Los años ’90 fueron asombrosos para el cine catástrofe. Armageddon, Deep Impact, Twister, las rivalidades hermanadas de Volcano y Dante’s Peak. Películas que más de uno las vio en las sesiones matinés transmitidas por televisión, con gloriosos doblajes al castellano, de esos que tenían tanta emoción en las voces que por poco creíamos que eran así las voces de los actores. Una de mis favoritas fue la siempre ignorada, y ahora injustamente olvidada, Hard Rain, con Christian Slater, Morgan Freeman y Minnie Driver, en donde un atraco tenía lugar en un pueblito en el medio de la nada azotado por una feroz lluvia. Este pequeño thriller no reinventaba la rueda pero tenía un buen elenco, una premisa intrigante y varios escenarios en donde el agua les jugaba una mala pasada a los protagonistas. Mi preadolescencia fue grandiosa con estas producciones, las disfruté mucho y lo sigo haciendo con añoranza si las llegan a pasar en la programación habitual de un fin de semana. Querer volver a esa época cuasi dorada de Hollywood no es sencillo, sobre todo por la cantidad de otras ofertas más sugerentes que hay en el medio, pero los intentos siguen existiendo. Sin ir más lejos, el año pasado con la caótica Geostorm, y este con The Hurricane Heist, una pequeña vuelta a las viejas costumbres que consigue salir adelante a pesar de sus a veces graves pasos en falso.
Un sacerdote, un rabino y un imán entran a una productora de música… Parece el comienzo de uno de esos chistes vulgares, pero a veces la realidad supera la ficción. Es el caso de la banda Les Prêtres (Los Curas), que en 2010 tomó a Francia por sorpresa al reunir a tres clérigos para lanzar un álbum con fines benéficos, de lo que Coexister toma su basamento para construir una película reuniendo a tres hombres de fe muy diferentes entre sí. Escrita, dirigida y protagonizada por el comediante frances Fabrice Eboué, la amable comedia apunta a reírse de manera irreverente de los preconceptos de cada punto religioso del trío musical, pero mayormente se queda en las buenas intenciones al buscar mofarse sin tapujos de las ridiculeces que pueden presentar ciertos detalles de cada religión.
Hace rato que una película no me dejaba confundido al nivel que lo hizo La región salvaje de Amat Escalante. El suyo es un ejercicio cinematográfico tan vasto que a simple vista puede parecer polémico o incómodo por el envoltorio sci-fi en el que viene adosado, pero que capa a capa va revelando una feroz crítica al estado actual de cierto sector de la sociedad mexicana, encerrada en preceptos tan primitivos que lo que más impacta en el film no es un ser alienígena octopoide caído de un meteorito sino la oscuridad del ser humano.
Con la naturaleza no se jode. Es un claro ejemplo que durante el último tiempo parece recordarnos el cine. Into The Wild, 127 Hours, Wild, The Revenant, todas tienen un hilo en común y es la fragilidad de la humanidad ante el enorme desafío que presenta la naturaleza en su estado más indómito. El australiano Greg McLean (la durísima Wolf Creek y la escabrosamente entretenida Rogue) toma como posta la segunda parte de la carrera del ex-Harry Potter Daniel Radcliffe y se adentra en la selva amazónica boliviana, no sin tropezar un par de veces con las raíces de su propia historia, pero encontrando el espíritu humano de supervivencia que tanto necesitan propuestas como la presente.
Con el correr de los años, Hollywood, la Meca del Cine, ha ido amasando una cantidad rutilante de figuras que el tiránico tiempo se encarga de ir borrando de la memoria colectiva de los espectadores. Con suerte se puede aspirar a una estrella en el Paseo de la Fama y, con un designio del destino, abrumar a muchas generaciones y convertirse en un ícono para la posteridad. Marilyn Monroe posee ambas, pero a su sombra siempre estuvo Gloria Grahame, otrora una grande del cine noir en blanco y negro que, con la llegada de la imagen a color y una aplastante prominencia en los tabloides debido a su vida privada, abandonó el cine y se subió al bote del teatro. Film Stars Don’t Die in Liverpool se enfoca en los últimos años de la actriz y, gracias al inmenso carisma de Annette Bening y Jamie Bell, subsana los lugares comunes de una biopic para homenajear a una estrella perdida en el limbo.
Ah, qué sería de la cartelera local sin una de terror o, en el caso que nos compete, una comedia dramática europea. Y tal como le sucedió a Pedro Almodóvar allá lejos en el tiempo, la directora, guionista y dramaturga Amanda Sthers cayó rendida a los pies de la española Rossy de Palma, de manera tan fuerte que le escribió una película como vehículo de lucimiento perfecto para los encantos tragicómicos de la consagrada actriz. Esa labor de amor se traduce en Madame, una dramedia bastante agridulce que se ilumina cuando ella está en pantalla, pero que se apaga cuando su personaje no está presente.
De no ser por el absorbente trío protagónico, la última película del vanagloriado Richard Linklater -la excelente trilogía Before Sunrise/Sunset/Midnight y Boyhood– pasaría a conformar las huestes de ese subgénero que yo personalmente califico como lo que la guerra nos dejó. El mensaje de que esta nunca es buena y deja consecuencias en la mente humana, a veces irreversibles, es un tópico frecuente en el cine, uno al que se vuelve incontables veces y hace difícil la separación entre tantas propuestas. Last Flag Flying es víctima de dichos lugares comunes, pero la fuerza interpretativa de los alucinantes Steve Carell, Bryan Cranston y Laurence Fishburne eleva el drama post-bélico por encima de la media.
El viejo refrán dice “Aunque la mona se vista de seda, mona queda”. Este precepto bien puede aplicarse a la atmosférica pero vacua The Lodgers, terror gótico y sobrenatural proveniente del viejo continente, que se queda corta en buenas intenciones y falla en agregar un giro interesante al género.
El mundo ama un escándalo de alto calibre, historias truculentas que son la comidilla de tabloides ansiosos por explorar cada recoveco de una controversia o tragedia. En 1994, la ruda patinadora Tonya Harding se convirtió en el eje mediático por excelencia al verse involucrada en una de las historias deportivas más recordadas por el público en general. El tríptico de director Craig Gillespie, escritor Steve Rogers y actriz Margot Robbie se unieron para contar la tragicómica historia de Harding, en una biografía diferente a todas las correcciones históricas con las que siempre cuenta el subgénero, y así crear una bella anarquía fílmica.
Como sociedad toda, todavía nos falta. Nos falta preocuparnos por el otro y dejar de ser egoístas. Aprender que cada vida es un mundo, un microcosmos de eventos que nos llevan a ser las personas que somos y no hay dos personas iguales en el mundo. La tolerancia ante el camino de vida del otro es una materia pendiente en muchos y es el estandarte de guerra que presenta el director Sebastián Lelio en Una Mujer Fantástica, que va de camino a incinerar la próxima entrega de los Oscar en el rubro Mejor Película Extranjera.