A veces, los premios internacionales generan una expectativa desmedida al recibir ciertos estrenos en el circuito comercial. Algo de esto sucede con “SINONIMOS: UN ISRAELI EN PARIS” que tanto por la trayectoria de su director, como por el hecho de haberse hecho acreedora del Oso de Oro al mejor filme y el premio FIPRESCI en la última Berlinale, hacían poner la vara demasiado alta. Nadav Lapid es un director israelí que había llamado poderosamente la atención con su ópera prima “POLICEMAN” pero por sobre todo por su segundo filme “La maestra de Jardín” que ha tenido inclusive una remake americana con el protagónico de Maggie Gyllenhaal y que ahora se juega por una propuesta completamente imprevisible, arriesgada y original, pero con algunos resultados fuertemente dispares. “SINONIMOS” tiene puntos de contacto con la vida del propio realizador, quien en su momento dejó Israel para establecerse en París en los años 2000, hecho que aparentemente no le ha sido demasiado fácil porque abre la película con el protagonista llegando a un departamento completamente vacío en el que será literalmente despojado de todas sus pertenencias en la primera noche que se queda a dormir allí. Si bien esa desnudez que se presenta y el frío congelante que azota el departamento sin nada que cubrirse, es el disparador de la historia, hay mucho de simbolismo que será lo que articule gran parte de la película, siendo por momentos una simbología más a mano para el espectador (la desnudez como desprotección, el vacío del departamento como la soledad y la falta de contención) y en otros momentos se tornará más criptica e inasible. Así se presenta en esta primera escena a Yoav (Tim Mercier) a modo de apertura de este viaje migratorio que es el punto de inicio para que luego se dispare en varias direcciones. Huyendo de un país en guerra permanente, el objetivo de Yoav es nacionalizarse francés y entre sus sueños más inexplicables está el deseo de ser enterrado en el cementerio Père Lachaise –uno de los más importantes y bonitos del mundo, en donde están las tumbas de famosos artistas de todos los tiempos-. Cuando acudan a socorrerlo la pareja de vecinos Émile y Caroline, es casi inevitable que surja la tensión y que aparezca, perfectamente dibujado, ese triángulo que se irá armando a partir de ese primer encuentro de virilidad expuesta y necesidad de cobijo. Tal como el protagonista nada en la indecisión sintiéndose tan atraído por Caroline en algunos momentos como por Émile en algunos otros, esa dualidad también estará presente, siempre a dos aguas, respecto de su identidad (se niega a hablar su idioma de origen contraponiendo un francés exquisito y fluido que suponemos, no cualquier inmigrante maneja con esa ductilidad), esa búsqueda de atracción y repulsión que genera, al mismo tiempo, este nuevo territorio identitario. Lapid sabe lo que quiere expresar ya que es parte de su historia y de su propia construcción, pero en esa oportunidad echa mano a una narración disgresiva, difícil de seguir, por momentos en apariencia incoherente y episódica. Si bien hay un eje central que enhebra todo el discurso que es indudablemente ese proceso de perder parte del pasado para instalarse y recrearse en una nueva nacionalidad, en un nuevo país, los recursos que utiliza Lapid, sumamente cinematográficos no siempre tienen la precisión y la coherencia que ha demostrado en su cine. Momentos que guardan una solemnidad teatral, diálogos que presentan más ribetes literarios que cinematográficos y una edición fragmentaria, tal como las escenas, no contribuyen a que, como espectadores, podamos sumergirnos fácilmente en la historia. De todos modos, Lapid logra hipnotizarnos con la cámara pero tanto la extensión de más de dos horas como las líneas secundarias que no logran a veces llegar a ningún destino (un interesante y arriesgado encuentro con un fotógrafo queda como deshilvanado del resto de la trama aunque es una de las escenas más intensas y mejor construidas de la película) hacen que las sensaciones frente a “SINONIMOS” se dispersen. Una película que tiene todos los elementos formales y técnicos para contar una gran historia, pero que no llega a emocionar sino simplemente a dejar plasmada una historia de transición, en una puesta en escena madura y arriesgada, pero por momentos tan fría y distante como caótica e inconexa.
Emiliano Serra, que había presentados sus primeros trabajos con los documentales “Ecce Homo” (2004), “La Raulito, Golpes bajos” (2009) y “Operación Cóndor” (2018) abandona el formato documental para pasar a dirigir su primer largometraje de ficción, «Cartero» (2019), contándonos una historia donde él mismo reconoce su etapa adolescente, que tiene múltiples rasgos autobiográficos, los que han sido justamente el motor para que la historia gane cuerpo en el guion que él mismo firma junto a Santiago Hadida. Es el retrato de Hernán Sosa (un protagónico absoluto para Tomás Raimondi, jugando en cierto modo a ser un alter ego del director y sus vivencias de aquel momento) que accede, mediante los contratos típicos de la década del ’90 en pleno menemismo, a un trabajo en el Correo Central con un salario mucho más bajo que los operarios de planta permanente. Serra, claramente conocedor del tema por su historia personal, durante toda la primera parte del filme, describirá acertadamente ese microcosmos tan particular, describiendo el oficio, las tareas y la cotidianeidad de los carteros que son los compañeros de trabajo de Hernán (entre los que vale destacar el trabajo de Jorge Sesán, a quien vimos en “Pizza, birra, faso”). Así aparecerá la figura del veterano, profundo conocedor del oficio en la figura de Sánchez, un cartero de vasta trayectoria, sindicalista y que ya está a punto de jubilarse. Sanchez –un personaje que crece enormemente en la brillante actuación de Germán de Silva- primeramente presentará una fuerte resistencia ante el novato. Ellos cuentan con pocas referencias, no saben si viene recomendado por alguien o cómo es que accedió a ese puesto en medio de la crisis laboral que atraviesan y desconfían y reniegan de estos nuevos trabajadores que en cierto modo, como mano de obra más económica, vienen a “quitarles” sus puestos de trabajo. Pero poco a poco, va cediendo posiciones y con un aire paternal y contenedor, le irá enseñando el oficio y de esta forma, se generará un vínculo que es pura química en la pantalla y es, indudablemente, uno de los mayores aciertos del filme. De esta manera “Cartero” presenta como uno de sus ejes narrativos, el hecho de ir aprendiendo un oficio que, en este caso, implicará además comenzar a conocer la calle: una geografía que para Hernán, un chico de provincia, primeramente se muestra hostil y algo peligroso y que luego él mismo logrará “camuflarse” entre la gente y logrará formar parte de una ciudad que en un principio se presentaba como un territorio desconocido. Pero Serra no solamente presenta este mundo del Correo sino apenas Hernán salga a la calle, aparecerán dos líneas argumentales que se van alimentando una a la otra para ir potenciando la historia. En su recorrido habitual por los edificios de oficina, Hernán se siente fuertemente atraído por una chica que trabaja para una empresa que no está estrictamente dentro de su zona de reparto, situación que provocará ciertos conflictos secundarios, cuando con el objetivo de tratar de verla se inmiscuya –fuera de todos los códigos del oficio- en una zona que no le pertenece. Por otra parte, esa presencia omnisciente de la calle hace que el guion trabaje sutilmente pero con una fuerte presencia a lo largo de todo el filme, del escenario político en el que se desarrolla la historia -finales de los ’90- un periodo de escasez laboral, de retiros voluntarios, de achicamiento del Estado y feroces privatizaciones. Por lo que algo de ese clima que se respira en la calle, hace que “Cartero” invite transversalmente a trazar una comparación de aquella crisis con la actual, de una época con aristas que parecen repetirse en el hoy y que justamente nuestra propia ciudad, el centro porteño, el Bajo y la zona de Plaza San Martín –en un excelente trabajo de búsqueda de locaciones- tiene zonas en donde prácticamente parece haber quedado detenida en ese momento. Es decir, que si no fuese por la ausencia de tecnología, celulares y computadoras, que cuidadosamente la producción ha evitado, perfectamente Hernán podría estar recorriendo esas calles hoy, cruzándose con la gente durmiendo a la intemperie y vivenciando los problemas económicos y laborales de algunos de los personajes satélites a los que les entrega correspondencia (excelente participación de Germán Palacios, un delicioso personaje a cargo de Marta Lubos y un guiño cómplice con la presencia de Edda Bustamante). El director va buscando anclar en lo simple, en describir ese cotidiano en el que lo iremos acompañando al protagonista, su proceso de crecimiento tanto en lo laboral, en la supervivencia en la ciudad, en sus aspiraciones de progreso –los vemos además cursando en la Universidad-, sin dejar de lado la presencia de la historia romántica que irá cerrando hacia el final del filme –con una pequeña escena que es un cortometraje en sí mismo y que redefinirá gran parte de la historia-. Emiliano Serra en su debut en la ficción logra crear climas a través de una mirada que conjuga lo humano, lo laboral, lo sentimental y sobre todo, nutrido de un particular contexto político. Vale destacar la hermosa música de Gustavo Santaolalla que acompaña y cierra generosamente la película y un trabajo muy homogéneo del elenco que acompaña en pequeños secundarios a Tomás Raimondi, quien sostiene un protagónico absoluto por el que ha obtenido una mención en el BAFICI y ha ganado el premio Carlos Carella en la Competencia de Operas Primas en el MAFICI. POR QUE SI: » Emiliano Serra en su debut en la ficción logra crear climas a través de una mirada que conjuga lo humano, lo laboral, lo sentimental y sobre todo, nutrido de un particular contexto político «
“LOS KNACKS: DEJAME EN EL PASADO”, es el nuevo trabajo de Mariano y Gabriel Nesci que toma la historia de la que fuera la mejor banda beat argentina que, en un determinado momento, arrancó con un enorme potencial y cuando sus integrantes pensaban que el fenómeno explotaría, en el preciso momento en que estaban grabando su primer disco con temas de su autoría, un decreto de un gobierno de facto –la prohibición por parte de Onganía de que se difundiese música en inglés- los deja completamente fuera de circulación. Ese disco que se había grabado para la compañía EMI –curiosamente, la misma disquera que la de los Beatles- nunca llegó a editarse en nuestro país, justamente a raíz de ese decreto. Pero misteriosamente, y sin que sus integrantes lo supiesen, estas cintas de alguna manera llegan a Europa y son editadas y comercializadas de forma tal que este grupo completamente desconocido en la Argentina, comienza a venderse en las principales disquerías de Estados Unidos y Europa con un formato de Antología. Más de cuarenta años después de haberse realizado estas grabaciones originales, un blog independiente despierta cierta curiosidad en uno de los directores y lo lleva a ese disco que comenzó a venderse en el exterior hasta llegar a convertirse en un disco de culto: un disparador que es una pequeña rareza, y el germen de una historia que merece ser contada. “Los Knacks” aparecen en las bateas de cualquier pequeña disquería de Londres, Barcelona, Sevilla, Grecia, Holanda o Estados Unidos para deleites de clientes y coleccionistas y buscadores de excentricidades musicales. Después de todo este tiempo sin verse y con más de 60 años en sus espaldas, los integrantes de “Los Knacks” quisieron volver a reunirse, a intentarlo, a ensayar nuevamente juntos y es exactamente en ese momento donde la cámara de Nesci capta esa absoluta complicidad donde el tiempo pareciese no haber transcurrido. Los acompañan en ese nuevo viaje, se embarcan en sus nuevos sueños como volver a tocar en vivo, grabar un nuevo disco e intentar esa popularidad que acariciaron en sus presentaciones televisivas casi medio siglo atrás y que aún hoy sigue siendo un gran pendiente en cada una de sus vidas. Justamente el cine de Nesci está atravesado de alguna manera por la música y, en sus ficciones anteriores como “Días de Vinilo” o “Casi Leyendas”, la banda de sonido marca el ritmo de la historia y de los personajes. Pero más que la música en sí misma, lo que es atractivo en esta historia es el retrato de cómo los artistas no ceden frente a las adversidades. También se había mostrado claramente en la serie televisiva “Todos contra Juan” en donde nada parecía hacer que el protagonista se diese por vencido. En este mismo sentido, la música es para “Los Knacks” su pulsión vital, su fuerza de vida, un motor para que las cosas sigan funcionando, para no perder los sueños, para darse una nueva oportunidad. Y justamente el documental llega a conmover al espectador porque Mariano y Gabriel Nesci, bucean hasta la fibra de las emociones, internándose no solamente en la historia general de la banda, sino en la vida de cada uno de sus miembros en particular, compartiendo de alguna forma u otra, su cotidianeidad y su intimidad. Con más de 300 horas de material filmado y nueve años de acompañarlos en este proceso, es realmente faraónico el trabajo de edición realizado por Alberto Ponce y Mariano Nesci para resumir en menos de dos horas, todos los acontecimientos que fueron sucedieron en el corazón de la banda a partir de la aparición de ese disco del que ni ellos sabían de su existencia. Así aparece el que iba a ser su último disco (“Last Stand”, 2012), nuevos recitales, una reveladora presentación en un concurso televisivo, shows que siempre se plantean como una despedida… pero siempre hay más, siempre aparece algo nuevo: la fuerza de la música que impulsa a Los Knacks, pareciera ser inagotable. Los hermanos Nesci aciertan en el tono del relato, nostálgico y potente, íntimo y sencillo, que van narrando con una fluidez digna de una ficción, en donde los propios protagonistas van generando –casi involuntariamente- material para que la trama fluya y sigan abriéndose nuevos episodios casi sin que los directores tengan que hacer ningún esfuerzo más que poner la cámara el momento justo y ser testigos de cada uno de los acontecimientos que a esta altura de la vida, les tiene deparado el destino a cada uno de los integrantes –tomando una inteligente distancia para perderse detrás de la cámara y dejar que cada uno de los Knacks tenga su particular lucimiento-. Cuando ya parece que el documental va cerrando y la banda se va despidiendo, en una especie de epílogo anticipado, aparecen algunos momentos dolorosos que permiten mostrar una vez más el poder sanador que tiene la música en cada una de sus vidas, lo que los sostiene frente a la adversidad. Una historia de sueños, de frustraciones, de deseos, del poder de la amistad, de las ganas de seguir nutriéndose de la música a pesar de todo. Una película de un reencuentro, del paso del tiempo, una invitación a no bajar los brazos y una cámara como la de los hermanos Nesci que envuelve a estos personajes humanos, queribles, entrañables, para contar una de las historias documentales mejor contadas del año y que ha sido merecedora del premio a la mejor película en la Sección Banda de Sonido Original en el 33º Festival Internacional de Cine de Mar del Plata. “LOS KNACKS – DEJAME EN EL PASADO” es claramente uno de los mejores trabajos del año dentro del documental, una de esas películas deliciosas, imperdibles, altamente recomendable.
Se estrena “UN DIA LLUVIOSO EN NUEVA YORK”, la última película de Woody Allen, la cita habitual con el cineasta de Manhattan, luego de sus últimos trabajos, la maravillosa “Wonder Wheel – La rueda de la Maravilla” y “Café Society”. Muchos dirán que Woody ya ha perdido la magia, que con sus más de 80 años su cine luce cansado, falto de ideas, reiterativo, sin demasiadas novedades para contar. Otros verán sin embargo, esa pulsión de seguir escribiendo y ganarle al tiempo, el encuentro anual con sus seguidores, sus personajes que innegablemente parten de su pluma con todas sus obsesiones, sus manías, sus neurosis y sus búsquedas recurrentes en toda su filmografía. Personajes que no se involucran ni con modas, ni con imposiciones, ni con determinadas coyunturas: Woody sigue escribiendo lo que él quiere mostrar, escribe desde su propia esencia sin ningún tipo de complacencias y enfrentando cualquiera de los rumores que circulan en las primeras planas de los medios respecto de su vida privada. “UN DIA LLUVIOSO EN NUEVA YORK” sigue siendo una cándida historia de personajes, de esos que siempre han poblado el cine de Woody invariablemente. Lo que emerge a primera vista es que Woody se sirve de personajes que apenas rondan los treinta, pero sus problemáticas, los conflictos que plantea en su cine, siguen siendo aquellos que encajan mucho mejor en el universo de los que ya pasaron (pasamos) holgadamente los cuarenta. Algo de esto hace ruido en un principio y parece, por momentos, una pareja salida de una película de los años ’50 con modales que no parecen condecir con un universo millenial, pero una vez más, se ha rodeado de un elenco soñado, y como gran director de actores que ha demostrado ser a lo largo de toda su carrera, logra interpretaciones notables que permiten que esta disonancia sea salvada y que algunas de las líneas de diálogo que parecen no sincronizar con sus protagonistas, puedan ser completamente “perdonadas”. En este caso narra la historia de Ashleigh (Elle Fanning), una periodista estudiantil que es enviada por su Universidad a la Gran Manzana, a entrevistar a un renombrado director de cine, Roland Pollard (a cargo de Leiv Schreiber) que está lanzando su última película en el medio de una enorme crisis existencial. Si bien ese director insatisfecho con sus últimas producciones, inseguro, al borde del ataque de nervios puede ser claramente identificable con alguna de las facetas de Woody en los tiempos que corren, donde se lo podrá ver reflejado con mucha más precisión, es en el personaje de Gatsby Welles, el novio de Asheligh, a cargo de Timothée Chalamet (el mismo de “Call me by your name” “LadyBird” o “Beautiful Boy”). Chalamet se convierte en su alter ego perfecto, brindando una composición realmente sorprendente: aparecen rasgos de Woody en sus gestos, en su decir, en su andar, en su halo de intelectual neurótico que intentará, como en una suerte de Pigmalion urbano, acompañar a su novia a esa Nueva York que él tanto parece conocer, para que la descubra junto a él, de su mano, bajo su mirada y compartir esos rincones que quiere develarle. Pero nada de lo planificado sucederá cuando Ashleigh llegue a esa ciudad completamente cosmopolita, absorbente y magnética. Su carga naïf e ingenua y su simpleza pueblerina se estrella con el mundo de ese director en crisis que la va llevando, casi sin proponérselo, a su círculo de fiestas, actores estrella, productores, “los cinco minutos de fama” y el showbizz. De esta forma Ashleigh conocerá al guionista del film (Jude Law) y tendrá un flechazo (?) con el actor principal y estrella de ese filme de ficción (Diego Luna), todos ellos mostrando, junto con el director entrevistado, dudosas intenciones respecto de su acercamiento a la joven estudiante. Woody parece por momentos desafiar al sistema con un personaje completamente a contrapelo de las mujeres empoderadas que pueblan el cine en la actualidad, volviendo sobre los temas que le interesan y construyendo una vez más a su protagonista desde la candidez que tenía por ejemplo Mira Sorvino en “Poderosa Afrodita”, Evan Rachel Wood en “Si la cosa funciona” o Emma Stone en “Magia a la luz de la luna”, como para mencionar algunos ejemplos de sus heroínas más recientes y que le sienta tan perfectamente bien a Fanning. Como en todo buen opus de Allen que se precie de tal, hay diálogos jugosos, mucho humor e ironía, referencias y autoreferencias de todo tipo, tanto a su propio cine como a la industria en general. Si bien en algunos tramos se extraña el sarcasmo y el espíritu burlón que había desplegado sobre el mundo de los artistas en “Disparos sobre Broadway”, hay algunos dardos que, en tono de comedia, constituyen los mejores momentos del filme. Gatsby por su parte, quedará como vagando en esa New York que él parece conocer en cada recoveco, pero que sin embargo le depara un viaje diferente, un viaje hacia su propia historia que redefinirá el vínculo con su madre y hará que reflexione sobre el golpe de timón que su vida necesita para seguir su propia corazonada. Nada asombra en “UN DIA LLUVIOSO EN NUEVA YORK” pero tampoco nada desentona: quizás Woody no tenga nada demasiado novedoso para contar pero nos lleva nuevamente de la mano, en una historia de amores desencontrados y de nuevas oportunidades, en la ciudad que mejor le sienta y que más hemos conocido gracias a sus películas. Nueva York, aún bajo la lluvia, sigue luciendo hermosa, bajo la luminosidad indiscutible que logra en cada trabajo el ojo entrenado para una fotografía perfecta, como sólo Vittorio Storaro puede hacerlo. Al ritmo de un jazz, a veces de un blues, Woody vuelve a seducir una vez más con una historia pequeña, simple –extrañando esa profundidad con que su cine nos ha seducido en plenos ’80-, pero dejando que su pluma nos lleve, como siempre, a estos personajes adorables que su cine frecuentemente nos regala y que lo mantiene vital y filmando, con más de 50 películas detrás de la cámara.
¿Qué tienen en común “Chocolate Remix”, “Ibiza Pareo” “Kobra Kei” Kumbia Queers” “Las Taradas” “Miss Bolivia” “Yilet” “She Devils” o “Las Kellies”? Como reza el título de este documental de Marilina Giménez, con guion propio en colaboración con Lucía Cavallotti, todas ellas son “UNA BANDA DE CHICAS”. Partiendo de la idea de un registro autobiográfico de su propia experiencia con sus amigas en la banda “Yilet”, Marilina Giménez cambia el bajo la cámara y se coloca detrás de ella para que, a través de sus vivencias con ese grupo del que ha formado parte durante seis años, pueda multiplicar su voz junto a las de sus compañeras Ani Castoldi y Marina La Grasta. Giménez no solamente intentará ver cuál es el rol de las mujeres dentro de la música sino también analizar, dejándose atravesar por otras variables del contexto que tienen plena vigencia, cómo el cambio de la mujer en la escena actual también ha llegado a este ámbito para plantear y redefinir el rol de las bandas de mujeres en la actual constelación artística. Así, algo que comienza como una exploración personal, íntima y casi catártica sobre la separación de su propia banda, sirve de perfecto disparador para visitar la historia y la actualidad de otras bandas de chicas, a través de la voz y de la mirada de sus propias protagonistas. Si bien el retrato intenta apuntar a lo estrictamente musical, la dificultad de insertarse en el medio, la posibilidad de ganarse un respeto en un mundo que pareciera estar diseñado solamente para hombres y que pudieran incluso superarse algunas experiencias traumáticas respecto al poder que sigue ejerciendo un patriarcado musical, son ejes del documental. Así es como tomaremos contacto con cada una de las protagonistas y poco a poco también conoceremos algunos de sus espacios más privados, más personales, que comienzan a abrirse inevitablemente, frente a la cámara inquieta de Giménez. Quizás el acierto resida en que la directora no explora este mundo desde una mirada “outsider” que intenta entender este universo mirándolo desde afuera como una rara avis objeto de estudio, sino que lo conoce desde una pertenencia que marca fuertemente la posibilidad de meterse de lleno no solo en las bandas sino en las historias personales y que todo resuene armónicamente y en el mismo sentido. De esta forma, mezcladas con las anécdotas de sus historias referentes a la música, encontraremos que las mujeres que conforman estas bandas también hablarán acerca de sus deseos de maternidad y la realización de sus proyectos –sin duda la historia más llamativa, contada con dulzura y con una absoluta apertura frente a la cámara, es la de Pilar Arrese-, sus vidas de pareja, sus vivencias respecto del matrimonio igualitario, su lucha por la inclusión y la identidad, su militancia por el aborto legal seguro y gratuito, y su postura inquebrantable en defensa de los derechos de la mujer en todos los espacios de su propio cotidiano. Si bien Giménez intenta acertadamente sumergirnos en un mundo muy poco conocido por la mayoría de los espectadores –a menos que sean fans de alguna de las bandas presentadas-, el documental se construye como un caleidoscopio de diferentes grupos musicales presentando una cierta dispersión de la narración cuando intenta abordar los temas secundarios, que si bien aportan una mirada abarcadora de mundo personal de las protagonistas, hacen perder el foco y objetivo del documental. Giménez intenta que “UNA BANDA DE CHICAS” sea, al mismo tiempo, un registro que haga conocer y visibilizar el espacio que estas bandas han ganado en el mercado musical y en la noche porteña, como también una forma de dejar asentados los trabajos que realiza porque, en su propio juicio, no existen grabaciones en buena calidad de los shows que estas bandas realizan semana tras semana. Así como pareciera existir un molde predeterminado para el rol de la mujer dentro de la familia, del mercado laboral o de la cotidianeidad de la pareja, también pareciera que había un espacio particularmente reservado para las mujeres dentro de la música. Uno de los principales logros de este documental, es mostrar el lugar que han comenzado a ocupar, completamente alejado de los estereotipos de las voces melódicas o folclóricas que son las generalmente aceptadas por el público, sino que se fue ocupando y ganando un espacio de mayor poder, voces con mayor potencia y con las canciones que resonasen con las cosas que estas bandas de mujeres querían contar (muy jugosa la anécdota de Miss Bolivia a partir de un fragmento de un reportaje en el programa de Mirtha Legrand). El recorrido de “UNA BANDA DE CHICAS” en los festivales internacionales ha tenido una importante repercusión y ha formado parte del Festival Internacional de Cine de Mar del Plata 2018, participando también en Rotterdam, San Francisco, el Festival GAZE LGTB en Irlanda, el Festival de cine Latinoamericano en Estocolmo (Suecia) o en Finlandia y ha sido mostrado en Hungría, Suiza, Croacia o Escocia. Quizás la fuerza del testimonio que Giménez pone en cámara, compense en cierto modo un trabajo documental que no logra despegarse de un collage muy bien entramado entre las bandas y una eje narrativo disperso, pero que de todos modos avanza valientemente sobre ciertos espacios que no habían sido anteriormente explorados por el documental dentro del cine nacional.
Hernán Findling, director de “Fermín” (2013), protagonizada por Héctor Alterio y Gastón Pauls, cambia completamente de registro para adentrarse en una historia que juega con lo sobrenatural, el mundo onírico, coqueteando también con el thriller y el terror. El cóctel propuesto en “CRIMENES IMPOSIBLES” realmente pretender mezclar varias recetas que por un lado la hacen sumamente previsible pero, por el otro, deja una sensación de trabajo de “cortar y pegar” diversas situaciones que en su organización presentan algunos saltos narrativos y ciertas decisiones del guion que orillan lo incomprensible. En un primer momento, la historia se presenta como la de un escritor (Federico Bal) que ha acompañado a su hermana en un proceso de enfermedad terminal aparentemente prolongado, que ha desembocado en su muerte, la que todavía lo afecta profundamente. Al poco tiempo, y decidiendo hacer un descanso, emprende un viaje familiar con su esposa e hijo, que finaliza en un accidente fatal en donde solamente él será quien sobreviva. Manejando un abrupto salto temporal, veremos al propio protagonista cumpliendo su rol de investigador, un raro detective que se verá involucrado en la investigación de una extraña serie de asesinatos –nunca se logra determinar si la rareza del personaje es por la dudosa actuación de Bal, si responde a exigencias del guion o si es el director quien no ha podido dar una clara marcación de lo que se esperaba de su protagonista-. A estos crímenes imposibles del título no se les encuentra ninguna causa aparente ni una explicación. Seguiremos entonces lo más atentamente posible las vicisitudes de esta monja que se entrecruza en el camino del investigador, inculpándose a sí misma, aportando datos de las escenas del crimen que sólo podrían ofrecerlas aquellos que hayan estado presentes en el lugar y en ese momento. En la figura de esta secular (encarnada por Sofía del Tuffo) aparece la presencia de la religión dentro de la trama criminal, emparentando automáticamente su figura de inocencia ambigua, con los grandes clásicos del cine del terror en los que la religión se ha hecho presente y más aun subrayando este vínculo en la figura de la religiosa que es la víctima icónica dentro de cine de género. De todos modos, aun cuando se ampara dentro de ese cliché, este personaje es casi lo único que medianamente funciona dentro de la película que toma giros, marchas y contramarchas, queriendo sorprender al espectador, pero generando en realidad más confusión que sorpresa. Giros que se tornan demasiado abusivos y que, en muchas ocasiones, pierden el verosímil muy rápidamente. Findling no logra tampoco una coherencia en la puesta en escena o en el diseño de arte y veremos, por ejemplo al personaje de Bal en su oficina de investigador, rodeado de algunos objetos tecnológicos modernos cuando de repente, suena un teléfono y es uno de esos a botonera o aquellos otros que tenían la rueda/ dial para discar. Es inevitable sentir un cierto desconcierto provocado por lo que pretende ser una “matrix” en donde no hay tiempo ni espacio, pero que con el tono narrativo que presenta el filme se convierte en un territorio desordenado y caótico. Permanentemente, un enorme signo de pregunta azota al espectador que intenta atar cabos: al mismo tiempo que “CRIMENES IMPOSIBLES” es un enorme patchwork de cosas ya vistas, mezcla todas las ideas, apostando todas sus fichas al efecto sorpresa que nos reserva para el final. Así, con este formato, el guion de Nora Sarti apunta a ese final que nos premita redefinir, en cierto modo, la lectura general de todo lo ocurrido en el filme: un juego que ya fue mostrado en el cine en reiteradas ocasiones, con resultados dispares ya que sabemos que es un mecanismo que representa un arma de doble filo. En ciertas ocasiones -siendo icónico el ejemplo de “Sexto Sentido” de Syamalan pero también utilizado por Brian de Palma, emulando al gran Alfred Hitchcock- el efecto que producen este tipo de “sorpresas” sobre el final del filme, deja al espectador en un estado de admiración tal como quienes se paran frente al mago a observar su truco de magia sorprendidos y por lo tanto ese “truco” se lo recuerda como algo sumamente positivo. Pero poco de esto sucede en “CRIMENES IMPOSIBLES” que termina resolviéndolo todo con trazo demasiado grueso, quebrando cualquier mínima lógica. Pasado y presente fluctúan en un no tiempo narrativo que en principio le da un cierto aire de intriga a la trama, pero que luego no puede sostenerlo, cayendo en situaciones de trazo grueso que se potencian con algunas actuaciones completamente fuera de registro. Más allá de las nobles intenciones, esta nueva obra de Fieldling respira un aire fallido y de copia burda de cosas ya vistas dentro del género, intentando “refritar” ideas, sin lograrlo bajo ningún punto de vista.
Tomando como bastión la típica receta de la película “inspirada en hechos teales”, la directora Lorene Scafaria, con trabajos anteriores como “Buscando un amigo para el fin del mundo” con Steve Carell y Keira Knightley y la comedia inédita en nuestro país, “Una Madre Imperfecta / The Meddler” con Susan Sarandon, Rose Bryrne y J.K. Simmons, presenta ahora “ESTAFADORAS DE WALL STREET” un producto que equilibra el show, con cierta denuncia social dentro de su trama básicamente policial. Al igual que en sus producciones anteriores, Scafaria tiene como principal rector el entretenimiento y cuenta además con un importante elenco al que sabe conducir logrando un equipo homogéneo en cuanto a las actuaciones. Allí nos presenta a un grupo de strippers al mejor estilo “Showgirls” y que sólo en ciertos momentos nos recuerda a la oscuridad de Marisa Tomei en su rol en “El Luchador”. Este equipo está compuesto por la escultural Jennifer López (y que parece en cierto modo que JLO será un número puesto en la temporada de premiaciones por su trabajo en este filme) a la cabeza del grupo que completan Constance Wu (la actriz de “Locamente Millonarios”) junto a Keke Palmer (reconocida por sus trabajos en series televisivas y de una presencia imponente en pantalla) y Lili Reinhart (que hace su primer aparición fuerte en la pantalla grande, luego de una serie de papeles menores en cine y series) sumando a Julia Styles como la periodista, construyendo un papel sustancialmente diferente al que nos tiene acostumbrados. La receta es simple y el guion de la propia Scafaria con Jessica Presler, autora del artículo del New York Magazine en el que se basa la película, sabe mezclar en igual dosis el tema del sexo, la noche donde se riega con alcohol y drogas los ambientes más económicamente sólidos, las estafas y el erotismo que destila el poder. Habrá obviamente chantaje, estafas y desbordes, siendo la figura de Destiny (Constance Wu) la que marque el pulso del relato, a partir de su encuentro y amistad con la experimentada Ramona Vega (López) y la vinculación que logra el grupo de strippers de Mother (la vuelta al cine de Mercedes Ruehl después de su exitoso paso por muchos títulos de los ’90 como “Pescador de Ilusiones” “Casada con la mafia” o “El último gran héroe”) con los poderosos financistas de Wall Street a los que les “atraparán” sus tarjetas de crédito para engrosar sus propias arcas mientras los distraen con algunas pastillas de más en alguna bebida. Obviamente, como sucede en casi todas las ocasiones, los límites se van corriendo y finalmente el desfalco con las tarjetas de crédito comenzará a ser celosamente investigado por la policía y detectives por haber llegado a límites que llamaron la atención, dentro del marco que vivían las empresas de donde provenían esas tarjetas de crédito corporativas, en plena crisis financiera del 2008. Tanto la historia como la dirección, realzan el vínculo entre maestro y aprendiz que se da entre los papeles de Jennifer Lopez y Constance Wu y en esos momentos la película intenta algunos tonos más íntimos y más dramáticos e intenta sumar puntos y básicamente lo logra. Luego, con el resto del elenco, sólo se limita a repetir la receta hollywoodense que se espera para este tipo de productos, respetando al pie de la letra la estructura y la forma en que debe presentarse la historia, sin que aparezca ningún rasgo creativo ni dentro de la escritura ni desde la dirección, sino ajustándose casi perfectamente al manual con el que se cocina estas recetas. Justamente en su título original “Hustlers” que adopta tanto la acepción de estafadoras como de prostitutas, está la síntesis exacta del filme. La cámara de Scafaria, no condena ni redime a sus personajes, aunque en cierto punto, la frase “el que roba a un ladrón” parece flotar en el aire, con un espíritu cercano a las proezas de Robin Hood que en cierto modo estaría validando el delito. De todos modos, se nota en la construcción de los personajes que el tiempo ha pasado tan vertiginosamente que el cine de hoy ya trata de posicionar a los roles femeninos en otro lugar de poder diferente al que se plantea en “ESTAFADORAS DE WALL STREET” que queda como un mero coletazo de lo que alguna vez fueron los personajes femeninos en busca de poder, completamente distantes de las historias presentadas en estos últimos tiempos.
Dentro de la gran cantidad de documentales que han llegado a la cartelera este año, podemos notar que un grupo de ellos, estuvieron enfocados a visibilizar a las minorías, a los que parecen no tener voz ni poder acceder a los medios de comunicación tan fácilmente. Con “Reina de Corazones” pudimos conocer el trabajo de la Cooperativa de Arte Trans a favor de poder generar espacios creativos y laborales, para alejar definitivamente a sus integrantes de la prostitución y con “Mocha” se dio pantalla al enorme trabajo que hace el primer bachillerato trans a nivel mundial para poder brindar a muchas más personas, un derecho tan fundamental como la educación mediante un sistema verdaderamente inclusivo. Algo de esto sucede frente al estreno de “STAND UP VILLERO” un documental de Jorge Croce que desde la propia autocrítica y el poder de la autoparodia de sus protagonistas, permite explorar cómo ha surgido un grupo de humoristas de barrios precarios del conurbano que han llegado a ganar su lugar dentro del género. Han creado, con su propio estilo, casi un subgénero que se caracteriza por monólogos en los que hablan de temas de su realidad, sin pelos en la lengua y llamando a las cosas por su nombre. Sebastián Ruiz Tagle, Damián Quilici y Germán Matías son tres de los tantos humoristas que han ido ganando su espacio dentro del espectáculo y que inclusive han llegado a lo que parecía casi imposible para ellos: acceder a programas de televisión o a espectáculos por fuera de su propio circuito (en el documental se muestra una participación de Seba Ruiz en el espectáculo de “Maravilla” Martinez). Tal como lo sostiene la humorista Nancy Gay, obviamente para hacer stand up hay que hablar de lo cotidiano, de lo que uno vive, y por supuesto que ellos saben hacer humor de la propia desgracia (discapacidades, falta de dinero, situaciones delictivas, trabajos en negro y desprotección total, reinserción después de haber estado en la cárcel) y manejar la ironía, el humor negro y cometer cualquier tipo de “sincericidio”, aún cuando para algunos puedan desafiar, inclusive, los límites del buen gusto. ¿Se puede hacer humor con cualquier tema? ¿Cuál es el límite de lo que está bien y sobre lo que no corresponde hablar, dentro del humor? ¿Se puede ironizar cualquier situación por más dolorosa que sea? Los comediantes cuyas vidas se reflejan en “STAND UP VILLERO”, más allá de ir contando sus propias historias de vida, introducirnos en su vida familiar y compartir(nos) su cotidianeidad, irán intentando dar respuesta a algunos de estos interrogantes, comenzando a presentar esta forma de humor tan particular que ellos manejan, con sus propios códigos, su lenguaje con jerga típica que muchas veces podría sonar indescifrable y comenzar a explorar esto que han descubierto que “a casi todo el mundo le gusta reírse de los pobres”. De extracciones sumamente humildes –Lomas del Mirador, barrio las Tunas en Tigre y barrio el Tropezón en San Martín- estos tres humoristas irán contando cómo surgió en cada uno de ellos la necesidad de hacer humor, cómo descubrieron esa capacidad de hacer reír a los demás y de qué manera fueron dándole forma a este arte que hoy es parte de sus vidas. “STAND UP VILLERO” no se propone tanto como un documental de corte sociológico ni como reflejo de situación social, sino como la explicación de un fenómeno que fue ganando cuerpo y que hoy ha llegado a algunos ámbitos que ni los propios protagonistas creían posibles. Cada uno de ellos desafía los límites del humor a su manera e inclusive, algunos de los entrevistados comenta sobre qué cosas piensa que no se podría hacer humor y ciertos temas que parecen “prohibidos” dentro del stand up. Lo que en boca de otros humoristas podría sonar como una completa grosería, en las voces de Ruiz Tagle, Matías o Quilici, tienen una frescura, una espontaneidad y una naturalidad que no sólo provocan la carcajada sino que también interpelan a la reflexión y muestran, ajenos a toda construcción enciclopedista, la verdadera cara de la vida en el conurbano que muchos se niegan a ver. Y poder hacer humor también con eso, que muchas veces es doloroso, estigmatizante, lleno de etiquetas que el exterior les pone para encasillarlos. Quizás lo menos logrado en la propuesta de Croce son las escenas de Héctor Diaz como un fiscal del INADI de Corrección Política que si bien permitirá tangencialmente reflexionar una vez más sobre los límites, lo permitido, la incorrección y la parodia sobre sí mismo, tienen un tono sumamente explicativo como si el espectador necesitase una sobreexplicación para entender el tema. Gay, en una de las entrevistas propone que para que haya humor y sea sano, el humorista puede “pegarse a sí mismo o de ahí para arriba, nunca sería aceptable pegarle a los de abajo”. Esto mismo propone Sebas Ruiz cuando dice que desde su condición social puede hacer humor con los “negros”, los “chorros”, los “marginales”, los “planeros” y de esta forma poder transgredir y sobrepasar todos los límites porque hay una condición social que los habilita a hacer humor sobre situaciones que no cualquier humorista podría abordar. “STAND UP VILLERO” nos acerca a un ámbito no tan conocido por el público y Jorge Croce lo hace desde la simpleza, la mirada sin preconceptos y liberada de prejuicios que estos artistas del stand up merecen.
En su tercer largometraje, luego de “La huella en la niebla” y “Diamante”, Emiliano Grieco con “EL ROCIO” plantea abiertamente un cine de denuncia: la historia que vive la protagonista, es sólo un ejemplo de entre las muchas historias de los habitantes de poblaciones rurales cercanas a las fumigaciones con agrotóxicos - que obviamente van a favor de la producción pero en el detrimento de la salud de la gente-. Fernando “Pino” Solanas ya lo había abordado en forma documental en su trabajo “Viaje a los pueblos fumigados” y en este caso, Grieco lo toma como disparador para una narrativa de ficción pero que claramente tiene su base en los casos de la vida cotidiana que se han presentado en cualquiera de esas localidades. Sara (Daiana Provenzano) tiene un primer acercamiento con un médico del lugar (Tomás Fonzi) por un accidente doméstico del cual su pequeña beba sale casi milagrosamente indemne. Pero luego, deberá consultarlo por ciertos problemas respiratorios que su hija presenta, totalmente emparentados con los temas de las fumigaciones que se realizan en las cercanías: la situación se torna cada vez más delicada y será imprescindible que viaje a tratarla a Buenos Aires, a pesar de su precaria condición económica y la total falta de apoyo por parte de cualquiera de las instituciones que debiesen hacerse cargo. Así como recientemente, en el film boliviano “Muralla”, acompañábamos el derrotero de un padre que hacía hasta lo imposible para poder salvar la delicada vida de su hijo que se encontraba hospitalizado esperando ser trasplantado, empujándolo irremediablemente a llegar a situaciones delictivas como para poder generar los fondos necesarios para solventar todo tipo de tratamientos. Sara entonces comenzará a contactarse con viejos conocidos que la utilizarán de “mula” para que en su viaje a Buenos Aires pueda llevar “mercaderías” y de esta manera, ella podrá costearse el viaje y los gastos que involucran el tratamiento de su hija. Si bien el relato que plantea Grieco en su film se construye en un terreno enteramente ficcional escrito por Bárbara Sarasola Day, los puntos de contacto con el conocido caso de Antonella son múltiples y permite comenzar a tratar el tema en pantalla y visibilizar la lucha silenciosa de pequeñas organizaciones que han surgido sobre todo en la provincia de Entre Ríos como la Coordinadora “Basta es Basta” que lucha en forma permanente contra las fumigaciones indiscriminadas y el uso de herbicidas como el glifosato, de alta toxicidad. La trama no solamente encara el tema de la lucha de una madre completamente sola frente al sistema, sino la desprotección que se plantea desde el aparato estatal más las subtramas que deben abrirse a partir de la necesidad de juntar dinero para emprender el viaje y costear el tratamiento. Es así que el guión trabaja a dos bandas, tanto desde el cine de denuncia de un tema tan grave como éste, como así también la temática del narcotráfico y la violencia de género. Es quizás en ese momento donde “EL ROCIO” deja demasiados flancos abiertos y pierde la contundencia y el eje en el drama que había planteado desde el inicio, para nutrirse con algunos momentos de thriller que dispersan, en parte, el eje fundamental de la historia. Acierta en la presentación del personaje de Sara, su fortaleza y su valentía para poder ponerse en contra de las corporaciones tan poderosas, alzar la voz a favor de todos los que sufren este flagelo y no son escuchados y romper ese manto de silencio que aparece en las provincias y poblaciones damnificadas. El perfil de denuncia que transmite en la temática elegida es de por sí una novedad dentro del cine nacional, poniendo en juego un tema que no se ha visto en pantalla y del que no se ha hablado más que a nivel periodístico y en el que se sabe que están involucrados diversos actores tanto de la política nacional y provincial, como del empresariado y profesionales vinculados con la agricultura que prefieren acallar el tema por completo. Narrarlo desde la ficción, incorporándolo a la historia, es un aspecto positivo aún cuando el guión se empeña en subrayar y explicar en varias ocasiones, lo que ya queda explicitado desde las primeras escenas. La destrucción del ecosistema por medio de los desmontes, la soja, los agroquímicos, manipulaciones genéticas en las explotaciones agrícolas y la destrucción de los pequeños pueblos, son temas que no aparecen con frecuencia en los medios y que de alguna manera “EL ROCIO” los expone y saca a la luz. Daiana Provenzano tiene un protagonismo absoluto dentro de la historia y con herramientas nobles intenta darle fuerza a esta Sara que es puro coraje y rebeldía frente a un sistema que la excluye violentamente y logra en todo momento transmitir esa seguridad que la impulsa, aunque en ciertas escenas cueste sostener la credibilidad y algunos diálogos pierdan ductilidad y suenen demasiado forzados. Pero cuenta con un elenco de secundarios de primer nivel que la acompañan en la historia, con un buen lucimiento de Tomás Fonzi como el médico del pueblo, Lorena Vega como la médica que les dará ayuda en la Capital Federal y la participación de Eva Bianco como su madre, que demuestra que para una gran actriz no hay pequeños papeles. Aún con los reparos que puedan presentarse frente a las derivaciones algo caprichosas que toma el guión en la segunda mitad del filme, “EL ROCIO” presenta valientemente un tema sumamente importante, muy poco transitado en la ficción nacional.
El nuevo filme de Verónica Chen (quien anteriormente había realizado los filmes independientes “Vagón Fumador” “Agua” y “Mujer Conejo”) presenta un cambio importante dentro de su filmografía en el que quizás sea su trabajo más realista y convencional, en el mejor sentido de la palabra. En el centro de la escena, en este caso, Chen nos presenta a Lola (compuesta por Sofía Brito) una joven con tres hijos de diferente padre, de los que se ocupa de su crianza prácticamente sola, a pesar de tener una pareja. Ella vive con su padre, Omar, que un determinado día sale con Rosita a comprar un par de zapatillas pero no vuelven a casa. Con este disparador inicial, toda la primera parte de “ROSITA” propone un clima perturbador, al ritmo prácticamente de thriller, para contar la historia de una madre que está desesperada cuando siguen pasando las horas y no se tienen noticias de esta hija que ha desaparecido en manos de su abuelo… pronto llega la noche y no logra dar con su paradero. Pero a medida que avanzamos en el relato, el guion trabaja en diferentes capas poniendo el foco en esa incertidumbre que penetra y se apodera del relato. Es así como van apareciendo múltiples disparadores y significantes para una palabra tan fuerte como lo es “desaparición” dentro de nuestro inconsciente colectivo por nuestra historia reciente, sumado a todas las noticias que circulan en los medios sobre el tema de la trata de mujeres y menores. Repercuten en la cabeza de Lola, frente a una falta de respuesta concreta, los pensamientos desordenados que se suscitan en la cabeza de una madre completamente avasallada por la situación: ¿tuvieron un accidente? ¿Escaparon? ¿El abuelo “raptó” a su propia nieta? ¿Con qué fin? y de esta manera, comienza a reconstruirse esa figura de su propio padre en función a nuevos elementos que va teniendo en cuenta, que se leen a la luz de ciertos retazos del pasado que la película irá develando lentamente. Verónica Chen en éste, su cuarto largometraje, nos brinda básicamente, una película mentirosa: “ROSITA” no logra sostener más que en un primer tramo de la película esta propuesta inicial con cierto suspenso y enigma. Se refugia rápidamente en una historia familiar más intimista y elige instalarse en una segunda parte en un terreno mucho más seguro y plano, en una “zona de confort” que no la favorece. El clima de tensión extrema y exasperación por las posibles connotaciones de un no regreso que se plantea en la primera parte va cediendo paso a otra historia diferente que resuelve el conflicto de una manera tan burda como inverosímil, explicada con copiosos detalles y subrayada una y otra vez, disipando cualquier potencial duda que es el problema fundamental que presenta el guion escrito por la propia Chen. Sin embargo, en este caso –como en otros de sus trabajos- la ciudad gana una fuerza impactante en el manejo que la directora tiene con la cámara, y el mérito de la acertada primera parte es poder mostrar a esta ciudad como un territorio hostil, poco contenedor y cruel. Tanto como los subrayados aparecen en el guion generando esta sensación de distancia respecto de la historia que se había presentado originalmente, algunos desaciertos en marcación de los actores dentro de la dirección hacen que por ejemplo, un gran actor como Marcos Montes –Omar, el abuelo de Rosita y padre de Lola-, moldee su criatura a los gritos pelados con una excesiva teatralidad que no repercute positivamente en la pantalla. Por el otro lado, acierta en un casting infantil sólido (brillantes Rosita y sus dos hermanos) y con un rol protagónico preponderante, Sofía Brito como Lola, no logra apoderarse en ningún momento de la profundidad que esa madre le exigía al personaje. “ROSITA” se presenta como una película envolvente, atrapante para luego ir sucumbiendo a ciertas derivaciones de la trama que cambian completamente el foco para plantearse el interesante universo íntimo de las relaciones familiares, aunque elige un tono demasiado discursivo y subrayado para su tratamiento.