Ver The Vault sin saber nada sobre ella es la mejor opción de sobrevivir a este triste intento de híbrido que funciona de a partes, hasta que revela su verdadera identidad y todo lo armado se cae abajo. Su director Dan Bush había co-dirigido la sugerente película de terror apocalíptica The Signal hace una década, pero no queda rastro de dicha inventiva en la que aquí nos compete.
La historia de In The Deep, ahora formalmente conocida como 47 Meters Down, es al menos curiosa. Pensada originalmente como una propuesta directa al mercado hogareño, fue el cálido recibimiento a The Shallows -genial película en la que Blake Lively batallaba un tiburón voraz- lo que llevó a los productores a reclamar el proyecto planeado para las estanterías y a reprogramar su estreno en cines, en pleno verano norteamericano, donde resultó en un éxito comercial. Su arribo a salas locales se da en pleno estío, momento ideal para arrojar la historia de dos hermanas a las cuales una excursión en aguas tropicales les sale terriblemente mal.
El subgénero de los exorcismos está acabado. A menos que resurja de las cenizas como lo hizo con la brillante The Conjuring, no hay que volver a tocar el tema de posesiones demoníacas por un largo tiempo. Triste, porque esperaba maravillas del equipo técnico y el tiro les salió por la culata, ofreciendo en The Crucifixion un pastiche masticado de lugares comunes del género, que ni sirven para aplacar el hambre de horror de todas las semanas.
Chico paquistaní conoce chica americana, ella enferma, y él debe lidiar tanto con los cerrados preceptos de su familia como el inestable lazo con los padres de ella. Algo que se ve todos los días, ¿no? La historia real de cómo el actor y guionista Kumail Nanjiani conoció a la que es ahora su esposa -y co-guionista- Emily V. Gordon es un cortejo romántico que gritaba a los cuatro vientos ser adaptado, y logra dicha transposición en la sentida comedia dramática The Big Sick, donde los elementos del terreno del humor se unen a la sensible trama hospitalaria, sin recurrir nunca al golpe bajo.
Voy a contarles algo. Cuando tenía 12 años, vi por primera vez Jeepers Creepers con un amigo de la infancia y tuvimos que sacar el DVD en el momento en que los hermanos Trish y Darry Jenner ven algo que no deberían al costado de la carretera, y alguien o algo los comienza a perseguir. Victor Salva había tocado una fibra muy sensible en mi yo adolescente y con pocos elementos hizo que me cubra de sudor frío de pies a cabeza. Dos años después llegó la secuela Jeepers Creepers 2, que hizo lo que hacen siempre las continuaciones: aumentar las presas de un par a todo un grupo de incautos y afilar un costado oscuramente divertido que la saga no sabía que tenía. En apenas una duología, el Creeper se convirtió en un personaje que se acercó al panteón de monstruos clásicos del horror, un primo cercano a otros imbatibles como Jason Voorhees o Freddy Kruger. Lo que nos lleva a preguntarnos: con un personaje querido dentro del género, ¿por qué se tardaron 14 años en volver a traerlo a la pantalla grande? La respuesta es triste, y el resultado final lo es aún más… No es novedad alguna que Salva ha tenido problemas con la justicia, de los graves. Acusado y condenado por abuso infantil y otras malas yerbas, las puertas se le cerraron prácticamente frente a sus narices y la secuela tardó años en levantar vuelo. Con lo que resultó ser Jeepers Creepers 3, la criatura debió quedarse en tierra firme. Optando por el camino de la mediecuela -la trama ocurre la noche en que termina la primera entrega y engancha al final con los sucesos de la segunda-, la tercera venida de la criatura encuentra al condado de Poho en ciernes al ver cobrar vida aquello que siempre consideraron una leyenda urbana. El sheriff se ha topado con el monstruo hace 23 años -recuerden que cada 23 años de despierta para alimentarse- y vuelve a advertir a todos de la amenaza, mientras que una anciana que ha perdido a su hijo a manos del demonio alado recibe una visita fantasmagórica que le advierte que huya y se lleve consigo a su nieta. Durante los próximos 100 minutos, estos ejes serán los que muevan muy poco los engranajes de la historia, que se contenta en mover sus piezas de un lado a otro, con unas cuantas víctimas aquí y allá, pero nunca sorprendiendo o, lo que es peor, asustando. Tanto el sheriff que interpreta Stan Shaw como la atribulada Gaylen Brandon de la siempre espeluznante Meg Foster sirven como protagonistas frente a una narración que les entrega espacio, pero no sustancia como para hacer algo al respecto. Y menos aún la pareja joven de Gabrielle Haugh y Chester Rushing, quienes no son competencia alguna para los hermanos Jenner que alguna vez interpretaron Gina Phillips y Justin Long con un miedo que se les notaba apenas hablaban. El elenco es muy poco vistoso y hasta deplorable por momentos, todos siguiendo la línea de comando del guionista y director Salva, que sigue ahondando en la mitología de su bestia pero que le otorga más entidad a ridículos vehículos que a personajes de carne y hueso. Jonathan Breck repite los atuendos del villano, pero por fuera de su imponente presencia y maquillaje no aporta nada que no haya hecho antes y mejor. Una mala elección de producción que perjudica es la gran cantidad de momentos en que el Creeper pasa a la luz del sol, dejándolo ver todo en detalle y perdiendo la mística pesadillezca del mismo. Jeepers Creepers 3 pasó de ser una inquietante película de horror a una glorificada cinta de terror clase B que uno ve en la televisión un sábado a la noche, sin planes de salir de juerga. Nunca estuvo muy arriba en los escalones del panteón del género, pero tenía su nicho importante, que ahora se vislumbra como una sombra de lo que alguna vez fue. Puede que sus efectos especiales sean catastróficos, pero la idea que surge detrás de ellos es más deleznable aún. En su afán de expandirse, lo único que hizo Salva fue ganar tiempo para la siguiente continuación, que filmará si consigue alguna vez el dinero necesario. Es quizás el único motivo por el cual ver la película, ese momento al final que promete en poco más de un minuto lo que no logró en hora y media: una batalla sangrienta por venganza. El resto, alfalfa de relleno para el espantapájaros.
Termina el año, un brusco 2017 donde el horror reinó desde su mismísimo comienzo para coronarse finalmente con el estreno de It en septiembre. Como no podía ser de otra manera, las últimas dos semanas del año traen a cuestas dos estrenos de terror y en esta oportunidad llega la deplorable Be Afraid que, como toda película del género, nace de una buena idea pero es pobremente ejecutada.
Estar apadrinados por Martin Scorsese y haber sido elegidos para la competencia oficial del Festival de Cannes 2017, esas solas credenciales les son suficientes a los hermanos Joshua y Ben Safdie como para hacerle a uno levantar las cejas de puro interés. Good Time es una verdadera proeza que, con astucia, construye una dinámica película de robos con complicaciones, que en el camino reivindica completamente la edulcorada carrera del galán Robert Pattinson. Que no los engañe el título, los buenos momentos que prometen son sarcásticos, al menos para los personajes. Es la platea la que tendrá un buen momento viendo desarrollarse uno de los peores atracos bancarios en la historia de los atracos bancarios cinematográficos. Y no es que abunde el humor. Lo hay, en dosis medidas pero nunca extremas. Pero la historia de vida de los hermanos Nikas no es una comedia, aunque los enredos que los siguen como sombras lo haga parecer así. El Connie de Pattinson es un muchacho nervioso y volátil, quien no tiene mejor idea que usar a su discapacitado hermano menor Nick (Ben Safdie, protagonista, director, guionista y editor, todo un hombre orquesta) para cometer un asalto a plena luz del día. Las cosas no salen como planean y pronto Connie necesitará una buena suma de dinero para sacar a su hermano de la cárcel, ya que si no lo hace Nick terminará como papilla en el correccional Rikers, con su frágil estado mental siendo un factor vital para apurar dicho trámite violento. En el transcurso de una sola noche ocurre la carrera contrarreloj de Connie, en donde éste acude a métodos poco ortodoxos para salvar a su hermano menor de una sentencia segura. A este antihéroe cuasi villano sólo lo redime el amor filial que le profesa a Nick y la necesidad de ayudarlo es el motor fundamental del film. Se la ha tildado a Good Time de vertiginosa, pero está algo lejos de serlo. El ritmo precipitado de conseguir algo en apenas horas me remite siempre a la excepcional Corre Lola Corre, donde una colorada rojo furioso Franka Potente debía recolectar una exorbitante suma de dinero en minutos. Acá el detalle desenfrenado lo aporta la rugiente música de Oneohtrix Point Never (ganadora a menor Banda de Sonido en Cannes) y el tempo que ofrecen los hermanos Safdie es menos una caída de la cima de una montaña rusa y más un lento pero seguro ajuste de tuerca. La travesía suburbana de Connie lo lleva a lugares impensados y sorpresas de guión varias, en donde cada situación le genera un impedimento que resuelve como puede. Él no es una luminaria criminal y eso mismo refleja la cara de perplejidad de un sobresaliente Pattinson, quien clava la bandera bien alto con este personaje y se quita de encima finalmente el estigma del vampiro brillante de hace un lustro atrás. No vamos a decir que está irreconocible, pero su cambio de actitud demuestra que es un buen actor después de todo, sin la pereza actoral que demostró en la saga Twilight. Ben Safdie es un gran apoyo para Robert en la caracterización del especial Nick, donde nunca recae en lugares comunes de gente con discapacidad mental, y los secundarios también brillan como una siempre explosiva Jennifer Jason Leigh como la novia MILF de Connie que parece estar en una tragicomedia, madre octogenaria y todo, o la jovencita Crystal de la debutante Taliah Webster que se ve arrastrada a la vorágine del protagonista. Good Time es la misma definición de un mal viaje lisérgico. Todo lo que puede salir mal lo hace, todo bañado con luces de neón, primerísimos planos para captar la reacción de los personajes y música de sintetizadores que abruma los sentidos. Es una radiografía de la bajeza criminal neoyorkina, un testamento a lo que la gente puede hacer por necesidad y urgencia, al estilo de vida que uno elige para sí y, en definitiva, una película que coloca a los Safdie como verdaderos etnógrafos de una clase social marginal.
The Foreigner se puede vender en pocas palabras como una secuela espiritual de Taken, pero con el inmortal Jackie Chan al frente. Si uno cierra los ojos, puede ver el panel de productores ejecutivos barajando ese concepto y tirándolo en la mesa, para luego salir corriendo a producirla. Ese detalle es lo que vuelve a la última película de Martin Campbell (las secuelas de la saga 007, GoldenEye y Casino Royale) una bolsa con resultados dispares, ya que hay claramente dos líneas argumentales en conflicto dentro del mismo marco narrativo. Lo que venimos a ver es al oriundo de Hong Kong actuar por fuera de su zona de confort. Hay un quiebre importante en su filmografía con este papel, el de un padre que bordea la tercera edad y ve su vida destruida delante suyo al ver morir cruelmente a su hija en un atentado. No pasan ni cinco minutos de metraje que este despiadado bombardeo pone a descansar su carrera de comedias de acción, donde Chan se movía de acá para allá despachando enemigos a patadas. Se le nota en el semblante cansado y más cuando pierde a su ser más querido. Es un hombre común que pide justicia. Y así inicia este film de venganza familiar. La segunda película es el thriller político y de espionaje que protagoniza Pierce Brosnan (con un acento irlandés que incomodará en principio a más de uno, pero pequeño detalle: Brosnan es irlandés), como un alto funcionario al que estos ataques podrían costarle su carrera si no descubre quiénes son los perpetradores. En el camino, los dos se cruzan con un enemigo en común pero con motivaciones distintas. He aquí el dilema del espectador. O al menos, el mío. Ver a un Jackie oscurísimo, como nunca se lo vio antes, es un gran aliciente a la hora de acercarse a The Foreigner. O The Chinaman, como es el título de la novela en la que se basa la película, pero con nombre cambiado no sea cosa que se acuse a la producción de racista. Su personaje es una mezcla del Bryan Mills de Liam Neeson y el brutal e ingenioso Rambo de Sylvester Stallone. Sabemos que Chan es un adepto a las artes marciales, y verlo en un rol así hace que uno lo quiera disfrutar más explorando esos músculos dramáticos que pocas veces hemos podido ver en pantalla. No se quiere que haga un refrito barato donde el protagonista es una máquina de matar y golpear, por lo que en ese aspecto la película sale airosa. Pero el suspenso interviene constantemente y le saca todo protagonismo al otro, al punto de que hay más escenas en oficinas que de acción pura y dura. Si le agregamos el detalle que la trama pergeñada por David Marconi es enrevesada con un puñado ingente de sospechosos y giros argumentales, el resultado es a veces un agotador film de dos horas en donde al espectador se le da y se le quita constantemente. Hay una falta de balance entre lo que es netamente cine de acción y lo que es el de espionaje, y si bien Chan y Brosnan se lucen en sus papeles, el desenlace del conflicto se estira demasiado. Ojo, Martin Campbell dirige notables escenas de acción, se ha llevado lo mejor de la saga de James Bond y lo aplica con mucho gusto. Claro también que Jackie le hace las cosas muy fáciles, ya que a los 63 años está en una forma impecable y agita golpes a compañeros de elenco 10, 20 y hasta 30 años menores que él, y no se le mueve ni un pelo al hacerlo. Y es quejarse de lleno, pero como espectador hubiese deseado una versión más descafeinada del thriller, en donde la adrenalina ocupase más pantalla que los entretelones políticos de turno. The Foreigner no es una locura de película de acción. Tampoco es un soberbio film de intriga. Pero ambas partes comparten cartel y la mezcla es tan volátil como el personaje de Chan, aunque sale adelante gracias a dos grandes protagonistas que se alejan de la escala del blanco y negro para acercarse a un gris profundo.
Ah, las historias de supervivencia, ese cuenco narrativo que nunca se acabará. Todo ser humano que se precie adora un buen cuento donde el protagonista debe enfrentar sus propios demonios al ser abandonado a su suerte en un ambiente inclemente. Sin ir más lejos, Leonardo DiCaprio se llevó un Oscar a casa por la bella tortura que le impuso Alejandro Gonzalez Iñárritu en The Revenant, y en años consecutivos Sandra Bullock y Reese Witherspoon estuvieron nominadas por Gravity y Wild, la primera sobreviviendo a una catástrofe espacial, y la otra a sus propias decisiones de vida en el Sendero Macizo del Pacífico. Las buenas historias abundan, se ha demostrado una y otra vez que se puede. El caso de 6 Below y la vida de Eric LeMarque no son muy paradigmáticas que digamos, pero su hazaña podría haber sido más superlativa que lo que vemos en esta oportunidad, un telefilm agrandado para la pantalla grande. El arriba mencionado fue un promisorio jugador de hockey, que tiró toda su carrera por la borda a raíz de propios caprichos sumados a un acercamiento casi letal a las drogas fuertes. Todo su desequilibrio kármico se radica en un triste pero previsible drama familiar, que lo lleva una y otra vez a enfrentarse cara a cara con la muerte en busca de esa adrenalina que ya el uso continuo de narcóticos no le aporta a su vida. Y es así como, jugando a la ruleta rusa sin revólver, se encuentra perdido en medio de un gigantesco temporal -que en pantalla no parece la gran cosa- y se las rebusca para sobrevivir a como de lugar. Si, suena cliché y repetitivo, pero tiene los suficientes méritos como para destacarse y no pasar totalmente desapercibida. El director Scott Waugh, quien viene del terreno de los dobles de riesgo y dirigió la insulsa adaptación del videojuego Need for Speed, tiene un excelente ojo para aprovechar al máximo las locaciones rocosas, profusas en nieve, que lucen espectaculares y si para algo sirve la película es para promocionar el lugar como destino turístico. En términos visuales, 6 Below es impactante. Donde carece de belleza es en el guión, cortesía de la novata Madison Turner. Ella tiene una buena historia entre manos y no digo que tenga que inventar situaciones que no ocurrieron en la vida real, pero en su escasa hora y media de duración no hay muchos eventos que llamen la atención poderosamente como para no despegar los ojos de la pantalla. Es cierto que algunos detalles son por demás escabrosos -lo que tiene que comer Eric para alimentarse es realmente pesadillezco-, pero por cada momento inspirado hay otros tres que aburren. Y un cuento de supervivencia nunca debe hacerlo. Y convengamos que Josh Hartnett nunca ha sido un gran intérprete. Los protagónicos le quedan siempre grandes y en este milagro en la montaña da lo mejor de sí, aunque no baste. Aún siendo un eslabón más en la cadena del elenco, fue grandioso su trabajo en Penny Dreadful, la serie de Showtime, pero le falta esa chispa que provoca sentir empatía con su suplicio. La pasión que le insufla a Eric es notable, pero no alcanza. Después de todo, es un hombre que está coqueteando constantemente con la muerte y hasta el cuarto de hora final es que no se nota esa travesía desgraciada que le ha tocado vivir por descuido propio. No me pongo a hablar mucho de Mira Sorvino porque me pongo mal. La alguna vez ganadora del Oscar ha sido relegada al papel de la madre de y todas sus escenas las pasa con cara consternada, llorando o con diálogos con los que poco y nada puede hacer. Casi una vergüenza se diría. 6 Below es un cuento inspirador del poder del espíritu humano, pero que llega algo tarde, cuando estas noticias arrancadas de las primeras planas de los diarios realmente tenían peso. Es imposible no compungirse con los momentos finales, donde se presenta al verdadero Eric, pero en líneas generales le falta mucho camino para sorprender.
No es novedad alguna que hay veces que los padres prostituyen a sus hijos por tener esos 15 minutos de fama que a su edad nunca tuvieron. Lo vemos de manera constante en realities televisivos, en las noticias y hasta en competencias deportivas infantiles de la vida cotidiana. Solar, el nuevo falso documental de Manuel Abramovich, tiene como figura central a Flavio Cabobianco y su momento de gloria, allá lejos en los albores de los años ’90. A la precoz edad de 8 años, Cabobianco presentó en un tour por diferentes programas nacionales el libro “Vengo del sol”, donde procedía a explicar conceptos espirituales de sus vidas pasadas y el cómo había venido a la Tierra con una misión por cumplir. Además de dejar boquiabiertos a los entrevistadores y al público en general, fue tildado por los medios como prodigio y hasta niño Índigo, pero 20 años después su realidad es otra. El objetivo del documental era correr el velo a tanto misterio, pero en el camino Abramovich se cruzó con un pequeño gran escollo: el Flavio adulto, ansioso de volver a figurar con la reedición de su obra. A hombros de un documental hecho y derecho y un falso documental, donde la tirantez entre el director y su estrella se nota forzada, es que transcurre Solar, un hábil tire y afloje que descubre lo que muchos casos realmente son: una farsa. No hay muchas medias tintas para desenmascarar. El Flavio crecido es una persona que sigue siendo espiritual, pero al mismo tiempo lo fascina la cámara, tanto que el mismo Abramovich le proporciona una para grabar su vida diaria, y los primeros minutos del film lo tienen como protagonista exclusivo. Tan exclusivo que es un documental condenado al fracaso. Flavio se torna realizador secundario, y Mariano tiene que jugar a dejarse dirigir, algo para lo que no está preparado y no es el eje de lo que pretende mostrar en su trabajo. Tarde o temprano conocemos al hermano mayor de Flavio, Marcos, quien también fue partícipe del suceso del otro pero reniega de ese capítulo familiar, y a la madre Alba, quizás la titiritera detrás de este movimiento new age, aunque ambos no cambian el panorama de la situación. ¿Ha sido todo un engaño minuciosamente pergeñado? ¿Tiene un ápice de sentido lo que se escribió en esas páginas? El clan Cabobianco encierra interrogantes entre sí, pero no es tarea del director explorarlas sino sobrevivir a su criatura que planea comerse toda la película. Y así lo hace. Solar es un documental a medias, fallido por el ego de un ser de luz que necesita constantemente ser el centro de atención, como lo fue en su infancia, todo lo contrario de un hermano que intuye que ambos fueron canales para los delirios místicos de su madre psicóloga. El destapar un fraude suena a un documental de oro, pero Solar no se permite eso. Los Cabobianco no acceden a hacerlo con su rigidez y con el hambre de cámara de Flavio. En las últimas escenas hay una confesión en off que es la piedra fundacional de toda la película, pero también se nota como un recurso conciliatorio entre director y protagonista, algo sacado a la fuerza y con pocos méritos. Pero si sirve de consuelo, es inspirador y hasta aterrador hasta dónde puede llegar la gente para seguir alimentando una mentira de décadas. Y en ese aspecto, Solar sobresale con creces.