Por un lado, la vida de Stefan Zweig ha sido de una riqueza tal, que abordar su retrato es un enorme desafío y más aún cuando se intenta no solamente tomar su faceta intelectual y de producción literaria, sino también su imagen como referente de un activismo social silencioso en defensa del pueblo judío. Pero por otro, no es uno de los escritores que haya logrado una masiva popularidad en nuestro país que justifique la decisión de estrenar comercialmente “Stefan Zweig: Adiós a Europa” sin contar tampoco con un protagonista de reconocimiento internacional convocante. Es por eso que la película de María Schrader (en su tercer incursión como realizadora pero más conocida por el público local como la inolvidable protagonista de “Soy Linda?” y “Nadie me quiere” de Doris Dörrie y por sus trabajo en “En la oscuridad” de Agnieszka Holland o “Aimée & Jaguar”) se constituye en una “rara avis” dentro de nuestra cartelera. La directora estructura de una forma particular este biopic sobre el escritor más leído en Alemania después de Thomas Mann, dividiéndolo en cuatro actos bien diferenciados más un epílogo, estableciendo de esta manera un diálogo entre el cine, la estructura literaria (por la división en capítulos) y la rigurosa teatralidad de algunos momentos que elige la puesta. El eje de esta biografía estará puesto en los últimos seis años de la vida de Zweig, momento en el que en su paso por América del Sur, encuentra particularmente en Brasil un espacio de expansión cultural y de libertad completamente opuesto a la opresión y persecución nazi vivida en Europa, un lugar donde transitar estos años difíciles, que lo lleva incluso a presentar a Brasil como el país del futuro en una de sus obras literarias. La puesta de Schrader elige tomar varios riesgos: si bien lo hace dentro de una estructura clásica y que guarda cierto formalismo, asombra con ciertas decisiones estéticas que hacen que esta biografía escape, en sus momentos más logrados, a los cánones del género. Un primer punto muy llamativo es la preponderancia que le entrega Schader a la fotografía, como una protagonista más del film. Así permite reflejar una fuerte contradicción entre la luminosidad y los colores vívidos presentados en la mayoría de los capítulos y las sensaciones de encierro y de vida gris en el exilio, de ese aislamiento interior que vive el personaje y del que no puede escapar. Otro apuesta fuerte y notable es que como los capítulos de desarrollan en Bahía, Petrópolis (Brasil), Buenos Aires, Nueva York, la directora plasma en los diálogos una riqueza cultural propia del personaje pero que al mismo tiempo habla del desarraigo, de la pérdida de la identidad propia y trabaja sobre una idea subyacente del migrante permanente. Es así como se entremezclan en el film, diálogos en portugués, en francés, en español, en alemán –por supuesto- y en inglés, dando una idea de multiplicidad cultural y de una búsqueda de veracidad en la puesta, que se contrapone con trabajos de otros directores donde el idioma en que se narra el biopic es el del país de producción -y a veces suena extraño ver que Picasso está en Paris con su musa inspiradora o a Pablo Escobar con su amante periodista en plena selva colombiana (Bardem y Penélope Cruz) hablando en inglés (!)-. Lo que se contrapone a ese riesgo y resiente en cierto modo la propuesta, son los diálogos demasiado explicativos y farragosos y que el foco central casi inamovible sea el de su compromiso político sin abordar demasiado su obra litería (famosísima por la notables biografía que ha escrito sobre personajes como Maria Antonieta, Maria Estuardo, Balzac o Paul Verlaine). Josef Hader hace un excelente trabajo al ponerse en la piel de Zweig pero quizás por marcación de la directora, lo hace en un estilo distante, algo frío y carente de emoción, lo que dificulta tomar contacto con ese sufrimiento del exilio al que se suma la desconexión o fragmentación que hay entre la narración en cuatro actos. El epílogo es, sin dudas, el punto más alto que logra Schrader en su planteo estético: narrado desde un espejo del placard de la habitación, el desenlace de la historia estará reflejado allí con un coro de murmullos en portugués –muchos de los cuales no tienen subtitulado- conformando un secreto a voces, acompañando esa despedida que se irá develando entre rumores e imágenes espejadas. Es una excelente manera de poder dar cierre, junto con la lectura de su carta de despedida, a una vida tan intensa, tan interesante y tan compleja de abordar como la vida de Stefan Zweig.
Franca González es una documentalista con una extensa trayectoria en el formato televisivo, de investigación y de unitarios documentales que ha trabajado dentro del equipo de la destacada Clara Zapettini y que ha participado de competencias internaciones y obtenido diversos premios con sus trabajos anteriores “Atrás de la vía” y “Tótem”. Pero sin dudas, su trabajo más reconocido por el público, es el que realizó al ganar una beca de estudios en Canadá, retratando de manera singular al dibujante y humorista Santiago Liniers en “Liniers, el trazo simple de las cosas”, una mirada sensible y personal sobre los caminos del arte y el proceso creativo, pero que también se hacía eco del desarraigo y del cambio de mirada que propone el hecho de ser becario en el extranjero. Su trabajo anterior “Al fin del mundo” (disponible en la plataforma gratuita www.cine.ar) es el que está más claramente emparentado con este último trabajo, su quinto documental: “MIRO, LAS HUELLAS EL OLVIDO”. Así como antes había dejado que su cámara tomase la vida cotidiana y el devenir de algunos de los habitantes de Tolhuin, un pequeño pueblo en Tierra del Fuego, ahora es el turno de un pueblo que en algún momento existió y del cual, quedaron solamente sus muros escondidos debajo de los campos sembrados de soja. Este pueblo fantasmático es justamente el MIRO del título y se encontraba en el norte de la Provincia de La Pampa hasta desaparecer por completo en 1912. A partir de un trabajo realizado por alumnos de una escuela rural, que en ocasión de hacer un picnic encontraron fragmentos de objetos que, removidos por los arados, brillaban en la tierra, Franca González comienza a plantear la reconstrucción de la historia de este pueblo que tanto tiene que ver con su propia historia (la directora es nacida en General Pico) y la de su familia de origen. Un candado, la pieza de una balanza, trozos de botellas o platos de porcelana, partes de una tetera, llaves… todos objetos que permitirán contactarse con un pasado, hoy olvidado y que generan diversos disparadores, pero que básicamente apuntan a la memoria, el olvido y la desaparición; a un pasado oculto en el recuerdo de los descendientes de sus pocos pobladores que 110 años después darán cuenta de su existencia. El relato se completa con registros del ferrocarril –momentos de gloria de Miró-, fotos, postales, fragmentos de cartas donde los habitantes/fundadores relatan sus primeras impresiones del pueblo, sus sueños y sus expectativas, van conformando el rompecabezas que lentamente arma la directora para adentrarnos en la historia. La técnica de Franca González nuevamente privilegia la geografía por sobre todos los otros elementos: el paisaje se erige como el protagonista excluyente. Las presencias, los testimonios, las voces que dan cuenta de la existencia de Miró no son protagónicas sino que irán acompañando la potencia de las imágenes. Bellísimas postales que van ganando cuerpo a través de los testimonios, pero que siempre se encuentran por sobre el resto de los elementos del relato. A contrapelo de otros documentales de ciudades como el excelente “Construcción de una ciudad” de Néstor Frenkel o “La gente del rio” de Martin Benchimol y Pablo Amparo, en donde la figura de los habitantes de estas ciudades eran el andamiaje de la fuerza del relato y generaban una particular empatía con el espectador, González elige sólo mostrarlos en contadas ocasiones. Prefiere que algunos relatos queden como voz en off, como una silenciosa invitación a que contemplemos algunas situaciones cotidianas que se desarrollan sin poner demasiadas palabras, confiando mayoritariamente en la fuerza de sus imágenes. Es por ello que “MIRO, las huellas del olvido” es visualmente potente y estéticamente bello, pero en este caso (como ya sucedía en “Al fin del mundo”) la decisión de la directora de tomar cierta distancia de los personales que son convocados como parte del relato, hace que ese rigor formal no deje espacio para que aparezcan la emoción y la espontaneidad. Nos deja, en parte, con esa sensación de querer saber mucho más de quienes aparecen en el film tan brevemente, voces que también son parte integrante de la historia más allá de las hermosísimas postales.
Seguramente las opiniones respecto de la última entrega de la saga de superhéroes de Marvel, “ANT MAN and the WASP”, dividirá las aguas entre los fanáticos de la franquicia que siguen minuciosamente los detalles de cada una de las realizaciones del Estudio y quienes no lo son tanto y que sólo consumen este tipo de productos como un sinónimo de un pasatiempo ameno y muy bien producido. Si comparamos a “ANT MAN and the WASP” con toda la producción de Marvel, y más aun siendo ésta, la primera entrega inmediata posterior a ese producto imbatible que fue “AVENGERS: INFINITY WAR”, no habrá dudas de que esta nueva entrega es una película más de la conjunción Marvel-Disney que no tiene ningún elemento que la haga distintiva ni particular dentro del subgénero de películas de superhéroes. Pero lo que sí tiene de altamente positiva esta segunda película protagonizada por ANT MAN, es que supera y con creces a la propuesta de una primera parte que oficiaba más como presentación del personaje, su situación familiar y el encuentro con quien lo convertiría finalmente en superhéroe y que se detenía en las historias de los protagonistas más que en las escenas de acción, más limitadas a la adaptación del personaje a los vértigos de su nuevo tamaño. En cambio, esta segunda parte inicia retomando una escena ya vista en la primera –en donde la esposa del Dr. Hank Pym se pierde en el Reino Cuántico al haberse “microreducido” para que una misión de alto riesgo sea existosa- y ya desde la apertura, entonces, apunta de lleno a la acción y al despliegue de una artillería visual que saca un provecho más que positivo del uso de los efectos 3D. Tal como sucedía con su predecesora, el guion se mueve en las aguas del humor, un humor que la emparentaría más con “Deadpool” aunque en este caso no se pretenda tener ni la ironía ni esa incorrección política, sino que todo está más focalizado en ser un entretenimiento familiar como el que brindan las entregas de “Guardianes de la Galaxia”. Las escenas de acción se completan con pasos de comedia, conformando un tono general que le sienta bien muy bien a la propuesta y que aquel en el que evidentemente el director, Peyton Reed (con una amplia trayectoria en la televisión americana y dentro del cine con varias comedias juveniles) se siente mucho más a gusto. Un par de semanas atrás se estrenó “Jurassic World: el reino perdido” y aun siendo una película de “franquicias” como es el caso de “Ant Man”, la mano de Bayona detrás de las cámaras, hace que en determinadas escenas centrales, cualquier cinéfilo pueda descubrir los toques del autor que mediante guiños y detalles, se incorporan inteligentemente en la dirección de arte y dentro de la puesta general del filme. Esto no sucede en absoluto con las entregas de “Ant Man” ya que Reed las filma en un tono completamente impersonal, más preocupado por acomodarse a los cánones de cualquier buen producto del Estudio destinado a pasar un buen rato, a consumir pochoclo y divertirse, que a dejar un pequeño sello de su autoría. Pero esta falta de una dirección creativa y novedosa, se compensa con un guion acelerado que no se detiene en ningún momento, ni se resiente con lo discursivo de los personajes como sucedía en la primera entrega donde todo se reforzaba con explicaciones. A esta mayor participación de las escenas de acción, se incorpora de lleno la co-protagonista femenina (la Avispa que aparece en el título), logrando el efecto esperado: la química entre Paul Rudd (que vuelve a lucirse como Ant- Man después de una carrera dedicada casi exclusivamente a las comedias como “El objeto de mi afecto” “La cena de los tontos” “La forma de la cosas” o las filmadas bajo las órdenes de Judd Apatow) y Evangeline Lilly (la protagonista de “Lost” que se pone en la piel de la Avispa) es excelente: juntos se potencian, tienen la tensión sexual necesaria y en pantalla, conforman una linda pareja. Como dato de interés, en esta nueva entrega se suman a Michael Douglas, Judy Greer y Bobby Cannavale, las participaciones estelares de Laurence Fishbourne y Michelle Pfeiffer que engalanan notablemente el elenco. Quizás en manos de otro director, todo lo vinculado con el Reino Cuántico que es tan central dentro de esta segunda parte, podría haber disparado una propuesta más lanzada, con una estética más innovadora que rompiese con todo lo ya conocido, pero lo relativo a este tramo, se termina resolviendo con un aire de cine de los ’80 como dentro de “Innerspace – Viaje Insólito” y una vez más, se desaprovecha una oportunidad de lucimiento. Pero sin embargo, el producto nunca falla, nunca pierde el ritmo y se focaliza en armar un pasatiempo de buen nivel y, como sucede en los productos de esta franquicia, una primera escena post créditos nos deja con las ganas de seguir acompañando a nuestro héroe en otra nueva aventura. A no levantarse tan rápido de la butaca para que nos quede esta tensión de “nos vemos en el próximo capítulo”. “ANT MAN and the WASP” cine de súper acción y a puro entretenimiento que, siempre dentro de las convenciones del género y sin arriesgarse a más, no defrauda en absoluto.
El cine, como cualquier otra de las disciplinas del arte, puede ser un inagotable territorio de experimentación y cuando eso sucede, los cinéfilos solemos estar de parabienes. Siempre es una bocanada de aire fresco ver que aparecen nuevos directores o que directores ya consagrados deciden romper el molde y generar una propuesta disruptiva, que rompa con todas las estructuras y los cánones preestablecidos. En su momento Lars Von Trier propuso con su Dogma, una manera de redefinir el cine y hay otros ejemplos dentro de los directores contemporáneos que nos han sorprendido con sus propuestas como el cine de Peter Greenaway, Darren Aronofsky, Derek Jarman y sin ir más lejos, pudo verse en el último BAFICI, “Green Fog” el último experimento cinéfilo de Guy Maddin realmente hipnótico y altamente creativo. Mostrar algo completamente diferente, pensando en una mirada vanguardista, novedosa y desestructurada generará, casi inevitablemente, un conjunto de fanáticos, “adoradores” y seguidores incondicionales y, en la otra orilla, estarán sus eufóricos detractores. Bruno Dumont –director de “La vida de Jesús” “La humanidad” y de la miniserie “P’tit Quinquin”- toma todos los riesgos posibles y se inmola para presentar una idea completamente diferente sobre la vida de Juana de Arco, contando su infancia y su adolescencia, terreno poco explorado por el cine. Pero no elige cualquier personaje al azar: elige un personaje completamente icónico para la historia de Francia, estandarte de su nacionalismo, cuya historia ya fue contada por otros directores nada menos que de la talla de Bresson, Rivette, Preminger o Luc Besson. Tampoco elige llevar a la pantalla cualquier texto, sino que la voz elegida es la de Charles Péguy en “El misterio de la caridad de Juana de Arco” y la elección recae, por sobre todo, en que el autor le imprime esa mirada de héroe socialista, desafiante de la autoridad y solamente regida por la inspiración, la caridad y la santidad que le viene de Dios que tanto le seduce a Dumont. Para que la propuesta sea verdaderamente un desafío, la historia es contada al ritmo de un musical, convirtiendo los textos de Péguy en una ópera-rock protagonizada por una Juana de 8 años –momento en el que el llamado de la vocación se hace presente- y durante la segunda parte, por una Juana adolescente. Creyeron que era todo? Se equivocaron. Cuando hablamos de musical, olvidémonos por completo de la estructura de musical clásico o de canciones pegadizas para salir del cine bailando o para zapatear al ritmo de los estribillos sentados en la butaca. Nada de eso sucede en “Jeannette, la infancia de Juana de Arco”. Porque no solamente el planteo del género musical es lo arriesgado de la idea sino que lo verdaderamente risquée es que mientras la niña elige un tono entre cantado y recitado para abordar las canciones, la música está completamente falta de melodía y falla –ex profeso- la armonía entre letra y música. Para conformar un cocktail verdaderamente rupturista, la revelación de su vocación, la devoción y su confusión propia del llamado divino, se narra mezclando hip hop, punk, rap y música metalera que bien merece ser acompañada con un violento batido de cabellera, sacudiendo la cabeza como no puede faltar en un verdadero concierto de rock. Jeannette niña canta en vivo y con algunos momentos a capella, mientras corre por la pradera junto a sus ovejas, con su espíritu de niña campesina, heroica y activa, y a Dumont no le importa nada si ella y sus amiguitas desafinan estridentemente o si no logran ni por lejos una perfecta coreografía en los cuadros de baile. No le importa si todo el mundo se da cuenta que están leyendo la letra como si estuviesen en un karaoke o si la escena finalmente queda más parecida a un acto escolar que a una película francesa de autor: todo vale a la hora de experimentar y mostrar un formato novedoso y desacartonado. Para algunos, ha llegado el momento de descubrir una obra maestra, un exquisito salto al vacío con una narrativa diferente. Para otros, y me enrolo indudablemente en esta lista, la experiencia tiene ribetes insoportables. Primeramente porque todo parece calculado para convertirla casi inmediatamente en una película de culto y hasta lo que parece riesgo estético tiene un reverso de precisión en la búsqueda de que cada uno los detalles conformen a ojos de todos, un verdadero producto –con todo el peso que la palabra producto implica- denodadamente vanguardista. La mezcla de coreografías escolares, notas en falsete y desafinaciones a granel, se conjugan con un vasto elenco de no actores que parecen estar leyendo la letra del guion en ese mismo instante, que no saben pararse frente a la cámara y no nos queda claro si las intenciones de lo rupturista llegan a que el caos invada la pantalla de modo tal que todo termine pareciéndose a un sketch de un programa de Capusotto. Hay secundarios simpáticos –dos monjas mellizas/desdobladas, las Gervaise, que cantan e improvisan en el médano una coreografía sincronizada- pero otros altamente molestos como el personaje de tío que aparece durante todo el segundo acto (donde ya podemos disfrutar a una Jeannette adolescente que entona muchísimo mejor que la pequeña), que rapea los textos sin la menor gracia y con una falta natural de talento actoral que hace que el recurso pase de bizarro, a tedioso y molesto. “Jeannette” que como un experimento en donde el exacerbado interés por demostrarse fuera de todo parámetro hace que el resultado sea un híbrido, una experiencia más para complacer egocéntricamente al narcisismo del director que para llevar su obra a un público que sería dificil –por no decir casi imposible- de definir.
La voz cantante de Diane (Diane Keaton) nos relata desde la escena de apertura junto con los títulos, la historia de cada una de estas cuatro amigas que se conocen desde la juventud y que han atravesado juntas los momentos más importantes de sus vidas. Ahora -pasado los 60- siguen cumpliendo religiosamente con el ritual de reunirse para debatir un libro al mes, que será elegido por cada una de ellas formando el “Book Club” del título original. Completan el cuarteto Vivian (una deslumbrante Jane Fonda, radiante con sus 80 recién cumplidos y quien casi no necesita presentación), Sharon (Candice Bergen, recordada por su papel en la serie televisiva “Murphy Brown” y protagonista del clásico “Conocimiento Carnal” con una extensa carrera en Hollywood) y Carol (Mary Steenburgen, conocida sus trabajos en “Philadelphia” “Casa de los Babys” de John Sayles, ganadora del Oscar por “Melvin and Howard” pero seguramente más recordada por su papel de Clara Clayton en la saga “Volver al Futuro”). Así como en otros grandes éxitos de comedias protagonizadas por mujeres como “El club de la divorciadas”, la ochentosa “Como eliminar a su jefe” o “Amigos con Dinero”, el guión se las ingenia para repartir astutamente el peso de la comedia entre las protagonistas, abarcando una gama lo más completa posible de situaciones respecto del amor y la pareja. Es así como se presentan, básicamente, cuatro estereotipos: la que ha estado casada con su novio de la juventud (Steenburgen), la recientemente viuda sobreprotegida por sus hijas que están demasiado pendientes de ella (Keaton), la que es sexualmente más libre e independiente del grupo (Fonda) y la que se ha separado hace varios años de su primer marido pero aún no ha podido recomponer su vida (Bergen) ni dejar de estar pendiente de lo que él hace. Con este abanico, el director debutante Bill Holderman (guionista de “A walk in the Woods” con Nick Nolte y Robert Redford) intenta no alejarse de los clásicos parámetros de una típica receta hollywoodense y logra una simpática complicidad entre sus actrices, haciendo que el espectador disfrute de las situaciones y pasos de comedia planteados por el guión. No encontraremos nada demasiado novedoso ni creativo, pero cumplirá, sin embargo, con el objetivo de pasar un buen rato y ver a cuatro comediantes de gran nivel, juntas en pantalla. El disparador será el club de lectura que proponga Vivian: cuando sea su turno, elige como libro del mes “50 sombras de Grey” y por más que en un primer momento sus amigas se rehúsan a leerlo porque como best-seller no tiene el nivel de los libros que suelen analizar o bien porque les avergüenza mostrarse consumiendo “literatura chatarra”, no pasarán muchos días hasta que la saga del Sr. Grey empiece a genera cambios en sus vidas y despierte, en alguna de ellas, su sexualidad dormida. La narración tiene ese tono cómplice que hace que como espectador, empaticemos rápidamente con la propuesta y para completar esta receta y lograr un producto acabado, el plantel masculino tiene nada menos que a Andy Garcia, Don Johnson, Richard Dreyfuss y una excelente actuación de Craig. T Nelson, formando pareja con Steenburgen. La historia tendrá mucho de lugares comunes, situaciones algo forzadas o increíbles y ese toque de comedia americana donde todo se resuelve fácilmente. Sin embargo, no se priva de poder plantear temas un poco más profundos como la soledad, la búsqueda de pareja, la sexualidad pasados los 50 (algo que en otra escala, y con un tono más dramático proponía un muy buen film español “La vida empieza hoy” de Laura Mañá con Maria Rosa Sardá) y fundamentalmente los vínculos amorosos. Todo el guión es un excelente vehículo casi exclusivamente para el lucimiento de las cuatro actrices que se muestran espléndidas y excelentemente dotadas para la comedia. Jane Fonda se luce además con una figura y una vitalidad envidiable (su escena en la fuente con Don Johnson es deliciosa), Keaton –aún cuando repite una vez más sus mohines de Annie Hall- está adorable en esa viuda que quiere escaparse de sus hijas para vivir un amor diferente, Steenburgen demuestra una vez más que es una gran actriz a la que el cine aún le debe un gran papel y Candice Bergen se muestra como la más “amarga” del grupo, una jueza exitosa que quiere comenzar a buscar pareja por la web. La comedia está servida: estamos todos invitados.
“LOS OPORTUNISTAS” tiene como principal atractivo la figura de Paolo Genovese, un prolífico director italiano que ha tenido un rotundo éxito con “Perfectos Desconocidos”, tanto que ya se hicieron en menos de tres años la remake española dirigida por Alex de la Iglesia y la adaptación en el formato teatral que se encuentra en la cartelera porteña actual, dirigida por Guillermo Francella. Genovese vuelve sobre una idea similar a su film anterior, en cuanto a que toma un lugar cerrado para el desarrollo de varias líneas argumentales que se concentran en ese espacio limitado, en donde sus criaturas comenzarán a desnudarse de una manera particular. En este caso, el escenario no es una cena de amigos sino la mesa de un bar. Mesa en la que se sienta un enigmático personaje, todos los días, vestido de la misma manera, en el mismo y exacto lugar, como siguiendo un ritual. A su mesa acudirán diversos personajes que tienen un común denominador: la desesperación por lograr un anhelo, un objetivo, un sueño, una imperiosa urgencia, una necesidad vital. Pero también lo que los une, a todos ellos, es la falta de límites para realizar la tarea que el enigmático hombre les encomiende tras abrir su cuaderno, exponiéndolos a situaciones y a tomas de decisiones que ellos jamás hubiesen imaginado. ¿Cuál es el límite moral y real que estos personajes atravesarán para lograr su deseo más íntimo? ¿A qué se encuentran dispuestos cada uno de ellos? Ninguno de ellos se negará, a pesar de que haya algún momento de duda, a pactar lo que sea necesario, a firmar el famoso “pacto con el Diablo”, figura a la que remite casi desde la primer escena, el personaje central, ese hombre enigmático al que Valerio Mastandrea (de “La prima cosa bella” de Paolo Virzi, “Dulces Sueños” de Bellocchio y de “Perfectos Desconocidos”, justamente) le da carnadura, tomando esa distancia emocional y frialdad que el personaje le requiere. El precio que deban pagar serán tareas que los pondrán en una disyuntiva moral extrema: poner una bomba, proteger a una niña como si fuese un ángel de la guarda, ejecutar un robo, violar a una mujer, quedar embarazada, matar a una niña: estas son algunas de las “misiones” que el misterioso hombre les entregará a cada uno de los que acudan a su mesa y poco a poco iremos descubriendo que hay un fino hilo que las entrelaza, que las conecta como en un efecto dominó donde una influirá alguna de las restantes. Si bien la estructura y la idea (tal como pasaba en “Perfectos Desconocidos”) es atrapante y novedosa y Genovese sabe manejar perfectamente la tensión, a medida que avanza la trama, la historia se resiente inexorablemente con una puesta en escena completamente básica y esquemática. No omite en ningún momento la teatralidad de la propuesta, sino que al contrario, se presume de ésto al subrayarla, y es un punto que claramente no la favorece. Las únicas escenas donde intenta “airear” la historia son imágenes casi calcadas de ese lugar de encuentro, visto desde afuera, con su típico cartel de neón –justamente el bar al que remite el “The Place” del título original- . Las relaciones entre los diferentes personajes terminan sonando bastante forzadas y la multiplicidad de las historias hace todo quede fragmentado y episódico, que se diversifique la tensión. La puesta coral a la que apela el guion, provoca que ninguna de estas micro-historias tenga la contundencia suficiente ni que grandes actores que fueron convocados (como Alba Rohrwacher, Sabrina Ferilli o Silvio Muccino) puedan tener un mínimo lucimiento. A su favor, puede decirse que la homogeneidad que hay entre ellas, hace que todas puedan seguirse sin que una se fagocite a las demás. A medida que avanzan los relatos, todo se torna muy previsible y el interés inicial va quedando diluido resentido con algunas resoluciones apresuradas y poco creíbles, echando por tierra toda la negrura inicial y el aroma perverso que destilaban cada una de esas “misiones” a cumplir. Siempre en este tipo de historias, uno estará esperando el giro final, una escena que nos brinde un cierre contundente. Nada de esto sucede en “LOS OPORTUNISTAS” –incómoda traducción del original- que parece interesarse en poner el foco en las pequeñas actuaciones personales que darle cuerpo a una historia fuerte que las contenga. Cabos sueltos, caos narrativo, lugares comunes y una estructura monocorde y tediosa, dan marco a una buena idea que parece no haber encontrado un desarrollo adecuado. Queda esa extraña sensación de que Genovese no se tomó el tiempo necesario para volver con una película que no sea sólo revolucionaria en la superficie y totalmente vacía en el fondo.
Imposible hablar de “LOS INCREIBLES 2” sin hacer una referencia al lugar que ocupa dentro de la filmografía de PIXAR, una compañía que nos tiene acostumbrados a su permanente excelencia, más allá de los que algunos han considerado como tropiezos (a muy pocos críticos les gustó “Un buen Dinosaurio” aunque yo elegiría las continuaciones de “Cars” como las más flojas). Como ya había sucedido con “Cars” y “Cars 2” o con el caso de “Monsters, Inc” y “Monsters University”, en “LOS INCREIBLES 2” pasa algo similar a estos dos casos citados: ya no existe el factor sorpresa inicial y esta segunda parte, si bien es correcta, no tiene el brillo de la primera y dentro de su corrección formal, no tiene demasiado nuevo que aportar. Cuando PIXAR apuesta a la novedad, nos ha llevado a mundos increíblemente creativos como meterse en la cabeza y el universo de las emociones en “Intensa-mente”, el mundo futurista de “Wall-E”, el microcosmos de “Bichos”, la vida submarina dentro de “Buscando a Nemo”, el reencuentro con nuestros ancestros y el alma familiar que nos contiene en la dulce y emotiva “Coco” o la saga icónica del estudio que fue su película inicial y esperamos una cuarta entrega para el año próximo, como es “Toy Story”, ya convertida en una imbatible saga súper clásica dentro de la animación. Sólo con recorrer toda la gama de productos Pixar, uno tiende a poner la vara muy alta y esperar cada vez más y más en cada una de sus nuevas apuestas y en cada una de sus creaciones. Brad Bird, responsable de ambas entregas de la saga de estos particulares superhéroes, ha sido también el director de uno de los trabajos más exquisitos del estudio: un ratón que tenía destino de vivir en la cloacas de la ciudad luz, sigue a su corazón y llegará a ser el gran chef que soñaba ser y deleitar a los paladares más gourmet de Paris en la exquisita “Ratatouille”. Al altísimo nivel de las producciones del estudio se suma entonces la trayectoria de Bird en el cine de animación (tiene otra gran película en su haber como “El gigante de hierro” en su época previa a Pixar) y si bien “LOS INCREIBLES 2” no decepciona, tampoco apasiona fervorosamente. Las desventuras de esta segunda entrega encuentran a la familia intentando volver a ocupar un lugar destacado dentro la sociedad, intentando por todos los medios, salir de la ilegalidad a la que fueron desplazados por las leyes existentes. En este caso, Bird reafirma dentro de la trama, la típica dualidad entre vida privada-superhéroe o la clandestinidad a la que se encuentran condenados hasta tanto no vuelvan a validarse en la sociedad. Para ello, será interesante el plan que les presenten los hermanos Deavor, magnates obsesionados por los superhéroes desde el legado de su padre quienes serán los encargados de volver a darles visibilidad dentro de la ciudad y demostrar que son solamente queridos sino necesarios. Elastigirl será la que se ajuste más a este plan, elaborado para devolverles la notoriedad pública necesaria para que la gente vuelva a verlos con admiración y no con el recelo o la desconfianza que se habían instalado socialmente en este último tiempo. Cuando grandes titulares de nuestro país y del mundo abogan por la lucha femenina para un lugar igualitario y un rol protagónico dentro de la sociedad, Bird inteligentemente plantea todo el guion a partir de la figura central de Elastigirl, no sólo poniendo el peso de la película en una superhéroe femenina –tal como sucedió recientemente con el estreno de “Wonder Woman”, sino aprovechando también para jugar con el tono de comedia que mejor le sienta a la familia, cuando Mr. Increible quede a cargo del cuidado del hogar. En sus tareas de amo de casa, en el vínculo con sus hijos (la adolescente Violet se encuentra en rebeldía permanente y genera un buen contrapunto) y sobre todo frente al cuidado del bebé Jack-Jack (de quien finalmente en esta segunda entrega se conocerán sus múltiples súper-poderes) el film logra sus mejores pasos de comedia, habilitando además el rol del papá de la familia, completamente desde otro lugar y es uno de los puntos en donde se fortalece. Para quienes puedan disfrutarla con las voces originales, Holly Hunter (Elastigirl) y Craig T. Nelson (Mr. Increible) vuelven a ser los protagonistas juntos a su amigo Frozono (Samuel L. Jackson), incorporándose en esta nueva entrega Catherine Keener (“Quieres ser John Malcovich?”, “Capote”, “Get out”) y Bob Odenkirk (el abogado Saul de “Breaking Bad”) como los hermanos Deavor. “LOS INCREIBLES 2” tiene un excelente ritmo –a pesar de su duración algo extensa para un film de animación-, la calidad de la animación a la que Pixar nos tiene acostumbrados, el vértigo y el suspenso que necesita toda buena película de superhéroes. Por lo tanto el producto no decepciona en absoluto. Para los que somos fieles seguidores y admiradores de Pixar, quizás lo que se le pueda reprochar es no haber tomado más riesgos, de modo tal que no quedara en una simple continuación de aquel innovador filme del 2004 (ya pasaron 14 años!!) sino que pudiese sorprendernos con un producto novedoso y original, así como presentar en un grupo bastante homogéneo a muchos superhéroes como personajes secundarios sin lograr definir a una nueva gran figura (y la aparición de Edna es genial pero muy breve, se la extraña!). Apostaron a lo seguro y Bird en su doble calidad de guionista y director, sabe perfectamente cómo llevar la historia adelante y generar un gran producto mainstream: retoma las bases clásicas sobre las cuales establecer una historia típica de súper héroes, sin innovar más allá de un esquema tradicional para el contrapunto héroe-villano, sin apartarse de la estructura típica y convencional.
Canta como ninguna “El silencio en mis canciones es un desgarramiento, en una emoción tal que me quedo muda… y es así donde se acentúa más mi soledad” . Esta semana, entre las diversas propuestas que renuevan la cartelera, aparece “CHAVELA”, el documental de Catherine Gund y Daresha Kyi que propone acercarnos acercarnos a la vida de Chavela Vargas, una artista completamente fascinante, tanto dentro como fuera del escenario. Nacida en 1919 en Costa Rica, ya desde su infancia parece tener que sobrellevar un destino signado por la tristeza y el desgarro: tras la separación de sus padres queda al cuidado de sus tíos y, unos y otros, solían esconderla por igual por considerarla “diferente”, por su extraña forma de comportarse. Quizás casi todo el mundo piense que Chavela es mexicana –y no portorriqueña- porque irrumpió tan explosivamente en ese México de los años ´40 y ´50, llamando poderosamente la atención por su vestuario y sus peinados, rompiendo absolutamente el cánon de lo que se consideraba femenino para la época, que quedó abrazada para siempre a esas tierras. Fue la primera mujer en usar pantalones en escena en aquel momento, no solía usar joyas ni vestidos y supo construir de ese modo, un particular estilo que fue sosteniendo a través del tiempo para ser recordada no solamente en Latinoamérica sino también en Europa y Estados Unidos. Su figura absolutamente magnética atrajo por igual, a hombres y mujeres: sintió deslumbramiento, entre otras, por Frida Kahlo y Ava Garner, y no dudó en expresar libremente sus elecciones sexuales y degustar a sus amantes –aun corriendo peligro porque eran las mujeres de renombrados políticos o del dueño de una importante compañía discográfica-. Tuvo una actitud absolutamente transgresora, desplegando frente al micrófono lo que no se le permitiría hacer con total libertad en la calles, convirtiéndose así en una abierta militante homosexual, toda una quimera en sus tiempos de juventud. Las imágenes de archivo, fotos y filmaciones de sus presentaciones, la muestran completamente hermosa con un rostro potente, intenso, bellísimo en el inicio de su carrera. Una vida absolutamente cinematográfica, ideal para trazar una extensa biografía llena de matices, que las directoras saben aprovechar al máximo, tomando como base una entrevista inédita que fue realizada por ellas en el año 1991. Ese será el punto de partida para ir recorriendo las anécdotas, los pensamientos, su modo de vivir, su carrera, sus éxitos, su vida personal: mostrando sus emotivos momentos de gloria pero sin dejar de lado las sombras y la oscuridad que habitaba también dentro de Chavela. Es así como aparece en primer plano su adicción al alcohol, su infierno más temido. Un flagelo que recorre gran parte de su vida. Aparece tímidamente cuando tomaba antes de cada representación por el pánico a afrontar el escenario, hasta llegar a demolerlo todo y hacerse insostenible, en aquellas épocas de pareja artística con el afamado compositor José Alfredo Jiménez –con un rico testimonio de su hijo dentro del documental- en donde solían tomar hasta quedar completamente desmayados y perder el control de sus vidas y de sus carreras. Es también el alcohol y la violencia que genera, lo que la aleja definitivamente de una importante relación amorosa que tuvo con la abogada Alicia Pérez Duarte, quien se erige en una de las voces más importantes del documental, quien la apoda “la Señora”. Luces y sombras de una artista inmensa, “CHAVELA” recorre también la etapa del resurgimiento en su carrera. Alejada del alcohol, hace anclaje en España, aquel momento en que Almodóvar la incorpora como aliada para sus bandas de sonido desde aquel éxito en “La Flor de mi Secreto” donde él mismo plantea que su música es como parte imprescindible del guion. Allí aparecen los testimonios de Miguel Bosé, de Martirio, de Elena Benarroch y fue para Chavela, una nueva época de gloria. El Ave Fénix renace y vuelve para quedarse: canta en los teatros más importantes de las grandes capitales (el Olympia de París entre tantos) y llega a coronar esta etapa con la actuación en el Palacio de las Bellas Artes de México, completamente abarrotado de sus seguidores. Uno podría quedarse mirando hablar a Chavela horas y horas, escuchar los testimonios de quienes estuvieron cerca de ella, de colegas que la admiraron profundamente, de anécdotas de su carrera y de su vida. Uno cae rendido ante sus encantos, ante ese fraseo de cada palabra en sus canciones que la hace particular y única. Y el enfoque de las directoras es tan integral que, a pesar de las convenciones que tiene el género y sobre las que deciden no tomar ningún tipo de riesgo, logran abordarla en toda su complejidad. Parte del éxito de la propuesta es el impecable trabajo de edición de Carla Gutierrez y la elección acertadísima de las canciones que acompañan cada uno de los capítulos en los que parece estar narrada la historia. Imposible no rendirse a la figura de una intérprete brillante, una vida intensamente vivida y la voz inconfundible que Chavela misma había definido como “esa voz herida de la vida, por el final trágico del amor”.
El director Eran Kolirin, de quien vimos la pintoresca “La visita de la Banda” (hoy extrañamente convertida en un musical de Broadway) nos propone mostrar en “EL ENEMIGO INTERIOR”, un mosaico de la sociedad israelí actual a través de las vivencias de una familia. En apariencia es una típica familia de clase media, pero cada uno de sus integrantes –a su manera- deberá lidiar con los demonios interiores que se esconden en cada uno de ellos. El padre de esta familia ha trabajado casi por 30 años en el ejército, con lo cual, su retiro implica un completo cambio de paradigma en su vida. Rápidamente aparece su imposibilidad de reacomodarse a esta nueva realidad y no solamente sentirá la dificultad de lograr el éxito económico o laboral fuera de su casa cuando intente incursionar en una empresa de venta directa, sino además le parecerá complejo entender el funcionamiento interno de su familia, a quien parece redescubrir a partir de su retiro. Así nos iremos adentrando, entremezcladamente, en las vidas de su mujer y sus hijos. Kolirin elige una forma poco armónica y desordenada, para narrar las situaciones que les suceden a cada uno de ellos y lo que en manos de un director con más riesgo –y menos preocupación por lo políticamente correcto- y un guion que tuviese más claro el objetivo final, hubiese sido una historia potente, en “EL ENEMIGO INTERIOR” queda como un relato fragmentario que abre demasiados caminos para no profundizar prácticamente ninguno de ellos. Si bien queda clara la importancia de instalar la historia en el cotidiano de la sociedad israelí actual donde atentados, sirenas, simulacros, máscaras de gas, requisas policiales y actos de terrorismo son moneda corriente, la acumulación de tantos temas en un mismo film provoca el efecto de que operen como meros titulares, que se sobrecargue la historia, dejándonos la incómoda sensación que se vio todo, sin ver nada. Kolirin acierta en la manera de mostrar la hostilidad y la violencia con la que lidian cotidianamente sus criaturas, que hasta parecen resolverla e incorporarla con cierta naturalidad en sus vidas. Una sensación de peligro permanente recorre todo el relato, sobre todo cuando posa su mirada en el personaje de la hija, quien manifiesta su disconformidad al sistema familiar (y por extensión al sistema social) a través de su rebeldía, coqueteando siempre con lo prohibido, con lo incorrecto, con la transgresión. A pesar de que los temas quedan expuestos abiertamente a la vista de todos –protagonistas y espectadores- se trabaja con una dualidad de ver y ocultar al mismo tiempo, de no querer mostrar la basura que prefieren esconder debajo de la alfombra y vivir una vida de ficción para seguir sosteniendo un status quo que, de otra manera, generaría incomodidad y dolor. Algunas situaciones se abordan apresuradamente, con la sola intención de que ciertos temas aparezcan en pantalla (la liviandad con la que se presentan, por ejemplo, algunos hechos de violencia que luego desaparecerán mágicamente de la trama o que no conducen a ninguna parte es muy llamativa), su supuesto espíritu de denuncia queda en la superficie y prefiere que jamás se pierda el orden y el equilibrio familiar. Sobre las espaldas del personaje de la madre -profesora de literatura- se carga un tema fuerte, explosivo y polémico dado que mantiene una relación con un alumno de su clase. Y es ahí donde nos damos cuenta que si bien aparecen estos temas urticantes, Kolirin los lanza como una cortina de humo para presumir estar tratando temas fuertes, cuando finalmente los resuelve de una manera completamente convencional y haciendo que sus personajes no puedan soltar la carga del estereotipo que le impone a cada uno. Sobre el final, una frase dicha por el padre quizás nos resuma el espíritu de esta propuesta bienintencionada en pintar su aldea pero completamente fallida a la hora de tomar cartas en el asunto: “Nada en este mundo me convencerá de que somos malas personas”. Y la suerte está echada: valdrá más la cáscara y el exterior que sus sentimientos, sus pulsiones y sus verdades. Quizás el director ponga en palabras del personaje lo que él mismo siente o al menos, lo que el filme termina siendo: un envoltorio llamativo –no olvidemos que llegó a mostrarse en Un Certain Regard en el Festival de Cannes- para un contenido que nos deja, como espectadores, bastante insatisfechos.
Quienes frecuentan la cartelera teatral porteña saben que José María Muscari es un director absolutamente audaz, que ha hecho de sus puestas teatrales todo un estilo, un sello personal sobre el que ha cimentado una carrera sólida y distintiva, aún con algunos desniveles. Uno de sus tantos proyectos ha sido convocar y llevar a los escenarios a estrellas de la televisión, el cine y el teatro que habían tenido un fuerte momento de exposición y fama pero que luego, de alguna manera, habían quedado olvidadas. Luego de sus puestas de “Escoria” y “Póstumos”, Muscari cerró la trilogía con “Extinguidas” una obra que homenajeaba a aquellas vedettes y mujeres sexys de los gloriosos ´80, que se convirtió automáticamente en un éxito rotundo de público y estuvo en cartel durante tres temporadas. Dos jóvenes realizadores independientes como Nicolás Teté (quien ya había tenido experiencias con los largos de ficción “Ultimas Vacaciones en familia” y “Ónix”) y el debutante Guillermo Félix, se aventuran a la experiencia del documental, usando su cámara inquieta para (per)seguir a estas diez estrellas en sus camarines, durante la preparación antes de cada función, en sus rituales y en su simpática camaradería, espiando entre bambalinas a esta exitosa puesta teatral. Como en cualquier relato coral de ficción, también sucede en este documental que es casi imposible que las diez historias impacten por igual: algunas atraparán mucho más que otras, de acuerdo con lo que cada una de las actrices / protagonistas se haya propuesto mostrar a cámara. Un documental como “La vida sin brillos” crece enormemente cuando algunas de ellas se atreven a desnudar no solamente sus momentos en donde desaparecieron los brillos, el éxito, el aplauso y la bonanza económica, sino también cuando exponen sus emociones y se muestran valientemente y en carne viva: sin red. No es nada fácil, por cierto, atreverse a mostrar el “lado B”, dejar atrás a su faceta de aquellos íconos sexuales que trabajaron junto a los grandes capocómicos de la revista porteña para contar lo sucedido durante estos más de 30 años desde su mayor momento de fama. Pero justamente, aquellos testimonios donde se animan a poner al descubierto sus temas más profundos, son los que hacen que este pequeño documental tenga grandes momentos de intimidad cuando aparece ese tono confesional que las muestra a la intemperie y con la sensibilidad a flor de piel. Algunas de ellas se quedarán en una mirada más superficial (qué les gusta comer “somos lo que comemos”, qué ropa ponerse “pensé que esta ropa me hacía más gorda”, qué deportes practican “me encanta el ambiente del club: juego acá tenis y golf en el club de enfrente”) generando un clima distendido que será el trampolín para abordar otras situaciones más comprometidas, momentos mucho más duros que les han tocado atravesar a sus compañeras. Mimí Pons, Pata Villanueva y Adriana Aguirre –que sigue insistiendo en decir que tiene una genética privilegiada por más que sea evidente que tiene una cantidad importante de cirugías en su haber- sobrevuelan sus personajes en este grupo, aportando liviandad y frescura. Sandra Smith y Naanim Timoyko nos comparten su cotidiano, su vida hogareña y de trabajo, lejos de aquel mundo de la fama. Patricia Dal parece haber sido una de las que pudo encontrar mayores vetas a su espíritu artístico y brilla bailando tango, con su trabajo en la radio y con un nuevo estilo de vida que la mantiene presente y vigente. Beatriz Salomón (con una puesta absolutamente delirante para recibir en su propia casa a los directores para la filmación de su segmento) por el contrario, parece atrapada en el pasado y en sus recuerdos con un aquí y ahora, casi inexistente. Los testimonios que más se agradecen como espectador son los de aquellas actrices que se jugaron enteras y se atreven a un salto más contundente y visceral: Luisa Albinoni aborda su maternidad y el difícil proceso de adopción, al mismo tiempo que puede reírse de sí misma y del paso del tiempo y la vejez. Noemi Alan enfrenta valientemente a la cámara para hablar de su enfermedad y de sus momentos más oscuros y Silvia Peyrou relata sus vivencias como profesora de teatro en centros para la tercera edad, mostrando su faceta más humana, en las antípodas de su mundo de tapas de revista en pleno destape. Es particularmente en estos momentos donde “LA VIDA SIN BRILLOS” destila honestidad y la cámara hace un espacio y genera el ambiente propicio para que podamos “espiar” esos sinsabores y esos repliegues que fueron tomando sus carreras y sus vidas en el momento menos pensado, para conmovernos genuinamente. La mirada amorosa de los directores sobre estas divas que se quebraron (y que en este espacio de resurgimiento teatral pueden volver a ponerse de pie y mostrarse enteras): las salva, las eleva, las hace humanas y les da un lugar de privilegio y admiración. Ellos saben elegir inteligentemente a quienes de ellas les darán cada espacio dentro de su documental y el mosaico se arma mostrando un caleidoscopio plural y diverso en el que de alguna u otra manera nos iremos asomando porque todas ellas han sido, indudablemente, figuras queridas y admiradas por el público. Un homenaje simple, que las muestra en su costado más vulnerable pero a la vez, más enriquecedor.