Ellos y nosotros Una buena mentira (The good lie, 2014) es un film que tiene recursos para entretener, conmover, y atrapar al espectador. La historia que elige (basada en hechos reales) es de por sí atrayente, pero se debilita al elegir los caminos más demagógicos y obvios para construir aquellos sentidos que más convencen a la industria de Hollywood. La historia inicia con el viaje de los hermanos Deng de Sudán a Kenia, siendo todavía niños, por el año 1983. Víctimas de una guerra civil que los deja huérfanos, y tras recorrer 1600 kilómetros a pie, llegan, junto a otros sobrevivientes, al campo de refugiados donde pasarán unos cuantos años. En el camino Theo, jefe del grupo, se entrega al ejército para salvar a sus hermanos. Serán Mamere (ahora jefe), Jeremías, Abital y Paul quienes, a través de una campaña humanitaria, tengan la oportunidad de viajar a Estados Unidos y salir de África, sin saber si algún día se reencontrarán con aquel. En Norteamérica conocerán a Carrie (Reese Witherspoon) quien los ayudará a conseguir empleo e insertarse en una sociedad totalmente desconocida, diferente y ajena a su cultura e idiosincrasia. El director Philippe Falardeau se toma su tiempo para contar la vida de los jóvenes en el país africano. En esa primera parte del film (tal vez la más genuina) muestra el sufrimiento y el sacrificio padecidos, la hostilidad de cada lugar, el vínculo entre los hermanos, su forma de vivir y, sobre todo, los valores familiares heredados que son, de alguna manera, su único capital en el mundo. Una vez instalados en Estados Unidos, la película gira hacia un tono menos dramático. El choque de culturas es usado entonces como un recurso efectista. El desconocimiento de los usos y costumbres americanos por parte de los hermanos es aprovechado para lograr momentos de humor que descomprimen el drama. Aunque, por momentos, resultan un tanto exagerados. Muchas escenas se tornan un tanto predecibles y maniqueas. En el sentido que, ante la presencia del monstruo capitalista americano, la superioridad moral de los jóvenes africanos gana prácticamente por knock out. Se critica al sistema pero de un modo bastante obvio y simple. Si en un país se come hasta la tierra, en el otro se tiran alimentos que podrían alimentar a gran parte de la población. La película se deleita con estas contradicciones morales y culturales y sostiene gran parte de su mensaje con esto. El personaje principal, Mamere, es quien otorga el sentido final al relato. La mentira, aunque no sea un valor positivo, es, en algunas ocasiones y usada con fines nobles, la única salida, y, por ende, buena. Será el libro del escritor americano Mark Twain, Huckleberry Finn, el que (¡oh casualidad!) enseñará a Mamere esta importante lección. El desequilibrio ético es finalmente equiparado. La sensación es que no sólo los hermanos sino el film entero se contaminan con la mirada hollywoodense. Sin duda la de estos jóvenes es una historia que conmueve y tiene un gran potencial para lograr un drama cinematográfico de calidad pero, claramente, sería interesante conocer otra versión de la misma.
La ética finalmente triunfa en la vida Osvaldo Bayer: La livertá (2014) es un documental inspirador. Tal vez se lo pueda definir de mil maneras, pero es claramente el sentimiento que surge al conocer un poco sobre la vida de este apasionado pensador argentino, comprometido ayer y hoy con las causas sociales. Más allá del placer de conocer su lucha y su pensamiento, el film toca de cerca a cualquier persona que, como él, defienda las causas de los Derechos Humanos. El director Gustavo Gzain no recopila testimonios ni imágenes porque sí. Cada momento del film está ahí porque permite mostrar de un modo genuino y auténtico a esta personalidad tan admirada de la cultura argentina. Los recuerdos junto a Tito Cossa de sus vidas en el exilio, el humor de su esposa al rememorar sus primeros encuentros, las palabras de sus amigos, la cotidianeidad de la vida de Bayer. Todo esto y más es este film. Y una vez terminado, aún hay deseos de ver más. Las palabras de la gente que lo conoce van armando el camino para que la admiración y el respeto aparezcan de forma natural. Las charlas que mantiene Osvaldo Bayer con amigos íntimos y de la cual somos testigos permiten el acercamiento. No sólo que escucharlos hablar es interesante sino que ser parte de eso lo hace aún más querible. El director no se queda ahí. Porque además de documentar situaciones sociales, lo filma en su mundo privado, en su intimidad hogareña y familiar: hace café, limpia las escaleras de su casa, habla por teléfono, mira libros. La vitalidad y lucidez de este historiador asombra y crea admiración. El documental es claramente un mérito de Gzain pero es imposible no notar que Bayer es una persona que parece seducir naturalmente: en cada palabra, en cada gesto, con cada uno de sus radicales pensamientos. Es accesible y generoso. Alguien con quien evidentemente puede dar gusto trabajar. Su lucha es la lucha de los más débiles, la de aquellos que buscan cambiar la Historia para equilibrar de a poco las injusticias y él le otorga voz a los que muchas veces no pueden tenerla. El exterminio de los pueblos originarios, el Holocausto, los crímenes cometidos por los genocidas de la Dictadura Argentina. La Historia demuestra que lo que no se resuelve vuelve a suceder. Pero la mirada y la acción de Bayer frente a esto es optimista: “La ética finalmente triunfa en la vida” afirma en más de una ocasión en la pantalla. Hay una escena que otorga una instantánea de este pensador. Cuando se para frente al monumento del General Roca y le grita: “Te vamos a desmonumentar”. Algunas palabras de este autor argentino completan esta acción: “El recuerdo y el honor son para quienes defendieron la vida, no para quienes sembraron la muerte”. Al finalizar el film lo primero que nace es un fuerte y apasionado aplauso.
Malparido El director Daniel Gaglianó desarrolla a través de esta ficción la salida clandestina hacia un problema que hoy tienen muchas parejas: la dificultad para adoptar un hijo. El realizador utiliza recursos del thriller para este relato que, aunque ficticio, está inspirado en muchísimas historias reales. Un film que logra el justo dramatismo para el tema tratado a través de una narración cinematográfica más que interesante. Álvaro (Rafael Ferro) y Ana (María Ucedo) hace más de dos años que esperan conseguir que salga finalmente su trámite de adopción, pero todos los intentos resultan fallidos. Por eso Álvaro sale en búsqueda de un bebé hacia Misiones para comprarlo en el mercado clandestino. El protagonista no tiene otra opción más que introducirse en ese mundo oscuro, violento y cruel de la trata de personas, donde las adolescentes por muy poca plata deben entregar a sus hijos a una mafia que controla un siniestro mercado al que llegan muchas parejas deseosas de formar una familia. La dirección hacia el thriller que adquiere el film termina siendo intrínseca a ese universo que empieza a descubrir de a poco Gaglianó. En ese submundo de ilegalidad, el extraño es marcado como peligroso, alguien que puede poner en riesgo ese sistema perverso. Esto no detendrá a Álvaro, pues su necesidad y desesperación para poder darle a su mujer un hijo es su principal motor. Y quizás esta fuerza de voluntad es lo que hace crecer dramáticamente el film y lo aporta gran verosimilitud. El hijo buscado (2014) se apoya en un sólido y atrapante guión, pero es también la elección formal la que termina por otorgarle al film su valor artístico. La cámara en mano siguiendo de cerca a Álvaro aumenta el suspenso, pero también es un recurso para penetrar en su cabeza. La película no juzga pero sí abre un debate ético: ¿qué se está dispuesto a hacer y a perder para conseguir un hijo? No necesita de grandes diálogos la película, porque el director consigue que el sonido, las actuaciones y su cámara hablen por sí solos. Más allá de su calidad técnica y estética, películas como esta son también necesarias para generar debates que todavía están ocultos o que a cierta gente no le conviene que salgan a la luz. No hay trata sin clientes, claro está. Pero esta situación es también responsabilidad del Estado que incrementa cada vez más la burocracia para las adopciones, favoreciendo un sistema paralelo, ilegal y peligroso pero que cada día es más demandado.
El fantasma del Rock and Roll Planta Madre (2013) es un film irregular. Los dos tiempos en los que transcurre la historia parecen dos películas distintas. Rock argentino, cumbia amazónica y un viaje de Ayahuasca tiene como leyenda el film. Esta mezcla de elementos resume una historia de la que muy poco se puede rescatar. Aunque pretenda reivindicar el espíritu del rock, tiene seria fallas argumentales que debilitan cualquier intento por conseguir un relato atrayente. Diamond (Robertino Granados), un hombre cercano a los setenta años, viaja a Perú invitado por Pierina (Camila Perissé), la ex novia de su fallecido hermano Nicolás (Manuel Fanego). El y Diamond formaban a fines de los ‘60 una reconocida banda de rock argentino: Los Hermanos Santoro. Antes de morir, Nicolás tenía planeado un viaje a Perú para tomar ayahuasca con un viejo curandero llamado Solon. Ese viaje fallido es el que Diamond intentará concretar para honrar la memoria de su hermano y también para conseguir su propia curación espiritual. Las escenas de Diamond y Nicolás durante su infancia, adolescencia y ya veinteañeros son lo más interesante de todo el film. El director reconstruye ese pasado tratando de explicar el presente. Las enseñanzas de Diamante a Nico, los primeros amores, el nacimiento de la banda, las peleas. Se puede afirmar que la verdadera tensión dramática del film se concentra allí, en aquellos míticos años, y el viaje de Diamond es una simple excusa para desarrollar aquella historia Por eso rápidamente Planta Madre se debilita argumentalmente. Porque nada emocionante sucede fuera del vínculo fraternal y las circunstancias de la muerte de Nicolás. El novio de Pierina y su hermano conforman una subtrama de acción: droga, muerte y una persecución de por medio, pero que no convencen para nada. Muchas partes del film se justifican porque se muestran lugares exóticos de Perú y de la selva, pero no porque tengan valor dramático. Otro elemento que no ayuda al film es el personaje de Diamond, un hombre cansado de vivir que prácticamente se mueve por inercia. Vive atormentado por el recuerdo de su hermano. No acciona, es un simple espectador esperando el momento para tomar ayahuasca. Algunas escenas parecen inconexas y sin sentido, y los personajes muchas veces caen en un limbo de clichés y diálogos forzados. A pesar de que el director consigue con las escenas de los dos hermanos una mirada interesante hacia el pasado, el resto del film no es convincente. Sólo sobrevive algo de música y la nostalgia por el rock and roll.
Demente camino al éxito Lo primero que posiblemente atrape la atención del público respecto de este film es la presencia de Ricardo Darín. Obviamente que su participación es esencial, pero él no es el protagonista. Quizás saber el motivo de su presencia es aún más interesante: Darín se convierte aquí en un personaje de sí mismo. La película ya tiene suficiente con este motivo, sin embargo es mucho más que eso. Delirium (2014) es una idea original, bien contada, actuada y escrita. Federico (Miguel Di Lemme), Mariano (Emiliano Carrazzone) y Martín (Ramiro Archain) son tres amigos treintañeros que se encuentran un poco perdidos respecto de qué hacer con su vida. Pero lo que más los preocupa es de qué manera hacer una abultada fortuna con poca inversión. En el medio de la lluvia de ideas, y a pesar de su inexperiencia en el tema, Federico propone realizar una película y llamar nada menos que a Ricardo Darín para protagonizarla. Una mezcla de buena suerte y malos entendidos logran que Darín se sume a este delirante proyecto. A pesar de caer en recursos un tanto descabellados y, como bien dice el título, delirantes, Delirium tiene una particularidad que es difícil de encontrar en otros films: la argentinidad, y, más precisamente, el porteñismo. Las referencias al mundo local hacen funcionar de una manera muy efectiva al film y a la comedia en general, pues para que estas se activen el espectador debe conocer esa realidad con la que constantemente dialogan y lo hace cómplice instantáneamente. Además de los guiños con la presencia de otros famosos, se produce otro gran acierto a partir de un hecho trascendente: la referencia a los medios de comunicación actuales y la incidencia que estos tienen en la construcción de la realidad. Aunque apenas se esboce esta idea y esté exacerbada para lograr la comedia, tampoco el mensaje que propone se aleja tanto del funcionamiento actual de estos medios. Quizás las escenas más logradas sean justamente aquellas donde aparece Ricardo Darín en el rodaje de este largometraje disparatado. Estos momentos recuerdan al film Ed Wood (1994) de Tim Burton, pues la manera en que filman y producen es extremadamente bizarra y, ante todo, barata. Casi sin quererlo Delirium apela al imaginario popular sobre la cinematografía nacional para hacer reír al público: el juego con la imagen de Ricardo Darín como el ícono de la fama y la popularidad que es la llave para el éxito es sólo una de los tópicos. La película acude mucho más a lo absurdo que a la verosimilitud y desde ahí debe leerse casi todo el film. Desde este registro, ciertos diálogos o situaciones no logran ser efectivos, pero son los menos, porque una vez que el espectador entra al mundo de estos tres (o cuatro) dementes seguro se olvidará rápidamente de la cordura y se entregará al delirio.
La cerradura indiscreta El cerrajero (2014) es un drama que dialoga o al menos coquetea con lo fantástico. La aparición de un elemento fuera de lo común le otorga un giro novedoso a la película. Por momentos convence y por otros cuesta aceptar ese verosímil. Dependerá del espectador entrar en este universo hiperrealista que propone la realizadora Natalia Smirnoff. La vida de Sebastián (Esteban Lamothe) parece cotidiana y sin grandes altibajos. Se junta con amigos en la cerrajería en la cual trabaja, toman cerveza y hablan de mujeres. Lo que cambiará definitivamente esa rutina es enterarse que Mónica (Erica Rivas), su última novia, está embarazada. A partir de ese momento, cada cerradura que intente abrir, le revelará algún secreto oscuro de su cliente, y no podrá evitar callarlo. Ese “don” perturbará su vida afectando sus relaciones y desestabilizando su manera de concebir la vida. Este nuevo poder que recibe Sebastián le imprime al film una dosis fantástica que abre la puerta a un nuevo verosímil. Ese don o castigo está allí para dejar al descubierto la verdadera angustia existencial del protagonista y liberar esos secretos lo hace encontrarse con sus propios miedos. Allí reside el principal efecto de este choque de fuerzas. Sin embargo la aparición de estas visiones desencadena efectos inesperados que no se terminan de desarrollar. Si bien esta apuesta por lo fantástico puede resultar novedosa, el film busca principalmente un drama intimista, cuando un hecho de tal índole abre posibilidades dramáticas que superan esa intimidad. Entonces la película se mueve en ese vaivén de opciones que muchas veces no se logran articular. La película inicia contándole al espectador que los hechos suceden en el año 2008 durante las tres semanas que Buenos Aires estuvo bajo el efecto de un humo extraño. La directora parece establecer entre el humo y la nueva situación de Sebastián una conexión que no resulta clara, pero que, sin duda, estaría actuando para “justificar” lo raro. A pesar de esto, la presencia de ese humo parece más una elección ornamental que dramática y esa puesta en escena pierde un poco el sentido. Por otro lado, el conflicto más importante para el personaje, el que tiene con Mónica, se produce en el limbo de los desencuentros y la imposibilidad amorosa, pero se lo trata más como un cliché que como un verdadero conflicto. Tal vez en la relación más paternal que encara Sebastián con Daisy, una joven empleada doméstica peruana que trabaja en lo de un cliente, es cuando el film consigue fluidez y encuentra momentos más originales. Ese encuentro entre ellos, tan inesperado y extraño, se conecta más con la nueva situación del personaje y le otorga un poco de ritmo a un film que por momentos pierde al espectador. Aunque presenta una propuesta diferente quebrando lo realista, El cerrajero posee algunas carencias argumentales que debilitan su novedad y excepcionalidad.
Misterioso misterio El manto de hiel (2014) aspira a ser un film de suspenso e intriga. Con las primeras escenas el director Gustavo Corrado adelanta desde la música y las imágenes qué es lo que debemos esperar en la próxima hora y media de película. Si bien el comienzo resulta convincente y abre interrogantes, la promesa inicial se diluye rápidamente en la poca solidez argumental del film. En el medio de un inhóspito desierto, los primeros minutos del film nos muestran a Julián (William Prociuk), un joven vestido de traje negro y en su auto descapotable, con un misterioso maletín. Al quedarse sin nafta llega al primer pueblo cercano a pedir ayuda. Pero ese lugar está habitado por unos extraños señores que lejos están de querer ayudarlo. Julián empezará a vivir una pesadilla cuando entiende que salir de ese lugar ya no estará en sus posibilidades. Julián sentirá atracción por Ana, una joven que, junto a su hija Frida serán las víctimas de estos hombres que guardan un secreto y que crean el terror y la amenaza en cualquiera que pretenda saber más. Julián aparece allí como el salvador pero aún así el miedo se apoderará también de él. Desde algunos planos el director intenta crear en el espectador la sensación de demencia en la que todos los que conviven allí se encuentran. Constantemente hay un vaivén entre lo que se vive y lo que se sueña o fantasea. Ese juego de irrealidades, aunque interesante, luego no se aprovecha lo suficiente en el drama. La mayor parte del tiempo la película se regodea por demás en mostrar a los hombres del lugar, y en hacer de ellos una especie de monstruos a quienes hay que temer. Corrado intenta en cierta forma que el film adquiera suspenso y acción, pero la heroicidad en el personaje de Julián tarda bastante en desarrollarse y se extiende por demás en situaciones que no hacen avanzar el film y que la hacen bastante predecible y aburrida. A esto se le suman las inconsistencias argumentales, como ser el maletín que carga Julián. Al comienzo se abre una incógnita respecto de este, pues el personaje se preocupará por él por demás. Sin embargo luego no gana ninguna importancia dramática que justifique su aparición. La sucesión de este tipo de inconsistencias en el guión no dejan crecer la tensión necesaria para atraer al espectador y mantenerlo expectante hasta el final. El manto de hiel parece vender el enigma por el enigma mismo: agregando sentidos con la música, con la manera de filmar, con las obvias actuaciones pero la trama es fallida y no convence a pesar de las intenciones.
Pueblo chico, religión grande Este documental elige un personaje desconocido, un joven seminarista de Misiones, para tematizar con frescura algunas ideas sobre la construcción de un documental. El protagonista por momentos se convierte en una excusa, y no termina de quedar claro hacia dónde quieren ir los directores en su seguimiento. Aún así no se pierde el interés en lo que sucede. Ricardo Bar, protagonista del film, es un joven seminarista misionero de la Iglesia Bautista. Su pueblo, Aurora, es una gran congregación de origen alemán cuyo epicentro es la Iglesia, y las palabras del Pastor su guía en el día a día. En ese particular lugar, los directores Nele Wohlatz y Gerardo Naumann, llegan para filmar la vida de Ricardo y también la de su comunidad. Pero nadie los acepta tan rápidamente y el documental deberá tomar rumbos nuevos para poder continuarse. Hay una particularidad de la película que es quizás lo que más la distingue de un documental quizás más tradicional, y es la implicancia y hasta el protagonismo que adquieren los propios directores. No solamente porque para que el espectador comprenda un poco más ellos utilizan sus propias voces en off explicando parte del proceso, sino también porque para que el pueblo ceda y les permita continuar su trabajo ellos muestran cómo deben negociar de diferentes maneras. Tal es así que el director termina trabajando en la chacra del padre de Ricardo para compensar el tiempo que su hijo no trabaja por filmar la película. Por otra parte, más de una vez los propios directores tienen que hablar en la Iglesia para justificar su estadía y su “invasión” a los habitantes del lugar. Estas situaciones nunca crean una verdadera tensión pero le dan al film un matiz diferente, quizás no esperado por ellos. Pero hay otros elementos que dan pistas acerca de la misma construcción del film, y problematizan esta idea del registro documental. Porque es evidente que ellos intervienen todo el tiempo para que las cosas sucedan, por lo cual la idea de documento empieza a derrumbarse. Los mismos realizadores hablan de “actuar” cuando mencionan la participación de Ricardo en el film, y en una escena explicitan que más de una vez él realmente actuó para la cámara. Este vaivén entre lo que es real y lo que no lo es tanto es la marca del film. Toda esta situación de extrañeza que al pueblo le genera tener gente filmando no parece unilateral; porque la vida de Ricardo es extraña para la cámara: el portuñol en el que habla, su devoción a la religión, la manera de expresarse y de contarse la realidad. El choque está puesto más que en evidencia en el rechazo de Ricardo a dejarse filmar, sólo la posibilidad de una beca en Buenos Aires parecería convencerlo de seguir, pero tampoco es seguro. Ricardo Bär (2013) es una película que nace definida en su idea, pero que la realización la desvirtúa de su origen y debe reacomodarse. Lo inesperado, entonces, resulta lo más convincente y auténtico de la película. Aunque el rumbo que adquiere no es original - La chica del sur (2012) de José Luis García ya planteaba esta tensión entre lo que quiere el director y lo que la persona filmada permite- sí abre una interesante reflexión sobre los límites y las preguntas que todo realizador debe hacerse antes de prender su cámara.
A rodar mi vida Gabor (2013) es un documental sobre un director de fotografía ciego, pero también es una película que bordea constantemente la autoreflexión sobre el cine, sobre cómo se debe hacer y sobre cómo se hace cine, y también es un film sobre la visión, un sentido que pareciera estar exageradamente sobrevalorado en la vida y, especialmente, al momento de rodar. A Sebastián Alfie, realizador del film, le encargan rodar un cortometraje en Bolivia sobre una Organización que ayuda a la gente no vidente a recuperar la vista. Al momento de alquilar una cámara conoce a Gabor Bene, un director de fotografía húngaro que quedó ciego hace diez años. Sorprendido y curioso por este personaje tan extraño, Alfie propone a Gabor viajar a Bolivia para hacer la fotografía del corto. A pesar de las dudas sobre su decisión Alfie y Gabor se embarcan en el proyecto, casi como si fuera una decisión del destino. Encontrar un personaje que reúna las suficientes características para convertirse en alguien posible de protagonizar un film es un desafío en sí mismo pero no deja de ser un tópico ya recorrido por unos cuantos documentales. Entonces claramente no es allí de donde conviene abordar la película, sino del conflicto que hallar a este personaje le representa al director. Gabor es la persona que él necesita, pero su imposibilidad de ver ¿no contradice las bases del arte cinematográfico? Del griego kinema: movimiento; y grafía: grabar, la palabra cinematografía no contiene en sí misma al verbo ver ni al sustantivo luz. Si de descomponer y poner en crisis el cine se trata, Alfie consigue dar en el blanco. Y con algo tan simple como ese conflicto que recorre todo el documental construye un film sólido, interesante, humano, raro y hasta con cierto humor. Y si de repensar los sentidos se trata, allí está Gabor para confirmar que el cine es movimiento: consigue un carro de travelling sencillo y liviano para el rodaje, se mueve en las locaciones como pez en el agua, reafirma una y otra vez sus puntos de vista sin dudarlo, y todos son aciertos. La empresa del director no parece real, incluso él mismo afirma que el rodaje de este cortometraje ya tenía la palabra catástrofe escrita desde el inicio. No parece sin embargo esto detener su seguridad en un proyecto en el que evidentemente él cree, aunque claramente lo asuma como catastrófico. Entonces aparecen nuevas preguntas: ¿qué hace del realizador cinematográfico un arte sino justamente lo inasible de lo que el destino puede poner en el camino? ¿Cuál es el verdadero sentido de la palabra ver si una persona que no ve sabe exactamente cómo armonizar la luz de un set? Al momento de ver Gabor, el espectador no hará más que sorprenderse y encariñarse con este personaje (e incluso con el mismo Alfie). Es cierto que algunas escenas parecen demasiado armadas y cerradas para los sentidos finales del film, pero aún así convence y presenta una interesante y novedosa historia.
Viveza criolla ¿Quién es Ramón Ayala? Esa parecería ser la pregunta que dispara el documental de Marcos López. Apenas hacen falta unos segundos de película y unas breves y poéticas palabras de Ramón para que el público se encariñe y sorprenda con este músico del folklore nacional de origen misionero, poseedor de un gran carisma, pero sobre todo de talento artístico. Además de querer mostrar las amplias facetas de este personaje, y de mostrarlo sabiendo hacer lo que mejor sabe, el director arma un popurrí de testimonios de lo más variado. Cada uno desde un lugar de puro aprecio y admiración aporta su grano de arena para que en este documental se luzca y se conozca al protagonista. Liliana Herrero, Juan Falú, el Tata Cedrón son algunos de los músicos que se presentan hablando e interpretando fragmentos de los temas de este compositor. Pero también aparecen verdaderos fanáticos de Ayala: un vendedor de discos callejero, un publicista porteño, y hasta su propia esposa. A pesar de su corta duración (apenas 66 minutos) la película logra que el espectador se conecte inmediatamente con su propuesta de descubrir y conocer a un músico de gran importancia para el folklore argentino como bien lo dicen sus colegas. Desde festivales pequeños donde vemos participar a Ayala hasta presentaciones en Cosquín, la gente le transmite su cariño, respeto y gratitud. Y él se los agradece con canciones que ya le pertenecen al imaginario popular. La virtud del film también reside en algunas imágenes que no son testimonios, sino paisajes, lugares, pueblos, gente. Marcos López parecería querer filtrar en este film algunas sensaciones más. Por ejemplo, un fragmento de Las aguas bajan turbias (1952) de Hugo del Carril aparece en el momento perfecto para representar una canción de Ayala (en este caso, el tema “El mensú”, como también se lo conoce a él). Y de a poco, entre palabras e imágenes, sabemos que este hombre supo captar la mitología misionera como nadie nunca pudo, haciendo justicia a los trabajadores (o los “mensú”), pero también a sus paisajes, sus olores, sus sonidos. Una vez terminado el film, todavía se sienten deseos de seguir conociendo a este peculiar artista, con su aire y su vestimenta gauchesca. Porque siempre se lo ve contento, orgulloso, ávido por contar y cantar. Esta seducción de Ramón se transmite a través de un film más que elocuente, donde el espíritu de la música popular argentina despierta emoción y orgullo.