En esta nueva receta tenemos como ingredientes a su director, Brian Kirk, quien proviene del mundo de las series y ha dirigido capítulos de importantes producciones como “Game of Thrones” “Penny Dreadful” “Boardwalk Empire” o “Los Tudor” y en este debut en la pantalla grande, trae consigo todas las mañas, los tips, los tics y los lugares comunes de cualquier buen producto televisivo. Pero cualquier espectador con el ojo más o menos entrenado, sabe claramente que no todo tiene ni debe tener el mismo formato. Otro ingrediente indispensable para la receta de una peli pochoclera que intenta ganarse un lugar en la taquilla es un figura convocante al frente del elenco. En este caso aparece Chadwick Boseman, quien enarbola como (único) talento, haber surgido de una de las sagas más convocantes de la pantalla grande de los últimos tiempos habiendo participado de “Capitán América: Civil War” “Avengers: Infinity War” “Avengers: End Game” y fundamentalmente su protagónico en “Pantera Negra” que lo ha posicionado dentro de Hollywood como uno de las estrellas afroamericanas del momento.
“Bacurau”, la nueva película de Kleber Mendonça Filho (“Aquarius”, “Sonidos Vecinos/O som ao redor”) en este caso codirigida junto a Juliano Dornelles, que se presenta, fiel al estilo de los directores, como una parábola distópica sobre la historia sobre un pueblo perdido en el nordeste de Brasil, que sirve de dura crítica al contexto sociopolítico del país que se extiende, además, como un reflejo de gran parte de la actualidad que vive Latinoamérica. Si bien “Bacurau” no es un pueblo que exista en la realidad, ese pueblo desolado en donde nos sitúa el guion -en un futuro cercano aunque impreciso-, en esa zona ubicada bien al norte del país -más precisamente la denominada sertao, una región semiárida de difícil acceso-, podría ser tan real como cualquier otro del resto del país. Y es así como ese territorio imaginario planteado por los directores y guionistas del filme se presenta como una geografía en donde reinan las diferencias de clase, la inequidad y la deshumanización de las ciudadanos, que son el caldo de cultivo propicio para que se genere esa violencia que busca liberarse en un contexto de desoladora opresión y sin salida. Personajes que luchan cotidianamente contra la escasez de los recursos naturales tan básicos como el agua (se sabe que el Alcalde dentro de sus negociados ha autorizado el bloqueo de la represa) , contra las carencias de todo tipo (en la escena inicial una enfermera lleva vacunas desde la ciudad porque de otra forma nadie tendría acceso a ellas) y fundamentalmente contra la desidia de los políticos de turno, que sólo recuerdan esos lugares alejados del mapa en los momentos previos a las elecciones, en sus campañas electorales. Allí aparecerán las donaciones: camiones que descargan libros como si fueren pilas de cascotes para una construcción, donaciones de remedios y alimentos vencidos hace varios meses, situaciones vergonzosas a las que se sumarán unos extraños negociados con “turistas” extranjeros. Kleber Mendonça y Dornelles inician la historia, presentando no sólo la naturaleza salvaje de la geografía sino que nos presentan este pueblo en un momento muy particular: presenciaremos el día del entierro de Carmelita, una anciana matrona que ha impuesto su figura matriarcal y que fue una de las piezas fundamentales de la lucha contra los avances de un imperialismo voraz. En esta primera parte, la mirada se concentra en los detalles y, en esa procesión al cementerio iremos conociendo a algunos de los diferentes personajes, sus particularidades, sus costumbres, su dolor, sus necesidades: nos vamos sumergiendo dentro de ese pueblo con calles completamente desoladas, que pareciese casi deshabitado, fantasmático. Pero lo que comienza como una película realista, con esa radiografía de un pueblo olvidado en el mapa, muta e irrumpe con una asombrosa mezcla de géneros –y habrá que dejarse llevar por este “experimento” que construyen los directores-. Va desde el cine político (una dura crítica al actual gobierno de Bolsonaro es una lectura casi obligada, entre las tantas otras que propone con su mirada marcadamente social) a la ciencia ficción, del cine negro hasta animarse a jugar con elementos del gore, del drama al western, sin tenerle miedo a apostar al riesgo y visitar los extremos. Esa aparente pasividad del pueblo se rompe por completo en cuanto se presentan extraños sucesos: el pueblo comienza a desaparecer de los mapas, aparecen extranjeros desconocidos montados en opulentas motos, sobrevuelan objetos que parecen una extraña cruza entre ovnis y drones, el pueblo queda completamente incomunicado y la muerte comienza a presentarse en forma mucho más tangible. A la masacre de una granja en los alrededores se suma una extraña proliferación de féretros por las inhóspitas calles del pueblo y estos elementos diversos les permiten a Kleber Mendonça y Dornelles enraízar esa idea de un ataque / invasión exterior, esa amenaza omnipresente del colonialismo, flotando siempre en el aire. “Bacurau” en su formato de western moderno –aunque ya fue apuntado que este eléctrico trabajo imposibilita formalmente la idea de encasillarlo en algún género en particular-, referencia al “cangaço”, un movimiento de bandoleros de finales de siglo XIX y principios de siglo XX que atacaba principalmente a los terratenientes de esa zona y de esta forma, divide a sus personajes en dos grupos bien diferenciados. Por un lado encontramos al actor alemán Udo Kier al mando de un grupo de forasteros invasores armados hasta los dientes, una célula racista y aniquiladora que parece tener como objetivo hacer desaparecer a todo el pueblo. Por el otro, tomando la posta que dejó vacante la pérdida de Carmelita, aparece la Doctora Domingas (otra fuerte e impactante caracterización de Sonia Braga) quien junto con Lunga (Silvero Pereira), jefe de una banda de marginados que se encuentra prófugo, se opondrán ferozmente al avance de este grupo invasor dispuesto a dar rienda suelta a una verdadera cacería humana. La lisérgica “Bacurau” se ha convertido en un verdadero fenómeno cultural a partir de su estreno, casi como un ícono de la resistencia al régimen de Bolsonaro y del proceso que atraviesa actualmente no solamente Brasil sino toda la región. Al alzarse con el Premio del Jurado en el último Festival de Cannes, no solamente ha reforzado el prestigio que Kleber Mendonça merece y ya había cimentado con “Aquarius” sino que además ha logrado cruzar en su país de origen, la barrera de los 700 mil espectadores, todo un récord para una película de corte independiente. Aún con una extensión que supera la dos horas y que no la favorece, la experiencia de la hibridación de géneros, la profunda mirada de denuncia de los directores sobre las clases sociales, la crueldad de la escoria política y su inmoralidad, el abandono de los ciudadanos sometidos al olvido social y cultural y la mordacidad desplegada en la mirada a los opresores de un pueblo indefenso –que es “vendido” al mejor postor mediante el servilismo político- sumado al fuerte riesgo estético que asumen los directores, hacen que para el inicio de este 2020, “Bacurau” inaugure con la vara muy alta, la temporada de estrenos internacionales. POR QUE SI: “Lo que comienza como una película realista, con esa radiografía de un pueblo olvidado en el mapa, muta e irrumpe con una asombrosa mezcla de géneros”
En sus dos trabajos anteriores, desconocidos en nuestro país –“Alex” y “Coup d’Eclat”- el realizador José Alcalá ya había instalado una mirada muy particular sobre el universo femenino, sus deseos, sus motivaciones y también esa necesidad de encontrar el propio lugar en el mundo, alejándose lo más posible de los mandatos y las convenciones. Siempre las protagonistas de sus films son mujeres atravesando un fuerte punto de inflexión y el caso de “Nosotros Tres” no es la excepción sólo que en esta oportunidad la propuesta se construye en tono de comedia, no solamente haciendo foco en Simone (Catherine Frot, ganadora del premio César a la mejor actriz por su inolvidable composición en “Marguerite” y a quien vimos en “El reencuentro” junto a Catherine Deneuve, “Odette” y “7 años de Matrimonio” o “La cocinera del presidente”) sino que también pone la lupa en los vínculos familiares y la relaciones personales que giran alrededor de esta mujer que quiere liberarse. Simone vive en una pequeña casa en un pueblito en el sur de Francia junto a su marido, el antiguo mecánico del pueblo Gilbert (Daniel Auteuil) atravesando serios problemas financieros desde que se han jubilado, con lo cual la situación económica en su presente, no es justamente la mejor. Exactamente en la vereda de enfrente vive Etienne (Bernard Le Coq) un viejo amigo de la pareja que roto con el aburrimiento de los 35 años de matrimonio de Simone y han pasado a ser amantes, dándole esos momentos de pasión y de ternura que parecen haber desaparecido por completo cuando está con el cascarrabias de Gilbert. Aunque con ciertas pinceladas que hacen un poco difícil construir la historia desde algún verosímil, Simone decide tomar las riendas de su vida y no conformarse con ninguno de sus dos amores, buscando su propia libertad y “pateando el tablero” de forma tal que la vida de estos dos hombres comienza a experimentar un fuerte desequilibrio. Ahí es donde la mirada de Alcalá gana un poco más de fuerza, cuando muestra ese efecto dominó que genera Simone con sus decisiones. El problema que presenta la historia, más allá de un tono sumamente naïf para resolver casi todo lo que plantea; es que acumula una diversidad de temas sin poder desarrollar a ninguno de ellos con el arco dramático que la historia necesitaba, agolpando en sus noventa minutos demasiados lugares comunes y clichés propios del género. Situaciones que a cualquier mortal le llevarían un buen tiempo de terapia, los personajes de “Nosotros Tres” las resuelven de una escena a la otra, con una liviandad pasmosa. Es una verdadera pena que con tres actores que funcionan y se vinculan muy bien desde el trío protagónico, el guion no haya podido hacer foco en una historia de personajes que han pasado los sesenta, historias que son poco habituales de ver en el cine, predominantemente invadido por jóvenes y millenials que parecen no tener ni padres ni abuelos. Pasada la presentación, la historia hará foco en Gilbert, a quien el tiempo lo ha vuelvo hosco, huraño, poco demostrativo, y se verá enfrentado de un minuto a otro, a la crianza de su nieto. La historia acumula al arquetipo de la mujer sojuzgada que desea liberarse, la conocida receta del cascarrabias que comienza a sensibilizarse a partir de ponerse en contacto con un niño, aparecerán viejos rencores familiares y algunos mensajes sobre la amistad y la fidelidad: no sólo esa fidelidad de pareja que intenta presentar con una mirada “revolucionaria” sino la capacidad de ser fiel a uno mismo y tratar de cumplir los sueños por más tarde que parezca. El guion, como si tuviese poco con todos los temas que fue abriendo, seguirá subrayando mediante situaciones secundarias y personajes que aparecen brevemente en pantalla, su marcada voluntad de mostrar el amor en los tiempos que corren. No solamente proclamará el poliamor que incluso deberán aceptar hasta las mentes más cerradas y esquemáticas, sino que veremos un aire de inclusión y diversidad que suena algo impostado, subestimando al espectador que ya había comprendido –sin necesidad de recargar las tintas- el sentido de la propuesta. Si bien esta mezcla de comedia agridulce presenta marcados problemas en cuanto al ensamble de las líneas que pretenden plantear el guion sin lograr profundizar prácticamente en ninguna de ellas, por el otro lado, tiene un fuerte apoyo en sus tres protagonistas, que son destacados actores de la pantalla francesa y que sacan provecho a sus papeles, humanizando a sus personajes tanto en sus pulsiones como en sus propias contradicciones. Catherine Frot está radiante como Simone destilando sensualidad y disfrutando de esa nueva libertad que se propone. Daniel Auteil, en un papel de poca exigencia comparado a otros roles en su carrera, trata de lucirse en los momentos más amargos del filme que en los de comedia. Por el contrario, Bernard Le Coq se luce más en los pasos de comedia donde se impone con su elegancia y sus dotes de bon vivant. “Nosotros Tres” (traducción demasiado libre de su título original “Qui m’aime, me suive” / “Quien me quiera, que me siga…” que alude mucho mejor a lo que la historia propone-) es una comedia liviana que si bien presenta un cierto fresco social y la problemática de cierto grupo etario, solo sobrevuela esa temática livianamente aunque se detiene con mucha ternura y calidez en el universo de las relaciones familiares en donde todo, tarde o temprano, se reacomoda para bien de todos sus integrantes. POR QUE NO: «Comedia liviana que si bien presenta un cierto fresco social y la problemática de cierto grupo etario, solo sobrevuela esa temática livianamente»
Así como en diversas producciones vamos viendo cómo se modifica la participación de los personajes femeninos en ciertos ámbitos y han comenzado a procurarse un nuevo lugar y hasta generar un nuevo lenguaje cinematográfico a partir de este empoderamiento y los vientos de cambio que se viven en la actualidad, en “LA BOTERA” su directora, Sabrina Blanco, en ese mismo sentido, logra trazar un relato adolescente completamente en las antípodas de los estereotipos de cualquier película “coming of age”. El relato está centrado en Tati (un maravilloso trabajo de Nicole Rivadero que carga con el peso de la película sobre sus espaldas) una adolescente que vive en la Isla Maciel y que transita con varios problemas este momento en donde ha dejado de ser niña y debe comenzar a transitar los primeros pasos en la construcción de su rol de mujer. Tati parece no poder encontrar un lugar en donde sentirse a gusto: problemas en el vínculo con su padre –en donde ella parece tener que ser la madre de su propio padre, marcándole ciertos compromisos y obligaciones que él sistemáticamente elude y él tiene una fuerte imposibilidad de comprenderla-, en el manejo de sus estudios –al inicio de la película vemos una secuencia donde una maestra intenta orientarla y aconsejarla dentro de su dispersión-, pero fundamentalmente con serios problemas para relacionarse con sus pares que la excluyen fuertemente del grupo de amigos. La cámara sensible de Blanco va “persiguiendo” a nuestra protagonista, de forma tal de ir adentrándonos en cada uno de los detalles de su vida privada, en donde iremos descubriendo un despertar sexual que será todo un camino de aprendizaje, entre ensayo y error, sumado a su necesidad de buscar una figura materna, de contención, que la encuentra en cierto modo, en la mujer a cargo del merendero en donde Tati colabora. Pero lo único que quizás tenga claro en este momento de tanta hostilidad que siente del entorno para con ella, es su fuerte deseo de ser botera en las aguas del Riachuelo –trayecto que cruza de la Isla Maciel al barrio de La Boca-, a pesar de todas las recriminaciones y advertencias de su padre. Varios son los puntos salientes de esta ópera prima de Sabrina Blanco en donde no cae en ninguno de los lugares comunes en los que se suele representar a la marginalidad o a las clases más carenciadas. Blanco no solamente apunta con ciertos guiños a la fuerte y dura carencia económica (falta de trabajo, la presencia del merendero comunitario allí en esos espacios donde la figura del Estado aparece como ausente, problemas con la asistencia médica en los hospitales, etc.) sino que se apoya fundamentalmente en la carencia emocional por la que Tati debe atravesar, sin una figura de contención ni un espacio donde pueda sentirse integrada. Aparece como única figura amigable dentro de su entorno, su amigo Kevin, pero exceptuando algunos diálogos con él, el resto de los vínculos y hasta la propia geografía parece plantearse como un especio complejo, lleno de agresividad, intolerancia y exclusión. Ahí justamente es donde el guion de la propia Blanco evita sistemáticamente el subrayado o el golpe bajo y construye, contrariamente a lo que se muestra habitualmente, una historia a pura sensibilidad, con una gran honestidad y simpleza, mostrando los momentos cotidianos de Tati con una mirada amorosa, compasiva y comprensiva de su delicada situación. De esa necesidad de crecer, de desarrollarse, de ir por sus pequeños sueños en un ambiente completamente adverso que parece hacerla, justamente valga la paradoja, remar contra la corriente. “LA BOTERA” se nutre de un interesante elenco de no actores para dar vida a los personajes de la película y generando automáticamente una profunda sensación de empatía que brota de ese naturalismo con el que van desarrollándose las escenas. Con ese bote como metáfora que puede generar un sinfín de interpretaciones, Tati quiere en cierto modo llegar a la otra orilla, dar el salto, crecer. Y no se doblegará en cumplir su sueño, aun cuando la figura del botero se encuentre reservada no solamente dentro de un espacio masculino sino que para alguien de mucha más edad que ella, sumado a que es un trabajo completamente en vías de extinción. De esta manera Blanco duplica la apuesta y genera un espacio de ruptura, completamente diferente para los roles femeninos que suelen mostrarse en otros productos del cine nacional. El guión opta por mostrar mujeres decididas a ocupar su espacio, a tomar decisiones y sacar los problemas adelante, en una representación que plantea una diferencia frente al típico esquema de mujer de clase baja sufriente y presa de las circunstancias. Lo más valioso de la historia de Blanco es el oxígeno que le otorga a sus personajes para que desplieguen sus alas y puedan crecer y llegar, de alguna forma, a esa otra orilla que tanto anhelan.
Hace mucho tiempo, en una galaxia lejana, muy lejana, cada estreno de una película de estas que hoy se consideran tanques hollywoodenses, era una pequeña fiesta. Había que esperar varios meses para que un gran éxito llegara a nuestro país. Era una época dorada donde Lavalle era la calle de los cines y un sábado a la noche era imposible conseguir una sola entrada si no se compraba con la suficiente anticipación. Los cines se llenaban no solamente en la platea sino todo el pullman e inclusive algunos contaban con superpullman, con largas filas circundando todas las escaleras. Por suerte, Lavalle era (y lo sigue siendo…) peatonal, porque era imposible atravesarla en la hora pico en donde todos los espectadores intentaban incorporarse a las largas filas frente a cada uno de los cines, mientras una muchedumbre intentaba, a su vez, salir de las funciones que terminaban. En ese contexto de esplendor de la pantalla grande (ahora interpelado por la piratería, el streaming y tantas otras opciones de ver “cine” en casa o en la propia compu o cualquier otro dispositivo) somos muchos los que pudimos encontrarnos con la creación de un director hasta entonces prácticamente desconocido –sólo había presentado “American Graffitti”-, George Lucas. En 1977, Lucas revoluciona absolutamente el mundo del cine con una de las sagas más famosas de toda la historia del séptimo arte que ha logrado atravesar varias generaciones y tener un innumerable grupo de fanáticos alrededor del mundo. Así, subiendo varios pisos, en el superpullman del cine “ALFA”, uno de los emblemáticos cines de aquella calle Lavalle, en uno de esos multitudinarios sábados a la noche, pude ver en pantalla grande “LA GUERRA DE LAS GALAXIAS”, este ícono del cine que después sería revisitado una y otra vez cuando saliesen sus secuelas y cuando el cine de barrio la pasara en doble programa con algún otro estreno del momento. Allí estaban unos jovencísimos Harrison Ford, Mark Hamill y Carrie Fisher en los personajes que los marcarían a fuego en sus carreras y en el reparto aparecían, entre otros, dos estrellas de la talla de Sir Alec Guiness y Peter Cushing. Mucha, muchísima agua bajo el puente ha pasado en esta galaxia, tanto como que aquel adolescente ávido de cine de super acción ha devenido en un señor maduro, con más de medio siglo encima y esta saga, que en principio se había presentado como una trilogía, ha atravesado unas cuántas entregas más, llegando ahora a la cartelera lo que se presenta como el capítulo de cierre de la historia, la novena película de la franquicia: “STAR WARS: El ascenso de Skywalker”. El terceto protagonista Hamill – Ford – Fisher, pasa la posta a otro trío que componen Ray (un excelente acierto de casting al haber elegido a la carismática Daisy Ridley para este papel), Poe (Oscar Isaac) y Finn (John Boyega, también conocido por su trabajo en “Pacific Rim” y algunas series televisivas). Fundamentalmente en lo que acierta J. J. Abrams, es en recuperar el tono de la trilogía inicial y dotar a este último capítulo de la saga no solamente de una estética y un diseño de arte notable, sino también de un ritmo que no decae en ningún momento, luego de la presentación inicial de los personajes, hasta un final a pura batalla. Durante casi dos horas y media de película, Abrams demuestra que tiene oficio, que sabe lo que hace y conduce una historia que tiene todos los elementos que tanto los fans como el público en general esperan de una película de la franquicia: hay humor, hay comedia, hay drama, romance, persecuciones, batallas, efectos especiales, aparece también el drama en los conflictos que se presentan y en la ética y la moral de cada uno de los personajes, pero por sobre todo hay nostalgia en abundantes dosis. Abrams hace aparecer no solamente a los tres protagonistas icónicos (aunque quizás haya un poco de abuso en la utilización de la Leia diseñada digitalmente) sino que también aparecen otros personajes emblemáticos de los diferentes momentos de la saga que ya nos interpela a la emoción y el recuerdo desde la secuencia de títulos iniciales en donde nos permitimos sumergirnos en un universo que ya forma parte de la memoria colectiva de varias generaciones. Sumado a esto, aparecen grandes hallazgos en los nuevos personajes que presenta este episodio –a R2D2, C3PO y BB8 se le suma un nuevo integrante de la troupe de robots- y un necesario aggionarse a los tiempos que corren con un mensaje -algo obvio- si se analiza la diferencia de lo que han logrado las figuras femeninas a lo largo de toda la saga, llegando en este último tramo a un protagonismo central, presentándose como figuras fuertes y de poder dentro del rol que presentan cada uno de los personajes. El bien y el mal, la oscuridad que habita dentro de cada uno, el lugar que uno ocupa dentro de una estructura familiar y el peso de los antepasados, vuelven a ser los grandes temas de la saga, con un peso fuerte e insoslayable sobre la figura del padre y sus mandatos ancestrales. Todo eso vuelve a estar presente una vez más en este último capítulo, deconstruido y redefinido acorde a estos nuevos tiempos, pero el espíritu de la saga está intalterablemente presente y no solamente en su temática y su apego a las fuentes, sino también en la galería de personajes secundarios que recorre “STAR WARS: EL ASCENSO DE SKYWALKER” en donde se percibe el gran homenaje, el sentido de resumen y la apelación absoluta a la nostalgia y a repasar el tránsito de estos más de cuarenta años que han transcurrido desde que Lucas presentase por primera vez a todos sus personajes. Otro de los grandes aciertos de esta última entrega es la combinación de la épica con la historia de amor de los dos “héroes”, opuestos que se atraen, que generan una impactante tensión y una gran química en pantalla con el Kylo Ren de Adam Driver (nuevamente en un gran trabajo), y el mencionado gran acierto de casting que significa Daisy Ridley en el rol de Ray. No hay mucho más para decir, mucho más para analizar que no sea invitar a que cada uno que en algún momento haya visto algunas de las entregas de la saga, se deje llevar por ese espíritu que nos mueve el cine, por ese niño interior que se despierta cuando las luces se van apagando y disfrutar de más de dos horas en una galaxia muy muy muy lejana donde los Jedi seguirán buscando la fuerza e impartir la luz frente a tanta oscuridad.
El documental puede construirse también como un espacio de reflexión, de planteos, de dejar fluir algunas de las hipótesis que se pretenden poner a prueba para que del diálogo entre el director, los testimonios y el público, puedan surgir algunas de las conclusiones o de las respuestas que se buscan. El trabajo de Amparo González Aguilar en “Malamadre” ayuda a repensar el espacio de la maternidad, frecuentemente tan teñido de idealizaciones y de pensamientos color de rosa; intentando abordarlo desde una forma más real y alejada de todos los estereotipos, para este proceso que se presenta lleno de inesperadas contradicciones, aunque esté socialmente visto como un momento de plena felicidad y realización. Aparecen los miedos, la culpa, la realidad que contrasta con esas ilusiones previas al momento de ser madres y el enfrentarse a la complejidad con la que se presenta esta nueva etapa, mucho más alá de los propios deseos. De esta forma, González Aguilar, gracias a la variedad de testimonios que ha logrado reunir, conforma un caleidoscopio nutrido por la pluralidad de voces y vivencias que reflexionarán alrededor de esta temática. Algunas de ellas lo hacen desde la simpleza absoluta y con un tono directo y espontáneo, otras, con voces más reflexivas y más elaboradas, con una militancia y un pensamiento formado que aportan desde otros ámbitos y suman a lo que la directora quiere presentar y poner en crisis. ¿Qué es ser una buena madre? Es la pregunta disparadora para que cada mujer, cada madre, comience a desplegar sus vivencias en torno a la maternidad, marcando, desde un primer momento, la clara diferencia entre ser madre y tener un hijo. Básicamente se destaca ese amor incondicional que aparece en este vínculo para toda la vida y muchos casos reflexionan sobre el sentido de la elección, ese deseo planificado que permite, de alguna manera tomar conciencia de que este nuevo ser viene a nacer a través de los padres para poder hacer su trabajo en la vida, subrayando el marcado compromiso y la necesidad de entrega que aparece en este tránsito. González Aguilar completa la potencia de los testimonios con algunos fragmentos que se sirven de las técnicas del teatro negro para poder representar lo que se está contando y también será una voz activa dentro del documental en tanto participe ya sea desde la voz en off, ya sea desde el testimonio junto a sus hijos de la construcción de este colectivo de voces que plantea “Malamadre”. En ese momento, como sucede en algunos tantos otros documentales, la directora no puede desprenderse de sus propias vivencias para dejar que solamente el ojo de su cámara plantee su punto de vista. Como si no confiase en la potencia de los testimonios que disparan cada una de las historias elegidas, refuerza sobre su propia historia, dispersando la fuerza narrativa lograda con las mujeres entrevistadas. En ese momento, se pierde el tono intimista y reflexivo para ir a un relato más narcisista, más catártico, similar a lo que sucedía con “Desmadre” de Sabrina Farj o, en menor medida, en “Mi hist(e)ria en el cine” de María Victoria Menis, donde comienza a teñirse de la anécdota familiar personal y se encapsula en lo individual un relato que pretendía –y lo logra cuando escapa de lo egoico- ser colectivo y mucho más abarcativo que la mera instancia propia. Inclusive, la presencia de sus hijos reflexionando forzadamente sobre cuestiones que corresponden al terreno adulto, aparece como una decisión desacertada que genera una completa fractura en el tono con el que se hilvanaba el documental, exponiendo a los menores a opinar y tomar partido sobre temáticas que claramente no pertenecen a su mundo infantil, borrando los límites de roles y espacios, con una sobreinterpretación que no suena armónica con el resto de la propuesta. Se rescatan, sin embargo, algunos otros testimonios que permitirán hablar de muchos temas relacionados con el eje central, que comienzan a abrir interesantes espacios de reflexión que sería imposible abordarlos a todos ellos en un solo filme. Es así como también aparece el tema de la violencia frente a la cesárea y el “negocio” que se construye a partir de ello, la soledad de algunas de las mujeres en el proceso de crianza en donde los padres han desaparecido o son figuras completamente ausentes, el abandono y un sensible testimonio sobre el proceso de adopción, que marca en cierto modo, un abordaje de la maternidad desde otro lugar. González Aguilar expone claramente esa fuerte contradicción entre la presión de los mandatos sociales a comportarse como una “buena madre” respecto al ideal a alcanzar, frente a la falta de contención que esa misma sociedad presenta, cuando las va expulsando invisiblemente de los espacios laborales, de las instituciones educativas, de la vida social en general. “Malamadre” logra entonces atravesar los mandatos, demoler algunos de ellos y permitir un necesario espacio de reflexión sobre el tema. POR QUE SÍ: «La directora completa la potencia de los testimonios con algunos fragmentos que se sirven de las técnicas del teatro negro para poder representar lo que se está contando»
Hace unas pocas semanas se estrenó “Reporte Clasificado” con Adam Driver, Annette Bening y Jon Ham, un sólido drama basado en hechos reales en torno a una investigación propulsada desde el senado, sobre los casos en los que la CIA aplicó violentos mecanismos de tortura en hechos posteriores a los ataques del 11 de Septiembre. Si bien su historia, las implicancias del tema que develaba y el elenco hacían que el producto funcionase a la perfección, pasó por la cartelera sin pena ni gloria, quizás por su excesivo localismo en la temática que proponía. Un filme difícil de seguir en cuanto a que sobreabundan las explicaciones y los diálogos para poder ponernos a tono con la normativa vigente, los vericuetos internos y con todos los sucesos acontecidos, los que hacen que por momentos se torne sumamente discursiva –aún sin perder la tensión y el ritmo que logra sostener-, demasiado enciclopédica.
Rian Johnson, después de dirigir filmes de géneros tan diferentes como “Los Estafadores – The Brothers Bloom” con Adrien Brody y Rachel Weisz, la notable “Looper: Asesinos del futuro” y recientemente, uno de los capítulos de la saga de Star Wars con “Star Wars: Los últimos Jedi”, se pone no sólo detrás de la cámara sino a cargo de guion para dar vida a una comedia de suspenso como “ENTRE NAVAJAS Y SECRETOS”, que se presenta como una nueva vuelta de tuerca al clásico “whodunit” (Quien lo hizo?). Todos los elementos están puestos al servicio de que la receta funcione perfectamente y Johnson es muy hábil como para distribuir las piezas del rompecabezas y seguir ese mecanismo de relojería que remite al mejor estilo de Agatha Christie, en donde una serie de personajes se encuentran atrapados en un lugar cerrado, se comete un asesinato y cada uno de ellos tiene suficientes motivos como para ser el perfecto asesino. Dejando de lado la flema inglesa que le imprimía la legendaria Christie a todos sus personajes, Johnson apuesta a un estilo más cercano a la comedia, con algunos momentos de situaciones disparatadas que hacen pensar a otra referencia más contemporánea como “Clue - Los siete sospechosos”, aquel divertido filme con guion de John Landis basado en el juego de mesa homónimo. En el centro de la historia aparece Harlan Thrombey, un famoso escritor de novelas de misterio y dueño de una importante fortuna, quien reúne a toda su familia en su imponente mansión para festejar todos juntos su cumpleaños número 85. Pero al día siguiente, aparecerá muerto en su habitación y todo parece indicar que aparentemente se ha suicidado. Rápidamente llegará la policía para comenzar a investigar el caso y junto con ellos, acudirá el investigador Benoit Blanc (a cargo de Daniel Craig) quien comenzará a entrevistar a cada uno de los miembros de la familia dentro de la mansión, en ese típico procedimiento que dentro del cine y la literatura referencia inevitablemente al infalible Hércules Poirot, el detective que ha protagonizado 33 novelas de Agatha Christie y más de 50 relatos cortos que lo han convertido en un perfecto ícono para este tipo de relatos y a quien Rian Johnson rinde un perfecto homenaje. Uno a uno iremos escuchando los testimonios de su hija Linda (Jaime Lee Curtis explotando cada arista de su personaje), que ha hecho una extensa carrera en el mercado inmobiliario avalada por su padre, pero que carga en sus espalda con el peso de un marido algo vividor (Don Johnson) y el bon vivant de su hijo Ransom (Chris Evans). Conoceremos también a su hijo Walter (Michael Shannon, a cargo quizás de un papel menos sobresaliente) que concurre al cumpleaños con su esposa y su hijo adolescente y también está presente Joni, su nuera (Toni Collette), viuda de su tercer hijo que sigue en contacto con la familia y asiste con su hija, la nieta de Harlan, Meg (Katherine Langford a quien vimos en la serie “13 reasons why”). Una de las piezas fundamentales que completan el cuadro y que se encuentra fuertemente involucrada es su enfermera Marta (Ana de Armas, a quien vimos en “Blade Runner 2049” y a quien pronto veremos en “No time to die”, la última producción de la saga de James Bond), que fue la última que lo ha visto con vida cuando subió a su habitación para darle la medicación. No solamente será una pieza fundamental dentro de la historia por lo que suceda a partir de esa dosis de medicación sino que su papel dejará al descubierto la ostensible diferencia de clases que se plantean a partir de este personaje (quien además tiene una importante diferencia de edad con Harlan y de quien los hijos presumen que puede haber habido algún íntimo flirt) y los lazos familiares más convencionales, que hacen que la frase de “te queremos como si fueses de la familia” pase a ser, sencillamente, una de las sentencias más irónicas dentro de la historia. En esa lucha de poder, toda la familia comenzará a dividirse y a apartarse del duelo para interesarse fundamentalmente en el testamento que dividirá entre ellos la fortuna que ha amasado este magnate dentro de la industria editorial, con la publicación de sus propios libros. Poco a poco y con mucha inteligencia y destreza, el guion de Johnson va develando las motivaciones que tiene cada uno de los personajes para ser el potencial asesino de Harlan: aparecen, tangencialmente, la presencia de los pecados capitales y descubriremos que dentro de la mansión aparecerán rápidamente la avaricia, la ira, hay soberbia, un toque de lujuria y por sobre todo, la envidia atraviesa notablemente a más de uno de los asistentes. Dos piezas fundamentales como el excelente manejo de los flashbacks y de los diferentes puntos de vista que irán reconstruyéndose en los interrogatorios, serán las que nos permitan como espectadores, ir completando ese rompecabezas propuesto dentro del tablero del juego que el guion irá desplegando a través de los momentos claves que tengan cada uno de los personajes dentro de la historia. Indudablemente “ENTRE NAVAJAS Y SECRETOS” no solamente es sólida desde el entramado de sus historias internas, sino que las actuaciones de un elenco de estrellas soñado, permiten que cada uno de los personajes sea completamente creíble y tenga el peso necesario dentro de esa trama coral que plantea Johnson alrededor del asesinato. Tanto Jamie Lee Curtis como Toni Collette tienen momentos de especial lucimiento dentro del elenco femenino aunque son Don Johnson y Daniel Craig los que entregan composiciones mucho más complejas y que juegan permanentemente al filo del desborde, logrando la contención exacta para que sus criaturas luzcan verosímiles y reales. También sorprenden dentro del nivel de excelencia que logra el elenco, la dupla más joven a cargo de Ana de Armas y Chris Evans y la desopilante participación de K Callan (recordada por “American Gigolo” “Un toque de distinción” o como la madre de Superman en la versión televisiva de “Lois & Clark” en plenos ’90). Lo único que puede objetarse es una extensión de más de dos horas que no la favorece y que, dentro del esquema que propone, se apega demasiado en los clásicos del género que pretende homenajear, y el intento de modernizar y versionar la propuesta, se logra sólo parcialmente: Johnson incluye mucho más humor y acierta en algunos tonos novedosos en los diálogos y sobre todo en la construcción de los personajes adolescentes de la familia, que escapan a las convenciones del género y le permiten despegar de la receta clásica. “ENTRE NAVAJAS Y SECRETOS” es un producto brillante que reúne a un gran elenco pero que, de todos modos, no termina de tomar nuevos riesgos para crear una versión que se apoye en los grandes clásicos pero que presente innovaciones profundas para poder relanzar el género acorde a los tiempos que corren.
Aparentemente, hay una fórmula en Hollywood que necesita seguir refritándose una y otra vez y que, en apariencia, no quiere dejar de dar sus buenos dividendos. En algún punto, parece que ya se ha formado casi un subgénero dentro de la comedia familiar donde un “tipo duro” deberá lidiar con uno, varios o una pandilla de niños despertando, finalmente, su costado más tierno. En algún momento fue el turno de Arnold Schwarzenegger con “Kindergarten Cop” y luego, un conjunto de comedias de ese estilo convirtieron a Dwayne Johnson no solo en un actor convocado para películas de acción sino que con “Entrenando a papá” “Hada por accidente” y su participación en la franquicia de “Jumanji” le dieron la posibilidad de ganarse un lugar de privilegio dentro de este tipo de comedias para toda la familia. Aparentemente, ahora es el turno de buscarle un sucesor de The Rock y el elegido parece ser John Cena, un musculoso luchador profesional que ha conseguido una innumerable cantidad de títulos internacionales y récords de todo tipo en la liga de lucha libre WWE pero que a juzgar por algunas participaciones en películas como “Guerra de papás”, algunas de las saga de “Rápido y Furioso” o “Bumblebee” tiene ahora su primer gran protagónico... por así decirlo! En este nueva comedia personifica a un jefe de un particular cuartel de bomberos y podrá de esta forma, demostrar su total falta de carisma para encarar este tipo de roles. Cena personifica a Jake Carson quien, junto a su equipo, acude a salvar en un incendio forestal de una cabaña, a tres hermanos que se hallaban solos en la casa. Dado un serio problema que hubo con los caminos, complicado más todavía por temas meteorológicos, los tres menores tendrán que quedar a su cargo hasta tanto sus padres acudan al rescate. Carson tendrá que lidiar con las travesuras de los tres rebeldes e inquietos visitantes dentro del cuartel, sin demasiado respeto a los límites que se imponen y buscará la ayuda de sus asistentes (insípidos papeles para Keegan- Michael Key, John Leguizamo y Tyler Mane –otro ex luchador que aquí encarna a “Hacha”) mientras que él intenta aplicar para un ascenso en su cargo y recibirá la sorpresiva visita de su Supervisor para evaluarlo para el nuevo puesto, en el momento menos pensado (o menos oportuno, para que el pretendido ritmo de comedia, tenga sentido). Esta producción de Nickelodeon Movies, si bien apunta a la comedia familiar lo hace de una forma obvia, básica y con gags que no surten ningún efecto, completamente fuera de timing junto con actores que parecen estar en un set televisivo, en una comedia de bajo presupuesto y se enfrentan con la poca sagacidad que tiene el guion para plantear algunas situaciones que presumen de divertidas. Para completar el desastre, el guion deberá ocuparse también de construir alrededor de Cena, una pequeña trama romántica, que teniendo en cuenta que no está protagonizada por quinceañeros, tiene momentos en donde es imposible no sentir vergüenza ajena con las situaciones planteadas. Increíblemente, una actriz de una interesante trayectoria como Judy Greer (“Jurassic World” “Tomorrowland” “Ant Man” “Los Descendientes” y la última versión de “Halloween”) ha aceptado este papel en donde la chatura del texto la hace jugar escenas que no sólo no le permiten el menor lucimiento sino que suenan completamente inverosímiles y parecen destinadas a un show de TV mediocre más que a un producto cinematográfico. Nada parece causar gracia porque todo lo que se propone no solamente es previsible, sino que además se hace un mal uso de pequeños chistes escatológicos que pierden gracia por el enorme subrayado o de situaciones donde el estilo de actuación que se ha marcado parece de una caricatura permanente, como si nadie se estuviese tomando en serio lo que sucede en la película. Líneas de diálogo y situaciones completamente imposibles, chistes viejos y caídos en desuso varias generaciones atrás, un ritmo moroso que se complementa con actores parados en el medio de las escenas sin saber demasiado qué hacer, completan el paisaje de un verdadero desatino en todos los rubros. El guion de Dan Ewen y Matthew Libermand, no deja, sobre el tramo final, de recargar las tintas en la sensiblería y en el corazón de todos y cada uno de los personajes (incluso también Dennis Haysbert, de “Sin City” “La Torre Oscura” o “Fuego contra Fuego”, otra presencia difícil de entender dentro de este pastiche) donde aparecerá el infaltable mensaje final sobre el sentido de la familia y cómo estos días con la presencia de los tres niños dentro del cuartel, han modificado sustancialmente los sentimientos del duro Carson. Capítulo aparte, justamente para la actuación de los tres menores (sobre todo la hermana mayor a cargo de Brianna Hildebrand –de “Deadpool-) que no escapan de ese registro plagado de lugares comunes, actuaciones melosamente irritantes con niños prodigio que recitan el libreto como en el acto de preescolar: cero espontaneidad y la peor combinación. Terminada la proyección (junto con unos bloopers que se pasan junto con los títulos que son los únicos que pueden llegar a despertar alguna mínima sonrisa) nos queda flotando esa pregunta que a cualquier cinéfilo lo tiene en vilo. Nos preguntamos cómo este tipo de productos llegan a estrenarse comercialmente en nuestro país mientras no solamente el cine de autor ya no tiene espacio en nuestras pantallas, sino que una gran cantidad de comedias y películas familiares pasan inadvertidas directamente a la oferta de streaming para que alguna recomendación en algún sitio amigo, las rescate del olvido, mientras que a productos totalmente fallidos como “JUGANDO CON FUEGO” se les da la posibilidad de un estreno en salas comerciales. El reino del revés.
Luego de dos largometrajes documentales, Maura Delpero hace su debut en el terreno de la ficción con “Hogar”, película que la encuentra no solamente detrás de la cámara sino también en la firma del guion. Filmada en un convento religioso de Rafael Calzada, la historia se desarrolla enteramente puertas adentro de una institución religiosa en donde se brinda refugio y ayuda a madres adolescentes, que, junto con sus hijos, no tienen un lugar para vivir y se detiene particularmente en el vínculo de dos compañeras de cuarto, Luciana y Fátima. Lo que en apariencia es una historia simple de amistad y convivencia, en manos del guion de Delpero, empieza a operar en diferentes capas narrativas, develando ciertas temáticas mucho más profundas que se van desplegando a medida que avanza la trama. El “ Hogar ” del título opera como refugio, como contención para algunas de estas jóvenes, mientras que otras se sienten atrapadas como si el hogar operase como una cárcel de la que cuentan los días para poder salir. Algunas de ellas aceptarán las reglas de juego que imponen las monjas, con su mirada estricta y su anacronismo, mientras que para otras, todo lo que se impone representará el propio desafío para revelarse contra el sistema. Estos dos puntos de vista tan dicotómicos se muestran justamente en una tensión permanente que funciona para que Delpero pueda mostrar a través de ellos, estas dos miradas opuestas sobre una misma vivencia. Mientras que Fátima espera su segundo hijo y el hecho de acatar las reglas la hace sentir parte de este espacio y le da la seguridad y el cobijo que ella necesita, Luciana será la que esté en un enfrentamiento permanente, en su puja entre la necesidad de contar con un lugar donde vivir pero al mismo tiempo, tener que ajustarse a un sistema del que se rebela en forma permanente: ella quiere salir y encontrarse con su novio, tiene ganas de disfrutar de su libertad, de escapar. Un elemento más comienza a tensionar el vínculo entre las dos amigas: es la llegada de Sor Paola (Lydia Liberman) que luego de asentarse en el convento, tendrá una relación muy particular con Nina, la hija de Luciana. De esta forma y muy lentamente, Delpero profundiza en forma serena pero asertiva, sobre la temática de la maternidad fuera de toda idealización y planteando el ejercicio de este rol, aún con las limitaciones que se pueden presentarse en cada una de las situaciones. Ciertas líneas secundarias del relato permitirán asimismo instalar sin ningún tipo de subrayados temas como la violencia de género, la soledad de las madres jóvenes/adolescentes con parejas completamente ausentes y familias sin posibilidades de darle la mínima contención y un Estado que parece no poder atender las necesidades que se terminan cubriendo en otros ámbitos que pueden no ser los ideales para que estas mujeres puedan comenzar a trazar nuevos andamiajes para una vida diferente. Atravesando el relato en forma diagonal, aparecerá la religiosidad, la culpa, el perdón, la obstrucción del deseo –que aparece en diversas capas del relato y en formas diferentes-, el encierro versus la libertad. “ Hogar ” tiene la particularidad de poder leerse entre líneas, de descubrir pequeños relatos dentro de una historia que los cobija armónicamente y cada espectador podrá decidir cuál de las historias tiene más preponderancia en su mirada. Como por ejemplo una escena en una fiesta que arman las propias jóvenes como posibilidad de diversión entre ellas, plantea cómo dentro de un hogar/refugio sienten la necesidad de organizar un espacio de “escape” para paliar esa sensación de encierro en el mismo lugar que paradojalmente les da refugio. Mientras que buscando esa bocanada de aire y de libertad, Luciana escapa dejando a su hija sola en el convento, será Sor Paola quien contenga a la pequeña Nina (Isabelle Cilia, simpática y espontánea) generándose una pulsión maternal que sorprenderá a la propia monja y será un punto de quiebre entre sus preceptos y el instinto que irrumpe aún en ese ambiente sofocante, en donde se percibe la dificultad de respirar de los personajes. Además de un cuidado trabajo en el diseño de arte y la fotografía, Delpero logra excelentes resultados en el manejo de su equipo actoral: a las consagradas Marta Lubos y Livia Fernán (como la Madre Superiora y Sor Pia) se suman Denise Carrizo como Fátima y Agustina Malale como Luciana, en dos trabajos donde con un registro natural y verosímil, logran transmitir intensamente la emocionalidad de sus personajes. Lidiya Liberman (a quien vimos en “Sangre de mi Sangre” de Marco Bellocchio) como Sor Paola, expresa desde su rostro y su gestualidad contenida, un verdadero universo de sensaciones que transmite desde un gesto o en una mirada. Dentro de la rígida estructura en ese espacio que oficia de hogar y que se transforma en jaula al mismo tiempo, aparecerá, de alguna forma, ese aire de libertad, esa sensación de plenitud, ese desafío al cambio que representa, algo tan mínimo pero tan emblemático como una toca que deje entrever esa audacia que significa un cabellera sin ataduras. POR QUÉ SÍ: «Tiene la particularidad de poder leerse entre líneas, de descubrir pequeños relatos dentro de una historia que los cobija armónicamente y cada espectador podrá decidir cuál de las historias tiene más preponderancia en su mirada»