A todo o nada La escena inicial de Tres hermanos, tres destinos (Hors-la-loi, 2010) sintetiza con una breve e ilustrativa situación -el desalojo de una familia argelina de sus tierras- el germen de lo que luego deviene en un film sobre la lucha por la liberación de Argelia. El director Rachid Bouchareb se detiene en un hecho histórico para hablar de la libertad y la revolución: cómo se organiza, qué ideas la sostienen, y quiénes son los que las llevan a cabo. Pero también elige representar la injusticia, el sufrimiento y la marginalidad de quiénes padecen la opresión. Tras la escena del comienzo, el film muestra a la familia pasados los años: uno de los hermanos, Messaoud (Roschdy Zem), peleando en la guerra de Indochina; Abdelkader (Sami Bouajila), detenido en Francia como preso político y Said (Jamel Debbouze) cuidando de su madre. Al reencontrarse los tres, Said se dedica a buscar dinero en toda clase de actividades clandestinas, mientras que Messaoud y Abdelkader se ponen al mando del Frente de Liberación Nacional (FLN), y los tres quedarán, como bien lo dice su título original, fuera de la ley. Si bien este film hace hincapié en un hecho histórico particular, gran parte de su atractivo reside en su valor como drama. Esto no se debe solamente a la relación de los hermanos y su madre, sino que es un elemento intrínseco a la película. Quizás porque cada decisión, cada palabra, o cada paso que deciden realizar les determina gran parte de su vida. Y en este caso no sólo la de ellos, sino la de un país. El dramatismo que resulta de esto es un elemento que también establece el destino del mismo film, en el cual no se puede buscar un respiro de esa densidad durante más de dos horas. La tensión es constante y va in crescendo, y así la película se hace eco del tema que decide tratar: sólo la liberación de Argelia puede terminar y aliviar esa tensión. La lucha por Argelia repercute directamente en la vida de estos hermanos y la película lo muestra de un modo efectivo. Sin caer en golpes bajos, pero sí remarcando el sufrimiento de los involucrados y no sólo con escenas de violencia, que son las menos, sino con diálogos más que elocuentes y de mucha claridad. Y esto es así porque el film decide trabajar con un hecho histórico que, si bien conocido por muchos, debe representarse de modo tal que se comprenda el contexto y las ideas involucradas. Hay un factor final que hace también atractiva a Tres hermanos, tres destinos, y es el modo en que decide representar la heroicidad. No como una cualidad obvia o natural a las personas sino como algo adquirido por necesidad, por fuerza mayor. Esa heroicidad que de tan humana bordea los límites de la crueldad y el dolor. Un film sólido, de calidad y convincente. Con excelentes actuaciones y una dirección impecable.
Ser o no ser La ópera prima de Juan Minujín muestra la vida de un actor de 33 años que enfrenta una crisis existencial desencadenada, entre otras cosas, por su no pertenencia al “sistema”. El tipo de humor que maneja el director está asociado a cierto sarcasmo relacionado a la visión que tiene el protagonista de su propia vida. Vaquero (2010) logra una conexión casi inmediata con el público y consigue captar las situaciones con verosimilitud y elocuencia. Julián Lamar (Juan Minujín) tiene un papel protagónico en una obra de teatro pero odia a su compañero de elenco, quien, según él, pretende hacer reír al público robandole las escenas. También desempeña un papel secundario en un film, pero vive acosado por los celos hacia el actor principal, Alonso (Leonardo Sbaraglia), que “seguramente gana en un año lo que él en diez”. Julián tiene la oportunidad de asistir al casting de un film que un reconocido director internacional filmará en Argentina. Apuesta al papel principal, el de un vaquero, pero estará siempre acompañado por sus prejuicios de outsider que lo determinan negativamente. Vaquero presenta a un personaje que hace equilibrio entre acomodarse a lo socialmente aceptable y la aceptación de más profundas y oscuras fantasías. A medida que la película avanza la tensión es mayor. Pero esa tensión está contenida al exterior; es su interior el que el director sabiamente descubre al espectador por medio de la voz en off de Julián. Desde las primeras escenas del film sabemos qué es lo que piensa sobre el mundo y la gente que está con él, efecto que genera la complicidad automática: somos espectadores activos que reconocemos sus pensamientos sin escucharlos. Julián vive en un perpetuo desdoblamiento: intenta parecer normal por fuera, pero su voz interior es la de un inadaptado social al borde de caer en un colapso depresivo. Esa dicotomía provoca una comicidad relacionada con la crudeza con que se muestra su vida. Una crudeza que se acrecienta y que convierte a la comedia en algo tragicómico. A la vez que Julián desnuda sus miedos, sus fantasías, su perversión, se hace más evidente la distancia entre el deseo y la realidad, y así Julián se descubre como un personaje patético. Hay algo que se debe destacar de la película de Minujín: la elección de realizar su ópera prima sobre un mundo que él conoce y al que pertenece. Deja descubrir miserias e hipocresías que son inherentes a este submundo y, si bien dentro de la ficción se relativiza, la intención no deja de ser por momentos crítica. La decisión de hablar sobre un tema familiar le otorga a Vaquero una autenticidad notoria que se refleja en todas las elecciones del director.
El enemigo en casa La obsesión de una persona hacia otra es un tema recurrente en el cine. La relación víctima-victimario que se forma suele disparar momentos de tensión dramática que funcionan muy bien. Por ejemplo, aquellos en los cuales el obsesivo (y, por lo general, loco) persigue o espía a su víctima. Este tópico es el cimiento principal, por no decir el único, que sostiene a Invasión a la privacidad (The resident, 2011). Su argumento es débil y las escenas resultan así bastante previsibles. Juliet (Hilary Swank) es una médica que vive y trabaja en la ciudad de Nueva York. Tras descubrir que su novio la engaña decide mudarse, y para ello sale en búsqueda de un nuevo hogar. Llega a un edificio habitado por un joven y apuesto propietario, Max (Jeffrey Dean Morgan); y su abuelo, un hombre misterioso que parece guardar algún secreto con su nieto. Las noches de Juliet no se mantienen silenciosas: alguien perturba la tranquilidad que parecía reinar en el lugar y la espía desde la oscuridad. Un ex novio celoso, un extraño hombre mayor, y un amigable propietario se convierten así en tres posibles sospechosos. Pero la intriga no tardará en resolverse y luego que esto sucede toda la historia se convierte en monótona. De hecho hay líneas argumentales que no se terminan de completar y un manejo bastante básico del suspenso. La noche en este film tiene dos connotaciones bastante obvias. Por un lado, es el momento de mayor intimidad de Juliet, donde se desnuda y se relaja de sus largos días de hospital. Pero cinematográficamente representa el misterio, lo oculto, el temor y la ansiedad ante lo que no es visible. Con estas premisas se intenta crear el clima general del film. Y, por otro lado, con pistas confusas sobre la identidad del espía, se produce el suspenso y la intriga necesarios para atrapar al espectador. Pero, como si de una receta se tratase, el director Antti Jokinen, abusa de algunos recursos que, si bien funcionan, en su repetición pierden fuerza. Avanzada la historia más de veinte minutos un efecto de rebobinado retoma el comienzo de la historia, y avanza hasta el mismo momento pero desde el punto de vista del verdadero espía. Este recurso nos descubre tanto la identidad como la personalidad obsesiva del personaje y sus verdaderas intenciones con la víctima. A partir de aquí el director nos otorga un nuevo saber y nos concede la perspectiva del victimario. Pero al revelar tan rápido la incógnita principal, se queda sin argumento para después y, un recurso que podría haber funcionado para darle más fuerza y originalidad a la historia queda desaprovechado. Todos los personajes de Invasión a la privacidad resultan arquetípicos en un film que, por momentos, parece buscar algo más. Por lo tanto, si lo que el espectador espera es ver un thriller más del montón, no saldrá decepcionado. Su visión es adecuada para aquellos días que no se busque ni ambición narrativa ni novedad alguna.
Año nuevo, ¿vida nueva? Para ver Un año más (Another year, 2010) se debe elegir uno de esos días en los cuales la fortaleza de espíritu esté a flor de piel, pues con este film el director Mike Leigh penetra zonas bastante frágiles y dolorosas de los seres humanos. Como si esto fuera poco, el tiempo que se toma para desarrollar la temática es aletargado. Si bien con mucho diálogo y escenas extensas, la película no se torna aburrida pues tiene un buen argumento y excelentes actuaciones. Tom (Jim Broadbent) y Gerri (Ruth Sheen) conforman uno de esos matrimonios cuasi perfectos y armónicos. Los años vividos y la experiencia solidificaron su lazo amoroso, el respeto y la confianza. En su confortable hogar reciben cada tanto a Mary (Lesley Manville), compañera de trabajo de Gerri y amiga de la pareja, quien está a punto de tocar fondo: neurótica, depresiva y alcohólica, ahoga sus penas en la casa de Gerri y Tom, al parecer, su único sostén afectivo. Mary está enamorada del joven Joe (Oliver Maltman), hijo de la pareja, si bien él solo la ve como una tía aunque ella no lo admita. Un amigo de Tom, otro alcohólico depresivo, y su hermano recién enviudado son los otros personajes que completan el drama. La mirada del director a sus personajes es clave en este film porque hay una intención por exponerlos en su vulnerabilidad, sobre todo a Mary. Mike Leigh logra las mejores escenas cuando busca representar la tensión entre sus personajes. En este sentido, el alcohol se presenta en la película como un elemento clave, pues aquellos que están tristes y deprimidos sólo se dedican a beber y se tornan patéticos a la mirada ajena. Pero por otro lado, el film está lleno de momentos de este estilo, y se abusa también de la presencia de la bebida como vía de evasión. Así, su intento por representar temas como la soledad, la depresión, el alcoholismo, y la incomodidad social que producen, se transforma por momentos en un cliché efectista para generar pena y condescendencia. Un año más tiene excelentes actuaciones, diálogos efectivos con los que el director consigue un clima espontáneo y familiar, pero parece caer en la trampa del drama, donde los personajes sólo funcionan con un rasgo que los define en todo el film y donde para humanizarlo el dolor no debe faltar nunca. Esta cualidad vuelve un poco denso a un film que tiene una búsqueda noble e interesante.
Un superhéroe deslucido Para todas aquellos ávidos fanáticos de los films sobre superhéroes, el estreno de este Linterna Verde (Green Lantern, 2011) es sin duda un momento para celebrar. Pero una vez que el momento llega, lo ideal sería que esté a la altura de las expectativas. Aquellos seguidores pueden sentir entonces un afecto especial por el film, más allá de sus falencias. Pero para el espectador al que sólo le interesa ver una película sobre superhéroes para divertirse un rato, este film podría ser obviado: como entretenimiento es apenas aceptable. Hal Jordan (Ryan Reynolds) es un piloto de pruebas. Un joven valiente, con un espíritu arriesgado, aunque con el recuerdo del accidente de su padre -también piloto- perturbándole la mente. Una noche Hal recibe de un alienígena un anillo verde que le otorga poder, que a su vez se recarga con una batería (la linterna del título). La misión de este extraño ser era encontrar en la Tierra a un individuo lo suficientemente idóneo para convertirse en un Linterna Verde, una fuerza espacial intergaláctica que mantiene la paz y la justicia en el Universo y su fuente de energía proviene de la voluntad. El miedo, por su parte, representa lo opuesto, o sea, la debilidad de estos individuos, de la que se alimenta el mayor enemigo de los Linterna Verde. Hal deberá demostrar que, a pesar de desconocerlo, la elección de Albin fue la correcta, y se enfrentará a su peor enemigo: el miedo. La relación de Hal con el nuevo desafío de ser un Linterna Verde se produce como un hecho casi natural. El extrañamiento es un detalle menor, como si convertirse en superhéroe fuera algo de este mundo. Aparentemente también es incuestionable por qué lo eligen a él. Son algunas incógnitas que dan a entender que el film está pensado sin ninguna problematización y en forma lineal. El director Martin Campbell resuelve las escenas referidas a su transformación de un modo bastante aburrido. La trascendencia de su cambio parecería ser menos importante que la relación con Carol Ferris (Blake Lively), la joven y bella piloto, hija del jefe de Hal, ex pareja del protagonista y su actual objetivo de conquista. Si bien Hal es un personaje controversial, pues sus debilidades humanas representan su mayor peligro, en el film apenas se destaca ese aspecto. Su condición no lo convierte en el candidato perfecto para ser un linterna verde y eso es un conflicto clave para el personaje. El director se apoya básicamente en el carisma del personaje, y en mostrar de qué manera su nuevo estatus lo ayuda con su conquista femenina. A pesar de tener un personaje tan rico todo se diluye en banalidades. Podría esperarse, entonces, que los nuevos universos y seres que conoce este héroe novato sean el fuerte del film, marcando la naturaleza de la película desde sus apabullantes efectos e ingeniosas imágenes. Sin embargo, esta esperanza se desvanece por completo y, así como las escenas del mundo humano se tornan chatas, el universo del cómic también se desaprovecha desde lo cinematográfico, pensándolo más bien como una mera ilustración -valga la redundancia- que como un film en sí mismo. Linterna Verde hace un enfoque meramente comercial, cuasi infantil, sin ninguna búsqueda más que usar un nombre conocido para hacer un film sin ambición. Así como Hal se permite arriesgar su vida, la película hace todo lo contrario. Resulta de esto un film pacato, obvio, y sin vuelo.
Recurso humano Si bien el director Eran Riklis (La novia Siria, 2004) sitúa su film en Israel y Rumania para mostrar una historia vinculada a su cultura, Una misión en la vida (The Human Resources Manager, 2010) tiene que ver con los vínculos. Riklis propone el restablecimiento de relaciones y valores que en el mundo capitalista tienden a depreciarse, con una historia simple y optimista. A través de una publicación en la prensa, la empresa panificadora más importante de Israel aparece difamada por su falta de ética y humanidad. En la noticia se da a conocer que una de sus empleadas fallece a causa de un atentado terrorista y nadie fue a reconocer o reclamar su cuerpo. La jefa de la empresa encarga al Gerente de Recursos Humanos (Mark Ivanir) que limpie el nombre de la panificadora. El reconocimiento de la víctima hasta su entierro quedan así en sus manos, y lo que él consideraba un mero trámite se convierte en una verdadera misión. Una vez presentado el conflicto principal, el film se convierte en un Road Movie, con personajes disímiles que se suman al viaje que debe emprender el Gerente para lograr enterrar el cuerpo. En este trayecto, el protagonista se encontrará con el hijo de la fallecida, de origen rumano. Esta relación, a pesar de los problemas de comunicación, es clave para el curso que tomará la historia y para la transformación que el personaje del gerente sufrirá lentamente. Su visión fría y descomprometida frente al asunto que debe resolver empieza a convertirse en una crisis de identidad y un encargo que parecía totalmente ajeno a su vida y su trabajo cotidiano, se le torna su única meta en la vida. La película tiene también momentos de humor que, si bien no tienen gran eficacia, son necesarios para alivianar el clima trágico que la presencia del cajón fúnebre instaura en todo el recorrido. Por otro lado, como se menciona al comienzo de la nota, el director no deja en ningún momento de lado el contexto político y cultural de su país y eso es lo que le otorga a Una misión en la vida su idiosincrasia particular. No se pretende indagar a fondo en ese contexto pero con algunos elementos Riklis deja asomar su preocupación por su país, representando esto a través de la forma en que las personas son afectadas en su vida diaria. La historia se resignifica así desde diferentes ángulos que dejan entrever una mirada crítica, y tal vez de cierto dolor. Esta película intenta conmover al espectador pero muy sutilmente, sin lugares comunes ni golpes bajos. Porque lo que se pretende principalmente es de dar un mensaje esperanzador, sobre los vínculos humanos y las solidaridad, con un relato claro y simple. Misión cumplida.
Corre Hanna Corre Hanna (2011) es un film de acción pero con un argumento que gira constantemente hacia el drama. Es interesante el vínculo entre las dos facetas, pero ninguna adquiere la fuerza suficiente. El director Joe Wright intenta construir un personaje diferente, inadaptado, aunque cae en ciertos clisés que terminan opacando los aspectos más interesantes. Hanna (Saoirse Ronan) es una adolescente que vive en el medio del bosque en Finlandia. Su padre Erik (Eric Bana), un ex agente de la CIA, decidió criarla allí para que no la encuentre una agente de inteligencia (Cate Blanchett), quien los busca por razones que la trama irá rebelando. Erik entrenó a Hanna desde pequeña para matar a esta mujer, por lo que Hanna es una niña un poco salvaje, pero con estudios y conocimientos. El día de salir llega y ella debe luchar por su vida y cumplir con la misión para la que fue criada. Conocer y adaptarse a la vida en sociedad será, además, su otro gran desafío. Las protagonistas femeninas en films de acción ya dejaron de ser una novedad. No deja de generar, sin embargo, cierto misterio. Una mujer que encauza su vida hacia un ámbito generalmente masculino, donde el crimen, la muerte y la violencia son moneda corriente no es cualquier mujer. En Hanna, esta idea está doblemente explotada: no sólo que la protagonista es mujer sino que además es casi una niña. De estos elementos se vale Wright para intrigar al espectador: ¿Por qué una niña está entrenada para matar?¿A quién debe ultimar? Con premisas claras pero sin esclarecer del todo los motivos, la película alcanza buenos momentos, con escenas de acción muy logradas aunque repetitivas que remiten a Corre Lola Corre (Lola rennt, 1998): muchos momentos muestran a la niña de cabellos rubios corriendo hacia algún lugar para escapar de sus captores. Esos fragmentos están notoriamente dilatados con imágenes altamente sugestivas, mientras que la musicalización eletrónica (de los Chemical Brothers) convierte a cada persecución en un cuasi video clip, otorgando un ritmo visual muy ágil y entretenido. Hay ciertas líneas argumentales que se abren pero que no tienen una resolución definida. Hay, también, un énfasis en la reinserción social de Hanna, que sin embargo se desarrolla casi sin complejidad, de forma chistosa y sin proponer una crisis o conflicto. Por otro lado, se presenta la idea de la predestinación al momento de analizar la posibilidad de cambiar el curso de los acontecimientos para los que la protagonista fue programada. Pero esto tampoco se complejiza y termina adquiriendo protagonismo la persecución por parte de personajes malvados liderados por una mujer sin escrúpulos. Hanna tiene pretensiones estéticas y un argumento aceptable, pero apela más de lo necesario a resoluciones banales y conocidas.
El hombre que sabía demasiado Del director Doug Liman (Sr. y Sra. Smith, 2005) llega este film basado en el caso conocido como “Plamegate”, en el cual el gobierno norteamericano aparece fuertemente cuestionado por su accionar en temas como la guerra y el terrorismo tras los atentados del 11 de Septiembre de 2001. Poder que mata (Fair Game, 2010) muestra una historia compleja y atrapante, aunque por momentos con demasiada información y excesivos diálogos. Valerie Plane (Naomi Watts) es una agente encubierta de la CIA dentro de la división Anti-proliferación de armas nucleares. A pocos meses del atentado terrorista, decide investigar una posible venta clandestina de uranio de Nigeria a Irak para su programa nuclear. Valerie recomienda a Joe Wilson (Sean Penn), su esposo y ex embajador para ese trabajo. En su informe a la CIA, Wilson afirma que la supuesta venta no es un hecho que pueda ser confirmado por los datos recopilados en aquel país. Aun así, el gobierno norteamericano afirma tener suficientes pruebas para declarar públicamente la inminente guerra con Irak. De esta manera, un diplomático intransigente y su mujer se verán altamente comprometidos en un caso de traición, manipulación y abuso de poder por parte del gobierno. En el comienzo del film se muestra a Valerie en pleno espionaje y en su trabajo cotidiano dentro de la CIA. En estas escenas se aporta mucha información acerca de las armas de guerra, Sadam Husein e Irak, lo que ayuda a contextualizar pero también a confundir: se propone desde la dirección una puesta ágil pero en escenas repletas de información, con muchos personajes y de palabras poco familiares, dificultando el seguimiento de la trama. Es una vez avanzado el argumento que casi todo lo anterior empieza a cobrar sentido, si bien muchos elementos parecen sobrar. El director decide mostrar a Valerie y Joe como una pareja cualquiera, pero destaca que no son ciudadanos comunes: el trabajo que realizan y su vinculación con el Gobierno los posiciona en un lugar secreto y altamente comprometido. La película trabaja esta dicotomía constantemente, pero la pareja cambiará luego de que la trama avance. Cuando se produce el conflicto principal, los protagonistas son representados como verdaderos héroes: dos ciudadanos que siempre trabajaron para su gobierno ahora se convierten en sus principales enemigos. La estructura a partir de aquí es la lucha del bien contra el mal, y bien podría ser como en aquellos films donde el hombre pelea contra un monstruo, al parecer invencible, en este caso la Casa Blanca. La propuesta de Poder que mata es propensa a diálogos y/o escenas con carácter de moraleja, lo que se aprovecha muybien. Dado que al film le sobra acción, que el elenco principal es más que valioso y convincente y que la historia es, además, un hecho verídico, dichas escenas son más que criticables y le restan fuerza a un film que habla por sí solo.
Que la inocencia te valga Culpable o inocente (The Lincoln Lawyer, 2011) es una película de abogados. Esa es la forma más fácil de definirla a la hora de otorgar una información concisa y práctica para aquel espectador que decida ir al cine. El film es principalmente un thriller, con ingredientes conocidos, pero que no defrauda en absoluto y con un protagonista que vale la pena conocer. Mickey Halley (Matthew McConaughey) es un abogado penal que representa a aquellas personas que otros rechazan por cuestiones éticas. Su profesión lo posicionó en un lugar cínico: aprovechando las fallas del sistema judicial y sus defectos Mickey arregla sus casos manipulando gente y engañando incluso a sus clientes. Gracias a su fama consigue representar a un joven millonario acusado de golpear a una prostituta, pero su investigación sobre el caso no resultará la esperada, y se encontrará con un oponente tan sagaz como él, que lo ubicará en un lugar sin salida. Mickey trabaja para hacer justicia pero en su accionar bordea el límite entre lo correcto y lo cuestionable. Dicha cualidad es fundamental para completar la trama del film, si bien varias veces se redunda acerca del proceder del protagonista para que el espectador no tenga dudas al respecto. La película convierte a Mickey en un rival difícil de vencer: astuto, rápido, carismático; sin embargo el director produce un giro argumental en el cual será una de sus principales debilidades las que pondrán en juego su carrera y hasta su vida. Culpable o inocente es uno de esos films en donde no se puede adelantar gran parte del argumento sin estropear la intriga y es por eso que la información en esta nota puede resultar acotada. Sin embargo, sí se puede mencionar que el film se propone descubrir ciertos vericuetos del sistema judicial que, llevados a la práctica pueden perjudicar a inocentes o favorecer culpables. La película se centra en un personaje que sufrirá una transformación a nivel profesional y por la cual deberá pagar un precio alto. Es en la combinación entre lo general y lo particular que el film consigue su eficacia. Si bien muchos elementos para manejar el suspenso y la intriga son típicos de cualquier thriller, la trama se las rebusca lo suficiente para que el interés se acreciente. Podría cuestionarse cierto exceso de información que, en ciertos momentos, puede desconcertar; y también cierta manipulación para hacer del protagonista un héroe. Dado que desde el argumento se pretende utilizar la mala fama de los abogados para construir este personaje, dicha idea podría haberse continuado y hacer una trama aún más solida y coherente con la propuesta original. Aún así, el film no pierde credibilidad y el personaje logra convencer a cualquier audiencia.
Un superhéroe suelto en la tierra Este film dirigido por Kenneth Branagh es una adaptación del cómic Thor, rey del trueno, y presenta una historia fantástica proveniente de la mitología nórdica. Aprovechando las ventajas del cine 3D esta película se apoya principalmente en los efectos especiales que permiten un despliegue visual único al momento de representar los Reinos desconocidos y los elementos sobrenaturales. Cuando Thor (Chris Hemsworth), hijo primogénito de Odín, Rey de Asgard (Anthony Hopkins), hereda el trono de manos de su padre, decide reavivar una antigua guerra. La insensatez y la terquedad de Thor llenan de ira a su padre quien decide desterrarlo del Reino. Cae (literalmente) en el planeta Tierra donde lo encuentran tres científicos, entre ellos Jane Foster (Natalie Portman), quien quedará fascinada con Thor. En su caída el protagonista pierde el arma-martillo que le otorga los poderes supranaturales y sin estos es muy poco lo que puede lograr. “Solo aquel digno de reinar Asgard lo podrá recuperar” afirma el Rey Odín al arrojarlo al vacío. Eso es lo que deberá demostrar Thor, y será la misión que deberá cumplir desde la tierra. El director Kenneth Branagh eligió como escenario la ciudad de Nueva México para generar el cruce entre el tiempo mitológico con la modernidad del presente. Al momento de juntar a Thor y su leyenda con los mortales se genera cierto humor, que a la vez produce mayor dinamismo al film. A partir de aquí, el giro romántico entre Thor y la mortal Jane Foster es uno de los tantos ingredientes argumentales que aprovecha el film para no dejar de lado a ningún espectador. Porque Thor (The mighty Thor, 2011) es un film ambicioso, de gran presupuesto y pensado para captar multitudes sea como sea. Esto no es condenable siempre y cuando el producto sea de calidad y en este caso lo es. Pero no es más que eso lo que pretende el film y, siendo consciente de esto, se posiciona a la altura de las circunstancias. Encontrando en su camino gente que le será fiel y gente que lo traicionará por el poder, el camino que debe recorrer el protagonista es el de la redención. Para ser digno de recuperar el trono Thor deberá aprender de los errores cometidos y dejar de lado su arrogancia. Así la película reivindica la necesidad de mostrar el arduo camino que se debe recorrer para ser un héroe. Convertirse en un ser respetado, al que otros deben obedecer no se produce por poseer un elemento que lo demuestre sino que es el producto de una construcción que, como bien se da a entender en el film, lleva muchos años. La intención didáctica y moralizante es parte de estas historias. Para que el orden natural regrese deben pagar los culpables y los buenos reivindicarse. Eso es lo que todos deseamos al ver el film y es lo que el film nos da. Pero es la satisfacción de disfrutar la aventura y la fantasía al por mayor lo que hace de Thor un entretenimiento asegurado.