Hay algo de juego de cajas chinas en “LA VENDEDORA DE FOSFOROS” que se presenta en un principio como un diario de filmación de la ópera homónima que el músico Helmut Lachenmann vino a presentar en el teatro Colón de Buenos Aires para comenzar a derivar en múltiples lecturas. Esta ópera, a su vez, se basa en el tristísimo cuento de Hans Christian Andersen sobre una pequeña niña que en la noche de Año Nuevo muere literalmente de frío al no querer regresar a su casa por no haber podido vender ni un solo fósforo y temer al castigo de su padre en la fría Copenhague de 1800. Así como esta niña trata de prender los fósforos para darse calor y en cada uno de ellos encontrará visiones maravillosas que la llevan hasta un gran encuentro final, el cine de Alejo Moguillansky trata de encender varias de estas cerillas para ir, en cada llama, al encuentro de las diferentes disciplinas dentro del arte, que sabe entremezclar a la perfección. Si bien “LA VENDEDORA DE FOSFOROS” no pierde nunca el rumbo y el planteo central del filme, con un ameno tono de comedia que lo aleja por completo del dramatismo que le impone Andersen a su cuento; lo hace desde un lugar impactante y multifacético. Se proponen tantas capas unas sobre (dentro de) otras que pareciera que bajo ese tono ameno y liviano de los personajes centrales de la historia, se escondiese la necesidad del Moguillansky de tener espectadores sumamente cultos y bien informados para que puedan disfrutar de su película en todas y cada una de las disciplinas que intenta explorar en sus inquietos 71 minutos de duración. Podemos entrar a la historia por la ficción de la (ex)pareja conformada por Walter (léase Valter) y Marie. Él intenta por todos los medios montar la ópera de Lachenmann atravesando una situación totalmente caótica tanto en su mundo interno como en el externo -fuertemente marcado por una sucesión de paros gremiales en el teatro Colón- y el desequilibrio económico general. Somos partícipes de la relación que tiene con Marie –quien en una escena completamente deliciosa lo ayudará a grabar la narración del cuento original de Andersen para su régie y quien le brindará múltiples ideas para su puesta- y de la crianza de su hija Cléo que se espeja en forma casi permanente con la protagonista del cuento y logra una de las escenas más hermosas del filme cuando se quede profundamente dormida en un palco y su mundo onírico relacione varias de las referencias que se disparan. A su vez, Marie trabaja para una famosa pianista, Margarita Fernández, vehículo para introducirnos al universo de Beethoven –así como Lachenmann se obsesiona con Ennio Morricone y disfrutamos de su música- y las referencias se van conectando en forma permanente con otros géneros. Vendrán de la mano de un DVD encontrado de una película de Bresson (“Al Azar Balthasar”), la voz en off literaria que hace por momentos recordar al cine de Matías Piñeiro y su universo shakespeariano o los dedos de Marie recorriendo casi sensualmente las partituras. Hay literatura, hay música –quizás demasiada-, hay cine y también hay un fuerte contenido político al mostrar la situación económica de los personajes, del país, los paros sindicales, el paro general de transportes que atraviesa el final de la historia y la aparición de personajes vinculados con el Ejército Rojo que hablan de la resistencia y un antiguo guerrillero alemán. Moguillansky tiene un total dominio de este montaje completamente interdisciplinario que propone y lo hace de forma tal que no parezca ostentoso ni subrayado. Pero aún en su mesura hay un perfecto y certero cálculo en poner cada una de las piezas sin tomar riesgos y haciendo que todo tenga un delicado equilibrio. Para algunos podrá ser un motivo de deslumbramiento, de poder disfrutar de ese juego y de ese diálogo pluridimensional que se logra en todos los campos. Puede, sin embargo, que la catarata de referencias y lecturas produzca que se pierdan de vista algunas de ellas o que sencillamente no se cuente con el material necesario para entenderlas a todas y cada una de ellas. Aún en su espíritu denodadamente intelectual que intenta huir por todos los medios del una mirada snob –queda en discusión si realmente lo logra-, “LA VENDEDORA DE FOSFOROS” se deja ver muy placenteramente. Hay quienes se dejarán llevar por su ejercicio de estilo netamente cinematográfico, disfrutar de las actuaciones de Maria Villar y Walter Jacob, adentrarse en el mundo literario que se propone y se evoca; otros vibrarán al ritmo de Bach, Beethoven y la ópera y habrá algunos elegidos que puedan disfrutarlo todo al mismo tiempo y con la misma intensidad. Hasta el viernes 8 de junio, a las 21.30 hs en la Sala Leopoldo Lugones y todos los sábados de junio a las 20.00 hs en MALBA
Con una interesante trayectoria en diversos festivales, que se inició con su estreno en una sección del Festival de Venecia y pasando por el BAFICI 2017, “UNA HERMANA” narra un suceso propio de una crónica policial pero atravesándolo de lleno con tema intensamente vigente en la sociedad actual como es la violencia de género. Un auto que aparece quemado a la vera del río y en el mismo momento, la desaparición de Guadalupe, de quien solamente la policía puede aportarle a su madre que no estaba en el vehículo comido por el fuego. Todo se desarrolla en la localidad de Lobos, Provincia de Buenos Aires, dato que no es menor dado que ese pueblo será uno de los grandes protagonistas del film. La desolación que genera esa geografía, la inmensidad de ese campo atravesado por el rio y un paisaje abierto e inmenso que no favorece a la contención sino que, por el contrario, se presenta como un escenario hostil e inabarcable, que hablará por sí mismo e interferirá, sin quererlo, sobre el destino de los personajes. La madre de Guadalupe queda completamente inmovilizada frente al impacto de la desaparición, sin que haya ningún tipo de rastros de lo sucedido, sin que nadie en el pueblo pueda aportar ninguna pista, algún dato que pueda facilitar u orientar la búsqueda. Es así como Alba, la hermana menor, no solamente se cargará al hombro sostener a su madre y a su sobrino sino que deberá ser ella quien motorice la investigación debiendo lidiar cuerpo a cuerpo con la violencia institucional, la burocracia oficial, la inacción policial y sufrir la indiferencia con la que los potenciales testigos decidan permanecen amparados en el silencio. Las jóvenes directoras de “Una hermana” son Sofía Brokenshire y Verena Kuri, quienes se han formado en FUC y provienen de Canadá y Alemania, respectivamente. Ellas han logrado impecablemente la compleja tarea de generar un clima angustiante frente a la desaparición y el desamparo, que claramente remite a diversas lecturas de acuerdo con el contexto en el que se desee instalar la historia. Ya sea en inconsciente colectivo, donde la narrativa de una desaparición tiene connotaciones inmediatas con la dictadura sufrida en nuestro país, así como las cuestiones de género, los casos de trata y los femicidios que son temas tan vigentes y tan vinculados con los compromisos colectivos actuales. Puede abordarse desde una mirada más adherida a la ficción, esa sensación fantasmática con una Guadalupe onmipresente en todo el relato, presencia que subraya aún más su propia ausencia, como pasaba con ese marido que “pierde” Charlotte Rampling en “Bajo la arena” de François Ozon. En su desesperada búsqueda, Alba lidiará con un sistema completamente expulsivo que no hará más que minar de piedras su camino (la escena en el juzgado es desgarradora y retrata con abrumadora veracidad la forma con la que la justifica se maneja en nuestro país), con testigos que no quieren hablar y con un pueblo que le da la espalda. Luego aparecerá otra figura en el rompecabezas, cuando Alba intente acercarse a la empleadora de su hermana para cobrar el dinero que le debían al momento de su desaparición. Y aquí se pone en juego otro de los puntos interesantes de “Una hermana” que es la puesta que hacen las directoras enhebrando ciertas pistas que dejan caer sutilmente dentro del relato. Nada es estridente, nada es subrayado, nada es contundente. El clima de pérdida en todas sus acepciones va ganando tensión a medida que el relato avanza y los climas se van enrareciendo, generando incertidumbre y dudas sobre lo acontecido y acompañando a Alba con su desesperación y su impotencia. Sofía Palomino tiene la enorme responsabilidad de cargarse la película en sus espaldas y demuestra su potencial como actriz en este “tour de force” que le demanda la composición de Alba, a la se ofrece con una total entrega y los resultados quedan reflejados en la pantalla con su magnética presencia. Adriana Ferrer como la madre y Eugenia Alonso como la empleadora –en un papel secundario pero de vital importancia para la trama- construyen sus criaturas con gran oficio y poniendo en juego sus vastas trayectorias (con galardonados trabajos en teatro) para estar atentas a cada detalle en sus composiciones. Un pueblo que calla, una búsqueda a pleno desamparo y la desesperación del correr del tiempo sin saber del paradero de un ser querido. Sensaciones que las directoras logran plasmar y generar climas inquietantes, con la mirada alejada de las convenciones de un thriller para poder instalarla en el pequeño universo de una familia de pueblo a la que le ha desaparecido una hija, una madre, una hermana.
Néstor Montalbano ha basado fundamentalmente su carrera con una mirada y una innovadora forma de hacer humor destacándose tanto en la televisión, como en el teatro y por supuesto en el cine. Director de míticos ciclos como “Cha Cha Cha”, “De la cabeza” y el inolvidable “Todos por dos pesos”; ha revolucionado con su estética kitsch, la parodia y el absurdo y vuelve ahora a combinar todos esos elementos en su nueva película “No llores por mí, Inglaterra”. Después de “Soy tu aventura”, “El regreso de Peter Cascada” y de “Pájaros Volando”, Montalbano se anima a meterse con la historia argentina, situando a esta historia en plena época del Virreinato, más precisamente durante las Invasiones Inglesas, en aquel Buenos Aires colonial de 1806. Por aquel entonces, los criollos se encontraban bajo la monarquía española y los ingleses, al mando del General Beresford (Mike Amigorena) invaden la ciudad pretendiendo apoderarse de estos territorios. En el intento de poder “distraer” a la población de lo que se estaba tramando, planifican estratégicamente presentar un juego que les permitiese mantener entretenido al pueblo y es entonces cuando aparece el fútbol en plena colonia, pasión de multitudes ya desde aquel momento. Es así como dos barrios absolutamente antagónicos como Embocadura y La Rivera, separados desde lo social y lo económico, comenzarán a rivalizar en la cancha tal como vienen rivalizando desde hace generaciones. Y será el fútbol no solamente el gran entretenimiento que pensaron los ingleses para los criollos sino que Manolete (Gonzalo Heredia) un empresario de espectáculos medio pelo, intentará adoptarlo como gran negocio para salir de su crisis financiera por las bajas recaudaciones de los espectáculos que realiza junto a su mujer (Laura Fidalgo). Así como se enfrentaban La Rivera y Embocadura, Manolete junto a Beresford, convocarán a dos directores técnicos para armar el evento más importante de la colonia: “Criollos vs Ingleses” en la gran Plaza de Toros. Si bien “No llores por mí, Inglaterra” está contextualizada dentro un marco histórico preciso y cuenta con referencias particulares, Montalbano junto a su co-guionista Guillermo Hough solamente las usarán como trampolín para desplegar su característico humor con tintes desbordados y delirantes. El hecho de instalarse dentro de la Historia Argentina servirá para establecer en forma permanente, diferentes guiños cómplices con el espectador tanto en lo futbolero y deportivo como en las anécdotas de la historia que se relatan con una graciosa liviandad. Es así como se entremezclan rasgos de sátira política, humor políticamente incorrecto, pasión deportiva y comedia del absurdo, esa cuerda que tan bien maneja el director y forma parte de su particular estilo. Con un gran despliegue técnico y una producción sumamente cuidada, Montalbano se nutre de un importante elenco que logra entretener y transmitir ese espíritu divertido por fuera de la pantalla. Gonzalo Heredia y Mike Amigorena cumplen holgadamente con sus roles protagónicos aunque existe un importante desnivel, que resiente parcialmente el producto, con otros trabajos como los de Luciano Cáceres –que luce demasiado contenido en una composición que inclusive replica a otras que ha desarrollado en pantalla y con un guion que tampoco le permite demasiado lucimiento- y Laura Fidalgo que nuevamente demuestra ser una gran bailarina pero con un desacertado tono escolar para su imposible lucimiento dentro de la comedia. Pero es justamente dentro de los roles secundarios donde hay grandes hallazgos: Mirta Busnelli como la madre de Beresford nos regala una composición absolutamente desopilante que enciende la pantalla cada vez que aparece. Por su parte, Diego Capusotto como el Director Técnico de la selección criolla, es quizás quien mejor entienda el humor que Montalbano quiere desarrollar en pantalla y tiene el tono, la cuerda y la química exacta para lucirse en su papel y hacer que aparezca, irremediablemente, la carcajada. Como inmersos dentro de un gran juego de cameos y participaciones especiales aparecen Fernando Lúpiz, Roberto Carnaghi, Damián Dreizik y Esteban Menis y para los más apasionados del fútbol, se “prenden” en la propuesta: Matías Martin –fresco y lúdico en su composición- y los exfutbolistas José Chatruc y Fernando Cavenaghi, más la presencia de Evelina Cabrera, Fundadora de la Asociación de Fútbol Femenino Argentino. Néstor Montalbano logra salir airoso del desafío de la reconstrucción de época y aún con algunas fallas y “saltos” en su guion, logra imprimir su impronta distintiva y hacer que “No llores por mí Inglaterra” funcione como un buen entretenimiento y se permita hacer humor con la historia, nuestras raíces, nuestras rivalidades y nuestras pasiones. El fútbol, desde el Virreinato, es pasión de multitudes.
Hace veinte años, el primer BAFICI nos regalaba “RUSHMORE – Tres son multitud”, el primer título de Wes Anderson que se asomaba en la Argentina, haciéndonos conocer a un director que se convertiría en un obligado referente del cine americano contemporáneo. Y a lo largo de sus diferentes obras, no dejaría indiferente ni a sus adeptos y fanáticos rabiosos, ni a sus detractores (si, parece increíble, pero los hay). Nos cautivó con su cine intenso, creativo, con personajes que se imponen con su estilo propio: nos presentó a “Los excéntricos Tenenbaums”, nos sumergimos en su “Vida Acuática”, imposible no recordar esa hermosa historia de amor adolescente de “Moonrise Kingdom” y se consagró definitivamente para la crítica internacional y el gran público con su última creación ganadora de 4 Oscar, “El Gran Hotel Budapest”. Con el estreno de “ISLA DE PERROS”, Anderson vuelve a la técnica que ya había utilizado en el “El Fantástico Señor Fox” (con la que también comparte a su director de fotografía Tristan Oliver): el complejo, artesanal y meticuloso arte del stop motion, convocando en esta ocasión a un equipo que incluyó 27 animadores y 10 asistentes que jugarían con casi 250 decorados y más de 1000 muñecos para una fábula visualmente fascinante y llena de detalles sumamente cuidados. Pero no nos confundamos. ISLA DE PERROS no es una película de animación en el sentido más estricto y acotado de la palabra, sino todo lo contrario. El stop motion es la técnica de la que se sirve Anderson para poder crear su universo futurista y distópico en una ciudad ficticia de Japón dentro de veinte años. Y nos zambulle en la historia con una escena de apertura deslumbrante y exquisita en donde nos cuenta la historia de Kobayashi, el alcalde de esa ciudad de Megasaki que frente a una epidemia de gripe canina, decide exiliar a todos los perros en la Isla Basura, despojándolos de su identidad como mascotas y expulsándolos a vivir entre los escombros y los desechos. Quien tomará el mando de este grupo de perros será Chief quien reorganizará un nuevo orden dentro del destierro hasta que llegue Atari, un niño de 12 años, justamente sobrino del alcalde, que emprenda su viaje personal al encuentro de su fiel amigo Spots, su perro guardián. El sentido del humor irreverente, la crítica social siempre presente y las personalidades que cada uno de los perros ponen de manifiesto permite a Anderson tejer, por debajo del clima de fábula que sobrevuela toda la película, una mirada aguda y certera sobre la política, el poder, el exilio y el volver a empezar. La trama gira en varias direcciones y junto con la historia central del universo canino en esta Isla, tendremos la de los científicos que buscan la cura de esta epidemia y la de la creación de un movimiento a favor de los perros (ProDog) comandado por una niña, la particular Tracy Walker. Cada uno de los perros protagonistas impondrá su personalidad y aún moviéndose dentro de ciertos estereotipos muy marcados, Wes Anderson instala su poesía y su creatividad al servicio de la historia, para que la película pueda disfrutarse de principio a fin, deslumbrando no solamente con una técnica perfecta, sino con un desarrollo de personajes que generan varias lecturas. Y más allá del cuento que Anderson pretende contar, abre múltiples lecturas y alegorías y es justamente esto, lo que más enriquece y hace una pequeña gema es esta “ISLA DE PERROS”. Desde el amor del niño por su mascota, el viaje iniciático que emprende para su rescate, la alegoría del poder y los imperios, lo caprichoso de algunas decisiones y los movimientos que pueden generarse a favor de la libertad y la pluralidad. Pero queda por señalar una de los puntos más atractivos de la propuesta: para dar vida a todos estos personajes, el gran Wes se ha rodeado de un elenco multi- estelar contando con las voces de Bryan Cranston (“Breaking Bad”) para Chief y Edward Norton, Bill Murray y Jeff Goldblum como los compañeros en la manada. Scarlett Johansson como la sensual perrita Nutmeg, Greta Gerwig como Tracy -la niña revolucionaria-, Tilda Swinton y Frances Mc Dormand en la piel de una intérprete imperial, conforman el escuadrón femenino del elenco. Pero hay mucho más: participan también Anjelica Houston, Harvey Keitel, Yoko Ono, Fisher Stevens y Liev Schreiber en pequeñas apariciones. Aún cuando el inicio a todo ritmo y con una artillería visual completamente deslumbrante, hace que luego sea difícil mantener el mismo encantamiento a lo largo de todo el film, “ISLA DE PERROS” es una fiesta cinéfila, esas películas que cada tanto nos hacen recordar la magia absoluta del cine y que demuestran que Wes Anderson sabe encontrar encanto y lirismo, aún en una isla llena de basura. Allí también hay poesía.
La cámara es como un microscopio que puede ver lo infinitamente pequeño o un telescopio que percibe lo infinitamente distante” Jean-LucGodard Para retratar al gran Jean-LucGodard, el director Michel Hazanavicius (asombrosamente ganador del Oscar por “El Artista”) toma el material del libro de memorias de la ex pareja de la época más revolucionaria del director, Anne Wiazemsky (“Une anéestudieuse”) y lo enmarca en pleno contexto del compromiso político de Mayo del ´68 para dar vida al estreno de este jueves, “GODARD, MON AMOUR” (“Le redoutable”, en el original). No solamente es un momento en que la sociedad francesa vive un punto de inflexión en lo político y en lo social, sino que en cierto modo también lo es para la propia vida privada de Jean-Luc. Se encuentra comenzando esta relación amorosa con Wiazemsky, quien fuese su actriz en “La Chinoise”, una comedia negra sobre un movimiento revolucionario de estudiantes maoístas que ha marcado un indudable y rotundo fracaso dentro de su carrera. Godard, el mismo que por pasarse horas en la Cinemateca Francesa se había involucrado y trabado amistad con cineastas como François Truffaut, Eric Rohmer, Alain Resnais o Claude Chabrol,sería también uno de los gestores de un movimiento completamente revolucionario para la cinematografía de la época y que actualmente aún sigue formando parte de la historia del cine como uno de los más trascendentes: la Nouvelle Vague. Este fue, claramente, un movimiento diferente, vanguardista y experimental con una mirada nueva, de libre expresión y de nuevas técnicas, redefiniendo la manera de narrar en el cine. Hazanavicius elige retratarlo en este momento donde luego del fracaso de “La Chinoise”, su carrera comienza a tomar un rumbo diferente, con su fuerte compromiso político como estandarte y como ese apasionamiento militante que logra teñir, inclusive, sus decisiones cinematográficas. Tan así es, que JLG se aboca a la creación de otro grupo completamente revolucionario –aunque de mucha menos trascendencia que la Nouvelle Vague- como fue DzigaVertovque tuvo como manifesto fundador de cine autogestivo al filme “Viento del Este”, que es justamente la película que se encuentra filmando cuando lleguemos al epílogo del “Godard, mon amour”. Lamentablemente, Hazanavicious no alcanza a construir un filme de una solidez tal, que haga honor a una figura de la envergadura de JLG. Si bien acierta en ciertas decisiones (uso de los mismos colores que usó Godard en esa época, momentos en los cuales las escenas están veladas, personajes que hablan a la cámara, el escenario y vestuario de la época, la división del filme en capítulos parafraseando títulos de canciones, obras literarias o frases célebres) se nutre también de otros recursos que generan un clima de desacierto casi permanente. Los fragmentos en donde irrumpe el humor son completamente disonantes con la propuesta general del filme y desafinan tanto que lo que se propone como un pequeño paso de comedia, podría terminar confundiéndose como una falta de respeto, dándole un toque inmerecidamente infantil y burlón a la figura de JLG. En la primera mitad del filme, con las imágenes con las que Hazanavicius representa alos sucesos acontecidos en Mayo del ´68, el film toma cuerpo y gana contundencia. Pero luego elige dirigir esa mirada política con un tono que hasta parece interpelar la toma de posición de JLG, sus decisiones y su militancia política. Y recién sobre el final, abandona totalmente esos pasos de comedia tan poco atinentes para ponerse serio e imprimir un tono dramático, más intimista y más reflexivo,con el que la propuesta hubiese tenido una mayor coherencia. Para armar este retrato, Michel Hazanavicius elige denodadamente dejar de lado toda la faceta de creador y pensador del cine de JLG, para sumergirse casi exclusivamente en el costado político y sentimental del cineasta, descartando lo que quizás hubiese potenciado más el interés de narrar una biografía con el marco del cine dentro del cine. Porque si bien en algunos tramos lo hace, la superficialidad con la que encara toda la propuesta es llamativa, sin dejar ningún otro rastro que se está refiriendo al gran JLG que repetir varias veces su nombre o de utilizar recursos propios de los filmes de Godard, como una funcional voz en off que va reforzando algunas de las imágenes. Y justamente el filme transcurre en ese post-Mayo ´68 en donde Godard intenta no solamente ser un artista, un creador sino comenzar a ser un militante, que va dejando atrás su intelectualidad para pasar a ser combativo: incluso su relación con la propia Wiazemsky (Stacy Martin, de “Ninfomaniac” y “Todo el dinero del mundo” que pasea su rostro y su agraciada figura por pantalla pero que no logra en ningún momento darle alma a su personaje ni dotarlo de la fuerza necesaria para darle contundencia dentro del relato) es radical en su postura, dado que ella era la hija de un político conservador. A la gélida Stacy Martin se suma Bérénice Bejo que se encuentra completamente desaprovechada en un papel prácticamente inexistente, sin textura alguna y se destaca, por supuesto, Louis Garrel (quizás sea un guiño que el hijo de Philippe Garrel –un constante evocador en su cine de la nouvelle vague- haya sido elegido para este personaje) quien logra apoderarse del phisique du rol adecuado, se mimetiza con el seseo, esa forma particular de Godard al hablar y logra imponer su presencia que hace honor justamente al título original del filme: Le Redoutable: el temible, el terrible. Y por más que Hazanavicious haga gala de su falta de inventiva para una puesta completamente chata y unidimensional para un retrato tan importante como éste, la oportunidad de mostrar lo que la figura de Godard significó para el cine y el aire que imprime Garrel en pantalla, hacen que quede alguna huella, sobre todo en el tramo final, de ese “enfant terrible” del cine francés que aún hoy con sus vitales 87 años se encuentra presentando su última película en el Festival de Cannes… Ese mismo festival que en pleno Mayo del 68, terminó anticipadamente y no pudo declarar ganadores y en el que el propio JLG tuvo mucho que ver cuando junto con Truffaut se colgaban de las pantallas para impedir que se vieran las películas, los manifestaciones estudiantiles invadían las proyecciones y se respiraba ese aire de revolución que JLG tan notablemente sigue representando.
"Basada en hechos reales", la última película de Roman Polanski es la adaptación cinematográfica del best seller homónimo de Delphine de Vigan. Vale la pena conocer un poco de la carrera de De Vigan como escritora porque es una clave importante para poder adentrarse más profundamente en la propuesta de este último opus de Polanski, en el que abandona por completo el teatro filmado de sus dos últimas producciones (“Un dios salvaje” y “La venus de las pieles”) para volver de lleno al thriller psicológico. Delphine De Vigan alcanzó fama internacional cuando se atrevió a abordar en su novela “Nada se opone a la noche” un tema tan devastador como el suicidio de su madre. Y precisamente el film de Polanski abre con una escena en donde la escritora Delphine Dayrieux (encarnada por Emmanuelle Seigner) se encuentra firmando ejemplares de su nuevo suceso literario en donde cuenta oscuros y dolorosos sucesos de su vida familiar. El límite entre la realidad y la ficción se entrecruzan tanto en la obra de De Vigan como en el guion escrito por el propio Polanski junto a Olivier Assayas: y así como conocemos un subgénero de "cine dentro del cine", aquí logran armar un interesante juego de "literatura dentro de la literatura". De Vigan – Polanski trabajan permanentemente con la idea del doble / alter-ego por lo que justamente el personaje principal del filme se construye como un espejo perfecto de la autora. Mismo nombre, misma profesión, mismo bloqueo creativo, mismas angustias: todo subraya la imbricación de la realidad en la ficción, haciendo difusos los límites entre lo autobiográfico y lo ficcional. Delphine (Seigner, una vez más formando dupla creativa con su esposo luego de “Búsqueda Frenética” o “La Novena Puerta” y estrella de “Algunos días de primavera” de Brizé y “La escafandra y la mariposa” de Schnabel) conocerá a una enigmática “fan” de toda su obra, Elle, en una fiesta a la que asiste después de la firma ejemplares de su éxito editorial. Elle también es escritora pero reconoce que no puede firmar con su propio nombre sino que lo hace bajo la forma de “ghost writer / escritora fantasma” con cierto talento y oficio dentro del género que desarrolla, escribiendo por encargo biografías de personalidades del deporte, la política o el mundillo artístico. Desde el instante en que se conocen, Elle comenzará a intervenir no solamente en la vida sino también en el mundo emocional de Delphine, generando una relación asfixiante, enfermiza y adictiva. Polanski es hábil y nos va llevando por caminos confusos, donde por momentos la amistad se tiñe de una fuerte atracción erótica y una emocionalmente vulnerable Delphine, parece ser la víctima perfecta para el mecanismo de seducción y vampirismo que despliega incansablemente Elle sobre su presa. Pero a medida que el vínculo se hace más patológico y más nocivo, la película comienza a respirar un aire conocido, remitiendo permanentemente a la icónica "Misery" de Stephen King; al mundo del profesor de literatura alterado por el alumno que invade su vida privada en “Dans la maison” de F. Ozon, como así también a otros títulos del propio Polanski –se mezcla algo de "El escritor oculto" más el clima opresivo de "Perversa Luna de Hiel"- que hacen que todo lo que sucede se imponga como muy poco novedoso y falto de atractivo. La historia comienza a estructurarse en base a demasiados lugares comunes del género y si bien el estilo de Polanski luce joven y vibrante a sus 84 años, todo lo que se cuenta tiene un tinte sumamente básico, elemental, completamente carente de vuelo. Sumado a esto Eva Green compone su personaje de Elle como una malvada que es más una caricatura grotesca de trazo grueso, que un personaje siniestro en sí mismo. Parece, en algunas secuencias, estar perdida dentro de una película de Tim Burton, con un estilo de actuación que cuesta ensamblar con el de Seigner, generando momentos en los que parecen componer personajes para dos películas diferentes –aún cuando, por supuesto, tienen momentos muy logrados dentro de un tenso duelo actoral-. Que Polanski es un director que hace arte con su cámara ya está validado por toda su trayectoria. Logra generar un ritmo de thriller y un suspenso sostenido pero como espectadores, sabiendo que el ojo de Polanski está detrás de la cámara, esperamos algo más... pero ese plus, nunca llega.
Ojos Bien Abiertos Me declaro absolutamente fanático del cine de Tim Burton. Sus universos plagados de creatividad y fantasía, sus historias sumergidas en atmósferas particulares y donde se respira una estética completamente original, han creado a lo largo de su (extensa) carrera, tanto adeptos como detractores, podríamos decir que casi en partes iguales. Tal como dije, me declaro absolutamente perteneciente al bando de los adeptos y aún con sus altibajos, es un director al que siempre me gusta prestarle atención ante un nuevo estreno. Ya desde "Beetlejuice", luego con la inolvidable "El jóven manos de tijera" y en "Sleepy Hollow, la leyenda del jinete sin cabeza", sus mundos han logrado transportarme. Y yendo a su producción que podría encuadrarse como más dramática "Ed Wood" y sobre todo "El gran pez" son películas absolutamente necesarias. Como todo gran director, encontró algunos tropiezos como pueden haber sido, desde mi punto de vista una adaptación completamente desacertada de "Alicia en el país de las Maravillas" donde por la capacidad y la inventiva de Burton se esperaba mucho más creativa y con su marca personal y el resultado irregular de su último film "Sombras Tenebrosas" que si bien buscaba volver a sus fuentes y contaba con un elenco de primer nivel, ciertas indefiniciones al momento de marcar el rumbo de la historia lo fueron lastimando hasta quedar como un engendro a medio camino entre la comedia, el terror y el homenaje. Burton con "BIG EYES" vuelve a intentarlo el terreno del drama, la reconstrucción de época y el mundo interior de un artista. Antes, Wood con el cine, ahora Keane con la pintura. La historia se desarrolla a principios de los años '60, momento en el que Walter Keane fue considerado uno de los artistas más famosos y masivos gracias a los retratos que pintaba que tenían una particularidad: niños, mujeres y animales con unos ojos enormes y en muchos casos, llenos de tristeza. Si bien alcanzó popularidad y y reconocimiento a nivel del público, buena parte de la crítica menospreciaba su trabajo y lo consideraba como demasiado banal, demasiado kitsch como para ser considerado dentro de los verdaderos artistas plásticos del momento. Pero además del público en general, Keane comenzó a codearse con el mundo de las estrellas de Hollywood, siendo reconocidos sus retratos de Joan Crawford, Natalie Wood, Kim Novak, Zsa Zsa Gabor o el de Jerry Lewis junto a su familia. En poco tiempo, casi todo Estados Unidos comienza a estar invadido por las obras de Keane: no solamente comercializaban cuadros con esos ojos enormes y penetrantes sino que hubo postales, afiches, reproducciones y objetos de todo tipo donde la publicidad y el marketing de la época hicieron de Keane una figura de relevancia, que cierto hasta cierto sector del arte más encumbrado, como por ejemplo Andy Warhol, reconocían publicamente una profunda admiración. Pero Burton se interna justamente en el secreto dentro de la personalidad de Walter Keane. Mientras él se estaba convirtiendo rápidamente en millonario, su esposa Margaret estaba recluida produciendo la obra: acá radicaba toda la cuestión y tal como dice el afiche de la película, el secreto de la existosa pareja fue que "Ella los pintaba. El los vendia. Todos se lo creyeron". Dentro de un marco de colores brillantes y variados, realmente sorprendente, una vez más Tim Burton rodea a esta biografía de un diseño de arte sorprendente. Ya desde el inicio cuando Margaret huye de su casa, de su hogar con su primer marido, la pintura del pueblo es absolutamente hipnótica, una radiante postal como tantas otras que irán apareciendo a lo largo del film. Toda la estética es perfecta y se luce, sobre todo, cuando muestra minuciosamente la reconstrucción del San Francisco de los años '60. Una vez que nos vayamos internando en la historia, descubriremos que Burton se vio seducido a contarla por sus ribetes oscuros y que el centro de la historia es la profunda soledad de Margaret en su encierro para que la verdad no saliese a la luz -central, pero quizás sin profundizarlo demasiado, mostrándolo más con un toque de fábula urbana que de drama personal-. Burton, si bien relata este padecimiento, no pone el acento allí, sino en una narración más general de la vida y la obra de Margaret Keane y sólo toma este hecho como uno de los tantos elementos a tener en cuenta en su biografía. Amy Adams, con unos ojos azules enormemente expresivos, tan o más expresivos que los de los cuadros de Keane, gana fuerza justamente en las escenas que muestran el tramo más doloroso de su vida, el encierro, la falta de reconocimiento, la angustia de vivir en un secreto permanente. Una vez más entrega un trabajo sólido, sin caer en el trazo grueso y transmite la pasión interior de la artista y toda su fragilidad. A su lado, Christoph Waltz logra salir del encasillamiento del villano de las películas de Tarantino, para componer otra especie de villano, más sutil, más bohemio, más seductor. Aunque por momentos Waltz lo componga de una manera más exarcebada -y parece que esta es la manera que pinta Burton a sus protagonistas masculinos ya que por momentos parece tan desbordado como algunas de las creaciones de Johnny Depp con este director-, tiene la picardía, la malicia, el toque abusivo pero también la frescura y el caradurismo que necesitaba ese Walter Keane para esta mirada burtoniana en donde se confunden victima y victimario donde el mercado del arte y las ansias de notoriedad hacen que también haya otras redes en donde finalmente quedar atrapado. Adams y Waltz llevan adelante casi sin mayores roles secundarios una "BIG EYES" que si bien no tiene la magnificencia de "El gran pez" o el delirio creativo de "Ed Wood" y se mantiene en un sendero más aferrado a los cánones de una biografía tradicional, son los toques de color, el vestuario, la construcción de época y la forma en que se exhibe toda la producción de Margaret Keane lo que le permite a Burton que la historia llegue a capturar el interés del espectador. Se destaca también la presencia de Terence Stamp como un crítico de arte que está totalmente en contra de la obra de Keane, uno de sus principales detractores, aunque quizás por las particularidades del guión, su papel termina quedando como desdibujado en la totalidad de la película. Eso sucede también con el trabajo de Krysten Ritter como la amiga de Margaret, ambos presentándose como meros satélites de la historia central, sin demasiado desarrollo propio. Amy Adams, injustamente olvidada a las nominaciones a los Oscar (personalmente a Felicity Jones la reemplazaría sin pensarlo...), como fue olvidada en general la película en todos sus rubros, se entrega de cuerpo y alma a Margaret. Su composición es refinada, el sufrimiento no tiene ni un solo subrayado, su mirada primeramente ingenua y transparente y luego encargada de transmitir el dolor de que su vasta producción sea el éxito profesional y al mismo tiempo lo que fabrica su propio motivo de encierro. Burton se muestra una vez más muy sólido en la conducción de actores y logra, sobre todo en la actuación de Adams, una cantidad de tonalidades de lo más variadas. En este derrotero personal, la Margaret de los primeros encuentros con Keane no es la misma que en el momento de mayor éxito ni tampoco es la misma Margaret que se decide a luchar por su lugar. En el año donde parecen estar de moda las biografias y sobre todo en esta temporada del Oscar que hemos tenido los exponentes de "La teoria del todo" "El código enigma" "Francotirador" y la próxima a estrenarse "Selma", Tim Burton logra, con "BIG EYES", un retrato trazado con su marca personal y más allá de no ser dentro de su filmografía el producto más acabado, logra de todos modos una pintura de época interesante y construye una mirada desde varias dimensiones para una artista singular como Margaret Keane.
Zapatero a tus zapatos El director Thomas Mc Carthy debuta en el cine con un filme, inédito en Argentina, "The Station Agent - Vias Cruzadas": precioso, pequeño, sutil y con grandes actuaciones de Patricia Clarkson y con un casi desconocido Peter Dinklage, ahora super popular por su papel en "Game of Thrones" y también conocido como el enano de "Muerte en un Funeral". Completaba el terceto, Bobby Cannavale - a quien vimos en "Blue Jasmine" de Woody Allen- y después de esta joyita del cine independiente, Mc Carthy se presenta con "The Visitor - Una visita inesperada" que le valió la nominación al Oscar para su protagonista, Richard Jenkins. Lejos, muy lejos de ese cine independiente, del registro calmo e interior, de lograr excelentes climas para sus personajes, Mc Carthy (después de otra película aquí desconocida pero que ha sido exitosísima en el circuito festivalero independiente de Estados Unidos: "Win Win") se mete de lleno en el cine comercial de la mano de un gran comediante como Adam Sandler para esta nueva comedia de uno de los grandes cómicos del cine americano actual. "En tus zapatos" cuenta la historia de Max Simkin, un papel completamente a la medida de Adam Sandler, con su comercio familiar de compostura de calzado, con típicas tradiciones judías e inmerso en el medio del Lower East Side neoyorkino, un poco quedado en el tiempo, un poco melancólico y gris. En ese negocio que ha sido de la familia de generación en generación aparece, dentro del sótano, una máquina para reparar zapatos que tiene una "mágica" particularidad: una vez arreglado el par de zapatos, si Max se lo pone, automáticamente pasa a SER esa persona. El argumento, claramente en tono de comedia -sin pretender reflexión alguna sobre poder ponerse en la piel de un otro, de los sentimientos y de la sensaciones que habitan en cada uno- juega dentro de su superficialidad con la idea de que con sólo calzarse otro de los pares de zapatos, aparece la nueva posibilidad de ser otra persona diferente. Idea atractiva y que entusiasma porque todos, en algún momento, hemos fantaseado con la idea de ser un otro, al menos por un rato. En principio, la idea es efectiva, simpática, tiene "gancho" y obviamente Adam Sandler sabe como explotarla y lograr, de esta forma, que la introducción y primera parte de "En tus zapatos" logre generar un interés en ver cómo sigue la historia y cuáles son las "vidas" que Max elige "vivir" para escapar de su gris monotonía y de su cotidianeidad. Lamentablemente la trama empieza, al poco tiempo, a hacer "agua" porque no encuentra un sentido claro. Con tintes de comedia romántica cuando vincula a Mxx con una defensora de los derechos del barrio pidiéndole que se involucre en ese movimiento, otra subtrama de intriga y suspenso que incluye momentos de acción y de asomar las narices en un ámbito casi mafioso, aparece también mezclado un tema de vínculo entre el protagonista y su desaparecido padre y finalmente otro hilo argumental con la aparición del personaje de Ellen Barkin (después de mucho tiempo que no la veíamos en el cine, aquella bomba sexy con Al Pacino en "Prohibida Obsesión") en la parte del relato que se torna más complicada y artificiosa y más alejada del planteo inicial, de ese juego con las diversas personalidades posibles. Si bien las implicaciones que va tomando el relato hacen que se generen situaciones "descolgadas" y "traídas de los pelos" y que la diversas líneas argumentales que se entrecruzan hace que ninguna de ellas pueda ganar fuerza y que la película nade todo el tiempo a dos aguas, sin un rumbo definido. Pero cuando tanto el guionista como Adam Sandler retoman la idea original de calzarse los zapatos y ser otro, nuevamente la película gana en efectividad y se disfruta, al menos en esos pequeños gags donde se consigue explotar la idea principal. Sandler se rodea de un elenco que lo acompaña con calidad, aunque en pequeños papeles que no permiten un mayor lucimiento. Steve Buscemi, la ya nombrada Barkin y una participación especial a cargo de Dustin Hoffman, hacen que "En tus zapatos" sea un producto bien elaborado y que puede disfrutarse, aún en sus momentos menos logrados y donde sentimos un poco que Mc Carthy y su guionista han perdido el rumbo. Además de zapatos, necesitaban una brújula.
Alicia ya (casi) no vive aquí Se sabe que Hollywood y sobre todo en la temporada de premios en general -y de los Oscar en particular-, tiene una cierta debilidad por los retratos personales, íntimos, de lucha contra enfermedades de todo tipo. Ya vimos el flagelo del SIDA en trabajos como el de Tom Hanks en "Philadelphia", el año pasado fue el turno de Jared Leto y Matthew Mc. Counaghey en "Dallas Buyers Club - El club de los desahuciados" o los protagonistas de "Y la banda siguió tocando". Retratos de seres diezmados por diagnósticos desfavorables, lucando contra los peores pronósticos. Russel Crowe fue "Una mente Brillante", Daniel Day Lewis se sobreponía a las adversidades en "Mi pie izquierdo", el desequilibrio mental presente en "Atrapado sin salida", "Inocencia interrumpida" o "El Resplandor" cada una como un buen exponente en su género, pero hay relatos donde el centro de la escena es el tour de force actoral como pasa en el presente año con "La teoría del Todo" y Eddie Redmayne en el papel de Stephen Hawking, lo hizo Sarah Polley en "Mi vida sin mi", el enfoque del alcoholismo en "Adiós a las Vegas" con Nicholas Cage, la reciente "50/50" muy recomendada comedia con Joseph Gordon-Lewitt y Seth Rogen, entre tantas otras. La lista sería interminable porque todos los años aparecen nuevas realizaciones en torno a este tipo de temática. Este año, es el caso de "Siempre Alice" una película intimista, con una narrativa que empatiza más con el cine americano independiente, que retrata la vida de una profesora de Linguística en la Universidad de Columbia quien comienza a sentir los síntomas de un Alzheimer prematuro. Lo primero que le sucede es una pequeña "laguna" en una de sus ponencias, luego un día sale a correr y se encuentra perdida en el medio de su propia ciudad.... y de esta manera, el avance de la enfermedad se va mostrando a través de pequeñas diapositivas, polaroids, instantáneas, momentos en la vida de Alice que la van llevando a diferentes consultas con especialistas médicos que finalmente ratifican el diagnóstico de su enfermedad. El guión, basado en la exitosa novela de Lisa Génova que ha sido publicada en 2007, no oculta que su construcción recae en forma excluyente sobre el personaje de Alice. Y para ello, aparece Julianne Moore que es una actriz extraordinaria y tiene la presencia necesaria para atravesarlo con mesura y sin estridencias. Quizás justamente por la profesión que tiene Alice y la importancia que le ha dado durante toda su vida y su desarrollo profesional al pensamiento, la inteligencia y la racionalidad, justamente el hecho de que su enfermedad apunte y vaya erosionando su mayor potencial, la desarma completamente e irá devastándola silenciosamente. Son pequeñas situaciones, gestos, miradas en las que Moore refleja el implacable, previsible y progresivo deterioro de su personaje mientras trata de no dar el brazo a torcer con la enfermedad. Pero en este proceso, tanto su vida profesional como sus vínculos familiares irán recibiendo los coletazos de este proceso, y sobre todo serán sus seres más allegados quienes tengan que lidiar con un difícil abordaje y quienes, colateralmente, padecerán diversos quiebres en la estructura familiar. Su marido (un correcto Alec Baldwin) muchas veces no sabe cómo enfrentar cada una de las situaciones que se plantean y sus tres hijos irán teniendo diferentes reacciones de acuerdo con los puntos de vista de cada uno y las situaciones de vida que se encuentren transitando. Pero todos ellos no son más que satélites que van girando alrededor de la historia central de Alice sin que el guión les deje elaborar ningún tipo de crecimiento. Con una estructura mucho más cercana al telefilme, "Siempre Alice" apuesta todas sus fichas a ir hilvanando cada una de las escenas con la figura de Julianne Moore como eje central del filme. Obviamente que el trabajo delicado, complejo, con detalles mínimos con que Moore construye a su Alice es de una complejidad absoluta y ella lo resuelve de la forma más cautelosa, sin caer en ningún momento en la exageración ni en sobrecargar las situaciones. Su actuación es brillante y ya ha cosechado en esta temporada, numerosos premios importantes como el Globo de Oro a la Mejor Actriz en Drama, el Broadcast, el Houston y el Chicago Film Critics Asociation Award, está nominada para el BAFTA para el Independent Spirit Awards y obviamente para el Oscar y es el motivo central -y quizás único- para disfrutar de esta película. Es una pena que el guión no haya podido profundizar de alguna otra manera en las implicancias familiares sin que ésto quedara tan desmembrado de la historia central, sólo con momentos donde los personajes interactúan con Alice. Kristen Stewart, Hunter Parrish y Kate Bosworth como los hijos también tiene correctas actuaciones pero en ningún momento el guión les permite un mayor lucimiento ni les entrega ninguna situación en las que puedan generar un crecimiento dramático. De todos modos, vinculado con la historia central "Siempre Alice" se permite reflexionar, aunque muy levemente, sobre la fragilidad de la memoria, los recuerdos, la fugacidad de las vivencias y lo irremediable del proceso de deterioro donde todo lo vivido comienza a percibirse más borroso. Y en esos momentos logra levantar un poco más de vuelo.
Enamorándome de mi ex El relato que nos trae "La mirada del amor" es sencillo y se puede resumir en una pocas lineas. Nikki ha enviudado hace cerca de cinco años. A partir de ese momento, no tiene posibilidades y hasta pierde las expectativas de recomponer su vida de pareja. Pero una nueva oportunidad aparece, cuando visitando un museo que solía frecuentar -y al que hace mucho tiempo que no asistía-, encuentra a un hombre absolutamente idéntico a su difunto esposo. El parecido físico es absolutamente impresionante y ella, obviamente, se sentirá profundamente atraída por este nuevo (?) hombre y verá entonces, la oportunidad de reeditar su historia de amor. Con ecos de filmes que de alguna u otra manera quedan emparentados con éste, como es el caso de "Vértigo" donde aparece la obsesión por alguien con un parecido físico asombroso y jugando con la idea del doble que han utilizado tantas otras películas que van desde "La doble vida de Verónica" hasta "Pacto de Amor" donde Jeremy Irons interpretaba a dos ginecólogos gemelos, la figura del Doppelgänger es una idea que el cine ha frecuentado y revisitado en una gran cantidad de veces. Con otra vuelta de tuerca, y en otro registro diferente también se ha abordado el tema en la reciente "El hombre duplicado" de Dennis Villeneuve o ha aparecido incluso en "Black Swan" de Darren Aronovsky. Pero absolutamente nada de eso se propone el director Arie Posin (cuyo primer film es inédito en nuestro país) sino que simplemente en este caso, "La mirada del amor" utiliza la figura del doble como para subrayar la necesidad que tiene la protagonista, Nikki, de volver a vivir esa historia de amor interrumpida. Esta figura del doble genera siempre un interés especial, rodeando al relato de un halo de misterio que ayuda a transitarlo con algún interés adicional que la mera historia de amor. La forma en que el director decide contarlo, hace que la estructura del relato sea sumamente tradicional, realmente sin ningún tipo de sorpresas ni vueltas de tuerca. Elige denodadamente apoyarse en sus protagonistas y narrar la historia desde la encrucijada de Nikki de volver a entregarse a una nueva posibilidad en el amor. Y más que un vínculo totalmente nuevo, este extraño que (re)aparece, la conduce continuamente a verse reflejada en la historia anterior, de la que todavía no puede (ni parece querer) deshacerse. Y sin dudas para que la película logre el tono intimista y de instrospección, el director no hace más que dejar que transcurra esta pequeña historia, con total naturalidad y apelando a mirarla desde los sentimientos y las encrucijadas de los protagonistas. Contó con una actuación excluyente y delicada en matices de Annette Bening. Una actriz que sin ser una mega star del sistema hollywoodense siempre logra con sus trabajos ir posicionándose como una de las actrices más interesantes de su generación. Con una belleza cautivante con sus radiantes cincuenta y tantos, Bening tiene una vez más, un papel protagónico con el que logra lucirse y gran parte del acierto del filme reside en su imágen perfecta para el papel de Nikki. Con papeles recordados como el de "American Beauty" "Conociendo a Julia" o "Los chicos están bien-Mi familia", nuevamente entrega un trabajo minucioso y lleno de matices, con rostros y miradas sumamente potentes y expresivos. La acompaña Ed Harris, otro gran actor (con una gran trayectoria donde podemos mencionar entre otros títulos "Appaloosa" "Camino a la Libertad" su gran protagónico en "Pollock" o el Christof de "The Truman Show") que tiene una excelente química con Bening, otro gran acierto, que hace que esta pequeña historia se potencie y sume credibilidad. Los acompañan, en los roles secundarios (aunque la historia gira concentrada prácticamente en ellos dos) un Robin Wiliams medido y sensible en uno de sus últimos trabajos para la pantalla grande y junto a ellos Amy Brenneman, Jess Weixler y Linda Park. Una pequeña película de cámara, dos personajes centrales y una historia de amor perdido que intenta volver a recomponerse paso a paso y un corazón al que le cuesta soltar y al que la vida le da una nueva posibilidad de resignificar ciertas situaciones pendientes. Un lujo ver a Bening y Ed Harris en pantalla. Ya sólo por eso, por ese pequeño lujo, justifica acercarse a "La mirada del amor".