The Shallows, título original, refiere a aguas poco profundas, las de una playa sin nombre México, que es escenario de la película. Una suerte de ejercicio visual con aire del cine clase B en el que el catalán Jaume Collet-Serra (La casa de cera, Non-Stop) va y viene con la cámara por encima y bajo de aguas, transparentes o ensangrentadas, para hacer de esas orillas una filosa y mortal pesadilla. La película tiene casi una sola protagonista, Nancy -la rubia Blake Lively, correcta y con un cuerpazo que es mapa central del film-, una estudiante de medicina y surfista experta que, buscando la última ola del día, se encuentra con un tiburón enorme que anda de cacería. Casi toda la película transcurre en la roca que sirve a Nancy de isla de supervivencia, con el amigo dientudo cercándola, como obsesionado con ella, a lo Moby Dick. Efectista y con voluntad popular, sin la negrura -profunda- de Open Water, otra de tiburones, un digno nuevo ejemplo de un subgénero que mantiene su vigencia.
Mike & Dave son dos hermanos que vienen estirando la adolescencia a pura desidia y broma pesada. Así que frente al casamiento de su hermana en Hawaii, la familia les pide, como intento de evitar desastres, que lleven a dos buenas chicas como parejas. Desorientados, los hermanos ponen un aviso que se viraliza, hasta que dos chicas fumonas y bastante salvajes se quedan con el viaje, haciéndose pasar por decentes señoritas. Es lástima que esta comedia rara no haya sacado más jugo de estos personajes averiados -sobre todo los femeninos-, irreverentes e imprevisibles. O haya desperdiciado una de sus líneas más interesantes: la exploración de lo parecida que es la amistad al amor. En cambio, el guión insiste en acumular chistes, más o menos groseros, de dudosa eficacia, y la fiesta a punto de desmadrar deriva hacia los caminos más previsibles. De todas formas, todo lo que sobresale de ese corsé, regala buenas carcajadas.
Parece justo preguntarse por la necesidad de volver a contar, en 2016, la historia del esclavo judío Judah Ben-Hur, consagrada en la versión de Hollywood -¡ganadora de 11 Oscars!- con Charlton Heston en el protagónico. El director ruso Timur Bekmambetov (Lincoln: cazador de vampiros) se arremanga para poner en escena, durante dos horas, la trágica aventura judeo romana: desde que Judah es un príncipe de la alta sociedad de Jerusalem y vive feliz junto a su hermano adoptivo, el romano Messala, hasta la traición, su captura, martirio y redención final. Una historia que atrapa por su espectacularidad, a pesar del poco vuelo que aporta la prolija, casi sumaria realización con cadencia, por momentos, de miniserie televisiva. Pero Bekmambetov pone toda la carne en el asador en un par de secuencias de acción imponentes, sobre todo la que sucede en las galeras del barco donde los esclavos hacinados reman al son de los crueles tambores romanos. También, claro, en la famosa carrera final. Ahí -lejos del forzado encalce de la subtrama de la crucifixión de Jesús-, está lo mejor de este costoso relanzamiento.
Documental que muy oportunamente homenajea y revisa la vida y obra de la gran directora italiana Lina Wertmüller. Pionera, creativa, incansable, la primera mujer en el mundo en recibir una nominación al Oscar, asistente de Fellini. Aportan Martin Scorsese, Sofía Loren y Giancarlo Gianini, entre otros artistas.
Una mujer escocesa vuelve a la estancia familiar después de la muerte de su hermana para encontrar una inesperada decadencia y enfrentar la relación con su cuñado. Con la segunda guerra mundial como marco, el director Juan Dickinson apuesta por el intenso drama de época y por Emilia Attias como protagonista. Hay un triángulo amoroso y un intento por atrapar el ambiente de las miss marys, ambiciones acaso desmedidas para las posibilidades de los realizadores, a juzgar por los problemas de puesta que atentan contra el resultado.
En el magnífico paisaje de los alpes suizos y hablada en alemán se filmó el regreso del clásico sobre la niña huérfana y su abuelo gruñón: uno de los grandes éxitos del cine helvético, y europeo, del último tiempo. Para esta nueva versión con actores, la pequeña Anuk Steffen (elegida entre cientos de niñas) y Bruno Ganz (el Hitler de La Caída), el director Alain Gsponer quiso pegarse al texto original de Johanna Spyri, publicado por primera vez en 1879. Y, en palabras del director, sacarle toda la cursilería. El resultado es una lograda adaptación que pone el drama de época bajo la luminosa fotografía de sus cielos y espacios abiertos. La resiliente Heidi juega con Pedro y sonríe aún a la severa señorita Rottenmeier, ajena a la trama de prejuicios, clasismos y durezas de la sociedad que su abuelo ermitaño decidió abandonar. Sin la carga de nostalgia de los que vieron la serie animada japonesa, habrá que ver qué pasa con el público infantil de hoy frente a esta historia de ternura, pero dramática al fin, que viene de ayer.
Quién sino el maestro Stephen King pudo haber imaginado un apocalipsis provocado por los teléfonos celulares. El traslado al cine de su libro, una producción sin grandes presupuestos, tiene actores que apuestan por lo que hacen -John Cusack, Samuel L. Jackson-, y guión del propio King. Pero está lejos de la excelencia y más cerca de una rutina, del manual de supervivencia en plaga zombie, con el ritmo episódico de cualquier serie a lo Walking Dead o vieja película del género que mejora una madrugada insomne. Lo cual no es poco, pero tampoco mucho.
Philip -parece que basado en el escritor Roth- es un misántropo de pura cepa: está tan enamorado de sí mismo y tiene un ego tan insaciable que detesta a todo el género humano. Incluyendo a sus eventuales conquistas amorosas. Con una cámara en mano, muchos primeros planos, un aire retro de película de los setenta, el director sigue a su odioso protagonista -interpretado por Jason Schwartzman, algo así como experto en este tipo de sujetos- con el apoyo de una voz en off casi antropológica, en una serie de encuentros y desencuentros con los otros pocos que lo soportan y sobre todo consigo mismo. Como si la misma película se hartara de Philip, la atención, por suerte, se desvía hacia su pareja -la exquisita Elisabeth Moss, una Ingrid Bergman de nuestros días- y el fallado mentor, otro escritor con problemas de relaciones que interpreta Jonathan Pryce. Analizando a Philip es la película que bien podría haber hecho Woody Allen si hubiera seguido el camino corrosivo y punzante que alguna vez caminó. Una mirada inteligente -y más humana que su protagonista- sobre el talenteo, el ego y sus abismos.
Un traumático episodio de bullying al gordito de la clase sirve como prólogo para esta buddy movie, comedia de compinches que se reencuentran muchos años después. El gordito se ha transformado en un musculoso espía, metido en problemas y con corazón de niño; el amigo, que fue el ganador del colegio, lleva un presente gris. Es un esquema algo transitado para desarrollar el argumento, que incluye aventuras a los tiros, huídas y un baile de ex alumnos como corolario. La gracia la ponen los protagonistas, Dwayne "La Roca" Johnson y Kevin Hart, con buena química y capacidad para reírse de sí mismos. Y no ta vayas apurado de la sala, que hay bonus.
Un traumático episodio de bullying al gordito de la clase sirve como prólogo para esta buddy movie, comedia de compinches que se reencuentran muchos años después. El gordito se ha transformado en un musculoso espía, metido en problemas y con corazón de niño; el amigo, que fue el ganador del colegio, lleva un presente gris. Es un esquema algo transitado para desarrollar el argumento, que incluye aventuras a los tiros, huídas y un baile de ex alumnos como corolario. La gracia la ponen los protagonistas, Dwayne "La Roca" Johnson y Kevin Hart, con buena química y capacidad para reírse de sí mismos. Y no ta vayas apurado de la sala, que hay bonus.