Inmerso en África El film de Ulrich Koehler –Oso de Plata como Mejor Director- es un híbrido entre el drama y el misterio. El relato es simple pero atrapante, si bien hay una dosis de ambigüedad e indefinición en el argumento que por momentos confunde. Aunque probablemente sea ese el efecto buscado. Ebbo (Pierre Bokma) es un médico que reside en África hace 20 años y trabaja en una epidemia llamada la enfermedad del sueño. Su mujer y su hija desean volver a su país pero Ebbo parece no querer dejar ese lugar que tanto lo cautiva. Pasados algunos años, Alex (Jean-Christophe Folly), un enviado de la OMS de origen africano, arriba al país para evaluar el trabajo de Ebbo. Pero Alex encuentra un panorama desalentador: el programa que aquel maneja está claramente en decadencia y ni este ni nadie en el lugar le ofrecen respuestas satisfactorias que le permitan a Alex entender hacia dónde destinan el dinero enviado por la OMS. El mal del sueño (Schlafkrankheit, 2011) no presenta un conflicto muy claro. El film apunta a una problemática más íntima del protagonista, pero que no resulta muy asible. Ebbo es una intriga, una persona que parece saber lo que quiere pero al instante ya no. Porque con la primera media hora del film reconocemos en él a un padre de familia y médico de prestigio decidido a volver a Alemania con su familia y dejar atrás su vida en África. Luego de unos años (y sin saber qué ocurrió en el medio) vemos al protagonista cambiado: alguien inmerso en otra cultura pero también ávido por aprovecharse de ella, de su gente y de su posición profesional, aunque tampoco sea eso al parecer lo que busca realmente. El título del film funciona de manera simbólica representando la vida Ebbo, un ser que quedó adormecido en su accionar, en sus ganas de vivir y de luchar, prácticamente alienado. Aunque se puede seguir un argumento sin problemas, es difícil para el espectador entender qué pasa o qué va a pasar, pues nunca sabe más que los protagonistas. No se sabe si sentir pena o desprecio por Ebbo, ni cuál será su próxima acción. Como le sucede a Alex, quien con su mirada de extrañeza ante lo que ve nos representa en sentimiento. Con estas características, el final se auspicia como sorpresivo, pero este no deja de estar en consonancia con la totalidad. Si bien hay un giro cuasi inverosímil, al promediar el film se cierran los sentidos que antes faltaban. Aunque el halo misterioso quede flotando en la superficie.
La caza recompensas Sólo por dinero (One for the Money, 2011) se puede clasificar dentro de un subgénero de films denominado “comedias sin ideas y sin comediantes”. Es la clase de película que pretende ganar espectadores con pobreza argumental pero distrayendo el eje con una actriz conocida, simpática y pulposa y con una –si se quiere- posible historia de amor entre los dos protagonistas: los infaltables opuestos que se atraen. Las primeras imágenes del film nos informan que la protagonista femenina, Stephanie Plum (Katherine Heigl), está en la quiebra. En apuros y a falta de algo mejor recurre a su primo Vinnie (Patrick Fischler), quien la hace ingresar en el negocio de garantes de fianza. La más abultada corresponde a Joe Morelli ([#16442 Jason O´Mara]), un policía con quien Stephanie tiene cuentas pendientes de la adolescencia, y algo más... Por arte de magia, Steph se convierte en agente, detective y caza recompensas. Entre el peligro y la acción, la atracción entre ella y Morelli comenzará a tomar protagonismo, si bien ni el peligro ni la acción ni la atracción logren algo emocionante en toda la película. Convertir a Katherine Heigl en heroína de acción dentro de una comedia ya había sido una de las principales apuestas de Asesinos con estilo (Killers, 2010), con el galán de turno, Ashton Kutcher. El desempeño de Heigl tenía que ver con la torpeza y la falta de experiencia en el manejo de armas y de ahí nacía gran parte de la comicidad del film. En Sólo por dinero esa etapa todavía no fue superada y se vuelven a repetir los clásicos clichés que ridiculizan a la actriz pero la hacen simpática por ello. El toque femenino en las escenas de acción es explotado al por mayor sin desperdiciar ningún plano que muestre el cuerpo de la protagonista para deleite del público masculino. Claro que los parecidos con otras películas pueden continuar. Sin ir más lejos, El caza recompensas (The Bounty Hunter, 2010) encuentra a la pareja protagonista en una situación similar pero con los roles invertidos (hombre persigue a mujer). Al menos en este film y el anteriormente mencionado presentaban dos protagonistas para poder sostener o generar la comedia. Si bien no es lo único que falla en este film, es impensable que esta actriz -a la cual le falta experiencia en el género- lleve adelante sola semejante tarea. A estas alturas no hace falta decir que el aburrimiento es lo más logrado de la película. Falla como comedia porque sus intentos no están a la altura ni se construyen con una pizca de ingenio. Se abusa de situaciones que ni siquiera resultan disparatadas o graciosas y, aunque rodea el sexo en más de una oportunidad, ni siquiera logra una escena romántica loable. El entretenimiento queda así en el olvido, como también quedará este film.
Al ritmo de la samba Moacir (2011) es el tercer largometraje de Tomás Lipgot luego de Fortalezas (2010) y Ricardo Becher, Recta Final (2010). En esta oportunidad presenta un documental sobre un músico brasilero que reside en Argentina. Decide darle voz a un personaje que tiene mucho para ofrecer al público y que ama la música, pero al cual los infortunios vividos le determinaron un destino desafortunado. Con respeto y con el intento de mostrar a Moacir tal cual es y con sus palabras, Lipgot convierte a su protagonista en un ser querible. El director realiza un seguimiento a Moacir, músico y compositor brasilero, durante los días que, junto al músico Sergio Pángaro, prepara la grabación de un disco. Esta, según explica Lipgot, era la excusa para realizar el documental, si bien el disco todavía es un proyecto a concretarse. En esos días que Moacir se convierte en protagonista descubrimos a un hombre que no tuvo mucha suerte en la vida: una infancia pobre y con problemas familiares y, luego ya en Argentina, largos años como paciente del Instituto Psiquiátrico Borda. Con testimonios del mismo Moacir se van mezclando las reuniones con Sergio Pángaro para armar las canciones que conformarán el disco y las escenas se llenan de música y alegría brasilera. Otros personajes también aparecen en este documental musical: amigos de Moacir, la licenciada que lo ayudó con su rehabilitación en el Borda, y músicos que colaboran con el disco. El documental está filmado con mucha simpleza. Se trata de acompañar al músico pero no de invadirlo. Sin embargo es el mismo Moacir el que invita a los realizadores a vivenciar su vida y el que incluso opina y sugiere acerca de la realización del mismo. Con un personaje tan accesible y amistoso Lipgot intenta revivir con él los recuerdos que hablen sobre lo que es hoy pero sobre todo aquellos que lo presentan como un músico de samba que lleva en sus venas la alegría del carnaval. La cámara registra la vivienda y los lugares cotidianos de Moacir: una pensión y las calles y comercios de Constitución, un barrio que condensa decadencia, pobreza, marginalidad y cuya estética es bastante deprimente. Ese ámbito no le produce extrañeza alguna puesto que su pasado dentro del Borda es descripto por él como un verdadero infierno del cual se siente feliz y orgulloso de haber salido. Su vida es la música y es para lo cual él ha nacido, y esto la película lo deja más que claro cuando Moacir prepara los temas y también cuando los canta. La realización de este documental focaliza en un músico, en unos de los tantos músicos de Argentina, pero aquellos que no tienen facilidades para darse a conocer. Con este film Lipgot empieza a hacer justicia de esa situación y, con escasos elementos, logra divertir y hasta por momentos conmover, pero esto último casi sin buscarlo y sin ahondar en conflictos que en nada aportarían a la imagen de este músico tan especial.
Nada nuevo bajo el sol La publicidad del film Inmortales (Inmortals, 2011) utiliza orgullosamente como su principal slogan que sus productores son los mismos del film 300 (2006). Esto no lo dice todo, pero si a esta presentación le sumamos las imágenes promocionales, no queda mucho por decir respecto del producto cinematográfico a ser presenciado. En pocas palabras, con muy pocos datos en su haber el público ya sabe qué es lo que verá en la pantalla: mucha sangre, torsos masculinos fornidos, cabezas cortadas por doquier y una trama inverosímil disfrazada de épica. A cambio de pasar dos horas con aire acondicionado, el precio no está nada mal. Cuenta el mito que cuando los seres inmortales libraron una batalla, los vencidos, ahora llamados titanes, fueron apresados en el interior del monte Tártaro. Por su parte, los vencedores, ahora los dioses, ascendieron a los cielos. El Rey Hiperion (Mickey Rourke) es quien ahora desea terminar con la humanidad y liberar a los titanes y así destruir Grecia. Pero Teseo (Henry Cavill), un campesino y guerrero elegido por los dioses, es quien deberá guiar a su pueblo para frenar a Hiperion y vengar también la muerte de su madre en manos de aquel. Una joven, valiente y seductora pitonisa auspiciará de guía de este muchacho, y será también quien vehiculice el infaltable romance del film. La presencia de Mickey Rourke es probablemente lo único rescatable de Inmortales. Como un despiadado e inescrupuloso villano, su caracterización en el film es más que acertada y acorde a la estética general. Todo lo demás es inconsistente, predecible, aburrido y repetitivo. Esta apreciación no tiene en absoluto que ver con el género del film, sino más bien con su extrema banalización. Es claro que este tipo de géneros se prestan a una estética determinada como la que proponen los productores de 300 y, más allá de los gustos, puede resultar atractiva a cierto público. Pero aquí, todo se torna tan absurdo que llega a resultar cómico. Pareciera ser que los tiempos míticos en el cine abren posibilidades fantásticas sobrenaturales sin rigor alguno y aquí es donde falla la película. Para jugar al relato épico apela a un tono serio y solemne que no deja siquiera lugar para una mínima emoción o espacio a la imaginación del público. A esta intrincada historia no le hace falta ningún elemento. O quizás haciendo alarde de sus recargadas imágenes, el relato no se abstiene de incluir nada, excepto la sobriedad. Ni siquiera se pide un poco de coherencia en un film que no busca en ningún momento conectar con lo verosímil, claro está. Pero la caricatura barata, básica, para nada simbólica de los mitos aquí ya aparece como un desquicio sin medida. El relato épico pierde toda dimensión y sentido, y lo que se sobredimensiona son imágenes vacías y hechas para hacer una película más en 3D.
Las venas abiertas de EEUU Historias cruzadas (The Help, 2011) es una de esas películas que nos remiten a muchos films pero a ninguno en particular. Tanto por su temática como por la forma de mostrarla y encararla. Y, aunque dicho así no suene prometedor, lo cierto es que esta película atrapa al espectador desde la primera escena. En su amalgama de corrección política con melodrama, y un plus de comedia, vence cualquier prejuicio hacia los clichés holywoodenses (temáticos y estéticos) y nos invita a conmovernos y reflexionar con una buena historia y elocuentes actuaciones. El film transcurre en los años ’60 en el sur de EEUU, exactamente en Mississippi, la región más controversial del país respecto de la segregación racial. La película se narra desde la mirada de Aibileen (Viola Davis), una de las tantas mujeres afroamericanas dedicadas al servicio doméstico y a la crianza de los niños de las familias blancas. Skeeter (Emma Stone), una joven blanca de la clase alta y aspirante a escritora, le propone contar su historia, darle voz a quienes no la tienen, para luego ser publicada anónimamente. A pesar del miedo y los prejuicios, Aibeleen accede y junto a ella su amiga Minny (Octava Spencer). El film se va armando alrededor de estos personajes y sus vidas, testimoniando también una época del país. “¿Qué se siente dejar todos los días a tu hijo con otra persona para ir a criar a los hijos de una familia blanca?” Esta es la pregunta que inicia Historias cruzadas, la que le hace Skeeter a Aibileen, y con ella se abren una serie de interrogantes que parecen no tener respuesta. Y si bien el tema de la segregación de las razas abre miles de interrogantes, este film hace vivenciales cada uno de ellos. Porque si una persona negra era considerada por los blancos algo así como un ser sin dignidad, ¿por qué motivo confiarían a sus hijos a dicha gente? Por eso este film se construye con el dolor, el sufrimiento, la injusticia de las víctimas y, ¿quienes mejor que los americanos para crear ese lazo de identificación del espectador con los protagonistas y hacer que no decaiga ni un solo minuto? Por otro lado, las producciones americanas no tienen competencia si de ambientar un film de época se trata y todo en este film reafirma dicha superioridad. Pero más allá de esto cabe pensar que testimoniar acontecimientos del pasado en el presente dice algo respecto de ese presente, y que ninguna repercusión tendría un film como este si todavía hoy no resonara algo de aquellos tiempos pretéritos. Volver sobre estos temas -dejando por un momento de lado quien gobierna actualmente EE UU- nos habla de heridas abiertas, desde la mirada de Holywood, claro está, pero aún así es una manera de mantener la historia en el presente.
La tercera ¿es la vencida? Al parecer los films infantiles de animación no se cansan de las sagas. Si un año fue rendidor para una película, pues ¿por qué no continuarlo? Las ardillitas también entendieron la lección número uno de los grandes estudios y volvieron por más. ¿O por menos? Esa decisión la tiene lógicamente el público, específicamente el infantil. Aunque, si el film logra entretener –y recaudar- a pesar de sus ya hartos conocidos posibles sucesos (ardillas en problemas de los cuales deberán salir airosas no sin antes pasar por ritmos varios cantando y bailando), la saga puede continuar ad infinitum. Dave decide ir con Alvin y las otras cinco ardillas a un crucero, su destino final es ir a recibir los Premios Internacionales de Música. Pero Alvin parece no entender ninguna recomendación de Dave cuando este le llama la atención por su conducta. Con sus travesuras termina enredando a las demás ardillas, y tras un infructuoso paseo en barrilete, acaban todas perdidas en una isla del océano. Al ir en su búsqueda, también Dave termina perdido allí. No estará sólo sino con Ian, aquel desalmado productor que maltrató a las Chippette y del cual se desconocen sus verdaderas intenciones. Cada ardillita sacará lo mejor de sí para sobrevivir, obviamente lo harán con mucha música y diversión. Como pasaba en las anteriores, gran parte del entretenimiento se la otorga la viveza, el carisma y las locuras de Alvin. Sin embargo lo que busca inicialmente el film es conseguir la identificación de los niños con las simpáticas ardillas. De alguna manera, la interacción con la raza humana está puesta al servicio de dicho sentimiento. La desobediencia al adulto, las continuas travesuras con los amigos, el temor a estar perdidos y no ser encontrados, son todas situaciones que intentan reflejar parte del mundo infantil y aquí es donde la película consigue llegar a su público más deseado. Porque más allá de algunos guiños a films como Náufrago (Cast Away, 2000), Alvin y las ardillas 3 (Alvin and the Chipmunks: Chip-Wrecked, 2011) está pensada para movilizar a los más pequeños y robarle quizás alguna mueca a los más grandes. Un párrafo aparte merece la música. Los animales de las producciones infantiles con dotes artísticas ya parece ser un clásico. La recientemente estrenada Happy Feet 2: El pingüino (2011), mantiene a los pingüinos al ritmo del tap dance llueva o truene, como también las ardillas no pierden las ganas de cantar aunque el mundo se caiga abajo. La música con su aura mágica para mejorar los malos momentos es un cliché –efectivo, claro está- de más de un film y no sólo infantil. Y no se puede negar que cuando la impronta musical es de calidad y moderna, el film gana algunos puntos y este film no es la excepción. Lo que sí resta, sin embargo, es el abuso de ciertos recursos y ver por tercera vez a las ardillas haciendo lo mismo empieza a resultar un poco tedioso. Los productores de esta clase de sagas apuestan seguramente a la renovación del público. Posiblemente muchos niños desconozcan la parte 1 y la 2 y por eso la novedad no es una cualidad ausente en este film. La repetición en sí no es condenable. Pero cuando se convierte en Ley y no en la excepción entonces se entra en una vorágine un tanto viciosa que tiende a menospreciar a un público ávido de historias y completamente abierto a la imaginación y a mundos nuevos. Eso es lo que muchos productores deberían aprovechar, en lugar de aprovecharse.
Nadie sale vivo de aquí La vinculación de los protagonistas con la muerte es el núcleo que desencadena una historia donde el ridículo, lo absurdo y el humor negro nunca descansan. Con un estilo allegado al de Alex de la Iglesia, el director Ian FitzGibbon consigue con Cuatro muertos y ningún entierro (A film with me in it, 2008) una comedia tragicómica con una coherencia estética muy sólida. Entretenimiento asegurado. Mark (Mark Doherty) es un actor fracasado que no logra conseguir trabajo para pagar el alquiler de su ya casi destruido departamento. Cada día debe enfrentarse a las súplicas de su mujer para que arregle los desperfectos de la vivienda, a la vez que intenta huir de la vista del propietario para evitar pagar los meses adeudados. El cuadro se completa con su enfermo hermano, anulado mental y físicamente; el perro de su novia y su amigo Pierce (Dylan Moran). Este último se define como “director, escritor y camarero” aunque, si bien no para de proponer ideas para futuras películas, no hace nada de ello y auspicia de consejero de Mark. Un día, sin quererlo, Mark y Pierce se encuentran altamente comprometidos con una serie de muertes, contexto del cual intentarán librarse pasando por las más hilarantes situaciones. Esta película tiene un don especial que son los dos actores principales. Sus características físicas y su gestualidad, no podrían ser más perfectas para esta comedia. El director exacerba todas estas formas con la angulación de la cámara, los continuos primerísimos planos de los rostros, la iluminación. Además, cada objeto o persona que comprometen a los protagonistas es subrayado por el plano detalle que, sumado a la música crea un clima enrarecido, donde el director claramente apela al suspenso aunque muchas veces desde lo ridículo. Podría afirmarse igualmente que la confianza en la dupla protagónica es sobreestimada. La película se mueve por lugares familiares de la comedia y a veces previsibles, lo cual no la desacredita en absoluto pero, al lucir a los actores, dilata escenas que no provocan giros interesantes a la trama y desacelera cierta agilidad que propone el film. Como contraparte de esto, sin embargo, la película consigue diálogos muy ingeniosos y manejados con un buen ritmo. Este film está pensado y filmado como comedia. Los planos ya preanuncian la comicidad de las escenas y en esa redundancia la película adquiere una estética lúdica muy acorde a su planteo. De hecho, el título original del film en castellano significa “una película conmigo en ella”, y este elemento vale ser destacado porque el film también juega con la autoreferencia desde un lugar humorístico y que resultará muy efectivo dramáticamente.
Marcando la G del gato El gato con botas es originalmente un personaje de un cuento popular europeo. Adaptación va, adaptación viene, en la actualidad sale otra vez a la fama gracias a Shrek 2 (2004). Aquel agraciado y españolísimo gato fue interpretado por Antonio Banderas y, para qué lo vamos a negar, se merecía tener su propia película. Para todos los que se quedadon con las ganas, aquí llegó su momento. Sin embargo, para otros un protagónico quizás sea demasiado. Pero, ¿quién le puede decir que no a un gatito capaz de estremecer con su mirada hasta el más insensible villano? La escena inicial nos introduce a un habilidoso y suspicaz personaje que vive fuera de la ley buscando riqueza. Al poco tiempo el gato se encuentra con El huevo (Zach Galifianakis), un viejo amigo -y sí, literalmente un huevo- y su compañera Kitty (Salma Hayek), una sensual y valiente gata. Estos dos fueron a su encuentro para convencerlo de ir en búsqueda de los frijoles mágicos y los huevos de oro, al parecer unos tesoros invaluables. El gato fue, en un pasado, traicionado por quien él consideraba su hermano, el Huevo, y por eso no accede de inmediato. Por él fue deshonrado frente al pueblo y a su madre postiza, y todavía intenta redimirse. Pero claro que, finalmente, es convencido por la linda gatita y así al film no le falta nada: aventura, romance, traiciones y caídas libres en 3D al por mayor. Un personaje salido de Shrek 2 tiene algo prometedor. Aquel film manejaba mucho la parodia, tanto de otros cuentos infantiles como de la vida real. Pero ese ingenio no se traslada fácilmente como el personaje. Eso lo omitieron los realizadores. Por eso es necesario advertir a quienes gustaron de la película del ogro que no esperen los mismos resultados. Esta vez los niños saldrán más satisfechos de una película de animación bien hecha, con muchas escenas para el lucimiento del 3D y una historia simple. Ahora bien, si de textos que refieren a otros textos se trata, sí se puede relacionar con Shrek 2. No solamente porque el gato con botas es interpretado por Antonio Banderas sino que, además, este simpático y viril felino tiene más de una similitud con el personaje del Zorro, también interpretado por el español. Y las similitudes no se intentan ocultar. Tantos elementos conocidos pero poco reformulados terminan por achatar una película que podría haber continuado la línea humorística de Shrek (2001). Si la originalidad no estaba en los personajes, al menos la historia podría tener mayor vuelo o ingenio. ¿O será que para eso tendremos que esperar la película del burro?
Felices juntos Las aventuras de estos simpáticos pingüinos con “pies felices” continúan en esta secuela para entretener a los más chicos y seguir demostrando que el ritmo y la alegría pingüina están a flor de piel. Entre el góspel y el rap, las escenas de música y baile logran una magia especial. Se suma a esto una calidad visual impecable, indudablemente mejorada con el 3D, que atrae tanto a chicos como a grandes. Esta vez es el pequeño Erik (Ava Acres), hijo de Mumble (Elijah Wood) y Gloria (Pink), quien apenado y avergonzado por su incapacidad para bailar como lo hacen sus pares decide abandonar al grupo junto a sus dos primos. Su padre es quien sale a buscarlo, pero al regresar a sus tierras con los niños encuentra a los pingüinos emperadores atrapados por un iceberg gigante. Mumble deberá buscar ayuda para que puedan sobrevivir y salir de allí, si bien la tarea no se perfila como posible frente a semejante desastre natural. Hay una historia paralela a la de los pingüinos: la de dos camarones, o krills, Will (Brad Pitt) y Bill (Matt Damon), que deciden apartarse de su grupo por las dudas existenciales de Will, a quien ya no lo conforma su mundo y desea “avanzar en la cadena alimenticia”. Esta inclusión diversifica un poco la película con algo de humor y le agrega otra posibilidad visual al 3D, si bien estos personajes nunca se integran a la historia principal y aparece más como un relleno para darle color (literalmente) al film. Como si de un documental se tratase, la idea de grupo como un todo funcional para que la supervivencia sea posible es una característica del film que vale la pena mencionar, ya que más de una vez los problemas se resuelven de ese modo. En este film la danza funciona en este sentido: como un momento de comunión casi ritual. Estas escenas logran cautivar por su calidad musical y coreográfica y hacen honor al nombre de la película. Como era esperable, la banda sonora en general está excelentemente cuidada y es lo que hace distinguir al film de otras animaciones actuales. En cuanto a la historia, Happy Feet 2: El pingüino (Happy Feet two, 2011) apuesta a realzar los valores familiares, los de la amistad, y también colocar al amor como el gran motor. Se puede pensar que en una historia infantil como esta, en donde la subsistencia es el objetivo principal de los animales, es interesante transmitir a los niños que tanto la solidaridad como el cuidado del medio ambiente pueden hacer un gran cambio. Pero muchas el intento por dejar mensajes está demasiado presentes y aburre. Esta elección determina que el entretenimiento como fin en sí mismo ceda en pos de mantener el espíritu didáctico, lo cual no siempre resulta una ganancia interesante en un film infantil.
Menos moraleja y más acción Las caperucitas rojas de ahora no son como las de antes. El tiempo ha pasado y la protagonista de este tradicional cuento infantil es ahora una súper heroína cinematográfica a quien, incluso, le molesta que la tilden de “niñita”. Junto con la abuelita, el lobo, y unos extraños Hansel y Gretel, entre otros, este film animado para niños se apoya en los textos infantiles para robarles sus personajes y parodiarlos, jugar con ellos y contar una historia de aventuras dinámica, graciosa, y repleta de imágenes reconocibles para los más chicos. Mientras Caperucita Roja se entrena con un grupo secreto llamado “Las hermanas de la caperuza”, su abuelita es secuestrada por una bruja con maléficas intenciones. Los agentes de la HEA (siglas que en inglés significan Finales Felices para Todos), comandados por la rana Nicky, deben salir al rescate y para dicha misión convocan a Caperucita. Conseguir el ingrediente secreto de una trufa que hace invencible a quien la coma, es la principal meta de la bruja, pero como sólo la abuela de Caperucita lo sabe no la liberará hasta obtener dicho secreto. Con esta dificultosa y arriesgada tarea, las hazañas de Caperucita y sus amigos consiguen que el film cobre acción y, junto con el atractivo del 3D, mantener la atención de los chicos. Siguiendo cierta tradición iniciada por la conocida Shrek (2001), esta película reúne en una misma historia a personajes de distintos cuentos e incluso con sus roles invertidos. Si tradicionalmente el lobo feroz se quería comer a la dulce Caperucita y a su abuela, ahora es su amigo y principal ayudante. Hansel y Gretel tampoco resultan ser los niños inocentes y temerosos del cuento homónimo. Y la abuelita es aquí una agente valiente y temible. En este juego de parodias e inversiones todo se trastoca y resulta cómico y ridículo. Este recurso utilizado por el film abre nuevas versiones de las historias originales y con esto apela un público infantil para nada pasivo. Por otro lado, también es factible que los más pequeños desconozcan a los personajes ya que pueden resultar antiguos. O bien que Las nuevas aventuras de Caperucita Roja (Hoodwinked Too! Hood vs. Evil, 2011) tenga algunos guiños no muy fáciles de captar para los más chicos. Sin embargo esta secuela tiene la frescura de los dibujos animados, repletos de gags y situaciones absurdas, y la redundancia necesaria para seguir la historia sin problemas y entretenidamente. Y por supuesto que el placer de los cuentos infantiles, donde los malos son castigados y los buenos recompensados con el esperado final feliz, se mantiene vivito y coleando, aún cuando no todos los malos resulten ser tan malos.