Recientemente “Pleasure” de Ninja Thyberg se metía en la industria del porno a partir de la mirada casi naïf de Bella Cherry, una joven que quiere ingresar a ese mundo a cualquier precio, aun teniendo que pasar por momentos sumamente desagradables que harán que vaya fortaleciéndose hasta lograr su objetivo. Tyhberg propone una mirada sumamente despiadada y ácida mientras acompaña a su personaje protagónico a cumplir sus propios deseos, una postura completamente descarnada sobre una industria conectada además con otros excesos y adicciones. Ahora es el turno del mundo del porno masculino con “PORNOMELANCOLIA” de Manuel Abramovich que, comparada con la mencionada propuesta de Tyhberg, aparece como carente de la osadía y la libertad que este tipo de realizaciones necesitan. Abramovich apela a un registro que por momentos se apega más al terreno del documental, mientras que en otros intenta una suerte de historia ficcional, para presentarnos el mundo de Lalo, intentando borrar esa frontera entre realidad y ficción que hace que la propuesta gane en interés y que no pueda ser encasillada, una forma de concebir la película que el propio director describe como la posibilidad de escapar de una definición binaria. Lalo Santos es un operario que apenas ve la fábrica desolada la utiliza como escenario para que entre máquinas, pisos de cemento y tornos, aflore su desnudez: primero a través de fotografías con las que nutre sus redes sociales, animándose luego a producir su propio contenido audiovisual que alimentará el deseo y la fantasía de sus miles de seguidores y comenzará a monetizar su emprendimiento. La idea de una imagen ruda y potente –Lalo es el prototipo de mexicano de gruesos bigotes y una figura que juega inclusive con la semejanza a Pacho Villa al que se hará referencia directa posteriormente- permite que Abramovich explore una deconstrucción del modelo de masculinidad y los arquetipos heteronormativos predominantes, sobre todo, en ciertas culturas latinas (sobre todo en la mexicana) donde todavía cuesta salir de determinadas concepciones binarias. En este contexto, Lalo ve la posibilidad de ingresar a la industria triple X a través de un casting y formar parte del negocio con la propuesta de versionar dos íconos mexicanos como Pacho Villa y Emiliano Zapata para hacer una porno gay con referencias históricas, que será su ingreso a este mundo de una forma completamente profesional. De todos modos, frente a una temática que se celebra que aparezca en las pantallas y que se constituye como extremadamente necesaria para los tiempos que corren, Abramovich registra una perspectiva “lavada”, poco crítica y demasiado liviana para una película que pretende meterse de lleno en estas problemáticas. Si bien la cámara sabe jugar tanto con los fuera de foco como con los fuera de campo, hay algo de pudoroso y alejado en el ojo de Abramovich en las escenas que requerían de una mayor osadía. Logra muy buenas composiciones cuando muestra, por ejemplos, los cuerpos desnudos tomando sol, pudiendo dar una naturalidad a la desnudez cuando estos hombres se desnudan en la geografía de la llanura o sobre las rocas. Pero se queda en un registro sumamente esquemático, bordeando el lugar común cuando se va adentrando en la industria del porno, con los típicos gemidos, las convencionales posiciones de la cámara, y con ciertos alejamientos que implican no sólo una distancia desde la imagen sino también desde la emocionalidad de lo que está sucediendo. Hay algunos intentos de problematización de la situación social (con la falta de trabajo y los trabajadores de las fábricas que necesitan mayores ingresos), de temas pretendidamente importantes (en algunas revisaciones médicas de Lalo surge el tema de su HIV) y del desdoblamiento de Lalo entre el “porno star” de las redes y la tristeza de base de la que no logra escapar. Planteos sumamente interesantes, pero que en “PORNOMELANCOLIA” se sobrevuelan, aun con buenas intenciones, pero sin una clara toma de posición al respecto, quedándose en una exposición meramente formal más que en un tratamiento profundo. Situación que además se complejizó frente al estreno de la película en San Sebastián y las acusaciones del protagonista de haber sido obligado a hacer escenas no consensuadas, la falta de apoyo de la producción en sus momentos de quiebre emocional frente a las repercusiones que esta realización tuvo en su presente, sintiéndose abusado y manipulado. Ahí quizás comience la verdadera historia.
Matías Szulanski en cada una de sus películas se arriesga a una narrativa diferente, a personajes anti-convencionales, situaciones bordeando el grotesco y lo patético y logra, aún en los desequilibrios de los resultados, obras personales. “Astrogauchos” “Recetas para Microondas” o la más reciente “Ecosistemas de la Costanera Sur” hablan de un riesgo en el guion y en la dirección, que comparten precisamente con esta última película “JUANA BANANA”, siguiendo los pasos de la protagonista, una actriz que entre casting y casting, trata de buscar su lugar en el medio y porque no… un proyecto de vida. Parte del desorden interno de la protagonista (una Julieta Raponi que por momentos se presenta sumamente natural y espontánea y en otros, demasiado forzada en sus risas y sus quejosos mohines) se traduce también en un desorden narrativo que va alejando al espectador de lo que la historia pretende contar. De esta manera, va salpicando algunos temas sin lograr una fuerte cohesión entre ellos: el trabajo, el mundo de los castings, la relación con sus amigos, un novio que le ofrece un vínculo que parece no tener demasiado futuro y un libro misterioso que favorece a seguir erráticamente en la búsqueda. Emparentada con los retratos de toda una generación que muestran por ejemplo “Clementina” de Constanza Feldman y Agustín Mendilaharzu o de la trilogía del tenis dirigida por Lucía Selles, hay cierto aire naïf demasiado impostado y personajes que, apenas atravesada la presentación no ganan en profundidad ni capturan el interés del espectador. Sólo por mencionar un ejemplo de lo que sale de las estructuras y que, sin responder a los cánones convencionales nos podemos acercar a un producto que pueda tomar compromiso de lo que le sucede a los jóvenes de hoy en día, la serie “Supernova” con dirección de Ana Katz lograba entrar en ese mundo diferente pero con una historia más consolidada y atractiva que no es precisamente el caso de “JUANA BANANA”. Hay frustraciones, tragedias cotidianas, el amor, los amigos y Szulanski lo relata siempre con su tono políticamente incorrecto y lejos de todo dramatismo, siempre con una sonrisa cariñosa hacia su heroína y los personajes secundarios que la acompañan (donde también se notan algunos problemas con algunas actuaciones), pero a veces, construir una buena película, es mucho más que eso y por más que se hagan presentes las buenas intenciones, el producto se queda muy a mitad de camino.
Pareciera ser que el mundo adolescente se fue construyendo como un subgénero dentro de algunos géneros y fue ganando terrero, poco a poco, mostrando algunas realidades que antes no se mostraban en pantalla o se mostraban de otra manera. Es así como Mariano Biasin en “SUBLIME” se sumerge en ese mundo pre-20 en donde se mueven Manuel y Felipe, compañeros de colegio que comparten una misma banda de rock y su mundo cómplice de momentos compartidos, primeras experiencias amorosas, anécdotas sexuales y compañerismo. La propuesta tiene mucho de coming of age y de explorar algunos de los ritos de pasaje, sobre todos los vinculados con el despertar sexual y algunos compromisos que comienzan a marcar la vida adulta. Pero con algunas miradas que el ojo de la cámara nos va ofreciendo, algunos detalles y ciertas intervenciones –sobre todo sobre el territorio de los cuerpos, tema que Biasin maneja muy sólidamente en esta, su ópera prima-, comenzamos a vislumbrar que está pasando algo más de lo que aparece en la superficie. Uno de los dos amigos se enamora del otro. Frente a la crisis de identidad se plantea también el entorno familiar, el círculo de pertenencia, hasta dónde abrir ese deseo y atravesar ciertas líneas, cómo decir lo que siente sin que se ponga en juego (e incluso se pierda) ese vínculo de amistad entrañable que para ellos también es constitutivo. En esta segunda capa exploratoria, la tensión sexual y ese acercamiento temeroso que duda en romper las barreras, recuerdan a esas tensiones de los personajes -un poco más adelantados en el rango etario- de las primeras películas de Marco Berger (“Plan B” “Hawaii”) y Biasin lo va resolviendo con un aire que se asemeja mucho a esa corriente. Galardonada en su recorrido por varios festivales internacionales, “SUBLIME” se presenta dentro de las Galas de este Festival de Cine de Mar del Plata, con un promisorio debut frente a las cámaras para su primer largometraje (quien haya visto “Área chica, infierno grande” o “El inicio de Fabrizio” sabe del poder narrativo de Biasin) creando el clima necesario para que la historia se interne en ese universo tan particular, logrando dos muy buenos trabajos en los protagónicos de Martín Miller y Teo Inama Chiabrando. Una historia pequeña narrada con gran sensibilidad y que, gracias a la ayuda de un excelente trabajo técnico, logra momentos de una belleza estética deliciosa.
Muchos cineastas han encontrado dentro del universo del documental, el vehículo propicio para sumergirse y bucear en la (propia) historia familiar. En este caso, Damián Galateo elige abordar sin concesiones la historia de su abuelo, Alberto Luis Galateo, una reconocida figura en el mundo del fútbol en los años ‘30, una gran estrella tanto en Santa Fe como en Buenos Aires, quien llegó inclusive, a jugar en un mundial y es el eje del relato elegido para desarrollar esta ópera prima. Particularmente “TERROR FAMILIAR” no se construye como la biografía de un reconocido jugador de fútbol de la época sino que se atreve a mostrar la oscuridad dentro de la contracara del “ídolo”, sus movimientos puertas adentro, en donde aparece la violencia doméstica con ribetes verdaderamente crueles y que Damián aprovecha para exorcizar y ahuyentar, a través de este trabajo artístico, todos los demonios del pasado con los que la familia todavía convive. Mediante una reconstrucción que utiliza las películas caseras, recortes de diarios de la época, con intertextos en pantalla a modo de noticiero –con un aire que lo relaciona con el cine mudo más clásico-, fotos y testimonios de quienes pueden dar cuenta de lo ocurrido y comenzar este sanador proceso, el director intenta escapar de los cánones del relato biográfico y el documental “basado en hechos reales” para sorprender con un diseño que toma diferentes riesgos. Es así como allí donde otros documentales se quedan en el mero relato familiar personal, “TERROR FAMILIAR” no solamente plantea los coletazos de la violencia doméstica en quienes los han vivido, sino que muestra además cómo estos hechos marcan y atraviesan varias generaciones, que se hacen presente en el hoy, a través de la voz de los nietos. Damián Galateo construye un excelente ejemplo de cómo bucear en lo vivido cuando fueron niños, adolescentes y jóvenes para penetrar en lo más oscuro del seno familiar, de forma tal de comprender y poder encontrar algunas respuestas sanadoras para las generaciones venideras, para evitar que ese dolor se transmita y se repita. A través de un recorrido con pluralidad de testimonios, se arma el rompecabezas de un crimen que tiene ribetes de por sí aberrantes cuando hablamos de parricidio. Lo valioso es poder narrar la historia familiar sin tomar demasiado partido, analizando causas, consecuencias y revisando en profundidad las modalidades estructurada alrededor de la figura masculina de fines de Siglo XX, en donde la violencia para con esposa e hijos era moneda corriente y forjaban ese secreto intrafamiliar que no salía a la luz, que es el germen para que luego se desencadenaran este tipo de hechos. Vinculado con esto, se abre otra de las capas de análisis cuando Galateo se anima a explorar, por abierta contraposición, cuál era el rol de la mujer y el sometimiento a una violencia machista que vuelve a tomar otro sentido cuando lo aplicamos a ciertos modelos que, hoy en día, estamos dispuestos a demoler. De esta forma “TERROR FAMILIAR” se constituye en un trabajo valiente de indagación profunda sobre esos secretos familiares que marcaron a fuego a los protagonistas pero que en la mayoría de los casos, nadie se anima a develar.
Juan Minujín es Lucio, un profesor e intelectual, devenido en escritor y activo participante del mundo literario que, por algunos ardides de la vida universitaria queda afuera en un concurso y busca refugio como profesor suplente de Literatura en un colegio secundario, un trabajo en apariencia temporario y menor que le cambiará la vida. En plena crisis laboral/profesional además de tener que enfrentar sus tormentas personales (una reciente separación de Mariela -Bárbara Lennie- y por lo tanto, el nuevo modo de vincularse con su hija adolescente -Renata Lerman-), deberá transitar una fuerte adaptación laboral en un entorno en donde se siente extranjero: una escuela secundaria cerca de la Isla Maciel, con una realidad económica y social completamente opuesta al ámbito en el que se solía manejar. Nuevos códigos, nuevo entorno, nuevos compañeros y sobre todo, nuevos estudiantes con vivencias duras que golpean por completo las pocas seguridades con las que Lucio llega a este nuevo puesto de trabajo. Diego Lerman vuelve sobre los pasos de temáticas arriesgadas y con un fuerte compromiso social como sus anteriores trabajos en “Refugiado” y “Una especie de familia” para mostrar una realidad que sólo necesita de una cámara que pueda describirla en la forma tan comprometida con la que él lo hace junto a todo su equipo. “EL SUPLENTE” no solamente describe el viaje interior de Lucio en plena crisis en todos sus rincones personales sino también el verdadero proceso de cambio que despiertan cada uno de esos estudiantes a medida que avanza su trabajo y su compromiso dentro del aula. El guion del propio Lerman junto a María Meira y Luciana de Mello permite revalorizar la figura del docente de este siglo donde no solamente será importante transmitir conocimientos y las herramientas necesarias para que los estudiantes puedan ir avanzando sino poder abordar las múltiples aristas que tenemos que tener en cuenta a la hora de pararnos frente al aula, atentos a las necesidades de esas miradas que depositan en la figura del profesor muchas más necesidades que transmitir meramente contenidos curriculares. Lucio es el profe, pero es también un poco el padre de cada uno de ellos (con una fuerte contraposición a lo que le pasa con su hija y la crisis frente a la elección de un colegio secundario al que no quiere ingresar por más prestigiosa que sea esa institución porque ella quiere seguir sus propios deseos), el mediador, el psicólogo, el confidente hasta el “salvador”. Permanentemente la historia pivota entre el aula y lo personal, como un todo indivisible, en donde aparecerán también el vínculo amoroso con una profesora comprometida con los estudiantes y el vínculo de Lucio con su propio padre (otro excelente trabajo del chileno Alfredo Castro). “EL SUPLENTE” plantea un nuevo modelo de docente, donde no hay posibilidades de permanecer ajeno a la realidad que aparece en cada aula: la docencia de hoy necesita del compromiso, de involucrarse, de poner el cuerpo, de que cada estudiante verdaderamente sienta esa distancia de rescate a la que se debe estar dispuesto para que la tarea tenga sentido. Magistralmente la cámara de Lerman expresa todo eso sin decirlo en palabras, simplemente mostrando una realidad ineludible, un contexto hostil y expulsivo que va generando en los jóvenes una la mirada de desaliento y desesperanza frente a su futuro que aparece permanentemente cuestionado. Son quienes ponen en crisis la propia figura de la institución educativa cuando elude su compromiso y no quiere ponerse al servicio de su propia comunidad, mirando para otro lado. La realidad de muchas de las escuelas de la ciudad y del conurbano bonarense en donde se filtra la droga, la autoridad policial, el submundo de los traficantes y el peligro que involucra a los estudiantes. Absolutamente desmarcándose del típico subgénero de películas de “profesores y alumnos” y más cercano a la mirada documental de Cantet o Germán Doin (“La Educación Prohibida”), Lerman describe a Lucio como uno de esos profes que, casi sin pensarlo, se ve interpelado por cada una de esas miradas que lo esperan en el aula, construye una verdadera figura de autoridad porque realmente los mira y los acepta tal como son, los comprende y les tiende su mano aún cuando no sea esa, precisamente, su verdadera función. Juan Minujín aprovecha cada una de las tonalidades que le brinda este protagónico absoluto, metiéndose de lleno en la piel de su personaje, con la cámara de Lerman siguiendo su derrotero personal y mezclándose entre sus colegas con formidables trabajos secundarios como María Merlino, Bárbara Lennie y Rita Cortese (imposible no conmoverse en la escena donde explica el sentido de venir a trabajar cada día en el colegio) y un elenco de no actores conformado por Lucas Arrúa, Jonathan Bogado o Amelí Mejía, encarnando los roles de los estudiantes con quienes se vincula de una forma fresca, natural y con un intenso verosímil. Lo que es difícil de expresar en palabras, esa devolución amorosa y transformadora que se recibe de cada estudiante cuando uno se para frente al aula y se entrega a sus alumnos con toda la pasión de la docencia, Lerman lo traduce en cada fotograma, en una poesía que hace que “EL SUPLENTE” sea mucho más que una simple película. Es una toma de partido frente a una profesión bastardeada y minimizada en la agenda política, es una apuesta a involucrarse, a dar servicio y es un agradecimiento a todos aquellos estudiantes que pasaron por nuestras vidas y nos devolvieron muchísimo más de lo que les hemos dado en cada clase.
Susana Nieri es una directora que siempre ha estado interesada en poner en pantalla temas de denuncia social, los que visibiliza a través de su cine, tal como en sus películas anteriores “Gotas de lluvia” y “Ella se lo buscó” en donde trabajó con la violencia de género, el abuso sexual y el femicidio. Ahora en “ALGO INCORRECTO” avanza en una historia sobre hechos reales que tienen como centro la historia del juez Edmundo O’Neill, de la ciudad de Mar del Plata, quien fue señalado en las denuncias en su contra, como el abusador de más de 30 mujeres. Nieri construye con este caso, un alegato firme y contundente, de cómo el aparato judicial y los vericuetos legales accionan en contra de las propias víctimas, fallando a favor del victimario. Luego de las denuncias, en 2004 comenzó el juicio en contra de O’Neill en el que el acusado pronunció la frase “Yo sé que he hecho algo incorrecto pero no siento culpa” que es rescatada desde el título de la película por su paradigmático significado, un testimonio de quien se cree completamente impune. Si bien la cantidad de denuncias realizadas por mujeres que denunciaban casos de abuso hablaba por sí sola, a los dos años de iniciado el juicio, la acción penal quedó extinguida por el paso del tiempo, es decir que declarada la prescripción, el Juez O’Neill falleció en el 2016 sin haber sido condenado. El guion de la propia directora, muestra los hechos a través de la historia de una mujer que viaja al Encuentro Nacional de Mujeres que se desarrolla en Mar del Plata, con el objetivo de reflotar la causa y pedir justicia por el caso de su hermana. A medida que la historia avanza, la hija del Juez se cruzará en su camino y ambas encontrarán un aprendizaje de ese encuentro donde cada una de ellas, a su manera, busca una verdad reveladora. Si bien César Bordón logra una muy buena actuación en el rol del Juez denunciado por abuso, la película no le da un rol tan preponderante como a Eleonora Wexler en el rol de su hija quien estará partida en dos entre el amor que siente por su padre y la verdad que se va desplegando frente a sus ojos. La composición de Wexler es lo más destacado de la nueva película de Nieri y vuelve a demostrar que es una de las actrices más notables de la actualidad que puede modificar su registro abordando trabajos en cine, teatro y televisión con la particularidad que cada uno requiere. Volviendo a apostar por un cine que despierte conciencias, con una historia sencilla y narrada en forma convencional, este nuevo trabajo de Nieri cumple con el objetivo de visibilizar estas temáticas no solamente desde el lugar de la propia víctima sino también desde el espacio de otros actores sociales que también se ven dañados hasta tanto la verdad no salga a la luz. Romper con las connivencias, la justicia que sólo responde a los círculos de poder y a intereses que jamás empatizan con el dolor y el sufrimiento de las víctimas, con la paradoja de terminar convirtiéndola en víctima del sistema cuando denuncia en vez de contenerla, es una realidad sobre la que “ALGO INCORRECTO” se permite reflexionar, y lo hace a través de un acertado mensaje, con herramientas nobles.
El cine de Eduardo Pinto (“Corralón”, “La Sabiduría”) sabe generar un aire tenso en donde sus personajes se mueven cómodamente. En su nuevo trabajo, “EL DESARMADERO”, no solo elige aferrarse a la negrura de sus criaturas sino anclar más puntualmente en el terror y de esta forma, modificar parte de su estilo aunque queda preso de algunas convenciones propias del género. Bruno (Luciano Cáceres, uno de los actores “fetiche” de Pinto) es un artista plástico que después de sufrir un hecho traumático es internado bajo tratamiento psiquiátrico. Frente a la posibilidad de reinsertarse en su vida social por fuera de la internación, su amigo Roberto (Pablo Pinto) le ofrece una vivienda en su desarmadero, que además de ser una interesante oportunidad laboral, significará encarar una nueva forma de vida, que intentará brindarle la posibilidad de dejar completamente atrás los hechos que lo atormentan. Recorriendo el predio, uno de los autos oficiará de disparador de sus recuerdos, de su vida anterior y generará nuevamente el contacto con la locura y el descontrol frente a los recuerdos que vuelven a hacerse presentes. Una mente errática y que divaga entre su arte, el pasado y las presencias que aparecen cada vez con más frecuencia y con más fuerza, hacen que Bruno comience a sumergirse en un camino sin salida que va potenciando su desequilibrio, al mismo tiempo que se aleja de su tratamiento. Este mundo onírico y fantasmático, descontrolado y fantástico, permite que Pinto se luzca con una puesta en escena destacada. Sus ideas son precisas, claras y se apoyan en una gran solvencia narrativa, aunque a medida que avanza la historia, el guion –también de su autoría- se ve debilitado por una serie de lugares comunes y zonas demasiado obvias, que atentan contra la fuerza del relato, transitando por algunas situaciones previsibles. Luciano Cáceres nuevamente se muestra sumamente sólido en el rol protagónico y, acompañado por Pablo Pinto, encuentran el tono correcto de sus personajes y la química entre ellos. Las participaciones de Diego Cremonesi (con un papel que le permite transitar por tonalidades diferentes a sus últimos trabajos en la pantalla grande), Clara Kovacic y Malena Sánchez, completan el elenco de una propuesta que toma nuevos riesgos y aborda nuevas zonas dentro del cine de Pinto y logra esa marca de autor que se imprime en todos sus trabajos. .
Se podría decir que las películas con perros son generalmente un típico crowdpleaser, de esas películas que le gustan a todo el mundo. Sin embargo, el vínculo con las mascotas y la forma en que se aborda el universo canino en este nuevo trabajo de Rodrigo Guerrero (“El invierno de los raros” “El tercero” “Venezia”) no apunta a la narrativa simpática y complaciente, sino que por el contrario, explora en los repliegues de la soledad y el abandono, teniendo mayores puntos de contacto con “La mujer de los perros” de Laura Citarella y Verónica Llinás. En este caso “SIETE PERROS” narra la historia de Ernesto quien vive en su departamento en la ciudad de Córdoba junto a siete perros que lo acompañan en su solitaria rutina y que generan cierta incomodidad dentro de la convivencia en su edificio. El patio de su departamento en planta baja parece ser el basurero de todos los departamentos que dan al pulmón del edificio encontrando desde pañales usados, hasta basura y preservativos: una falta de empatía y de respeto para con el otro que se convierte, en cierto modo, en la humillación que debe sufrir permanentemente de sus propios vecinos, los mismos que a la hora de realizar la reunión de consorcistas, juntan firmas para intimar a que Ernesto se deshaga de sus mascotas bajo la amenaza de iniciar acciones judiciales. El guion de Paula Lussi combina estos elementos para mostrar la intolerancia, los problemas de convivencia, la imposibilidad de aceptar lo diferente y la falta de empatía mostrando en pequeños detalles el egoísmo y el individualismo imperantes teñidos del prejuicio y la discriminación. “SIETE PERROS” es además la oportunidad de disfrutar a Luis Machín en un protagónico absoluto en el que recorre varias tonalidades. Si bien en muchas de las escenas aparece como un personaje marginal y hasta ajeno a la realidad, su débil vínculo con su hija y la relación con algunos vecinos permiten evidenciar otras facetas de Ernesto cuando se comunica con el exterior. Machín aprovecha al máximo las escenas con sus mascotas, despertando una empatía directa con el personaje, desplegando una ternura muy particular en su vínculo con el mundo “perruno” y logrando algunos tramos tan intensos como conmovedores. Trabaja su criatura desde lo simple, lo cotidiano y lo real logrando hacer contacto con el costado humano que presenta la película que elige cerrar con un mensaje esperanzador y una reflexión sobre la importancia de construir una sociedad que apunte a las nuevas miradas, más libres de encasillamientos, de estereotipos y de estigmatizaciones.
Dentro de la temporada de estrenos que propone, jueves a jueves, el sitio www.cine.ar/play, y la señal de TV, la presentación de “LAS FURIAS” de Tamae Garateguy marca una notable diferencia respecto del resto de las presentaciones de las últimas semanas. Garateguy como directora se muestra permanentemente inquieta y a la búsqueda de un lenguaje cinematográfico propio, diferente a todo, tomando riesgos y este es, fundamentalmente, el valor adicional que tiene “LAS FURIAS” por sobre la mayoría de las producciones estrenadas en las últimas semanas. La directora de trabajos colectivos como “UPA!” y “UPA 2!” iconos del cine independiente filmadas junto a Santiago Giralt y Camila Toker y los suyos propios, tan rupturistas, diferentes y con una estética poco frecuente en el cine nacional, como “Hasta que me desates”, “Pompeya” y su inolvidable “Mujer Lobo”, siempre está apostando a la mezcla de géneros y por sobre todo a un abordaje narrativo novedoso y a un planteo estético que sale de los carriles tradicionales y el tratamiento convencional. En este caso, si bien la historia de amor toma los elementos más clásicos del género que incluyen la tragedia y el amor prohibido, la forma en que Garateguy elige contarla, no respeta una línea temporal en forma cronológica y va armando lentamente su juego narrativo saltando del pasado al presente e inclusive jugando con una cierta idea presentar imágenes de un futuro, antes de que sucedan, generando una particular idea surrealista dentro del relato. Ese juego del tiempo hace que una simple historia de amor entre Lourdes (Guadalupe Docampo), hija de un fuerte terrateniente, y Leónidas (Nicolás Goldschmidt), un muchacho de la comunidad originaria que rompe abruptamente el mandato familiar renunciando a contraer matrimonio con su prima, pueda ser presentada de una manera novedosa y distinta. Este encuentro casual y sobre todo, la pasión desbocada que los impulsa, hace que los protagonistas vivan este romance (muy al estilo Shakesperiano de “Romeo y Julieta”) desafiando todos los mandatos y las culturas tradicionales de cada uno de sus pueblos que llevan sobre sus espaldas, desde donde se irán tomando los elementos más clásicos: sabemos que cuando se intenta “desafiar” al destino que los dioses habían propuesto para cada uno de ellos parecerá la tragedia inexorablemente y desatará esas furias a las que el título hace referencia y que se vinculan con los castigos atávicos y las fatalidades condenatorias al romper las reglas. Aparecen, algunos más escondidos que otros, los guiños al cine de autor en gran cantidad de escenas, donde Garateguy tiene la capacidad de mezclar, sin que suene desbordado ni discordante, géneros tan diferentes como una historia con tintes de road movie atravesando paisajes mendocinos secos, desérticos y de montaña, en donde se amalgaman una historia con pueblos originarios, un western que puede hasta asociarse a un espíritu gauchesco y saltar, desde ahí, a la violencia más extrema, inclusive, coqueteando con algunos tintes de cine gore. Entrelíneas puede leerse un texto con reescrituras para que cobre una sólida vigencia: aparecen la violencia de género, relaciones familiares endogámicas y violentas dentro del marco de un agresivo patriarcado y abusos de diferentes tonos (en la piel de un Daniel Araoz siempre impactante). Será exactamente dentro de este ámbito y con todos estos elementos, que se presente esta historia de amor atravesada por un relato de venganzas cruzadas, que se va internando en el horror para llegar a bordear por momentos donde se interpone lo fantástico y lo sobrenatural y donde aparecen elementos de rituales y profecías con arraigadas creencias ancestrales de cada uno de los pueblos de los protagonistas. Tamae Garateguy logra darle una nueva vuelta de tuerca a una historia de amor prohibido con ese destino trágico, la purga de un karma que deberán expiar por el sólo hecho de haber atravesado todos los límites de sus propias imposiciones culturales, aquellas de las que los protagonistas intentarán escapar en un escenario que en por algunos momentos, se anima a la distopía y el apocalipsis. “LAS FURIAS” se completa con una apuesta técnica que sorprende y está por encima del promedio: una fotografía que trabaja con diferentes texturas, juega con los colores y saturaciones, con paisajes desérticos y montañas cobrizas, un montaje por momentos frenético y veloz y una banda de sonido que acompaña a la tensión del relato e inclusive. Todo un despliegue visual y técnico en el que se esconden, por momentos, las irregularidades de un guion que no logra una total cohesión y una cierta armonía entre todas las subtramas –quizás demasiadas- que propone. En alguna de ellas, Garateguy logra el impacto deseado pero en muchas otras la sobreabundancia de elementos atenta contra la precisión del relato y sobre todo, algunas de las actuaciones enfrentan momentos excesivos y subrayados que se oponen demasiado fuertemente al naturalismo con que se presenta al resto de los personajes. Aún con algunas imprecisiones y estos momentos menos logrados, el trabajo de Garateguy apuesta a lo diferente y no tiene miedo de jugarse por ideas fuera de lo común y aun cuando eso implique algún desacierto, como realizadora a la búsqueda de su propia marca de autora, prefiere apostar a forjar ese estilo de búsqueda estética y artística por fuera de lo ya visto, que es justamente lo que se celebra y se prioriza de este, su último trabajo, “LAS FURIAS”. POR QUE SI: «Garateguy apuesta a lo diferente y no tiene miedo de jugarse por ideas fuera de lo común»
Una madre que se define como “muy buena madre pero no muy cálida“ que además recuerda a su propia madre como “una heladera, como una marcha militar“ por sus rasgos de dureza, falta de cariño y poco contacto afectivo, es, de por sí, un personaje interesante en el cual bucear. Así se presenta el personaje de Marilú Marini en la película que marca el debut como director de Julio Chávez, “CUANDO LA MIRO” con un guion escrito junto a Camila Mansilla, dramaturga con la cual ya han escrito varias obras de teatro (como “Inés”, “Un rato con él” o “Después de nosotros” entre otras) y junto a la que una vez más indagan sobre los lazos familiares y ponen mayor foco en los vínculos filiales y en la figura de una madre sumamente particular. A pesar de que se comporta como un hijo único (permanentemente se la nombra a Eva, su hermana, pero no aparece en pantalla) Javier es un artista plástico que en medio de su proceso creativo, decide comenzar a filmar conversaciones con su madre que se construyen como un doble camino entre la construcción de una narrativa documental y la propia indagación del árbol familiar. En esas conversaciones de tardes compartidas en su departamento, comienzan a aparecer una reconstrucción de los recuerdos y de los sentimientos que se despertaron en esta madre. Frente a la llegada de Javier, a quien ella describe como un bebé hermoso al que no pudo amamantar –y eso ya ha quedado como una marca indeleble- pero al que siempre se ocupó de sobreproteger a su manera. A través de esos diálogos frente a la cámara atenta de Javier, ambos profundizaran sobre su propio vínculo e indagarán sobre cuestiones familiares y anécdotas de tiempos pasados. Así llegarán a abordar zonas más íntimas de su madre, la relación que tuvo con su marido (el padre de Javier que es indudablemente un personaje desdibujado frente a la potencia y fortaleza de carácter que presenta esta madre) con el que sexualmente confiesa que no se llevaban del todo bien y que si bien lo quería no ha sido su gran amor, y donde van reconociendo sus fortalezas y sus debilidades. Pero lo primero que llama la atención en la dramaturgia de Chávez/Mansilla es una cierta contradicción en la construcción de este personaje principal, que a sus 81 años de edad, no tiene ningún tabú en hablar frente a su propio hijo de la masturbación, de sus infidelidades, del deseo sexual –y de la pulsión sexual que siempre fue un elemento importante en su vida-, de ciertas decisiones límites que tuvo que tomar empujada por su marido y su hermana y que, sin embargo, se sigue mostrando tan avergonzada de la sexualidad de su hijo y asombrada de que Javier no sienta deseo por las mujeres. Lo mismo sucede con algunas frases que parece pertenecer a una mujer más estructurada y no tan “de avanzada” como se la muestra en alguna de sus confesiones, sosteniendo algunos arquetipos como que “la madre siempre tira más por el hijo varón” o que “no se te nota tanto como a otros” refiriéndose a la homosexualidad de su hijo, mientras hablan de los que opinan los vecinos. Chávez elige en su opera prima, presentar un puesta en escena sumamente teatral, un espacio que él domina y que le permite a través de acercamientos y primeros planos, bucear en la profundidad de sus personajes (hay algunos roles secundarios de mínima participación pero que no tienen una gran preponderancia en la trama) y penetrar en ellos con gran pericia. Aun con algunas situaciones donde los diálogos madre-hijo suenan algo artificiosos o que no logran sostener demasiado el verosímil, el enorme talento de Marilú Marini y del propio Chávez en sus actuaciones, sostienen la estructura de “CUANDO LA MIRO” y logran momentos de gran conexión actoral, superando las flaquezas que presenta el guion. Marini compone siempre sus personajes desde su exquisitez y ese manejo sutil de las pausas, las miradas y las inflexiones en sus líneas de diálogo que tanto la caracterizan. Se destaca sobre todo en sus giros más irónicos y en sus reflexiones sobre el rechazo a la vejez y a las complejidades de envejecer. Chávez la acompaña con otro gran trabajo, desde una cuerda de amorosidad frente a las confesiones y el recorrido de su madre por su pasado que permite desplegar el costado más vulnerable de su personaje y recorrer diferentes tonos y matices. Sobre el final, el guion depara una sorpresa, un giro brusco dentro del relato que va a permitir, inclusive, volver a reformular y brindar un nuevo punto de vista frente al recorrido que había atravesado la historia y darle otro sentido a esos momentos compartidos, grabados frente a la cámara, con esa complicidad con la que se tejen los recuerdos.