Con el marco de la ciudad de Rosario como referencia, más precisamente lo que sucede en el Parque de España de esa ciudad, “PERROS DEL VIENTO” de Hugo Grosso, toma como disparador diversos hechos que suceden en ese espacio geográfico lindante al río en donde se registraron ya varios casos de perros que se “suicidan”, que se lanzan al vacío inexplicablemente. Ariel (personaje a cargo de Luis Machín) trabaja en España en un ciclo transmedia junto a otro de los conductores / investigadores (Carlos Portaluppi) que generan el contenido documental del programa dedicado fundamentalmente a comportamiento animal. A raíz de estos casos tan extraños que se presentaron en el Parque, decidirá regresar a la Argentina, más particularmente a su lugar de origen para comenzar a indagar en estos sucesos e intentar encontrar una explicación. Hay un halo de incertidumbre que recubre al personaje, propio del curso de la investigación pero fundamentalmente entremezclado con esa sensación tan desestabilizante del retorno a sus raíces en donde se volverá a ver involucrado con un amor del pasado que actualmente es la pareja de quien fuese su mejor amigo (Gilda Scarpetta y Roberto Suárez, respectivamente). “PERROS DEL VIENTO” parte de una premisa interesante pero el guion del propio Grosso intenta transitar varias temáticas al mismo tiempo, que comienzan a solaparse entre sí, generando cierta confusión pero por sobre todo debilitando el eje central de relato que comienza a bifurcarse y perder fuerza hasta “olvidándose” por momentos del eje central del relato, al que vuelve fundamentalmente para algunas reflexiones sobre la finitud, el tiempo de vida y las muertes que nos fueron marcando en el camino. Así como se presenta una hipótesis de que el sonido del viento es el que impulsa a los perros a saltar al vacío, la sensación de incertidumbre e incomodidad que padece Ariel, frente a la movilización interior que le produce el vínculo con el hijo de su exnovia y su mejor amigo (un muy buen trabajo de Lorenzo Machín) serán los factores que lo enfrenten a su propia vulnerabilidad. En la complejidad de estos vínculos que reaparecen, el guion se permite desplegar diferentes temas referentes a su pasado, a la paternidad, a los proyectos y sueños truncos, tanto como al regreso de su propio exilio: Ariel, de esta forma, deberá enfrentarse a esa sensación de sentirse completamente al borde de su propio precipicio. Los tres protagonistas (Machín / Scarpetta / Suárez) construyen un equipo homogéneo que es el punto fuerte que presenta “PERROS DEL VIENTO” y que es lo que logra sostener la propuesta aún con ciertas decisiones narrativas imprecisas. Completan esta propuesta santafesina los destacados trabajos en los rubros técnicos de Marcos Garfagnoli en la fotografía y una notable banda de sonido a cargo de Carlos Casazza.
Estrenado en Biarritz y con una presentación especial dentro de la edición de BAFICI del presente año, el primer film de Alfredo Arias rodado íntegramente en Buenos Aires tiene su estreno comercial el 15 de Septiembre durante siete únicas funciones (del 15 a 23) en la sala Leopoldo Lugones. Alfredo Arias es un artista incansable, ecléctico, creativo e inquieto: eso es innegable. Es uno de los pocos que puede estar montando cinco espectáculos alrededor del mundo y tener la ductilidad de estar creando puestas en escena en Nápoles, París y Buenos Aires, fusionando ideas, lenguajes teatrales y trabajar en todos los idiomas. Uno de los pocos que tiene la capacidad de desplazarse desde el teatro clásico hasta una (re) definición transgresora del espectáculo musical y saltar de un musical con referencias al cine y a la política, al rock y al pop más osado. Uno de los pocos que tiene la capacidad de montar tanto a Copi como a Goldoni, retratar como pocos a Niní, zambullirnos en una “Familia de Artistas”, experimentar con “Tres Tangos” o sumergirse en el mundo de Hollywood y las divas como Joan Crawford como lo hizo en “Hello, Andy!”. En este caso, se encuentra con Ignacio Masllorens para dar vida a “FANNY CAMINA” una biopic sumamente particular sobre la figura de Fanny Navarro, una actriz argentina de gran esplendor en los años ’50 que fue identificada por su fuerte devoción con el movimiento peronista, justamente en una época donde el hecho de ser peronista o antiperonista, abría una infranqueable divisoria de aguas, lo que reverbera justamente en el presente sobre este personaje que no abandona en ningún momento su fortaleza y su libertad, frente a la persecución y la discriminación. Amante de Juan Duarte y confidente de Eva (lo que la convirtió automáticamente en enemiga de Libertad Lamarque y la destinó a una soledad autoexiliada), la figura de Fanny Navarro, le permite a Alfredo Arias & Masllorens, poder reflexionar también sobre las implicancias del fanatismo –tema de absoluta vigencia, tanto desde lo político como desde cualquier otra mirada- y el adherir incondicionalmente a las grandes causas. Lo impactante de la puesta de Arias, precisa e innovadora como siempre, es amalgamar a la Fanny de aquel momento con la Buenos Aires contemporánea de motos, semáforos, containers para la basura, carteles de neón en la calle Corrientes muy diferentes a las marquesinas de los años ´50 donde ella brilló en el Teatro Maipo y en El Nacional y una arquitectura que mezcla los rincones clásicos de la ciudad que han permanecido intactos a través del tiempo con otros espacios que son completamente modernos. Alejandra Radano, colaboradora incondicional de Arias, es una de las intérpretes ideales para jugar libremente con el artificio y con esa Fanny que detenta su fanatismo bordeando la locura, con ese acertado tono de melodrama clásico que la invade. Sorprende la elección de la artista conceptual y fotógrafa Nicola Constantino para dar vida a una Eva completamente diferente, alejada del arquetipo y del physique du rol clásicos al que el cine nos tiene acostumbrados para esa figura tan icónica. La censura, el cierre de los teatros, las listas negras y el exilio se hacen presentes en “FANNY CAMINA” para comenzar, de este modo, a dialogar con los trabajos anteriores de Arias y mostrar en esta nueva creación el universo inagotable de un hombre dedicado enteramente al arte y que por toda su trayectoria puede afirmarse que sin lugar a dudas habitan en él, plagadas de ideas, las mil y una cabezas.
Laurent Tirard es un director de cine francés que ha intentado dentro de su filmografía diversas adaptaciones de textos provenientes de otros formatos como fue el caso de “El pequeño Nicolás” un clásico de las historias breves y las caricaturas pensadas por René Goscinny y Jean-Jacques Sempé, pasó también por las historietas de “Asterix y Óbelix” además de la adaptación de otro guion para la remake de “Corazón de León”, llamada en Francia “Un hombre de altura”. Su nuevo desafío en “EL BRINDIS” (una traducción algo dudosa de “Le discours/ El discurso”), es trasponer al lenguaje cinematográfico, la novela de un célebre dibujante francés de comics como es Fabrice Caro. Tal como sucedía con “Le petit Nicolás”, la propuesta del texto de Caro no tiene una estructura dramática tradicional sino que apunta más al mundo de la historieta con viñetas, recortes, pensamientos fragmentados que justamente implican un profundo trabajo de adaptación para poder ajustarlo al formato de la pantalla grande. Para esto, se vale de diferentes estructuras narrativas, intertextualidades, cambios en el eje de tiempo, flashbacks y otros artificios, entre los que incluye (quizás demasiado insistentemente) romper la cuarta pared para generar complicidad con el espectador, un recurso que por reiterativo se termina desgastando rápidamente, para contar de una forma dinámica y por momentos novedosa la crisis de una separación que se plantea “solo como un descanso”. Adrien se ve angustiado por una novia que arma sus valijas y sin demasiada explicación le dice que necesita descansar de él, ya no contesta sus mensajes, parece ignorarlo por completo y perder total conexión, lo que le permite inclusive fantasear con un abandono por culpa de un affaire con un tercero. Para completar la situación la hermana ya planea su casamiento y él deberá ser el encargado de pronunciar unas palabras en el momento del brindis. El guion se permite jugar con diferentes posibilidades, diferentes situaciones que pueden llegar a ocurrir de acuerdo a cada uno de los discursos que surgen de la cabeza rumiante de Adrien que va, inclusive, pergeñando lo que va a decir en ese brindis, teñido de todo su fracaso amoroso y el dolor de esta reciente pérdida, lo que puede llegar a generar momentos verdaderamente desopilantes. Tirard tiene ritmo para la comedia y conoce los mecanismos para presentar de forma sumamente atractiva a cada uno de los integrantes de la familia, describiéndolos detalladamente y con un lenguaje corporal y visual preciso, de modo tal que cualquier espectador pueda sentirse reflejado en algunas de las cosas que suceden a nivel de la dinámica y la sobremesa familiar. Sin embargo hay algo de “EL BRINDIS” que no logra cerrar en una propuesta atractiva, como si el guion se quedara en la pintura de los personajes y situaciones, los presentara con un humor reflexivo e inteligente pero no lograse profundizar lo que sucede ni tuviese demasiado en claro qué es en definitiva lo que se quiere contar y hacia dónde debe encauzarse la historia. Por otro lado, la composición de Benjamin Lavernhe en el rol de Adrián hace que la comedia funcione y que todo lo que le sucede suene sumamente creíble gracias a una deliciosa composición del personaje. Pero en muchos tramos un protagónico bien delineado no alcanza si la historia no logra contenerlo y darle una dirección en concreto. Es interesante como el guion cuenta los vínculos familiares, las situaciones del pasado, las relaciones amorosas y la decepción sobre el fin de una relación con instrumentos que no respeten una narrativa tradicional. Pero por momentos, “EL BRINDIS” se vuelve sumamente errática y fragmentada, como un interesante collage al que Tirard no logró darle contundencia y que parece un producto muy menor como para haber accedido, entre otros privilegios, a formar parte de la Selección Oficial de Cannes, aunque si se maneja convincentemente el tema de las penas de amor desde un costado masculino (también poniendo en juego algunas referencias a las nuevas masculinidades) y los estereotipos en los vínculos familiares. Indudablemente Tirard tiene la capacidad de generar un producto reflexivo y diferente, con referencias teatrales que al mismo tiempo pueda ser atractivo para el público en general y convertirla en una comedia popular. Pero en varios segmentos uno piensa que están dados todos los elementos para que la incorrección, la ironía, la creatividad y la locura exploten en una escena inolvidable… y nada de eso sucede.
Laura Linares elige la figura de Elida Baldomir para construir un relato en primera persona que permite, a través de una pieza fundamental del movimiento tupamaro, reflexionar sobre diferentes cuestiones que están emparentadas con los fantasmas del pasado, el dolor, la militancia y la privación de la libertad. Baldomir pasa hoy sus días en su pequeño departamento de Montevideo, Uruguay en donde reflexiona las diferencias fundamentales entre el encierro y la soledad. Allí, la cámara de Linares se va filtrando en la cotidianidad y de esta forma, a través de un registro observacional, compartimos el devenir de Elida y los problemas a los que debe enfrentarse hoy por sus problemas de movilidad y la enfermedad que la tiene atrapada varias horas en la cama. Como otra forma diferente de cárcel, tanto el cuerpo que la atrapa como el pequeño departamento que comparte con su gata, el encierro sigue aún hoy atravesando sus días. Los diferentes diálogos, confesionales, íntimos, directos y sinceros, van mostrando el apego que Baldomir todavía tiene, aún al día de hoy, con ese pasado que no logra soltar. Y pareciera ser que todo su entorno, su departamento, su espacio físico, replica en cierto modo esos años en donde la privación de la libertad y la necesidad de volver a la vida, fueron el principal motor para seguir adelante. Paradójicamente, confiesa no haberse desprendido de la cárcel, un espacio que sigue llevando dentro y que no ha podido soltar: incluso se plantea que sigue presente en cada día de su vida como un lugar en donde siempre estuvo habilitado el pensamiento plural, el poder pensar en el “nosotros” que hoy parece tan distante en esta soledad que vive en el aquí y ahora. En su testimonio está latente la idea del paso del tiempo y del final, y desde allí volver sobre los años en donde supo hacerse un lugar dentro de un movimiento político que estaba casi exclusivamente pensado para los hombres y vuelve permanentemente a las marcas en el alma que han dejado quince años de cautiverio y otras secuelas físicas que ha marcado la tortura. Aun con cierta persistencia demasiado marcada en volver siempre a los años de encierro, la figura de Baldomir es interesante tanto por su historia de vida como por su personalidad, su sentido del humor, y la lucidez con la que transita este momento de su vida. Piensa en un futuro cercano, la posibilidad de vivir en una residencia geriátrica y reflexiona sobre el cuerpo, la enfermedad y el aislamiento como forma de vida. Es interesante el paralelo que traza la propia Baldomir con las penas corporales padecidas por Frida Kahlo y el despliegue de su arte a pesar de su dolor, de su cuerpo fragmentado y de los corset que intentaban corregir esa tortura. Es allí donde la directora aprovecha a poner su cámara al servicio de las más ricas reflexiones que nos permiten ir conociendo cada vez más a la protagonista excluyente de “MARQUETALIA”. Luego de un largo recorrido por diversos festivales en Uruguay, el Festival de Cine de Mar del Plata y el Festival de Cine Latino en Tolouse, llega a la pantalla del cine Gaumont este documental que vuelve a hablar de nuestra historia latinoamericana reciente, manteniendo la memoria viva de los excesos cometidos por los gobiernos dictatoriales y sentir que aún sigue muy presente algo que de ninguna manera debe quedar sepultado en el pasado y que “MARQUETALIA” le vuelve a dar visibilidad y cuerpo en una historia de vida como la de Elida, completamente desinhibida frente a cámara, con esa frescura y espontaneidad que le da fuerza al relato.
Hace ya unos cuantos años (en el 2001 más precisamente) la película noruega “Elling” trajo a la pantalla grande con mucho humor y una gran ternura, el tema de la reinserción en sociedad luego de una internación psiquiátrica. Más recientemente “Loco por ella”, la comedia española de Dani de la Orden, da una vuelta de tuerca a la fórmula de la comedia romántica, cuando después de una fogosa noche de amor, Adri pierde la cabeza por Carla, una enferma psiquiátrica. Algunos de estos elementos se vuelven a dar cita en “30 NOCHES CON MI EX” la comedia con la que Adrián Suar no sólo vuelve al cine con otro de sus roles protagónicos sino que además hace su debut detrás de las cámaras y se convalida como un hombre del espectáculo, conocedor de la receta para lograr un producto convocante, popular y atractivo, con una gran calidad en los rubros técnicos, un elenco ajustado y efectivo en donde incluso siempre aparecen personajes secundarios atractivos. Loba (Pilar Gamboa) ha estado internada por un largo tiempo en una institución psiquiátrica y ahora la directora de la clínica le comunica que ya está lista para iniciar el camino de su reinserción social. Pero para que ese proceso sea más llevadero necesitará contar con la ayuda de su familia: su ex marido y la hija que ambos tienen en común. Turbo (Adrián Suar) está atrapado en las redes de su trabajo como financista en donde parece no poder abandonar ni por un minuto la cotización del dólar, las tasas de interés y los movimientos financieros cuando Loba vuelve a irrumpir en su(s) vida(s). La propuesta es que Loba viva por 30 días junto a Turbo. Esta convivencia “forzosa” hará que se revivan algunos momentos de su vida juntos, que aparezcan la risa y la complicidad, la química que han tenido y aún conservan, pero también deberán trabajar sobre las crisis, el desequilibrio y la dificultad para sostener estala enfermedad que Loba no puede controlar. El guion de Javier Gross (¿habrá apelado nuevamente Pablo Solarz al juego de utilizar un seudónimo?) sabe entremezclar los momentos (maníacos) de comedia con aquellos otros más cercanos al drama, siempre apegándose a una estructura de producto comercial efectivo y buscando que además de un entretenimiento sólido, pueda llegar algún mensaje. Si bien Suar ya tiene aceitado el personaje que se guarda para sí en cada una de sus películas, tiene además de inteligencia de rodearse de parejas protagónicas potentes que además le permiten cierto lucimiento. Como una sucesora natural de los éxitos junto a Valeria Bertucelli, aparece ahora la figura de Pilar Gamboa en un protagónico a su medida, en donde puede dar rienda suelta a su talento y jugar desde el desborde hasta mover la fibra más íntima pasando por esos momentos únicos en donde su leguaje procaz, provocador e ingenioso genera una carcajada porque justamente ella logra el fraseo y el tono justo. Quien la haya visto alguna vez en teatro, sabe de su magnetismo y su potencia en escena y aquí en “30 NOCHES CON MI EX” logra sacar provecho de su personaje con todos los matices y los colores que se proponen. Como en todo buen producto de la factoría Suar, brillan los secundarios y este nuevo filme, no es precisamente la excepción. Elisa Carricajo (compañera de Gamboa en el grupo Piel de Lava) se luce con un personaje completamente desopilante, muy diferente a todo lo que le hemos visto hacer en cine, ahora junto a Jorge Suárez, como la pareja de vecinos que se ven permanentemente “damnificados” por los diversos problemas que Loba genera. Para los momentos más reflexivos Elvira Onetto como la directora de la clínica y con una gran sensibilidad, Pichu Straneo como uno de los internos que está enamorado de Loba, logran junto a Campi y una natural y desenvuelta Rocío Hernández (como la hija) conformar un elenco sólido y funcional al producto. Este debut de Suar en la dirección, le permite volver sobre una fórmula muy exitosa de hacer cine, pero también, poder utilizarla en favor de un mensaje positivo para el difícil arte de lidiar con el desequilibrio psicológico y la locura en el marco de las relaciones afectivas. Como bien se menciona dentro de la película, es todo un tema no poder salir de la locura, como también lo es no poder entrar en ella: se sabe que es duro y complejo poder acompañar a este tipo de pacientes pero, como bien dice la protagonista, más difícil aún es padecerlo en primera persona.
“BIGLI”, el primer largometraje de ficción de Nicolás Tacconi, desembarca finalmente en el Gaumont para que el público pueda tener la posibilidad de verla en pantalla grande. El trabajo de ficción de Tacconi, quien ya tiene un cierto recorrido por el mundo de los documentales como “Los Rayos” (sobre el nacimiento de míticas bandas de rock nacional en Hurlingham) o “Aire de Chacarera” (que dialoga con su nuevo trabajo por la presencia de Diego Arnedo, bajista de Sumo y Divididos, hijo del famoso folklorista Mario Arnedo), se centra en el personaje que da título al film, un periodista que debe atravesar un periodo de duelo por la pérdida de su mujer y que al mismo tiempo intenta lidiar con sus graves problemas con el alcohol. Tacconi, autor también del guion del filme junto a Dodi Scheuer y Nicolás Gueilburt, acierta en tomarse el tiempo necesario para ir describiendo el particular mundo del protagonista, mostrando su estilo de vida y su cotidiano, intentando además transmitir su lucha interna, su infierno interior, de forma tal que el espectador pueda ir acompañándolo desde el inicio de la historia. Iremos conociendo diversos aspectos de su vida y descubrimos que además de la pesada carga de transitar un duelo, enfrenta severos problemas financieros, una falta de vivienda estable (actualmente vive en un barco en el Delta con una importante deuda acumulada con el lugar donde amarra, con amenazas permanentes de tener que abandonar el lugar) y mantiene un vínculo ciertamente conflictivo con los padres de su sobrina. Justamente es su sobrina el personaje que moviliza y enciende esa mínima chispa de vida que queda en Bigli, que pone toda su energía en ayudarla a salir adelante y darle la contención que no puede encontrar en sus padres, en el momento que recurra a él pidiéndole ayuda para resolver una situación puntual y límite. Esta necesidad de poder cobijar a su sobrina y tenderle su mano –aun con todos los desaciertos que pueda haber cometido en otras áreas de su vida- es el único vínculo que parece aferrarlo con la vida y con alguna vaga idea del ejercicio de un rol paterno que podría ser un pendiente en su vida. Todo el resto de su mundo parece sumido en la oscuridad ya sea por el descuido de su trabajo, el exceso con el alcohol, su falta de aseo personal y el recuerdo permanente de su ex mujer que lo acosa y aparece permanentemente en su cabeza, extremándose la confusión (que incluso desorienta en un primer momento incluso al espectador generando un clima enigmático) dado que ella tiene una hermana gemela que es precisamente la madre de su sobrina. Uno de los puntos más fuertes de “BIGLI” es el protagónico de Luis Luque, un actor que tanto en sus trabajos de comedia como en el thriller o el drama (solo por citar algunos ejemplos de sus trabajos en el cine podemos mencionar “Tiempo de Valientes” “Soy tu aventura” “Tiempo Muerto” ·El Robo del Siglo” “Anita” o “El Gato Desaparece”, entre otros) sabe componer un personaje, crearlo con una gran cantidad de detalles e ir nutriéndolo para que la historia cobre vida. Obviamente “BIGLI” no tendía la espesura y el verosímil que la historia logra si no fuese por el laborioso trabajo de Luque que le da profundidad al personaje y de esta manera logra que crezca la historia. En los roles secundarios, Tacconi ha podido nutrirse de en elenco experimentado que acompaña el protagónico de Luque con gran oficio y logran un equipo de gran nivel: Ana Celentano y Esteban Bigliardi (como los padres de su sobrina), Ana Katz, Fabián Arenillas y la pareja de jóvenes conformada por Laura Grandinetti y Rocco Posca. En este primer trabajo ficcional el director logra poner su cámara al servicio de captar la esencia del personaje, poniendo en pantalla esa tensión que lo habita: entre la depresión severa y su mundo oscuro, su falta de fuerza frente a las adversidades y aquellos momentos en donde gana su adicción pero también, por otro lado, nutrirlo de esa nueva mirada que surge a partir de que su sobrina lo contacta con su propio mundo. Una historia sencilla, con grandes actuaciones, que puede disfrutarse desde esta semana en pantalla grande.rolandoga
Es evidente que el universo del documental dentro del cine nacional está atravesando un muy buen momento. A la diversidad de las propuestas con las que cuentan la cartelera y las plataformas de streaming, se suma esta semana “UN BOLSO LLENO DE CARTERAS” la opera prima de Leonardo Petralia que aborda un tema novedoso y define desde un ángulo poco convencional la relación madre – hija. La historia se centra en Noemí, la madre de la bailarina coreógrafa y dramaturga Celia Arguello Rena a la que su hija justamente describe como una mujer que vive en “el museo del paso del tiempo… con cosas que la gente tira y que ella junta”. Esta acumulación compulsiva de objetos fue invadiendo la casa que ellas compartían en Córdoba alcanzando niveles de acopio que la transformaron en un espacio inhabitable, viviendo en forma permanente entre el desorden y la basura. La “vuelta al hogar” luego de cinco años de desconexión total con su madre, queda registrado con el ojo atento de Petralia detrás de la cámara: un reencuentro con ese espacio tan particular, luego de que Celia cortase todo tipo de relación con Noemí. En la superficie, el relato parece tener como objetivo explorar algunos temas vinculados con el Síndrome de Diógenes y los problemas que trae aparejados, vinculados en un principio con la imposibilidad de seleccionar qué tirar y qué guardar. Pero el trabajo poco a poco, va mostrando las características más oscuras de esta patología que genera aislamiento, abandono personal, reclusión y a la que muchos estudios científicos la vinculan con los trastornos de personalidad, la demencia y la depresión psicótica. Tratando de superar la angustia de volver a tomar contacto con el mundo materno, Celia intentará un acercamiento a través de un proceso creativo: generar arte a partir de todos los elementos acumulados, intentando encontrar belleza en medio de ese caos. Es así como Celia reflexiona con un alto nivel de abstracción sobre una mirada más conceptual que permite ampliar los significados de esos objetos acumulados y su potencial uso de manera completamente simbólica. Aparece entonces la idea de trabajar con un criterio de instalación y que, al mismo tiempo, quedase todo registrado a través del documental. Protagonistas y director se disponen a plasmar el camino que emprende una hija dispuesta al “rescate” de su madre, trabajando sobre estas dos líneas simultáneamente: la acumulación de los más diversos y diferentes objetos mientras que se toma contacto con el deterioro y el abandono que han sufrido tanto de su hogar como su propia madre. Mezclados entre basura, desperdicios y pilas de cosas desperdigadas por los dos pisos, el jardín y el galpón –de una vivienda realmente enorme-, aparecerán recuerdos movilizadores de la infancia: desde dientes de leche que ha cortado en su infancia, pasando por fotos, dibujos y el encuentro de objetos absolutamente inesperados. Hay diarios, cartas, almanaques, cuadernos, fotos, electrodomésticos que hace años han dejado de funcionar, cajas, partes de objetos que ni siquiera pueden ser identificadas, plantas secas, botones, billetes viejos, frascos, latas, botellas de plástico, todos ellos aportando al basural en el que Noemí ha vivido sumergida todos estos años, generando pequeños altares dentro de la casa Justamente “UN BOLSO LLENO DE CARTERAS” sorprende por la búsqueda de un nuevo lenguaje para describir la conflictiva relación madre-hija, al mismo tiempo que trabaja en la recuperación desde un punto de vista artístico de todo lo que encuentran juntos, gracias a la ayuda del artista plástico Juan Pablo Gómez, proyecto a través del cual Celia intentará trabajar con el arte y la poesía en medio de la suciedad, la basura y el abandono. Y finalmente, encontrar un delicado equilibro y generar una mirada esperanzadora.
El cine de Santiago Mitre estaba claramente atravesado por el discurso político tal como lo muestran sus tres primeros trabajos “El Estudiante”, “La Patota” y “La Cordillera”. Sorprende entonces, muy positivamente la llegada de “PEQUEÑA FLOR”, como un aire fresco y revolucionario para su cine: la adaptación cinematográfica –muy libre- de la novela de Iosi Havillo que le permite desestructurarse por completo, jugar libremente con los géneros y sumergirse, inclusive, en el terreno fantástico. Su presentación oficial ha sido como película de apertura en la última edición del BAFICI, teniendo ahora su estreno comercial en salas. Parte de la “culpa” de esta revolución creativa es la inquieta participación en el guion de Mariano Llinás, un amante de quebrar todas las estructuras narrativas, experimentar, innovar y dejar fluir las historias sin adherir a ningún género en particular. Es así como esta adaptación de la novela narrada en un tirón (un solo párrafo como una gran diatriba interna del protagonista) arranca como la historia “tradicional” de una pareja que enfrenta una profunda crisis. Por un lado, la crianza de su bebé frente a la pérdida de trabajo del personaje protagónico (José) a cargo de Daniel Hendler. Por el otro, la sensación de vivir en el desarraigo –la pareja vive desde hace un tiempo en Clermont-Ferrand, Francia-, con un José ajeno a esa ciudad, balbuceando un idioma que apenas conoce y teñido de esa otredad de lo que le es completamente ajeno. La paternidad, el mundo del trabajo, el poder detentado en la pareja por los ingresos económicos, la incomunicación, el choque de culturas y la incertidumbre, son algunos de los temas que se presentan en esta introducción donde, una comedia agria centrada en la crisis de pareja, rápidamente dará varios giros que modifican abruptamente el tono de la película, cambiando diametralmente de registro, invitando al espectador a efectuar un recorrido diferente a lo que parecía proponer en un inicio. Previamente, una voz en off ya nos ha advertido que el eje de la historia no es estrictamente lo que vemos. Esa voz es la del excéntrico vecino, amante del jazz, al que José visita para pedirle prestada una pala. No sabremos ni cómo sucede, pero lo cierto es que el vecino termina con la pala clavada en el cuello, tirado en el piso con un enorme charco de sangre a su alrededor. Lo que pareciera tornarse en una típica película de suspenso, entra rápidamente en el terreno de lo fantástico cuando al día siguiente José se cruce con su vecino y, a partir de ese momento, todos los jueves ensaye las mil y una formas –a cuál más violenta- de deshacerse de él, dando rienda suelta a su instinto más animal, a su costado más psicópata. Y al día siguiente (como una versión sombría y sanguinaria de “Groundhog Day / Hechizo del tiempo”) el vecino estará nuevamente allí, disponible para seguir aconsejándolo sobre la buena vida y la recomposición de su pareja. Los asesinatos, cada vez más crueles, más violentos y también más absurdos, serán acompañados de una resurrección cotidiana que permitirá un nuevo encuentro. Y es en este delirio donde Mitre se mueve cómodamente en la mixtura de géneros y de giros inesperados, con momentos que tienen tonos de comedia pero también bordean lo bizarro y lo visceral del gore. “PEQUEÑA FLOR” aún en su propuesta distópica, mantiene siempre el ritmo de thriller (psicológico) contenido en un clima fantástico que nunca suelta. El José a cargo de Daniel Hendler se muestra muy dispuesto a ese juego propuesto junto al vecino, que compone Melvil Poupard (el inolvidable Laurence de “Laurence Anyways” de Xavier Dolan) y juntos hacen una excelente dupla para llevar adelante el tono travieso y lúdico de este nuevo Mitre junto con una notable intervención de Sergi López. Sólo algunas escenas entre Vimala Pons (en el papel de la pareja de José) y Hendler no logran la química esperada, donde aparentemente el límite del idioma juega una mala pasada, pero no impiden que el espíritu de juego que se libera en “PEQUEÑA FLOR”, haga de este trabajo una muy digna incursión de Mitre en otras texturas.
Josephine Decker es actriz, productora, escritora y realizadora. Una inquieta trabajadora dentro de la industria del cine cuya filmografía es prácticamente desconocida para el público argentino y que la descubriremos a través de este estreno que es una verdadera rareza dentro de la cartelera local. “SHIRLEY”, su quinto largometraje como realizadora llega en una temporada magra en estrenos que busquen desmarcarse del típico cine comercial. Todo comienza con una pareja de recién casados (Fred y Rose) viajando en tren. Ella termina de leer “The Lottery” y casi automáticamente urge un encuentro erótico con su marido. Es un cuento de la escritora Shirley Jackson, con quien la pareja se encontrará poco después cuando pasen una estadía en su casa ya que Fred es el futuro protegido del profesor y crítico literario Stanley, marido de Shirley. El entrecruzamiento en esta temporada compartida genera por un lado el choque entre una pareja de recién casados y un matrimonio que lleva años de convivencia y problemas bajo la alfombra, mientras que por el otro genera una corriente diferente en la vida de Shirley. La joven pareja no solamente se instala en su casa e irrumpe, en cierto modo, alterando su proceso creativo en una nueva novela sino que además despierta ciertos impulsos eróticos que tan bien sabe manejar Decker para ir construyendo la figura de esta escritora de historias de terror (es la autora, entre otros, del reconocido “La maldición de Hill House”) que parece estar caminando permanentemente al filo de la navaja. En ese sentido, Decker parece ser la directora indicada para narrar una biopic de la forma menos esquemática posible, sabe resumir ese mundo caótico e impulsivo de Shirley y de generar ese universo lindante con el desequilibrio y la locura, su mundo personal atravesado por una profunda visceralidad de una escritora “maldita”. Ella sabe delinear sutilmente este juego de gato y ratón en el que Shirley busca en Rose más una presa que una compañera / confidente / huésped. De todos modos, “SHIRLEY” no es el típico relato autobiográfico dado que no respeta los hechos tal como sucedieron (sin ir más lejos con cualquier biografía podemos saber que en la época descripta en la película, la escritora ya era madre de cuatro hijos que no son ni siquiera mencionados) sino que la idea es reproducir el universo de Jackson y crear una historia ambientada en su propio estilo. Es muy interesante también, dejarse llevar por el juego que propone la directora en el que por momentos podemos concebir a Rose como un imaginario de la propia Shirley (pudiendo leer entonces la historia en dos planos completamente diferentes), una suerte de reflejo de su propia vida unos años antes, cuando recién iniciaba su matrimonio con Stanley, en una época donde era todo más equilibrado y el vínculo no se encontraba atravesado por la angustia y la amargura que hoy circula en la relación. Por otro lado, Shirley es la figura que conduce a Rose, una personalidad de por sí bastante libre de prejuicios para esta época –finales de los ’40 y principios de los ’50-, en un profundo viaje de autoconocimiento y que inesperadamente despierta en ella ciertos impulsos que se encontraban dormidos y la invita a recorrer ciertas zonas que, de otro modo, jamás hubiesen sido exploradas. Decker oficia de testigo de un vínculo que se va enriqueciendo y complejizando donde una se va nutriendo de la otra, y viceversa, en una extraña comunión. Elizabeth Moss (ahora muy conocida por “El cuento de la criada” pero que tiene grandes trabajos en el cine independiente como “El amor perfecto no existe” “Queen of Earth” o “The French Dispatch” de Wes Anderson) brinda otro de sus trabajos de antología entendiendo perfectamente el universo perturbado e intrincado de Shirley y parece entender perfectamente lo que Decker como directora, quiere transmitir. Otro gran trabajo de Moss que marca la diferencia y que le permite lucirse en todas las complejidades de un personaje difícil de abordar y al que ella pudo encontrarle el tono perfecto, evitando el desborde y la exageración. “SHIRLEY” es una verdadera rareza, una película de corte independiente, no apta para todos los paladares pero que plantea un desafío interesante para quien esté dispuesto por un rato, para salir del cine mainstream que aparenta ser el único que tiene lugar en estos tiempos post pandemia dentro de la cartelera.
Esta semana se estrena uno de los documentales que ha sido una agradable sorpresa dentro de la programación del último BAFICI y va a poder disfrutarse en pantalla grande: “TELMA, EL CINE Y EL SOLDADO” de Brenda Taubin, inicia entonces su recorrido en salas comerciales. Fue justamente dentro de la programación del BAFICI que apareció entre una diversidad de propuestas, y se transformó rápidamente en una de esas pequeñas películas que se recomendó “boca a boca” porque llegó al alma de cada espectador. En este caso en particular, además, demostrar que el documental no tiene por qué tener un formato solemne o enciclopedista sino que puede narrar una historia con los mismos cánones de un filme de ficción y verse potenciado pon la fuerza de una historia real. Además de asombrar por su particular sensibilidad y madurez narrativa, presenta el doble mérito de tratarse de una ópera prima. Su directora, Brenda Taubin es la coordinadora de un taller de cine al que Telma -la protagonista de su película-, acude todos los jueves junto a un grupo de habitués que se dan cita semana a semana. Es así como Brenda conoció esta historia y decide llevarla a la pantalla grande ya que sin dudas, Telma es el personaje ideal para una documental. Con su espontaneidad y su frescura, Telma es un personaje querible y encantador que todo director de documental ansía encontrar porque cuenta con el carisma perfecto para entrar en la historia con una sonrisa y decidirnos inmediatamente a acompañarla en su camino. Hoy Telma tiene 74 años y como buena cinéfila, vive su vida con aires de película y, por supuesto, sueña a lo grande. En realidad, no es un sueño propio sino que su deseo conecta más con la posibilidad de saldar una cuenta pendiente que Liliana, su hija, por un tema que sigue presente y que todavía no se ha resuelto. En plena guerra de Malvinas, allá por 1982, Liliana envió una carta a un soldado anónimo que estaba en el frente de batalla. Aún hoy Telma guarda la carta que el soldado le respondió y este manuscrito quedó como testimonio de un único contacto, habiendo perdido posteriormente el rastro por completo. Telma y su grupo de amigas se convierten de esta manera en un grupo de investigadoras que irán conectando datos y urdiendo planes para intentar llegar a dar con el paradero de aquel soldado que alguna vez le prometió a Liliana encontrarse con ella a su regreso de las Islas, guitarra en mano, para poder cantar juntos y conocerse. Pasaron casi cuarenta años y la pregunta que flota en el aire es ¿seguirá vivo? ¿Se acordará de aquella carta? ¿Cómo será su vida hoy? ¿Liliana querrá verse con él aunque a su marido no le seduzca demasiado esa idea de encuentro? Entre todas las expresiones artísticas que conmemoran los cuarenta años de la guerra más dura de nuestra historia reciente, Brenda Taubin logra un hermoso homenaje a todos aquellos soldados a través de una historia que cuenta con mucho humor, una dulce cuota de ingenuidad y con las emociones a flor de piel. Telma y sus amigas emprenden esta cruzada que es un intento soñador para una búsqueda compleja, y la cámara las acompaña, construyendo un relato que logra entrecruzar perfectamente este homenaje a nuestros solados, las historias personales, las marcas del paso del tiempo, los caminos que la vida de cada uno ha tomado, la historia familiar y las fuertes motivaciones que todavía impulsan a este grupo de la tercera edad con la vitalidad absolutamente intacta para dar con el paradero de aquel soldado. Más allá de las vividas a través de la pantalla con su amor por el cine, Telma ahora transita esta historia real –la suya propia-, poderosa, conmovedora y sensible. Como enorme plus, está narrada con la calidez y el humor que hace que justamente llegue a nuestros rincones más íntimos y nos cautive desde las primeras imágenes. Que en definitiva, es el gran objetivo del buen cine y de toda buena historia.