No es misterio alguno que la promisoria carrera de M. Night Shyamalan se fue al caño luego de decisiones cinematográficas bastante desgraciadas -léase The Happening, The Last Airbender y After Earth-. El que alguna vez fuese alabado como el nuevo Spielberg pronto quedó sumido en una sombra de la promesa que alguna vez fue, pero el 2015 le abrió una pequeña puerta de atrás para que el cineasta indio haga un regreso con decencia. La productora Blumhouse, floreciente estudio que poco a poco ha ido ganándose adeptos en el género del horror a puro codazo y bajos presupuestos, le dio la llave a Shyamalan para destrabarla y el resultado es The Visit, un pequeño gran thriller de terror casi inclasificable, que tiene toda la impronta del director y lo hace regresar a sus raíces más misteriosas. Valiéndose del recurso más utilizado para abaratar costos, el del falso documental, la película encuentra a un par de mañosos hermanos adolescentes que se ven obligados a visitar a sus abuelos debido a un próximo crucero de su madre con su flamante nueva pareja. Prácticamente obligados a convivir durante una semana con sus mayores, Becca y Tyler aprovechan su tiempo filmándolo todo, mientras sus abuelos demuestran lo cariñosos que pueden ser pero a su vez lo extravagantes que se pueden volver de un momento a otro. La prohibición de no salir de su cuarto pasadas las 21:30 horas no es más que un poderoso aliciente para los hermanos, que por curiosidad nata de su edad rompen una noche, y el idílico encanto campechano de la casa desaparece en un santiamén. Algo raro pasa en este lugar, y más temprano que tarde los hermanos averiguarán el porqué. Shyamalan sabe que The Visit es su oportunidad de volver al ruedo, y no desaprovecha segundo alguno de los 90 minutos de metraje que tiene. El director sabe como cautivar a la audiencia con ajustes de tensión aquí y allá, pero también destapa un costado humorístico bien negro que sus anteriores películas no poseían. Sí, podemos decir que The Happening era mas bien una comedia involuntaria, pero acá Shyamalan está en pleno uso de todas sus facultades, y el híbrido entre comedia negra y horror puro entrega sus dividendos muy pronto. A no equivocarse: The Visit es una película de terror, su trama es terror puro, pero no por eso deja de tener un costado cómico para aliviar la tensión. Gran parte del encanto del film procede de sus jóvenes actores, a quienes la química fraternal se les da de maravillas. Olivia DeJonge es la fastidiosa hermana mayor sabelotodo Becca, la voz que manda en este documental familiar que se torna bien oscuro conforme pasan los días, mientras que Ed Oxenbould es Tyler, el polo opuesto, un chico juguetón con un afán por el rap impensado para su edad. Si bien los hermanos son el punto de entrada para el espectador, los abuelos son otro cantar. La Nana de Deanna Dunagan de seguro causará muchas pesadillas de acá a un tiempo futuro por su total imprevisibilidad y arranques de nervios, mientras que el Pop Pop de Peter McRobbie tiene a su favor una de las escenas más asquerosas que verán en el cine este año. En el medio encontramos a la mediadora madre protagonizada por la siempre solvente Kathryn Hahn, quien está presente mayormente vía sesiones de Skype pero que actúa como nexo entre ambas generaciones. El elenco es parte de lo que hace a The Visit tan cercana y aterradora a la vez, y en ese aspecto gana muchos puntos a fuerza de voluntad. Si algo se le puede discutir a la película, es que cuenta con un final no forzado, pero terriblemente emotivo, lo cual genera una discordancia con el desenlace, ese glorioso acto final donde se revela toda la verdad. Puede que Shyamalan tenga un pequeño giro escondido entre bambalinas, o puede que no, pero sea cual sea el resultado, es una jugada simple que no limita para nada lo que se vino construyendo con ahínco previamente. The Visit no será una excelente película, pero viendo los últimos resultados de Shyamalan, es un bienvenido abrazo de regreso, que junto con el piloto de la miniserie Wayward Pines, cierra un año a todo vapor para el pronto resurgimiento de una de las promesas de Hollywood de las últimas décadas. Gracias por volver, M. Night.
Como toda antología -en este caso de terror- Tales of Halloween es una caja de sorpresas. Como si fuese una bolsa de golosinas de la festividad presentada en esta serie de cortometrajes, hay caramelos sabrosos y alguno que otro ácido que puede generar malestar, pero es la combinación en general la que al fin y al cabo importa, y en ese aspecto la película sale airosa. Ni por asomo el experimento de Axelle Carolyn se le acerca a la excelentísima Trick 'r Treat de Michael Dougherty de 2007, una colección de historias interconectadas que nunca pudo estrenarse comercialmente en cines, pero que al salir en el mercado del DVD generó un seguimiento de culto y con muchos méritos. Si bien esa tenía un gran presupuesto de estudio en comparación con la producción a pulmón de Tales..., la comparación puede resultar odiosa pero un poco pertinente. Ambas películas tienen como lugar estratégico una pequeña ciudad atravesando el día de Halloween, pero ahí se acaban las similitudes. La cohesividad narrativa de una es lo que a la otra le falta, y Tales... es una seguidilla de historias que no están conectadas entre sí. Si algo bien positivo hay que remarcar, es que la película abre y cierra con historias bastante potentes. "Sweet Tooth" es la típica fábula aleccionadora que tanto funciona en festividades afines, y "Bad Seed" cierra el combo con la violenta historia de una calabaza asesina. En el medio habrá resultados dispares, sin escatimar nunca en el nivel de violencia y sangre que uno espera de una propuesta del género, pero el resultado se nota mas uniforme que, por ejemplo, los diminutos cortos de The ABCs of Death. Tales of Halloween es una labor de amor que llega un poquito tarde a festejar la ocasión en las salas locales, pero que en definitiva es una colección de diez historias que se dejan disfrutar pero que dan ganas de más.
De haberse creado en pleno apogeo de la serie del canal Fox Kids, creo que Goosebumps hubiese sido un éxito rotundo y hubiese ganado un seguimiento de culto. Hijo de los '90 como soy, la serie Escalofríos fue una de las principales causas del porqué me gusta tanto el horror. Así que como seguidor absoluto de la serie, puedo admitir que me sentí un poco decepcionado de que la historia que presenta la película de Rob Letterman tenga bastante poco del aire tenebroso pero para toda la familia que sí poseía la serie en cada uno de sus capítulos, pero no por eso deja de ser una entretenida salida al cine. Para empezar, la trama actúa como un grandes éxitos de la saga de libros de R.L. Stine, e incluso se da el lujo de sumarlo a la historia como un personaje más, encarnado de buen talante por Jack Black. El detonante de las (des)aventuras de Zach -Dylan Minette- y su hilarante amigo Champ -Ryan Lee- es la curiosidad, como siempre, y el liberar al Hombre de las Nieves como primera instancia no es un buen signo. El resto de las creaciones del elusivo y desesperante escritor escapa tarde o temprano, trayendo el caos consigo y una seguidilla de interesantes pruebas a superar por el grupo. A Goosebumps le falta ese giro macabro que la serie tenía a cantidades ingentes y se nota en la pantalla grande. Los monstruos, bien diseñados eso sí, no causan el pavor que sí generaban sus contrapartidas televisivas, y todo se siente apuntado a los pequeños de la casa y no al sector demográfico ideal, los preadolescentes. Es cierto que hay ciertas bromas subidas de tono que sólo los más grandes pueden captar, pero en general la adaptación es bastante luminosa y aséptica, pero es entendible. Siento que me estoy quejando mucho por algo que el film no es, pero si tengo que comentar los buenos aciertos, ahí sí puedo decir que Goosebumps es muy entretenida, dura lo justo y suficiente, tiene a un Jack Black pasándola genial como el ficcionalizado autor, un elenco secundario de gran nivel utilizado en la forma necesaria, y alguna que otra vuelta de tuerca que uno no se ve venir para agitar un poco el terreno, lo cual entrega un cóctel de diversión pura. Quizás no haya sido lo que uno esperase de ella, pero Goosebumps puede resultar un gran primer escalón para aquellos que recién se inician en el género del terror. Luego de ver la película, conseguir un par de libros del escritor que vende más ejemplares que Stephen King no parece mala idea para seguir en plan.
De haber podido hacerlo, creo que tanto Steven Spielberg como Tom Hanks hubiesen hecho Bridge of Spies dormidos. La película tiene una esencia tan propia de ellos dos que está más allá del bien y del mal, lo cual puede ser un arma de doble filo. No es ni el mejor ni el peor de los trabajos del cineasta y el actor, pero en ningún momentos alcanza esos niveles de efervescencia que las filmografías de estos veteranos del medio han presentado antes, y en mayores cantidades. En papel, la historia de un abogado estadounidense que tiene que enfrentarse primero a la Justicia americana para que un supuesto espía soviético tenga un juicio justo, y luego para mediar el intercambio de dicho espía con su contraparte norteamericana atrapada en tierras rusas es interesante, y más en manos de un consagrado director como Spielberg. Por desgracia, la dramatización de tales eventos nunca llega a vislumbrarse del todo en pantalla, ya que desde el guión de los hermanos Joel y Ethan Coen todo se reduce a muchas negociaciones detrás de bambalinas, encuentros que parecen no ir hacia ningún lado y algún que otro estallido de adrenalina aquí y allá, pero que poco se acomodan a la intriga internacional que propone la trama. El formato le vendría bien a un documental, pero incluso con la mano maestra de Spileberg y compañía, el resultado es bastante frío y francamente no tan fascinante como otros proyectos del director. Incluso Lincoln tenía más sensación de emoción que la presente, y eso que dicha película involucraba los esfuerzos del presidente americano por generar una nueva Enmienda en la Constitución del país. Con esto no quiero decir que Bridge of Spies es un bodrio hecho y derecho. Todo lo contrario. El carisma inherente de Hanks remonta cualquier escollo que la trama pueda presentar, y toda escena con él y Mark Rylance en pantalla es maravillosa, donde dos actores de talento se sacan chispas con sus idas y vueltas verbales. Son esos pequeños momentos que Spielberg siempre logra en sus películas, lo que vale realmente la pena. A nadie le calza mejor el papel de honrado bonachón más que a Hanks y el actor cumple llenando esos zapatos tan nobles que la historia requiere. Entre tantas charlas, idas y vueltas, y demás, las negociaciones no presentan una trama cinemática como dije previamente, pero eso no quita que Spielberg entregue un producto de calidad. La reconstrucción de época y la alucinante fotografía de Janusz Kaminski logran pasajes sobrecogedores y muy vistosos, que seguro lograrán a futuro rascar alguna nominación en los premios venideros. Bridge of Spies tiene un claro sector demográfico que sin dudas disfrutará a pleno de este estreno, pero el resto quizás se quede afuera de los entretelones políticos que presenta la película. Al igual que Clint Eastwood, Spielberg se ha abocado de lleno a un estilo de cine que puede parecer pasado de moda, pero que en definitiva sólo generará bullicio entre aquellos acostumbrados a éste tipo de films.
Por ahí bien se supo describir a American Ultra como una cruza entre la saga Bourne comandada por Matt Damon y la comedia drogada Pineapple Express, con la dupla Rogen & Franco. La comparación no está del todo errada, pero la segunda película de Nima Nourizadeh -director de la alocada Project X- no tiene el nivel de acción desenfrenada de la primera, ni tampoco la gracia de la segunda, sino que es un híbrido que se queda en muy buenas intenciones, con una premisa interesante, pero que es víctima de sus propias limitaciones. Comenzar en media res, en un interrogatorio con el protagonista todo golpeado y con cara de pocos amigos, es una aciaga manera de iniciar la película. Por un lado, sabemos que el personaje se las ha visto negras y, por el otro, que ha sobrevivido a la odisea que plantea la historia de Max Landis. Es un dispositivo fílmico bastante utilizado, pero que le quita inmediatamente esa urgencia y el peligro que comporta descubrir que un cajero de minisuper drogado es en verdad un agente durmiente. El frenetismo que Nourizadeh presentó en Project X más la fresca visión de Landis en Chronicle dejaba entrever una aventura lisérgica y descontrolada, pero American Ultra no es nada de eso. Tiene sus momentos de gloria, sangrientos y hilarantes al extremo, pero están tan diseminados a lo largo y ancho de la película que en ciertas ocasiones hay mesetas imposibles de franquear, aún cuando el carisma de Jesse Eisenberg y Kristen Stewart lo es todo para lograr química instantánea y que el espectador se preocupe por su futuro. Ambos demostraron tener buena piel en Adventureland, y esa presencia desenfadada que tienen le sienta de maravillas a esta pareja de jóvenes constantemente fumados, que se ven salidos de su elemento cuando un agente tras otro les da caza. Detrás de un sólido elenco secundario -Connie Britton arma en mano, un cameo extendido de Bill Pullman y el histriónico asesino que encarna Walton Goggins, entre otros- hay interesantes escenas de acción bien dirigidas y coreografiadas, una buenísima banda de sonido que le da ese toque acelerado a la historia, pero que en definitiva una vez terminada la película -con pincelazos de secuela muy claros- no dejan un gran sentimiento de desenfreno, lo cual prometía a creces este proyecto. Se deja disfrutar, pero cuando el viaje se termina, ahí se queda.
Con toda la parafernalia de género que trae aparejada la productora Blumhouse, es un poco contraproducente el resultado de vender a The Gift con el copete "de los productores de Insidious". Más que nada porque toda la promoción de la película del actor, ahora guionista y director, Joel Edgerton hace pensar que estamos frente a una película de terror o a lo sumo una de suspenso, pero su propuesta es un drama humano ante todo, con pinceladas bastante oscuras por cierto. Como muchas otras compañeras del género -etiqueta que The Gift apenas comparte- todo comienza con una agradable pareja mudándose a un barrio suburbano. Hay un drama familiar de por medio que yace bajo la sombra del matrimonio y ha creado cierta tensión entre ellos, aunque claramente se aman. La llegada imprevista de un compañero de secundaria de él comienza a destapar poco a poco problemas más graves, que revuelven el pasado de ambos hombres y también arroja cierta luz por sobre quién es realmente la persona con la que uno se enamora, se casa y elige compartir un mismo techo. Uno de los grandes aciertos de la película, además de su sólido guión que va acrecentando el drama y la sensación de desesperación con cada segundo que pasa, es el elenco. Mientras que Edgerton se guardó para sí mismo el papel del atribulado y extraño Gordo, y Rebecca Hall acompaña a la trama como la dañada y sensible mujer que va descubriendo la otra cara de su esposo, la sorpresa la trae Jason Bateman, quien se destaca muchísimo en un papel fuera de lo usual para él. Estamos acostumbrados a verlo en muchas comedias, siendo el personaje gracioso pero serio, y en un principio esas cualidades funcionan para creer que su Simon es un hombre agradable. Pero cuando el terreno se vaya poniendo fangoso, es ahí cuando Bateman saca a relucir sus dotes dramáticas y le aporta mucho peso a la historia. Es un detalle que los actores con carrera en la comedia suelen aprovechar bastante, el salto de un género a otro, y al verlo en un papel totalmente diferente ayuda mucho a creer la situación que está viviendo. Dejando de lado algún que otro sustillo para justificar su entrada en el panteón del suspenso/terror, Edgerton dirige con recato su ópera prima, silbando bajito pero siempre subiendo el volumen y poniendo incómodo al espectador con ese ambiente opresivo y oscuro con el que filma. No quiero adelantar mucho de la trama, pero lo que en un principio puede parecer trillado y hasta predecible se va convirtiendo en asfixiante, hasta un clímax no apto para cardíacos. Vale la pena haber seguido la historia de cerca y familiarizarse con los personajes, porque el desenlace va a dar que hablar. The Gift es una de esas sorpresas que de vez en cuando entrega la cartelera. Disfrazada de película de suspenso y hasta horror, el resultado final es un pesado drama que tiene la maravillosa cualidad de incomodar pero sin recurrir a la violencia pura o regodearse con la sangre. Denle una chance, no se van a arrepentir.
Denis Villeneuve me voló los sesos con la eximia y oscura Prisoners, para acto seguido jugarse por la polarizante Enemy. Desde el momento que enganché con la primera, sabía que era un director a tener en cuenta. Y en Sicario las altas expectativas no fallan en contra de una película dura y muy realista, a tono con la filmografía de un canadiense que viene pisando fuerte hace rato y que con este último proyecto quizás haya encantado la atención de la próxima temporada de premios. La guerra contra el narcotráfico es un tema candente que es retratado una y otra vez tanto en el cine como en el mercado de las series. Sin ir más lejos, el año pasado en el país hubo un boom con la novela Escobar, el patrón del mal y ahora Neftlix estrenó la serie Narcos. La droga está en todas partes y el film de Villeneuve no le escapa a esa veta, pero acercándose de una manera diferente. El punto de entrada con la trama es la idealista agente Kate Macer, que interpreta Emily Blunt con un arrojo impensado de la otrora tímida actriz, que de un tiempo a otro ha cobrado una intensidad feroz en su currículum. En una clara batalla perdida contra un escurridizo cártel de la droga, sus superiores la acercan a un grupo especial de élite dedicado a encontrar y finiquitar de una vez por todas a dicha mafia. En su afán de poner fin a la amenaza, Kate acepta, pero no sabe todavía la magnitud de los problemas que se le vienen encima. Desde el guión del actor devenido en escritor Taylor Sheridan, el seguimiento de la historia puede parecer confuso y hasta demasiado enrevesado, pero es la idea de Villeneuve y compañía arrojar al personaje principal de Blunt en una maraña de mentiras y moralidad ambigüa, lugar donde el equipo comandado por Matt Graver -un siempre sólido Josh Brolin- y secundado por el misterioso Alejandro -brutal Benicio del Toro- se siente muy a gusto. Ya no se trata de lo que está bien y lo que está mal, sino de solucionar problemas que atraen más problemas, cueste lo que cueste, haciendo compromisos incómodos y en algunos casos haciendo la vista gorda al crimen y la muerte, de donde sea que provenga. Sabemos ya que a Villeneuve no le tiembla la mano al filmar escenas incómodas de violencia y en Sicario no se queda atrás. La ya consabida crueldad extrema de los cárteles queda en evidencia desde la primera escena y su salvajismo se nota en cada escenario, en particular en todo el territorio de la acción que se desarrolle en México. El mote Tierra de nadie nunca le calzó mejor. Lo que se sabe también es que el canadiense tiene un pulso específico a seguir, uno que no acelera la acción sino que se regodea en ella, entregando escenarios que rebosan de tensión y que rozan el puro terror, todo aderezado con una soberbia fotografía de Roger Deakins y una aplastante banda de sonido de Jóhann Jóhannsson, dos colaboradores con los que trabajó en el pasado y que juntos son dinamita. Una gran parte de que Sicario funcione tan efectivamente como lo hace es gracias al trabajo de estos dos grandes. Y si bien la dirección, la historia y los aspectos técnicos son por demás férreos, es el elenco el que nos transporta a la acción, y no decepcionan ni por un segundo. Blunt viene entregando papeles cada vez más aguerridos luego de su paso por la acción/ciencia ficción en Edge of Tomorrow, y en este caso es igual de arrojada pero menos aguerrida. Su Kate es una agente que ha mordido más de lo que puede masticar, y su honor y deber para con la justicia se ve fracturado por las acciones que su equipo realiza con tal de destruir al cártel. Es un personaje recio pero vulnerable al mismo tiempo, que Emily tiene la fuerza para sacar adelante. Brolin se relame las patas con un personaje en el que encaja con calzador, con una actitud relajada enfrente de tanto horror que tiene que visitar, pero los aplausos se los lleva Del Toro con Alejandro, ese misterio de persona de hablar calmado y actuar aún más calmo. Poco a poco Alejandro se va revelando como una fuerza a tener en cuenta y, al final, sus verdaderos colores salen a flote en lo que se puede considerar uno de los mejores papeles en la carrera del puertorriqueño. Sicario una vez más muestra que Villeneuve es un director para tener en cuenta, que sabe construir una película con mucha emoción, pero también con violencia y tensión. El tópico a discutir no es uno muy amable y la resolución es en general bastante agridulce, pero el mundo no está pintado color de rosa, sino en la gama de grises que el director saca a relucir con cada una de sus películas. Y le agradecemos mucho por eso.
Siempre que me olvido lo genial director que es Robert Zemeckis, llega una nueva película suya que me hace recordarlo. Pero antes de ser ese genial realizador, es primero un excelente narrador, que hace que sus historias tengan un gusto personal e íntimo, pero que a su vez impacta desde lo visual para aderezar su relato con imágenes que se quedan grabadas tiempo después de terminado el film. The Walk no es muy diferente a la filmografía que ha entregado una y otra vez el cineasta, en donde un iluminado y por demás agradable protagonista vence todos los obstáculos que la vida le pone enfrente. Alejado un poco ya de sus manía con la animación computarizada -léase The Polar Express, Beowulf y A Christmas Carol-, Zemeckis vuelve a trabajar con un elenco de carne y hueso, pero sin alejarse demasiado del crear un mundo a partir de efectos digitales. Es casi imposible ahora pensar en armar una película en torno a la tristemente mítica imagen de las Torres Gemelas sin digitalizarlas, y él se sale con la suya. Es uno de los mejores en el campo y en esta ocasión los usa a discreción. En su anterior proyecto, The Flight, su uso fue notable y al servicio de la historia, y en The Walk se prestan al relato una vez más. El alma de la película es el siempre carismático Joseph Gordon-Levitt, que le presta toda su energía a representar al intrépido y audaz Phillipe Le Petit, un joven cuya meta en la vida es sorprender al mundo con acrobacias impensadas. Trabajando en las calles de París es cuando fortuitamente se cruza con la imagen de las, en ese entonces, recién nacidas Torres Gemelas, y se pone como meta caminar la distancia entre una torre y la otra. El atractivo que ejercen sobre Phillip es casi como el canto cautivador de una sirena, y pronto comenzará a reclutar cómplices para cumplir con su sueño. Mediante la narración de Le Petit trepado a la punta de la Estatua de la Libertad, Zemeckis y su cómplice Christopher Browne van tejiendo la trama como si se tratase de una aventura salida de los años '90. Es un toque nostálgico, que parece fuera de lugar, pero que realmente funciona a la historia. Es un detalle que rebosa sacarina a cuatro costados, pero que funciona al fin y al cabo. Gracias a la fuerza interpretativa de Gordon-Levitt, la película sale adelante, incluso cuando esos lentes de contacto azules distraen más de lo que uno pueda imaginar, y el acento francés del actor sea un poco flojo en algunas partes. Joseph es la película, y si bien el fresco elenco secundario lo delimita con firmeza, es su show. Un aplauso también al director de casting por encontrar en Charlotte Le Bon a la respuesta canadiense a Winona Ryder. El parecido es inquietante, y su hermosa presencia justifica el irregular tratamiento de su personaje. Debido a un primer acto donde se presenta al protagonista y toda su vida hasta el momento decisivo de caminar por sobre las Torres, la historia avanza despacio y casi sin inconvenientes. Es un tramo un poco ingenuo, casi carente de drama, pero que prepara el territorio para lo que va a venir después. Todo lo que se le pueda objetar a The Walk se silencia una vez que el plan es puesto en marcha y la carrera contrarreloj comienza. Mi recomendación personal es ver el film en la pantalla más grande posible, y si es en IMAX, mucho mejor. Zemeckis toma partido del formato del monstruoso cine para generar una experiencia inmersiva que, por una vez en la vida, usa el efecto 3D casi de manera escalofriante. Cada vista al vacío, cada paso, cada ráfaga de aire se siente desde la butaca como si el espectador estuviese ahí mismo, al borde de la nada misma. Las palmas sudan, los dientes rechinan, las uñas se clavan en la butaca. Es un momento que se fue preparando durante toda la película y, cuando llega, es tremendamente satisfactorio y vale la pena el valor de la entrada sólo por esas escenas. No voy a decir que The Walk es una vuelta en forma de Zemeckis, sino que es una nueva confirmación de que el director ama las fábulas, y sus películas tienen mucho de eso. Por más simple que pueda resultar su manera de narrar, el resultado es abrumadoramente hermoso. Para disfrutar por completo de esta experiencia recuerden: véanla en la pantalla más grande disponible, no se van a defraudar. Y lleven una bolsa de papel en el bolsillo por si necesitan respirar un poco en ella para calmarse.
Lejos de la Magia a la Luz de la Luna que presentó el año pasado, la película anual de Woody Allen vuelve sobre los pasos a uno de los tópicos preferidos del cineasta: el crimen. Si bien su propuesta anterior entraba más en el territorio de lo ingenuo, Irrational Man sigue siendo una comedia, pero una que se regodea con lo cínico y lo oscuro del ser humano, en particular lo pertinente al hombre irracional del título, el profesor de filosofía venido a menos que interpreta Joaquin Phoenix. Allen ya jugó esta carta antes y con mejor resultado -no olvidemos la fabulosa Match Point, por nombrar una de sus últimas películas con la misma temática- y acá lo vuelve a hacer con una historia simple, sin mucha moraleja y con mucha filosofía de por medio. La primera mitad puede resultar tediosa, pero es necesaria. Es allí donde encontramos al desmejorado Abe Lucas, un despojo de hombre que ha perdido el rumbo en su vida, aunque todos a su alrededor no paren de tirarle flores a cada paso que haga y las mujeres lo encuentren irresistible. Llegado a un nuevo trabajo en la Universidad de Braylin, pronto es objeto de deseo de una colega, Rita -una estupenda Parker Posey- y una estudiante prodigio, Jill -la siempre hermosa pero aquí algo desnivelada Emma Stone- quienes poco a poco se disputarán su atención. Pero algo más llama la atención de Abe: la posibilidad de cometer el crimen perfecto y, a su vez, facilitarle la vida a otra persona que no sea él mismo. Sin proponérselo, el profesor ha encontrado una nueva razón de ser en este mundo. Si bien la primera mitad es pesada porque tiene que presentar a los personajes, es la segunda la que levanta el ritmo y se vuelve realmente una película de Woody Allen. El cambio de actitud de Phoenix, quien pasa de interpretarse a sí mismo a ser un personaje al que se le ilumina la cara y ve al mundo diferente, es fabuloso, y le da a la trama nuevas vías de exploración. Alrededor de él gira toda la historia, y por más intentos que haga Emma en seguirle el juego, simplemente no hay química entre ellos para estar involucrados románticamente, ni tampoco está justificada desde el guión la infatuación que tiene el personaje de ella para con su profesor. Por otro lado, Parker Posey se roba todas las escenas como la profesora pasada en alcohol cuyo matrimonio es una farsa, que no pierde el tiempo en tirarse a los pies de Abe y hasta plantearse escapar junto a él de su triste relación. Cada crimen conlleva un castigo, y es de lo mejor que tiene para ofrecer Allen como director y guionista los momentos en los que Abe es puesto contra las cuerdas, una y otra vez, con respecto al asesinato cometido al cambiar de capítulos la trama. Esa sensación de picar la curiosidad de la platea con respecto a la responsabilidad moral de los personajes y la retorcida diversión que ofrece, sobrepasa al pulido costado de comedia de Woody, tan pulido que sólo sus más acérrimos seguidores podrán encontrar altamente gracioso. Irrational Man es uno de los trabajos menores del director neoyorquino, que sigue compilando una impresionante filmografía, pero cuya calidad en este caso se ha visto golpeada ya dos veces. La presente y Magic in the Moonlight son lindas películas, pero ya no tienen ese lado mordaz del director. Quizás la próxima vez.
The Martian, de Andy Weir, es una de las mejores novelas que he leído en el año, y en unos cuantos a la redonda. Es un libro muy técnico y específico, pero que a su vez maneja un humor ácido y negro de manera sorprendente y que increíblemente se deja leer en un puñado de días. Así de adictivo es. Debo admitir también que conocía la existencia del mismo por su elevada posición en los rankings de literatura de todo el mundo, pero no fue hasta que vi el primer avance de la adaptación de Ridley Scott a la pantalla grande que finalmente me convencí de que debía leerlo. Y los listados no estaban equivocados, para nada. The Martian, la película propiamente dicha, es el gran regreso de Ridley al cine de ciencia ficción luego de los tibios recibimientos del thriller The Counselor y la épica Exodus: Gods and Kings, pasando por la polarizante precuela Prometheus. Al volver a la ciencia pura y dura, a los viajes espaciales que no están tan lejos en el futuro, Scott abraza la prosa de Weir y junto con el guión de Drew Goddard que combina lo mejor de los mundos -el literario y el fílmico- el resultado es explosivo, una inesperada feel good movie que tiene todos los ingredientes para convertirse en una gran favorita del público. Una de las importantes pérdidas que tiene el saltar del papel a la pantalla es la voz en primera persona del astronauta Mark Watney. En gran parte del libro vivimos junto a él todas y cada una de sus experiencias en el árido suelo rojo de Marte, a la vez que escuchamos de primera mano todo lo que le pasa por su mente, al estar tanto tiempo aislado y sin contacto humano. La posta de este testimonio la toma y la hace propia Matt Damon, que sencillamente ha nacido para interpretar a Watney. Fresco, irreverente y muy humano. Su situación le podría pasar a cualquiera y eso es lo que resulta tan terrorífico de la trama. Watney posee un optimismo fuera de esta galaxia y Matt es la cara misma de esa sensación, aún cuando las cosas se ven bastante negras. Para ser una película de más de dos horas, el ritmo no decrece ni un minuto, ya que tanto lo que le sucede a Mark en tierra roja, como el manejo de la situación en la Tierra y los restantes integrantes de la misión deambulando por el espacio está bien balanceado, como para que ninguna parte aburra ni sobrepase a las otras. Quizás le pueda faltar un poco más de peligro, ya que hay una sensación de que Watney se sale con la suya en más de una ocasión -y hasta omitieron un gran riesgo en el transcurso del libro- pero lo que le falta en contingencia lo tiene en pura emoción de supervivencia. Y como para no quedarse atrás, el elenco reunido es simplemente excelente, desde el protagonista hasta el más mínimo secundario. La película le pertenece a Matt Damon, de eso no hay duda alguna, pero no se quedan atrás nunca ni la afligida capitana que interpreta Jessica Chastain -quien finalmente viaja al espacio luego de quedarse en la Tierra en Interstellar- ni el adusto director de la NASA de Jeff Daniels. Chiwetel Ejiofor, Kate Mara, Sebastian Stan, hay artistas para tirar de a puñados, y cada uno cumple su papel a consciencia. Hace rato que no se veía un reparto tan bien seleccionado y sólido. The Martian rebosa de aventura, tiene un férreo sentido del humor mezclado con la aguda situación que puede presentar más de un momento dramático, pero en general la balanza se inclina más hacia el costado cómico de verle el vaso medio lleno -una broma bastante pertinente con el reciente descubrimiento de agua en Marte- a un destino bastante angustiante. Y si agregamos una banda de sonido para el recuerdo, tenemos una ganadora entre manos.