Considerado como un predecesor del slasher americano, el subgénero giallo mezclaba thriller, policial y elementos violentos con una hiperestilización que hizo de Italia su hogar, y utilizó a Lucio Fulci, Mario Bava y Dario Argento como los íconos y estandartes representativos de este tipo de cine, un arte que se fue perdiendo con el tiempo. En 2013, el director argentino Luciano Onetti recuperó con nostalgia este género en desuso con Sonno Profondo y recibió aclamación dentro del círculo especializado en el tema. Redoblando la apuesta, Francesca es el segundo intento del director local en homenajear a las películas que mamó desde la infancia y el resultado es interesante, pero no para todos los gustos.
A partir de su obra teatral Crol. Pequeño homenaje a nadadores pioneros, la actriz, directora y dramaturga Verónica Schneck compone un sentido viaje del recuerdo que comienza como una oda a la natación competitiva de resistencia, pero que luego va virando su curso y explora otras vetas emocionales durante hora y media de travesía al pasado.
El ríspido e inclemente clima de la Patagonia argentina no es lo único gélido en Temporada de caza, la ópera prima de Natalia Garagiola. Ese premio se lo lleva la intensa y muchas veces incómoda relación entre padre e hijo en el centro del interesante debut de la cineasta argentina, que acaba de emerger del Festival de Venecia llevándose entre manos el Premio del Público de la Semana de la Crítica. Galardón que no viene sin méritos, ya que las tormentosas personalidades de sus protagonistas hacen de este drama nacional una historia de alto impacto, que logra disparar todas las alertas para tener a Garagiola en el foco de atención mientras progresa su carrera.
A veces, ciertas historias poseen una universalidad en los tópicos que abordan que pueden adaptarse en un sin fin de oportunidades, en diferentes países e idiomas. Un caso así es el de Intouchables, la sensación francesa también protagonizada por Omar Sy -quien encabeza este estreno-, que ya tiene su versión argentina con Inseparables, una de la india y se prepara la americana The Upside, encabezada por Bryan Cranston y Kevin Hart. Ahora, la película que nos reúne en esta ocasión es Demain tout commence, una revisita francesa a la explosión mexicana No se aceptan devoluciones de Eugenio Dérbez, historia por demás mañosa y manipuladora pero que tenía sus buenos momentos. El común denominador de estos films hace que se disfrute sin importar cuales sean sus falencias, que en este caso son las mismas que la original.
La masacre de Villisca, Iowa, es otro de los tantos crímenes que se encuentran en los anales de la historia criminal americana por su brutalidad, ferocidad y falta de sentido alguno. Cien años después, han habido muchos sospechosos pero ninguna solución fehaciente a la matanza que se cobró la vida de seis niños y dos adultos. Esta tragedia real ha tomado forma en la película de Tony E. Valenzuela y The Axe Murders of Villisca recupera esta tragedia para narrar una historia convencional de esas que pueblan las salas todas las semanas. Comenzando con un escalofriante prólogo, tal vez una de las mejores y más perturbadoras escenas que propone, el foco de la acción se concentra en un trío de adolescentes de escuela secundaria. Uno de ellos es Caleb (Robert Adamson) quien cursa los últimos días de colegio y también el aniversario de la muerte de su padre. Su mejor amigo es Denny (Jarrett Sleeper), un muchacho ya egresado que sobrepone el estigma de ser tildado de homosexual con un programa de cacería espiritual junto a su amigo, a la vez que busca superar una triste historia familiar. Al terceto lo completa la forastera Jess (Alex Frnka), que sufre del escarnio público luego de que toda la escuela comparta un video teniendo sexo con el chico más popular en una fiesta. Los caminos de los tres confluyen en el último programa de los muchachos y la visita a la casa donde ocurrieron los crímenes dos siglos atrás. Quizás no sea para nada original el planteo, ni tampoco el enfoque que le da Valenzuela a la historia con el guión de Kevin Abrams y Owen Egerton, pero lo cierto es que The Axe Murders… no es aburrida. No aporta nada al género, pero está bien filmada, bastante más que otras compañeras de género y de mayor presupuesto. Gran parte de que no caiga completamente en el olvido es que el trío protagonista tiene carisma y actúan como los buenos adolescentes que son. O que componen al menos, porque claramente están un poco creciditos. El drama familiar de Caleb tiene un desarrollo atípico y la nube tormentosa maligna que rodea a la casa se nutre de ello. Con lo que llegamos a un punto crucial de la trama: la posesión sobrenatural, que remite demasiado a películas superiores como The Shining y Event Horizon por mencionar las primeras que se vienen a la mente. No es una mala explicación y funciona en el marco de la película, pero hay una gran pereza a la hora de elegir el motivo de tamaña maldad. El halo de misterio con respecto a la masacre hubiese servido mejor ubicándola en tiempo y espacio ocurridos, pero al transcurrir en la actualidad para congraciarse con los jóvenes millenials en la platea le quita un poco ese costado siniestro que bien podría haber funcionado, como lo hace cuando se vislumbra un poco el crimen con el genial reverendo poseído que interpreta Sean Whalen. Para ser un slasher sobrenatural, The Axe Murders of Villisca funciona de a ratos, pero le falta sangre y violencia. No es terriblemente mala, pero maneja una línea de mediocridad que puede sorprender a los neófitos del género, pero los voraces fanáticos tendrán poco que masticar en esta correcta propuesta.
Ganadora de la Palma de Oro del Festival de Cannes de 2016, la última película de Ken Loach (The Wind That Shakes the Barley, The Angel’s Share) es una desvastadora radiografía social quizás un poco panfletera pero más que relevante en los tiempos que corren. El foco de la película se centra en el viudo Daniel Blake (Dave Johns, extraordinario en su sencillez) quien tras sufrir un infarto es considerado capaz de seguir trabajando, aún cuando su cardiólogo personal estima que no está apto para regresar. El aparato gubernamental, pronto descubre Daniel, es un sistema ocioso que no se preocupa por el ciudadano o está tan desbordado que no tiene tiempo para ocuparse uno a uno de todos los que necesitan asistencia del Estado. Sumado a esto, la iliteralidad cibernética de Daniel le prohíbe completar un simple formulario para apelar la sentencia que le permita cobrar el seguro de desempleo. En el camino el carpintero viudo se cruza con Katie (Hayley Squires), una madre soltera con dos hermosos pequeños obligada a vivir en un hostal para personas de bajos recursos y amonestada por llegar tarde a una cita gubernamental por no conocer la zona a transitar. Este encuentro es el chispazo para que Daniel intente luchar contra el sistema perverso, pero con resultados infructuosos. A cada paso que el logre, la burocracia lo aplasta una y otra vez. Misma suerte corre Katie, quien protagoniza uno de los momentos más devastadores de la cinta cuando acude a un banco de alimentos con sus niños. Entre esos duros momentos recorre Loach junto a su guionista y colaborador asiduo Paul Laverty la vida de estos británicos sin suerte, mostrando una y otra vez que la gente quiere salir de la situación en la que se encuentran, que hay voluntad de ayudarse los unos a los otros, pero que se ven constantemente asediados por un conglomerado mucho más grande que ellos, simples hormigas, cifras en un sistema muy fallido. En un mundo donde nadie los comprende o nadie se molesta en hacerlo, Daniel y Katie se tienen entre sí. Johns y Squires hacen una dupla estupenda, aprovechando la economía del guión y sus líneas y maximizando la química casi paternal que forjan empujados a la situación límite donde han sido empujados. La escena del banco de alimentos es tan sólo la primera de unos cuantos momentos desesperanzadores del film. Loach tiene otros malos tragos bajo el brazo. Y justo cuando el momento triunfante de Daniel llega, el batacazo final es quizás algo telegrafiado pero no por ello menos demoledor. La vida es impredecible y extraña, pero no deja de doler que el sistema gubernamental esté podrido hasta la médula y no actúe en consecuencia. El premio mayor de Cannes quizás le haya quedado un poco grande a Loach en vista de las circunstancias, pero I, Daniel Blake es insoslayable en el estado actual de la sociedad mundial toda. Y eso, a veces, es más que suficiente para dejar una huella fuerte en el espectador, como la simple y triste historia de Daniel Blake.
A partes un thriller sobrenatural y un drama maternal sobre madre de hija separadas por las circunstancias, Don’t Knock Twice es la película de terror (británica en este caso) de la semana, una donde los sustos sorpresa están a la orden del día, pero su trama es lo que subsana otros momentos regulares de la misma. Jesse (Katee Sackhoff, dándolo todo como siempre) es una pudiente artista plástica con una hija ahora adolescente, Chloe (Lucy Bonyton) con la cual quiere resarcirse por años de abandono infantil debido a abusos diarios. Se le nota en la mirada a Jesse lo mucho que quiere reconectarse, pero la distante Chloe no cederá tan fácil, y el acercamiento entre ambas ocurre a cuentagotas. Lo sobrenatural llega cuando Chloe y un amigo de la infancia revivan una costumbre infantil que desata un infierno en sus vidas. Madraza como es, Jesse intentará solucionar el embrollo de su retoño antes de que sea demasiado tarde. Como drama familiar, Don’t Knock Twice sobresale con momentos muy sentidos entre Sackhoff y Boynton. Hay dolor por el apartamiento temporal, por las situaciones actuales de cada una, por el giro perverso en el que se encuentran, pero es una momento límite que las acerca mucho más de lo que nunca hubiesen deseado. El desarrollo familiar es lo que cimenta que el espectador se preocupe por las protagonistas, y que quiera llegar al desenlace con ansias de develar el misterio. El director Caradog James y sus guionistas Mark Huckerby y Nick Ostler agregan a este drama el mito de Babayaga (que no, no es John Wick y el apodo de la mafia rusa) pero es la arista menos novedosa del film. Reducida a una figura en las sombras delgada y amenazante (pero interpretada por el siempre servicial Javier Botet), la aparición de la bruja del folclor ruso encasilla mucho en el género a una película que podría haberse escapado a ese cliché burdo y carente de emoción. En hora y media de metraje entonces se entrecruzan dos historias en una misma trama, y una ayuda a la otra. Las investigaciones de madre e hija en esta supuesta maldición rusa y el reencuentro entre dos mujeres separadas hace rato. En el camino quedan sustos a granel, ya sea apariciones demoníacas o sonidos amplificados, y una sobreexplicación de eventos que se suceden como si el espectador no prestase la suficiente atención. Don’t Knock Twice no es un mal exponente del género. Tiene sus buenas ideas, ejecución decente, y giros un tanto imprevistos, pero en definitiva no suma nada novedoso u orgánicamente interesante más que para pasar un buen momento.
Parece ser que la fórmula ganadora para muchos autores del horror hoy en día es mezclar grandes hitos del pasado con lo aterrador que puede resultar la tecnología. Pero idos al caso, ya ni la terrorífica Skynet causa pavor en la saga Terminator, y nadie ha igualado al calculador Hal 9000 de 2001, Odisea en el espacio. Mezclando un poco de Freddy Kruger con Pennywise de It, pasándolo por el filtro de morir de puro miedo de Samara en The Ring, la perezosa Bedeviled no hace más que poner a caras bonitas a merced de un villano nada inspirado y una pobrísima historia apuntada a la generación milenial. Sin aportar nada nuevo al género, los directores y guionistas Abel y Burlee Vang reúnen a un quinteto de alumnos de secundaria tras la muerte de una de los suyos. Paralizada de miedo debido a una criatura de largas extremidades, Nikki deja pasmados a sus amigos, no sin antes enviar una misteriosa aplicación onmipotente a cada uno de sus teléfonos. Pronto, los carilindos se verán acechados por sus peores miedos – atentos al miedo mayor del personaje negro de turno – hasta que la heroína y el novio de la muerta decidan tomar cartas en el asunto y llegar hasta las últimas consecuencias antes de perecer… de aburrimiento. En menos de hora y media de cinta, los hermanos Vang abusan de todos y cada uno de los mandamientos del horror. Criatura escalofriante, sustos momentáneos, etc. Con los dedos de una mano se pueden contar las escenas que suscitan alguna sensación en el espectador, y sobran dedos. La investigación va del punto A al punto B, se teclean un par de teléfonos y computadoras y ya sabemos el modus operandi de este Freddy para el siglo XXI. No hay sorpresas, se puede ver venir todo a kilómetros de distancia. En muchos casos, el saber lo que va a pasar puede resultar menos tedioso si al menos se invierten los elementos lo suficiente para hacer sentir al espectador que está viendo otra cosa. No es el caso. Saxon Sharbino es hermosa, la cámara la ama, pero como la hermana mayor en el reboot de Poltergeist tenía mejores frutos gracias a un director que sabía lo que se requería de su elenco. Del resto de los colegas de Sharbino, ni hablar… Bedeviled es la película de horror perezosa de la semana. La mezcla del horror viejo clase B con las nuevas tecnologías es un concepto que muy pocas veces resulta, y este es un híbrido fallido que debería ser calcinado de la faz de la Tierra. Si se animan a una recomendación, pasen de ésta y vean mejor Unfriended, que es una entrega del subgénero horror virtual mucho más sencilla, provocadora y entretenida. Lo van a agradecer.
Quitando de la ecuación al prolífico James Wan (Insidious, The Conjuring), Darren Lynn Bousman es el único director de la saga de suspenso gore Saw que supo destacarse por fuera del terreno de Jigsaw. Tampoco es que han habido tantos directores en el ruedo pero, con tres secuelas bajo el brazo, es el más reconocido por fuera del malayo. Su último intento de embeberse en el horror lo constituye Abattoir, donde un concepto más que interesante queda perdido en el pantano que resulta su pobre ejecución.
Como si fuesen restos de un naufragio fílmico, a nuestras costas van llegando aquellas películas que estuvieron a un paso de la gloria académica, pero que no tuvieron la fuerza cinética necesaria para saltar al estrellato. Hace dos semanas se estrenó la irlandesa Viva, elección nacional a Mejor Película Extranjera para los premios Oscars en 2015, y de esa misma lista surge la finlandesa Miekkailija (El esgrimista), un cóctel cinematográfico que tiene todos los elementos lacrimógenos que agradan a la Academia pero sin perder esa sensibilidad que suscita suspiros en la platea. Luego de un siempre presente y servicial anuncio al comienzo, la historia coloca al espectador frente a un escenario histórico y político luego de la Segunda Guerra Mundial. El fugitivo Ender Nelis, el hábil esgrimista del título, vuelve a su Estonia Natal escapando de los servicios secretos rusos, que lo empujan a tomar un trabajo digno, pero para él casi humillante, de profesor de educación física en la escuela local de Haapsalu. Con la sospecha a la vuelta de la esquina y con una espada de Damocles pendiendo sobre su cabeza, Ender se ve forzado por la desidia del director escolar y por la insistencia de una alumna a crear un club de esgrima, totalmente en desacuerdo con los preceptos políticos que debían impartirse en cada una de las clases curriculares, incluso en deportes. Cualquier espectador que se precie y que tenga unas cuantas películas de domingo encima sabe para donde corre la historia. Un profesor reacio, con muy poco tacto para tratar con alumnos, un grupo de estudiantes ávidos por algo nuevo que los transporte a otra realidad mejor que la triste que viven día a día, la sombra de la guerra todavía oscureciendo todo. Es imposible no caer bajo el encanto de la historia, incluso cuando otras grandes películas han transitado el mismo camino, y con resultados mucho más memorables. El film de Klaus Härö adapta una historia verídica y lleva a este cuento de superación deportiva a buen puerto, con momentos cómicos que ayudan a elevar los espíritus, y otras secuencias lacrimógenas que apuntan donde más duele, sin perder nunca el hilo de lo que se está narrando. La labor de Märt Avandi como Endel Nelis es loable, pero es en las escenas que comparte junto a su alumnado cuando realmente sobresale, en particular cuando interactúa con la precoz Marta de Liisa Koppel o el callado Jaan de Joonas Koff. Todos los jóvenes conforman un elenco excepcional, pero los mencionados destacan por sobre la media y generan mucha más empatía que el poco explorado y casi innecesario romance con la maestra de Ursula Ratasepp. Entre el deber y el honor, la figura paternal y la devoción por el deporte, El esgrimista sigue las convenciones al pie de la letra, nunca desviándose de su objetivo ni haciendo un paso en falso. Es calculada, precisa y elegante, tal cual un duelo de esgrima. Quizás le sobre ese botón final, por demás explicativo y melodramático, pero no arruina una película preciosa e interesante, que deja con ganas de salir corriendo, agarrar un florete y ponerse en guardia.