UN OBSESIVO Ninguna reflexión sobre el “sistema” se desprende de Relatos Salvajes. Sucede lo inverso: la cirugía antropológica es una excusa para poner en funcionamiento una máquina narrativa cínica y virtuosa. La obsesión arquitectónica de Szifron es descontrolada. Su último plano, pensado hasta la contractura cerebral con un cuchillo presente/ausente, remata el pico emocional del espectador, ofreciéndole el aplauso como único liberador de tensiones.
PORQUÉ NOS OBSESIONAMOS CON JESSE Y CELINE A M&M, que me enseñó la telepatía. Una película inicial se convirtió en una propuesta novedosa y finalmente en una antropología del amor. Esta mutación hace de la saga algo atípico; más que ampliar una historia, amplía un concepto, como esas tesis que sólo pueden exponerse a través de una novela polifónica.
EL DESTINO DE PIXAR Desde que el estudio de animación fue succionado por Disney, las mentes ingeniosas dejaron de crear universos sofisticados donde cada pieza delirante encajaba con suavidad y encanto. Valiente es el ejemplo bisagra: ahí se aprecia cómo Disney derramó su tinta china sobre los monitores de Pixar. En Valiente, la deuda con los cantares de gesta es exclusiva de Disney, de su pereza retrógrada, de su fanatismo folklórico. Pixar, en cambio, tiene la excitación de un dios seguro. Inventa personajes en mundos imposibles y coherentes.
S DE SNYDER Incomoda ver a un director desenfrenado filmando teatro filosófico. El cine de Snyder siempre fue vértigo, plasticidad, neuralgia y no resiste un plano-contraplano por más de 10 segundos. El Hombre de Acero lo comprueba en escenas absurdamente retóricas como la del cura, el científico o cualquiera con Russell Crow. Escenas mal resueltas, carentes de electricidad dialéctica, inventadas para que Batman y Superman jueguen al ajedrez en La Liga de la Justicia. La verborragia intelectual hace de El Hombre de Acero un producto desconcertante, más si valoramos su inspiración visual. Snyder es el poeta de los millones, quien mejor justifica una inversión mainstream en el Hollywood actual. Pero la moda del superhéroe preocupado por su ser-en-el-mundo no coincide para nada con los intereses del realizador.
EL CASO SHYAMALAN, MÁS TRISTE QUE ENIGMÁTICO Shyamalan: escupido por la crítica, indiferenciado por el público, orinado por los perros, insultado por la familia Smith. Caso desconsolador. Un indio que envejece, dejando fermentar sus celuloides. Un director reincidiendo en pésimas jugadas, desaprovechando oportunidades para lucir un estilo al menos interesante, donde la cursilería podía combinarse desprejuiciadamente con los fueras de campo, usados en pequeña escala para lograr escenas de buen suspenso y en gran escala para que sus guiones se tuerzan a último momento. Destreza que se sostuvo con resultados hasta La Aldea. Desde La Dama en el Agua, algún bicho kármico se le metió en los intestinos y le comió la inteligencia. Tuvo una lucha digna con El Fin de Los Tiempos, película divertida e irresponsable, pero arruinada por una guarangada ecologista que avergonzaría a un directivo de Greenpeace. Lo que siguió, El Último Maestro del Aire, aburrió a un monasterio budista, y Después de la Tierra padece una agonía entre las capacidades narrativas de Shyamalan y un andamiaje mainstream que no le encaja bajo ningún punto de vista.
MEJOR CALLAR Algunas películas vienen con su valoración incrustada. Coerción de una crítica especializada que imposibilita entrar virgen a la sala. Tabú sería un caso ejemplar: la exaltación fanática y colectiva hace culposo cualquier juicio negativo y personalizado. La película arranca con una falsa película, después toma otro rumbo y finalmente gira a un último relato que conecta con la falsa película. Semejante tontería del cine dentro del cine es una fragancia narcótica para el crítico o el cinéfilo. Trampa psicoanalítica que inventa una fantasía donde son partícipes, porque además de espectadores al cuadrado, los críticos y cinéfilos se elevan a un tercer nivel exclusivo y redundante: la voz autorizada que descubre y exalta el metadiscurso. Se trataría de una interlocución mágica, tribal, propia de unos chamanes que beben cinefilia.
Rareza espiritual es la este director. Porque no es obvia ni explícita ni forzada; está en el fondo de su cine y aparece intermitentemente, como las burbujas de un monstruo escurridizo sobre la superficie de un estanque. Esta teoría fugaz sobre la rareza espiritual de Paul Thomas Anderson se percibe en el choque de un montaje clásico con otro contrapuntístico, de un guión sólido con otro sinuoso, de una música atonal entreverada con canciones pegadizas. Libertinaje plástico tan espontáneo como aséptico.
HARAKIRI, HANEKE Haneke siempre fue malvado, pero aquellas películas donde la maldad no buscaba trascenderse, como Funny Games, El Séptimo Continente y La Pianista, transmitían gracia. Ahora Haneke quiere que la maldad tenga sentido, o peor, hace el demi-plié del sinsentido. Es así como destroza a un personaje bien compuesto en Amour, obligándolo a cometer una incoherencia para que el alma humana se sumerja en las tinieblas de la locura.
MONUMENTAL Los documentales le imponen al realizador muchas horas deformes de material, que tras un montaje terapéutico, se convierten en un ladrillo expositivo y en el peor de los casos didáctico. La Chica del Sur es la frontera de esta premisa: como documento es torpe, ni siquiera logra responder sus hipótesis. La Chica del Sur es otra cosa, quizá una historia de amor imposible con subfuerzas temáticas que le dan un cuerpo sensual y complejo.