Vivir para contarla Siguiendo una tendencia actual, este documental no solamente nos abre las puertas a la vida de una sorprendente artista y pensadora, sino que también abre preguntas sobre el género mismo. ¿Cuál es el acercamiento perfecto a la persona documentada? ¿Hasta dónde se puede filmar? En fin, cuestiones que pueden no resolverse fácilmente pero que siempre están latiendo en cada imagen de este film. A Aurora Venturini no le caben definiciones. Su vida es un compendio de varias vidas llenas de historias fascinantes, algunas reales y otras no. Escuchar hablar a Aurora a los 91 años es placentero: a pesar de ese cuerpo frágil con el que carga, su mente es jovial, audaz, irónica, y muy sagaz. No tiene paciencia, no parecen gustarle las cámaras, en realidad nada tecnológico parece agradarle: dice sin ninguna vergüenza que está esperando el día para destruir su computadora. Sus amigos y conocidos hablan de ella con admiración, y ¿cómo no hacerlo? Amiga de Eva Perón, alumna de Jean Paul Sartre, filósofa de La Sorbonne, escritora, autora de más de treinta títulos y ganadora del concurso literario de Página 12 a los ochenta y seis años. La vida de esta impactante mujer no parece real. Y algo de esta irrealidad es lo que hace tan fascinante el mundo de Aurora y el documental. Cuenta una voz en off que, cuando los directores le acercaron el guión del film a Aurora, ella desmintió una historia sobre su padre que decían haber escuchado contarla a ella en una entrevista. Pero, luego de chequear otro material, se percataron que siempre cuenta diferentes versiones en cada reportaje. Como bien lo dice una joven crítica literaria que mantiene relación con ella, Aurora es un personaje. Y esto es así porque la ficción está presente en cada palabra de esta genial escritora. Si no hay que escucharla contando su experiencia cercana a la muerte durante su estado comatoso luego de un accidente. Una parte del documental registra una charla entre ella y el sacerdote que la visita. En esa conversación Aurora le cuenta que literalmente estuvo en el infierno, y que conoció al diablo. No vale entrar en detalles pero, sin duda alguna, es una de las mejores partes del film. En Beatriz Portinari. Un documental sobre Aurora Venturini (2013) Agustina Massa y Fernando Krapp, también producen un cuestionamiento, o, al menos, ciertas preguntas sobre de qué manera se puede encarar una biografía desde este género cinematográfico. Si respetando los deseos del documentado o bien buscando el camino para conseguir lo que el director quiere. Aunque esto se plantea tangencialmente, la tensión no deja de estar presente: en los relatos de la voz en off cuando explica situaciones con la protagonista o en algunos gestos y palabras de Aurora frente a cámara (cuentan que ella llamaba al equipo de rodaje “las vinchucas”). A pesar de esto, lo que consiguen aquí los realizadores parecería hacerle justicia a la versátil y lúcida vida de esta artista tardíamente reconocida, situación que lamenta Aurora promediando el film.
La incomodidad de la comodidad El nuevo film de Santiago Loza encuentra un equilibrio natural y elocuente entre el tema abordado y su desarrollo estético. Más allá de su integración en una totalidad, cada plano que elige el director para contar su historia parece contener en sí mismo el grano de todo el film. Un cine que a pesar de no producir gran innovación temática, genera interés en el mensaje y en su personal estilo. Liso (Lisandro Rodríguez) es un joven treintañero que sale de un instituto psiquiátrico. Sus padres lo reciben en su casa y con ellos pasará los días siguientes. Su madre lo trata como un niño pero no parece encontrar una forma sincera de conectar con él. Su padre, negando el problema de su hijo, lo entrena en el uso de armas y le ofrece dinero para acostarse con prostitutas. La comunicación más auténtica que consigue Liso es con su abuela, con quien casi no habla, y con la mucama, Sonia, una señora boliviana que trabaja hace años allí. Con el deseo apagado, atado al consumo de remedios y sin rumbo alguno que lo conduzca, Liso intentará seguir viviendo aunque cada segundo le signifique una odisea. Contar este film no sea seguramente la forma de hacerle justicia, sino al contrario, es una manera de limitarlo. Lo que sí se puede contar es que Loza encuentra gran parte de la expresividad del film en el rostro de su protagonista: sus ojos, su mirada, su palidez, sus marcas, parecen estar contando la historia de Liso sin requerir superfluas explicaciones. Pero también lo hace con los rostros de los otros personajes cercanos a él. Este recurso va armando un film que dice mucho con poco. Liso no tiene resentimientos, no busca culpables ni parece ofendido con el mundo, simplemente es el estado de un ser perdido, inadaptado, incómodo y triste. Los personajes de los padres están presentados como roles, en el sentido que representan cierta idea del mundo de determinadas clases. Esta decisión es muy acertada pues, al armar estos arquetipos, Loza deja al descubierto un abismo insondable entre Liso y lo que lo rodea. Esto también resulta muy efectivo al momento de presentar el personaje de Sonia, alguien que aún teniendo muy poco parece estar verdaderamente conectada con un mundo espiritual mucho más auténtico y cercano a Liso. El tipo de personaje que elige el realizador para su film consigue producir esos efectos de temblor, de rajadura: Liso es el elemento raro, extraño, con bastante oscuridad, pero es la clase de personaje que descubre la superficialidad, la ausencia espiritual de la sociedad. Claramente no se puede vivir en el sinsentido absoluto pero la respuesta a esta gran angustia existencial cada vez parece más y más alejada. Aunque quizás no sea este el mensaje primero de Loza es otra de las posibilidades interpretativas a las que convoca este interesante film.
Una historia de deshamor Tras su paso por Berlín y BAFICI en 2012, llega a los cines Salsipuedes (2012), película de Mariano Luque, cuyo foco está puesto en la violencia de género. Junto a la proyección de Salsipuedes puede verse Sociales (2013) corto ganador del premio al mejor director en el último Festival Internacional de Cine de Mar del Plata. Inicialmente, la ópera prima del cordobés Mariano Luque era un mediometraje. El mismo fue presentado en Cannes en mayo del 2011 en la sección de la Cinéfondation. Tras su debut sufre la actual metamorfosis a un largometraje (si bien su duración sigue siendo bastante reducida, apenas 66 minutos). La película de este joven director gira en torno a Carmen (Mara Santucho) y Rafael (Marcelo Arbach), una pareja cordobesa que va a pasar unos días de camping junto al río. Lo que refleja la historia es una relación de sometimiento y violencia por parte de él a ella. El fastidio y la angustia de Carmen así como la agresión de Rafael están reflejadas desde la calma, pero una calma llena de tensión. Lo que resalta del film a nivel formal es el recurrente uso del fuera de campo. Muchas veces los personajes no son seguidos por la cámara, lo cual genera que la película se corra de las formas convencionales de abordar el drama. Pero es en esta búsqueda estética donde pareciera irse el film, porque el desarrollo de la historia casi no tiene un crescendo que justifique su extensión. Salsipuedes, que llega a los cines con el típico retraso que caracteriza a un cine argentino que se produce al por mayor,pero que en la mayoría de los casos no consigue salas de exhibición, es más allá de algunos cuestionamientos sobre la estructura narrativa una apuesta interesante de este movimiento llamado "Cine Cordobés".
Teresa y el sexo Paraíso amor (Paradies: Liebe, 2012) integra la trilogía de historias compuesta por Paradies: Glaube (2012) y Paradies: Hoffnung (2013), protagonizadas cada una de ellas por tres mujeres diferentes durante sus vacaciones. El relato de esta mujer se centra en la búsqueda del amor, aunque esta búsqueda tenga demasiada extrañeza y tal vez muy poco de esa palabra que se resiste a ser encontrada. Teresa (Margarete Tiesel), una mujer austríaca que ronda los cincuenta años, decide pasar sus vacaciones en Kenya. Allí la oferta de sexo con hombres jóvenes está a la orden del día y Teresa no perderá su oportunidad de desnudar y desnudarse frente a estos. Sin embargo parece no existir en estos encuentros el suficiente placer del goce del momento. Tanto Teresa como los hombres con quienes se acuesta pretenden algo más: ella el inalcanzable amor y ellos el necesario dinero. Los encuentros entre Teresa y los jóvenes se suceden en cuartos pequeños, desarreglados, con luces mortecinas y paredes gastadas. Hay un clima innato de tensión, generando escenas de sexo que nada tienen que ver con aquellas estéticamente filmadas con las que el espectador está más familiarizado. Se suma a esto cierta representación grotesca del cuerpo de la mujer: mostrando sin censura su gordura, sus pechos y cola caídos y cada una de las partes de su cuerpo que evidencian el paso del tiempo. Esta forma tan cruda de mostrarse el sexo es muy cercana a la incomodidad, casi sin erotismo, creando una tensión entre lo que verdaderamente sucede cuando se paga por sexo y lo que desea la protagonista. Aunque en el lugar equivocado y con formas no muy convincentes, las intenciones de Teresa parecen nobles: ser tratada con cariño, que le den suaves caricias y la besen, sentirse amada. Pero en este lejano lugar, lo único que no parece haber es justamente el consuelo que busca. Cada encuentro le demuestra un poco más esto, si bien ella no pierde las esperanzas. A medida que avanza el film el espectador experimenta cierta compasión por lo que vive Teresa. Aunque también los hombres aparecen por momentos victimizados en su rol de objetos sexuales. El drama está presente en cada una de las imágenes y no está dado por giros argumentales importantes. Tal vez por eso puede ser que el film se haga un poco largo, ya que no busca efectos inmediatos, sino un progresivo desenlace que no resulte forzado por circunstancias ajenas a los sentimientos de Teresa. Aunque esta forma de narrar torne a la historia un tanto lenta y repetitiva (tal vez demasiado) lo interesante de Paraíso amor es mostrar una perspectiva diferente y muy sincera sobre la soledad y la necesidad de sentirse amado; aunque más no sea por unas horas…
Con mi balsa yo me iré a naufragar ¿Quién dijo que la ciencia es aburrida? En este film la aventura y el mundo científico van de la mano para contar una historia que, aunque increíble, está basada en hechos reales. La aventura y el suspenso nunca decaen y el espectador se sentirá parte de este viaje desde el primer momento. En el año 1947 el científico noruego Thor Heyerdahl decide que, para probar su teoría sobre cómo la Polinesia fue poblada por poblaciones sudamericanas y no asiáticas, debe realizar la misma travesía que aquellos. Para que su empresa tenga la suficiente credibilidad todo implemento moderno fue descartado e imitaron la balsa de madera que aquellos primeros viajantes hubieran utilizado. Se suman al viaje de Thor cinco aventureros osados como él. Los roces y los conflictos no tardan en aparecer y gran parte del film mostrará esta rara convivencia entre seis hombres en el medio del océano por más de cien días. A diferencia de otros films sobre balsas que naufragan en el medio del océano, en esta película nada es accidental. Navegar con una balsa de madera 8000 kilómetros es una decisión consciente de este científico que deseaba probar su teoría sea como sea. Quizás por eso se puede mirar a esta aventura con diferentes ojos, poniendo en juego no sólo el deseo de la supervivencia sino el de lograr el objetivo propuesto. Otro punto diferente es el retrato de los personajes en el barco y las relaciones que se forjan por la necesidad de sobrevivir y convivir por tanto tiempo. Este es uno de los puntos fuertes de la película pues el éxito o el fracaso de semejante empresa está también definida por sus tripulantes. La apuesta del film es principalmente reflejar tan ambiciosa misión de forma espectacular. Si bien la historia del noruego y su forma de pensar y ver el mundo es de por sí interesante, la película busca en general el efecto inmediato de la vivencia de estos improvisados marineros. No faltan así los típicos planos generales de la balsa en el mar, las típicas escenas de peligro frente a las amenazas de la naturaleza, y demás imágenes ya familiares. Todos elementos que, claramente, ayudan a darle vuelo y color a la historia, pero que hacen al film muy parecido a otros ya vistos. Hay una relación ambigüa que muestra el film respecto de Thor: un hombre que pretende acercar su posición teórica lo más posible a los hechos pero que a la hora de llevar adelante la experiencia parece dejar librado gran parte del destino a la fé. Esta tensión lo hace lindar con cierta locura que sus compañeros perciben claramente. Aún así todos apuestan a su convicción y se dejan liderar por este extraño científico. El film parece abrir un pequeño interrogante sobre los límites de la ciencia o al menos sobre si todo tiene una explicación meramente científica.
Buscando un símbolo de paz Los vínculos familiares nunca agotan sus infinitas posibilidades a la hora de convertirse en el tema de una película. A pesar de haber sido transitados en diferentes formas y estilos, siempre que la sangre aparezca de por medio hay, por lo menos, un drama que contar. El otro hijo (Le fils de l’autre, 2012) aprovecha estos vínculos pero no sólo para ponerlos en crisis sino también para proponer una mirada sobre los conflictos raciales y religiosos. Joseph (Jules Sitruk) vive junto a sus padres en Tel Aviv. La finalización del colegio secundario lo enfrenta a su obligación militar de alistarse en el ejército. Al momento de leer los resultados de sus análisis médicos los grupos sanguíneos de él y sus padres no coinciden. Rápidamente se enteran que, el día de su nacimiento, Joseph fue intercambiado con otro niño durante una inminente evacuación. Ese otro niño es Yacine (Mehdi Dehbi), un adolescente palestino quien, junto con Joseph descubrirá algo inesperado sobre su destino. El miedo, la sorpresa, la vergüenza, el dolor. Todos estos sentimientos atravesarán padres e hijos en este film. Al principio ninguno sabrá muy bien cómo proceder pero ninguna de las familias elige el silencio. Ese camino, tal vez el más doloroso, deja a los hijos en un lugar vulnerable, terrible, absurdo. En la absurdidad de la propia identidad que se ve desvanecida en un instante. Para Joseph será cuestionarse su judaísmo principalmente. Mientras que para Jacine, tal vez un poco más abierto, su nueva identidad es quizás más un puente que un problema. Los prejuicios religiosos no parecen tener el suficiente peso en este joven. Tampoco para Joseph, pero quizás, con un padre militar, sus sentimientos sean un poco más confusos. La película decide hacer frente a casi todos los problemas que este descubrimiento desencadena. Y no decide caer en el extremo dramatismo. Aún cuando se focaliza en el dolor de las madres, quienes son las que con mayor intensidad viven la tensión de decidir si poder amar a un hijo casi desconocido pero que lleva su propia sangre. Por momentos parece que la historia es una excusa para hablar de un tema que parece no tener fin. El conflicto entre israelíes y palestinos. Es así que Lorraine Lévy no se priva de mostrar la frontera, donde cada persona es mirada y tratada como una amenaza. Esas escenas aparecen más de una vez, demostrando la violencia que el día a día conlleva para esta gente. La película recorre con delicadeza pero también sin rodeos un conflicto que para las nuevas generaciones va perdiendo sentido. Es así que parece existir una cierta intención de denuncia por parte de la directora o tal vez una fuerte crítica hacia los que deciden continuar envolviendo a los jóvenes en una vieja y absurda guerra. Pero claramente es un film que apela a la sensibilidad y al gran tema universal que es la aceptación del otro.
¿Vivir y dejar morir? El nuevo film de Marco Bellocchio se enmarca temporalmente en el año 2009, durante los últimos días de vida de Eluana Elgaro, una joven italiana que pasó 17 años en estado de coma. Esa historia atraviesa las otras tres que conforman el relato de Bella Adormentada (2012). La libertad de elección entre la vida y la muerte se convierte en el epicentro de un film que, a pesar de tratar un tema controversial en sí mismo, logra encarnarlo en los personajes con todas las contradicciones humanas necesarias. Las tres historias del film se centran en la posibilidad de las personas de decidir entre la vida y la muerte, propia y ajena. Una madre con su hija adolescente en coma. Un doctor con su paciente suicida. Un padre y una hija frente a la agonía de la esposa y madre. La historia de Eluana se presenta como unificadora de los tres relatos, a su vez que permite representar la mirada pública sobre el tema. A punto de votarse una ley sobre la posibilidad de la personas de negarse a ser tratadas y elegir morir, la gente sale a las calles a manifestarse a favor o en contra. La vida privada y la pública de alguna manera confluyen en la película. Pero lo verdaderamente interesante del film es que los personajes están atravesados por esa madeja de miedos e incertidumbres frente al dolor que padecen. Las personas que determinan su padecer están ausentes y, probablemente, lo sigan estando. Ante esa falta de respuesta cada uno mide su propia conciencia sin saber qué camino elegir y elegirle al prójimo. Frente a la complejidad también se presenta La Iglesia, como una autoridad a veces incuestionable. Si bien Bellocchio parece también querer mostrar en este film que ni siquiera el peso que dicha Institución tiene en Italia consuela realmente a las personas en momentos límites como esos. Es así es que se hace presente una veta existencial muy fuerte que hace contrapeso a muchas verdades que sostiene la religión. Dios, egoísmo, amor, piedad. Bellocchio propone abrir el juego a todos las cuestiones y los sentimientos que pueden aparecer frente al tema. Y eso hace al film más elocuente aún. Hay, sin embargo, una crítica muy clara del director. Cuando muestra al Senador que debe votar la ley de eutanasia y se debate a cada segundo por su decisión se puede entrever el abismo que se evidencia entre la frialdad y el desinterés del Gobierno frente a la realidad de las personas. Cuando el Poder pasa por encima de las necesidades de la gente sin medir nada más que los intereses políticos. Cada historia que muestra el film puede ser una película en sí misma, por eso quizás aquí apenas se esbozan algunas palabras. Bella Adormentada continúa un debate que sigue instalado en la sociedad y al que muchas veces cuesta mirar de frente.
Matrimonios y algo más Si se pasan por alto las obvias copias a films como Solo para parejas (Couples Retreat, 2009) y La mujer de mis pesadillas (The heartbreak kid, 2007), Sólo para dos (2013) resulta igualmente una comedia de enredos fallida: con un guión pobre y anticuado y con interpretaciones que dejan mucho que desear. Valentina (Martina Gusmán) y Gonzalo (Santi Millán) son dueños del hotel Solo para dos, ubicado en la Isla Margarita, un lugar de descanso exclusivo para parejas. Luego de diez años, su matrimonio empieza a trastabillar y Valentina quiere dejar a su esposo a pesar de los ruegos de este. En ese preciso momento llega al hotel un nuevo pasajero: Mitch (Nicolás Cabré), a quien su mujer acaba de dejar antes de comenzar la luna de miel por haber cometido una(s) infidelidad. Se suman algunos personajes secundarios que se acoplan a los ya mencionados para completar este juego de encuentros y desencuentros amorosos. Aunque al comienzo se nombraron dos films estadounidenses que se vinculan de algún modo a Sólo para dos, lo cierto es que este film sigue estando muy pero muy alejado de aquellos. Si bien comparten similitudes argumentales y género, al film nacional le faltan muchos elementos para convertirse en una comedia. En principio, los personajes fallan a la hora de encarar un género en el cual cada actor debe aportar una importante dosis de histrionismo. Aunque no todos tienen por qué estar en un mismo registro, al menos deberían poder apoyar la escena aportando los sentidos cómicos generales que necesita un film como este. Martina Gusmán parece trasladada de uno de los films de Pablo Trapero en su tono serio y dramático, lo único que la diferencia es su color de pelo y su vestimenta tropical. No vale la pena mencionar uno por uno los personajes pero sí tal vez el que más expectativa puede crear: el de Nicolás Cabré. Nuevamente acomodado en su ya repetitivo personaje de mujeriego, ofrece al público sus ya clásicos modos de hablar y una gestualidad que ya no sorprende ni hace reír. Se suma a esto una dirección claramente errada y un guión plagado de clichés y absurdos: el combo termina siendo explosivo. Dejando de lado las molestas moralinas que dejan detrás este tipo de películas, lo cierto es que ni siquiera se intenta atrapar al espectador para que entre en el juego de enredos y vaivenes sentimentales: porque le falta humor, le falta ritmo, las escenas son largas y aburridas, y el timing de casi todos los actores es desacertado para una comedia de este tipo. En este rejunte de fallas se pierde absolutamente todo el film.
Extraña juventud Estructurado en tres actos y una coda, el nuevo film de Raúl Perrone centraliza su atención en jóvenes skaters que merodean por Ituzaingó con sus tablas, viviendo el día a día casi sin ningún tipo de intención o motivación que los conduzca hacia un futuro prometedor. Lo peculiar de este film es la forma de representar que elige, en donde La pasión de Juana de Arco (La passion de Jeanne d'Arc, 1928) de Carl Theodor Dreyer y el cine mudo en general son referentes obligados. Desde un estilo más que personal y único, Perrone construye un submundo que aturde, lo cual no siempre es bueno. Los personajes de Perrone podrían ser los no personajes: ninguno tiene nombre o al menos pasan desapercibido, apenas se pretende indagar en su psicología y todos se parecen. Lo poco que sabemos de ellos es lo que vemos, porque ni siquiera los escuchamos. Sea como sea, resulta difícil producir un acercamiento a estos seres que deambulan con su skate por la vida. Y el director pronuncia aún más dicha distancia con sus recursos estéticos: emulando al cine silente, sus palabras las leemos, no las escuchamos; y sus vidas se nos presentan como pequeños fragmentos. La película juega con dos ideas cinematográficas. Aquella más cercana a un registro documental es la que nos muestra a cada uno de estos chicos en su cotidianeidad: andando en skate, comprando droga al dealer del barrio, penando por embarazos no deseados. Este costado angustiante, perturbador y marginal dialoga con una idea menos terrenal. Aquí es donde el film de Dreyer hace acto de presencia, porque cada primer plano que elige mostrar Perrone remite a los de aquel film. Como si cada uno de esos primerísimos primeros planos estuvieran metaforizando el interior de estos jóvenes. Quizás buscando algo más. ¿Quizás una redención? Hay sí pequeños desarrollos dramáticos dentro de cada acto, que apenas se esbozan, y se muestran casi tangencialmente. Porque lo que termina sobresaliendo mayormente es esta forma de mostrar, que busca el extrañamiento, claro está, pero que termina por abrumar en un film de tan larga duración como este (dos horas y media). La música que elige para el film, y su textura, con rostros endurecidos por el tono gris del blanco y negro refuerzan este entramado con más fuerza. El clima se hace asfixiante por momentos y los tiempos de algunas escenas demasiado largos. La idea general vale reconocer que es interesante, pero quizás para un cortometraje o un largometraje de corta duración, donde la repetición de planos y situaciones similares no terminen por aburrir al espectador.
Ni cine ni teatro Si se tuviera que mencionar un hilo conductor o un sentido que atraviesa a Venimos de muy lejos, La película (2013) es el homenaje: al barrio de La Boca, a los vecinos, al grupo de teatro Catalinas Sur y, por supuesto, a los verdaderos protagonistas: los inmigrantes. La película hace frente a este homenaje desde el mismo espíritu colectivo que llevó a la formación del Grupo teatral. La traslación de ese mundo a un film, aunque transmita ese espíritu, resulta un poco fallida. El film de Ricardo Piterbarg es un documental con partes de ficción. Recrea para la cámara la popular obra de teatro callejero "Venimos de muy lejos", una creación colectiva protagonizada principalmente por vecinos del barrio de La Boca que tematiza la llegada de los inmigrantes al país allá por 1880. Entre esas imágenes Piterbarg incluye partes meramente documentales: testimonios de vecinos, reuniones de las personas afectadas al proyecto. Pero también incluye una parte de ficción protagonizada por un hombre que, al parecer, está vinculado a la realización y cuyo hijo documenta lo que sucede en la película. El encanto de la obra teatral a la que la película intenta documentar es justamente la impronta del teatro callejero: con su gente, sus sonidos, sus olores, sus paisajes. Lo cierto es que, si bien no es el objetivo principal de la película, la esencia de todo esto se pierde en su traslado a la pantalla. Esto genera un cruce extraño entre cine y teatro que no beneficia a ninguno de los dos. Las escenas en las que está recreada la obra con una puesta en escena especial para ser filmada son igualmente las más interesantes: allí reconocemos el crisol de razas de los conventillos, y las representaciones de los vecinos son más que elocuentes a la hora de encarar en tono de comedia cada una de las idiosincrasias de los países de origen. Entre imágenes y testimonios se trata de transmitir al espectador cómo nace el grupo de teatro y cómo influyeron el barrio de La Boca y sus vecinos en su desarrollo. Cuando el director se sale de este camino e intenta armar un relato de ficción que atraviesa la película comienza a tambalear una estructura que, aunque simple, tiene bastante para contar. Esta especie de “relleno” termina por opacar la historia principal, la cual es sin dudas la del grupo teatral y sus vecinos, y nunca queda claro hacia dónde quiere ir con es extraño relato. La fuerza de las escenas se pierde entre tanto material que no termina de articularse armónicamente. La propuesta de Venimos de muy lejos, La película es sin dudas atractiva porque su intención es contar una historia que necesita darse a conocer. Lo que sucede en el barrio con el grupo teatral es algo ciertamente excepcional: generar un emprendimiento cultural y social tan grande y tan importante para el barrio es algo que debe ser documentado. Es una lástima que, a pesar de esto, el film no haya logrado reflejar de mejor manera este importante movimiento colectivo.