La japonesa Kairo, su remake americana Pulse, The Ring, The Grudge, Paranormal Activity, ¿falta algo más? No, creo que en esta pequeñe enumeración se conglomera The Apparition, un rejunte de ideas que aún así se queda corto en comparación con sus patrocinadoras y que no ofrece absolutamente nada nuevo al género. Tras un prólogo interesante en el que se plantea el único vestigio de originalidad de la película, The Apparition se enfoca penosamente en la relación de Kelly Y Ben, con su nueva casa idílica en un barrio en el medio de la nada, hasta que diferentes sucesos comienzan a acecharlos: ruidos, movimientos, moho por todas partes, etc. No hay que ser un detective para conectar dichos eventos con el experimento parapsicológico del comienzo, ni tampoco para descifrar lo que sucederá en el resto del metraje. Y ese es el principal problema de la pelicula: no hay nada que genere la tensión suficiente para atraer al espectador al más que inevitable y aburrido final, a excepción de una o dos escenas bien pensadas, pero más allá de eso, una meseta de emociones. Por supuesto, el elenco joven no ayuda en nada, gracias a una Ashley Greene inexpresiva, un Sebastian Stan sorprendentemente malo y un Tom Felton reducido a un cameo con mucha pena y sin mucha gloria. Poco crédito le queda entonces al director y guionista debutante Todd Lincoln, que tiene sobriedad al filmar pero escasa imaginación para firmar un guión plagado de lugares comunes y nada fresco que ofrecer. The Apparition es la enésima película estrenada en cines que intenta lucrar con los fenómenos paranormales, pero llega en un momento en el que la historia lo es todo, y un detalle ya visto es crucial para la aceptación de una platea exigente con su género favorito. Pasatista es un adjetivo que le queda demasiado grande a esta paupérrima propuesta.
Fernando Meirelles, el siempre presente director de la alucinante Cidade de Deus y la recordada The Constant Gardener, hace aguas al intentar abordar una historia coral al mejor estilo Babel, que se entrecruza varias veces al disponer de un elenco de grandes figuras y no usarlas bajo un propósito unificador e interesante en la muy floja 360. Dos hermanas eslovacas en busca de un futuro mejor, un marido de viaje buscando placer, una esposa abnegada que lo engaña con un fotógrafo brasilero, la novia de éste que lo deja, un hombre mayor buscando darle cierre a la desaparición de su hija, un pedófilo en rehabilitación, un hombre que no puede tener a la mujer de sus sueños; éstos son los personajes que uno se encuentra en 360, una ambiciosa pero fallida historia que intenta atar cabos y hacernos creer que estamos todos conectados, cuando la realidad es que se trata de un artificio más del guión, que fue escrito de esa manera. Ciertamente es impresionante que un director de la talla de Meirelles y un guionista tan implacable como Peter Morgan (The Queen, The Last King of Scotland, Frost/Nixon) hayan pergreñado una película de vuelo internacional pero que poco impacto tiene en el espectador una vez finalizada. El detalle de suceder en dos continentes al mismo tiempo es interesante, y más si cada país está representado por música autóctona que lo induce a uno disfrutar con las imágenes de catálogo que vemos de las diferentes ciudades. El problema recae en cuando todo se tiene que cerrar en el círculo perfecto que aduce el título: no todas las historias tienen un desenlace satisfactorio y no todas las historias cierran con un final que uno esperaría ver. Son más las veces que la historia de una figura de reparto secundaria termina con un broche bien puesto que las historias en donde está envuelto el talento de las grandes estrellas del póster. No se entiende entonces cómo Jude Law o Rachel Weisz aceptaron sus papeles cuando sus historias no tienen mucho jugo ni mayor repercusión en la trama en general. Anthony Hopkins tiene un buen momento y un buen monólogo, pero su historia es más que obvia, aunque está muy bien apoyado en la joven Maria Flor y por un excelente Ben Foster en el momento álgido de la película, en donde una despechada novia abandonada aborda e insiste en tener relaciones con el abusador sexual. 360 es confusa, no aporta mucho y apenas tiene pantallazos de genialidad como para mantener al espectador interesado en sus largas 2 horas de metraje; como postal étnica sirve, pero no más. Un desperdicio de talento.
Tras haberse regodeado con el mejor horror junto a su compañero Paco Plaza en [REC] y [REC] 2, el español Jaume Balagueró deja un poco de lado la opresión del terror puro y duro para sumergirse de lleno en el suspenso de estilo hitchcockiano en Mientras Duermes, otra extraña rareza gallega que se deja ver y presenta a uno de los personajes más recordables del género en años. "No puedo ser feliz. Lo único que me alivia es que los demás tampoco son felices". En esas dos afirmaciones se puede reflejar el alma y la motivación general de César, el protagonista, cuya historia podemos paladear como meros espectadores de todas las atrocidades que comete. Él es las dos caras de una moneda: para todos los inquilinos es el servicial portero que siempre está disponible para ayudar, pero oculta a un ser con un alma oscura, que gusta de ir minando la tranquilidad de Clara, su amor platónico que ni lo registra sensual ni sexualmente. La mayor tensión provocada durante todo el film va acrecentándose poco a poco cuando Úrsula, la pequeña que vive con sus padres, empieza a chantajear a César con pedidos extraños a cambio de su silencio, o cuando llegue el novio de Clara y su impresionante rutina nocturna se vea truncada. Balagueró, que hasta ahora había explorado el terror en su vertiente sobrenatural, afronta con la misma fuerza el thriller de atmósferas asfixiantes, de tensiones insostenibles y de vueltas psicológicas. Quizás el guión de Alberto Marini festeje demasiado las andanzas de César, haciendo que uno casi empatice con las actitudes del personaje, pero nunca cae en la justificación per se, sino que enfoca al protagonista como una persona triste y totalmente desequilibrada. En resumidas cuentas, es un viaje de ida con un portero maniático. Mucho ayuda la interpretación del colosal Luis Tosar, quien no requiere de grandes aspavientos para transmitir odio u apatía pura. No es raro que también lo ayude y eleve oportunamente el nivel de bondad de la despampanante Marta Etura o la señora Verónica de Petra Martinez, o hasta la picardía de la pequeña bastarda Úrsula de Iris Almeida. Es grato saber también que Carlos Lasarte (el vecino argento de [REC]) vuelve a personificar a un viejo detestable en esta oportunidad. En Mientras Duermes, Jaume Balagueró jugó sus fichas bien y crea un thriller atípico y trascendental; idea a un villano brutal y sin coartadas; y, a partir de los siniestros mecanismos de la mente del protagonista, nos introduce en una pesadilla tan agónica como magnética, entre la realidad más sórdida y la ensoñación meramente psicótica. Un aplauso a Luis Tosar, llegados al caso.
Tras explotar la taquilla en 2009 con Paranormal Activity, Oren Peli se llamó a tareas de productor para el resto de la saga y no escribió ni dirigió nada hasta firmar de su puño y letra el capítulo doble inicial de la pobre serie The River. Con Chernobyl Diaries vuelve a crear una historia en la que la locación lo es todo, pero en la que la trama, tan usual como repetida, atrasa en lugar de innovar. La historia comienza entonces cuando el joven Chris viaja con su novia y una amiga a través de Europa para visitar a Paul, su hermano, la oveja negra de la familia, quien los invita a hacer un poco de turismo extremo al visitar las ruinas de lo que fue el peor desastre ecológico de los años '80. Como siempre, no todo sale como uno lo esperaba y lo que prometía ser un viaje inolvidable... bueno, se convertirá en un recorrido para el recuerdo para este cuarteto de americanos y una pareja noruegoaustraliana. El director ingresante Brad Parker trabaja muy bien con la estupenda y tenebrosa locación de Prypiat, un escenario único e irrepetible, nunca antes visto en una película de terror. Lamentablemente, es pobremente utilizado con un argumento que se limita a copiar otros ya vistos. Básicamente, estamos viendo un refrito de The Hill Have Eyes (la original o la excelente remake) pero en Chernobyl. La gran mayoría del metraje (increíblemente, fuera del territorio del found footage, bastión de guerra por excelencia de Peli) se encarga de aislar a los protagonistas y enfrentarlos a situaciones límite. Por desgracia los sustos llegan tarde y en pequeñas dosis, por lo cual la situación no llega a escalar a su máxima expresión y termina con una explicación innecesaria y, además, bastante agarrada de los pelos. Poco y nada puede hacer el elenco para remar este bote haciendo aguas: incluso con ciertos veteranos del género (Ingrid Bolsø Berdal, Jonathan Sadowski, Nathan Phillips) las relaciones entre ellos apenas si se sienten convincentes, y menos aún a la hora de transmitir el horror en carne propia a la audiencia. Aún con una premisa intereante y una locación excelente y novedosa, Chernobyl Diaries no puede dejar de sentirse como un déjá vu del género, demasiado corto y carente de originalidad.
Una graciosa pero vulgar interacción entre hermanos en el lecho de muerte de su padre establece el tono de esta comedia negra. Todo queda en familia es la historia de cuatro personas que han engañado y han sido engañadas las unas a las otras tantas veces que se ha vuelto un hecho rutinario. El disparador de la trama se sucede cuando Nikola y su esposa intentan concebir un bebé y el fraternal hermano borracho dona su esperma a la causa. El resto es historia mientras las relaciones, las dobles vidas y los secretos se entrecruzan. Lo que debería ser un ambiente depresivo y casi trágico se convierte un entretenimiento absoluto, donde el espectador se encuentra tomando un lado con este grupo de horribles personas que no hacen más que lastimarse entre ellas. Ciertamente una mirada en tono de comedia de la bizarra complejidad de las relaciones y cómo las personas están tan trastornadas y confundidas que lo que era odio se torna en amor en un parpadeo. Los absurdos niveles de planeación a los que los protagonistas recurren para saciar su lujuria se ven hilarantemente desesperados, cuando en una situación normal sería sencillamente insoportable. El director Rajko Grlic incorporó una comedia romántica a un extraño mundo con este film, y mientras uno no puede más que querer odiar a los personajes por sus vicisitudes, es imposible dejar de pensar qué harán más tarde. Incluso después de todas sus trampas, sus mentiras y los adulterios, terminan juntos, descubriendo que al final de cuentas se tienen el uno al otro. Todo se mezcla entonces en una doble vida, en las relaciones paralelas de esta historia agridulce sobre la búsqueda incesante de amor y felicidad, sobre la lujuria que nunca duerme y las posibles y terribles consecuencias de encontrarse a uno mismo, aunque sea accidentalmente, en la cama de alguien más. El conjunto está bien servido en un equilibrio delicado entre la comedia y el drama.
Sacha Baron Cohen adora a los personajes irreverentes y con un acento fuerte. Son la sal de su carrera en comedia que ganó terreno con los falsos documentales Borat y Bruno, individuos creados por el mismo actor para su serie Da Ali G Show. Una vez que su trío tuvo su merecido tiempo en pantalla, era necesario crear a una persona nueva para seguir en la racha del humor ofensivo. Así es como nace El Dictador, que se mantiene en la misma línea de sus trabajos anteriores, comedias forzadas si las hay con su propio ingenio y séquito de espectadores. En su tercera colaboración juntos, Baron Cohen y el director Larry Charles arman una historia alrededor del General Aladeen, un déspota del Medio Oriente que guarda obvias similitudes con tiranos reales de nuestra historia. Alejados del formato del falso documental, El Dictador finalmente es una película como tal, sin referencias al público que puede creer que el opresor es un personaje verídico. La exuberante vida de este particular personaje se ve reflejada en los explosivos primeros minutos del film, que establecen la atmósfera para lo que vendrá a continuación. Qué resta decir de Sacha Baron Cohen, el alma mater del proyecto. Claramente está en su salsa con un sujeto tan alocado como destacable, aunque se lo nota mucho más comedido que en sus anteriores propuestas. Es posible que la razón por la que se destaque en esta ocasión se deba a un agradable elenco secundario, como el grandioso Ben Kingsley haciendo del tío, el interés romántico jugado por la solvente Anna Faris y el compinche Nadal, interpretado con gracia por Jason Mantzoukas, con quien el actor principal tiene las mejores escenas. Ahora bien, ciertos pasajes graciosos y terriblemente ofensivos dispararán la risa continua de la platea; el problema se da cuando los recursos son sobreutilizados hasta el punto de casi no causar gracia. Por ejemplo, el protagonista lanza una sucesión de insultos sobre la imagen masculina del personaje de Faris, quitándole la gracia a algo que tranquilamente podría haber funcionado si hubiera sido un chiste moderado. En caso opuesto, el gag de la cabeza parlante podría no agotarse nunca, y eso que es repetido hasta el cansancio en menos de 30 segundos. Esta polaridad hace que El Dictador sea una continua montaña rusa de altos y bajos, apenas mezclados entre sí con un resultado dispar. Aquellos acostumbrados al humor cáustico de Baron Cohen y compañía estarán más que conformes con su nueva apuesta; los que no lo estén, podrán acercarse con precaución, y en ciertos momentos serán recompensados con risas espontáneas.
La llegada de los hijos, en ciertos casos, implosiona el cariño que una pareja se tiene y la encamina por una senda que eventualmente puede terminar en la separación. Entonces, ¿cómo se hace para tener hijos sin que la crianza del mismo perjudique el amor mutuo?. En su debut como directora Jennifer Westfeldt, quien también escribió el guión y protagoniza Plan Perfecto, busca contestar dicha pregunta. Lo hace de una forma poco ortodoxa, sin embargo, lo que empieza como una apuesta atípica se va tornando en un drama predecible, más allá de que en resumidas cuentas explore un territorio poco conocido para las comedias dramáticas. Desde las primeras escenas, el ojo de Westfeldt para el humor se puede identificar claramente. Además de un guión fresco y revitalizante, las charlas entre el grupo de amigos se notan realistas en boca de un elenco con buen timing para la comedia, con el cuarteto de Kristen Wiig, Maya Rudolph, Chris O'Dowd y Jon Hamm (juntos en la exitosa Bridesmaids) como soporte de los personajes de Adam Scott y la propia realizadora. Estos dos, amigos desde tiempos inmemoriales, son los que conciben la idea de un plan perfecto: tener un hijo, compartir la custodia y seguir buscando a su media naranja. Como siempre, nada puede ser pensado hasta el último detalle, y ver cómo va evolucionando la trama es parte del encanto de Friends with Kids. Durante los primeros 45 minutos, la comedia parece funcionar de maravillas, reinan los momentos con gracia bien acertados. Eventualmente el proyecto común se empieza a desmoronar cuando los conocidos empiecen a ver con celos que una pareja de amigos lleve tan bien la crianza de un hijo cuando ellos a duras penas pueden con uno, y mucho menos dos, además del obvio lugar común de los sentimientos hacia el otro que florecen. El peso de la trama está muy bien contenido por Scott y Westfeldt, quienes tienen una relación de amistad muy cercana que se siente verídica. El resto del elenco gira en torno a ellos dos, aunque se sienta un poco de culpa al ver a la excelente Kristen Wiig un poco desaprovechada. Con el correr del metraje, lo que parecía ser una historia poco habitual termina girando en los mismos círculos que todas las comedias románticas/dramáticas. Si bien el interesante tópico daba para un poco más, el ritmo se desacelera con el pasar de los minutos para terminar de la manera más convencional posible; no hay un atisbo de ingenio para reformular la trama, sino el mismo final feliz de siempre. Friends with Kids es una comedia sofisticada y encantadora, que seguro encontrará su platea preferencial en una audiencia más madura que la de costumbre, en especial, aquellas que tienen hijos o planean hacerlo en el futuro. Buen guión, buenas actuaciones, buena dirección. Buen intento.
Desde la resurrección del horror con Actividad Paranormal en 2009, muchos han intentado copiar el formato, y llenarse de dinero los bolsillos, pero pocos lo han logrado. Donde habita el Diablo (llamada originalmente Emergo y renombrada en Estados Unidos como Apartment 143) intenta con un manotazo de ahogado tomar tan siquiera unos quince segundos de fama con una trama demasiado familiar y resultados no tan espectaculares como para sostener la escasa hora y cuarto de duración. Para muchos el argumento resultará como un déjá vu muy vívido: cámaras por todas partes, sensores de calor, tres expertos en sucesos paranormales y una familia acechada desde la fatídica muerte de la matriarca de la casa. Ahora tan solo quedan el acongojado padre, una hija adolescente muy hostil para con él y, el integrante familiar que no puede faltar para provocar nerviosismo en la platea, el infante. Es increíble que el director de la joyita Buried, con Ryan Reynolds, sea el mismo que haya escrito el guión de esta historia paranormal carente de efecto: la mitad del tiempo los especialistas roban cámara explicando todos los aparatos que utilizan para captar cualquier anomalía en el departamento, y la otra transcurre mediante sustos de cartón que ya se han visto decenas de veces. No puede ni rescatarse la premisa, que intenta darle un giro mas realista a la situación para cerrar el telón con una escena que patea el tablero de algo que podría haber sido medianamente aceptable. De forma acertada incluso los sustos mas usados en el género pueden servir si están bien posicionados, y éste es el caso. El joven director Carles Torrens al menos sabe cómo y cuándo llamar la atención del público en los momentos más incómodos. También es para encomendar la tarea de dirigir al elenco, comenzando desde lo más destacable de la actuación de Kai Lennox (Beginners) quien tiene una de las escenas más descorazonadoras del film con una confesión, pasando por la dupla de Rick Gonzalez y Fiona Glascott, un dúo que se la pasa flirteando y aporta el toque de humor para alivianar las tensiones. También cabe mencionar al desastre de Michael O´Keefe como el doctor Helzer, simplemente un actor de relleno que pareciese está al frente de una cámara oculta, no de una película en la que tenía que actuar. Lamentable. Donde habita el Diablo tiene varios puntos altos en cuanto a suspenso, pero nunca mantiene esa fascinación y miedo por lo desconocido que tan famoso hizo al subgénero cámara en mano. Para ser justos, la película recupera un poco de intensidad en los últimso diez minutos pero no es suficiente para sostener un guión lánguido y sobreexplicativo y una trama por demás superficial.
La primera vez que vemos a Cyril, sostiene con ansias el auricular de un teléfono, expectante. Quiere contactar a su papá, pero no lo logra. Eso lo frustra, a tal nivel que hace lo que sea para escapar del centro infantil en donde está viviendo y se aventura en la ciudad, solo, buscando a su querido padre. El aura del personaje de Cyril es muy compleja y rica en facetas, un desafío no tan difícil para Jean-Pierre y Luc Dardenne, quienes están acostumbrados a entregar historias mínimas del estilo en toda su asombrosa y emotiva filmografía. Si bien la historia no destaca por su originalidad desbordante, en donde realmente se nota una diferencia a la hora de encarar El chico de la bicicleta es en sus maravillosos y profundos personajes. El iniciado Thomas Doret explota la pantalla con su conflictuado Cyril, un chico que por momentos es terriblemente odioso por sus actitudes pero en otros hace entender su dolor, el cual esconde a través de la violencia y el escapismo, en un papel que seguro demandó mucha aptitud física por parte de un joven a quien se la augura un genial futuro. Orbitando alrededor de Cyril está la sencilla Samantha, la peluquera interpretada con gracia y soltura por la siempre solvente Cécile De France, en el rol femenino que necesita Cyril en su vida para seguir adelante, además de Guy, el padre del muchacho, un personaje frío y distante al cual Jérémie Renier (el padre Nicolas en Elefante Blanco) borda con tal brusca sinceridad que abruma y sorprende a la vez. Quizás la narrativa de los hermanos Dardenne deje de lado varias preguntas que seguramente se hará el espectador, como ser ¿por qué una joven permite ser defenestrada por un chico que apenas conoce?, pero lo compensan con una cámara invasora que sigue todos los pasos dinámicos en la historia del pequeño diablillo rubio. El metraje no alcanza la hora y media, pero es más que suficiente para desarrollar esta dura historia que tiene mas bajos que altos para quienes habitan la pantalla. Ciertos toques quedan totalmente inconexos, como el uso de una banda de sonido mínima que aparece en los momentos de transición, los cuales se perciben como descolocados y vacuos, con lo que claramente podrían haberse obviado, pero poco y nada se le puede reprochar a una historia llena de matices sociales y personales tan coloridos y hermosos. El chico de la bicicleta es sin lugar a dudas un intrigante retrato de la furia infantil que nunca justifica ni idealiza los raptos de ira que atacan al joven protagonista, sino que toda la historia gira en torno a entender las diferentes instancias en su vida que lo llevaron a estar como está ahora. Una genial fábula social de los siempre solventes hermanos Dardenne.
Debo admitir que tenía en cuenta que el actor Emilio Estevez, una de las bombas jóvenes de los años '80, se había convertido en director, pero no fue hasta su quinto esfuerzo directorial, The Way, que descubrí la poderosa voz narrativa que tiene. El abordaje de esta historia tan simple como melodramática se presenta como la mejor manera de ganarse a la audiencia, con un cuento tan agridulce como inspirador. Valiéndose de un punto de partida tan conocido como eficaz, Estevez pone a su padre en la realidad, Martin Sheen, al frente de esta historia en la que un hombre con una visión obtusa de la vida se pone en los zapatos de su fallecido hijo, una mente libre que muere mientras explora el mundo. Y no es sólo un viaje a cualquier parte del globo terráqueo, sino que la historia se centra en el famoso peregrinaje del Camino de Santiago de Compostela, mundialmente recocido por su peso espiritual y religioso. Así, este viejo cascarrabias tendrá tiempo para pensar en los dos meses que supone recorrerlo al completo, y además tendrá la posibilidad de descubrir que hay más mundo para ver de lo que inicialmente podía en su consulta oftalmológica. El peregrinaje es iniciado con amargura por Tom, lo cual se intensifica al vislumbrar a su hijo de vez en cuando entre los peregrinos, momentos que estrujan el corazón y representan el sentimiento de congoja que carga el personaje. Afortunadamente, los secundarios son una delicia que contrastan apaciblemente con el carácter apático del protagonista: en orden de aparición, primero se encuentra el amigable gordinflón Joost de Amsterdam (un casi irreconocible Yorick van Wageningen, muy alejado de su oscuro papel en The Girl with the Dragon Tattoo) y le siguen la amarga Sarah de Canadá (Deborah Kara Unger) y Jack (James Nesbitt), el escritor de Irlanda. Este cuarteto supondrá un equipo con sus altos y bajos, pero al final del camino (ejem) sus personalidades se complementarán y terminarán su recorrido como una unidad inseparable. Incluso cuando la película roza una duración de 2 horas, y por tramos El Camino puede parecer que traquetea, Emilio Estevez realmente sabe como conducir a su elenco; en el camino (juro que esta es la última referencia graciosa, lo prometo) quedan un par de golpes bajos pero el carisma transmitido por el elenco y su director es suficiente como para querer que este viaje no termine nunca. Particularmente, me dio pena despedirme de tan variopinto grupo de individuos. El Camino no es una película que se regodee de su temática ni tampoco pretenda sermonear lo importante que es iniciar un viaje espiritual, simplemente es una historia sencilla contada con honestidad y buenas intenciones. Y películas así nunca pueden estar de más.