Publicada en la edición digital #255 de la revista.
Publicada en la edición digital #255 de la revista.
Publicada en la edición digital #254 de la revista.
Amigos en el espacio Una vez más, como había pasado en la primera Star Trek que dirigió J.J. Abrams hace ya algunos años, Star Trek: En la Oscuridad empieza con una pequeña secuencia casi aislada que se desarrolla completa antes de que aparezca en pantalla el título de la película. Si en la anterior esa secuencia era la de un parto y una muerte que abrían toda una nueva realidad en el universo de Star Trek (una nueva línea de películas, que estaba iniciando Abrams), en la primera secuencia de esta secuela lo que vemos es (tal vez) menos dramático: se trata de una misión (como cualquier otra) de la nave Enterprise. Hay riesgo, hay peripecias, hay personajes y un planeta (literalmente) coloridos, y hay un final para la aventura. Esta primera secuencia funciona casi como un corto y en realidad parece la versión condensada de lo que podría haber sido un capítulo de la hipotética nueva serie de televisión de esta nueva Star Trek. La diferencia es evidente: si la primera Star Trek de Abrams debía crear un nuevo universo y recrear personajes ya viejos y conocidos, Star Trek: En la Oscuridad trabaja sobre terreno construido. Eso le da una ventaja: no tiene que explicar nada ni recurrir a largos recorridos a través de la vida de sus personajes. Pero también genera un problema: en parte la razón por la que su primera Star Trek había funcionado tan bien era que al quebrar con las películas preexistentes (aunque, obviamente, sin traicionarlas), esta nueva versión para nuevas generaciones podía tomarse unas cuantas libertades y, sobre todo, construir sus personajes frente al espectador. No hacía falta ser un fanático de Star Trek para disfrutar de Star Trek: Abrams le ponía todo el pulso y todo el corazón a sus personajes para que sufriéramos y disfrutáramos con ellos a través de una historia llena de luces y un ritmo sostenido. En cambio, Star Trek: En la Oscuridad tiene más anclas en el pasado y ese peso se siente. No se trata únicamente del hecho de que esta nueva Star Trek remita constantemente a la anterior (fortaleza y debilidad de toda secuela: poder armar sobre lo ya armado, pero a la vez depender de aquello que no está directamente frente al espectador), sino que sorprendentemete esta nueva película remite de una forma importante a todo el universo preexistente de Star Trek: no solo por la aparición de un villano que los trekies ya conocerán, sino fundamentalmente por anclarse en ciertas concepciones generales de la saga que para un espectador nuevo no son tan claras (fundamentalmente, la misión y los valores que representan la Flota Estelar y, por extensión, sus miembros). Hay demasiados datos y un universo demasiado amplio que atraviesan Star Trek: En la Oscuridad y Abrams es suficientemente sabio como para no detenerse a explicarlos. A pesar de todo esto, la gran virtud de la nueva película de Abrams siguen siendo sus personajes. Si en la película anterior la gran protagonista era la acción, que llevaba todo adelante y a través de la cual íbamos descubriendo unos personajes que terminábamos por querer, en esta el centro son los personajes mismos. Esa primera secuencia antes de los títulos marca ya (aunque en el momento no se vea tan claramente) el tema de la película: más que una de ciencia ficción y naves espaciales, Star Trek: En la Oscuridad parece una bromance, una película de amistad masculina atravesada por el humor pero también por una corriente pareja y segura de sentimientos. No hay timidez y no hay dudas: los hombres de Abrams se quieren y lloran (poco) cuando las circunstancias lo requieren. La gran escala de la aventura (bien sostenida) nos permite también temer por los protagonistas; el amor y la muerte campean siempre en esta película.
El texto de la crítica ha sido eliminado por petición del medio.
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Una saga muerta No son pocas las décadas que la industria del cine lleva en crisis. Hubo crisis en los 50, en los 60, en los 90, etc. La industria ha sabido sobrevivir a cada giro, siempre con una nueva respuesta, que fue apuntando cada vez más hacia el gigantismo: más color, más acciones, más trilogías, más efectos especiales. La idea siempre fue darle al espectador que se acerca hasta las salas una experiencia cada vez más desorbitante, algo que no se puede lograr en ningún otro lugar. Lo curioso de la respuesta de los grandes Estudios a la crisis de principios del siglo XXI no es que se haya recurrido a nuevas tecnologías (la animación por computadora, tanto para películas de animación como para películas de acción en vivo, cada vez más parasitadas por imágenes digitales) o a viejas tecnologías (el 3D, gran salvador del cine pochoclero), sino que una serie de eventos hizo que un número cada vez mayor de tanques estén inspirados en historietas. No es un fenómeno nuevo -¿cuánto hace que venimos viendo superhéroes en la pantalla grande?- pero es un fenómeno creciente y que con el correr de los años demuestra su vocación hegemónica: ¿cuántas de las películas más vistas en los últimos tres años -esas pocas que concentran más del 50% de las entradas vendidas anualmente- fueron primero comics? Las X-men tienen ya unos años, pero más cerca tuvimos las Batman de Nolan, las Iron Man y Los Vengadores y todos los subproductos Marvel que llegan a reciclarse a un ritmo llamativo para la industria del cine, con la saga de Spider Man que arrancó y volvió a arrancar otra vez en un lapso menor a diez años. La respuesta de los Estudios a la última crisis no fue sólo armarse de las tecnologías más caras (con películas cada vez más costosas), sino tratar de apostar a lo seguro: y parece que la apuesta más segura son y van a seguir siendo las historietas. A medida que el cine se va fusionando con el comic, los resultados pueden ser más o menos felices con películas buenas y películas malas, como pasa siempre pero lo que notamos es que los estudios empiezan a adoptar lógicas de producción que les son ajenas. En especial en torno a Marvel. Una película ya no es una película: es apenas un punto de cruce en un universo infinito que se extiende -más o menos coherente- hasta donde alcanza la imaginación. Thor no era Thor, era la puerta de entrada para Los vengadores. Cada película se calcula en términos de secuela. Y si la secuela no funciona, se busca la precuela. Y cuando la precuela no es lo más adecuado, se buscan los cruces. Tenemos universos paralelos (el argumento nunca del todo explicitado pero que permitió la llegada a la pantalla de The amazing Spider-Man) y agrupamientos y una cantera interminable de nuevos posibles superhéroes para el merchandising. No por nada Marvel terminó por imponer la moda del "minuto final después de los créditos", en el cual normalmente se nos muestra un remate cómico o un gancho que promete futuras películas para los personajes, ya sean individuales o grupales. Hasta cierto punto, esta lógica viscosa del negocio que se autoreproduce viene rindiendo buenos frutos a la industria: con cada nueva producción, Marvel recauda millones y promete seguir recaudando con sus continuaciones. Pero cada tanto -como debe ocurrir inexorablemente- también falla. Por ahora el nombre de su mayor error es Wolverine. Lo más sorprendente de esta nueva película de Wolverine es que le hayan dedicado una nueva película al personaje después del desastre que fue X-men orígenes: Wolverine. Aquella película era mala y le fue mal, pero de alguna forma el personaje logra mantener suficiente de su encanto gracias a su fuerza dentro de los comics y fundamentalmente a su fuerza dentro de las primeras películas de los X-men como para volver a la pantalla. Si Orígenes... era larga, inconexa y aburrida, Wolverine: Inmortal por lo menos tiene la virtud de concentrar su acción y su narración en una historia única. Pero no por eso es menos larga o aburrida. Absorbida posiblemente por su origen más endeble, dados los fracasos anteriores del personaje por la lógica rigurosa del comic -un medio completamente diferente al cine-, esta Wolverine... se preocupa demasiado por presentar situaciones, por tratar de desarrollar personajes chatos, por mostrarnos el recorrido completo e innecesario de sus personajes, por desplegar toda la iconografía que encuentre a mano en el desesperado intento de generar imágenes impactantes. Lo que queda es una historia familiar larga que no nos interesa, en buena medida porque ni siquiera llegamos a conocerla sino hasta el final, el deambular falsamente melancólico de un personaje (que tampoco nos interesa, en buena medida porque viene construido desde fuera de la película y por tanto en esta queda absolutamente lavado) y escenas de acciones que resultan escasas hasta para sostener el grado mínimo de atención. Las imágenes son simpáticas; las peleas no están tan mal, pero lo que le falta a esta película es una verdadera razón por la cual debería importarnos lo que estamos viendo.
Plaga zombie Todos ya nos dimos cuenta: los zombies están de moda. En cine, televisión, historietas, con remakes y novelas o precuelas y variantes varias de la zombidés: desde fenómenos místicos inexplicables hasta virus globalizados. Los zombies llegaron (volvieron) para quedarse. Lo curioso es que la popularidad y el éxito esta vez también les dieron la posibilidad de sumar un poco de glamour: Atrás quedaron la clase B y los presupuestos (y maquillajes) limitados. La última oleada del avance de los zombies sobre la gran pantalla no sólo viene de la mano de un presumuesto millonario, sino que tiene como protagonista a una de las más grandes estrellas de Hollywood: Brad Pitt. No es un mérito menor de Guerra Mundial Z haber logrado integrar a una estrella como Pitt en un mundo poblado por zombies sin que la película se vuelva pesada, seria o un simple vehículo para su protagonista. La clave está en su gran sentido de la narración: centrada siempre sobre el personaje interpretado por Pitt (un ex agente especial de la ONU que decidió retirarse para poder pasar más tiempo con su familia), todo el apocalipsis zombie y la posterior lucha por la supervivencia están contados siempre desde la perspectiva de este único (aunque, obviamente, extraordinario) personaje. Este procedimiento le da una gran carnadura a la historia y vuelve la amenaza mucho más real: no tenemos noticieros que nos informen sobre la situación global ni planos genéricos de ciudades del mundo con sus monumentos más identificables rodeados de zombies rabiosos. Cuando empieza la película apenas si escuchamos un noticiero en el que se habla de algo así como una nueva epidemia de gripe A y una crisis política en algún lugar del planeta. Lo que vemos mientras es una familia tipo que desayuna una mañana cualquiera antes de llevar a sus dos hijas al colegio. En el camino al colegio, en medio de un embotellamiento, los hechos empiezan a desarrollarse frente a nuestros ojos. No hay comunicaciones, nadie sabe qué está pasando (ni siquiera el ejército) y nos vemos arrojados a una aventura angustiante. La escala globalizada (del presupuesto de GGZ, de la tecnología y del virus) nos llevan a recorrer el mundo entero y hace que la historia sea todavía más desoladora. En esta nueva versión los zombies son realmente muchos, se mueven rápido, contagian su estado a una velocidad sorprendente y no tienen respiro. Esto hace que la sensación de peligro sea siempre inminente, siempre imparable, agotadora: a cada instante los zombies son más y con que solo haya uno cerca pueden hacer caer ciudades enteras. Posiblemente uno de los puntos más flojos de la película sea el uso de unos zombies demasiado digitales en los planos demasiado grandes y multitudinarios, siempre contrapuestos a los primeros planos de zombies compuestos por el tradicional maquillaje de carne entre seca y putrefacta. Sin embargo, hasta los planos más "de videojuego" quedan neutralizados por la velocidad de la acción que nunca frena a lo largo de toda la película. El personaje interpretado por Brad Pitt (una especie de genio para la acción y para la ciencia, encarnación de la virtud misma, dispuesto a renunciar a todo por el amor de su esposa y de sus hijas) es un poco esquemático y aunque ese esquematismo a veces dificulta un poco la identificación con el personaje, la verdad es que en el fondo termina por no importar demasiado: hay una veta familiar y tierna en Guerra Mundial Z, pero sobre todo hay muchos, muchos zombies que hacen que la historia tenga que ir siempre para adelante, sin descanso. Esa velocidad nerviosa, sumada a una acción seca y a una lógica siempre muy concreta (con problemas, por ejemplo, como el de cómo se le carga nafta a un avión en un mundo invadido por zombies) hacen que la película fluya incluso a pesar de sus propios problemas (como la chatura de sus personajes, lo inverosímil de unos cuantos nudos argumentales, etc.). Al final, cuando los zombies toman el control del mundo, poco importan las incoherencias, los lugares comunes de familia rubia (con niño latino políticamente correcto incluido), la repetición de recursos (los ruidos de las latas de gaseosa), los planos de Pitt como de propaganda de perfume y tantos otros detalles que molestarán a los que quieran ser molestados. Guerra Mundial Z nos arrastra con su ritmo acelerado (pero no compuesto de planos epilépticos). El todo es más que la suma de sus partes.
Ciencia ficción, corazón blando Uno podría pensar, después de diez películas de M. Night Shyamalan, que una de las mayores virtudes de Después de la Tierra es que esta nueva película no parece obra suya. No se trata de un chiste ni de una valoración de él como director, pero por lo menos desde Sexto sentido a esta parte uno podía identificar muy rápidamente las marcas de una de sus obras cinematográficas, por aquello que podríamos definir como su "calidad de autor", en el peor de los sentidos: construcción de atmósferas en general asfixiantes, mitologías elaboradas, personajes ambiguos, giros de tuerca final, etc. Cualquier cosa que hiciera se vendía como "una película de M. Night Shyamalan". El panorama cambió con su film anterior, El último maestro del aire, donde ya ese manejo de la atmósfera y la fascinación por las explicaciones místicas complejas se pusieron al servicio de una historia que existía (y tenía fanáticos) desde antes y a la cual se tuvo que amoldar. Con todas sus limitaciones y problemas, El último maestro del aire tenía la virtud -sencilla pero no por eso menos noble- de querer simplemente contar una historia: no había sorpresas de último momento (la trama como trampa para el espectador) y los universos mágicos no pesaban más que los personajes. Pasa algo similar con Después de la Tierra, donde al parecer la historia original nació de la mente de Will Smith (también productor y coprotagonista de la película) y donde el resultado es más o menos similar: una película de ciencia ficción que, sin ser particularmente brillante, entrega lo que promete y se ocupa de forma bastante sencilla de contar lo que quiere contar. Claro que, después de todo, esta sigue siendo una película de Shyamalan, con lo cual las metáforas de superación personal son ineludibles (y bastante ramplonas) y el diseño de arte pasa a ocupar un lugar casi central. No deja de ser simpática la forma en la que Después de la Tierra piensa ese futuro lejano y galáctico, tan claramente diseñado en un mundo preocupado por la ecología. Muy "bolsita de tela reutilizable", todo en este futuro parece estar construido con pedazos de tela, panales de abeja y algodón. Las naves espaciales tienen partes de metal, pero en su mayor parte parecen pegadas con miel, como si se tratara de armazones construidos con bambú y recubiertos del mínimo material indispensable para viajar por el espacio. Pasadas las, al parecer, inevitables explicaciones sobre cómo llegó la humanidad a esta situación, la historia de Después de la Tierra es bastante simple y rendidora. Se trata simplemente de una lucha por la supervivencia, superpuesta a la lucha de un hijo por tratar de impresionar a su padre. Recorremos espacios con bichos semi raros, la aventura es lo que se impone en la película y, sin llenarnos de adrenalina, logra llegar hasta un final aceptable. A pesar de las preocupaciones tan blandas y baratas por la psicología de los personajes, si Después de la Tierra funciona es gracias al carisma que emana de sus dos protagonistas: Will y Jaden (ya crecido) Smith. No se trata sólo de que los actores sean realmente padre e hijo en la vida real -aunque podemos pensar que algo de esa química se cuela en la película- sino de que tanto el padre. un Will Smith ya definitivamente adulto al cual soprendentemente el registro de duro le funciona muy bien, como el hijo, a quien vimos crecer en la pantalla desde La búsqueda de la felicidad hasta la nueva Karate Kid, cuentan con eso tan difícil de definir pero que al parecer puede transmitirse por los genes: la fotogenia. Ellos son los que le dan cuerpo a estos personajes; los que nos permiten acercarnos a ellos y los que hacen que esta película de ciencia ficción bastante bien construida pero no demasiado sorprendente resulte entretenida.