El rostro de Ana expresa lo que calla, lo que contiene tanto vivo como muerto. Su actitud corporal tan retraída y apacible despierta interrogantes y genera una constante tensión. Tensión que colma su modesto departamento; se traslada con reproches hacia su hija y a su marido, o se enciende en la vela de una torta de cumpleaños que debería soplar alguien que nunca estuvo. Pero está ella, esa madre incansable que busca a su hijo insistentemente hace 18 años. ¿Es sólo una obsesión o hay algo que le ocultan? ¿Qué pasó con ese bebé al nacer? Así comienza la nueva película del realizador serbio Miroslav Terzic (Redemption Street, 2012), quien expone con solvencia narrativa y una interesante puesta en escena, un drama que fusiona con el thriller psicológico en torno a la identidad y a las irregularidades en los nacimientos en Serbia durante la conflictiva década de los 90. El testimonio de esos hechos, no han dejado más que cicatrices abiertas en muchas familias. Magistralmente interpretada por Snežana Bogdanović en el papel de Ana, una costurera de Belgrado que vive con su esposo Jova (Marko Baćović) un vigilante nocturno, y su hija adolescente, Ivana (Jovana Stojiljković). Ana insiste en seguir buscando a su hijo, desconociendo dónde fue enterrado el cuerpo que jamás vió. La búsqueda la llevará a interpelarse, a confrontar con su familia y con autoridades locales, porque hay algo que no la deja claudicar. Ella insistirá hasta encontrar la verdad. Como si todo estuviese en función de un enigma y de las puntadas con que Ana arregla las prendas de otros, Terzic dosifica muy bien la información que brinda al espectador para hilvar los hechos y generar climas. De esa manera, trabaja sobre los indicios, la gestualidad, y las miradas en función de lo no dicho, lo latente, lo que falta descubrirse. En esa búsqueda, va desorientando el conflicto inicial en torno al mundo interior de la protagonista, mostrándola endeble e inestable, para despegarse un poco del drama y otorgarle más dinamismo a través del suspenso. Desde lo visual, el realizador compone una estilizada puesta en escena junto a su director de fotografía Damjan Radovanovic, con una elección que va desde planos cercanos e interiores asfixiantes hasta tomas panorámicas que se ajustan a una composición naturalista ajustada a los hechos. Exhibida en la sección Panorama del Festival de Berlín y ganadora del Premio del Público, Cicatrices nos acerca a un realizador que forma parte de las nuevas voces del cine serbio contemporáneo; un realizador que demostró no estar ajeno a la realidad que denuncia desde un interesante relato de ficción. CICATRICES Savovi / Stitches. Serbia, 2019. Dirección: Miroslav Terzic. Guion: Elma Tataragic. Intérpretes: Snezana Bogdanovic, Marko Bacovic, Jovana Stojiljkovic, Vesna Trivalic, Dragana Varagic y Pavle Cemerikic. Música: Aleksandra Kovac. Fotografía: Damjan Radovanovic. Distribuidora: Mirada. Duración: 98 minutos.
El dramaturgo francés Florian Zeller debuta con su primer largometraje, adaptando su propia obra teatral en una película de habla inglesa interpretada magistralmente por Anthony Hopkins y Olivia Colman, entre otros. Anthony (Anthony Hopkins) es un octogenario amante de la música clásica, que puede ser tan encantador como irascible. Ama su independencia, y se niega a cada una de las cuidadoras que su hija Anne (Olivia Colman) le llevó para asistirlo en su elegante departamento londinense. Sin embargo, sus reiteradas confusiones mentales sobre la realidad o las personas con las que interactúa, se van profundizando. Anne hará todo lo que esté a su alcance para ayudar a su padre. Durante el proceso de deconstrucción, el protagonista comenzará a dejar de ser quien era, y sus preguntas se volverán imprescindibles para hallar las “certezas” necesarias para vivir ¿Quién soy? ¿Cuánto tiempo ha pasado? ¿Este departamento es mío o tuyo? Los interrogantes puestos en juego son la clave que permitirán o no, rearmar las piezas sueltas del rompecabezas que se va desarrollando a lo largo del relato. La confusión espacio temporal, como la asignación de roles enlos distintos personajes que irán apareciendo (interpretados por Rufus Sewell, Olivia Williams, Mark Gattis e Imogen Poots); no sólo forman parte de la sensaciones subjetivas de Anthony sino también del espectador, a quien se lo invita activamente a adentrarse en los laberintos de la mente. Rodada en el interior de un departamento que traduce la fina y frágil conexión con la realidad, el espacio funciona como un escenario interconectado donde se desarrolla una puntillosa y elegante puesta en escena. Si bien hay cierta teatralidad compositiva, el uso de la stedycam recorriendo el pasillo, entrando y saliendo por las distintas puertas que lo componen, más la intervención de un buen uso del montaje, generan movilidad y una tensión constante en la historia, casi al punto de la intriga, donde se pone a prueba si la percepción responde a lo real o a lo imaginario. La acertada elección de Florian Feller en sus protagonistas, nos lleva a presenciar las distintas facetas interpretativas que exige un personaje con demencia senil, al que Hopkins le imprime todo su potencial. Lo mismo puede decirse en la elaboración del rol de Colman como hija, siendo testigo del deterioro de su padre. La expresión de su mirada, y el peso de la verdad que disimula corporalmente mientras sonríe, dan muestra de su talento compositivo. A diferencia de películas que han abordado problemas neurológicos como Siempre Alice de Richard Glatzer y Wash Westmoreland, Lejos de ella de Sarah Polley, o ¿Y tu quién eres? de Antonio Mercero, entre otras; en El Padre el cómo se muestra y desde qué lugar se observa, es muy distinto. La particularidad de la película, es trasladar los síntomas de confusión a un relato, al mismo tiempo incompleto y por rearmar, llevando al espectador a vivenciar esa extrañeza de falta de certezas y piezas sueltas que se buscan incansablemente desde el inicio. Nominada a seis premios Oscar, la película expone una de las peores experiencias que podemos atravesar nosotros mismos o alguien a quien amamos: el deterioro psíquico. Esa instancia pendular que oscila entre la conciencia de dejar de ser lo que fuimos y la alucinación de estar siendo otro. El padre logra un cóctel laberíntico de sensaciones para hablar de un tema real y doloroso, en el que todos los estados anímicos tienen lugar. Del teatro al cine, Florian Feller junto a un gran elenco actoral y técnico que lo acompañan, supo trasponer al lenguaje cinematográfico una obra tan vivencial como abrumadora. EL PADRE The Father. Reino Unido / Francia, 2020. Dirección: Florian Zeller. Guion: Christopher Hampton y Florian Zeller, basado en la obra teatral de Zeller. Intérpretes: Anthony Hopkins, Olivia Colman, Rufus Sewell, Imogen Poots, Olivia Williams y Mark Gatiss. Fotografía: Ben Smithard. Edición: Yorgos Lamprinos. Música: Ludovico Einaudi. Distribución: DB Distribution. Duración: 97 minutos.
La novela homónima del escritor estadounidense Jack London dio origen a la nueva película del director italiano Pietro Marcello (La boca del lobo, 2009; Bella y perdida, 2015) al transponer la obra literaria, publicada a inicios del siglo XX, a la gran pantalla. La historia de Martín Eden, aquel hombre que se construyó a sí mismo sin medir las consecuencias de llegaría a ser, aborda temáticas que aún se mantienen vigentes y profundizados: la exaltación del individualismo, las contradicciones sociopolíticas, el éxito como fin y el sujeto preso de su condición de clase. Mientras la novela original transcurría en Oklahoma (EE.UU), la versión cinematográfica la coloca en sintonía con la idiosincrasia europea, situando la historia en la ciudad de Nápoles durante el agitado período del Novecento. El joven Martín Eden (gran trabajo de Luca Marinelli) es un marinero de origen humilde sin educación, que viaja de pueblo en pueblo para ganarse la vida. Una tarde, defiende a un joven agredido llamado Arthur, perteneciente a una rica familia de empresarios liberales, quien, en agradecimiento, lo invita a su casa. Allí conocerá a la hermana, Elena (Jessica Crespy) una joven refinada y culta de quien se enamora y se obsesiona en conquistar. Eden, movilizado por su gusto a la poesía, decide instruirse para convertirse en escritor y así poder alcanzar el amor de Elena y vivir de una profesión que lo jerarquice. Decidido a luchar por sus deseos, Edén enfrentará un dilema existencial en relación a su destino. Filmada en 16mm bajo una textura fotográfica que se ajusta al clima de época, las imágenes remiten tanto a los pasajes aristocráticos de Visconti como a la lucha proletaria y socialista en el cine de Pasolini. La experiencia de Marcello como documentalista introduce en la narración imágenes reales que dan cuenta de los estratos sociales de una Italia dividida y convulsionada. A través de un interesante trabajo de montaje la mezcla de lenguajes produce un contrapunto visual y sonoro que genera distintas capas de sentido. Al uso metafórico, se suman distintos recursos como el relato en off, el uso del blanco y negro, y la reconstrucción de los recuerdos que dialogan con el presente de Mario. Esas idas y vueltas en el tiempo aluden a la reconstrucción de la identidad a la que aspira un personaje cargado de contradicciones. En su afán de progresar y alimentarse de conocimientos, enfrentará un proceso introspectivo en relación a los vínculos que subsisten en su memoria y lo conectan a sus orígenes. Orígenes, que ante el hecho de ser un marinero devenido en escritor, generarán una tensión constante entre la nueva imagen que se construye y aquella de la que se intenta alejar. Luego de su estreno mundial en la Mostra de Venecia 2019, la riqueza interpretativa de su protagonista, Luca Marinelli le valió del premio Copa Volpi al mejor actor de la muestra. La película también ganó la competencia Platform en Toronto, entre otras distinciones. La riqueza de una historia como la de Martín Eden cargada de conflictos, frustraciones e ideales logra de la mano de Pietro Marcello funcionar como un espacio decidido a reflexionar sobre el poder de la cultura, los prejuicios de clase, el fracaso, el ascenso social y el amor como origen de una transformación física e intelectual que desconoce sus propios límites. MARTIN EDEN Martín Eden. Italia/Alemania/Francia, 2019. Dirección: Pietro Marcello. Guion: Maurizio Braucci, Pietro Marcello. Intérpretes: Luca Marinelli, Jessica Cressy, Vincenzo Nemolato, Marco Leonardi, Carmen Pommella. Montaje: Aline Hervé, Fabrizio Federico. Fotografía: Alessandro Abate, Francesco Di Giacomo. Música: Marco Messina, Sacha Ricci, Paolo Marzocchi. Diseño de Producción: Roberto De Angelis, Luca Servino. Montaje de sonido: Stefano Grosso. Vestuario: Andrea Cavalletto. Duración: 129 minutos.
La cámara permanece en el umbral de una puerta abierta. Ese límite y la distancia desde donde se observa el interior, denota la discreción de una mirada que muestra, sin intromisión, la vida de tres seres solitarios y frágiles en busca de reconstruir quienes son. Una casa lejos, segundo largometraje de Mayra Bottero, luego del documental La lluvia es también no verte (2015), nos ofrece una historia de ficción que habla sobre los vínculos, el paso de los años, las carencias y cómo puede construirse una familia. Graciela (Stella Gallazzi) está a punto de jubilarse como profesora, tras una larga trayectoria en la comunidad educativa. Con sus ahorros desea irse a vivir a una casa cerca del río, lejos de la ciudad y comenzar de nuevo. Mientras transita el proceso de despedida y final de ciclo, deberá lidiar con la relación conflictiva que mantiene con su padre Rodo (Carlos Rivkin). Ya mayor y débil de salud, vive solo en su departamento al que invita a una joven llamada Sabrina (Valeria Correa), que vive en situación de calle y está embaraza. Esa relación, que oculta a su hija, pronto será descubierta al notar ciertos cambios en la casa. El conflicto saldrá a luz entre los vecinos del edificio y, ante ese panorama, Graciela ayuda a su padre, enfrenta a la joven y olvida sus deseos. Sin embargo, una nueva situación llevará a los tres a formar un vínculo tan impensado como necesario en esa etapa de sus vidas. Cada personaje carga con sus propios conflictos y carencias. Mientras Graciela intenta un nuevo rumbo en su vida, su padre lidia con la soledad en la vejez, hallando en Sabrina y en el bebé que está por nacer una motivación para sus días; al tiempo que la joven encuentra una muestra de solidaridad y refugio ante el desamparo que siempre vivió. Las debilidades que tienen en común, los volverá más solidarios, así lo demuestran sus actos y la mirada puesta en el otro, como una forma de completarse. La fluidez narrativa con la que se unen las acciones permite encadenar los hechos manteniendo la tensión dramática. Una tensión que encuentra el equilibro en algunas situaciones que descomprimen y le otorgan calidez: armar la cuna y el cuarto con juguetes; plantar un árbol que pertenecía al colegio; reencontrarse con ex alumnos; llevar a Sabrina a comer al bar. El realismo y la cercanía con la que Bottero transmite la historia, se refuerza con las destacadas interpretaciones de Stella Gallazi y del recientemente fallecido Carlos Rivkin. “Quisiera que la película sea para los y las espectadores un lugar de encuentro; señala su realizadora. Un encuentro con el placer de percibir un cuento, con el ritual del cine, y con la necesidad imperiosa de ser comunidad”. Con gran sensibilidad, Mayra Bottero rescata los pequeños actos que nos ayudan a reconstruirnos, dando lugar al valor de los afectos como a la construcción de la familia que vamos formando en el camino. Y en esa línea, hay puntos en común que también reivindica en su primer película. Sujeta al tiempo que transitamos, el contexto de la pandemia y la necesidad de potenciar los vínculos, también forman parte de la lectura que nos invita hacer Una casa Lejos. UNA CASA LEJOS Una casa lejos. Argentina, 2021. Dirección y guion: Mayra Bottero. Intérpretes: Stella Galazzi, Carlos Rivkin, Valeria Correa, Alicia Muxo. Fotografía: Martín Benchimol. Montaje: Valeria Racioppi. Dirección de Sonido: Sofía Straface. Música: Rocio Bottero, Axel Noguera, Juan Pablo Sosa. Duración: 77 minutos.
La creación y concientización de sociedades justas y sustentables tiene como premisa potenciar las virtudes de sus pobladores mediante el aprendizaje y la capacitación en distintas áreas de producción protegiendo la sabiduría ancestral. El proyecto, a cargo de una organización creadora de la Economía Empoderativa, tiene una clara orientación social y ambientalista que necesita difundirse a través del cine. El documental Sintientes de Juan Baldana (Rául, la Democracia desde adentro; Los del suelo; Arrieros) se encarga de exponer el esfuerzo mancomunado de un grupo de personas en la selva jujeña argentina, que promueven el bien común y sociedades más justas. Rodado en el pueblo de San Francisco, provincia de Jujuy, las imágenes exponen la exuberancia de la naturaleza junto a los pobladores que desafían la cruda realidad de un sistema que se orienta hacia el colapso ambiental. Lejos de la ciudad y de los recursos económicos necesarios, el relato en off fomenta la importancia de prevenir el desastre y cuidar el medio ambiente. Sin ningún tipo de intervención, la cámara de Baldana registra la misión que llevan los integrantes de la organización, capacitando a comunidades emergentes, con el fin de crear microempresas sustentables a favor de su independencia. La capacitación se realiza a través de diversos talleres: apicultura; huerta orgánica; reciclado, taller de costura, plantas medicinales, huerta, cerámica y construcción. El objetivo es que ellos mismos logren autonomía e independencia laboral compartiendo los mismos ideales en relación al cuidado del otro y del espacio en el que viven. A medida que se muestran las diferentes actividades que realizan junto a especialistas de cada área, la música autóctona y el sonido directo enmarcan los avances de las tareas que realizan sus habitantes y registra la emoción que despiertan sus logros y progresos. La iniciativa del activista Ale Kretschel, quien forma parte de la organización creadora de la Economía Empoderativa, tiene como objetivo transmitir la importancia del aprendizaje como herramienta de emancipación y prosperidad. Ellos comercializan productos, servicios y arte, acorde con su consciencia permacultural, con el fin redireccionar los beneficios a las comunidades que más lo necesitan. Más allá de la impronta didáctica y publicitaria que toma el documental de observación, hay un concepto estético y visual bien definido, que no descuida el tratamiento de las imágenes. Con cámara en mano, drones, teleobjetivos, tomas aéreas o dentro del agua; las tomas no sólo destacan la belleza natural del paisaje sino también alertan sobre el mal manejo de los desechos que se realizan en el área. En Sintientes el discurso apelativo propone concientizar al espectador sobre cuán ecuánime es una sociedad, preguntándole si somos capaces de encontrar un ideal común, verdadero y trabajar para alcanzarlo. Bajo el lema “Una transformación es posible”, Juan Baldana demuestra su solidez narrativa y el compromiso con lo que muestra. Sintientes podrá verse a través de la plataforma Puentes de Cine y todo lo recaudado se destinará al pueblo de San Francisco, donde se realizó la primera acción de empoderamiento. SINTIENTES Sintientes. Argentina, 2020. Dirección y cámara: Juan Baldana. Guion: Alejandro Kretschel, Juan Baldana. Producción ejecutiva: Julieta Saroba. Dirección de Fotografía y cámara: Javier Grufi, Gastón Delecluze. Montaje: Manu Peña, Juan Baldana. Diseño de sonido: Pablo Irrazábal. Música original: Charo Bogarín, Pablo Sala. Voz en off: Charo Bogarín. Duración: 88 minutos.
Luego de La sala de los suicidas (2011), Varsovia (2014) y Hater (2020, Netflix) del cineasta polaco Jan Komasa, llega el estreno de Corpus Cristi que retoma algunos de los temas abordados en sus films anteriores: la manipulación, la hipocresía social, la falta de aceptación y el cuestionamiento a las instituciones. Basada en hechos reales y escrita por Mateusz Pacewicz, Corpus Christi narra la historia de Daniel (Bartosz Bielenia) un joven violento que cumple una condena en el reformatorio juvenil. Allí, colabora con el cura del lugar (Łukasz Simlat), un hombre al que admira y en quien se inspira para mejorar y seguir su mismo camino, algo que será imposible por sus antecedentes. Sin embargo, cuando Daniel sale bajo libertad condicional para trabajar en el aserradero de un pueblo, se cruza con una chica del lugar (Eliza Rycembel) presentándose como cura. Bajo ese disfraz que él mismo sostiene con esfuerzo, el engaño seguirá su curso y Daniel ganará una oportunidad dentro de una comunidad atravesada por una tragedia. A medida que el relato avanza subsumido por los secretos que oculta, el protagonista construye su propia puesta en escena a través de inspiradoras prédicas religiosas, al mejor estilo de un pastor evangélico, que deja al descubierto la necesidad de modificar el mensaje otodoxo institucional de la iglesia católica. Al tiempo que muestra las reacciones resistidas de los fieles que asisten, más que por la fe, para expiar sus culpas. La ruptura del status quo es un rasgo que Komaso utiliza en sus historias. En esta oportunidad, primero se muestra desde lo carcelario, y luego, dentro de esa pequeña comunidad que gira en torno a la parroquia, otorgándole a Daniel el poder de escuchar y ser escuchado, como nunca antes. Al arrastrar un pasado de rechazos, violencia y desesperanza, el protagonista lidia en su interior para redimirse, y ante esta oportunidad comenzará a desplegarse un tour de force emocional y corporal para sostener su imagen y aspirar a un mejor porvenir. Al igual que el personaje de Tomek en Hater el encubrimiento implica una farsa para acceder a un estatus social diferente; si Tomek se basó en un famoso abogado, Daniel lo hará con el sacerdote del reformatorio. La pregunta latente es si pueden escapar de su identidad, de sus raíces, y si vale la pena sacrificarse para lograrlo. La fragilidad de esa farsa como de la fe puesta a prueba, generan una tensión constante a lo largo del relato. Paralelamente, la tragedia que vive la comunidad también esconde secretos compartidos y resentimientos entre ellos, que van revelándose con desconfianza. Movidos hacia la búsqueda del perdón y la salvación, los personajes se vinculan a través de la pérdida y la culpa, generando un clima introspectivo que se enmarca con los tonos azulinos y grisáceos de los espacios que habitan; una acertada elección en la fotografía de Piotr Sobociński Jr. La buena recepción de Corpus Christi en la industria audiovisual, le valió varias nominaciones, entre ellas: al Oscar como mejor película extranjera; mejor película en los Premios Goya y el premio como Mejor Actor a Bartosz Bielenia, que supo estar a la altura de su personaje, entre otras menciones. Representante de una de las voces autorales del cine polaco contemporáneo, Jan Komasa indaga en imágenes cuestiones del orden moral, político y espiritual, a la vez que profundiza en las temáticas que ha ido explorando en relación a los comportamientos sociales, la estigmatización de clase y la desesperanza en el sistema que vivimos. CORPUS CHRISTI Boże Ciało. Polonia/Francia, 2019. Dirección: Jan Komasa. Guion: Mateusz Pacewicz. Intérpretes: Bartosz Bielenia, Eliza Rycembel, Aleksandra Konieczna, Tomasz Zietek y Leszek Lichota. Fotografía: Piotr Sobocinski Jr. Montaje: Przemyslaw Chruscielewski. Duración: 116 minutos.
Decía Eduardo Galeano que “nada hay en verdad más revolucionario que dar la palabra al colonizado, al explotado, para que nos muestre su realidad tal cual es, con todas las grandezas y miserias de su humanidad, sin deformaciones interesadas en ilustrar otros postulados”. Orientado al cine documental de corte etnográfico el estreno de Cerro Quemado de Juan Pablo Ruíz (co director junto Martín Masetti de La palabra empeñada, 2008) funciona como herramienta para reivindicar la identidad y los derechos de los pueblos originarios, y también como expresión del etnocidio y explotación territorial, laboral y cultural que padecieron. La película retrata con minuciosa observación a tres generaciones de mujeres collas que se reúnen en los altos del Cerro Quemado para compartir y preservar tradiciones ancestrales, su legado familiar y profundizar los vínculos que las unen. Desde el inicio, la cámara acompaña a Micaela Chauque, destacada folklorista y música, que decide viajar junto a su madre, Cornelia Yurquina, a visitar a su abuela Felipa Zerpa, última representante de la comunidad familiar. La anciana vive sola en medio de la inmensidad del cerro junto a sus animales, y será el foco de transmisión de la sabiduría de su pueblo como de la violencia a la que fueron sometidos con la llegada del ingenio azucarero a la región. Su voz, mezclando el idioma quechua y el español, constituirá el eje del relato. El documental de Ruíz recuerda a ciertas características narrativas del cine de Jorge Prelorán (para muchos el Jean Rouch argentino), en relación al método que aplicaba en sus películas etnobiográficas: la elección de un personaje o familia reducida en su entorno natural, su acercamiento en busca de la confianza e intimidad que permita al entrevistado la fluidez para hablar, como el documentar la vida cotidiana con algunos hechos ocasionales sin interferir. Prelorán en su carácter de observador participante trataba de invisibilizar su figura como en la reconocida Cochengo Miranda (1975). En Cerro Quemado el acercamiento a las protagonistas explora la cotidianeidad, su relación con la naturaleza y los lazos afectivos que reafirman su identidad como pueblo. El uso de primerísimos primeros planos, encuadres estilizados y una fotografía que exalta la belleza del paisaje que las rodea o el contraste de la luz sobre sus rostros, le imprimen un tono poético que se conjuga con la música autóctona y el testimonio de la opresión que sufrieron con la presencia del hombre blanco en la región norteña. En palabras del director, “…considero justo y necesario intentar rescatar, a partir del cine, parte de la cultura coya de los pueblos originarios del norte argentino. Una civilización rica en conocimientos y dueña de una propia cosmovisión, que inexorablemente marcha hacia su expiración.” En su paso por destacados festivales y muestras nacionales e internacionales, Cerro Quemado logra con pocos elementos y a pesar de ser una película pequeña, acercarnos a la problemática de los pueblos originarios de Latinoamérica; a través de una mirada sensible y respetuosa, que se aleja de un cine utilizado como mero proveedor de imágenes figurativas y exóticas de los aborígenes, para apelar a la percepción de una realidad matizada por el racismo y los estereotipos de la cultura dominante. Ruiz elige contar una historia en la que simboliza una despedida entre las tres mujeres, a quienes otorga la voz y el espacio al que pocas veces pudieron acceder. El poder de la palabra al que hacía referencia Galeano, nos acerca a un pasado de sometimiento y esclavitud en manos del poder colonizador que actúa con la impunidad y el salvajismo al que ellos mismos temen y condenan. CERRO QUEMADO Cerro Quemado. Argentina, 2019. Dirección y guion: Juan Pablo Ruiz. Intérpretes: Micaela Chauque, Cornelia Yurquina, Felipa Zerpa. Fotografia y cámara: Gustavo Schiaffino. Montaje: Juan Pablo Ruiz y Alejandro Nantón. Sonido: Omar Mustafá. Música: Micaela Chauque. Duración: 63 minutos
Tras haber ganado el concurso de ópera prima del Polo Audiovisual Córdoba y participado de la sección Panorama Argentino del 34º Festival Internacional de Cine de Mar del Plata, llega el estreno de Azul el mar, de la realizadora cordobesa Sabrina Moreno, que podrá verse por la plataforma Cine.Ar. Lola (Umbra Colombo) y Ricardo (Beto Bernuez) junto a sus cuatro hijos, comienzan sus vacaciones en Mar del Plata. “La feliz” les ofrece hotel, playa, mar, paseos y los infaltables lobos marinos, como parte del paquete vacacional y la clásica iconografía del lugar. Un plan familiar, donde emergen los buenos momentos, la cotidianeidad y la búsqueda de espacios individuales. Ante una felicidad aparente, la insatisfacción de Lola se manifiesta en sus gestos, en la apatía constante; como si ansiara un cambio profundo en su vida, una necesidad tan íntima, que sólo expresa en la libertad que le inspira la naturaleza, de cara frente al mar, donde se siente ella misma. -“Papá el mar es azul?, pregunta una de sus hijas. “Dependiendo de la luz, el color del mar puede variar”, le constesta. “Para mí es azul, afirma la niña”. La metáfora funciona y aplica a la complejidad e individualidad de la mirada, como a la subjetividad del concepto “verdad y felicidad” dentro del matrimonio. Un rasgo, que anticipa el conflicto que abordará la película. A lo largo de un relato omnisciente, vemos el proceso de angustia de Lola, desconociendo las causas o los motivos que lo causaron. Ese recorte, de la historia, abarca sólo unos días de verano en vacaciones, donde se entrelaza la convivencia familiar con la opresión que siente la protagonista, un sentimiento de ahogo que se manifiesta a través de recursos estilísticos visuales como la sobreimpresión, el flashback, las imágenes oníricas, y la simbolización de los objetos, en este caso, del mar, del cielo, del bosque. La resignificación de los elementos traduce, poéticamente, el interior de Lola. Moreno opta por alejarse de la explicación literal de los hechos, como de los diálogos explícitos o confesionales de sus personajes, para ahondar en un terreno más sutil e instrospectivo, que deberá ser completado e interpretado por el espectador. “Azul el mar muestra un universo tan complejo como la familia”, comenta su realizadora, con lindas anécdotas de verano que parecen ocultar el interminable dilema de cómo mantener los propios deseos en convivencia con los roles establecidos en nuestro entorno” La propuesta logra escenas de gran naturalidad, principalmente donde actúan los chicos, pero le cuesta sostener la tensión frente a su dilema, como en los momentos de intimidad de la pareja, casi como evadiendo la circunstancia a enfrentar y reduciendo los tiempos narrativos para desarrollar la intriga del conflicto, o precipitándolos hacia el final. De esa manera, la historia se reduce, a expresar de modo simbólico y estético, la problemática interna de una mujer que ansía verse libre, más allá de todo. AZUL EL MAR Azul el mar. Argentina, 2019. Dirección y guion: Sabrina Moreno. Intérpretes: Umbra Colombo, Beto Bernuez, Martita Depascual Fernández, Nehuén Fritz, Margarita Garelik y Juan Cruz Solís. Edicion: Martín Sappia/ Fotografía: Sebastián Ferrero/Sonido: Atilio Sánchez/ Música: Alejandro Di Rienzo y Arturo Escudero. Duración: 65 minutos.
Ceniza negra, ópera prima de la cineasta costarricense nacida en Argentina, Sofía Quirós Úbeda, ofrece una mirada sensible sobre la comunión entre la naturaleza y el hombre, el abandono de la infancia y la trascendencia de los vínculos. La historia gira en torno a Selva (Smachleen Gutiérrez), una joven de 13 años que, al haber perdido a su madre, vive con su abuelo Tata (Humberto Samuels), un débil anciano con problemas de salud al que cuida con dedicación, y del que sigue aprendiendo. Junto a ellos, está Elena (Hortensia Smith) una vecina mayor que los visita, y la guiará en cuestiones de su femeneidad. Selva observa el entorno y madura a la fuerza a través de sus sentidos. Rodeada de naturaleza, la creencia en los rituales y las apariciones de su madre, le otorgarán un nuevo significado al duelo que atraviesa. Quirós Úbeda se acerca al corazón mismo de un pueblo selvático y costero del Caribe para rescatar la sabiduría de un lugar mágico. Los personajes, crecidos en ese entorno, le transmiten a los más jóvenes, como a Selva, la espiritualidad y la mística en torno a las creencias. Los altares con objetos y las ceremonias locales más primitivas, abordarán la muerte de una manera distinta. Tal vez, más tolerable. “Cuando uno muere puede convertirse en varias cosas, como en sombras…”, le dijo su abuelo. Y en ese dolor, toman lugar pequeños rituales tan conmovedores como ancestrales, donde la historia mantiene un vínculo constante con los orígenes. Hay algo de lo sagrado que no debe perderse frente al mundo contemporáneo de Selva, cuando va al colegio o a un bar a bailar con amigos. Esas realidades contrapuestas, la van formando más íntegra y abierta a su espiritualidad. La belleza de las imágenes nunca se desvinculan del sonido ambiente, de ese afuera tan protagónico que penetra en los ambientes y conecta a sus protagonistas con el espacio. El oleaje del mar, los pájaros, los grillos y las cabras imaginarias del abuelo. La estética visual refuerza el aspecto sensorial del relato, y continúa en línea con su cortometraje Selva, estrenado en la Semana de la Crítica del Festival de Cannes 2017. Otra particularidad de la realizadora es el trabajo con actores y actrices no profesionales, logrando una destacada labor en Smachleen Gutiérrez, a quien vemos transitar su arduo pasaje de niña a mujer, mientras los planos la contienen y la acompañan en su devenir. En su paso por los festivales, Ceniza Negra acumuló premios y reconocimientos destacados como Mejor Película del Festival Internacional de Cine de Costa Rica; Mejor Película en los Premios Nacionales de Cultura de Costa Rica; Mejor Película Semana de la Crítica Festival Internacional de Cine del Cairo y Mención Especial del Jurado Festival de Cine Global de República Dominicana. También fue elegida como la representante costarricense para la 93° edición de los premios Oscar y la 35° edición de los premios Goya. El debut de Sofía Quirós Úbeda, quien promete ser una voz del cine costarricense actual, logra un relato intimista, con pocos diálogos y tono poético para abordar las pérdidas humanas no como un fin, sino como una cálida y reparadora transformación. CENIZA NEGRA Ceniza Negra (Costa Rica/Argentina/Chile/Francia, 2019). Dirección y guion: Sofía Quirós Úbeda. Intérpretes: Smachleen Gutiérrez, humberto Samuels, Hortensia Smith y Keha Brown. Montaje: Ariel Escalante Meza. Fotografía: Francisca Saéz Agurto. Diseño Sonoro: Christian Cosgrove. Duración: 82 minutos.
El desafío ante la paternidad es el tema central que propone El encanto. El proyecto co dirigido por Juan Pablo Sasiaín (La Tigra, Chaco; Choele; Traslasierra) y Ezequiel Tronconi, también protagonista, ahonda en los vínculos, el amor, y el miedo a ser padre. Juliana (Mónica Antonópulos) es una cocinera de televisión, casada hace ocho años con Bruno (Ezequiel Tronconi), dueño de una vinoteca. Ella está decidida a ser madre, pero él no sabe si es el momento adecuado. ¿Un año más? ¿Seis meses?. La indecisión de Bruno comenzará a friccionar en su idílico matrimonio, poniendo en juego su relación. El encanto surge como proyecto conjunto entre Juan Pablo Sasiaín y Ezequiel Tronconi, que fue su actor en La Tigra, Chaco, donde comenzaron una amistad que los llevó a indagar sobre cómo enfrentar decisiones tan importantes como la de ser padre. Desde el inicio, la estilización de las imágenes, a cargo de Eric Elizondo, genera una ambientación bella, pero sin matices, que linda con el preciosismo visual. Un estilo, acorde a los espacios que habitan como a la pasión de sus protagonistas. Si bien es muy estético, termina restándole la calidez necesaria. En el caso de la puesta en escena, la opción por el plano secuencia en la mayoría de las escenas, otorgó libertad a sus protagonistas a la hora de improvisar o desarrollar situaciones con gran naturalidad. Sin duda, la elección de la dupla Antolópolus-Tronconi funciona muy bien, y es lo mejor de la película, junto con el resto del elenco. A medida que el relato avanza, los protagonistas ponen a prueba su amor y el costo de su libertad, principalmente, en torno al temor y la inmadurez de Bruno, quien va en busca de respuestas que necesita. Un amigo le dice que los hijos “te erosionan”, mientras su padre (Boy Olmi, siempre cool) le aclara que, al contrario, los hijos “te ensanchan”. En medio de esa búsqueda personal, Bruno opta por distracciones que le quiten el foco a lo que debería atender y, en ese punto, la estructura del guion cae en situaciones un tanto predecibles. El encanto se inscribe en un drama romántico, que pone en juego el deseo, tanto el individual, como el que se construye y comparte en pareja. Y en esa instancia de ser uno deseando formar parte de otro, radicará (o no) la posibilidad de proyectarse y crecer. EL ENCANTO El encanto. Argentina, 2020. Dirección y guion: Juan Pablo Sasiaín y Ezequiel Tronconi. Intérpretes: Ezequiel Tronconi, Mónica Antonópulos, Yamila Saud, Michel Noher, Lucas Crespi, Andrea Frigerio, Boy Olmi, Juan Pablo Sasaín. Director de Fotografía: Eric Elizondo. Directora de Arte Lucila Presa. Montaje: Xi Chen. Dirección de Sonido Adrián Rodríguez y Gustavo Pomeranec. Música Original Gustavo Pomeranec. Duración. 80 minutos.