Presencias deseantes reales Mariposa, nuevo y cuarto film del realizador argentino Marco Berger, es una delicia visual de principio a fin, que tal como indica su nombre, se centra en el concepto del efecto mariposa, extraído de la teoría del caos. En otras palabras, esta película juega y se construye a partir de la idea de "¿Qué hubiera pasado si....?" Berger nos presenta inicialmente a un mujer en un bosque que, aleteo de mariposa mediante, abandona a una beba junto a un árbol. Luego volvemos a ver ese aleteo, y la mujer nuevamente se hace presente, pero esta vez no abandona a su hija, sino que decide conservarla, y ambas regresan al hogar. A partir de estas dos historias, se desarrollará el universo narrativo de Mariposa, ya que la niña en cuestión -Romina- será en la primera versión adoptada por una familia y en la segunda, será atropellada por esa misma familia, durante su adolescencia. Romina (Ailín Salas) y Germán (Javier De Pietro) se gustan, se atraen y se desean, esto ocurre en ambos universos. En el primero son hermanos –si bien no hay vínculo sanguíneo, fueron criados como hermanos- por lo que se trata de un deseo inaceptable. En el segundo, son amigos buscando algo más, pero por timidez y celos, terminan acudiendo a otras parejas (Julián Infantino y Malena Villa) a pesar de lo que sienten. Tal como sucedía en Plan B (2009), Ausente (2011) y Hawaii (2013), films anteriores del director, aquí resurge la cuestión de la tentación, de la atracción y deseo por lo prohibido, de aquello que no se puede decir, que está allí, que se percibe y se siente cada vez más real, pero que a la vez, hay que reprimir. Sin embargo, en Mariposa hay varias diferencias en relación con dichas obras. Por un lado tenemos por primera vez una pareja protagónica heterosexual –si bien habrá una historia homosexual secundaria -, pero además se trata de una trama que escapa a la linealidad, ya que los tiempos y situaciones de ambas realidades van cruzándose una y otra vez, de forma tal, que el espectador jamás se confunde. Más allá de esto, el director mantiene detalles de estilo personal que lo caracterizan, tales como el encuadre, la profundidad de campo y por supuesto, el –ya memorable- primer plano a hombres en boxers. Con un fantástico –en el más amplio sentido de la palabra- montaje, que apela constantemente a la cohesión y claridad narrativa, Mariposa es esencialmente una historia de amor sí, pero también es una historia sobre el deseo, sobre lo incontrolable y sobre las ambigüedades sexuales típicas de la adolescencia o temprana adultez. Con esta nueva película, Marco Berger se afirma –una vez más- como uno de los grandes narradores actuales del cine argentino, uno de los pocos que filma de forma bella, estilizada e intimista los cuerpos humanos, y que entiende al erotismo más allá de la desnudez, ya que es capaz de reflejarlo en miradas, roces y juegos que generan cada vez más tensión y deseo sexual.
Perspectivas de amor compartido Matías Piñeiro (Todos mienten, El hombre robado) realiza “shakespereadas” hace unos ocho, nueve años ya; la propuesta comenzó con Rosalinda -con parlamentos de Como Guste (1599)- y siguió con Viola -con parlamentos de Noche de Reyes (1602)-. En este caso, en el marco del 17 BAFICI, se presenta a modo de estreno local, La princesa de Francia –basada libremente en Trabajos de amor en vano, también llamada Penas de amor perdido (1595-1596)- película que viene a funcionar como una suerte de cierre de ciclo. Fiel a su estilo elegante a la hora de narrar, el joven director contó una vez más con “las chicas Piñeiro”: María Villar, Laura Paredes, Agustina Muñoz, Romina Paula, Elisa Carricajo y Gabriela Saidón, pero este film tiene una particularidad que lo diferencia de las anteriores shakespereadas: incluir a un hombre como uno de los personajes centrales. Así Piñeiro nos presenta a Víctor (Julián Larquier Tellarini), director de un grupo teatral que a partir de la muerte de su padre, se va por un año a vivir a México, y a su regreso trae nuevas propuestas laborales. Concretamente su idea es realizar la misma obra que antes, pero esta vez en formato de radioteatro, para luego poder venderla y así ganar algún dinero. Es en este punto, que la obra original y la historia construida por Piñeiro comienzan a entrecruzarse: en la obra de Shakespeare los hombres de Navarra prometen dedicarse sólo al estudio, luego de ciertos conflictos amorosos a partir de la llegada de la princesa de Francia y sus damas. Mientras que en el film, Víctor mantiene vínculos cercanos con todas sus actrices. Paula (Agustina Muñoz) fue y tal vez siga siendo su novia, Ana (María Villar) es su amante, Natalia (Romina Paula) tuvo un acercamiento a él en el último tiempo, Lorena (Laura Paredes) es su amiga, pero apuesta a más y Carla (Elisa Carricajo) es parte del fugaz recuerdo de una noche musical. Completan el panorama y el drama romántico Jimena (Gabriela Saidón) y Guillermo (Pablo Sigal), que también tiene bastantes confusiones sentimentales. La multiplicidad de relaciones marea al espectador, y al propio Víctor, que indeciso, manipula y acepta ser manipulado por estas mujeres, mientras jura y perjura que ya no es quien solía ser, y que ha cambiado. De la misma forma, podemos ver desde el magnífico plano inicial de La princesa de Francia como el estilo narrativo y lúdico de Piñeiro también cambia y continúa innovando. Los planos ahora son más amplios, más generales y se le da más protagonismo al espacio natural –vemos bastantes escenas al aire libre, en parques, y también en canchas de fútbol, o en escalinatas de museos- además, los diálogos iniciales tienen un ritmo bastante más acelerados que en Viola, pero conservan el estilo armonioso. Otra particularidad que ya hemos mencionado, tiene que ver con posicionar a un hombre como el eje central de la trama, pero manteniendo al universo femenino, con sus perspectivas y complejidades, como el gran protagonista y propulsor narrativo, tal como William Bouguereau plasmó en Ninfas y Sátiro. Idas y vueltas, enredos, cruces inesperados o ultra anunciados entre ficción y realidad, y las siempre eficientes reiteraciones –de texto y de situaciones- son marcas registradas en el cine de este director, y aquí sólo logran embellecer aún más una historia cautivante y deliciosa, a la vez que se deconstruye y desdramatiza a Shakespeare mixturando sus parlamentos con registros coloquiales contemporáneos. En definitiva, La princesa de Francia es un film cautivador tanto desde lo narrativo y lo actoral, pero sobre todo desde lo visual (aplausos al gran ballet cósmico luminoso diagramado por Fernando Lockett, el mejor DF de Argentina) que cierra de forma maravillosa, una etapa experimental y seductora de Matías Piñeiro, quizás el más interesante y singular realizador local de la última década.
Todo lo que he sido... Lo que nos muestra el documental Los cuadros al sol, lamentablemente es una historia repetida en diferentes lugares y puntos de nuestro país; ya que se enfoca en Salinas Grandes, un pueblo de La Pampa, que a partir de decisiones empresariales, fue desapareciendo. La situación es conocida: la ciudad fue construida por una empresa que explotaba dicho lugar, que decidió hacer base allí, paulatinamente la zona se fue poblando con unos seiscientos empleados a los que además se les brindaba vivienda. Sin embargo, estas condiciones fueron cambiando, hasta llegar al punto de malestar en los trabajadores, que se organizaron para convocar huelgas. Tiempo después, vino la decisión de mudar la empresa a Macachín, la cuidad "rival", y esta situación llevó a Salinas Grandes al olvido. Con esta cruda historia, y todo el trasfondo y sufrimiento que implica, Arian Frank acude a los recuerdos cargados de melancolía de los antiguos pobladores, a pequeñas anécdotas que sobreviven al paso del tiempo, y propone pensar y re-pensar el concepto de memoria, al mismo tiempo que entendemos que mientras algo sea recordado, no morirá jamás. Los cuadros al sol, tiene que ver justamente con la idea de reflejar y posicionarse ante tales recuerdos desde otro lugar, con una óptica que permite incluso hallar belleza en tristes imágenes que acompañan al abandono de un pueblo, todo esto logrado por las excelentes labores fotográficas de Julián Borrell y Demian Santander. Imperdible.
El tiempo observado El tiempo encontrado, es un documental que retrata y sigue la vida y las historias de Darío Rejas, Edwin Mamani y Berta Choque, tres inmigrantes bolivianos que por diferentes razones llegaron a vivir en una zona rural del conurbano bonaerense. Uno de los hombres se desempeña como quintero, cosechando alimentos que luego vende mientras que el otro es obrero en una fábrica que produce ladrillos, y la mujer trabaja como costurera. Tanto Poncet como Burd se aproximan a estas personas, no tomándolos como personajes sino limitándose a observar y compartir con nosotros su cotidianidad, a la vez que los despojan de las típicas etiquetas o significantes en torno a la inmigración. Si en La Salada (2014), Juan Martín Hsu mostraba de forma ficcional las dificultades que implica habitar y subsistir en un nuevo espacio, con otras costumbres, El tiempo encontrado va en algún sentido por la misma línea, pero lo hace en el marco del documental observacional y contemplativo. Así, los directores deciden posar la cámara y sólo retratar los distintos hechos que ocurren durante casi un año en la vida de Darío, Edwain y Berta, tiempo en el que modifican su presencia y sus vidas residiendo en Florencio Varela. Simple, sensible e inspiradora, aunque por momentos cae en un ritmo denso que puede distraer la atención del espectador, esta producción invita a corrernos de los lugares comunes, a tener una mirada más completa y compleja sobra la inmigración, y las posibles problemáticas que ésta atrae aparejadas, pensándolas más allá de lo que pueda ocurrir en cuidades capitales. Por Marianela Santillán
Cierre disfrutable y exitoso Ant-Man es la película que da cierre a la fase dos de Marvel, la cual incluye Iron Man 3 (2013), Thor: The Dark World (2013), Captain America: The Winter Soldier (2014), Guardians of the Galaxy (2014), y la reciente Avengers: Age of Ultron (2015). No voy a explayarme demasiado en las fases, ni en el Universo Cinematográfico de Marvel (MCU), porque lejos estoy de ser una experta en el tema. Además considero que si bien esta película funciona como cierre, y en sus escenas post créditos hace alusión a Captain America: Civil War (2016) –que inaugurará la fase tres- , pienso que Ant-Man puede verse (y disfrutarse) independientemente de los films anteriores. ¿Por qué? En primer lugar porque esta nueva producción viene a aportar cierta frescura y humor, alejándose así del abordaje más conservador que supieron mostrar algunos de los films de la fase dos. La trama de la película se centra por un lado en Hank Pym, científico, creador de una importante compañía que es desplazado del cargo directivo por Darren Cross , su antiguo discípulo, quien intenta desarrollar una sustancia que permita encoger seres humanos, para así utilizarlos como “soldados aliados” en conflictos geo políticos. Por otro lado tenemos a Scott Lang -interpretado por el genial Paul Rudd, actor que en los últimos años se ha destacado dentro del género de comedia o Nueva Comedia Americana, especialmente en producciones junto al director Judd Apatow– un ingeniero famoso por haber hackeado varios de los sistemas de seguridad de empresas muy importantes, que cae en desgracia al ir preso. Con estos antecedentes, Pym recluta a Lang para que lo ayude a detener a su adversario y evitar el caos mundial, por que el joven Scott debe convertirse en un diminuto Hombre Hormiga y así violar la seguridad de la empresa comandada por Cross. Con una historia simple -con bastantes modificaciones con respecto al comic- Ant-Man se destaca dentro de las producciones de Marvel, justamente por su sencillez, por darle tal vez más lugar a la comedia que a la acción propiamente dicha que se esperaría en films como éste, y por ser menos ambiciosa que la decepcionante Avengers Age of Ultron. Si hablamos de interpretar perdedores simpáticos, ¿Quién mejor que Rudd? que aporta una buena cuota de gags a la película secundado por sus desopilantes amigos ladrones, con Michael Peña a la cabeza. El cast en general aporta buenas actuaciones a través de Michael Douglas, Bobbi Cannavale, y Evangeline Lilly, pero lo más destacado se halla en las interpretaciones de estos hilarantes personajes. Ant-Man también tiene lo típico de una película de superhéroes: batallas, efectos especiales -pocos destacables- referencias a Los Vengadores, a S.H.I.E.L.D, y el infaltable cameo de Stan Mr Marvel Lee, además de un genial momento musical durante una de las batallas. En defnitiva se trata de un film que entretiene, y que encantará incluso a aquellos espectadores menos habituados a ver este tipo de películas, nada mal para tratarse de la primera inclusión de Peyton Reed bajo la dirección -si bien el director original iba a ser Edgar Wright, que abandonó el proyecto- de una producción de Marvel. Por Marianela Santillán
Nostalgia por la ausencia En el marco del 29 Festival Internacional de Cine de Mar del Plata, tres películas argentinas compiten en La sección de Competencia Internacional: Jauja de Lisandro Alonso, La vida de Alguien de Ezequiel Acuña, y El perro Molina de José Celestino Campusano. La vida de alguien es la cuarta película de Ezequiel Acuña, el realizador detrás de Nadar Solo, Como un Avión estrellado y Excursiones, y funciona como una suerte de regreso y a la vez posible culminación de un estilo narrativo y cinematográfico. Sus tres películas anteriores brindaron en mayor o menor medida un lugar a la melancolía, y a las distancias: en Nadar Solo un Martín Cánepa (Nicolás Mateo) anhelaba el reencuentro con su hermano mayor mientras junto a su amigo Guille (Santiago Pedrero) buscaba orientar su vida o sólo pasar el tiempo; en Como un avión estrellado otro par de hermanos (Ignacio Rogers y Carlos Etcheverría) llevaban sus vidas como podían entre fracasos económicos y amorosos, y en Excursiones -tal vez la película más divertida del realizador- se producía el reencuentro entre dos amigos de la secundaria (Matías Castelli y Alberto Rojas Apel) diez años después, pero no todo era ni se sentía como antes. En esta nueva película se mantienen los toques nostálgicos y otra vez aparecen los tópicos ya comunes en el cine de Acuña: amigos ausentes, la hermandad, angustia, reencuentros que no terminan de asimilarse, y sobre todo la música. Todos los que somos habitúes al cine de este director sabíamos que era cuestión de tiempo hasta que llegara una película sobre una banda -ahora sólo nos falta una película sobre Chacarita Juniors- y con La vida de alguien eso ocurre. Guille (Santiago Pedrero, sí también así se llamaba su personaje en Nadar Solo) es el guitarrista de una banda disuelta hace muchos años luego de haberse suspendido la grabación de un disco. Ahora, a partir de una propuesta de reflotar y editar ese álbum, este joven convoca al cantante original (Matías Castelli). Ante la ausencia de Nico (Ignacio Rogers,), antiguo bajista, se suma un chico más joven (Julián Larquier Tellerini, a quien vimos recientemente en La Princesa de Francia), un nuevo batero y una bella ejovencita (Ailín Salas) como corista. Comienza la gira y con ella las complicaciones, los celos y las inseguridades a la vez que un manager presenta proyectos demasiado buenos, que tal vez sólo vengan a complicar más las relaciones. Como bien lo hicieron en el pasado bandas como Jaime sin tierra, Interama, Mi tortuga Montreaux, o Mi pequeña muerte, la banda uruguaya La foca– que ya musicalizó Excursiones– aporta el complemento – o bien el rol protagónico- ideal para esta película que recibe su título en referencia al quinto disco de la banda, y a la canción La vida de alguien. Así, entre viajes y actuaciones en vivo, se van desplegando y sumando los elementos del universo Acuña, mientras se conecta a Santiago Pedrero con las historias de Nadar solo, Como un avión estrellado y Excursiones y se les da otro significado. De esta forma, La vida de Alguien emana nostalgia y emoción de comienzo a fin: desde el elenco actoral -todos los chicos Acuña-, pasando por la vestimenta repetida de película a película en personajes como Nico, o incluso nuevamente las reminiscencias a Jeff Buckley en la playa. ¿Otro dato que genera nostalgia? La película esta filmada en 35 mm. ¿Será esta cuarta película un cierre de ciclo en la vida de Acuña? Sea como sea, celebramos enormemente su regreso a la gran pantalla.
Escribiendo de amor, el nuevo film protagonizado por Hugh Grant, resulta la cuarta colaboración del actor con el director Marc Lawrence; quienes ya habían trabajo juntos en Amor a Segunda Vista (2002), Letra y Música (2007) e ¿Y Dónde están los Morgan?(2009). Tal como ocurría en Letra y Música, Hugh Grant encarna a un personaje que vive a la sombra de un antiguo éxito, con un presente bastante negativo en cuanto a lo laboral y afectivo. Keith (Grant) es un guionista que hacia fines de los 90s gana un Oscar por un film llamado Paradise Misplaced, y gracias a eso, consigue cierto prestigio en Hollywood. Sin embargo, no logra volver a tener un reconocimiento como ese, y poco a poco cae en el olvido. En la actualidad no consigue empleo ni nuevos proyectos, por lo que sufre una severa crisis creativa que se expresa en una leve depresión. Ante ese panorama, su agente le ofrece un trabajo como profesor universitario en un pueblo a 300 km de New York, propuesta que acepta con más dudas que certezas. Sin ninguna intención de enseñar, ya que cree que el talento se tiene o no se tiene, acude a sus primeras jornadas como docente de Guión sin preparar clases, sin leer los escritos de los alumnos, y sin el menor entusiasmo por la tarea educativa, pero si por las bellas alumnas. Allí conoce a Karen (Bella Heathcote), su primera conquista -treinta años menor que él- y posteriormente, a Holly (Marisa Tomei) una madura y entusiasta alumna, que hace grandes esfuerzos por estudiar, trabajar y pasar tiempo con sus pequeñas hijas, a la vez que intenta estimular a su docente para que se conecte con la transmisión de saberes. Completan el elenco Alison Janney, una de las máximas autoridades de la facultad, experta en Jane Austen que detesta la liviandad e irresponsabilidad de Keith, además de un siempre genial J.K. Simmons, colega docente y ocasional confidente del personaje de Grant. Escribiendo de amor resulta una efectiva comedia, sin grandes pretensiones, pero con buenas actuaciones, y pequeñas situaciones graciosas que la hacen encantadora, pero sin alcanzar el nivel de Letra y Música, otra gran película acerca de las segundas oportunidades, de los nuevos vínculos y de los aprendizajes que hacen cambiar hasta nuestros pensamientos más arraigados.
La primera búsqueda Los dioses de agua, el nuevo y quinto film del realizador argentino Pablo César (La sagrada familia, Orillas, Sangre) resulta la primera coproducción de Argentina con Angola y Etiopía. La historia detrás de la trama, está inspirada en “Dios del agua”, un texto acerca del antiguo pueblo Dogon escrito por Marcel Griaule, un antropólogo francés. Pablo César nos muestra a Hermes (Juan Palomino) un antropólogo argentino con mucha curiosidad sobre el origen del hombre y planetario. A la par de su ocupación “formal”, este hombre está produciendo una obra de teatro donde se plasmen las ideas e investigaciones realizadas sobre este tema en particular. La singular propuesta tiene otros personajes en juego: Oko (Onésimo De Carvalho),joven que llega de Angola a Buenos Aires por un intercambio de estudio, Ayelén (Charo Bogarin), perteneciente a la comunidad Qôm, quien luego se suma al proyecto teatral. A ellos se suma Esteban (Boy Olmi) un egiptólogo que también busca respuestas sobre el origen. De esta forma, Los dioses de agua se presenta como una película que atraviesa búsquedas desde distintas ópticas y locaciones. La película se divide en dos partes: una inicial que tiene lugar primero en Formosa y luego en Buenos Aires, en la que conocemos a los personajes y sus motivaciones, y otra con Hermes de viaje por África, puntualmente Angola y Etiopía, para recabar datos y testimonios de distintos pueblos, chamanes y comunidades. Allí logra reforzar la hipótesis que guía a todo el film: el origen del mundo puede tener relación con seres entre anfibios y extra planetarios, que según la cosmología del pueblo Dogon, pueden haber sido antecedentes de lo hoy llamado humano. Con un guión complejo y una apuesta arriesgada, tanto desde la trama como desde las locaciones, Los dioses de agua resulta un film extraordinario y diferente a todo lo ya hecho. Sí, por momentos el viaje y los virajes explicativos resultan extensos, tediosos, y por momentos totalmente surrealistas; pero en definitiva se trata de uno de los dos grandes misterios –junto a la muerte- del universo que nos intrigará eternamente: el origen del todo, como lo conocemos hoy. Con una sólida actuación de Palomino, también se destaca la fantástica música de Hyperborei, que acompaña a la perfección, la segunda mitad del film, con características más excéntricas, y complejas.
Restitución necesaria La Dama de Oro narra la historia -basada en hechos reales- del proceso judicial que inició hacia 1999 María Altmann (Helen Mirren), sobrina de un empresario judío, Ferdinand Bloch-Bauer, que en época previa a la Segunda Guerra Mundial, encargó al pintor austríaco Gustav Klimt varios cuadros donde se retrataba a su esposa Adele, tía de María. A partir del fallecimiento de su hermana, la anciana señora Altmann se entera que todos esos cuadros donde Adele se lucía, fueron sustraídos ilegalmente por los nazis, hasta que años después llegaron a formar parte de la colección del museo estatal Belvedere de Viena. María siente particular apego a un cuadro realizado con óleo y oro sobre tela (Retrato de Adele Bloch-Bauer I ) que popularmente se conoció en Viena -y en el mundo- como La Dama De Oro. De esta forma, ella comienza a investigar y descubre que en 1998 en Austria, se promulgó una ley -iniciada por presiones internacionales-para restituir obras expropiadas por el estado nazi. En esta batalla legal y moral, María encuentra dos aliados: su abogado Randol Schoenberg (Ryan Reynolds) y un periodista austríaco, Hubertus Czernin (Daniel Brühl), que la ayudan en la búsqueda de documentación en Viena. Sin embargo, no todo es tan simple, porque si bien la ley está promulgada, el actual gobierno austriaco se opone al pedido de Maria, ya que el cuadro principal por el que justamente ella reclama, es considerado “La Mona Lisa de Austria”, y con esta justificación, los responsables del ministerio encargado, se oponen a que ella “sustraiga” esa obra que está instalada en la cultura local. Por ello irán presentándose obstáculos de distinta índole, tales como costos judiciales económicos, y restricción de acceso a archivos históricos, en el intento por que Maria desista del juicio. La Dama de Oro nos presenta dos tiempos en la narración: el actual -situado en 1999 cuando el reclamo comienza- y el pasado, presentado primero en los recuerdos de niñez de Maria -mostrando el gran vínculo emotivo que mantiene con su tía- y luego en la adultez y matrimonio de Maria, pasando por el preciso momento en que los nazis irrumpen en su casa y confiscan obras y demás elementos valiosos, hasta llegar a la dura situación de tener que abandonar su país de origen. Con un guión efectivo, y un gran trío actoral principal encabezado por la siempre magnífica Helen Mirren, La Dama de Oro pasa por diferentes estados emocionales: melancolía, tristeza, impotencia para terminar con una necesaria reflexión sobre el pasado más oscuro de la historia humana, y sobre el rol de los gobiernos actuales para con las víctimas del Holocausto. Por Marianela Santillán
La ley y el orden Luego de su paso por el Festival de Cannes –donde ganó el Gran Premio de la Semana de la Crítica y el premio que otorga FIPRESCI– llega a nuestros cines, la segunda película de Santiago Mitre, director de la aclamada El Estudiante. La patota surgió, tal como ha admitido su director en diversas entrevistas, como un proyecto por encargo de parte de Telefé para que el realizador adaptara la remake del film original de los años sesenta dirigido por Daniel Tinayre. Sin embargo, luego de algunas charlas, se decidió que Mitre fuera el director y co guionista junto a Mariano Llinás (Historias Extraordinarias), hecho no menor, que influyó directamente en el enfoque e impronta política que el nuevo film emana. La patota comienza con un plano secuencia de unos diez minutos en el que vemos a Paulina (Dolores Fonzi) discutir con su padre (un brillante Oscar Martínez) sobre una decisión que la joven está a punto de tomar. Ella es abogada y se encuentra realizando un posgrado en Buenos Aires que planea interrumpir para irse a Misiones a dar clases de algo parecido a Educación Cívica y formar parte de un programa educativo con el que viene colaborando hace tiempo. Sin embargo su padre tiene otros planes y espera que Paulina siga sus pasos y haga carrera dentro del poder judicial, para así convertirse en una imponente jueza. Debate mediante, ella le reprocha su pseudo progresismo burgués, ya que él cree que se puede colaborar a distancia o que ella puede ser más útil para ese proyecto, si asciende y consigue un puesto poderoso. No llegan a un acuerdo, porque la muchacha está convencida que los cambios se logran estando en el lugar, y decide poner el cuerpo en su lucha y su convicción político-social. Una vez en Misiones, Paulina debe sortear varios obstáculos como lograr que los alumnos presten atención y participen en clase, además de –al menos intentar- generar cierta empatía con ellos. Una noche en un regreso a casa en moto luego de una cena con otra docente y amiga, un grupo de lugareños la intercepta ferozmente y la viola. A partir de este hecho, el film comienza a abrir el juego a diferentes puntos de vista. Si hasta ahora el relato había sido contado desde la perspectiva de la protagonista, en este momento comienzan a mostrarse dentro de la narración, diferentes puntos de vistas, entre ellos el del personaje de Martínez, y el de Ciro, líder de la patota y violador de Paulina. Poco a poco, el film se vuelve cada vez más enigmático para el espectador, en especial porque las actitudes de la joven abogada, se tornan inquietantes e inesperadas. A partir de la violación, y las consecuencias que ésta genera, Fernando (Oscar Martínez) quiere encontrar y condenar a los culpables a como de lugar, porque él es un hombre que se rige ante todo por la ley, por SU ley, y por las posibilidades –y conexiones políticas- que su poder como juez le otorgan. Pero Paulina no piensa igual, ya que cree que ante la situación vivida no hay posible ayuda de la ley – no al menos en los términos en que ella define justicia y ley- por lo que pide que la dejen actuar y decidir sobre su vida y su cuerpo, como ella desee. Mientras que los personajes secundarios –el ex novio de Paulina, su tía, y su compañera de trabajo- comienzan a dar distintos consejos a la joven víctima sobre como accionar, ya que pareciera que nadie entiende muy bien, por que ella permanece en su trabajo y decide no denunciar a los agresores –pese a conocer sus identidades-. Desde aquí, el film dispara una serie de dilemas éticos y morales que en mayor o menor medida, terminan interpelando al espectador, y generando que éste cuestione una y otra vez sus convicciones pre establecidas. A la par que se transmite una idea acerca de la violencia como fruto de la desigualdad de clases y de falta oportunidades que la sociedad misma crea. En definitiva, La patota resulta un film polémico de principio a fin, con una historia fuerte e impactante –más allá de algunos huecos narrativos dentro del guión, y de la poca presencia en escena de precisamente “la patota”- que se sostiene principalmente por las notables actuaciones de Fonzi y Martínez, y por la excelente dirección de actores a la que Mitre nos tiene acostumbrados, más allá de la también memorable labor de fotografía a cargo de Gustavo Biazzi.