La idea de que un técnico de la CIA se haga pasar por un productor de Hollywood para rescatar -o al menos intentarlo- a seis diplomáticos americanos en fuga durante la crisis de rehenes en Irán en 1979 suena demasiado ridícula como para ser verdad, pero realmente sucedió. En ese año, Tony Mendez se infiltró en territorio iraní y se lanzó hacia lo imposible. Quizás sea una historia muy descabellada para Hollywood, pero últimamente el medio ama las historias de este tipo, y por eso Argo es una de las películas más apasionantes del año en lo que puede considerar un drama puro y duro. En la secuencia inicial, que sirve perfectamente para establecer el tono siniestro y verídico de la propuesta, presenciamos el hostil y dramático asalto a la embajada americana en Teherán en una detallada recreación del terrorífico evento que tuvo en vilo a todo el mundo mientras 52 americanos eran retenidos en apoyo a la revolución en plena gestación. Durante dicho revuelo -en el cual las apabullantes imágenes muestran ambos lados del oscuro hecho- un puñado de oficinistas escapa para evadir la captura y lo que supondría una inminente muerte. Uno de los factores claves de que Argo funcione como una máquina bien aceitada es por como sus ingredientes encajan todos progresivamente en la trama. Funciona porque lo intrínsecamente desquiciado de la solución para rescatar a los americanos trae aparejado un humor muy bien posicionado sin crear bromas inapropiadas ni irrespetuosas, ya que sus personajes no son meros alivios cómicos -escenas en donde destacan con brillo propio la pareja de Alan Arkin y John Goodman, ambos en su salsa-. El guión del ingresante Chris Rossio puede mezclar con pericia esas transiciones entre el desparpajo de crear una película falsa en la Meca del Cine y por el otro, crear un profundo drama con la crisis en el Oriente y los refugiados americanos. Si alguien hace diez años me hubiese dicho que Ben Affleck se convertiría en un director justamente oscarizado, me hubiese reído en la cara de aquella persona. Hoy, a cinco años de su debut como realizador, cada película lanzada ha generado más repercusión que la anterior. Lejos han quedado esos días de paupérrimos films con su protagónico que estelarizaban las marquesinas, y uno llega a descubrir lo exponencialmente buen director que es, polarizando sus regulares actuaciones. Acá tiene un papel muy frontal, pero muy bien cuidado y apoyado en varios actores de renombre que sacan a relucir todo su arsenal anímico. Quizás ciertos puntos de la historia no cierren apropiadamente con la trama (¿cuanta relevancia tiene que el papel de Affleck sea un padre casi ausente?) pero la mano de Ben como director y su visión es innegable a la hora de los momentos finales, una escena simplemente tensa y desgarradora que lo tiene a uno en agonía y puede considerarse como una de las mejores escenas que se han visto en cines este año. No importa si uno no sabe nada de esta historia de antemano, Argo te lleva en un viaje educativo de principio a fin, y ya uno sepa o no el desenlace de esta historia, Affleck posee las herramientas suficientes como para dudar hasta el último instante sobre si todo este plan rimbombante tendrá éxito o no. La tensión acumulada durante todo el film tiene la capacidad de envolverlo a uno, y ayuda bastante el hecho de una recreación detallada hasta el más mínimo detalle que ayuda a verse inmerso en la época de los hechos, desde un arruinado cartel de Hollywood hasta las noticias de la revolución, el diseño de vestuario, los peinados, todo está muy bien cuidado y sigue sumando puntos a una ya brutal historia. Desde la brillante escena al comienzo hasta los últimos cuadros, Affleck y compañía ofrecen una inteligente y escalofriantemente real historia de heroísmo, donde estos son personas inesperadas y comunes, con fallas pero también con talentos ocultos, y por ello cargan un dejo muy potente en sus conflictos: los hace humanos, y relacionables a cada espectador por igual. Gracias a una de las voces más cautivadoras del cine en estos momentos, Argo es la perfecta combinación entre narrativa, inteligencia y suspenso.
Cansados hasta el hartazgo de repetir que el español Rodrigo Cortés reventó la escena en 2010 con la asfixiante y perfecta Buried, este sabía que se estaba construyendo una reputación muy grande y que la decepción estaba a la vuelta de la esquina, sea cual fuese el proyecto que abordase a continuación. Pues bien, Luces Rojas constituye un buen ejercicio fílmico que gira en torno a la fe, entre el escepticismo y lo paranormal. ¿Existe o no algo que trasciende a la mente humana? ¿Es que en verdad estamos solos y todo es obra del Destino? Su película plantea buenos interrogantes impulsados por un elenco de primera pero que en resumidas cuentas hace agua cuando elige mostrar las cartas en sus momentos finales. El guión, cortesía de Cortés, establece enseguida la relación entre la curtida doctora Matheson y el joven físico Tom Buckley, ambos en busca de una verdadera prueba tangible de que lo paranormal existe. Hasta ahora, poca suerte han tenido y ambos están a punto de bajar los brazos. Ella es una total escéptica, pero mantiene una luz al final del túnel en espera de que algo pueda salvar a su comatoso hijo; él todavía no se da por vencido, porque sabe que algo más puede existir. Cuando el misterioso Simon Silver regrese a los escenarios luego de una desaparición de tres décadas -hecho obscurecido por la muerte de su detractor número uno en su último show- hace que la curiosidad de Buckley despegue, aún a pesar de la férrea reticencia que le opone su mentora. Con éste hombre no se juega, le advierte. Gran parte del film se desarrolla mientras el dúo escéptico acaba uno a uno con todos los susodichos fenómenos paranormales y genera el ambiente que tendrá toda la película. Sigourney Weaver está especialmente motivada como siempre, y uno de sus discursos es tan emotivo que por poco y te saca lágrimas al transmitir una vulnerabilidad que contrasta muchísimo con el personaje que conocimos al comienzo del film. Su relación con el Dr. Buckley de Cillian Murphy es tierna, hay mucho respeto entre sí y una química innegable. Para cuando entra en escena el psíquico ciego de Robert De Niro, todo se va cuesta abajo. Cortés decide utilizar a un genial, como de costumbre, De Niro para generar miedo en la audiencia, como si el personaje fuese una figura omnipresente y ofrece varios sustos de manual que no encajan del todo con la propuesta en clave thriller que durante la previa media hora venía gestándose. Más aún, hay personajes secundarios que son vagamente esquemáticos, como la pseudonovia de Tom en la piel de una desperdiciada Elizabeth Olsen o la inquietante (sólo en apariencia) asistente de Silver, jugada por Joely Richardson. Hay una mención especial, eso si, para Leonardo Sbaraglia, en una interesante e hilarante escena donde interpreta a un hábil mentalista que resulta ser un farsante absoluto. El trío Weaver, Murphy y De Niro la descose en pantalla pero el guión de Cortés se va desinflando y la emoción de saber si realmente podemos, por una vez, creer o reventar va decreciendo en pos de un acto final carente de imaginación y golpe de efecto, además de un cierre revelatorio que resignifica la película y la sube por un punto o la baja en el mismo rango, todo depende del ojo que la mire. Luces Rojas demuestra que Rodrigo Cortés es un director a seguir de cerca, pero también que debe cuidarse en los excesos que se marca en su propio guión, en este caso. Ni de lejos una mala película, sino que carente de la emoción que poseía Buried. Mejor suerte para la próxima, sabemos que podés Rodrigo.
Brutal. Agresiva. Sucia. Sangrienta. Todo calificativo obsceno le encaja perfectamente a Dredd, la nueva re-imaginación del popular cómic inglés que nada le tiene que reprochar a la burda e inservible versión del '95 protagonizada por Sylvester Stallone. En este caso, el talento británico del director Pete Travis y el excelente guionista Alex Garland se combinan para generar una película corta en imaginación pero fuerte en impacto visual, que hará las delicias de todos aquellos que busquen una opción bien radical de acción en las salas. ¿Futuro apocalíptico? Presente. ¿Ciudadanos descontrolados? Presente. ¿Drogas de diseño? Presente. ¿Autoridades extremas? Presente. Si bien la trama de Dredd no deslumbra por su originalidad ni por su inteligencia, constituye un buen ejemplo de que, cuando las piezas se ordenan para ofrecer un festín de acción y sangre lineal y bien conducido, no hacen falta más elementos de los que ya uno se sabe de antemano. El férreo e inflexible juez Dredd es encomendado a solucionar un triple homicidio en uno de los edificios-ciudades más hostiles de la zona y debe llevar a su cargo a la novata jueza Cassandra Anderson para una prueba en vivo y en directo. Claro, lo que parece una rutina más en esta castigada ciudad se convertirá en el eje principal de la película, con ambos escalando hasta lo alto del rascacielos Peach Trees para acabar con la sádica Ma-Ma, la dueña del cartel de droga más prolífico de Mega City One. Como si de un videojuego se tratase, el dúo de la Ley deberá llegar hasta la cima, pasando por encima de todos los secuaces enviados a llevar sus cabezas en una bandeja hasta su jefa. Varias secuencias de acción se suceden, en las que la intensidad nunca frena y presentan una violencia inusitada e inesperada también. Dredd no perdona a nadie y la platea sabrá apreciar ese toque de negra ironía que el personaje presenta. El guión de Garland es conciso y se desliza suavemente a la acción, y la dirección de Travis está cargada de adrenalina y se deja ver muy bien -nunca las secuencias a cámara lenta estuvieron más que justificadas que en esta película-, pero el imán es sin duda alguna la interpretación de Karl Urban en el papel del incorruptible Dredd. El personaje nunca se saca el casco en toda la película, pero a Urban le basta con gesticular con la boca y jugar con una voz á lá Clint Eastwood para transmitir toda la potencia que este se merece. Olivia Thirlby se nota muy a gusto como la aguerrida y a la vez vulnerable novata Anderson, quien ayuda en más de una situación con sus extraordinarios poderes psíquicos. También no hay que dejar de lado a Lena Headey, cada vez más en confianza con papeles villanescos, y en esta oportunidad le toca darle vida a la despiadada prostituta Ma-Ma, una mujer de armas tomar (¡y qué armas!). Algo que muchas re-imaginaciones tienen es el hecho de querer crear una mitología expansiva del personaje principal en cuestión; en Dredd eso no sucede, sino que es simplemente un día en la vida del Juez más rudo de la ciudad y nada más. Quizás más adelante se pueda continuar eso, pero como una historia repleta de humor negro y sadismo violento ya sirve para dejar satisfecha a una platea que, cual circo romano, festejará cada chorro de sangre salpicado y cada bala disparada viajando a través de la carne, músculos y masa cerebral. El 3D aumenta mucho la sensación de profundidad y de encierro a la vez, además de extender soberbiamente los efectos de la hermosa pero letal droga Slo-Mo. Dredd es lisa y llanamente un espectáculo visual y presenta una de las películas de acción más violentas del año. Es entrar a la sala, apagar el cerebro y disfrutar de la balacera (en diferentes calibres y tamaños) que presenta el agente de la Ley más justiciero de los últimos años. Un placer sangriento por donde se lo vea.
La temática de chicos con cáncer ha sido utilizada bastante tanto en televisión como en el cine para generar golpes bajos y sentimentalismo a base de sufrimiento e injusticia. ¿Qué hace entonces que la película de Paco Arango sea diferente al resto? Una sola cosa: su tono en general. Así como el pasado enero la película Amor por Siempre, protagonizada por Kate Hudson, tomaba una temática similar, el tono de Cambio de Planes se basa en el lado positivo, en vivir todos los días como si fuera el último, de disfrutar cada momento. Claro, hay escenas que no pueden evitar caer en lugares típicos del tema, pero una dirección amena y un elenco más que agradable hacen que la película resulte una moderada historia con moraleja incluida. Diego Peretti, un abonado a las historias gallegas -hace poco se estrenó Fuera de Juego con su protagónico como principal baza- es el casi protagonista principal en la que retrata a Manolo, un hombre en sus cuarentas que lo tiene todo pero a la vez, no tiene nada: un trabajo rutinario, unos hijos problemáticos, una hermosa esposa que lo engaña y demás. Lo usual. El problema llega cuando a raíz de un accidente debe acudir al hospital, en donde por obra del destino conoce a Antonio, un adolescente bastante pícaro que padece cáncer. Habrá más de una coincidencia (llámese magia, llámese destino -como bien lo anticipa su título original, Maktub o 'estaba escrito'-) y los caminos de Manolo y Antonio no pararán de cruzarse, cambiando la vida de ambos y enseñando valiosas lecciones a los protagonistas. El guión del director Paco Arango denota ciertas limitaciones, pero hace que la película funcione porque se transmite adecuadamente al espectador. Su humor es sencillo y sin una pizca de malicia, amable y constructivo, por lo que eventualmente uno termina encariñándose con los personajes y la historia. Hay también un dejo fuerte a un cuento navideño lleno de poesía, porque se desarrolla en ea época del año y porque la cena de Nochebuena acaba siendo muy familiar, en uno de los momentos álgidos de la trama. Arango también baraja un variopinto grupo de personajes que interactúan muy bien entre sí, comenzando con el apático y ganso Manolo de Peretti, el impredeciblemente arisco Antonio de Andoni Hernández, la fortuita relación entre la cada vez más sexy Aitana Sánchez-Guijón y Goya Toledo, el hilarante dúo octogenario de Amparo Baró y Mariví Bilbao, y hasta el gordo de Lost, Jorge García, cuyo personaje es el más extraño de todos pero que funciona para crear una faceta particular de la película. Todo el elenco funciona y genera una credibilidad pasmosa. Cambio de Planes es una comedia dramática sin pretensiones, que gustará a un público sin grandes expectativas cinematográficas pero con ganas de presenciar una realidad más dulce, con cáncer y la muerte de por medio totalmente desdramatizados y enfocados de manera positiva. Una película amable y concisa, agradabilísima de ver.
Si en 2008 el director francés Pierre Morel, el productor/guionista Luc Besson y un inimaginable héroe de acción encarnado por Liam Neeson tomaron por sorpresa al mundo con la historia de este agente brutal e imparable, cuatro años después no existe asombro alguno con Taken 2, un refrito de la trama original que apenas es sustancial como para entretener durante hora y media sin generar las ganas de pispear el reloj. ¿Hasta qué punto se puede contar un relato que se sienta orgánico y que continúe con buen tino un argumento tan duro y real como una red de prostitución internacional? La respuesta del dúo escritor de Besson y Robert Mark Kamen es una rápida venganza. ¿De quién? Los familiares de aquellos que el ex-agente asesinó despiadadamente con tal de salvar el pellejo de su hija. ¿Cuál es el giro ahora? No es la joven sino el padre y su ex-esposa quienes son secuestrados, mientras la chica sigue las precisas instrucciones del experto para dar con su paradero antes de que ocurra lo peor. A partir de ahí, una persecución tras otra tendrán lugar en el exótico destino de turno, la antigua Estambul, en donde los malechores se las verán con la furia de la familia Mills. ¿Taken 2 funciona? Si puede ignorar un poco el exacerbado entrenamiento militar del personaje de Neeson (quien no se puede permitir el más mínimo error a la hora de indicar qué hacer a la gente) se puede disfrutar la hora y media de película, que se traduce en caóticas persecuciones, tiros y patadas repartidos en todo sentido. Incluso en sus mejores momentos, Taken 2 es como mirar un extra de escenas de la primera entrega, y puede llegar a aburrir el modus operandi de los creadores, aunque en la dirección esta vez se encuentra el ascendente director francés Olivier Megaton, quien saltó a la fama con la secuela Transporter 3 y es un protegido de Besson. Liam Neeson está en su salsa y parece disfrutar de ser una máquina de matar; además, cada diálogo suyo transmitido con esa voz tan particular y sugestiva genera un escalofrío en la espalda, más allá de que dichos diálogos rocen lo paupérrimo. Maggie Grace vuelve, esta vez no tan vulnerable y con un peso más proactivo en la trama, y también se le da un gran protagonismo a Famke Janssen, a quien le toca jugar a la secuestrada con la misma habilidad con la que siempre borda a sus personajes. Más allá de eso, apenas vale destacar al villano de turno, el Murad de Rade Serbedzija, quien ligeramente logra transmitir maldad con su padre en búsqueda de una satisfacción sangrienta por la muerte de su hijo. Hay que entrar a ver Taken 2 con un nivel de emoción menor al de la anterior, porque claramente estamos ante una secuela que poco innova y poco se esfuerza por traer algo fresco a la pantalla. Liam Neeson nuevamente saca adelante una de acción como las de antes, y no mucho más.
Suecia no decepciona. Luego de adaptar la popular trilogía de libros de Stieg Larsson, el nuevo boom es Jo Nesbø y su miríada de novelas; la que nos ocupa en esta ocasión es Headhunters, un film que aparenta poco pero termina ganándose al espectador con sus impulsivas vueltas de tuerca y con un protagonista que se llevará los aplausos de todos con el correr del metraje. Basta un buen equipo con el loable hacer del director Morten Tyldum (un reconocido autor de videoclips) y el guión de Lars Gudmestad (la entrega de la saga de terror famosa en su país natal, Fritt Vilt III) y Ulf Ryberg (Millennium 3), que claramente saben lo que hacen, para condensar una historia tensa y brutal tan bien encompasada que en hora y media ya presentó su historia y la cerró con un moño de regalo. Headhunters nos introduce al codicioso Roger Brown, un sujeto que a primera vista es despreciable tanto por como se maneja como por el fastuoso estilo de vida que apenas se puede permitir, todo para guardar las apariencias y esconder los miedos que le atraen sus inseguridades corporales. Para poder mantener contenta a su despampanante esposa, Roger trabaja como un buscatalentos corporativo de día, pero de noche roba costosas pinturas y las vende en el mercado negro. Como todo en esta vida no se puede tener, Roger elegirá a una presa de mayor calibre a las que él está acostumbrado, y la cacería implacable del título (nunca una traducción tuvo tanto -y correcto- peso) comienza raudamente. Hasta que cobra fuerza la trama, se mueve dentro de una atmósfera jocosa, con el protagonista dispuesto cual ganador frente a la platea, pero a medida que los minutos corren, la situación de Roger se va complicando más y más, y las proezas que debe superar generan una tensión casi insoportable de contener. Cada vuelta de tuerca, cada nueva situación que se apila a la acuciante trama no deja ni que uno parpadee para no perderse de absolutamente nada. Hay traiciones, hay persecuciones extrañas (el tractor y el perro, por mencionar una), hay escenas asquerosas (la fosa séptica) y sangrientas, todo un combo que no deja de sorprender hasta el mismísimo final. Gran parte del mérito se lo lleva Aksel Hennie en una actuación visceral y totalmente entregada a su Roger Brown que las pasará negras durante toda la película. Calculador, lleno de recursos, se puede ver que hay un alma sobreviviente detrás de tanta saña, y su viaje es demasiado entretenido con la presencia de Hennie como para ignorarlo. Junto a él hace su debut cinematográfico la periodista y ex-modelo Synnøve Macody Lund quien interpreta a la explosiva esposa trofeo con una pasividad y naturalidad asombrosas, así como también ha de mencionarse la tarea de Nikolaj Coster-Waldau, muy a gusto con el papel de villano (faltaba más, si Game of Thrones le enseño bastante bien a hacerlo) La dirección energética de Tyldum funciona, el guión funciona, la historia funciona, el elenco funciona; todo en Headhunters funciona para intrigar, entretener y contener el aliento hasta el final. Otra pequeña gran joya imperdible traída de tierras nórdicas.
Que las películas de Resident Evil tienen su platea preferencial, no es misterio alguno. Con cada nueva entrada que la saga ofreció, los números fueron en aumento, pero los verdaderos fanáticos comienzan a dudar de la posibilidad de un buen final para una franquicia que llegará a una sextalogía. Ya es loable que un producto rayano en la clase B haya llegado a la quinta iteración fílmica, pero todo es posible cuando se tiene a Milla Jovovich al frente de una producción de acción casi descerebrada pero que recompensa al espectador con un festín casi imparable de adrenalina y violencia. Abriendo con un inusitado comienzo en reversa, para una saga no acostumbrada a la calma y a las escenas oníricas, seguido de un ya cansino prólogo que recapitula todo lo ocurrido al momento, Resident Evil: Retribution presenta la extraña vida alternativa de Alice en un barrio suburbano que próximamente recordará al inicio de la remake de Dawn of the Dead cuando los muertos ataquen con saña a la mujer y su familia. ¿Un sueño? ¿Un flashback? Nada de eso, es otro de los planes de Umbrella para seguir mezclando los tantos y arruinar aún más a la casi extinta raza humana. Sin perder tiempo en minucias, Alice será liberada tras un pequeño interrogatorio en una de las bases militares más complejas de la corporación, que recrea en varios ambientes las principales ciudades del mundo como Tokio, Nueva York y Moscú para sus oscuros propósitos. Cual niveles de un videojuego, en cada ambiente hay una nueva amenaza que Alice tiene que enfrentar, con la ayuda de la misteriosa agente del vestido rojo, la impredecible Ada Wong. Ada no es la única protagonista de los videojuegos que da el salto, también aparecen el flamante Leon S. Kennedy y Barry Burton, pero son más un pastiche sin personalidad que otra cosa, al servicio de aumentar el fan service -aunque el tiro le salga por la culata a Paul W.S. Anderson-. El malo malísimo esta vez es la conversa Jill Valentine, a manos de una acartonada Sienna Guillory y el Wesker de Shawn Roberts se toma un descansito y se pasa al bando de los buenos (lo que durará hasta la próxima película, calculamos). También hay regresos, como la presencia de Michelle Rodriguez, Oded Fehr y Colin Salmon como versiones buenas y malvadas que agregan un poco más de color (y confusión, todo hay que decirlo) a esta entrega que roza el límite del sinsentido pero sin perder su estilo propio nunca. El guión de Anderson hace más aguas que el Mediterráneo, con una edición tan acotada que realmente hace sentir a la película como un videojuego más. Sin embargo, en donde las artes de escriba le fallan, compensa en la silla directorial, en la que el inglés destaca con lucidas peleas coreografiadas a pulso y persecuciones a pura adrenalina. El aspecto 3D sigue siendo la guinda del postre, así como también la estruendosa banda de sonido que aumenta la balacera visual. Milla Jovovich se carga una vez más la escasa historia al hombro y le pone todo el cuerpo y la garra para sacar adelante a Retribution de una manera casi obsesa, mirándola por lo que es: un festín de violencia, peleas, piñas, patadas voladoras y sangre, en un envase 3D de hora y media de acción sin parar para consumir y descartar. ¡A por la sexta y última! (o eso se dice).
Mathieu Amalric, el galardonado protagonista de La Escafandra y la Mariposa -y también el aburrido villano de 007: Quantum of Solace- sorprende saltando al otro lado de la cámara dirigiendo y co-escribiendo Tournée, una cuasi road movie en donde presenta una historia modesta pero rayana en lo vulgar, lo grotesco, pero con una humanidad latente en sus personajes que dignifica. Joachim es un ex-productor de televisión parisino que ha dejado todo atrás, hijos, amigos, enemigos, amantes, lamentos, para comenzar una nueva vida en Estados Unidos. Eventualmente regresa a su Francia natal con un grupo de artistas de burlesque a quienes ha prometido un tour por el país y, mas específicamente, por París. Viajando de puerto en puerto, las curvilíneas intérpretes inventan una extravagante fantasía mundial abundante en calidez y hedonismo, a pesar de estar en constante contacto con hoteles de poca monta y una acuciante falta de dinero. El show es un éxito, y el sueño de realizar el último gran evento en la capital estará en las manos de Joachim y una rivalidad que podría costarles todo lo que han soñado. El peso de Tournée recae en Mathieu Amalric, quien interpreta con franqueza a Joachim como un hombre acostumbrado al fracaso, tras haber tomado varias malas decisiones en el negocio, además de trenzar su vida personal con su vida laboral de una manera preocupante. En esencia un hombre de buenas intenciones que sueña con recuperar el poder y prestigio que alguna vez tuvo, es un príncipe sin reino. Siempre es difícil estar delante y detrás de las cámaras, pero su presencia como protagonista es simplemente magnética y lleva con ligereza a su elenco de una manera impecable. Amalric encuentra la humanidad en un mundo de parias. También nos da una gran probada de lo que es la vida en un tour: las imprevistas conexiones y las inesperadas intimidades que le ocurren a gente que es diferente pero que por causas de fuerza mayor se unen de maneras muy particulares. Tomemos por ejemplo, la escena entre Amalric y Aurelia Petit en la estación de servicio; ella trabaja detrás del mostrador, tras una ventana y mientras él paga por la gasolina utilizada, en un par de intercambios cortos se nota que hay algo más ahí. Nada nunca pasará, pero sin embargo hay una magia inherente en ese momento. Es el toque que tiene Mathieu para cautivar. Tournée ofrece un retrato íntimo del estilo de vida del mundo del espectáculo y sin embargo se las arregla para ser tremendamente sensual y por momentos trascendente. Otra pequeña gran gema del cine francés.
Alejados de la dirección desde su resonante éxito en 2006 con Little Miss Sunshine, la pareja de Jonathan Drayton y Valerie Faris vuelve al ruedo con una historia de corte fantástico pero que aborda una temática tan universal como cotidiana: encontrar al amor de nuestras vidas. La vuelta de tuerca es, ¿qué tal si dicha media naranja aparece de nuestra propia imaginación? Tal situacion le ocurre a Calvin Weir-Fields, un jovencísimo novelista que conoció los laureles a una edad temprana y se ha dormido en ellos. En verdad sigue abocado a su trabajo, pero un acuciante caso de bloqueo de escritor no le permite continuar su explosiva carrera. Unos cálidos y vívidos sueños con una joven de cabello colorado le abrirán las puertas a la escritura nuevamente, de una manera tan rotunda que caerá enamorado de su propia creación... hasta que dicha obra se materialice en su cocina, preparándole el desayuno. Cuando todo parece indicar que la película irá por el lado de la locura del propio autor, los giros del guión fortalecen a una trama que puede irse al caño repitiéndose a sí misma, pero no; muchas situaciones tienen resoluciones bien pensadas y sesudas, y todo se debe a la ágil cámara de Dratyon y Faris, encaminados por el guión de la joven Zoe Kazan, que hace de la onírica protagonista Ruby Sparks. Kazan explotará en escena próximamente y es una fuerza natural a reconocer, aunque claramente se busque capitalizarla con un aire cercano Zooey Deschanel con esos hermosos y gigantes ojos azules y ese flequillo que no hace más que acentuar sus rasgos. Paul Dano, acostumbrado a papeles de bajo perfil, le da en el clavo con su retrotraído joven autor y genera una química más que loable con ella; es de buen ver también las apariciones secundarias de la siempre estupenda Annette Benning, el desopilante Steve Coogan y el prácticamente cameo de Antonio Banderas. Si bien Ruby Sparks se mueve sobre los cimientos de un romance tan imposible que tiene que ser verdad, realmente se luce cuando los personajes se ven atrapados en la misma telaraña que ellos se han creado, en donde los miedos y las esperanzas de cada uno colisionan y dejan ver su costado más humano. Claramente, los directores optaron por demostrar las dos caras de la moneda en lugar de que el sol brille todo el tiempo para los protagonistas, y éste contraste es el que genera un interés mucho más fuerte por la trama y la resolución final. Estoy casi seguro de que Ruby Sparks funcionará tal cual lo hizo (500) Days of Summer allá por el 2009. Trabajada bajo los mismos lineamientos de un ambiente fresco y personajes entrañables, de seguro en unos meses u años se transformará en una pequeña joya de la dramedia romántica.
Detrás del éxito de Open Water, aquella tensa película en tiempo real estrenda en 2003, estaba el dúo de Chris Kentis y Laura Lau que, con ningún pelo de tontos, importaron el éxito más resonante de la historia cinematográfica de Uruguay y la adaptaron sin mucha pena ni gloria para la platea norteamericana en Silent House. La misma se revela como un refrito que arregla un par de cosas de la original pero que sigue siendo incoherente y vacía en contenido una vez terminadas las desventuras de la protagonista. Inteligentemente editada para que asemeje a una toma continua de casi 80 minutos, la película se apoya en este poco recurrente formato para tranmsitir miedo en tiempo real al espectador y sentir en carne propia las mismas vivencias que la joven e ingenua protagonista. La casa misma es una gran protagonista; una mansión costera vieja, decrépita, venida a menos, sin electricidad, cayéndose a pedazos y cerrada a cal y canto: una escenario ideal para este tipo de propuestas. Técnicamente es irreprochable la tarea de los directores, porque encontraron una locación tétrica y le sacaron el jugo a esas habitaciones oscuras y húmedas; cada sonido, cada paso, cada movimiento se siente real y amenazador, y la sensación de desasosiego se va incrementando a medida que corren los minutos y la posibilidad de un escape decrece. Silent House está potenciada en gran manera por el protagónico de Elizabeth Olsen que, a diferencia de Florencia Colucci en la original, está más sosegada y no recurre tanto a la sobreactuación, haciendo su papel mas creíble y, de alguna manera, más entendible en su accionar. Eventualmente, la prueba de fuego de dicha propuesta es sin lugar a dudas el guión, el desenlace de esta historia que divide aguas y casi siempre son más los detractores que los defensores. En reconocimiento de la remake americana, el confuso final uruguayo tiene un poco más de sentido y explicación en este segundo acercamiento, pero aún así se siente como una oportunidad desperdiciada y una salida demasiado facilista a una trama que apuntaba a un poco más. Algunos tomarán al final como una traición por sobre la premisa y el truco de filmación. Muchos se encontrarán un poco extrañados por la manera en la cual la película se resuelve, ya que hay un punto y aparte después de que la gran sorpresa es revelada. Gustará o no gustará, pero en Silent House hay unos cuantos buenos sustos (aunque de manual) con un competente elenco, y una idea que vale la pena revisitar o descubrir por primera vez.