Si una película no se estrena en cines en su país de origen, o lo hace de manera muy limitada y pasa directo a plataformas online, sabemos que estamos ante un problema. Una vez terminada Marauders, uno puede entender el porqué. Más parecida a un capítulo largo de una serie al estilo NCIS o afines, lo nuevo de Steven C. Miller tiene muchos pecados encima y sólo la estimable ayuda de su elenco subsana lo que de otra manera sería un policial olvidable.
El repetir el mismo día una y otra vez es un concepto tan maravilloso que, desde El día de la marmota, muchas películas y series han usado dicho artilugio narrativo para explorar diferentes vetas. La última en hacerlo es Before I Fall, adaptación de la novela homónima que agrega a la ecuación una dosis intensa de Mean Girls, con mucho menos humor, y de la reciente 13 Reasons Why para quitarle el velo una vez más a esa terrible etapa de la vida que llamamos escuela secundaria, con un giro decididamente sobrenatural.
Elegida como representante de Irlanda a Mejor Película Extranjera en el año 2015, a pesar de estar hablada íntegramente en castellano, Viva es un drama familiar vibrante sobre lazos fraternales perdidos y la confirmación de la sexualidad con una impronta cubana insoslayable.
Carla arriba a Córdoba, se toma una cerveza, llega a una casa sin dueños a la vista y se recuesta en una reposera de mimbre. Espera, dormitando, a que llegue gente. Cuando lo hace, el recibimiento es demasiado tibio, y la joven Martina es recibidora de un sentido pésame para, momentos después, entrar hecha una tromba a la casa al grito de ¡Quién mierda la invitó, la puta madre! Así comienza Fin de semana, un drama familiar con una carga sexual más que erótica, que delinea a la dupla protagónica en más de un sentido.
Muchas veces creo haber repetido por acá que es encomendable cuando una película tiene buenas ideas pero no terminan de sostenerse, usualmente por falta de fondos económicos. From a House on Willow Street es una de dichas producciones, un cóctel de suspenso y terror que nunca termina de cuajar, ya sea por efectos mediocres o simplemente una falta de compromiso de parte del director por crear algo diferente en base a conceptos algo novedosos en el género. Dirigida por Alastair Orr -quien tiene en su haber varios horrores genéricos-, la cinta encuentra a un cuarteto de forajidos liderados por Hazel (Sharni Vinson, la heroína de la genial You’re Next), que pretenden lograr un golpe maestro y forjarse un futuro fuera de los alcances de la ley. Para ello deciden secuestrar a la hija de un magnate y hacerse con unos valiosos diamantes. Pero lo que el minucioso plan no les dijo es que secuestrarán a una muchacha que tiene una carga algo sobrenatural dentro de ella. Será cuestión de tiempo para que las cosas se descontrolen… Y cuando lo hacen, ahí es donde From a House… aburre. Poco a poco el galpón industrial que hace las veces de guarida del grupo se ve plagado de visiones escalofriantes e infernales, todas conectadas con los protagonistas y un vergonzoso error de su pasado. Lo que comenzó como una interesante cruza entre un thriller de secuestros y el horror de la posesión se convierte en un puñado de sustos de manual, donde ni siquiera los efectos prácticos sangrientos pueden subsanar una trama que no va a ningún lado. Ahí es donde entran las ideas novedosas que mencionaba antes. Mediante un video-diario que los ladrones tomaron de la casa de la secuestrada se enteran de la historia detrás de la posesión, un baldazo de exposición narrativa que de haberse presentado de otra manera hubiese funcionado sobriamente. Lo que sigue es un depliegue de todos los recursos a mano para el acto final explosivo, donde lenguas demoníacas y cantidades ingentes de fuego en pobrísimos efectos digitales aplastan los pocos y aplaudibles retoques de maquillaje que salvan ciertos momentos. Aparte de Vinson, el trío de masculinos en pantalla hacen un trabajo medido y servicial, mientras que la poseída Katherine de Carlyn Burchell sale más que bien parada con su interpretación, aportándole mucha fisicalidad a su personaje. La idea en el centro de From a House on Willow Street origina una mezcla de géneros que, de haberse encarado de otra manera, podría haber resultado fascinante. Por desgracia, los buenos momentos dentro de la hora y media de película se pierden en toneladas de exposición y efectos de producción mediocres, donde se nota que el proyecto se le fue de las manos al director y simplemente hizo lo que pudo para llegar al clímax, que abandona al espectador sin dejarle mucho a cambio, tal cual lo hace el último personaje en pie al final de la película. Otra oportunidad desperdiciada…
El horror nuestro de cada semana esta vez proviene de Nueva Zelanda y uno pensaría que, alejado de la Meca de Hollywood, el resultado sería una visión fresca e inquietante sobre el género. No podría estar más equivocado. The Dead Room tiene de fresco el aire de una jaula de zoológico abarrotada de animales, y una boleta vencida de la tarjeta de crédito genera más inquietud que los tortuosos 80 minutos de duración de la película de Jason Stutter.
Hace no mucho tiempo, el documentalista Martín Farina presentaba oficialmente Fulboy, su primer trabajo, que databa del 2014 pero se estrenó a fines del pasado noviembre de manera comercial. Allí se metía de lleno en la intimidad de un club de fútbol al cual pertenecía su hermano mayor y sin tapujos exploraba esa cultura tan arraigada en nuestra sociedad. Ahora es el turno de su segunda labor, El hombre de Paso Piedra, finalizada en 2015 pero con varios años de producción a cuestas. Siguiendo el mismo camino anteriormente mostrado en el documental futbolero pero bifurcando la senda, pasando de mero espectador a partícipe del cuadro narrativo, Farina explora junto al sujeto del título temas mucho más jugosos que los tratados en los vestuarios del club. En Paso Piedra, partido de Choele Choel, provincia de Río Negro, vive Mariano Carranza, un obrero de pocas palabras que dedica su tiempo a preparar y cocinar ladrillos de barro. En sus tareas cotidianas y su ritmo de vida pausadísimo se inserta Martín, cámara en mano, para filmarlo todo. Ambos hombres, solteros, tienen filosofías de vida totalmente diferentes, pero en más de una ocasión, en charlas que representan lo mejor del documental, encuentran varios puntos en común. Farina lleva una vida prácticamente nómade, mientras que Carranza ha heredado el oficio de su padre así como también unas tierras bastante cotizadas, y no pretende pasar el resto de sus días de otra manera más que cumpliendo con su tarea de fabricar y vender ladrillos. A través de los días, la cámara del director retrata la linealidad del trabajo del obrero, donde un día sucede al otro y nada se escapa a la rutina. Estos momentos dan una sensación de aletargamiento para el espectador pero iluminan de una manera para nada subrayada lo monótono de llevar una vida así durante años. Es por esos instantes que las charlas entre uno y otro giran en torno a la soledad, el amor, los deseos de cambiar de rumbo, la posibilidad de cumplirlos, si estos anhelos existen o quedan aplastados por el deber pasado de generación en generación. Son temas muy profundos y personales, que quizás a veces no están conducidos de la mejor manera ni tienen una respuesta clara y concisa, pero así es la vida, pocas cosas tienen una respuesta transparente. El leit motiv del documental tiene su punto álgido al ritmo de una canción de la banda Coiffeur: que abandone su guarida / que ocupe su lugar / en otro espacio. Palabras más que contundentes para expresar el hermetismo de Carranza y los intentos del director por ayudarlo a salir de su zona de confianza y explorar otro futuro, por más corto o impensable que eso sea. En cierto momento, y con varias duchas de por medio -cansino recurso que ya utilizó el director previamente y que poco y nada aporta a la película-, hay un salto temporal que marca un punto más que agridulce en la historia. Es un tanto triste y hay que esperar hasta después de los créditos para una escena más, que deja abierta a interpretación personal el desenlace de la historia. Con El hombre de Paso Piedra, Farina va dejando de lado el simple voyeurismo que supo demostrar en Fulboy y se acerca a tópicos más profundos y significativos, con una apertura emocional mucho más duradera.
A diferencia de El hombre de Paso Piedra, el documental de la naciente directora Julia Pesce aborda una temática intimista desde el mismo seno familiar del que proviene. No tiene que ir muy lejos para contar una buena historia y las familias numerosas siempre se prestan a gestar ese camino a transitar que es la vida, el nacimiento y, por supuesto, el deterioro y la muerte. Apenas interviniendo en las acciones de su gente, Pesce actúa como narradora cotidiana pero mayormente como mera observadora de lo que ocurre a su alrededor. Y siempre en foco están las nosotras y ellas del título, el clan femenino que protagoniza el documental. Porque hombres los hay pero quedan fuera de foco, o escondidos en la trama, para aumentar el relato de estas mujeres. Los desafíos que deben afrontar son varios y muchos espectadores podrán empatizar en mayor o menor grado con ellas. Están las tías mayores, una en sus últimos momentos de vida, la otra con un Alzheimer incipiente. Está el trío de hermanas que deben sacar a flote a sus familias y cargar con el peso de un octogenario a cuestas sin mucha ayuda del resto. Y está la juventud, que transita los mejores años de sus vidas pero en el camino llegará un regalo del cielo que pondrá en disputa al seno familiar. Puede que estos temas sean trillados para muchos si vivieron estas situaciones en sus propias familias, pero el nivel de intimidad al cual llega Pesce es realmente admirable, ya sea en conversaciones típicas de reuniones, peleas por ocupar el baño antes de la fiesta de fin de año, o hasta relatos sobre la primera menstruación y lo que ello significó para cada una. El punto más memorable y audaz se da hacia el final del documental, cuando Pesce apunta su cámara a uno de los momentos más personales que una mujer puede vivir, todo filmado con un tacto y una sutileza que nunca borda lo chabacano. No hay nada nuevo bajo el sol en Nosotras/Ellas, pero la puntillosa manera de contar su historia familiar y ese hermoso y emotivo final hacen que la primera incursión de Pesce sea gratificante e iluminadora.
No señores, no estamos frente a una secuela de la hedionda Intruder de Travis Z estrenada el pasado diciembre. Acá no van a tener esa suerte, sino que Intruders, o Shut In -tampoco está relacionada con ese esperpento reciente con Naomi Watts– o Deadly Home es un thriller de invasión hogareña que visita lugares comunes del subgénero, pero con unos ligeros retoques que la hacen sobresalir un poco de la media. La película de Adam Schindler, en su debut cinematográfico, no pierde mucho tiempo en presentar el escenario donde pasearán sus desventurados personajes. Anna –Beth Riesgraf, en un papel bastante sobresaliente- acaba de perder a su hermano y ha heredado una fortuna apetecible, lo que hace que tres forajidos invadan su casa el día del entierro para hacerse con esos billetes. Punto uno, ella sufre agorafobia, lo cual le ha impedido salir del hogar para el propio funeral familiar. Punto dos, Anna y el lugar donde reside esconden varios secretos que saldrán a la luz causando estragos a su alrededor. Películas donde la víctima y los victimarios no son lo que parecen han habido varias en el cine, sin ir más lejos la excelente You’re Next jugó muy bien sus cartas y revelaciones para revertir la misma situación de siempre, e Intruders un poco se vale de ese mismo mecanismo para alimentar su trama. La pena es no saber sostener esos datos con personajes jugosos. A todo momento hay en la narrativa un ritmo fluctuante, donde los sucesos se encadenan uno tras otro, pero nunca terminan de hacer mella en el espectador. Anna es un personaje gris, muy bien interpretado, con motivaciones muy claras, pero el grupo al que se enfrenta luce acartonado y nunca termina de ofrecer un punto antagónico en concreto. En cierto momento, la película deviene en una prima lejana de la saga Saw y cuenta con varios escenarios cruentos y violentos, pero no terminan de rescatar un film en donde el espectador no conecta emocionalmente con ninguno de los personajes. Lo cual es una pena, porque el concepto es interesante e intrigante, y el elenco intenta siempre subsanar problemas que surgen desde el guión tosco y sin mucho jugo a cargo de T.J. Cimfel y David White. Intruders por momentos le escapa a lo obvio, pero acaba siendo presa de sus propias limitaciones. Está por sobre la media de lo que se viene estrenando en materia de horror en cines locales, pero su vuelo es muy rasante como para destacar o ser recordada de acá a unas cuantas semanas. Cumple y hasta ahí.
La visión con la cual Pablo Larraín toma a la figura de Pablo Neruda es bastante convencional para los tiempos que corren, mas no así su enfoque narrativo. Neruda se centra en los meses de persecución política que sufrió el entonces senador del Partido Comunista chileno, esto es, un período específico de su vida. Eso se viene viendo en el terreno de las biopic hace rato. La vuelta de tuerca es cómo se cuentan esos meses ajetreados. Así es como en Neruda hay una metanarración latente, que se cruza todo el tiempo con un policial noir que narra el detective encarnado por Gael García Bernal, encargado de la misión suprema de perseguir al laureado poeta. La trama de la película se desliza como un poema del autor, con un sinfín de cantos y recitaciones en público que ayudan a redondear la idea de esta figura mítica del arte, con todas las variaciones de grises que ello conlleva. “Debe hacer el amor con una rosa en su boca” menciona alguien, totalmente obnubilado con la facilidad con la cual Neruda comanda una reunión, donde sí o sí tiene que recitar sus prodigiosos sonetos. Pero también está la figura infantil del poeta, a veces mezquina, mujeriega y caprichosa a la cual le parece un juego que sea perseguido políticamente. Luis Gnecco encarna al escritor de una manera potente, sin recurrir a manierismos ni afectaciones severas. La caracterización es espeluznante, pero la maravilla es el actor que se arma de valor y sale airoso interpretando a una persona clave de la historia chilena. Está acompañado de una poderosa Mercedes Morán que tiene pasajes sublimes, pero ninguno más estupendo que la charla que tiene con el detective de García Bernal, donde su pausada voz hipnotiza a la vez que revela un dato que pone patas arriba a la historia. Gael se reúne con Larraín luego de No y su trabajo, aunque grandioso, no va a resultar totalmente convincente para todos. El mexicano ha probado una y otra vez que es un genial actor, y su detective Peluchonneau bien podría hacer salido directo de las páginas de un libro policial, pero a veces puede terminar agobiando con su narración constante. En el camino hay al menos dos grandes momentos de personajes terciarios, que se ven afectados de una u otra manera por el poeta, que realmente succionan el aire del lugar donde se encuentran y electrizan por la manera de contar su roce con Neruda. Aplaudo fuertemente esos dos momentos sumados a los del trío protagónico. El mismo Larraín ha mencionado que Neruda es una falsa biopic. Y viendo la película, uno entiende perfectamente porqué. De cabo a rabo el film es ensoñación pura, una trama donde los personajes se mueven de aquí para allá sin dejar traslucir cuando lo que se cuenta es verídico y cuando es una fábula en la mente de Pablo. Es una manera sutil e interesante de introducirse de lleno en un género que cuando está bien hecho, termina colmado de premios, y cuando no, aplasta a la misma figura que quiere homenajear. En ese aspecto, Neruda sale más que airosa con un director trasgresor que elige el camino menos andado para contar una historia onírica al ciento por ciento.