A esta altura de la historia, y con toda la evidencia a la vista, es imposible negar los malos tratos psicológicos que recibía Diana Spencer, princesa de Gales, por parte de la familia real y su entorno. Más allá de su mítica figura, el director chileno Pablo Larraín fue el encargado de dirigir Spencer, uno de los estrenos de cine de la semana. La autodenominada “fábula de una tragedia real” muestra tres días en la vida de Diana, princesa de Gales (Kristen Stewart), durante una cena de Navidad de la realeza inglesa en la Casa Sandringham, a unos metros del lugar donde ella creció. Si este film funciona, es por el elenco. Kristen Stewart sorprende tras lograr no sólo la corporalidad, sino también el acento y la voz tan particular de Lady Di -la nominación al Oscar como Mejor Actriz Principal es más que entendible-. También sobresale Timothy Spall, quien con una expresión tan británica consigue una mezcla perfecta entre indiferencia y manipulación que sirve como la personificación de la fuerza conflictiva que choca con la de la protagonista. Se destacan también Sally Hawkins y Sean Harris como la alianza pro Diana Spencer. Después de Jackie (2016), el realizador chileno Pablo Larraín se vuelve a embarcar en la historia de una mujer casada con el poder, salvando las diferencias. Las similitudes están a la vista: el uso de primeros planos como para forzar esa emoción e incomodidad en las retratadas y la música, que las pone a ellas en la majestuosidad que merecen, nunca un paso atrás de sus maridos y siempre en una relación honesta con sus hijos. Sin embargo, ambos largometrajes tienen ese elemento melodramático que los hacen pesados de ver; más allá que en el caso de Spencer se aclare que no es, necesariamente, una historia real per se. El film deja una sensación de impotencia tras atestiguar los efectos en la salud mental de Diana por parte de, no solamente la presión del entorno, sino de una manía por culpabilizarla de los errores y omisiones, los cuales paradójicamente son perdonados en la figura de la Reina. A pesar de que Larraín describe hechos que mezclan la realidad con el sufrimiento de la Princesa del Pueblo ocurridos hace varios años, parecería que hoy en día, por esos pagos, las cosas no cambiaron demasiado. La toxicidad sigue a la orden del día.
Hay que sincerarse, últimamente las comedias románticas han sido muy bastardeadas por el público. Y con razón, porque en estos años algunas son bastante olvidables. Sin embargo, llega una artista como Jennifer Lopez que sabe sacarles el jugo y logra ponerse al frente de films como Cásate Conmigo, uno de los estrenos de cine de la semana. En una especie de homenaje a Notting Hill (salvando las grandes diferencias), Kat Valdez (Jennifer Lopez) es una cantante muy exitosa que va a casarse con su pareja arriba del escenario, el igual de famoso Bastian (Maluma), con quien tiene una canción -apropiadamente llamada Cásate Conmigo-. El caos ocurre cuando él es descubierto infraganti con la asistente de ella y decide, en el momento, contraer matrimonio con Charlie (Owen Wilson), un padre soltero y profesor de matemáticas que fue al recital solamente para acompañar a su mejor amiga y a su hija. Lo que hace entretenida a esta película, basada en la novela gráfica de Bobby Crosby es el elenco, empezando por Jennifer Lopez y Owen Wilson, cuya química, sentido del humor y buena onda de ambos traspasa la pantalla. A esto hay que agregarle la comicidad de Sarah Silverman, Stephen Wallem y, es necesario decirlo, el perro -un bulldog inglés que causará mucha ternura en los espectadores-. Las canciones originales se mantienen fiel al estilo de la cantante y, por eso, no decepcionan. Lo mismo ocurre con Maluma, quien aporta dos o tres temas a la banda sonora. Todas aptas para seguir bailando y escuchando después de la función. Es hora de empezar a reivindicar a las comedias románticas. No ganarán premios tan seguido, pero sí saben entretener. Cásate Conmigo es un largometraje simple, que logra su objetivo. Apto para fans del género, y de Jennifer Lopez.
“Caminante, no hay camino, se hace camino al andar” escribió una vez el poeta Antonio Machado. Esta frase tan conocida puede, en un punto, resumir la situación en la que se encuentra Diego (Sergio Mayorquín), el personaje principal del film Los Paseos, dirigido por Estaban Tabacznik. a estrenarse esta semana en el Cine Gaumont, en la Ciudad de Buenos Aires. El protagonista es un estudiante de arquitectura -y un gran conocedor y aficionado de las artes- quien, mientras busca un rumbo propio conoce a Belén (Camila Peralta), una cuidadora estudiante de cocina profesional, e iniciarán un romance que los llevará por los lugares más interesantes de Buenos Aires. Si uno recorre la Ciudad con ojos de turista se encuentra con espacios que contienen mucha historia. La película se asegura que el espectador sea no solo testigo, sino un pasajero más en los paseos en auto de los protagonistas; la utilización del ángulo contrapicado (orientado hacia arriba) en los planos logra que los edificios se disfruten en toda su majestuosidad y esa forma tan humana de mirar y disfrutar la arquitectura de una ciudad. El mayor fuerte de Los Paseos es su reflexión filosófica. Qué ser humano no se sintió alguna vez sin rumbo en la vida y sin embargo hacía lo posible para salir adelante. Cualquiera puede ponerse en la piel de Diego y sentirse reflejado en la pantalla grande. La búsqueda, las inseguridades propias, la pasión, la conexión con el otro; todo ese ámbito de la experiencia de una persona metida en un solo personaje, interpretado muy bien por Sergio Mayorquín. También es necesario destacar a su contraparte, Camila Peralta. La química y la chispa entre ambos permite una relación humana, con sus altos y bajos. Más allá de todo, el largometraje deja a una audiencia pensando sobre su propio camino y con una sensación de empatía hacia ambos protagonistas: ojalá hayan encontrado el trayecto que merecían.
El ser humano, mientras más se conecta con una pantalla, más se desconecta de la realidad, logrando en cierto punto escapar de ella y construir un alter ego para usar de coraza. Sin embargo existe la posibilidad de que, más allá de todo esto, se pueda llegar a los otros, dándoles la fortaleza para que sigan adelante y ayudándolos a superar sus demonios. Sobre esta base se construye el mensaje que quiere dar el anime japonés Belle, uno de los estrenos de la semana. Suzu es una jovencita tímida e introvertida, cuya infancia marcada por una tragedia afecta su relación con la familia que tiene. Todo cambia cuando repentinamente, a través de U -una red social que permite construir un avatar que revela su “yo” escondido- encuentra una impensada popularidad como una talentosa cantante llamada Belle. Escrita y dirigida por Mamoru Hosoda -realizador de Mirai, nominada a un Premio Oscar en 2019-, el largometraje toma como base el cuento de La Bella y La Bestia y le agrega un poco de realidad virtual para construir una historia enternecedora, de superación y, por momentos, muy divertida. Viendo la calidad de las animaciones, es lógico entender la admiración que se tiene por el animé; más que nada, en cómo los colores logran una nítida diferenciación entre el mundo real y el virtual. Es maravilloso ver productos así en pantalla grande. Aunque Hosoda no tenía planes de convertir Belle en un musical, sí tiene la música como centro, y utiliza la voz cantante de Kaho Nakamura como Suzu/Belle. El casting es muy acertado ya que transmite esa calidez e inseguridades propias del ser adolescente. Pero lo que más pesa en un film de estas características es el mensaje que hay detrás del argumento; ese balance entre lo bueno y lo malo de las redes sociales y la posibilidad de conectar con otros más allá de la propia duda. Demuestra, más que nada, el cómo, sin saberlo, podemos conectar y cambiarle el mundo a quien verdaderamente lo necesite. Y no hay pantalla que frene eso.
Tal como ocurre con otras sagas, a veces es necesario volver a foja cero para poder reencontrar el camino perdido, quizás hasta para mejor. Este es el caso de King’s Man: El Origen, uno de los estrenos de cine de la semana del 6 de enero. Promediando la Primera Guerra Mundial (1914-1918), un grupo de personas, liderado por Orlando Oxford (Ralph Fiennes), lucharán para evitar que mentes criminales y tiranos alarguen el conflicto y sigan matando a millones de personas. Muestra, en pocas palabras, el nacimiento de King’s Man, la primera agencia de inteligencia independiente del Reino Unido. Más o menos en la mitad del film anterior en la saga -El Círculo Dorado-, o quizás antes, ya se podía ver que se necesitaba un cambio de raíz. No es nada en contra de los actores, pero la situación se estaba volviendo un poco ridícula. Por esa razón, sorprende -para bien- que esta precuela es la que más entretiene de todas. El elenco ayuda bastante: elegir a Ralph Fiennes como el protagonista es la opción más acertada que se podía haber hecho. El actor tiene el drama y la sutileza cómica que requiere el rol, y muy posiblemente sea el detonante de un nuevo universo dentro de la saga. Lo acompañan una espectacular Gemma Arterton (Su mejor historia, 2016), un Djimon Hounsou (Gladiador, 2000) que es increíble no verlo en más cosas de semejante envergadura, un sorprendente Harris Dickinson como el hijo del personaje de Fiennes y el talentoso Tom Hollander (The Night Manager, 2016), quien toma la posta de tres personajes claves en el conflicto internacional. Sin embargo, varios de los grandes nombres en este film pasan bastante desapercibidos y no se les da el tiempo que merecen en pantalla. Uno de ellos es Rhys Ifans (Notting Hill, 1999), quien sobresale como el malvado Rasputín. Logra una caracterización caricaturesca, pero que calza muy bien con el tono del largometraje. Daniel Brühl y Aaron Taylor-Johnson también entran en esta lista. Habrá que ver si les espera un futuro más prometedor en la saga. Las escenas de acción están muy bien coreografiadas, y si se le agrega el uso correcto de la música clásica en el medio, el entretenimiento está asegurado. Aunque se sitúa en un momento específico de la historia mundial, el argumento en sí puede parecer un poco predecible, y existe la posibilidad de que disguste un poco. Pero, al menos, se habrán pasado dos horas agradables. Nota: hay una escena post créditos, por lo que hay que quedarse en la sala hasta el final. Valdrá la pena.
“Sing 2: ¡Ven y Canta de Nuevo!” Crítica. Entretenimiento para toda la familia La secuela del film de 2016 trae una historia más ambiciosa y con muy buenas canciones Maria Paula Iranzo Hace 14 horas 0 14 Desde que las películas animadas entendieron que los grandes llevan a los chicos al cine, que se disfrutan de otra manera. Este es el caso de Sing 2: ¡Ven y canta de nuevo!, secuela del film animado de 2016, es uno de los estrenos de la semana del 6 de enero. Vuelven todos los entrañables personajes que hicieron reír a los espectadores grandes y chicos El koala Buster Moon siempre aspira a más, y con la chance de poder montar un novedoso musical en Redshore City (una especie de Las Vegas), no sólo debe convencer al dueño de Crystal Entertainment, el despiadado lobo Jimmy Crystal, sino también a una leyenda de la música, el león Clay Calloway, quien está recluido en su casa desde hace años. ¿Podrán Buster, Meena, Ash, Rosita, Johnny y Gunther superar sus obstáculos y lograr el show que desean hacer? Aunque la propuesta esta vez intenta ser más ambiciosa que la anterior, lamentablemente no logra el impacto que tuvo la original hace un par de años. Sin embargo, la historia junto a los gags y las canciones, garantizan la diversión de grandes y chicos. Clay Calloway, personaje nuevo de la historia, con Ash La cultura musical de Sing 2 es algo para celebrar, ya que cuenta con música de Billie Eilish, Taylor Swift, Korn, Elton John, U2 y más. Es poner Spotify en aleatorio y dejarla estar. Con respecto a la animación, no deja de sorprender el mundo creado y pensado para este film, es divertidísimo. Un gran punto a favor de Illumination Studios, los mismos de quienes crearon a los tan ponderados Minions. En resumen, aunque es imposible compararla con la primera película, sabe entretener y tiene con qué.
“Yo, Traidor” Crítica. El precio de la culpa El drama dirigido por Rodrigo Fernández Engler se enfoca en la posibilidad de redención ante los errores humanos. Maria Paula Iranzo Hace 13 horas 0 31 La culpa que carcome al alma es señal de que uno ha cometido un error y es necesario enmendar, por más difícil y complicado que eso sea. Sobre estas bases se asienta Yo, Traidor, de Rodrigo Fernández Engler, uno de los estrenos de cine de la semana del 6 de enero. Máximo Ferradas (Mariano Martinez) y Coletto (Osvaldo Santoro) Basada en la parábola bíblica del hijo pródigo, Máximo Ferradas (Mariano Martinez) le pide a su padre (Jorge Marrale) su parte de la herencia. Esto lo llevará a querer construir su propio camino, donde se encontrará con Caviedes (Arturo Puig), un enigmático empresario; Coletto (Osvaldo Santoro), un pescador artesanal; y Maite (Mercedes Lambre), una solitaria mujer de la que consigue enamorarse. Entramados políticos y criminales opacarán su juicio y llevarán al ambicioso joven por lugares empantanados. Con una historia ya conocida, el largometraje se sostiene por sus grandes actuaciones. Mariano Martinez supo ponerse al hombro un protagónico desafiante, tanto emocional como físico, y logra en el espectador el querer acompañarlo y que le salga todo bien. Arturo Puig como Caviedes. Gran interpretación del actor y director de teatro Pero también es necesario destacar el trabajo de actores como Arturo Puig y Jorge Marrale, el mal y el bien, respectivamente. Es maravilloso ver cómo esa amabilidad que tanto caracteriza al director de teatro puede ser también usada como una herramienta de inescrupulosidad extrema; en donde su mirada marca la gran diferencia entre el actor y el personaje. Por su parte, Marrale entiende a la perfección la parábola en la que se basa el film y construye desde ahí a un padre sabio y comprensivo que sin importar lo que haga y a donde vaya, recibirá a su hijo siempre con los brazos abiertos. Filmado parcialmente en hermosos escenarios patagónicos, Yo, Traidor demuestra que siempre es posible limpiar, no solo las propias heridas, sino también la propia suciedad; lo único que hace falta es aceptar que está.
En una película, como en una obra de teatro, lo que no se ve es igual de importante que lo que sí se ve. Las luces y las sombras en un plano -o en un escenario-, los colores, el tono; y no sólo eso, hay mucha gente involucrada en los proyectos artísticos que están fuera de plano y hacen tan bien su trabajo que no hablar de ellos sería un pecado mortal. Félix Monti es una de esas personas. Chango, la luz descubre, dirigida por Alejandra Martín y Paola Rizzi, forma parte de la sección Retratos: Documentales de artistas de la 36ta Edición del Festival Internacional de Cine de Mar del Plata. Durante la casi hora y media de cinta, el espectador conocerá la vida y carrera de Félix “Chango” Monti, uno de los directores de fotografía más importantes del cine nacional. Trabajó en una enorme cantidad de proyectos teatrales, publicitarios y cinematográficos, que incluye Yo, la peor de todas (María Luisa Bemberg, 1990), Sur (Fernando “Pino” Solanas, 1988) y las ganadoras del Oscar La Historia Oficial (Luis Puenzo, 1985) y El Secreto de Sus Ojos (Juan José Campanella, 2009), entre varias joyas más. Es a través de verlo trabajar in situ en teatro (La Farsa de los Ausentes, Teatro San Martín, 2017) y en cine (Mamá se fue de viaje, 2017) donde se observa al maestro, autodidacta -porque en su momento se aprendía a prueba y error-, realizar su magia. Todo ese acervo adquirido a través de la experiencia sale, valga la redundancia, a la luz y logra una narrativa más allá de lo que el ojo de un ser humano común y corriente puede apreciar. El documental incluye también testimonios de reconocidos directores tales como Luis Puenzo, Lita Stantic, Juan José Campanella y Pino Solanas, todos alabando el trabajo del “Chango” y abriendo una puerta adicional hacia su metodología y las razones detrás de sus elecciones. Si se habla de un director de fotografía, el film tiene que estar a la par y sí que lo está porque con su montaje cuasi poético, entre el archivo y lo testimonial, es imposible no admirar lo hecho por las manos del maestro. Por último, es el propio “Chango” Monti que da su testimonio sobre las grandes diferencias entre trabajar en cine y teatro, y su afición y búsqueda de comunión entre ambas expresiones tan queridas por él. Y, la verdad, escucharlo hablar sobre sus proyectos es como escuchar a Borges hablar de literatura. Una obra maestra.
“Amor sin Barreras” Crítica. Spielberg lo hizo El realizador se anima al género musical y demuestra su vigencia, 60 años después de la original Maria Paula Iranzo Hace 1 semana 0 27 Sinceramente, a esta altura de su vida, es raro que un director como Steven Spielberg no tenga la libertad de filmar los proyectos que quiera, y encima de todo, que le salga maravillosamente bien. Amor sin Barreras es la remake del largometraje musical de 1961 -compuesto por Stephen Sondheim y Leonard Bernstein para teatro en 1957- y se estrena este jueves 9 de diciembre en cines. Ansel Elgort (Tony) y Rachel Zegler (María) La obra es una readaptación de Romeo y Julieta de William Shakespeare, pero trasladado a la ciudad de Nueva York; la rivalidad deja de ser entre Montescos y Capuletos y se convierte en una lucha territorial de pandillas -los Jets y los Sharks-, uno estadounidense y el otro, inmigrantes latinos. Tony (Ansel Elgort) y María (Rachel Zegler) harán lo posible para que su amor rompa cualquier obstáculo que se les presente. Mucho pasó durante los sesenta años que hubo entre películas, pero en estos últimos tiempos se agravó en Estados Unidos el menosprecio a las minorías por parte de un sector específico de la sociedad de ese país, por lo que la cinta llega a la pantalla grande con un timing perfecto, y el realizador adecuado. Póster de la versión 1961 de Amor Sin Barreras, con Natalie Wood (María) y Richard Beymer (Tony) Más allá de lo buena que es la original -dirigida por Robert Wise y Jerome Robbins y catalogada como uno de los musicales más destacados de todos los tiempos-, Spielberg logra mejorarla dándole mucho más peso al argumento y un mayor desarrollo de los personajes, lo que logra una fluidez entre diálogos, canciones y coreografías que no tenía aquella versión. Hay un balance entre esos elementos que hace que las dos horas y media de duración sean llevaderas y atrapantes, sin importar lo conocida que sean la historia y la banda sonora. Es cierto también que los progresos tecnológicos en 60 años permiten novedosas libertades como ángulos, luces, efectos y movimientos de cámara que hacen infalible a la visión del talentoso realizador. Asimismo, el uso de escenarios naturales logra una apertura e iluminación incomparable con la original. De izq. a der.: David Alvarez (Bernardo), Ariana DeBose (Anita), el director Steven Spielberg, Rachel Zegler (María) y Ansel Algort (Tony) Además de enmendar la elección de actores blancos en roles latinos como sucedió en aquel entonces, el elenco sabe estar a la altura del desafío, y a pesar de que el legado de Natalie Wood es muy complicado de seguir, la novata Rachel Zegler -elegida de entre 30 mil actrices- es la mejor opción como María y la química que tiene con el Tony de Ansel Elgort (Baby: el aprendiz del crimen, Bajo la misma estrella) es tan adorable, que la tragedia es más dolorosa cuando ocurre. Al fin y al cabo, es Romeo y Julieta. Rita Moreno será Valentina en la nueva versión de Amor Sin Barreras Igualmente de la partida es la actriz puertorriqueña Rita Moreno -Anita en la versión de 1961- quien, a sus casi 90 años, no sólo es una de las productoras del largometraje, sino que tiene un rol bastante importante y muy emotivo. El mejor guiño a la original que podría tener. La coreografía del ganador del Tony Justin Peck se inspira en la de Jerome Robbins y le agrega una ligereza que se mantiene durante todo el film. La orquestación dirigida por el Maestro venezolano Gustavo Dudamel con la Filarmónica de Nueva York le dan a la música esa importancia que merece una obra de semejantes características. El compositor recientemente fallecido Stephen Sondheim es considerado por muchos el “Shakespeare del musical” y será recordado como uno de los mejores de todos los tiempos. Inconscientemente, Amor sin Barreras se convirtió en el mejor homenaje y la mejor despedida que se le podía dar, y todo gracias a un director como Steven Spielberg que sigue rompiendo las barreras de la narrativa.
“¿Qué es eso de extrañar?” Le pregunta un personaje a otro, como si se tratara de una burla. Todo ser humano extraña algo, alguien; y cuando sucede, el dolor y el deseo se vuelven uno y la razón es descartada de cuajo en el momento de pedir un minuto más para disfrutar aquello que se fue. Sobre esta base se construye Milagro de Otoño, de Nestor Zapata, uno de los estrenos de cine nacional de la semana del 2 de diciembre. La historia se centra en Faxman (Luis Machín), un ilusionista que recorre las ciudades argentinas con su modesto espectáculo en su vieja Citroën. Un día conoce a Candelaria (Sol Zaragozi), quien se convertirá en su ayudante y su gran amor. Pero un evento cambiará su vida de forma drástica y… el resto habrá que verlo en la pantalla. Basado en el libro Milagro de Otoño, del propio Zapata, el film es un relato absolutamente emotivo. Cada plano va construyendo un universo de ensueño que hará lagrimear a más de una persona. Visualmente increíble. Las interpretaciones de Machín y Zaragozi hacen que siga floreciendo esta historia de amor, por momentos tan cariñosa. Entre las figuras, también es menester mencionar la presencia de Mario Alarcón, quien sirve no sólo de narrador, sino que cumple una pieza fundamental en la narrativa fantástica, es el motor que mueve todo lo que ocurre en la película. Simple, e impresionante de ver. Quien completa el armado de esta pieza es la música de Jorge Cánepa. Con elementos que remontan a los carnavales y circos de otras épocas, la cinta fluye como si se estuviese escuchando un cuento. Es, en pocas palabras, una amalgama perfecta. Un sueño que deja completamente de lado la razón y pone al arte, a los artistas y a la emoción en primer plano. Milagro de Otoño está para verla con los ojos y el corazón bien abiertos.