Robert Guédiguian vuelve a instalarse una vez más en su lugar en el mundo, en el pequeño pueblito de pescadores en Marsella para mover, desde allí, los hilos de sus personajes. Algunos, ya los conocemos: no solamente porque reconocemos a sus actores de siempre sino porque también Guédiguian juega a darle a la historia un cierto hilo conductor con sus otras realizaciones, hay algo que nos suena conocido, nos parece familiar en sus criaturas. Esta vez, el director de “Marius y Jeannette” “A todo corazón” y “La ciudad está tranquila” de gran suceso dentro de los circuitos de cine arte del mundo a fines de los `90, narrará el encuentro de tres hermanos convocados a la casa natal a partir de la enfermedad de su padre. Así contado en una sola línea, la historia suena a repetida y a varias veces vista. Efectivamente, algo de eso sucede: no hay nada novedoso ni sorprendente en el cine de Guédiguian, que sigue filmando con el mismo estilo y la misma cadencia. Pero él también sabe que su mirada cargada de ese espíritu pueblerino siempre tiene puntos de interés y en este caso, la presencia de la muerte en cada una de las historias que se despliegan, es, al menos, un punto de reflexión más que interesante. Angèle (Ariane Ascaride, musa y esposa del director, figura onmipresente en todas sus películas) es una famosa actriz que vive en Paris y vuelve a su pueblo después de 20 años de ausencia, a ver a sus hermanos Armand y Joseph, para (re)organizarse frente a la enfermedad de su padre. Será imposible no hablar del paso del tiempo, evitar evaluar –aunque quizás inconscientemente- los caminos que han sido transitados por cada uno de ellos durante esos años y aparecerán algunas pequeñas cuentas pendientes, de esas que siempre afloran en este tipo de reencuentros. Como una imagen recurrente, en los barcos de los pescadores que salen a atravesar ese imponente Mediterráneo de azules transparentes, aparecen algunos peces boqueando: buscando entre la vida y la muerte, esa última bocana de oxígeno necesaria para sobrevivir. Así presentará Guédiguian a esta troupe de personajes, tratando de buscar ese aire que les hace falta, su necesidad vital de salir a la superficie, de liberarse del dolor que los tiene atrapados y de tratar de escapar, de alguna manera, de la muerte que los rodea en todas sus formas. Fantasmáticamente, la figura de la hija que Angèle ha perdido, más concretamente esa agónica despedida de un padre que parece ir apagándose lentamente mientras afloran los recuerdos y las despedidas, la contundente resolución de un matrimonio amigo de sus padres: la muerte en todas sus formas. Y ese oxígeno tan necesario aparecerá en algunos momentos con un festejante de Angèle que la hace sentir viva y deseada, con el amor que siente Armand por una muchacha mucho más joven y por esos momentos en los que Joseph parece haber disfrutado de su vida en Marsella atendiendo el restaurant familiar. Pero sin dudas, la bocanada más potente aparecerá -porque todos sabemos que la mirada de Guédiguian frente al mundo jamás ha dejado de ser optimista-, en el tercer acto de “LA CASA JUNTO AL MAR”, cuando tres niños inmigrantes ilegales aparezcan refugiados en la playa y como en un juego de espejos, los tres hermanos se vean tentados a reescribir su historia. Con un formato y una cadencia que funciona tanto como una marca del autor como de un lugar del que no puede escapar y sobre el que no puede reinventarse, Guédiguian por momentos se plagia a sí mismo y el guión queda como detenido en el tiempo, como alguno de sus personajes. Pero siempre termina pesando a su favor, su mirada pausada, madura y sin sensiblería sobre algunos temas que le preocupan como cineasta respecto de la familia como núcleo central de la sociedad y sus conflictos presentes. Y así como hace uno de sus personajes, somos peces que Guédiguian devuelve al mar… y volvemos a respirar.
El cine del director iraní Asghar Farhadi, ganador en dos ocasiones del Oscar a la Mejor Película Extranjera con sus films “Nader y Simin: Una Separación” y “El viajante” vuelve en esta ocasión con una producción más ambiciosa, “TODOS LO SABEN”, que ha sido elegida como film de apertura del Festival de Cannes de este año, compitiendo por la codiciada Palma de Oro. La primera diferencia que se establece inmediatamente respecto de sus films anteriores, es que en esta ocasión filma con un elenco completamente de habla hispana (algo que en parte ya había probado en “El Pasado” con la participación de Bérénice Bejo, filmando en francés) y contará la historia de un clan familiar en un pequeño pueblo del interior de España -está filmada en Torrelaguna, Madrid y Guadalajara- que, al menos en la superficie, no aparenta tener ninguna marca de la cultura iraní. La trama se centra en Laura (Penélope Cruz), quien volverá después de una larga ausencia a esa casa familiar con motivo del casamiento de una de sus hermanas (Inma Cuesta), dejando a su marido (Ricardo Darín) en Buenos Aires. Se alojará en el pequeño hotel que explotan su hermana y su cuñado (Elvira Minguez y Eduard Fernández) y se enterará rápidamente que su sobrina (Sara Sálamo) se ha separado de su conflictiva pareja. La llegada de Laura es noticia en el pueblo por lo que no tardará en encontrarse con su antiguo amor, Paco (Javier Bardem) y con su actual esposa (Bárbara Lennie) quienes actualmente explotan las tierras que, antes de que Laura emigrase a Buenos Aires, habían sido de su familia. Farhadi se toma su tiempo para introducir a cada uno de sus personajes en una larga primera parte del filme, en la que comienza a tejer lentamente el entramado familiar, describe minuciosamente los vínculos que unen/atan a cada uno de los personajes hasta que detone el conflicto que será el eje central del filme, cuando en la noche de la boda, en plena fiesta, la hija de Laura desaparezca de su habitación sin dejar ningún tipo de rastros. Si bien todo lo que tiene que ver con la desaparición de Irene le da a “TODOS LO SABEN” un tono de thriller, Farhadi solamente utiliza los mecanismos del género a nivel formal, dado que su verdadera intención es dejar al descubierto una serie de secretos y encrucijadas morales que se despiertan/se reactivan en los personajes a partir de ese hecho. Y justamente el título refiere a algo que se pretende ocultar en el alma familiar, pero que es un secreto a voces, es algo que ya todos saben pero todos ocultan, todos tapan, todos callan. Lo que puede reprocharse al guion, en esta ocasión, es que algunas decisiones y ciertos giros se abordan con todos los clichés propios de una telenovela más que de un filme de un director internacionalmente consagrado (esto se evidencia sobre todo en algunas escenas vinculadas con el secreto y el ocultamiento familiar o cómo uno a uno de los personajes se le revela la identidad de los secuestradores). No obstante, los temas que Farhadi se propone analizar, son complejos, interesantes y meticulosamente analizados, con su marcado estilo personal: una mirada teñida de su cultura, su origen, sus costumbres y sus tradiciones, con dilemas éticos y morales que no son tan fácilmente extrapolables en un microcosmos netamente latino. Si bien el clima de thriller funciona y las tensiones dramáticas de los personajes están muy bien construidas, la manera “iraní” de abordar esos conflictos, hacen que algo pueda parecer ajeno cuando los personaje se manejan con el temperamento sanguíneo y explosivo de una familia castiza/latina. Fahradi vuelve a concentrarse con una postura casi filosófica sobre los ocultamientos, la culpa, el rencor, las consecuencias de los actos del pasado en el presente, la traición, el silencio, y su tratamiento hace que el filme respire un aire donde podemos ver su cine en cada escena. Y esa es la principal potencia de “TODOS LOS SABEN”. Por supuesto que el clima de melodrama, por momentos exacerbado, funciona a la perfección porque es uno de los elencos más sólidos del cine español con el que cualquier director pudiese soñar para su proyecto. Penélope Cruz vuelve a demostrar su enorme talento como actriz y compone a Laura con toda la carnadura que el personaje necesita, al estilo de sus papeles fuertes en “Volver” de Almodóvar o “Ma Ma” de Julio Medem. La química que establece con Javier Bardem (un Paco perfecto, impecable) es excelente y quien aparece triangulando este vínculo es nada menos que Bárbara Lennie en otro personaje que le permite establecerse como una de las grandes actrices de su generación (después de su trabajo en “Una especie de familia” de Diego Lerman, su inolvidable protagónico en “Magical Girl” o “La Enfermedad del Domingo”). Pero lo más llamativo es que en cada uno de los papeles secundarios, con total relevancia y sentido dramático dentro de la trama, encontramos a una selección de actores de lo mejor del cine español actual: Elvira Minguez y Eduard Fernández encabezan el elenco secundario mientras que también suman notablemente las participaciones de Inma Cuesta (Ana, la hermana que contrae matrimonio), Ramón Barea (como el padre de Laura) y Roger Casamayor (el marido de Ana). Ricardo Darín aparece, en cambio, como incómodo en el papel que le toca jugar, sobre todo en algunas líneas vinculadas con una postura religiosa que toma frente a algunas situaciones, que no le sienta para nada bien. La belleza de las imágenes, la potencia visual y cargada de poesía, se contraponen con la oscuridad de una familia que guarda secretos y rencores en su núcleo más profundo y para cuando Fahradi nos regale la escena final impecablemente fotografiada, entenderemos que muchas veces el motor que mueve el complejo mecanismo familiar necesita inevitablemente de esas zonas más oscuras, más dudosas, más egoístas, aun cuando los convoque el amor más fraternal.
La ópera prima de Mercedes Laborde nos presenta a Flavia, la protagonista absoluta del filme, en su proceso de duelo. Ha perdido a León, quien fuera su pareja durante ocho años y ahora debe recompone su vida sin saber exactamente cómo encarar este cambio, con muchas más dudas que certezas. Laborde acompaña a Flavia (Lorena Vega) muy amorosamente: la construye con todas sus dudas, presenta sus marchas y contramarchas, la describe con toda la incertidumbre propia que trae aparejado el hecho de encarar esta etapa de cambio rotundo. Flavia intenta acomodar, como puede, las piezas del rompecabezas pero aparece permanentemente la contradicción de que León no caiga en el olvido mientras que en algún punto debe desapegarse de sus objetos materiales, de sus recuerdos, de sus vivencias en esa casa que compartieron. Pero donde Flavia se siente más insegura, donde más desorientada parece estar, es en cómo recomponer el lugar que ocupará Lucía, la hija de León, en este nuevo estado de cosas. Lucía la conecta irremediablemente con ese León que ya no está. Juntas deberán encarar el mismo proceso pero, claramente, de formas muy diferentes. De algún modo se acompañan, se ayudan, lo deconstruyen. De alguna manera se unen para seguir recordándolo e intentarán aprender a despedirlo. Laborde construye el relato mediante esas pequeñas “polaroids”, esos momentos cotidianos donde muestra a Flavia al desnudo, sin red, intentando recomponer su historia después de la tormenta. Sus intentos de conocer –aunque eventualmente- a otros hombres, el vínculo con su madre y los encuentros permanentes con Lucía (en donde aparece también su madre y su notable imposibilidad de contenerla en este momento tan particular), su trabajo, la vida misma: todo está teñido de la tristeza de no tener a León junto a ella. Lorena Vega, una actriz de una gran trayectoria en el teatro independiente, con notables trabajos en “Todo tendría sentido si no existiera la muerte” “Parias” “Salomé de Chacra” y las actualmente en cartel “Yo, Encarnación Ezcurra” y “La vida Extraordinaria” se pone al hombro “EL AÑO DEL LEON” siendo un personaje prácticamente presente en cada escena del filme. Su delicioso tour-de-force va ganando cuerpo a medida que va avanzando la película, y si bien en las primeras escenas pareciera que cuesta encontrar el punto exacto del personaje, Vega va dotando a su Flavia de diversas tonalidades hasta encontrar su nuevo anclaje a medida que vaya transitando su duelo. Las escenas con Malena Moirón (Lucía) destilan ese universo pequeño e íntimo construido entre mujeres, esa simbiosis simple y compleja al mismo tiempo y Laborde lo propone de una manera sencilla y profunda, con una mirada cálida y contenedora para este microcosmos femenino. El afuera, la ciudad, el entorno como elemento de permanente amenaza y conflicto para un periodo tan particular como es el duelo, queda personalizado en Mónica, la mamá de Lucía y la anterior pareja de León, papel al que lamentablemente Julieta Vallina no logra sacarle provecho y aparece como desdibujada y distante en la mayoría de las escenas. A partir de una escena en particular, intensa, bellamente filmada, en donde Flavia va al cementerio de la Chacarita y la vemos frente al nicho en esas solitarias galerías, alejada de su bicicleta y en silencio, aparece un nuevo tiempo de decisiones, un punto de inflexión que el guion aprovecha al máximo y nos regala un par de escenas posteriores que son el cierre perfecto para que comiencen a soplar vientos de cambio. “EL AÑO DEL LEON” es de esas películas pequeñas pero profundas, una historia sencilla pero entrañable y personajes con los que uno empatiza rápidamente y puede contactarse en su verosímil cotidiano, en sus dudas, en sus flaquezas, en sus propias contradicciones y fundamentalmente en sus ganas de vivir acorde con sus deseos.
Asistir a la proyección de “PIAZZOLLA: los años del Tiburón” es una pequeña fiesta, no solamente cinéfila. Previo a cada una de las proyecciones, el director ha planteado que un bandoneonista en vivo toque alguna de las obras de Piazzolla para el público que está en la sala, generándose una forma especial y nada convencional de comenzar a sumergirse en el mundo de uno de los compositores más talentosos y revolucionarios de la música del siglo XX. La idea de disfrutar de esos acordes previos, ya predispone de una forma especial a esta ceremonia del cine y sobre todo poder saborearlo como acto grupal y, según palabras del mismo Rosenfeld, “valorar que no es lo mismo asistir a una proyección que la nueva costumbre de ver cine desde un monitor”. Daniel Rosenfeld, productor de pequeñas joyas como “Las cinéphilas” y “La calle de los pianistas” y director de los documentales “La quimera de los héroes” y “Saluzzi, ensayo para bandoneón y tres hermanos” y de la ficción “Cornelia frente al espejo” sabe que tiene en Astor Piazzolla un material riquísimo para encarar un documental atractivo y atrapante. Pero todo el invalorable material de archivo con el que cuenta Rosenfeld –en su doble papel de director y guionista- gana mucha más fuerza todavía cuando la voz cantante del relato sea la propio hijo de Piazzolla, Daniel, con el que estuvieron durante más de diez años distantes y sin cruzar una sola palabra. “PIAZZOLLA: LOS AÑOS DEL TIBURON” atraviesan toda su historia. Su niñez, sus padres: Nonino –quien fue amorosamente escribiendo el diario de la vida de su hijo, declarándolo una estrella, desde que Astor tenía 10 años- y Nonina, los sacrificios familiares, su encuentro con el primer bandoneón: todos estos elementos comienzan a construir la figura de este músico talentoso e increíblemente dotado que ha revolucionado el concepto del Tango. Desde sus primeros estudios con Nadia Boulanger, su contacto con Gardel, su paso por la orquesta de Aníbal Troilo -de la que “deserta” para poder sentirse libre de tocar cómo realmente le gusta y cómo siente que debe ser-, Piazzolla ha tenido el talento y la fuerza de crear sus propias orquestas, quintetos y octetos, con los cuales han trabajado, por ejemplo, Juan Carlos Copes y María Nieves y los cantantes Jorge Sobral y Edmundo Rivero. Su innovación en el tango le hizo ganar la profunda enemistad de todos aquellos tangueros más tradicionales que lo consideraban a Astor como una especie de “asesino del Tango”, aquellos que tildaban a su música de “híbrido”, sin poder entender ese nuevo enfoque que él le había dado a la música contemporánea de su ciudad. New York –ciudad en la que vivió durante muchos años de su infancia y a la cual vuelve para desarrollar una carrera y que lo recibe con un puesto como empleado en un banco-, Viena y Paris; Puerto Rico, Alemania e Italia fueron algunos de los lugares en el mundo en los que logró hacer llegar sus armonías, sus ensayos de tango-jazz y sus acordes revolucionarios e innovadores. Podríamos enumerar muchísimos puntos importantes en su vasta trayectoria: el Colón o el Gran Rex en Buenos Aires, el Olympia de París, su Mar del Plata natal o el Central Park han respirado los acordes de “Adiós Nonino” “Libertango” o “Balada para un loco” y fue así como sus creaciones han llegado a ser escuchadas hasta en Japón. Pero “PIAZZOLLA: los años del tiburón” no solamente indaga en las profundidades del artista sino que el documental crece y se agiganta cuando en la voz de su hijo, comience a delinearse un personaje completamente diferente por detrás de los escenarios. Sus partes más oscuras, sus zonas más erróneas, su fuerte carácter, sus “broncas” y su ego luchando contra todos sus complejos, se muestran al desnudo, cuando Daniel se entrega a la cámara y aporta con su archivo, diversos fragmentos fílmicos, fotos, registros familiares y aquellos cassettes con grabaciones que fueron la base de la biografía escrita por su hermana Diana, que pudo ser editada meses antes de su fallecimiento. Cada uno de estos recuerdos, de estos fragmentos, de estos recortes, irán conformando un complejo rompecabezas donde además de aparecer el músico, aparecerá fundamentalmente el hombre, el hijo, el padre: Astor estará presente en sus múltiples facetas. Las imágenes de archivo en donde se lo muestra en momentos familiares de mucha felicidad con la madre de sus hijos, Dedé Wolf, el período de más de cuatro años en el que salieron de gira Daniel y Astor junto a la orquesta recorriendo el mundo, el recuerdo de Diana y su enfermedad, Astor y su voz, sus objetos y esta entrañable reconstrucción que hace su hijo sobre su propio pasado... Todo esto permite que el ambiente se vaya llenando de una rara melancolía, de un tiempo que se añora, de la figura de ese Piazzolla invadiéndolo todo con una cierta angustia y con la mirada vidriosa de Daniel que aparece en varios pasajes, haciendo que la historia nos conmueva. Con una hermosa fotografía de Ramiro Civita y un trabajo de remasterización en que hace que el sonido sea impecable, es importante destacar que todo este material de un valor artístico incalculable no sería el mismo sin el excelente trabajo de montaje de Alejandro Penovi. Su edición meticulosa, minuciosa, detallista, hace que la narración fluya, que la historia familiar vaya entramándose con el resto del relato y por sobre todo, ayuda a que el film de Rosenfeld crezca, aun cuando el director haya decidido no tomar ningún otro riesgo que mostrar ese material que habla por sí sólo y haya depositado su confianza en el magnetismo de las imágenes que nos acercan a esta historia íntima y personal, absolutamente imperdible.
El teatro ha dado reiteradas muestras de que un grupo de personajes reunidos por algún motivo, desempolvan un secreto e inevitablemente se producirá el efecto “bola de nieve” que en términos de dramaturgia, es sumamente rendidor. Así lo hizo Jazmina Reza en “Un dios salvaje” y Polanski lo llevó a la pantalla con Kate Winslet, Christoph Waltz y Jodie Foster. No podemos olvidar la célebre “Quien le teme a Virgina Woolf?” cuya versión cinematográfica contó con la explosiva pareja Taylor/Burton … Y el esquema se repite con obras más recientes como “Perfectos Desconocidos” (llevada al cine en sus dos versiones: la italiana y la española dirigida por Alex de la Iglesia) o “Le Prénom” (con un elenco francés de primer nivel y con su remake italiana) que con el éxito logrado hablan del atractivo que produce convertirnos en voyeurs de un grupo de amigos que sacan sus trapitos al sol. Sally Potter, la aclamada directora de “Orlando” y ganadora del Festival Internacional de Mar del Plata en el año 1997 por “La lección de Tango” regresa al cine en un proyecto que no reniega en absoluto de su estructura netamente teatral y logra un entretenimiento sumamente efectivo, en sus tan sólo 71 minutos de duración. El guion de la propia Potter junto con Walter Donohue (quien colaboró en algunos films de Peter Greenaway, en realizaciones anteriores de la misma Potter y que participó de “Paris, Texas”) aprovecha el mecanismo explotado por el teatro y reúnen, en esta ocasión, a una serie de personajes variopintos con una excusa sencilla en un encuentro de amigos. Como ya se sabe, el mecanismo es rendidor y Potter lo explota al máximo, con líneas de diálogo vertiginosas, situaciones cortas y precisas, un ritmo constante y un elenco absolutamente sobresaliente. Kristin Scott-Thomas es Janet, la anfitriona de la reunión en la que se celebrará su ansiado nombramiento dentro del Ministerio de salud, aun siendo miembro del partido político opositor. Reunirá entonces, para el festejo, a un grupo de amigos en su departamento londinense: es así como además de estar presente su marido (Timothy Spall de “Mr Turner” y con participación en la saga de Harry Potter dentro de su extensa trayectoria en el cine inglés), aparecerá su íntima amiga de toda la vida –April- junto a su marido y la pareja lesbiana de Jinny y Martha que se encuentran esperando un hijo que lograron mediante fecundación asistida. Para completar esta galería de personajes tan diversos, estará presente Tom (Cillian Murphy, de “El viento que acaricia el prado” de Ken Loach y “Dunkerque”) un banquero que está casado con Marianne, que es la empleada de Janet que se encuentra demorada pero que llegará de un momento a otro. Presentados cada uno de los personajes, el cocktail está servido. Potter hace que los diálogos tomen un ritmo casi de sitcom y que los dardos se disparen certeramente entre ellos. Sin duda alguna la química entre Kristin Scott-Thomas y la excelente Patricia Clarkson (en el papel de April, su mejor amiga americana) son de lo mejor de la puesta. Ambas actrices demuestran un manejo de los matices y de la fina ironía que hacen que sus participaciones sean brillantes. A su vez, el contrapunto de Clarkson con su marido alemán encarnado por Bruno Ganz (inolvidable en su papel de Hitler en “La caida”) tiene ribetes de vodevil y delirio, muy bien manejados por ambos actores y por la directora, sin caer en el desborde. Todos los personajes alternativamente tendrán su momento de lucimiento y quizás las participaciones que luzcan algo forzadas sean las de Cherry Jones (con una amplia carrera en series televisivas) y Emily Mortimer (a quien hace poco vimos en “La librería” de Isabel Coixet y fue figura protagónica de “Match Point” de Woody Allen) encarnado a la pareja de lesbianas con notable diferencia de edad y que tienen muchos reproches para “vomitarse” delante de los invitados. Como buena reunión que se precie de tal, y para producir justamente el efecto deseado, seremos cómplices de ciertos secretos, ocultamientos y mentiras que guardan como as en la manga cada uno de los personajes y que se irán descubriendo en el momento indicado. Para cuando la fiesta haya terminado, ninguno de los protagonistas quedará indemne al tornado arrasador que se ha despertado a partir de las noticias que salen a la luz y nosotros, como espectadores, habremos disfrutado de una película muy bien construida a partir de su estructura coral en donde cada uno de los actores es pieza fundamental para que el engranaje funcione. Indudablemente Sally Potter ha contado con un elenco de una inmensa trayectoria tanto en el cine como en el teatro, cada uno disfrutando y haciendo que su papel se luzca en el momento adecuado. A pesar de su sencillez y de contar con una estructura arquetípica y fácilmente reconocible “THE PARTY” saca provecho de su elenco y de un guion con diálogos inteligentes que le permiten que esta comedia condimentada con fuertes toques de ironía e incorrección política, cumpla con su cometido.
Desde su irrupción en el primer BAFICI, hace ya veinte años, Trapero es uno de los directores de cine argentino que cuenta con una trayectoria tal que nos permite asegurar que es un autor con estilo propio y que se encentra en la búsqueda permanente de un nuevo lenguaje cinematográfico. “Mundo Grúa” fue su primer título, de corte netamente independiente, que supo marcar todo un estilo dentro del llamado -en ese entonces- “nuevo cine argentino”. A partir de allí, su cine estuvo siempre atravesado claramente por temáticas de corte social con un fuerte compromiso de denuncia a través de sus personajes protagónicos, tal como lo hizo en “Carancho” “Elefante Blanco” o “Leonera”. Luego de su incursión en un proyecto netamente comercial como “EL CLAN” (indudablemente su película más impersonal pero más taquillera) ahora con el estreno de “LA QUIETUD”, Trapero vuelve a contarnos una historia intimista –podemos relacionarla dentro de su filmografía con “Nacido y Criado”- aunque en este caso, con una óptica dominantemente femenina. “LA QUIETUD” se centra en el vínculo de dos hermanas, Mia (Martina Gusmán) y Eugenia (Bérénice Bejo) quien debe regresar desde Paris con motivo de una descompensación que ha sufrido su padre, la que lo ha dejado en un coma profundo. El guion se dispara en diversas direcciones: por un lado encontraremos el propio vínculo entre las hermanas, teñido fuertemente por los recuerdos y con una cantidad de secretos subyacentes que se irán desentrañando a medida que transcurra la trama. Por el otro, se presenta en este entramado familiar a una Eugenia que se instala en la estancia familiar (justamente “La quietud” del título) como esa hija pródiga que regresa, marcando más aún la absoluta preferencia que tiene su madre por ella –quien incluso no duda en exponerlo abiertamente-, mientras que Mia es la que tiene un lazo tan fuerte como patológico con su padre y será, por ende, la que sufra mucho más profundamente el difícil momento por el que atraviesa la familia. El producto en los rubros técnicos es impecable y Trapero vuelve a demostrar un talento especial en el manejo de la cámara: exquisito en la presentación de la estancia familiar como un personaje más de la trama y efectivo en la dirección de sus actores, luciéndose sobre todo en escenas de gran tensión que están muy bien resueltas. Pero “LA QUIETUD” comienza a resquebrajarse con un guion que cae en múltiples lugares comunes, que toma decisiones de manera abrupta y caprichosa hasta que se tiñe, sin quererlo, de un clima de folletín para este retrato de la burguesía local, con momentos en los que incluso se hace difícil creerle a los personajes. Diálogos forzados –hay escenas en las que a Bejo no se la nota cómoda con la dicción y todo suena muy impostado-, situaciones que se resuelven de una escena a otra sin ningún arco dramático y “sorpresas” en los giros que presenta la trama que remiten a momentos históricos muy oscuros y terribles de nuestro país, tema que parece estar justificado por la necesidad de incluir un elemento que genere un viso de compromiso político dentro de la historia. Así las capas se van superponiendo y el efecto acumulación en vez de sumar, resta. Traiciones cruzadas, secretos, infidelidades, relaciones edípicas y mentiras familiares que irán saliendo a la luz, todo se va mezclando lentamente en una historia que pretende incluir demasiados temas sin lograr profundizar en ninguno demasiado en ninguno de ellos. Algunas escenas, incluso, desentonan con la propuesta general del film, sobre todo en lo referente a la sexualidad de las hermanas que generan una particular incomodidad por el trazo demasiado grueso con el que están construidas. Por supuesto que también hay puntos fuertes de “LA QUIETUD” y la química que logran Martina Gusmán y Bérénice Bejo como las hermanas es tan intensa que incluso, por momentos, en pantalla, tienen un parecido absolutamente asombroso. La potente composición de Graciela Borges como la matriarcal Esmeralda, dueña de un temperamento fuerte e indomable, devuelve a la pantalla a una de las actrices más icónicas del cine nacional en un papel que explota en cada una de las escenas que juega, con interesantes contrapuntos con Gusmán. Los roles masculinos quedan relegados a un segundo plano en esta historia de fuertes protagonistas femeninas, pero Joaquín Furriel (como el hijo del escribano que se verá implicado en la investigación que se lleva a cabo sobre ciertas escrituras) sabe sacar partido de su Esteban y Edgar Ramírez como el esposo de Eugenia, también aporta con su aparición nuevos condimentos a la trama. Trapero parece narrar un universo que le es ajeno y no logra la contundencia y la intensidad de la mayoría de su obra. No obstante, es un director que toma riesgos, que sabe cómo contar una historia, aun cuando las irregularidades de “LA QUIETUD” hagan que quede como un producto menor dentro de su filmografía.
Algunos no olvidarán tan fácilmente la revolución cinéfila que provocó el estreno de “El sabor de las cerezas”, el film con el que se conoció a Abbas Kiarostami en la Argentina, y junto con él, el auge del cine iraní a finales de los años ´90 con un cine Lorca desbordante de espectadores ávidos de encontrarse con un nuevo lenguaje y una nueva estética, proveniente de una cultura a la que la pantalla grande no nos tenía acostumbrados. Para muchos, amor a primera vista e inicio de un romance con el cine de otras latitudes: así conocimos comercialmente su obra anterior “Detrás de los olivos” “¿Dónde queda la casa de mi amigo?” “Close Up” y sus posteriores “Copia Certificada” con Juliette Binoche y “Like someone in love”. Pero fue además Kiarostami a quien se le debe, en gran parte, que luego se conocieran obras de sus compatriotas, tan potentes como su propio cine. Tal fue el caso de “La Manzana” de Samira Makhmalbaf, “Pizarrones”, “Las tortugas también vuelan” o “Niños del paraíso” de Majid Majidi y es indudable la fama que ha sabido ganar a nivel mundial la obra de autores como Asghar Farhadi o Jafar Panahi, representantes del cine iraní actual. En el documental “76 minutos y 15 segundos con Abbas Kiarostami” el director de fotografía Seifollah Samadian con el que trabajó a lo largo de 25 años, lo acompaña durante un viaje de trabajo y con el material obtenido en esa aventura, rinde a su manera un merecido tributo compaginando cientos de horas de filmación y extractando pequeños fragmentos fundamentales para conocer algo más del universo de Kiarostami. Es aquí, en este documental, donde se ilustra perfectamente no sólo la pasión que tenía por el cine sino también por el mundo de la fotografía como potente elemento de observación y de expresión visual. Así la cámara lo toma en los preparativos de sus sesiones de fotos, de sus descansos, nos habla de la rigurosidad y lo meticuloso de sus elecciones. Justamente la propuesta de “24 frames” (jugando con el doble sentido que puede tomar la palabra frame como marco de un cuadro o también en su otra acepción como fotograma) es la de generar un diálogo permanente entre sus dos pasiones: el cine y la fotografía. Esta necesidad parece haber surgido de una pregunta básica que se presentó durante el proceso creativo “¿Qué sucede en el momento anterior o posterior de tomar una fotografía?”. Es así que para esta experiencia visualmente única y fascinante, hipnóticamente bella, Kiarostami diseñó especialmente un dispositivo visual por medio del cual comienza a intervenir veinte fotos de su colección personal usando herramientas digiles, inserts en 3D y pantallas verdes. De esta forma y luego de un trabajo intenso de tres años con un equipo técnico de primer nivel, logra dotar de movimiento a estas fotos, de acuerdo con lo que él mismo estima que había sucedido en cada situación de las que había capturado con su cámara. Su poesía, su particular estética y la belleza que se desliza en cada cuadro hacen que quedemos fascinados durante dos horas, observando pacientemente paisajes nevados (es casi una constante) con caballos, ciervos, vacas y urracas; el oleaje del mar o sentir cómo cae la nieve, pequeños detalles que nos maravillan a puro contacto con la naturaleza y que nos invitan a reflexionar sobre el paso del tiempo (elemento vital en la obra de Kiarostami), el paisaje como territorio y espacio de expresión, la naturaleza y la presencia de esos animales que solos, en pareja o en comunidad, parecen intentar contarnos una historia. Para quienes en el Festival Internacional de Mar del Plata pudimos disfrutar de esa joya llamada “Take me home” un corto de tan solo 16 minutos en donde Kiarostami demuestra en el recorrido que seguimos de una pelota, su profundo conocimiento del cine y de la fotografía con la perfección del encuadre, una idea novedosa y a través de ella, la búsqueda de la perfección estética, su película póstuma “24 frames” nos remite a ella y nos transmite exactamente lo mismo. Esa fusión tan difícil de lograr de forma tal que las imágenes hablen por si mismas sin necesidad de intervención de la palabra y que quedemos cautivados por la potencia y la belleza de lo que nos quiere mostrar. Y así continuar absortos, cuadro tras cuadros, admirando una propuesta delicada, armoniosa y profundamente bella, complementada, en cada caso con la elección precisa de un sonido ambiente o de una melodía que nos emociona, según el caso. Un inmejorable legado de uno de los grandes cineastas de nuestro tiempo. Imposible pensar una mejor despedida que ésta.
Se sabe que para un buen documental hace falta ese personaje que deje ganas de saber más y más de la historia, un personaje tan atractivo que lo que se pretenda contar fluya por sí solo. Carlos Castro, en “Regreso a Coronel Vallejos” encuentra un potente imán en todo el mundo de la literatura de Manuel Puig pero más particularmente, en la repercusión que tuvieron sus dos primeras novelas -La traición de Rita Hayworth (1968) y Boquitas Pintadas (1969)- en su pueblo natal. Todo General Villegas se sintió identificado, abiertamente traicionado y desnudado, expuesto en cada una de las páginas de estas novelas, repudiando fuertemente su trabajo. El interesante espejo de Coronel Vallejos en la ficción y General Villegas en la realidad, se ve potenciado mucho más aún en la voz de la narradora, Patricia Bargero, una villeguense que a raíz de un accidente, se acerca a la literatura de Puig y se compromete de forma tal que obsesionada por ese mundo literario, da talleres de lectura por las escuelas y llega a comprarse con un préstamo hipotecario una de las casas en la que Manuel Puig habitó en algún momento. Nadie la conoce por Patricia en el pueblo sino como “la viuda de Puig” y ella misma puede reírse abiertamente de ese apodo con un gran sentido del humor y de la ironía, que le permite recorrer su propia historia y encontrar muchos puntos de contacto con la figura del escritor. Carlos Castro (que conjuntamente con Gustavo Alonso escribe el guión del documental, basado en textos de la propia Bargero) acierta en una dirección clara y sencilla. No pretende imponer su mirada, sino que por el contrario facilita y alienta a que los personajes hablen por sí mismos, con la frescura y la naturalidad que los hace únicos. Y así aparecen las opiniones de tres señoras que toman el té (al mejor estilo de las abuelas de “La once” de Maite Alberdi, otro hermoso documental) y mezclan sin solución de continuidad - como lo hizo el propio pueblo en su momento-, la literatura de Puig, los ritos pueblerinos, el mundo del cine, los sucesos y entretelones, con una lucidez especial, inclusive, sobre los tiempos que corren. Imposible que no apareciese rápidamente la figura de la madre de Puig, omnipresente en su literatura y para la gran mayoría de los pueblerinos, la forastera que le llenó la cabeza de odio contra el pueblo. Para Manuel, la figura de quien lo llevaba siempre al cine, refugio personal que ha influido drásticamente sobre su obra y que el propio Puig lo describe como lugar seguro donde no era necesario cubrirse con el escudo que él siempre necesitaba para el afuera. ¿La literatura de Puig es novela o biografía? ¿Ficción o chismes con formato de literatura? ¿Autor o Cronista de lo sucedido en toda una época del pueblo? Cada uno de los habitantes de General Villegas se ve en mayor o menor medida espejado en los personajes, participan de alguna y otra manera del revuelo y el escándalo que generaron sus “Boquitas pintadas” y esos triángulos amorosos con un fuerte personaje masculino que fue un ícono, un sex symbol dentro del pueblo de las que todas estaban enamoradas. Hasta pareciera en algún punto, que hubiese una necesidad, contradictoria pero real, de encontrarse reflejados en esas páginas para sentirse inmortalizados por la pluma de Puig. Otro punto fuerte del documental es la narración en la voz particular del propio Manuel Puig (que el director inteligentemente utiliza en forma muy medida y precisa) y sus pinceladas sobre su obra y sus sentimientos, su literatura que surge de una necesidad interna urgente, una pulsión de escritura para aclarar sus propios problemas y aprovechar como protagonista a algún personaje de la vida real con el que él compartía sus problemas. Equivocados, cada uno de los habitantes de Villegas parece no haber entendido la particular mirada con la que Puig dotaba a sus personajes. Una mirada comprensiva, que no juzga ni condena en su literatura sino que apela a los datos para entender el mundo, ese micromundo del pueblo chico que genera su propio infierno. Ya lejos de las miradas escandalizadas o del prejuicio, las nuevas generaciones se acercan a Puig y lo revalorizan, dándole ese verdadero rigor y sentido literario de la pluma sofisticada y sencilla a la vez de Puig. Tan sofisticado y tan sencillo como lo que logra Carlos Castro en este hermoso documental.
Si hay algo que es distintivo de la obra de Diego Recalde (en sus múltiples facetas artísticas) es la fuerza y la creatividad que tiene para encarar y llevar a cabo cada uno de sus proyectos. Con algún resultado desparejo en su filmografía de ficción que comenzó allá en el 2011 con el estreno comercial de “Sidra”, logra una solidez narrativa muy especial con su trabajo en la trilogía “Victimas de Tangalanga”, basada en la figura del inolvidable bromista telefónico y con el que abandona la ficción, para ingresar al registro documental. Y logra, en esa trilogía, construir un documental completamente descontracturado, por fuera de todo enciclopedismo, donde puede mezclar un estilo de documental propiamente dicho, con un trabajo de investigación que va abriendo nuevas ramificaciones de la línea central, estando atravesado en todo momento por ese humor tan particular que siempre identifica a las producciones de Diego Recalde. Y el estreno de esta semana, “LA TRANS DE LA PATRIA”, repite este esquema exitosamente y logra superar sus objetivos. En este caso, todo comienza con un dato que le aporta un guía de turismo al propio Recalde durante un típico city tour por la ciudad de Colonia, Uruguay. Este dato dicho a media voz, subrepticiamente, pero con la contundencia necesaria para generar la inquietud y abrir el espíritu de investigación, es el que da pie a todo el desarrollo de este nuevo documental, por demás novedoso. Corre el siglo XVI y Solís con su tripulación llegan a América y de acuerdo con todos los registros de la época, el recibimiento por parte de los indígenas rioplatenses fue, indudablemente, feroz. Cabe recordar simplemente que estas tribus practicaban el canibalismo, comiéndose a los vencidos en la batalla y es por esto que como solamente eran los hombres quienes iban a la guerra, el canibalismo jamás había sido practicado con mujeres. De toda la tripulación de Solís, curiosamente sólo el grumete Francisco del Puerto, permanece ileso, vivo, como una especie de “intocable”. Es allí que aparece ese dato dicho por el guía de turismo al oído y clandestinamente “… es porque era La Pancha”. Con ese pequeño dato, no menor pero que claramente en oídos de otra persona no hubiese generado este “revuelo”, Recalde –en su doble rol de guionista y director- genera una serie de encuentros con periodistas y reconocidos historiadores, tendientes a poder completar esta idea de que La Pancha/Francisco del Puerto ha sido una figura femenina / trans de mucho peso y que fue posteriormente incorporada a la tribu, generando, además, una revolución a nivel sexual, cultural y social, dado que los indígenas lo consideraban un ser superior por reunir las condiciones de hombre y mujer al mismo tiempo, sentían que estaba habitado por ambos espíritus. Recalde en el trayecto de su investigación se codea nada más ni nada menos que con el divulgador científico Diego Golombek, el dramaturgo Gonzalo de María, Eduardo Lazzari (un reconocido historiador que hace paseos guidados, tertulias y caminatas) pero por sobre todo logra sacar provecho de jugosas entrevistas con el historiador Felipe Pigna y el escritor Pacho O´ Donnell. La riqueza de la propuesta radica en que jamás pierde de vista el juego entre el rigor histórico y los datos potencialmente apócrifos, entre rearmar la historia en forma precisa versus la ficcionalización de los hechos y en ese tono amable y distendido nos vamos adentrando en la historia, así como Pigna y O´Donnell se muestran en un primer momento casi escépticos a la propuesta, para luego terminar aportando datos y reforzando cada vez más fuertemente la hipótesis planteada en el documental. La entrevista con O´Donnell es una pequeña joya: completamente alejada de cualquier protocolo, a carcajada limpia, el escritor e historiador termina sorprendido y entusiasmado con que se desarrolle la historia y se plasme en el documental. Otro punto a favor es la duración: el relato se organiza inteligentemente de forma tal que en 64 minutos la idea queda perfectamente presentada y se concreta efectivamente, sin extenderse ni perder el rumbo. Nuevamente la mirada curiosa, inquieta y lúdica de Recalde nos sorprende positivamente.
Luego de un multipremiado debut con “La sagrada familia”, el chileno Sebastián Lelio filmó “Navidad” y “El año del tigre”, pero logra irrumpir con muchísima fuerza en el circuito de festivales con su cuarto largometraje: “Gloria”. Una hermosa película alrededor de los conflictos interiores de una mujer de más de 50, con una intensa y memorable actuación de Paulina García (la remake americana se encuentra actualmente en post producción, dirigida por el mismo Lelio y protagonizada por Julianne Moore) y que logra posicionar a Lelio en el mercado internacional, mostrándolo ya como uno de los grandes directores latinoamericanos del momento. Si quedaba alguna duda que Lelio tiene sutileza para contar historias que tienen como eje central el universo femenino, con “Una mujer Fantástica” logra consagrarse definitivamente jugándose con una historia arriesgada. Su elección de un tema completamente novedoso en la filmografía latinoamericana y con el protagónico excluyente de Daniel Vega, en la piel de una trans que debe atravesar el duelo por su compañero recientemente fallecido, enfrentado en ese duro proceso a la ex mujer y a toda la familia de su amante, le valió a Chile un Oscar como mejor película extranjera en esta última entrega. Ahora Lelio desembarca en Hollywood con otro relato que vuelve a tocar los temas que evidentemente le preocupan: el mundo femenino, el impacto de las pasiones sobre las emociones, el descubrimiento sexual que plantea cada nueva relación y el goce que se instala en esos vínculos que están destinados, fundamentalmente, a romper con ciertas reglas sociales preestablecidas: común denominador de sus últimos trabajos. En “DESOBEDIENCIA”, Lelio adapta la novela de Naomi Alderman que plantea un particular triángulo amoroso que acentúa más su espíritu transgresor ya que los personajes pertenecen (directa o indirectamente) a la comunidad judía ortodoxa en Londres. Rachel Weisz es Ronit, hija de un renombrado rabino de esa comunidad, quien hace tiempo se declaró en absoluta rebeldía y actualmente trabaja como fotógrafa en Nueva York, lejos de su entorno familiar religioso. Ante la noticia del fallecimiento de su padre, deberá volver intempestivamente al lugar de origen para acompañar los ritos funerales y volverá a insertarse, de alguna manera, en ese lugar que abandonó y del que hoy se siente absolutamente ajena. En este proceso de duelo y despedida de un padre con el que siempre mantuvo una relación antagónica, se reencontrará con Dovid (Alessandro Nivola) quien fue su amigo en la niñez y adolescencia y ahora es una figura de tanto peso dentro de la comunidad, que se lo considera el sucesor natural de su padre dentro del rabinato, hecho no menor para el vínculo que retomarán con Ronit. Pero la historia de “DESOBEDIENCIA” poco a poco va complejizando este reencuentro: han pasado varios años donde Ronit eligió perder el contacto y por ende, ella tampoco estaba al tanto de Dovid se había casado con Esti (Rachel Mc Adams), quien fuera su mejor amiga y que se desempeña como maestra en la escuela ortodoxa para las jóvenes, otro lugar de mucha visibilidad dentro de la comunidad. No tardará en saberse que ha sido Esti la que llamó a Londres y le hizo saber de la muerte de su padre para que Ronit “volviese a casa”. Ese llamado no es falto de intención sino que dentro del entramado de los personajes, de a poco se irá develando que Esti y Ronit han tenido una historia amorosa en la adolescencia, la que no tardará en volver a desencadenarse, y ahora con mucha más fuerza. En toda la primera mitad de la película, donde se van presentando las situaciones de cada uno de los personajes, Lelio acierta en una compleja y detallada descripción, atando sus deseos y sus pulsiones a lo que la comunidad exige de cada uno de ellos ya sea porque acepten el mandato o porque lo rechacen de plano, como en el caso de Ronit / Weisz. Ella viene a despedirse de su padre pero también a intentar ocupar un espacio que ha dejado vacante y a darse la posibilidad de dar una nueva lectura de su pasado. Sin quererlo, su presencia modifica las otras historias, sobre todo la de Esti, en donde rápidamente aparecerán vientos de cambio sin medir las consecuencias que esto pueda provocar en sus vidas. El guión adaptado de Lelio y Lenkiewicz sobre la citada novela de Alderman, se mueve brillantemente en toda esta primera parte, sosteniendo una tensión dramática extrema entre los tres personajes. Nada se desarrolla en forma explícita sino que los guionistas trabajan de forma tal que las situaciones vayan decantando a medida que los personajes puedan ir desplegando sus sentimientos y sus pasiones. Lelio conduce este trío de actores excepcional, con mano firme, logrando tres avasallantes interpretaciones cada una con el matiz del conflicto ético y moral que su personaje necesita. La sinergia que se genera entre ellos (y en especial en las escenas de Weisz y Mc Adams) es perfecta, son grandes actores y el ojo preciso de Lelio, los aprovecha en su mejor versión. Pero una vez desatado el conflicto central, el efecto dominó no se hará esperar. Cuando la verdad salga a la luz, primero internamente y luego más abiertamente, las piezas del rompecabezas comienzan a moverse y producen un desplazamiento de los personajes y del centro dramático de la historia. Es esta segunda parte cuando “DESOBEDIENCIA” pierde el perfil de drama intimista y la audacia de la puesta de Lelio, con esa mirada completamente visceral para sus personajes, para virar hacia un melodrama que prefiere volver a la estructura conservadora y clásica, con personajes que toman caminos que no condicen con el potente desarrollo de la primera mitad del film. Lelio hace temblar a sus criaturas, lejos del preciosismo estético a ultranza de la “Carol” de Todd Haynes pero tampoco logra la audacia que en algún momento generó “La vida de Adèle”. Queda a mitad de camino con la adaptación de una novela que quizás no arriesga todo lo que el director chileno suele plantear en su cine. Justamente “DESOBEDIENCIA” fue vista en el último BAFICI, en donde se proyectó también la película israelí “Montana”, con la que finalmente parece dialogar más cómodamente, manteniendo un cierto status quo que dejará mucho más tranquilo al público más conservador y con ganas de más a los que nos gusta el sabor del riesgo.