Ridiculez al por mayor En las comedias románticas se suelen tolerar los lugares comunes y las fórmulas repetidas porque son parte de ese contrato implícito del espectador con el género. Pero sobre todo se espera permanecer por una hora y media atrapado por los juegos del amor y por el costado gracioso de este. Una esposa de mentira (Just go with it, 2011) parece haber olvidado esta premisa elemental y el disparate se hace parte estructural del film, haciendo de los personajes seres ridículos. Danny Maccabee (Adam Sandler) es un cirujano plástico que al comenzar el film nos relata su desdichado casamiento y divorcio ocurrido años atrás. La ganancia de ese fracaso fue la ventaja que le proporcionó con las mujeres usar el anillo de boda y su actuación de hombre sufrido en cada oportunidad de seducción. Sorpresivamente conoce y queda deslumbrado con Palmer (Brooklyn Decker), una joven y atractiva maestra de escuela, quien al descubrir su anillo lo considera un mentiroso. La condición de ella para creer que se divorciará es conocer a su mujer. Danny le propone a Katherine (Jennifer Aniston), su asistente en el consultorio, que tome ese papel frente a Palmer y así conquistar definitivamente su corazón. Esta situación, sin embargo, se extiende y complica más de lo esperado haciendo peligrar su plan inicial. Una esposa de mentira tiene un guión tan endeble como la química entre Jennifer Aniston y Adam Sandler. Existe un elemento esencial que debe poseer el guión y es la excusa para que se desarrolle la comedia entre los protagonistas. Esa excusa debe sostener casi toda la trama: hombre conoce a mujer (o viceversa) pero algo le impide estar con ella o él. Ese algo es la excusa y motor del conflicto principal y a partir de ahí se sostiene todo el sentido de las acciones venideras. La rubia que, en teoría, conquista el corazón de Danny y por la cual se desarrolla toda la trama aparece aquí como insignificante, se la representa como tonta e insulsa, y no parece valer el esfuerzo descomunal del protagonista, o sea, toda la película. Esto nos lleva a pensar que entonces son Katherine y Danny los que deberían terminar juntos, pero ni desde la dirección ni desde el guión se sugiere este vínculo como algo deseable para el espectador y, por eso, nada en este film funciona. Sería positivo argumentar que a pesar de una trama insostenible la película se luce desde los diálogos o bien con los personajes secundarios. Pero esto tampoco sucede porque el humor que se implementó es naif, burdo, repetido, predecible y aburrido como la historia en general. Los comediantes principales están desaprovechados y deslucidos, la trama aparece como algo tan lejano de la vida real que diluye cualquier identificación y el film termina fracasando a pesar de enmarcarse en un género de gran popularidad del cual parece imposible no salir aireoso.
La guerra desde adentro Es demasiado lo que se tiene que decir de una película como Líbano (Lebanon, 2009) y poco el espacio para hacerlo. Pero si en ese poco se puede transmitir aunque sea la mitad bastaría para hacerle justicia a una película admirable. El film de Samuel Maoz tematiza la guerra del Líbano pero mostrando la parte humana, aquella que una guerra, justamente, no necesita. En el primer día de la guerra del Líbano, cuatro soldados israelíes deben luchar desde adentro de un tanque. Su juventud e inexperiencia en situaciones límite y de presión es lo que la película intenta dramatizar. Se suma a ellos el comandante de la tropa, encargado de indicar a los soldados los pasos a seguir y exponiéndolos al rigor de las órdenes que deben cumplir. En escasas ocasiones la guerra es retratada en el cine de la manera que propone Líbano. La primera vez que Hertzel (Oshri Cohen), el encargado de disparar el tanque, debe acatar la orden de “fuego”, su mirada es casi la misma que la de las víctimas civiles del lugar que están destruyendo. Lo que se lee en sus ojos es pánico, piedad, pero nunca deseo de matar. En lugar de valentía y odio estos soldados temen por sus vidas, por la de la gente inocente y extrañan a sus familias. Se podría afirmar que el tanque de guerra funciona metafóricamente como la coraza de cada soldado por no salir a un exterior en el que deben necesariamente convertirse en asesinos. Si ninguno de ellos entiende por qué están luchando y por qué deben continuar atacando, un disparo es lo más insignificante, un acto de disociación que enloquecería a cualquiera. La representación de la guerra no pretende ir más allá de lo que les pasa a los protagonistas y eso queda claro desde un primer momento. Sus miradas, sus expresiones de temor, sus palabras, es lo que la película coloca en un primer plano. Pero para que esta representación tenga mayor elocuencia cinematográfica hay un trabajo meticuloso del sonido y el fuera de campo. Estos elementos se armonizan perfectamente. El espectador, como Hertzel, ve el exterior a través de la lente del persicopio y escucha lo mismo que los protagonistas. Esta elección, lo mismo que trabajar como escenario el tanque de guerra, con su suciedad, sus olores, su amenaza constante; favorecen el dramatismo que el film necesita. Líbano hace verdadero hincapié en lo que significa padecer una experiencia cercana a la muerte. Pero una muerte que es indescifrable, que no se puede prever. La que proviene de unas guerras sin sentido para los que tienen que reclutarse, sin saber cuándo o cómo regresarán a sus hogares. La debilidad del alma humana frente al caos irracional que éstas provocan y que necesariamente deshumanizan. Samuel Maoz se basó en experiencias propias como soldado novato en la mencionada guerra para escribir este guión. Debe ser por ello que fue capaz de presentar esas vivencias de un modo único y carnal, dejando en claro que la violencia de una guerra también es psicológica.
Tocando por un sueño El concierto (Le concert, 2009) es una entretenida comedia dramática que refleja los peores vicios del comunismo aunque sin caer en la solemnidad y con un buen manejo del humor frente a estos. El film de Radu Mihaileaunu, presenta alguna que otra situación poco verosímil, y ciertos efectismos para conmover que redundan, pero sale triunfante en su totalidad. Andreï Filipov (Alexeï Gruskov) es un director de orquesta que fue retirado 30 años atrás de su profesión por el régimen comunista, acusado de traidor por formar una orquesta con músicos judíos. Hundido en la depresión y el alcoholismo trabaja ahora en el teatro ruso “Bolshoi” como empleado de limpieza, pero manteniendo candente su deseo de volver a dirigir. Es por dicho motivo que decide robar de la oficina del director un fax en el cuál el teatro “Chatelet” de Francia solicita a la prestigiosa orquesta del lugar para una función. Andreï convoca a su amigo Sasha (Dmitry Nazarov) y a su antiguo manager Iván Gavrilov (Valeri Barinov)-un fanático comunista que traicionó a Andreï en aquel momento- para armar nuevamente la antigua orquesta y, haciéndose pasar por la verdadera, cumplir su sueño de volver a dirigir. El Concierto encara un diálogo con un pasado transcurrido 30 años atrás en la Unión Soviética y sólo desde ese cruce tiene sentido la historia de los personajes y su accionar. Este vínculo temporal encierra también un misterio que abre una historia paralela, la de la violinista Anne Marie Jacquet (Mélanie Laurent), convocada también por Andreï para el esperado concierto. La representación de esa historia es por momentos un poco explícita, sumando imágenes que no aportan mucho y le restan una sutilidad que hubiera resultado más acorde al film. Pero lo que vale realmente destacar es el equilibrio que la película crea entre el drama y la comedia y si bien argumentalmente está propuesto ese juego, la efectividad de la línea humorística está dada principalmente por los actores. Sí están presentes los estereotipos: los judíos comerciantes, los gitanos que trabajan al margen de la Ley, el fanático comunista; pero siempre desde un lugar de respeto y no de burla. El director no muestra sólo aquellas facetas que le permiten la comedia, y con ello consigue verdaderos y efectivos personajes. Estos complementan la historia principal, si bien con escenas que no resultan tan creíbles pero que no dejan de hacer reír. La música clásica tiene por supuesto un protagonismo especial en la película, es la cualidad transformadora de este arte lo que este film reivindica. Ese aura lo convierte en un factor clave dramáticamente. Radu Mihaileaunu arma una historia con situaciones y personajes disímiles, pero consigue armonizarlos de forma natural y obtiene un resultado ciertamente encantador.
El infierno encantador Manejar, matar y nunca morir son las tres principales acciones que describen a este peculiar film rodado en 3D. El actor Nicolas Cage se transforma aquí en un típico outsider con sed de venganza y justicia para dar origen a una película de acción que bordea lo bizarro, lo morboso, y los clichés más elementales, pero que se jacta de ello y así se propone entretener. Milton (Nicolas Cage) conduce un auto a toda velocidad: persigue a tres hombres que saben dónde está la niña que busca. Ninguno se lo dice cuando logra alcanzarlos y terminan brutal y sanguinariamente asesinados. Así es Infierno al volante (Drive angry, 2011): muerte, sangres, fuego y tiros por doquier. El destino cruza al protagonista con Piper (Amber Heard), una camarera que acaba de renunciar nuevamente a su empleo y que, sin un mejor lugar donde ir, se une a la causa de Milton. Juntos encaran la búsqueda de su nieta. Un culto satánico, liderado por un despiadado predicador, asesinó a su hija y ahora sacrificará a la niña en la próxima luna llena. Eso es lo que deberán impedir. Su camino no estará libre de obstáculos: policías, sectarios y un misterioso hombre que se hace llamar “el contador” estarán tras ellos sin darles respiro. En el combo del género de acción las persecuciones no pasan de moda, tampoco los tiros ni la sangre y mucho menos las chicas lindas y pulposas. Infierno al volante suma el elemento del 3D como un claro signo de renovación para el género en cuestión, si bien todavía su presencia no es más que un adorno que muy poco aporta a la totalidad. De hecho casi no tiene sentido en este film a más no ser por algún que otro efecto visual que tampoco contribuye en mucho. Desde ya cabe aclarar que la credibilidad o fe en el argumento debe ser ciega. No sería apropiado adelantar aquí demasiado pero la película introduce varios indicios que nos dan a pensar que el protagonista no es un humano cualquiera, cualidad que lo hace prácticamente indestructible. Vale aclarar que las explicaciones verosímiles nunca aparecen, pero tampoco importan demasiado. Y esto es así porque nuestra atención no se detiene en esas nimiedades sino en las imposibles formas de la acción, exacerbadas aquí hasta lo bizarro, pero interesantes coreográficamente. Seguramente por lo aquí ya expuesto algunos posibles espectadores fueron eliminándose. Este film no es la originalidad en persona, claro está. Con reminiscencias a muchas películas de acción se van armando imágenes muy reconocibles pero la película no se apoya en eso para sobrevivir. Se alimenta antes que nada de otros intertextos. La vertiginosidad de las persecuciones y las escenas violentas están acompañadas por una acertada banda de sonido que es prácticamente metalera en todo el film. Con estos guiños videocliperos y hasta de video juegos, avanza este film lleno de personajes arquetípicos y maniqueos. No se iba a perder la película, por supuesto, pulir tanta violencia con un poco de melodrama barato y la redención personal del protagonista. Así que, si con lo anunciado, el lector consigue captar el aire juguetón de este film por ahí logra ir convencido y dispuesto a reír un poco. Si esto no le sucede hay una gran oferta cinematográfica en estos días para elegir.
El sexo tiene cara de mujer Amigos con derechos (No strings attached, 2011) intenta retratar las nuevas modalidades posmodernas en cuanto a relaciones respecta. Esta afirmación aunque cierta le correspondería mejor a un film que se toma dicha meta como un fin y en ese retrato dice algo respecto del tema en cuestión. Esta película es antes que nada un intento por vender un producto con dos actores lindos, carismáticos y en boga. El detalle del argumento es menor. Para que su mote de comedia romántica tenga sentido al menos sí se puede vislumbrar un cierto esmero humorístico que le da un aire fresco a una historia con un planteo un poco retrógrado. En un racconto de unos minutos el film presenta a Emma (Natalie Portman) y Adam (Ashton Kutcher) de adolescentes en un campamento de verano. Luego de perderse el rastro mutuamente se reencuentran accidentalmente cada tantos años en diferentes circunstancias. Cuando el racconto llega al presente Adam está triste y despechado porque su padre, famoso conductor televisivo negado a envejecer, está de novio con su ex pareja. Decide así llamar a todos sus contactos femeninos para tener sexo. Así es cómo se reencuentra con Emma, quien le propone de allí en adelante convertirse en “sex friends”, ser amigos para tener relaciones sexuales cada vez que ella o él lo deseen, sin ningún tipo de compromiso ni exclusividad que pueda poner en peligro un acuerdo más que feliz. La idea general que sostiene el argumento es obvia: trastocar los esquemas tradicionales y posicionar a la mujer en el rol masculino de la relación. De aquí parte el motor del film y también el conflicto. Porque claro…¿qué pasa con los sentimientos?, sería entonces la pregunta del millón. Y este es el camino obvio y aburrido que escoge la película para alargar su duración. Lógicamente la historia se complementa (por suerte) con los personajes secundarios: amigos, hermanos y padres rodean a la pareja protagónica, tanto desde el rol de consejeros como de espejo de sus vidas. No hace falta ser más explícito para demostrar que este film es una comedia romántica sin ningún tipo de novedad y que tampoco aspira a más. Si se menciona esta falta de ingenio es porque en el germen del film hay algo más jugoso que podría haberse explotado para mostrar estas nuevas modalidades. Febrero y el aggiornado Día de los enamorados acercan este tipo de películas llenas de color, ágiles y descontracturadas. De esta manera, llegan al espectador unas imágenes hechas especialmente para vender el amor pero ciertamente no lo reivindican, o quizás sí pero en su versión light y vulgar. Tómalo o déjalo.
Una tortuga de película Las aventuras de Sammy: En busca del pasaje secreto (Sammy’s avontures: De geheime doorgang, 2010) recrea una inocente metáfora sobre las vicisitudes que se deben enfrentar en la vida para sobrevivir y crecer. Esta producción animada belga apunta a los más pequeños. Su lenguaje, sus diálogos, sus imágenes; si bien naif, consiguen construir un tierno mensaje acerca del camino por recorrer en la vida. En este caso, esa vida es un agradable paseo en 3D por los océanos, que los más chiquitos sin duda disfrutarán. Al comenzar el film, Sammy, un simpático tortugo de mar, ya viejo y a punto de ser abuelo, nos introduce en la narración de su propia vida dando comienzo a un flashback que durará todo el film. Así nos enteramos que a los pocos minutos de vida, en un encuentro accidentado, conoce a Shelly, una tortuga de quien enseguida perderá el rastro, pero que Sammy nunca olvidará. Cuando inicia su viaje por el mar se cruza con un tortugo muy sociable llamado Ray, quien se convierte en su amigo y compañero de aventuras y auspiciará como mentor de su vida. Su separación de Ray lo llevará a explorar el mar, sin perder nunca su esperanza de reencontrarse con Shelly. En el medio se cruzará con animales marinos y humanos, y aprenderá a vivir en un mundo no siempre acogedor. Tal vez una de las escenas más representativas y elocuentes de la película sea el momento en que Sammy conoce a Ray. Sammy queda sorprendido por su sentido del humor, su simpatía y amor por la vida. En ese instante, desde su pequeña embarcación de madera en el medio del océano le pregunta a su nuevo amigo qué es lo que debe hacer ahora que nació. La incertidumbre ante el futuro y otras cuestiones que aquejan a las personas se plantean con simpleza y dulzura y humor. Pero no todo es color de rosa: este amigable tortugo también sufrirá ciertas desventuras, casi todas vinculadas con la actuación de los humanos. Son ellos los que ponen en peligro la vida en el mar. Tanto desde la contaminación del agua como cuando las redes de los buques pesqueros lo separan por muchos años de su amigo Ray. Las aventuras de Sammy presenta animación en 3D y este elemento es esencial a la hora de comentar el film. Porque si bien la película tiene un argumento, esta no es su principal arma para ganarse al público infantil. La realidad es que gran parte del entretenimiento apunta a mostrar los viajes por el fondo del mar que emprende su protagonista. Generar la sensación de los más pequeños de sentir que están nadando junto a la colorida fauna marina es la idea que sostiene gran parte de la fascinación visual del film. La oferta cinematográfica infantil no siempre contempla a los más, más pequeños y este es el lugar que viene a cubrir esta película. Como toda producción de cine cuyas estrellas son animales se apunta a generar ternura, y desde la humanización de los personajes también la identificación. Lo que se debe destacar de este film entonces es que si bien no es una producción Disney o Pixar, propone un producto hecho a la medida del público que busca captar, con calidad y buena animación.
Corazón valiente La directora Debra Granik desarrolla en Lazos de Sangre (Winter’s bone, 2010) una historia de supervivencia, un thriller y un retrato sobre la marginalidad. La protagonista Jennifer Lawrence es su principal apuesta, es ella quien lleva adelante el relato. Su rol activo frente a personajes cuasi pasivos la convierten en una heroína natural que sorprende. En un lejano y pobre pueblo rural del sur de Estados Unidos, Ree Dolly (Jennifer Lawrence), una adolescente de 17 años debe encontrar a su desaparecido padre a punto de ser juzgado por la justicia. A riesgo de perder su casa, entregada como fianza por aquel en su última condena, Ree debe enfrentarse a la verdad que nadie, ni siquiera gente de su familia le facilitará. La etimología de la palabra protagonista se ajusta con precisión a esta muchacha. Del griego proto (primero) y agon (lucha o partido) se da origen a esta palabra. Porque Ree es ante todo una luchadora, pero no lo es porque sí, sino que su desdichado contexto la convierte en tal. A la adversidad económica y social se suman sus problemas familiares: una madre psíquicamente enferma, un padre drogadicto y ahora desaparecido, y dos hermanos menores de quien hacerse cargo. Estas circunstancias determinan que Ree asuma un rol prácticamente masculino: debe defender a su familia, cuidar a su madre, salir a cazar algún animal para la cena, y ahora hacerse responsable de la búsqueda de su padre. Lazos de sangre no escapa al melodrama pero comienza adquirir una estructura policial cuando la investigación de Ree se perfila como un lugar cada vez más turbio y peligroso del que podría no salir ilesa. En un pueblo enviciado por las drogas, el alcohol y la miseria, Ree posee valentía, dignidad e inteligencia. Estas virtudes la enaltecen y la convierten en un obstáculo para aquellas personas que por alguna razón no perdonan a su padre. Los indicios que se van creando sobre su paradero crean una intriga que agrega cierto suspenso. Sin embargo el film no explota a fondo ese camino porque en los silencios cómplices con los que se cruza Ree está todo dicho y no hace falta buscar más allá. La desesperada lucha de la joven es ahora para sobrevivir. Al retratar también la imagen de la marginalidad, el lado oscuro de la sociedad, la película logra por momentos aturdir. De alguna manera todos se parecen en su forma miserable de actuar. La vida que lleva Ree y su familia es triste y deprimente. Su única salida posible parece ser unirse al ejército estadounidense. Pero abandonar a su familia no parece entrar en su futuro cercano. Gran parte de la elocuencia del film reside en este retrato de un ambiente frío y crudo que parece no dar respiro. Lazos de sangre es una película que tiene una heroína pocas veces vista. Una muchacha que no baja los brazos ante el miedo y que marca la diferencia en un lugar viciado. Hay momentos de cierta crueldad, pero la crueldad de la vida misma: por ejemplo aquella que hace que una niña de 4 años deba aprender a disparar un rifle. En todo el film no nos compadecemos de Ree, por el contrario nos enorgullece su accionar. Las distintas situaciones que se suceden en esta atmósfera gris y dolorosa aún en su frialdad conmueven. Pero esto se produce casi sin intención y aquí reside una de los principales méritos del film.
Sin querer queriendo El film La mentira (A l’origine, 2009) está basado en un hecho verídico pero no lo parece. Lo cierto es que la historia, si bien real, resulta increíble. El director supo explotarla con un dramatismo justo donde la misma sucesión de los hechos crea la tensión dramática que la película necesita sin recargarla de situaciones superfluas. Sin duda, una historia que necesitaba ser contada. Paul Muller (François Cluzet) es un ex convicto que apenas iniciado el film da muestras de sus habilidades para robar y estafar tanto a sus colegas como a grandes empresas. Aquellas que alquilan equipamientos para la construcción son su blanco preferido. Buscando información para su próxima estafa llega a una autopista en construcción en el medio de un pueblo. Allí se da a conocer como enviado por una empresa para revisar el estado de la obra. El pueblo se conmociona con su llegada ya que dicho proyecto había sido suspendido dos años atrás dejando sin empleo a gran cantidad de habitantes. Su mera presencia entusiasma a los pueblerinos que enseguida le ofrecen su ayuda y servicios para retomar la construcción. Paul nunca desmiente lo que ellos suponen y así, en el rol del gerente Phillipe Miller, monta una empresa inexistente para reiniciar la obra. En un principio lo que tienta a Paul son las coimas que la gente del pueblo le adelanta para que contrate sus servicios. Por lo tanto, resulta dudoso durante el film cuáles son sus verdaderas intenciones: si seguir adelante con la obra o fugarse con el dinero que le dan los proveedores. Entretanto, vemos como la gente del pueblo deposita en Paul todas sus esperanzas para salir de la depresión económica y personal por la falta de empleo. En este sentido, la película propone un doble interrogante: ¿es Paul el único responsable por montar semejante mentira? ¿o el pueblo en su desesperación ayuda a también a forjar un proyecto ficticio? Aquí parece estar la verdadera clave de la historia. Una historia que como hecho verídico resulta impensable y en esa absorción de la realidad por parte de la ficción reside el atractivo del film. La película se encarga de otorgarle una verosimilitud psicológica y sociológica muy acertada. La falta de empleo es un tema recurrente en los films franceses y suele representarse al trabajo como afianzador de una identidad. En tanto el pueblo necesita trabajar, Paul necesita encontrar un nuevo camino que lo libere de su pasado. Dado que el film está narrado desde el punto de vista de Paul, se vislumbra la idea que a pesar del engaño hay una conciencia ética en su accionar. Los límites entre la mentira y la verdad se desdibujan de a poco y en esta ambigüedad el film se deleita. La mentira también da cuenta de un sistema lleno de fallas, de huecos, que deja a la gente desprotegida y vulnerable. Allí donde el Estado es incapaz de socorrer la economía de un pueblo la puerta queda abierta a lo imposible. Debe destacarse la actuación de François Cluzet. Su personaje se desdobla en el estafador y ex convicto Paul Muller y, por otra parte, en el gerente Phillipe Miller, adorado patrón de la gente del lugar. Su caracterización como también la del reparto secundario (habitantes y empleados que se suman al proyecto de Paul) aportan la dosis realista justa que necesita esta historia inteligentemente elegida y contada.
El road movie acuático de Narnia Las crónicas de Narnia: La travesía del Viajero del Alba (The Chronicles of Narnia: The Voyage Of The Dawn Treader, 2010), tercera parte de la saga, mantiene la presencia del mundo maravilloso como algo inagotable y a ser explorado. El nuevo personaje que se incorpora, el primo de Lucy y Edmund, será clave en este sentido, pues es quién deberá cambiar su mirada escéptica para abrirse camino en este nuevo universo como también en el otro. Vencidas las resistencias, el mundo no tiene límites. En esta oportunidad serán Lucy, Edmund y su primo Eustace los que entrarán a Narnia. Esta vez, la aventura tendrá lugar en la embarcación “El viajero del Alba”. Como parte de la tripulación encontrarán al Rey Caspian, al ratón Reepecheep y otra serie de personajes típicamente narnianos. La misión para la cual deberán unirse será terminar con la isla del mal o Isla Oscura, que produce la desaparición de los barcos y la gente de Narnia en una neblina. Para lograr dicho objetivo deberán reunir las espadas de los 7 caballeros que alguna vez acompañaron al Rey, padre de Caspian. A diferencia quizás de sus antecesoras esta parte no presenta escenas de tono bélico (recordemos que en la primera los narnianos se enfrentan con los ejércitos de la malvada bruja y en la segunda con los telmarinos para recuperar a Narnia de los males que la acechaban). En este nuevo capítulo el mal está representado con otras intenciones. Los deseos más oscuros de las personas son el primer obstáculo a vencer y parece ser peor que cualquier enemigo real. La ambición de poder, el deseo de belleza exterior por sobre la interior, y también la avidez de riqueza material son los verdaderos peligros que ponen en riesgo Narnia. Parecería ser que este viaje pone a prueba la fortaleza de los personajes. El tono didáctico moralizante se acentúa en esta entrega. La película deja en claro que el viaje es ante todo un medio para aprender. Como leit motiv de la saga, el mundo de lo fantástico funciona como metáfora. En este sentido, el género de aventuras está explotado con esta finalidad. Así nos deja en claro que para convertirse en un verdadero héroe no sólo importa ser valiente sino que la integridad moral juega un papel determinante. La película se apoya en este género de un modo que le sienta cómodo y le da una estructura a la totalidad. Esto permite que toda la historia sea creíble y entremos en ese universo sin objetar su verosimilitud. Si bien la película apunta mayormente a un público infantil, por momentos parece excesivo su tono moralizante. Sumada también cierta connotación católica sobre la idea del mal como la tentación, la fruta prohibida. Esto no opaca, sin embargo, las imágenes sorprendentes del film que hará que niños, jóvenes y adultos disfruten en igual medida y se queden con ganas de más.
Cosa del Mandinga La reunión del diablo (Devil, 2010) es un film más sobre el ya famoso mundo de lo diabólico. Los directores John Erick Dowdle y Drew Dowdle intentaron abarcar varias historias en una, mezclando redenciones personales en el medio de un film sobre el diablo y su relación con la muerte pero donde la articulación resulta fallida. El resultado es un thriller sobrenatural más con toques de policial sin grandes pretensiones. Cinco personas quedan encerradas en el ascensor de una torre de oficinas. Una serie de hechos extraños y violentos comienzan a suceder allí dentro. Estos son inexplicables, pues todos suceden en plena oscuridad. La película alterna entre la paranoia de la gente encerrada y la investigación policial para descifrar quién está detrás de esta escena criminal. Por su parte, el prólogo del film nos introduce en una historia acerca del diablo y su forma de mezclarse entre los humanos para luego llevarse a alguien con él, alguien que está condenado por alguna razón. Esta es la variable que la policía no contempla pero es la que estructura la idea general del film. La presencia del detective-policía representa una mirada científica de los hechos: la relación causa-efecto debe ser entendible, explicable y sobre todo visible. Frente a la del policía está la mirada mística del guardia de seguridad (latino por supuesto) que está convencido que el diablo está detrás de todo esto y que ninguna intervención humana lo hará retirarse hasta no cumplir su misión. Si esta tensión o ambigüedad entre dos posibilidades fuese el eje del film mucho más sentido tendría la investigación que lleva a cabo el detective y más interesante se pondría la historia. Pero ya sabemos desde el principio que la intervención diabólica es la que actúa, por lo cual la investigación del detective resulta poco provechosa para el argumento. El choque entre el género policial detectivesco con el thriller fantástico produce aquí cortocircuito. La intriga que debería generar un policial nunca se hace presente totalmente y el terror se maneja con recursos obvios y sobrios. Quizás los momentos más logrados se dan entre las víctimas. Sus reacciones frente a lo inexplicable convierte a todos en posibles culpables, pero esta idea no se explota en profundidad y pierde interés. En su afán por abarcar varias acciones el film escrito por M. Night Shyamalan hace que la diversidad entretenga. Sin embargo el film se torna bastante predecible y aquí se debilita toda la propuesta. Quizá su intención primera como entretenimiento pasatista esté cumplido pero La reunión del diablo no resiste un análisis que vaya un poco más allá de lo que vemos.