Construida a partir de silencios, miradas y contemplaciones, Mi mejor amigo es el primer largometraje de Martín Deus, un debut promisorio que se destaca por sus hermosas locaciones patagónicas pero que zozobra lentamente en varios aspectos cruciales.
No se puede negar que Somos campeones es una película totalmente manipuladora emocionalmente, que apunta y dispara para calar hondo en el costado mas sensible del espectador. Es insoslayable el manual de la feel good movie que lleva bajo el brazo el director Javier Fesser, pero el madrileño está tan confiado de que lo va a lograr que poco y nada le interesan que se noten los hilos… y lo consigue. Su última película ha resultado un éxito rotundo de taquilla en su país natal, y ha logrado lo imposible: que España la haya seleccionado como entrada oficial de cara a los Oscars 2019, derrotando al favorito Asghar Farhadi y su Todos lo Saben.
En 2012, CNN Travel nombró al hospital psiquiátrico Gonjiam como uno de los siete lugares más extraños del mundo. Una de las locaciones más embrujadas de Corea, el psiquiátrico abandonado pedía a gritos que alguien filme sus lúgubres pasillos y se adentre en la leyenda urbana que amenaza sus pasillos. Gonjiam: Hospital Maldito toma la posta y cámara en mano reúne a un grupo de jóvenes adictos al peligro para llevar a cabo su cometido de explorar a fondo el terrorífico edificio… con los resultados de siempre.
Wildling es la enésima cruza entre pubertad y licantropía. El cine fantástico tiende a llevar a los extremos un cambio hormonal tan importante en el ser humano para demostrar el tortuoso camino que suele significar para hombres y mujeres, y de esa exploración suelen florecer excelentes exponentes del género como lo es la maravillosa Ginger Snaps. El debut cinematográfico de Fritz Böhm es una gran carta de presentación al mundo cinéfilo, que demuestra un gran ojo para la fantasía, pero su primogénito de celuloide es víctima de decisiones arbitrarias del guión que debilitan lo que podría haber sido un proyecto mucho más potable.
Tras las miradas intimistas entre vestuarios de Fulboy y la vida de un fabricante de ladrillos en el sur con El hombre de Paso Piedra, Martín Farina arremete de lleno con el que es su trabajo más ambicioso a la fecha: el retrato de la filósofa, escritora y profesora Esther Díaz, quien tras un desgarrador monólogo se presenta como una mujer sobreviviente, una figura trágica cuasi almodovariana que de tan crudo relato parece ficticio, pero es creer o reventar con la valentía en pantalla de esta septuagenaria.
El prólifico director argentino Matías Szulanski ha tomado al 2018 por las astas y vuelve a la carga por partida doble luego de haber presentado el pasado mes de mayo la controversial y prácticamente inclasificable Recetas para Microondas. El director del homenaje pulp tarantinesco, ese festín violento e hilarante llamado Pendeja, Payasa y Gorda estrenado por estas mismas fechas en 2017, parece no tener descanso y con el estreno de su ¡cuarto! largometraje en escasos tres años parece que ha llegado a un punto para repensar y evaluar a futuro la relación entre calidad y cantidad.
Para ser una noticia real que sucedió en los aledaños de la ciudad en la que vivo, la historia que cuenta Marilyn, primer y aplaudible largometraje de Martín Rodríguez Redondo, me pasó completamente desapercibida hasta la escena final y la aclaración en los créditos. Película sobre el descubrimiento personal y el despertar sexual en un ambiente hostil e ignorante, con mesura se toma su tiempo en delinear a sus asediados personajes para construir un relato tan doloroso como necesario en los tiempos que corren.
Las antologías son uno de los formatos mas rentables que existen dentro del vasto género del terror. Pequeñas historias autoconclusivas y un marco narrativo que presenta dichos cuentos es lo único que basta para asustar al espectador de maneras macabras y originales, a la vez que se presenta el trabajo de diferentes directores y escritores para crear un mosaico atractivo y pensado para optimizar al máximo el horror. Desde la incombustible saga Creepshow hasta Tales of the Crypt, pasando por Trilogy of Terror y llegando a casos más recientes, como las tres V/H/S y su hermana espiritual Southbound, amén de la brutal y entretenida Trick ‘r Treat, el terror antológico nunca pasa de moda y siempre vuelve. Es el caso de Ghost Stories, exportación británica basada en la obra de teatro homónima que representa un buen exponente del subgénero, pero que se ve atrapada constantemente en los grilletes típicos de toda propuesta de horror.
La pérdida de un ser querido antes de tiempo dispara un sinfín de emociones que casi nadie sabe afrontar. Es una tristeza infinita y una pérdida total del rumbo que Flavia (Lorena Vega) conoce muy bien, tras el fallecimiento de su pareja León. Y su estado de duelo no hará mas que complicarse con el arribo de Lucía (Malena Moirón), la hija preadolescente del finado, con la cual Flavia tiene un nexo comunicativo escaso. El año del León, el primer largometraje de Mercedes Laborde, propone abordar de manera contemplativa la historia de estas dos mujeres transitando un período muy oscuro en sus vidas, y los resultados están a la vista. Con un guión de la propia Laborde, El año del León encuentra a Flavia totalmente perdida en su rutina diaria, a la pequeña Lucía añorando algo que no está más, y a su madre (Julieta Vallina) desapegada de la situación, recorriendo su propio duelo a su manera, uno que nunca vemos del todo pero sospechamos. La película se basa mucho en intuiciones, las percepciones que tiene el espectador de lo que está sucediendo o lo que ya sucedió. No se da nada masticado ni se sobreexplica, la platea está como mera observadora mientras este drama íntimo tiene lugar durante 80 minutos. No hay belleza aumentada ni maquillada, es puro realismo natural, y la tarea de la directora es estar presente en los momentos clave de la historia, cámara en mano. Pero al ser un mero objeto de estudio, la relación entre las protagonistas carece de algo. Un par de matices dramáticos no hubiesen estado de más, y eso que la tarea de Vega, cansina y agotada de todo, demuestra el fondo teatral de la actriz en un papel que le exige cuerpo, alma y mente durante todo el trayecto. Es la cara visible del duelo, y constantemente personajes periféricos aprietan sus botones internos que la llevan al punto límite, pero nunca estalla. Es que la ausencia de su compañero de vida le quitó más que a la persona a su lado, sino también el prospecto de futuro que tenía de formar una familia propia, lo que la empuja a límites insospechados en las relaciones sin protección que mantiene con varias parejas masculinas. Es un vacío que no puede llenar de ninguna manera, y la presencia de la inquisidora Lucía no le hace nada bien tampoco. El año del León se hubiese beneficiado de situaciones dramáticas con más sustento. El silencio a veces puede ser una respuesta clave, pero demasiados vuelven a lo contemplativo algo aburrido y casi monótono, dejando a la intemperie a las actrices que tienen que llenar dicho vacío con gestos y miradas. Vega sale airosa, no tanto la joven Moirón a la cual su corta edad no le permite limar ciertas asperezas interpretativas -para su debut está mas que justificada-. No esperaba gritos, llantos, catarsis absoluta, pero tal cual está algún que otro exabrupto no le hubiese venido mal. Su final, eso sí, cierra con un agradable moño una sencilla y bonita historia.
Para ser una de las franquicias con uno de los villanos más recordados de la pantalla grande, las aventuras de Leatherface y la terriblemente disfuncional familia Sawyer no han dado pie con bola en una trayectoria que abarca más de 40 años, desde que en 1974 el loco de la motosierra hizo acto de aparición en la brutal e inolvidable The Texas Chain Saw Massacre de Tobe Hooper. Mal que les pese a todos, Michael Bay y su productora Platinum Dunes le insuflaron un poco de vida a la alicaída saga en 2003 con la genial remake protagonizada por Jessica Biel, y la precuela a la misma historia no tardó en llegar en 2006, pero ya sin la fanfarria de su predecesora. Un salto en el tiempo hasta 2013, otra productora de por medio y tenemos Texas Chainsaw 3D, una continuación oficial de la original -al carajo todo lo que vino después- cuya sangrienta violencia fue directamente proporcional al poco tacto del guión -por no decir estupidez galopante-, al no haber hecho los deberes con la línea temporal de la saga. Totalmente acorralados y con destino incierto, Millennium Films optó por el camino más obvio posible: una precuela -otra más- que retratase la infancia y adolescencia del cruento asesino y cómo fue que llegó a ser el imponente maníaco que todos conocemos hoy en día. Leatherface podría haber funcionado, pero no es el caso. Ganas no les faltaron a los chicos de Millennium para lograr una buena historia de orígenes. Haber contratado a la dupla francesa compuesta por Alexandre Bustillo y Julien Maury -de la excelente À l’intérieur– auguraba buenas intenciones, ya que no había nombres más idóneos para el proyecto, ambos provenientes de ese fenómeno de hace unos años llamado Nueva Corriente de Terror Francés, que se basaba en buenas historias con hectolitros de sangre. El gran problema de su última película es que está a kilómetros de distancia de su explosivo debut, y con un guión deprimente y sin sentido termina de llevar al ícono del terror a un pozo del que le resultará difícil salir, si es que logra hacerlo alguna vez. Leatherface Leatherface nos lleva al auge de la familia Sawyer, con la matriarca Verna -la siempre dispuesta Lili Taylor– como la mujer que lleva la batuta y la que imparte tanto premios como castigos para sus salvajes retoños. Uno de ellos en particular, Jed, tiene un alma sensible y le escapa a la virulencia que corre por las venas de su familia, pero el entorno lo empuja una y otra vez a convertirse en uno de ellos y matar por el simple hecho de poder hacerlo. Los Sawyer piensan que están fuera de la ley, hasta que se meten con la familia del sheriff Hartman –Stephen Dorff-, quien tras un giro bastante trágico separa a Jed y lo pone en custodia en un reformatorio para jóvenes. Un salto de 10 años hacia adelante nos posiciona de lleno en este sanatorio psiquiátrico, y cualquiera de estos muchachos con severos problemas mentales podría ser el Sawyer que se convertirá en una leyenda macabra. ¿Cuál de ellos será? El guión de Seth M. Sherwood juega con un buen basamento y una buena incógnita, pero derrocha todo ese potencial con despistes obvios, y la audiencia no tendrá que hacer mucho esfuerzo mental para identificar quién de todos ellos pasará a la posteridad como el ícono del horror. El escape del hospital y posterior road movie macabra al estilo Natural Born Killers poco y nada hace para ganar la empatía de los personajes, y toda situación violenta o macabra -un tiroteo en una cafetería, una escena de sexo con un cuerpo de por medio- no profundiza en la psiquis de los protagonistas sino resultan gratuitamente perversas. Estamos frente a una película de terror para las masas, lo sabemos, no queremos una exploración freudiana de un notorio asesino serial, pero vamos, uno espera mucho más. Es en momentos como estos que uno comienza a mirar con ojos cariñosos a la reimaginación de Rob Zombie de Halloween, un trabajo superior en cuanto a exploraciones innecesarias del Mal con mayúsculas. Leatherface no escatima en sangre y vísceras, pero sí le falta una razón de existir. La constante explicación de por qué alguien es malvado o siniestro -volvemos al entorno familiar que se visitó en la Halloween de Zombie- arruina el terror innato de un loco que corre desquiciado con una motosierra, eliminando a quien se interponga en su camino. De no ser por la labor de Taylor y Dorff, esta precuela pasaría al olvido absoluto, ya que no aporta nada que la saga no haya hecho antes ni tampoco necesite, si vamos al caso.