Luego de su incursión en el cine infantil con su fresca y creativa “Natacha” basada en el personaje de Luis Pescetti, Eduardo Pinto vuelve al estilo que supo cultivar en sus filmes anteriores “Palermo Hollywood” y “Caño recortado” y sobre todo en la asfixiante negrura de “Corralón”, una de las películas que ha figurado en los listados de lo mejor del cine nacional 2017. En esta oportunidad, con “La sabiduría” vuelve con una narración provocativa y oscura, para contar la historia de tres amigas –que oscilan en los treinta y pico- que luego de una larga noche en una fiesta electrónica, emprenden viaje para pasar un fin de semana en el campo, escapando de la gran ciudad, y tomándose un tiempo para encontrar un espacio para ellas mismas. Es así como luego de un viaje en donde irán abundando algunos diálogos confesionales y complicidades internas, Mara (Sofía Gala Castiglione), Luz (Analìa Couceyro) y Tini (Paloma Contreras) llegan a “La Sabiduría”, la estancia que dará nombre al filme y que se convertirá en una verdadera pesadilla apenas avancen las horas y comiencen a desencadenarse ciertos sucesos. En principio, apenas llegan a lugar, parece no haber nadie que las reciba, hasta que finalmente se presenten los dos hermanos que regentean el campo: Américo (Diego Cremonesi) y Faustino (Lautaro Delgado en una composición que sobresale muy por encima de la media de un gran elenco) quienes las invitan a compartir un trago con ellos en el establo por la noche y al que ellas acceden en una mezcla de curiosidad, diversión e invitación al desborde. Lo que ellas desconocen es que esa invitación invoca a una ceremonia típicamente campestre, que entre peones, alcohol y otras bebidas, comenzará a transformarse en un ritual de crueldad que evoca a otras situaciones históricamente vividas en la geografía campestre y sin quererlo, iniciarán una escalada de violencia que se inicia con el abuso y la desaparición de una de las amigas. Todo se complicará aún más cuando intentado dar con el paradero de ella, busquen ayuda en el Comisario del pueblo (Juan Palomino) y básicamente en el dueño de la estancia (Daniel Fanego) disparando una verdadera persecución, un juego del gato y el ratón que va encaramándose hasta convertirse en una verdadera cacería humana. Uno de los problemas con los que debe lidiar “La sabiduría” es que el guion de Diego Fleischer (“Mujer Lobo” “Pompeya”), María Eugenia Marazzi y en el que ha colaborado el propio Pinto, no logra cohesionar armoniosamente todos los elementos que pretende incluir. Quizás en esa sobreabundancia, no pueda elegir un elemento preponderante y destacarlo, por lo que habrá momentos que remiten al típico cine slasher, algunos toques de ese subgénero que ha dado en llamarse “rape and revenge”, entrecruzado con una lectura sobre las aberraciones históricas sufridas por las generaciones anteriores en pleno campo argentino. En ese avasallamiento sobre los derechos de los indios, se refuerza más todavía la idea de las mujeres como centro de la agresión y de sometimiento en la historia argentina. Un lugar del que se puede partir para construir una nueva lectura, completamente diferente, a partir de un momento de particular empoderamiento que se vive en la actualidad, con el encuentro con un nuevo rol de la mujer y la globalización de los movimientos en favor de la igualdad y en contra todo tipo de abusos. Ese diálogo con la historia, esa conexión entre presente y pasado, se ilustra desde un dedicado trabajo de vestuario y un diseño de arte que muestra ciertas pinturas y detalles en la decoración de la estancia que permiten vincular fácilmente la idea del rol de la mujer a través de las diferentes épocas y como estas tres heroínas de una nueva era pueden reescribir la historia. Con un guion que dispara en diversas direcciones sin profundizar en ninguna de ellas, intentando abarcar varios géneros al mismo tiempo en una propuesta por momentos algo errática, Pinto desde la dirección marca con mucha más seguridad el rumbo de su historia. Como ya ha demostrado en sus trabajos anteriores, el virtuosismo que despliega con su cámara y el aprovechamiento de las locaciones y del espacio, hablan de un director que se sobrepone a estos desniveles planteados en el guion y elabora una propuesta con un ritmo que no decae en ningún momento y que no sólo se nutre de destacados rubros técnicos sino que Pinto demuestra tener una gran sensibilidad en la dirección de actores. En el trio protagónico las tres actrices tienen importantes momentos de lucimiento y Sofia Gala Castiglione demuestra una vez más una gran presencia en pantalla. Analia Couceyro pasa de momentos más livianos a los más fuertes de la película demostrando su gran ductilidad como actriz, y Paloma Contreras –quizás de las tres, quien tiene una menor presencia en pantalla- logra momentos de mucha potencia con un rostro que transmite la fuerza que necesita su personaje. Completan con muy buenos trabajos, un homogéneo equipo de actores en interesantes secundarios, entre los que se destacan el ya mencionado trabajo de Lautaro Delgado, Daniel Fanego y las breves intervenciones de Leonor Manso y Luis Ziembrowski. “La sabiduría” demuestra una gran destreza de Eduardo Pinto detrás de las cámaras quien quizás todavía no encontró ese gran guion que le permita filmar una de esas películas que dejen huella dentro del cine nacional. En el intento, de todos modos, sigue marcando un muy buen camino personal. POR QUE SI: «Pinto despliega virtuosismo con su cámara aprovechando locaciones y espacio»
Es imposible, para quienes hemos vivido esa algarabía única de recobrar la esperanza después de los oscuros y nefastos tiempos de la Dictadura, no emocionarse cuando volvemos a escuchar la potencia de esa voz inconfundible, el carisma que envolvía a la figura de quien nos trajo nuevamente esos vientos de la democracia en nuestro país en medio de una América Latina todavía sumida en múltiples gobiernos de facto. Volver a escuchar esos discursos que salían del alma, improvisados, sin ningún escrito a mano en la voz entrañable de Raúl Alfonsín, vale de por sí recorrer este trabajo documental de Juan Baldana y Christian Rémoli que llega este jueves a www.puentesdecine.com, dentro de la programación de su Cine Virtual, ciclo que abrió la semana pasada con el documental rosarino “CANELA, sólo se vive dos veces” (reseña en http://ludiconews.com.ar/soy-lo-que-soy-critica-canela-solo-se-vive-dos-veces/). El documental aborda la figura de Raúl Alfonsín dándole espacio a sus múltiples aristas: desfilarán el hombre, el padre, el joven militante, el Presidente, y el que figurará en la historia de nuestro país como una figura icónica de nuestro proceso democrático, aunque su retrato más íntimo y personal se desdibuja rápidamente para dar paso a su figura política, que tal como sostienen todos los testimonios es justamente una faceta indivisible de su persona y la pasión por la que ha luchado incansablemente hasta sus últimos días. Un país completamente esperanzado en un nuevo líder que fue acompañándolo a través de toda su campaña –en la que poco a poco fue haciendo resurgir a su partido, la Unión Cívica Radical- logra acompañarlo en su idea quimérica de reunir a su pueblo en la Avenida 9 de Julio, en donde logra convocar en aquel mítico encuentro a más de un millón de personas. Algo que seguramente no había soñado ese joven nacido en Chascomús, ahora padre de seis hijos que, según coinciden la totalidad de los testimonios volcados en el documental, ha sido un ejemplo de honestidad, valentía y reivindicación de los derechos populares. A lo largo de más de dos horas y media de duración, “RAUL, la democracia desde adentro” recorre a través de diversos testimonios –tanto de sus colaboradores, dirigentes cercanos y familiares como de los que lo enfrentaron en aquella década del ’80-, fotografías, notas, videos y material de archivo, la figura de Alfonsín definido por él mismo como “ni troskista ni gorila”, construyendo un completo y acertado retrato de una figura, a la que los testimonios del propio documental proponen como una de las más sobresalientes de la historia política del Siglo XX en nuestro país. Habiendo transcurrido más de treinta años desde aquel momento histórico del regreso a la democracia, el recorrido que traza este trabajo de Baldana y Rémoli permite, más allá de cualquier filiación política, poner en valor la figura de un político valiente como lo ha sido Raúl Alfonsín quien durante su gobierno, entre tantas otras cosas, crea la Secretaría de Derechos Humanos -que trabajó codo a codo con la CONADEP durante el Juicio a las Juntas-, que permitió investigar a fondo, todas las planificadas violaciones a los derechos humanos cometidas por la Dictadura, que podría resumirse en la inolvidable frase que quedará grabada a fuego de “NUNCA MAS”. El hombre que ya por aquellos tiempos hablaba de “economía de guerra” de “economía devastada”, que señalo la inmoralidad que vivía el país de que un hombre de trabajo no tuviese el dinero suficiente para llevar el pan a su mesa, que puso en jaque a los productores agropecuarios y que sostuvo que “no me importan los votos, me importa el futuro de nuestros hijos”, que se confesó movido por “una pasión argentina”, fue el mismo que tuvo el coraje y la entereza de no permitirle a Monseñor Medina en su homilía de hablar veladamente de coimas y negociados en el Gobierno ni a Ronald Reagan, en ocasión de su visita a la Casa Blanca, escuchar su contundente respuesta ante un cambio de discurso fuera de protocolo y quien se constituyó en el primer presidente argentino y latinoamericano en visitar a Fidel Castro en la Cuba post-bloqueo. También el que padeció una economía que no respondía como era esperado, quien implementó la poco exitosa reforma monetaria del plan Austral, el que enfrentó el copamiento del cuartel de La Tablada, el mismo que sufrió diversos paros sindicales –en la figura de Saúl Ubaldini quien viene a llenar esa falta de un partido opositor que pudiese cumplir acertadamente esa función- y quien en esas Pascuas que todos recuerdan, inmortalizó la frase de “la casa está en orden”, suceso que junto con la inmanejable hiperinflación, fueron marcando una salida anticipada de su gobierno y el traspaso del poder al partido Justicialista en la figura de su sucesor, Carlos Menem. Quizás dándole mayor prioridad a algunos temas dentro de su extensa duración (el momento dedicado a los Derechos Humanos sabe a poco a comparación con el dedicado pormenorizadamente a los hechos de La Tablada) y dejando de lado un retrato más íntimo y personal, “RAUL, la democracia desde adentro” se construye a través de una mirada coral compuesta por diversos testimonios que van conformando este perfil que es, a la vez, historia y homenaje a una de las figuras claves que nos permiten entender nuestra evolución política y la tensión vivida en ese momento tan particular para nuestra historia. Notable trabajo que nos permite, de esta forma, acercar la figura de Alfonsín a las nuevas generaciones y retomar, ese proceso de recuperación de un hombre que fue desplazado por otros ejes de poder y reivindicar su figura honesta, comprometida con su pueblo y que, a la vez, plantea la complejidad de la conducción política de un país en donde, a veces, las buenas intenciones no son suficientes para destruir los mecanismos enraizados y poder sacar a flote a un país completamente oprimido, ensangrentado y fragmentado. La inteligencia de la mirada de los directores es justamente pararse con un delicado equilibrio y ver tanto los logros como sus desaciertos, las luces y las sombras, su convicción sus ideales pero también su vulnerabilidad y volver a rearmar con virtudes y defectos, la figura de Raúl Alfonsín a quien muchos seguirán refiriendo como el padre de la democracia. POR QUE SI: «Pone en valor la figura de un político valiente»
Llega a esta edición del Festival de Cine de Mar del Plata, dentro de la Competencia Argentina y después de haber pasado por otros prestigiosos festivales como San Sebastián o Toronto, la ópera prima de Ana García Blaya “Las Buenas Intenciones” que con fuertes tintes biográficos, describe el vínculo de un padre con sus tres hijos, atravesando un proceso de separación. Si bien justamente el centro de la historia es la figura del padre, gran parte del relato girará en torno de la mirada de la hermana mayor de esos tres hermanos, que corren diferente suerte en manos de un padre recientemente divorciado que hace lo que puede –con notorios desaciertos y múltiples desprolijidades en su comportamiento- para poder criarlos en los momentos en que comparten la convivencia y el cotidiano, en su régimen de visitas. Uno de los pilares fundamentales de “ Las Buenas Intenciones”, es que se permite ahondar en una temática que no es tan frecuente dentro del cine y darle de esta manera una voz, una entidad y una relevancia al rol que cumple el padre en la crianza, muchas veces menospreciado o poco tenido en cuenta. Lo interesante de la construcción que hace García Blaya de la figura del padre es que no lo presenta como una figura perfecta ni con la que fácilmente el espectador pueda empatizar en todas las situaciones: se vuelca, por el contrario, por mostrar todas sus imposibilidades, sus contradicciones, sus zonas más endebles, lo muestra vulnerable y querible a la vez, y allí, lejos de cualquier idealización, es donde el relato gana cuerpo. Esta paternidad activa que muchas veces se choca con la mirada sesgada y prejuiciosa de un punto de vista materno que impone -sin quererlo- otros prototipos, que debe lidiar en muchas ocasiones con los estereotipos que marca la sociedad como “obligatorios”, con las dudas y opiniones tendenciosas a la hora de ver a un padre desarrollar, con las herramientas con las que cuenta, la tarea de crianza. La directora pone toda la emocionalidad en juego y pasea sus recuerdos a la orden de tejer una historia completamente narrada desde lo afectivo y lo personal. E indudablemente, al poner los condimentos de su historia propia, ha hecho que las situaciones que plantea el guion suenen tan creíbles y tan naturales y ganen intimidad. Ese padre es Gustavo (Javier Drolas), que no sabe cómo hacer pie entre su trabajo –tiene una disquería junto con un amigo-, su desordenada vida privada que se parece más a la de un adolescente tardío que a la de un padre de familia y la crianza de sus hijos que por momentos desequilibran más aún, la precariedad de su universo. La mirada absolutamente amorosa de García Blaya hace reflexionar, en un contexto donde nada se presenta como certezas reveladas, si es más valioso un padre que cumple con todos los mandatos y lo que se espera de él, que a vista de los demás da un cierta seguridad y un cierto orden, o aquel que pone el corazón en lo que hace –aun con una catarata de errores e irresponsabilidades- y que llega directo a cada uno de sus hijos como dador de afecto, de contención y de ese amor que pasa de corazón a corazón, más allá de cumplir con ciertas convenciones que en su rol, se imponen. Ante diversos problemas económicos, la madre con su nueva pareja (Jazmín Stuart y una breve pero constructiva participación de Juan Minujín) decidirán irse a vivir a Paraguay y acompañaremos tanto a Gustavo, como a su hija mayor Amanda, a tomar decisiones fundamentales frente a ese gran cambio. La química perfecta de Drolas con Amanda Minujín -en el rol de la hermana mayor- potencia toda la sensibilidad del relato y entablan una complicidad y una armonía que no siempre es fácil de lograr en la pantalla con tanta espontaneidad. Con la emocionalidad a flor de piel “Las Buenas Intenciones” cierra su relato con esas grabaciones, fotos, recuerdos, VHS de los que solemos servirnos para transportarnos a otras épocas, regalándonos un entrañable retrato familiar teñido de una dulce melancolía. POR QUE SI: «La directora pone toda la emocionalidad en juego y pasea sus recuerdos a la orden de tejer una historia completamente narrada desde lo afectivo y lo personal».
Después de una vasta carrera en la dirección de algunos capítulos de importantes series de televisión, Paul Feig hizo su debut cinematográfico con una comedia políticamente incorrecta que llamó la atención de la crítica, del público y logró, incluso, una nominación al Oscar como mejor guion original. Esa gran comedia fue “Bridemaids – Damas en Guerra”, una notable carta de presentación a la que le sucedieron las irregulares “Ghostbusters” y “Un simple favor”, a la búsqueda de un estilo que Feig no pudo definir. Si quedaba alguna duda de su trayectoria, aparece ahora dentro del típico tándem de películas navideñas, su último trabajo “LAST CHRISTMAS: otra oportunidad para amar”, una edulcorada comedia romántica, propia de las recetas navideñas y de los productos pre-elaborados que suelen ofrecerse para estos momentos del año. En este caso, la protagonista es Kate (en realidad Katarina, proveniente de una familia Yugoeslava radicada en Londres), una descarriada joven que no encuentra dónde hacer pie en su propia vida. Por un lado está intentando triunfar en su carrera como actriz, tratando de conseguir un papel en alguna comedia musical del West End londinense, ama cantar y quisiera demostrarlo en alguna de las audiciones a las que asiste sin ningún éxito. Por el otro, la vemos deambular de casa en casa, recurriendo a alguna ayuda de los amigos, hasta que finalmente sin un lugar dónde poder pasar la noche, deberá volver al hogar familiar luego de su itinerante periplo. Adicionalmente, a pesar de tener que cuidarse por un tema médico, Kate no escatima ni el alcohol, ni la comida chatarra, ni los encuentros sexuales ocasionales, ni el hecho de dormir poco y mal: un combo absolutamente negativo para su salud, tema que no parece preocuparla demasiado. Trabaja como vendedora disfrazada de elfo en una tienda de adornos navideños regenteada por “Santa” (Michelle Yeoh de “Crazy Rich Asians” lejos, uno de los mayores aciertos de la película y a los que el guion le regala una deliciosas líneas de diálogo) y será allí donde conozca a Tom, un misterioso caballero que aparece y desaparece constantemente en su vida, que la seduce sobre todo cuando pasean juntos y le hace descubrir el lado más oculto de la ciudad, mostrándole esos recovecos y escondites por fuera de los típicos rincones turísticos y que prácticamente nadie conoce. Todo demuestra que Kate se ha vuelto un ser egoísta, ombligocéntrico y muy poco empático con los demás. Esa quizás sea la tarea de Tom cuando llegue a su vida: ayudarla para que poco a poco logre transformarse en un ser más solidario y conectado con los otros, entre otras cosas, cuando la haga descubrir el centro de caridad con el que él colabora. Basado en una historia escrita por Emma Thompson (quien se ha guardado para sí el rol de Petra, la mamá de Kate, un personaje absolutamente delicioso que le permite ser quien más se luzca dentro del elenco) y Greg Wise, el guion no trata de evitar en ningún momento la catarata de lugares comunes por los que atraviesa y tampoco se esmera por disimular la arquetípica receta que sigue sin salirse ni por un segundo del molde. El humor más mordaz e irónico que había aparecido en el cine de Feig con la mencionada “Bridesmaids” y también en “Spy”, con Melissa McCarthy, en este caso brilla absolutamente por su ausencia y quizás sea ese justamente, el objetivo de este tipo de productos, una comedia con un humor más familiar y sin riesgos. El eje de todos modos ya no es el humor, como en los otros casos, sino que Feig apunta a la comedia romántica centrada en estos “opuestos que se atraen”, en ese vínculo romántico que se inicia entre Kate y Tom e indudablemente en este momento tendremos la seguridad de que algo no está funcionando completamente: los roles secundarios parecen sobresalir y ser más atractivos que la pareja protagónica, la que sólo en algunos contados momentos logra el verosímil y la química necesaria para que la historia de amor funcione en pantalla. Henry Golding (quien junto a Yeoh también había compartido el éxito de “Crazy Rich Asians”) parece ser una pieza más dispuesta como estrategia de marketing para seducir una parte del mercado oriental que de un verdadero trabajo de cast. De todos modos, “LAST CHRISTMAS: otra oportunidad para amar” cumple dignamente con su cometido y sobre el final, con un giro que da (casi) inesperadamente, veremos que su trabajo se fue ajustando a lo que la historia necesitaba y logra una calidez y una presencia en la pantalla que resulta funcional a la película. En el rol de Kate aparece una de las estrella de “Game of Thrones”, Emilia Clarke, que es un carnaval de gesticulaciones y mohines, malinterpretando completamente lo que se espera de una heroína de comedia romántica. Lejos, muy lejos, de las que en su momento se transformaron en íconos de la comedia romántica americana como Julia Roberts, Cameron Diaz, Meg Ryan o mismo de sus más contemporáneas Rachel Mc Adams o Emma Stone, Clarke luce afectada, sobreactuada, haciendo un esfuerzo por agradar y caer simpática en su papel cuando en realidad su manera de abordar el personaje lo hace caricaturesco y superficial, con poca profundidad. Es verdad, inclusive, que la pobre Clarke tiene en sus manos una historia que tampoco le brinda un gran material para su lucimiento, más allá de un par de escenas simpáticas. Por el resto, tendrá que lidiar con personajes de manual dentro de su familia: una madre sobreprotectora, un padre que se ha dejado ganar por la sombra de su esposa, una hermana lesbiana –temática que cae muy bien en estos tiempos- que es el prototipo de la rigidez y para ser inclusivos no solamente aparecen en el elenco actores orientales sino que la pareja de su hermana es negra, así cubrimos todos los arquetipos y dejamos a todos los sectores del público relativamente contentos. Un puñado de hermosas canciones de George Michael dan marco a esta historia de amor navideño que si en algún momento ha intentado desbancar a algunos de los grandes íconos del género como “Realmente Amor”, no será justamente recordada más que como un simpático entretenimiento, noble y bien hecho, pero totalmente carente de novedad.
“CIEGOS” es el primer trabajo de ficción de Fernando Zuber, quien ya contaba con una importante trayectoria dentro del terreno del documental –con un largometraje y con trabajos televisivos como “Fotos” y “Mejor hablar de ciertas cosas”-, escrito por Leonel D’Agostino (guionista de “Porno para Principiantes” “Nieve Negra” y “Caida del cielo” entre otras) y Diego Fleischer (“Clementina”). D’Agostino y Fleischer construyen un relato que va sedimentando en diferentes capas, trabajado desde la sutileza y dejando que, de a poco, vayamos entrando en la historia, que se presenta intencionalmente con escasa información, que se irá ampliando a medida que transcurra el filme. Por un lado “CIEGOS” se puede leer como una historia vincular: un padre ciego y su hijo, tienen que volver a la casa familiar tras la muerte de la madre de Marco, la abuela de Juan. La manera en que estas dos almas se relacionan es claramente particular: si bien todos en algún momento comenzamos a ser padres de nuestros propios padres, Juan asume ese rol muy precozmente. Con sus trece años debe intentar aprender a vivir con su propia libertad, pero está siempre presente el peso y la atadura de tener que ser el lazarillo de su propio padre, de sostener esa fuerte necesidad que tiene Marco de contar con él en forma permanente. Aun con una figura paterna fuerte y presente, es una relación que se construye sobre la base de un cierto desbalance. Marco presenta una evidente vulnerabilidad que lo debilita frente a su hijo y lo hace depender de él completamente –al menos durante esta estadía en la casa familiar-, sintiéndose tentado a controlar permanentemente los actos de Juan, en una actitud lindante con la castración. En ese mundo de oscuridad e incertidumbre en donde Marco debe moverse, aparecerán como otras de las capas del relato, ciertos problemas que se presentan respecto de los temas relativos a la herencia: unos papeles que quedan en manos de su hermano (una breve pero más que acertada aparición de Luis Ziembrowski) y que, a simple vista, parecen claramente destinados a desaparecer. La ceguera agiganta esa fragilidad que presenta Marco para lidiar con este tema y aumenta la figura aparentemente abusiva de su hermano que no es claro frente a esta situación en el manejo de la documentación. En medio de esa tensión que aparece entre los hermanos, Juan debe tomar ciertas decisiones sin saber en definitiva dónde pararse, abriendo una nueva capa entre las múltiples lecturas que nos propone “CIEGOS” como espectadores. Juan está iniciando además una etapa de auto descubrimiento, no sólo en su despertar sexual sino en el tema de poder desplegar sus propias alas, de sostener a su padre pero también de poder abrirse su propio camino. Y es allí, en esa estadía en la casa de su abuela, donde en las salidas con su primo aparece el cigarrillo, el alcohol, algo de lo prohibido se pone en juego y aparecen también muy presentes el placer y el deseo, también encarnados en la figura de una amiga del grupo que parece atraerlo fuertemente. Para completar el rompecabezas, algo del pasado emergerá, ineludiblemente, en la figura de un vecino que aporta un objeto fundamental dentro de la historia. De este modo, Juan descubrirá un secreto familiar que desconocía y las piezas, entonces, se irán reacomodando de otra manera, dando otro nuevo sentido a ese encuentro dentro de esa casa familiar. Uno de los mayores méritos de “CIEGOS” es que el guion trabaja todos estos temas sin ningún tipo de subrayados ni diálogos que (sobre)expliquen ninguno de los acontecimientos. Zuber apuesta en cambio, a una cámara que esté pendiente de los detalles, de los gestos de sus protagonistas y del silencio compartido, que a través de las acciones y las diferentes situaciones, se vayan desplegando los conflictos y las tensiones entre los personajes, sin necesidad de explicitarlo con demasiadas palabras. Pero también cuenta, además de ese guion trabajado artesanal e inteligentemente, con dos excepcionales trabajos a cargo de Marcelo Subiotto y Benicio Mutti Spinetta. Con este trabajo, Subiotto (con participaciones en “La luz incidente” “El bosque de los perros” “Familia Sumergida” y las recientes “La Deuda” y “La afinadora de árboles”) vuelve a reforzar la idea de que es uno de los mejores actores de su generación y se reencuentra con Ziembrowski con quien han hecho un magistral trabajo teatral dirigidos por Daniel Veronese, “Encuentros breves con hombres repulsivos”, de lo mejor de la presente temporada. Benicio Mutti Spinetta construye a su Juan con absoluta naturalidad y la simbiosis que presenta con Subiotto es intensa, cuidada, completamente verosímil. “CIEGOS”, si bien presenta diferentes entramados por donde abordarla con diferentes cuestiones y temáticas, coincide en presentarlas a todas ellas con una mirada sensible, comprensiva para con sus personajes y contenedora. Logra retratar sin estridencias, un momento de grandes cambios: más notables para ese futuro que construye Juan y más calmos pero no menos importantes para un encuentro con su pasado, en la historia de Marco. POR QUÉ SI: «Zuber apuesta a una cámara que esté pendiente de los detalles, de los gestos de sus protagonistas y del silencio compartido»
Los hermanos Doron Paz y Yoev Paz (¿the Paz Brothers, serían?) vuelven sobre la leyenda de uno de los seres más ancestrales de la religión judía y así en “GOLEM: la leyenda” abordan la figura de ese mito creado desde el barro para la protección del pueblo judío. Si bien el GOLEM sigue teniendo una fuerte presencia dentro de la cultura judía y toda vez que se cita al folclore medieval, no ha sido una de las presencias más trabajadas en la literatura o en el cine contemporáneo, con lo cual, a primer vista este rescate de su figura para esta producción israelí, tiene tintes interesantes. De todos modos, se torna un poco complejo intentar abarcar el espíritu de esta producción frente a una reseña, porque precisamente los hermanos Paz desde la dirección y sobre todo Ariel Cohen desde el guion, trabajan en diversas direcciones sin definir cuál es el género al que apunta la historia, lo cual, en principio, no es una debilidad de la película pero si deja una sensación de no tener claro el género que quiere trabajar y el tono en el que inscriben su película.
El segundo trabajo de Mariano González, ha recientemente participado como una de las tres propuestas nacionales que se encontraban en Competencia Internacional en el Festival de Cine de Mar del Plata. Justamente, González había presentado en ese mismo Festival su ópera prima “Los Globos” en la Sección de Competencia Argentina, tres años atrás. Con este antecedente se estrena ahora en el circuito comercial, “EL CUIDADO DE LOS OTROS” donde González ya comienza a perfilarse como uno de los directores de cine nacional con un estilo y temática propia. En éste, su segundo filme, vuelve sobre su tono austero y seco y trabaja la temática de los vínculos entre el mundo adulto y el mundo infantil y en este caso, más tangencialmente también aborda el tema de la paternidad / maternidad. Luisa (Sofía Gala Castiglione) tiene dos trabajos: reparte su tiempo en un taller de réplicas de cerámicas donde trabaja con su novio y para poder mejorar su endeble situación económica, completa sus ingresos como babysitter, cuidando a Felipe. González sabe mostrar sin ninguna estridencia como un hecho fortuito puede cambiar la vida en un instante: un problema con una puerta que deja “encerrada” a Luisa sin poder acceder al departamento sumado a que luego su novio la visita en el departamento son dos momentos en los que ella ha perdido el control en el cuidado de Felipe. Es por esto que cuando el menor sufra un episodio crítico que desemboca en una internación determinada por una fuerte intoxicación, los padres de Felipe (otros muy buenos trabajos de Laura Paredes y Edgardo Castro) culparán a Luisa de la delicada situación que se encuentra atravesando su hijo. Aparecerán la culpa y la desesperación como importantes motores en Luisa, se instalan la duda y la desazón y fundamentalmente esa sensación que tiene de no estar segura de lo que pasa, de no entender cómo se van desencadenando los hechos. El guion nos pone del mismo lado de la protagonista pero no justamente para compartir una mirada cómplice con ella sino para acompañarla en su angustia y en la tensión que este hecho genera, sin tener más elementos y encontrándonos en la misma trama de incertidumbres, al no saber precisamente qué es lo que ha sucedido. González (quien también se reserva el papel del novio de la protagonista, cumpliendo sus tres roles como director, guionista y actor) maneja ese clima opresivo y angustiante en donde Luisa es abruptamente separada de Felipe, cortándose ese lazo de afecto que los unía más allá de la inmediata pérdida del vínculo laboral. Se rompe de esta manera ese único vínculo amoroso que plantea el director dentro de sus personajes, que por fuera de esto, parecen manejarse lacónicamente y donde prácticamente no hay contacto físico. Con un registro que puede remitir al cine de los hermanos Dardenne (el uso de la cámara en mano que no suelta a la protagonista ni un instante y que de esta forma nos permite acompañar a Luisa en su derrotero personal, se emparenta al del personaje de Marion Cotillard en “Dos días, una noche”), la trama se propone reflexionar fuertemente sobre la vulnerabilidad, nuestras responsabilidades, las implicancias de una cadena de hechos contingentes en donde cada uno impone su propia mirada cargada de prejuicios y de sobreentendidos. Tal como sucedía, de alguna manera, en “La Cacería” de Vinterberg, nuestra heroína ya queda sentenciada por los hechos, sin importar demasiado aquello que verdaderamente haya sucedido: condenada por una familia que la expulsa de su trabajo y rompe abruptamente toda la relación de afecto que ella tenía para con Felipe. En un rol complejo, Sofía Gala Castiglione aprovecha un excelente y absoluto personaje protagónico excluyente, para confirmarse como una de las mejores actrices de su generación, brindando una composición absolutamente medida y que transmite todos los estados por los que atraviesa el personaje, siendo el puntal fundamental para que “EL CUIDADO DE LOS OTROS” logre el impacto y la desesperación que genera con ese clima de permanente incertidumbre.
“EL HOMBRE DEL FUTURO” tiene, fundamentalmente, todos los méritos que suelen tener aquellas óperas primas que tienen claro lo que quieren contar. En este primer trabajo de Felipe Ríos se conjugan la madurez, la sensibilidad y una mirada despojada de cualquier artificio, que justamente suelen asomarse en estos primeros trabajos que tanto llaman la atención y que así lo confirma su paso exitoso por los diferentes festivales en donde se ha ido presentando, ganando el Premio Especial del Jurado en el Festival de Karlovy Vary y con muy buena repercusión en el Festival Internacional de Mar del Plata y en el SANFIC –Santiago, Chile. La historia tiene su centro en Michelsen (José Soza), un camionero de oficio, solitario, que ha recorrido durante toda su vida la zona más austral de Chile. Ahora le asignan su último viaje, en el cual llegará hasta Villa O’Higgins como destino final y será el viaje que signifique el escalón previo a una jubilación forzada a la que ha sido obligado, casi inesperadamente. Con lo cual, este último viaje es el último pero en más de un sentido, donde se ha presente más que nunca el juego de palabras que puede entablarse con el título del film. A medida que Michelsen emprende este viaje, construye, sin saberlo, intuitivamente, su propia mirada hacia el futuro, completamente incierto e imprevisible. Pero, en las antípodas del relato, aparece Elena (Antonia Giesen) quien también emprende su propio viaje, yendo hacia una pelea de box bastante decisiva en l etapa en la que se encuentra en su carrera profesional. Si bien ambos viajan hacia el sur, cada uno de ellos lo hace con motivaciones y en contextos completamente diferentes y la trama se encargará de entrecruzar estos cuando justamente Elena suba a un camión pidiendo ayuda, que la acerquen a la próxima ciudad y un compañero de ruta de su padre entable ese potencial contacto, haciendo de puente invisible para con su pasado. Un encuentro revelador, y aunque no lo supiesen, muy deseado por ambos –aun con sus diferentes motivos y preocupaciones-. Un encuentro que busca resignificar ese vínculo padre-hija y que a su vez, fortalece las raíces con la propia historia y sus propios ancestros, tal como se muestra en una reveladora escena en el cementerio donde van a visitar la tumba del padre de Michelsen, abuelo de Elena. El sentido de viaje también puede encontrarse en la búsqueda y la construcción de la propia identidad como motivación de cambio, de poder comprender el sentido del lugar que se ocupa en el presente, entendiendo también el origen y jugando con la temporalidad que propone el título. La ópera prima de Ríos gana en esos climas tan cercanos a un cine como el que impuso a principios de los 2000, Carlos Sorín con sus “Historias Mínimas” o “El Perro”. Ese cine que busca refugio y encuentra acogida en estas pequeñas historias que quizás no se expresan en ampulosos diálogos ni grandes giros del guion, sino en los pequeños detalles y en encontrar historias de vida en personajes que se asemejen más a nuestro cotidiano. En ese mismo tono, esta propuesta de Felipe Ríos si bien no propone algo novedoso porque es una estructura ya visitada por otros jóvenes cineastas en otras producciones, encuentra eco tanto en una exquisita fotografía como en esa potencia que enmarca las dos silenciosas pero contundentes actuaciones a cargo de Soza y Giesen que se amalgaman en una química perfecta para lo que la historia les demanda. Ese hombre de pocas palabras llegar a revelar en un breve diálogo todo lo que le ha sucedido en su vida, lo que significó su trabajo y lo que significó para él esta particular forma de paternidad ausente. Del otro lado, casi asombrada, o sin poder procesarlo tanto como ella creía, una hija que obviamente hubiese necesitado otro modelo de padre, pero que puede tomar lo que él hoy le ofrece, con vistas a una nueva construcción de ahora en adelante, con la mirada puesta en el futuro. Ríos apuesta a una construcción silenciosa más que a grandes diálogos, a tratar de encontrar en una gestualidad contenida aquello que se quiere comunicar, trata de poner en la fuerza de sus imágenes todo lo que significó para cada uno de ellos esta historia de una distancia, de un tiempo que ya pasó y lo que podrán hacer de ahora en adelante, con miras hacia el futuro que pueden empezar a construir juntos. En ese momento es quizás donde “EL HOMBRE DEL FUTURO” se quede sin demasiado más para aportar que lo ya contado y que cada uno de los espectadores pueda seguir pensando qué destino le quiere dar a los personajes. Para cumplir con esto, se aparta fuertemente de cualquier sensación idílica, de cualquier estereotipo de los happy endings hollywoodenses y construye un cierre quieto, como todo el resto de su película, amparado en ese paisaje que al mismo tiempo que contiene, expulsa.
Es difícil abordar el último trabajo de Paula Hernández desde una sola perspectiva. Si bien la realizadora desde su ópera prima “Herencia” (2001) ha construido siempre retratos con mujeres como fuertes protagonistas –desde incluso hace casi veinte años donde el cine no les daba estos roles tan preponderantes como ha ido apareciendo en los últimos tiempos-, que luego ratificó con sus trabajos en “Lluvia” y “Un Amor”, ahora en “LOS SONAMBULOS” no solamente dos mujeres son el centro del relato, sino que incorpora la mirada de un entorno familiar preponderantemente masculino y las diferentes tensiones que surgen dentro del seno de una familia, con motivo de una típica reunión de fin de año. En la casa quinta de Meme (Marilú Marini) y justamente teniendo como excusa los festejos de la llegada de un nuevo año, se reunirán sus tres hijos (Luis Ziembrowski, Daniel Hendler, Valeria Lois), cada uno acompañado de su familia. Emilio (Ziembrowski) llega junto a su esposa (Érica Rivas) y su hija adolescente Ana (Ornella D’Elia), Sergio (Hendler) va con los hijos de su segundo matrimonio, tras una aparente separación dado que todo el tiempo estará presenta la figura de “la mamá de los chicos” como un personaje más dentro del entramado familiar e Inés (Valeria Lois), única hija mujer de la familia quien va con su bebé, instalándose dentro de la trama la decisión que ha tomado de ser madre (con todo lo que eso implica a nivel familiar) y de haber querido tener un bebé sola. Las tensiones no tardan en aparecer y siempre las reuniones familiares le han dado material, tanto al cine como el teatro, con un amplio abanico que va desde el ritmo de comedia como en “Feriados en Familia” de Jodie Foster o Wes Anderson con “Los Excéntricos Tenenbaums” hasta abordar tintes más dramáticos como “Agosto: Condado de Osage”, la icónica “La Celebración” de Vinterberg o la que puede emparentarse más con el tono que propone Hernández para este relato, que es la española “Las Furias” de Miguel del Arco. De este modo, se instalan con facilidad temas neurálgicos que en todo grupo familiar parecen estar presentes: los celos, los mecanismos de poder, la disputa del amor maternal, el cumplimiento de los mandatos familiares, la crianza de los hijos -que se plantea tan disímil entre cada uno de los hermanos- , los recuerdos, las cuentas pendientes y los rencores, que hacen el ambiente propicio para que aparezcan los conflictos y las rivalidades. El guion de la propia directora, presenta cada uno de estos temas sutilmente, a través de respuestas disparadas en los diálogos o con ciertos detalles que va introduciendo en la puesta en escena, que responde perfectamente a un relato coral en donde cada uno de los personajes tiene un desarrollo y su propio lucimiento. La figura matriarcal de Meme, dirigiendo todos los hilos de poder entre sus hijos, marcando notoriamente las diferencias –en su incansable tarea del “divide y reinarás”- y sentenciando sobre cada uno de sus actos encuentra una fuerte oposición en Luisa (Rivas) que marca la diferencia de no pertenecer a esa familia más que en un vínculo político. Luisa debe lidiar con la tensión que le genera el acompañamiento a su propia hija adolescente que está pasando por el tránsito de su desarrollo y su descubrimiento sexual, situación que la tiene preocupada, como así también el tema del sonambulismo que parece haber heredado de la familia de su padre. Un elemento adicional enciende la chispa para que la pareja que viene a buscar algunos días de calma (que parecen hacerle mucha falta), encuentre aun, un mayor desequilibrio: Meme planea vender la casa familiar y el único que se encuentra en desacuerdo con esa idea es Emilio, quien se quiere hacer completamente cargo de la casona, con todo el esfuerzo –no sólo económico- que ello implica con el particular agravante que no lo ha consensuado previamente con su esposa quien queda completamente desdibujada frente a esta situación. Sobre esta línea, Hernández instala subyacente, el tema de una familia reinada por las decisiones de los hombres, que a su vez están subordinados a un aparente poder matriarcal pero que raspando un poco las cáscaras. Meme parece ser claramente la continuadora de una línea fuertemente masculina y digna sucesora de su marido, recientemente fallecido: basta sólo ver cómo descalifica a su propia hija y cómo desautoriza permanentemente a su nuera frente a su propio marido y frente a su hija adolescente, para mostrar en pequeños hechos, su poder despótico y sus manejos de dinero para plantear diferencias. A la situación ya de por sí, de delicado equilibrio, aporta un elemento discordante más, la llegada de Alejo, el hijo mayor de Sergio que ha regresado hace poco al país y de cuyo pasado, de acuerdo a lo que vamos rearmando en ciertas conversaciones familiares, no tenemos las mejores referencias. Alejo instalará fuertemente una tensión sexual con Luisa y comenzará a despertar el deseo en Ana generando una nueva capa dentro del relato, mucho más espesa, con ribetes de sordidez y violencia que el ojo de Hernández maneja sin subrayados pero sin dejar librado a sobreentendidos, para desatar un epílogo realmente antológico. No solamente los diálogos y la situaciones que planta el guion están resultas con una mirada que se instala en la filmografía de Paula Hernández como una bisagra para sus nuevos trabajos sino que además se vuelve a mostrar como una solvente directora de actores. Los trabajos de Érica Rivas y Marilú Marini son de una precisión que los hacen enteramente disfrutables, aun en sus facetas más oscuras y están excelentemente acompañadas por un notable Ziembrowski y los trabajos de Lois y Hendler que son sumamente funcionales a lo que propone la trama. Ornella D’Elia como Ana, asume un importante rol protagónico que implica una gran exigencia y que logra sortear con solvencia, aún con ciertas observaciones, para un personaje complejo y con sus típicas contradicciones adolescentes a flor de piel. Injustamente ignorada a la hora de las premiaciones en el último Festival Internacional de Cine de Mar del Plata, “LOS SONAMBULOS” es una de las mejores propuestas de cine nacional del año con una mirada diferente a una temática actual, encarada con sobriedad y madurez.
Después de su ópera prima “Antes”, Daniel Gimelberg cambia completamente de registro para volcarse al ritmo de una comedia por momentos, disparatada, pero con un fuerte sostén en un tema de suma actualidad, muy poco abordado por el cine y mucho menos por el cine nacional. Gimelberg se anima a tratar con mucho humor el tema de una pareja gay, Martín y Leonardo que se plantean el hecho de ser padres. Pasados los diez años de convivencia pareciera ser que ambos se han planteado objetivos diferentes. Mientras Leonardo (Rafael Spregelburd, en un tono de comedia bastante alejado a sus composiciones más frecuentes) románticamente le propone casamiento, Martín (Diego Gentile) confiesa su deseo de ser padre, de tener un hijo. Sin perder el tono de comedia en ningún momento, el guion del propio Gimelberg junto a Andi Nachon arremete contra un tema con aristas tan controversiales como es el proceso de adopción en nuestro país. Un proceso de por sí complicado, burocrático, lleno de trabas y limitaciones con esperas de hasta diez años de acuerdo al caso, y negociaciones que padecen los padres para poder ver cumplido su sueño de formar una familia –los tiempos se acortan cuando se adoptan hermanos, niños más grandes o que cuentan con problemas de salud-, situación que se ve doblemente sesgada cuando hay una mirada social que pesa, en forma diferente, sobre las adopciones monoparentales o las que son encaradas por parejas homosexuales. Presentando a los personajes centrales como opuestos que se atraen, por un lado está Leonardo, un productor agropecuario que deberá lidiar en este proceso con fantasmas de su propia historia dado que él mismo ha sido un hijo adoptivo y que se muestra como el más pragmático y estructurado dentro de la pareja. Por el otro, Martín, un carismático conductor televisivo de un exitoso programa de entretenimientos con una veta más sensible, más relacionado con el ambiente artístico, quien aprovechará, en cierto modo, su popularidad y el lugar que ocupa en la pantalla para poder llegar a cumplir con su objetivo y su deseo, sin perder el delicado equilibrio que debe sostener con su exposición, su perfil público y su propia ética personal dentro del de una figura que está construida a puro rating. “LOS ADOPTANTES” podría dividirse claramente en dos partes. Una primera, en donde presentan a nuestros protagonistas y junto con ellos una interesante galería de personajes secundarios, partiendo de ciertas decisiones estéticas y de guion que dan cuenta de una fuerte toma de posiciones, de poder incluir temáticas no frecuentes en el cine nacional –la manera de abordar la intimidad de la pareja, por ejemplo- y de una manera adulta y directa, presentar una comedia claramente LGTB. A esta primera parte, parece contraponerse una segunda mitad en donde el tono de comedia vira al ritmo de un producto televisivo, todo se vuelve más previsible y todo se le hace más amable para que el público más masivo pueda aceptar la propuesta, haciéndola más cercana a los estilos costumbristas que pueden aparecer, por ejemplo, en un buen producto de la factoría Pol-ka, por sólo poner un ejemplo y de esta forma comienza a navegar por aguas más complacientes. En esta segunda parte se pierde casi por completo ese riesgo y esa transgresión de la primera, y las situaciones y los diálogos aparecen más sostenidos en estereotipos –incluso en el nivel social en el que se mueven, en las tramas secundarias que completan la historia- que van diluyendo la osadía de haberse animado a poner cierta temática en la pantalla grande. El oficio de Diego Gentile y de Spregelburd, sumado a la química que construyen juntos, es indudablemente uno de los puntos fuertes que sostienen a “LOS ADOPTANTES”. Por otro lado, dentro del rubro actoral, los secundarios de Valeria Lois, Guillermo Arengo, la simpatía de Radagast y sobre todo la exquisita Soledad Silveyra como la madre de Martín desplegando todo su oficio, hacen que de los pasos de comedia se disparen situaciones de reflexión y que inviten a pensar las reacciones en el seno familiar y de la propia sociedad frente a estas temáticas. Como contraparte, Marina Belatti y Florencia Peña repiten una vez más psus propios esquemas, con movimientos calcados, que parecen conocerlos de memoria y lamentablemente pierden la oportunidad de dotar a sus criaturas de algo novedoso y más cercano al tono de la propuesta, aunque obviamente son efectivas y funcionales a lo que la trama propone para sus personajes. Aun con las apuntadas objeciones, “LOS ADOPTANTES” es una comedia que sanamente instala una temática diferente, de mucha actualidad y que intenta cautivar a un público más masivo para que este tipo de propuestas comiencen a socializarse y que no queden circunscriptas a trabajos de cine arte u obras de teatro dentro del circuito off, y esto es, de por sí, algo sumamente valioso.