Hay películas que al verlas se entiende a dónde quieren ir, pero cuando llegan se quedan cortos… muy cortos. Lamentablemente este es el caso de Desesperada, film que se estrena en cines esta semana. Amy (Naomi Watts) es una mujer con dos hijos que intenta vivir el día a día con el dolor de la pérdida de su marido. Mientras sale a correr al bosque, empiezan a sucederse hechos que podrían poner en peligro la vida de su hijo. ¿Hasta dónde puede ser capaz de llegar una persona para salvarlo? Como todo comienzo de película, se sientan las bases de los personajes en su propio mundo, cómo se manejan y cómo están. Hasta ahí está todo bastante claro; pero el problema ocurre cuando, al notar para dónde va la historia, el espectador no se sentirá ansioso, sino hastiado. Tras la popularidad de films como Culpable, de Antoine Fuqua (remake de la cinta danesa del mismo nombre), o La Mujer en la Ventana, de Joe Wright (obviamente inspirada en La Ventana Indiscreta, de Alfred Hitchcock), existía la posibilidad de que este tipo de película -minimalistas, con muy pocas locaciones y acceso limitado de información- funcionara. Sin embargo, la cinta falla. El personaje principal -Amy- de por sí tiene un aliciente para ponerse en acción; no obstante, lo único que hace es llamar por teléfono a varias personas y busca en Internet qué es lo que está sucediendo; parece ser quien recolecta toda la información y no quien participa activamente de la trama -exceptuando uno o dos momentos-. Existe, además, un sobre uso de un plano subjetivo en constante movimiento que impide que se vea claramente la pantalla del celular; insoportable y nauseabundo. No atrapa, no mantiene en vilo y tarda tanto en avanzar la trama que ya uno desea que termine la película, y cuando lo hace, tampoco satisface. Eso sí, un punto a favor para ese teléfono milagroso, ya que después de todo lo hecho con ese aparato y a pesar de las notificaciones de batería baja, nunca se apagó.
Hay películas que parecen malditas desde el principio: entre retrasos de filmación, repentinos cambios de elenco y lo controversial que es su autora; podría parecer que su destino era el fracaso. Sin embargo, este no es el caso de Animales Fantásticos: Los Secretos de Dumbledore, que se estrena esta semana en cines. Cabe aclarar que esta crítica juzgará sólo a la creación, no a la creadora, ya que esa es una discusión para otro momento. Tras un evento que podría cambiar el mundo mágico, y el no mágico también, Albus Dumbledore (Jude Law) le encomienda a Newt Scamander (Eddie Redmayne) y compañía una misión para al fin poder derrotar a Gellert Grindelwald (Mads Mikkelsen) de una vez por todas. David Yates se encargó de dirigir los tres films de la saga, por lo que el concepto visual no cambió demasiado, pero es importante destacar una mejora en los efectos especiales: desde el realismo de los animales que están con Newt hasta los detalles en la magia, todo hace a este film maravilloso de verlo en la pantalla grande. En esta tercera parte parecería que el personaje de Eddie Redmayne le cede un poco (sólo un poco) su protagonismo al de Jude Law. El actor de Sherlock Holmes (2009) entiende el peso de un personaje como Dumbledore y lo maneja con una pureza de alma que se ve claramente durante la cinta. Mads Mikkelsen es un gran actor y su amplia filmografía lo demuestra, pero en este caso, es mejor dejar las comparaciones de lado: Johnny Depp hizo una versión de Grindelwald, y Mikkelsen encontró el suyo de un modo espléndido. El porte, la energía y las escenas con el Dumbledore de Law, logran una composición espléndida por parte del actor de Otra Ronda (2020). Superará muchas expectativas. Más allá que existe la confirmación de dos películas más en la saga de Animales Fantásticos, este logra cerrar varias cuestiones vistas en los dos films anteriores; una decisión acertada por parte de los autores ya que es sabido que estirar por estirar no funciona. Pero lo más sorprendente es que no abre nuevas historias e interrogantes, por ende que el futuro está bastante incierto, o todavía no está escrito. Los Secretos de Dumbledore tiene los elementos para atrapar, entretener, divertir y mantener en vilo al espectador. Siempre deja queriendo más.
Es increíble que el ser humano en el Siglo XXI todavía tenga que reclamar condiciones dignas de trabajo y encima sea ninguneado por pedirlas. El film que se estrena esta semana en cines, Última Pieza -escrita y dirigida por Luciano Romano-, aborda un poco esta temática. Rodrigo (Javier Vaccaro) es un peón de albañil que trabaja con Edgardo (Nestor Villa) desde hace muchos años en su empresa de construcción. Con una hija en camino y por su precariedad económica, decide no trabajar más al lado de Edgardo, pero los problemas comienzan cuando no sabe cómo decírselo a quien considera un padre y le enseñó todo sobre el oficio. La película se sostiene debido a la empatía que se logra con el personaje que interpreta Javier Vaccaro, quien sirve de narrador. Es visible la presión que siente desde todos los lados, y que va aumentando mientras pasan los minutos. Es imposible que el espectador no se ponga en sus zapatos y se pregunte si haría lo mismo. Además, se nota el trabajo sobre el vínculo con el personaje que interpreta Nestor Villa; ambos tienen sus temas, y sin embargo, más allá de los errores cometidos, y las graves consecuencias a partir de ello, Edgardo sigue actuando de la misma manera, lo que ya no genera una sensación de comprensión, sino una completa negación y hasta un poco de desagrado. ¿Es entendible su accionar? Puede ser. ¿Justificable? Jamás. Más allá del peso que le puede generar a Rodrigo la madre de su futura hija; es ella una de las más coherentes al pedirle que reclame condiciones dignas de trabajo, como ser equipamiento de seguridad básico y seguro de vida. Ambas mujeres son el verdadero impulso para que él pida lo que se merece, cambie su perspectiva frente a todo y logre lo que se propone. Lo que empieza como una relación filial entre dos personas acaba deteriorándose hasta destruirse, y es lo que más duele al terminar de ver Última Pieza.
El tiempo pasa, pero los miedos, las esperanzas y las expectativas siempre parecen ser las mismas de generación en generación, más allá que las épocas sean diversas en muchos sentidos. Ahí es donde todo ser humano se conecta con los otros y se encuentra ese lugar en común. A partir del entendimiento al otro se basa el film C’mon C’mon: Siempre Adelante, dirigida por Mike Mills (Beginners, Mujeres del Siglo XX). Joaquin Phoenix es Johnny, un periodista de radio que hace entrevistas a jóvenes a lo largo y ancho de los Estados Unidos. Un día, recibe el llamado de su hermana (Gaby Hoffmann), quien le pide cuidar a su hijo, Jesse (Woody Norman), mientras ella no está. Johnny se verá metido en un mundo de imaginación, creatividad y reflexión interna que cambiará su propia perspectiva de vida. Desde que interpretó a Cómodo en Gladiador (2000) que es imposible sacarle los ojos a un actor como Phoenix, y esta no es la excepción. Al contrario, tres años después de verlo en Joker (2019), en este film se ve su lado más naturalista, más humano, donde sólo tiene que ser; y qué mejor forma de hacerlo que al lado de alguien como Woody Norman. El pequeño inglés de 11 años se roba la película y logra un feedback, un vínculo que se sostiene durante toda la cinta. Ellos dos conforman el centro de su propia galaxia. Mike Mills decide sacarle por completo el color a C’mon C’mon, lo que consigue un enfoque más orientado hacia los sonidos y los diálogos que hacia cualquier otra cosa. El film también incluye la citación de varios ensayos literarios que se relacionan a su argumento e incitan una continua reflexión sobre la vida y el futuro. Durante las casi 2 horas de película, el espectador se perderá en los recovecos de una historia que nos permitirá conectarnos, no sólo a quienes vinieron antes, sino también a nuestras generaciones futuras; tan desconocidas como esperanzadoras.
Qué se hace cuando la persona más buena del mundo logra un avance significativo, sin embargo termina perjudicando la situación aún más. Aunque no se está hablando de El Increíble Hulk, esta pregunta constituye la base de Morbius, la nueva entrega perteneciente a la asociación entre Sony y Marvel, que se estrena en cines el 31 de marzo. El Dr. Michael Morbius (Jared Leto) sufre de una rara enfermedad genética que lo tiene a mal traer, y dedicó su carrera médica en encontrar una cura -además de crear sangre artificial, por lo cual salvó a mucha gente y rechazó un Premio Nobel-. Su amigo de la infancia, Milo (Matt Smith), ayuda a financiar esta búsqueda, la que lo lleva a atrapar murciélagos (pobres animales, siempre la ligan ellos) en Costa Rica. Pero lo que podría ser un descubrimiento que le puede salvar la vida, también tiene el poder de destruirla. La queja no recaerá en los efectos especiales ni en las escenas de acción, ambas cosas bastante bien logradas con una interesante mezcla entre Matrix, Daredevil (la serie) y Smallville (sí, esa serie). El gran problema de esta película es el guion: tiene una estructura un poco desordenada, el desarrollo de los personajes es mínimo, y tiene un climax tan repentino que ni siquiera se digna en tomarse su tiempo en cerrar la película. Se tomaron decisiones y se crearon vínculos que no se explican en lo absoluto, lo que se dice “tirado de los pelos”. No mucho se puede esperar de quienes escribieron Dioses de Egipto (2016). Las actuaciones son correctas: la relación y el antagonismo entre los personajes de Jared Leto y Matt Smith está muy bien hecha; mientras que el personaje de Jared Harris (el actorazo de Chernobyl) no tiene mucha participación y el de Adria Arjona (hija de Ricardo) queda relegado como el interés romántico y no mucho más -cosa que trae recuerdos de la Dra. Christina Palmer en Doctor Strange-. Talento hay y se ve en pantalla, pero los actores no pueden hacer mucha magia con el material provisto. Vale aclarar que tiene dos escenas post-créditos que a pesar de brindar información que puede atraer al público, no ayudan a salvar el final y dejan al espectador con bastantes dudas. La verdad que sería raro que se armen teorías conspirativas después de ver Morbius.
Se dice que ni los malos son tan malos, ni los buenos tan buenos; y que no hay que juzgar sin conocer, además de muchas otras frases armadas. En esto se enfoca Los Tipos Malos, el film animado de Dreamworks Animation (Shrek, Madagascar), que se estrena el 17 de marzo en cines. La ciudad se estremece ante ellos; un grupo de ladrones compuesto por el Sr. Lobo (Sam Rockwell), la Sra. Tarántula (Awkwafina), Sr. Serpiente (Marc Maron), Sr. Piraña (Anthony Ramos) y Sr. Tiburón (Craig Robinson) hace estragos en un mundo que no es Kung Fu Panda, pero tampoco es Madagascar -simplemente hay que dejarse llevar por las reglas del juego-. Luego de ser capturados por el intento de robar un valioso trofeo que recibiría un conejillo de indias -el más bueno de todos-, es él mismo quien decide no denunciarlos y llevarlos a su mansión para que dejen de ser malos y se conviertan en buenos. Basado en las novelas gráficas de Aaron Blabey, el film es sorprendentemente entretenido tanto para chicos como para grandes, debido a que contiene elementos de películas del tipo de La Gran Estafa y las animaciones tienen ese estilo Warner Bros que recuerda a las mejores épocas de Bugs Bunny, más allá de su gran calidad. Si la mejor forma de aprendizaje es el humor, este film lo tiene a creces. Con escenas desopilantes, Los Tipos Malos tiene un mensaje en contra de los prejuicios muy fuerte. Cabe aclarar que el haber elegido como protagonistas animales que no son necesariamente los más queridos por el común de la sociedad, ayuda a mostrar cómo los entornos contribuyen a perpetuar etiquetas perjudiciales y, por otra parte, a desconfiar de los demonios disfrazados de santos. Finalmente, enseña que hacer el bien, nos hace a todos sentir bien. Una lección que tanto chicos y grandes pueden aprender.
Viendo el presente ambiental de nuestro país es acertado decir que este estreno no pudo ocurrir en un mejor momento. Bajo la corteza es un film dirigido por Martín Heredia Troncoso que llega a los cines en la semana del 3 de marzo. En las sierras cordobesas -en medio de incendios forestales que azotan a la zona-, César Altamirano (Ricardo Adán Gonzalez) es un trabajador que vive en una situación económica precaria. Todo parece cambiar cuando conoce a Héctor Zamorano (Pablo Limarzi), un empresario inmobiliario en busca de tierras para sus nuevos proyectos. Tras enterarse de la enfermedad de su hermana Mabel (Eva Bianco), ¿hasta dónde será capaz de llegar César para poder ayudar a los suyos? Es hermoso pensar que un largometraje que no sobresale en términos generales, logre mostrar una dura realidad de nuestra sociedad y también del ser humano. La palabra clave en el medio de todo esto es límite; el del poderoso al manipular a otros, y el del humilde al verse arrinconado en una situación de la que parece no tener salida. Es ahí donde las miradas de los otros, y alguna que otra hipocresía, se vuelven claves en esta historia. El elenco, encabezado por Ricardo Adán Gonzalez, logra transmitir lo justo y necesario para llevar este film. Eva Bianco sobresale como Mabel, dándole todavía más efecto a las razones y acciones del personaje de César. Cuando hay planos que parecen durar más de lo necesario es donde se empieza a cuestionar qué puede estar pasando por la cabeza de los personajes, qué los puede llevar a hacer lo que hicieron. Uno siente que está con ellos y se permite esa contemplación mientras los ve trabajar. Tras lo ocurrido en la provincia de Corrientes, este film pega en los lugares correctos, y es lo que más tiene a favor; ya que de a poco se va construyendo entre ambos protagonistas una relación laboral que empieza a bordear la confianza personal y que llega a un punto límite -valga la redundancia-, por el cual el espectador no podrá evitar meterse en los zapatos de César Altamirano y preguntarse qué haría en su lugar. La respuesta, se asume, será lo más difícil de afrontar.
No debe haber nada más complicado en este mundo que dejar el país que te vio nacer y llegar a otro, más si se habla un idioma completamente diferente. En base a esto, Evgeny Ruman dirigió Voces Doradas, film que forma parte del primer Festival de Cine Israelí en Argentina, entre el 24 de febrero al 3 de marzo. El film se centra en Victor y Raya Frenkel (Vladimir Friedman y Mariya Belkina), una conocidísima pareja de actores de doblaje rusos que en 1990 -tras la caída del Muro de Berlín- se van de su país de origen para comenzar una nueva vida en Israel, donde las ofertas de trabajo para gente como ellos escasean, y mucho. Tanto, que ella decide aceptar un ofrecimiento en un call center erótico para clientes ruso-parlantes. No es la típica película sobre choque de culturas, es más sobre la necesidad de comunicación, tanto entre comunidades hermanas como entre la misma pareja. Además, toca de una manera desopilante, temas de auto descubrimiento -personal y sexual-. La pareja principal hace que esta película se vea entretenida y llevadera; la actuación de Mariya Belkina como Raya tiene esa mezcla de asombro, adaptación y, por momentos, resignación que hacen que brille en pantalla. Para quienes no conozcan este cine, es un gran punto de partida, ya que la película no es pesada y hay un muy buen equilibrio entre el drama y la comedia. La situación en la que se encuentran ambos personajes no es fácil, sobre todo en esa época, donde más de 1 millón de rusos migraron hacia Israel en un lapso de 10 años -el propio Evgeny Ruman, nacido en la actual Bielorrusia, es una de esas personas-. Son los momentos desconocidos que derivan de los grandes momentos de la historia.
No hay mejor forma de decir la verdad que relatándola uno mismo. Reflexionar sobre lo vivido y volcarlo en un guion. Es por eso que Kenneth Branagh escribió y dirigió el film Belfast, uno de los estrenos de cine de la semana, que tiene 7 nominaciones a los Premios Oscar -incluyendo Mejor Película, Mejor Dirección y Mejor Guion Original-. En esta cuasi autobiografía escrita en cuarentena, el actor/realizador cuenta la vida de Buddy (Jude Hill), un niño de 9 años, con sus padres (Caitriona Balfe y Jamie Dornan) y abuelos (Ciaran Hinds y Judi Dench) en el Belfast de 1969 mientras que a su alrededor se sucedían “Los Problemas” (The Troubles, en inglés), un enfrentamiento civil armado en Irlanda del Norte que duró décadas y dejó miles de muertos y heridos. La película, aunque comienza directamente con el conflicto, no se enfoca en él, sino que da una perspectiva diferente, la de un niño de 9 años que juega en la calle con sus amigos, que se esfuerza en matemáticas porque le gusta una compañera de clase y que empieza a notar que sus padres, más allá de ser superhéroes y personas que lo aman, son seres humanos con errores y con deudas que saldar. Con una mezcla de costumbrismo y lejano oeste, Branagh decidió que el film sea en blanco y negro -a lo Roma (2018), de Alfonso Cuarón-, con muy específicos flashes de color que traen vida e inspiración a un pasado gris. Utilizó, además, una gran cantidad de primeros planos que permitían que la emoción traspasase la pantalla. Pero si hay que destacar algo por encima de todo es al elenco. Hay algo de Branagh que se contagia en el ensamble y logra sacar lo mejor de absolutamente todos: empezando por la hermosa y muy divertida relación que hay entre los personajes de Ciaran Hinds y Judi Dench -ambos nominados al Oscar por sus roles secundarios-, el vínculo amor-odio-amor entre los personajes de Caitriona Balfe (quien nunca deja de sorprender como actriz) y Jamie Dornan (gran trabajo del nativo de Belfast) y la inocencia de un maravilloso Jude Hill, en su debut cinematográfico. Todos ellos elevan el largometraje aún más. Como todo film que se enfoca en el pasado, la música cumple un rol fundamental que es introducir al espectador a la década de los ’60 y lo cumple con creces. Más de a una persona en la audiencia le tocará la fibra de la nostalgia. “Los Problemas” son un conflicto que dejó una profunda huella en Irlanda del Norte, y aunque hay una paz firmada, todavía hay pequeños focos de violencia que la fragilizan. Sin embargo, lo que muestra Belfast, y por ende Kenneth Branagh, es que lo humano está por encima de todo eso, que la ciudad sigue siendo tan bella como nunca, y que las raíces no se olvidan y se quedan con uno. Sin importar en donde estemos ahora.
El de aventura es uno de los géneros más entretenidos de la historia del cine. Las minas del Rey Salomón (1985), con Richard Chamberlain y la saga de Indiana Jones, con Harrison Ford, son algunos de los tantos ejemplos. A esa lista se le puede agregar Uncharted: Fuera del Mapa, uno de los estrenos de cine de la semana. Dirigido por Ruben Fleischer (Zombieland, Venom), el film cuenta el origen de la amistad entre Nathan Drake (Tom Holland) y Victor “Sully” Sullivan (Mark Wahlberg), quienes deben recuperar el tesoro perdido de Fernando de Magallanes antes que Santiago Moncada (Antonio Banderas), una persona que piensa que ese oro le pertenece a él y a su familia. Para lograr su objetivo, la pareja dispareja debe resolver las pistas de un diario -muy a lo Indiana Jones-, lo que los llevará por el mundo y también les daría el paradero del hermano de Nathan, desaparecido desde hace años. Quienes alguna vez hayan jugado Uncharted en una PlayStation, seguramente reconozcan más de una referencia; pero no hay que desesperarse si nunca lo hicieron, ya que la cinta se hace igualmente de llevadera y el entretenimiento está asegurado. Más allá de las muy bien logradas escenas de acción, de las cuales Tom Holland siempre sale airoso, la química entre él y Wahlberg funciona. Hay un ida y vuelta entre ambos que, por momentos, parece improvisada y es muy divertido. Las actuaciones son apropiadas, contando que el actor de Tirador (2007) armó un personaje muy cercano a su propio ingenio y al último Spiderman siempre le salen bien los papeles de joven inteligente con pasado doloroso y un sentido del humor afilado. Antonio Banderas no sobresale -el guion no le favorece-, pero cuando su personaje ocupa la escena, la acapara. Le sobra mucha cancha. La duración de la película -casi dos horas- la hace perfecta para pasar un buen rato, no escatima ni en acción ni en aventura. Eso sí, da pocos tiempos de respiro, ya que siempre parece que se agrega otro obstáculo a la situación y no le hace del todo bien al resultado final. Con dos escenas entre los créditos, Uncharted tiene los elementos perfectos para pasar un buen rato dentro del cine, ya tengas una Play o no.