Justicia campesina El segundo largo documental de Martín Céspedes es una extensión de su corto documental homónimo respecto de un caso de asesinato que envuelve a la comunidad campesina de la provincia argentina de Santiago del Estero. Al igual que en Ciudad del Boom, Ciudad del Bang! (2013), el realizador indaga en cuestiones centrales de las nuevas luchas sociales para centrarse aquí en el tema de la propiedad de la tierra que involucra al MOCASE (Movimiento Campesino de Santiago del Estero), una agrupación de productores fundada a principios de la década del noventa ante los desalojos por parte de terratenientes, que habían adquirido sus títulos en circunstancias sospechosas durante la última dictadura militar, y de las fuerzas policiales que respondían al salvaje gobernador Carlos Arturo Juárez y su esposa Mercedes Aragonés, quienes gobernaron con mano de hierro la provincia interrumpidamente durante casi cincuenta años. Toda esta Sangre en el Monte (2017) narra el juicio contra un capataz acusado de asesinar a un militante del MOCASE y al terrateniente imputado por la autoría intelectual del crimen. El documental recorre las discusiones al interior de la organización, la vida de los productores campesinos, su construcción de soberanía y la búsqueda de reconocimiento institucional por parte de los jueces durante el juicio mientras se detallan las causas del crimen y las consecuencias de los posibles fallos. Así el film sigue el juicio hasta su finalización poniendo énfasis en el análisis y las reacciones de la organización campesina ante el veredicto. El opus de Céspedes es un excelente alegato sobre la condición de los campesinos en Santiago del Estero, la actualidad de sus luchas y su perseverancia y alineación como ejemplo para el resto de los campesinos en todo el país.
El humanismo y la guerra El último film de la realizadora alemana Maria Schrader conduce una reconstrucción histórica sobre el exilio del escritor austriaco Stefan Zweig durante la década del 30 y 40 del Siglo XX en el continente americano. Stefan Zweig: Adiós a Europa (Stefan Zweig: Farewell to Europe, 2016) sigue al escritor, biógrafo y activista social en su desarraigo por Brasil, Argentina y Estados Unidos para realizar un análisis sobre los motivos de su silencio ante la dictadura nacionalsocialista germana, a pesar de su rechazo total hacía este régimen autoritario, y su posterior suicidio en Petrópolis, cerca de Río de Janeiro. Stefan Zweig es un escritor que dejó una vasta obra humanista a través de textos de ficción, ensayos y biografías de personajes tan disimiles como Erasmo de Rotterdam, Paul Verlaine y María Antonieta. Su fama y prestigio mundial lo convirtieron en una voz ineludible en el mundo intelectual respecto de temas diversos, pero curiosamente y a pesar de su origen judío, la prohibición de sus libros en Alemania y su oposición al régimen nacionalsocialista en diversos encuentros, no accedió -a diferencia del resto de los intelectuales de la época- a pronunciarse en contra del nazismo y el fascismo. A partir de su suicidio en mitad de la Segunda Guerra Mundial, su obra humanista perdió vigor pero no relevancia ante el triunfo de la polarización ideológica entre Estados Unidos y la Unión Soviética (URSS) y la entronización de estilos narrativos menos pulidos y más crudos, experimentales o vanguardistas, menos detallistas y más enfocados en la experiencia. A partir de su suicidio su fama se fue apagando progresivamente pero fue recientemente recuperado por varias editoriales que reeditaron algunas de sus obras. Tanto en el XIV Congreso de Escritores nucleados en la organización de poetas, dramaturgos, editores, ensayistas, novelistas (PEN Club) de 1936 celebrado en Buenos Aires, como en sus actos en Brasil o en su breve estadía en Nueva York, todos lugares en los que dictó conferencias sobre su obra, Zweig evitó el tema de la consolidación de la dictadura nazi y su vocación beligerante, que culminó finalmente en la invasión y ocupación de casi toda Europa, lo que decepcionó a muchos intelectuales en la época y fue también una señal de que el escritor se había rendido y había perdido su esperanza. La película está dividida en episodios que marcan su alejamiento del activismo y el gradual pesimismo que se apoderó del autor de Veinticuatro Horas en la Vida de una Mujer (Vierundzwanzig Stunden aus dem Leben einer Frau, 1927) y lo condujeron a su drástica decisión mientras los ejércitos alemanes avanzaban en todos los frentes. La dilección y la estima de parte de un público realmente interesado en la obra de Zweig son intercaladas con la composición de su libro sobre las perspectivas sobre su segunda patria, Brasil, donde se exilió definitivamente tras su desarraigo intelectual. Allí escribió su último libro publicado en vida, Brasil: El País del Futuro (Brasilien: Ein Land der Zukunft, 1941), donde compone a partir de investigaciones sobre la historia, la cultura y la economía del país las perspectivas sobre el futuro del país carioca desde un punto de vista demasiado utópico, lo que le valió diversas críticas. Stefan Zweig: Adiós a Europa es una película sobre un hombre cansado de luchar, consumido por las noticias de su país natal y por la actitud demandante de los epígonos de su obra, los intelectuales y los aduladores de la política de la época. Con actuaciones excelentes y una fotografía naturalista maravillosa Schrader compone así un film melancólico, afligido y atormentado a través de la vida de un escritor que no supo lidiar con el odio que se había apoderado del mundo en el período que lo tocó vivir y morir.
El mapa y el territorio La ópera prima de Jimena Blanco como directora es un film sobre cuatro chicas adolescentes que se escapan de sus casas una noche a fines de los años noventa para acudir a un recital de unos amigos en un sótano de la Capital Federal. Paisaje (2018) narra las peripecias de las chicas lejos de sus casas en la noche rockera porteña, sus anhelos, amores, secretos e intimidades que surgen y se esconden en un mismo movimiento de contracción muscular. Utilizando preponderantemente primeros planos y primerísimos primeros planos, la obra de Blanco elude precisamente los paisajes y la ciudad para centrarse en las miradas, gestos y acciones de las chicas como eje de la acción. La historia sigue las caras y los detalles que se centran y se difuminan constantemente como todo en la adolescencia para describir mediante la cámara las sensaciones y los sentimientos que las jóvenes experimentan en su pequeño acto de rebelión. El miedo a la policía, la visión de la música rock como una compuerta al estrellato, las primeras experiencias amorosas y el vagabundeo son algunas de las cuestiones que Paisaje trabaja bajo el influjo de las envolventes melodías de Henry Navia y la voz de Lucía Tacchetti. Blanco logra aquí una rara mezcla de experimentación formal con indagaciones urbanas siguiendo una narración no convencional en la que la música es tan protagonista como las cuatro intérpretes principales, Laura Grandinetti, Camila Rabinovich, Camila Vaccarini y Ana Waisbein, de gran trabajo actoral. La amistad surge como un lazo que une a las jóvenes en su recorrido tanto por la ciudad como por la vida, tomando la forma de un apego ejemplificado en cada toma alrededor de una noche significativa que quedará como recuerdo para el resto de sus vidas.
Un vacío cuántico El regreso del Hombre Hormiga, último personaje en sumarse al universo de superhéroes de la editorial de historietas devenida productora cinematográfica, Marvel, se sitúa temporalmente un par de años después de la trama épica del segundo film de la saga de Los Vengadores, La Era de Ultrón (Avengers: The Age of Ultron, 2015), y construye una historia paralela apenas previa, aunque sin relación alguna, con la historia de la última entrega hasta ahora de las películas sobre los personajes fantásticos de la susodicha corporación, Los Vengadores: Guerra Infinita (Avengers: Infinity War, 2018). Nuevamente dirigida por el norteamericano Peyton Reed, El Hombre Hormiga y la Avispa (Ant-Man and the Wasp, 2018) crea un relato que reflota la premisa del film de aventuras Viaje Insólito (Innerspace, 1987) para mezclarlo con la temática de encogimiento pergeñada por la cultura popular en Los Viajes de Gulliver y El Increíble Hombre Menguante, clásicas obras literarias de Jonathan Swift y Richard Matheson, respectivamente. Debido a su participación en los trágicos eventos de Sokovia, la ciudad destruida en La Era de Ultrón, Scott Lang (Paul Rudd) vive su arresto domiciliario entre su relación con su pequeña hija, su emprendimiento empresarial y una rutina adolescente de adulto sin responsabilidades, cuando es secuestrado por los fugitivos de la justicia Hank Pym (Michael Douglas) y su hija Hope van Dyne (Evangeline Lilly) para establecer una conexión con Janet van Dyne (Michelle Pfeiffer), esposa de Hank y madre de Hope, quien se encuentra perdida en el vacío cuántico molecular desde hace casi tres décadas. Hank cree que ha descubierto cómo traerla de vuelta pero cuando Hope intenta adquirir una pieza para completar el artefacto con vistas a realizar el experimento, un extraño personaje que se desvanece roba el objeto y hasta el laboratorio encogido del científico y se da a la fuga. El Hombre Hormiga y la Avispa emprenden así una nueva aventura para recuperar los aparatos y salvar a la madre de esta última, pero se darán cuenta de que todo lo que ocurre tiene que ver con el pasado de Hank en la desaparecida organización S.H.I.E.L.D. Fiel al estilo de Marvel, la película es un compendio de chistes de distinto calibre apto para todo público y escenas de acción sin reflexión dirigido a un target adolescente, hoy devenido también adulto anhelante, fanático de la cultura pop y los cómics de superhéroes. La historia es autorreferencial para con la saga y apela a los mismos recursos narrativos que el resto de los films realizados por la productora desde 2008. Así tenemos varios estereotipos como una visión épica muy inocente, avances científicos y tecnológicos como armas que es necesario proteger, una visión maniquea de amigos y enemigos, un equipo de héroes dispuesto a salvar al mundo y un villano con una historia traumática capaz de ser redimido. A esto se suma un grupo de divertidos personajes secundarios listos para generar gags sin parar, como si tuvieran una ametralladora de bromas con municiones infinitas. Escrita en colaboración por Chris McKenna, Erik Sommers, Paul Rudd, Andrew Barrer y Gabriel Ferrari, El Hombre Hormiga y la Avispa contrasta la parsimonia taciturna de los villanos con la alegría jocosa de los héroes durante todo el transcurso del relato generando una fórmula que si al principio funciona, se va volviendo demasiado tediosa por su repetición. Marvel prosigue así lanzando films uno tras otro para que su público no se olvide de que esta historia continúa, al igual que el negocio, y es necesario no perderse ningún eslabón, ni escena escondida de las pistas, ni por supuesto los cameos de Stan Lee, para comprender qué es lo que va a suceder a continuación en el próximo capítulo. Sensiblemente inferior a nivel argumental que Ant-Man (2015), la nueva entrega mantiene hasta el hartazgo la misma línea que su predecesora pero sin una buena historia, desaprovechando a Michael Douglas, pero principalmente a Laurence Fishburne y Michelle Pfeiffer, completamente desdibujados en roles secundarios. Evangeline Lilly y Paul Rudd, los protagonistas, son opacados constantemente y Michael Peña se repite demasiado en su papel de cómico. El opus exacerba así todas las características del primer film pero sin un contenido sólido, apelando a una historia demasiado anodina que promete tener importancia en la siguiente película de Los Vengadores. El Hombre Hormiga y la Avispa no podrá convencer a los que buscan un buen guión ni una buena comedia, pero encontrará en los fanáticos a ultranza de Marvel un buen público que aprecie la fórmula de superhéroes que se debaten entre su egocentrismo adolescente y su relación con el mundo y una batería de bromas sin parar, una vez más.
La cura para el dolor Re Loca (2018) es la segunda adaptación del film chileno Sin Filtro (2016), escrito por Nicolás López y Diego Ayala y dirigido por el primero. La primera remake, de manufactura española, Sin Filtros (Sin Rodeos, 2017), fue dirigida por el genial Santiago Segura y protagonizada por la extraordinaria actriz Maribel Verdú. Escrita por Andrés Aloi y Martino Zaidelis, con la colaboración de Sebastián de Caro, la adaptación argentina dirigida por el propio Zaidelis en su debut como director cinematográfico, tras su paso por la televisión, mantiene la estructura de la versión original reelaborando algunas escenas, transfigurando un poco algunos personajes a la idiosincrasia porteña y especialmente transformando el final, ofreciendo una nueva visión sobre la rebelión de una mujer atrapada en un trabajo y una relación donde no es valorada. La historia básicamente recrea el armazón narrativo original. Pilar (Natalia Oreiro) es una mujer de casi cuarenta años casada con un pintor vago y pretencioso sin futuro al que mantiene junto a su hijo, un adolescente holgazán que falta al colegio para pasar el rato con sus amigos rapeando y filmando videos pornográficos. En su trabajo su puesto de creativa publicitaria es arrebatado por una joven con mucha presencia en las redes sociales (Malena Sanchez) y en su vida personal su hermana le pide que cuide a su gato enfermo al que considera su hijo, su mejor amiga esta hipnotizada por su celular acosando a su ex pareja, y aún se siente atraída sentimentalmente por su ex novio, Pablo (Diego Torres), ahora devenido amigo de la juventud a punto de casarse con un mujer más joven, manipuladora y controladora. Una serie de situaciones alrededor de este contexto y del machismo cotidiano que pulula en las calles son los disparadores de un ataque de pánico que desata una mirada introspectiva sobre su personalidad para que Pilar se dé cuenta de que necesita tomar nuevamente las riendas de su vida, en este caso con un resultado tan divertido como exagerado. Caminando por Puerto Madero se encuentra con un sanador que con un ritual le da fuerzas para enfrentar a su joven e inútil jefe, al inoperante de su esposo, al insolente hijo de éste, al sometido ex novio, a su solitaria hermana y a todos los infelices que se cruzan por el camino, ofendiendo, atacando y violentando personas y artefactos, convirtiéndose instantáneamente en un suceso en las redes sociales. Pero la rebelión contra todo llega demasiado lejos y así como Pilar necesitaba una salida para el estrés también se da cuenta de que necesita desacelerar este arrebato que la lleva a herir a sus seres queridos. Al igual que en la versión original y en la remake española, o incluso más, el film argentino es sostenido casi enteramente por el carisma de su protagonista, interpretada brillantemente por Natalia Oreiro. Sin la agudeza cínica de Segura pero con un buen elenco secundario que incluye a Diego Torres, Hugo Arana, Diego Peretti, Pilar Gamboa, Fernán Miras y Gimena Accardi, Re Loca logra una gran fluidez narrativa con buenos gags cómicos producto de la versatilidad de Oreiro y una correcta dirección que funciona mejor cuando se ciñe a la historia original al contrario de la versión española. El guion apunta más aquí a una comedia de liberación y sanación que apela a la exageración absoluta como método cómico, que a una comedia romántica, en un film por momentos melancólico pero menos crítico hacía la tecnodependencia y las injusticias sociales y más atento a algunas discusiones instaladas en la actualidad entre la clase media argentina como es el estrés, los contradicciones de los entornos laborales profesionales cada vez más volátiles, las dificultades para equilibrar la vida personal y la laboral como mandan las nuevas modas de la felicidad prefabricada, el reemplazo de los hijos por mascotas, las contradicciones abiertas por las nuevas aplicaciones de servicios de distinta índole para teléfonos celulares y las relaciones sociales mediatizadas por estos artefactos. Re Loca es así una película muy divertida pero demasiado centrada en la visión de la clase media profesional argentina sobre los problemas que las mujeres de esta clase social deben afrontan, planteando la imperiosa necesidad de decir basta, rebelarse y enfrentar los abusos de parte de jefes, parejas y quien quiera que las menosprecie.
Jugando a la guerra sucia Al igual que en Sicario (2015), el extraordinario film del realizador canadiense Denis Villeneuve, la secuela, también escrita por Taylor Sheridan, responsable del guión de la maravillosa Sin Nada que Perder (Hell or High Water, 2016), Sicario 2: Día del Soldado (Sicario: Day of the Soldado, 2018) se enmarca nuevamente en un estilo de films de gran crudeza sobre los acuciantes conflictos sociales en la frontera entre Estados Unidos y México que tuvieron su punto de partida a nivel cinematográfico con Traffic (2000), la obra de Steven Soderbergh protagonizada por Michael Douglas, Benicio Del Toro y Catherine Zeta-Jones. En esta oportunidad la dirección quedó a cargo del realizador italiano Stefano Sollima, conocido por su film anterior, Suburra (2015), y por la dirección de varios episodios de la serie Gomorra (2014-2016). Con una trama más explícita que profunda y menos sensible pero más brutal que la obra que la precede, el film de Sollima narra nuevamente la guerra clandestina entre el gobierno norteamericano y los carteles de la droga, pero esta vez no por la droga sino por el tráfico de personas de un país a otro, negocio migratorio que según la teoría de la película se habría impuesto al tráfico de drogas duras por su mayor rentabilidad producto del constante flujo de personas hacia Estados Unidos y el carácter desechable del recurso humano, sobre el que no se realiza ninguna inversión para su traslado. La trama desencadena algunos de los mayores temores respecto de las nuevas formas que el terrorismo adquiere para escamotear la vigilancia y el control fronterizo que realizan las agencias de seguridad en Estados Unidos. El relato discurre así sobre el negocio del tráfico ilegal de personas hacia ese país y la desconfianza y el peligro respecto al ingreso de terroristas por esa vía. En Sicario 2: Día del Soldado, un cruel ataque terrorista en un supermercado desata una operación de contrainteligencia por parte de un grupo de mercenarios contratados por el Departamento de Defensa norteamericano que involucra el secuestro de la hija de un jefe narco para promover una guerra entre carteles rivales para dividirlos y controlarlos. La muerte de un grupo de policías mexicanos involucrados con uno de los carteles complica la misión de sembrar confusión y terror y la operación pasa de ser un fracaso a un verdadero desastre que es imprescindible contener, lo que genera conflictos de intereses, pruritos morales y pruebas de lealtad y deslealtad. De esta forma la película da cuenta de un cambio de paradigma dentro de los carteles por el control de la frontera, un no lugar donde los sujetos pasan a ser una mercadería sin valor real, incluso descartable. La obra tiene buenas actuaciones de parte de un gran elenco encabezado por Josh Brolin y Benicio del Toro, mucha tensión narrativa y construye una historia interesante sobre una cuestión de actualidad que oscila entre el agudo existencialismo descarnado de Sheridan y el parco realismo inclemente de Sollima, combinando ambos estilos con un resultado contradictorio que no llega a plasmar la visión del primero, quien ya ha demostrado con Viento Salvaje (Wind River, 2017) que es también un gran director, y deja al descubierto las obsesiones de Sollima alrededor de parsimoniosas secuencias innecesarias. A diferencia del film de Villeneuve, el opus del realizador italiano es demasiado confuso, eligiendo un realismo feroz pero que no indaga en la crueldad como motor filosófico de las acciones. El desierto no surge aquí como un lugar desolador donde la condición humana se macera y se modula en la frontera de la moralidad para lograr una crueldad irreversible, aunque sí se indaga en la construcción del carácter sicario y en la venganza como un motor ante el escenario de violencia que se cierne sobre unos personajes atrapados por su odio y rencor. Sicario 2: Día del Soldado es así un film demasiado explícito con una música industrial atronadora que renuncia al terror perturbador y al simbolismo para dejar vívidas imágenes sobre la muerte que apila cadáveres en las carreteras de tierra alrededor del desierto, creando asesinos en una visión muy oscura de la naturaleza humana y del presente y el futuro de los migrantes latinos.
Déjalo ser El segundo largometraje del realizador de origen australiano Nash Edgerton, Gringo (2018), es un thriller muy dinámico con toques de comedia negra alrededor de los entramados sobre la legalización de la marihuana para uso medicinal en Estados Unidos, los negociados entre las corporaciones y los carteles de narcotráfico y la relación comercial de fabricación y consumo con fines tanto de explotación laboral como de evasión fiscal/ legal por parte de las empresas farmacéuticas norteamericanas. El film narra una serie de acontecimientos e historias entrecruzadas alrededor de malentendidos e intereses que entran en conflicto en un tránsito por diversos géneros cinematográficos que predisponen al espectador a un viaje tan real como divertido al corazón de las contradicciones del nuevo capitalismo. Un gerente de operaciones de una empresa farmacéutica, Harold (David Oyelowo), se entera de que su esposa no solo lo está llevando a la bancarrota financiera con sus ingentes gastos sino que lo engaña y va a abandonarlo. Además la empresa para la que ha dedicado su vida, propiedad de su mejor amigo, está a punto de fusionarse o ser adquirida por otra en una operación que seguramente lo dejará sin trabajo. A esto se le suman las constantes faltas de respeto por parte de los dueños de la empresa que predisponen a Harold hacia tomar la justicia en sus manos y simular un auto secuestro para engañar a los socios de la empresa, Richard (Joel Edgerton) e Elaine (Charlize Theron), para que le paguen un porcentaje del seguro por secuestro en un país extranjero, pero el plan no sale como Harold espera y todo se complica. El secuestro ficticio se vuelve real cuando el cartel mexicano liderado por un fanático acérrimo del último álbum de estudio de The Beatles, Villegas (Carlos Corona), que tiene negocios turbios con la empresa, se entera que Harold tiene acceso a la fórmula de la pastilla y deciden raptarlo para obtenerla. Así se desata una cacería tan desesperada como cómica en la que todos los personajes se verán obligados a improvisar sin saber realmente en qué se están metiendo ni cuáles son las consecuencias de sus actos. Para agregar un condimento coral a la propuesta, el recepcionista del hotel donde se hospeda Harold y su hermano también se suman a la disparatada persecución, mientras que un empleado mediocre y muy manipulable de una casa de música viaja a México con su ilusa novia con la excusa de vacacionar pero con la finalidad de traer algunas pastillas de la nueva droga a Estados Unidos para la industria del espectáculo. Gringo deambula caóticamente al igual que su protagonista sin perder el hilo ni el ritmo entre una comedia negra de enredos, un thriller policial y un drama sobre las miserias de las corporaciones, el fracaso del sueño americano, las contradicciones sociales, la responsabilidad y el respeto, todo en una obra donde la ampulosa actuación de Charlize Theron sobresale por su histrionismo, secundada por un gran elenco que incluye a Amanda Seyfried, Yul Vázquez, Carlos Corona como el jefe narco y Sharlto Copley como el hermano de Richard, un ex militar mercenario norteamericano especialista en operaciones encubiertas arrepentido de sus fechorías que intenta lavar su culpa trabajando para una ONG en Haití y es contratado por éste para rescatar a Harold de sus supuestos captores. En base a un excelente guión de Matthew Stone y Anthony Tambakis, Edgerton crea una trama enrevesada como una telaraña que se cierne sobre los protagonistas, quienes buscan su propio provecho sin tener nunca en cuenta los intereses ajenos, el contexto en que se encuentran y las derivaciones de sus irresponsables actos, que los llevan a manipular, engañar e infringir las leyes en una ceguera social impresionante, que marca hasta qué punto cada individuo vive irresponsablemente encerrado en su propio mundo, siguiendo al rebaño o rebelándose absurdamente para descubrir que actuar sin inteligencia tiene un precio. Además de las buenas actuaciones y de una gran dirección caleidoscópica, se destaca la fotografía de Eduard Grau, responsable de films como A Single Man (2009) y Buried (2010), que resalta los dilemas de cada personaje y los contrastes sociales en una película con un agudo sentido del humor que logra construir un retrato panorámico sobre la relación entre los negocios legales y su veta ilegal, los vericuetos de las decisiones corporativas y la irracionalidad de un sistema tan perverso como inmoral que explota, destruye y macera a los sujetos para procesarlos bajo sus propias contradicciones. Sardónica e inocente a la vez, Gringo encuentra así un equilibrio entre todos los géneros que transita para hallar en un grupo de antihéroes el reflejo del capitalismo corporativo en su expresión más patética y mezquina.
Los secretos de la casona El realizador italiano radicado en Chile Arnaldo Valsecchi, conocido por sus obras para televisión en el país trasandino y por su film La Rubia de Kennedy (1995), regresa con una comedia centrada en el poder liberador del sexo, las historias familiares y los desagravios que involucran a un grupo de mujeres aristocráticas que vive en una hacienda en los suburbios de una ciudad chilena sin identificar. Basada en una novela publicada en 2002 del escritor Jaime Hagel Echeñique, Calzones Rotos: Revancha de Mujeres (2017) es una historia coral que remite a una popular receta dulce chilena y discurre sobre una serie de acontecimientos confusos en torno a varias muertes y desapariciones vinculadas con una familia de alcurnia. En un relato que va revelando claves a medida que transcurre el metraje, las distintas historias de los personajes se entrelazan narrando relaciones incestuosas, engaños, crímenes, accidentes, incógnitas, venganzas y amoríos, construyendo un retrato detallista de época. Matilde, una anciana de carácter fuerte vive en una casona alejada de la ciudad con sus tres hijas, que no se han casado, y con una joven jueza, adoptada por la familia cuando era un bebé. Cuando sus dos nietos regresan, uno casado con una voluptuosa y extrovertida mujer norteamericana, para visitar a la abuela supuestamente moribunda, ésta le confiesa a un sacerdote el asesinato de su esposo desaparecido hace cuarenta años, a lo que se suma otro cadáver escondido en un cofre en el arcón de la cochera, el suicidio de un tío en circunstancias muy sospechosas y la muerte de los padres de los nietos en un accidente. Distintos personajes desfilan así en una historia donde las mujeres son las protagonistas y los hombres corren sin sentido detrás de los fantasmas del pasado. El film de Valsecchi sorprende por su elección temática cómica en un divertido guión en colaboración con Valeria Vargas, transformando el carácter severo de algunas situaciones a través de un estilo jovial y alegre en una película con mucha vitalidad, que utiliza el sexo como arma, placer y liberación -dependiendo de la situación- pero con un pobre desarrollo narrativo. A pesar de lograr buenas actuaciones y de proponer una historia interesante sobre mujeres que desafían los mandatos patriarcales en una época donde el enfrentamiento contra los abusos y los maltratos no era tan común, la obra no consigue explotar las posibilidades de todos los personajes ni ahondar en profundidad en ninguna cuestión. En algunas escenas Calzones Rotos: Revancha de Mujeres parece una historia de Federico García Lorca, como por ejemplo La Casa de Bernarda Alba, pero falla en la ejecución conceptual, centrándose más en la premisa de enaltecer a algunos personajes femeninos y hundir a los deleznables personajes masculinos del film que en encontrar las contradicciones narrativas y estructurales del relato propuesto. Aunque simpática y divertida, la película no consigue tampoco clausurar los argumentos abiertos por la historia ni manejarlos del todo, dejando a la deriva a los personajes y a la trama, introduciendo nuevos personajes y abusando del sexo para que la narración no se estanque. Valsecchi no consigue crear una gran historia que refleje las injusticias y las iniquidades que las mujeres sufrieron en Chile a lo largo del Siglo XX pero si ofrece una historia divertida y amena sobre entretelones, engaños y revanchas, apelando a una correcta dirección de personajes femeninos de gran temple que descubren sus límites a la tolerancia, la humillación y el abuso patriarcal.
Crónica de una revolución anunciada El tercer largometraje del realizador sueco Tarik Saleh es un thriller policial sobre los alcances de la corrupción en Egipto. El film está inspirado en la historia del asesinato de la popular cantante libanesa Suzanne Tamin en Dubai. Saleh sitúa la acción en El Cairo durante las jornadas revolucionarias de enero de 2011, conocida como la Primavera Árabe, que marcó el inicio de cambios políticos profundos en los países del norte de África, camino iniciado por los ciudadanos tunecinos durante 2010 con una serie de manifestaciones multitudinarias contra el autoritarismo neoliberal imperante desde la década del ochenta en ambos países. En Crimen en El Cairo (The Nile Hilton Incident, 2017) el asesinato de una cantante tunecina en el exclusivo Hotel Hilton de la capital egipcia pone al descubierto una trama de corrupción que involucra a todas las esferas sociales, pero especialmente a las fuerzas de seguridad, verdaderos vertederos infectos donde la ley no tiene lugar y todo es posible menos el respecto por la integridad y los derechos humanos. La imprecisa investigación del comandante Noredin Mostafa (Fares Fares) lo lleva a descubrir la implicancia de un eminente empresario inmobiliario y miembro del Parlamento -amigo además del hijo del Presidente Mubarak- en la muerte de la joven cantante, Lalena (Rebecca Simonsson). A la vez que no logra dar con la única testigo, una mucama sudanesa, el policía descubre una trama de extorsión que involucra a Lalena y a su amiga Gina (Hania Amar), otra aspirante a cantante que trabaja en un club de citas para hombres de negocios, con la cual se involucra sentimentalmente. Noredin destapa así a su pesar ollas de pestilencia para darse cuenta de que la investigación y el asesinato son parte del enfrentamiento entre distintas facciones del putrefacto sistema de represión del Estado, grupos solo interesados en acumular más poder y dinero, y que están dispuestos a sacar del camino a cualquiera que se interponga. Saleh crea aquí una gran narración sobre la corrupción policial y las consecuencias de las políticas neoliberales en el norte de África con excelentes actuaciones de un elenco formidable y una fotografía que pone énfasis en las contradicciones alrededor de la pobreza y la riqueza a partir del trabajo de Pierre Aïm, responsable de la fotografía de films como El Odio (La Haine, 1995) y Bienvenidos al País de la Locura (Bienvenue chez les Ch’tis, 2008). Con un buen guión del propio director, Crimen en El Cairo logra construir un policial negro que atrapa al espectador y lo arrincona en la demencial acción del relato, conducido a su vez por la música electrónica atronadora del compositor sueco Krister Linder. El film reconstruye de esta manera -capa tras capa- los entramados de un nivel de corrupción inusitado que atraviesa a todos los sujetos contraponiendo a esa red invisible el estallido rebelde ciudadano que causó la caída del presidente represor y asesino Hosni Mubarak y el inicio de su periplo judicial. Caótica, al igual que la superpoblada capital de Egipto, Crimen en El Cairo contrapone la investigación policial con las historias de los inmigrantes que viajan a Egipto por un futuro mejor, los sueños truncados por las perversas condiciones de explotación y abuso, las obscenas diferencias de clase, la pobreza como constante social y la ebullición de las protestas que crecen hasta convertirse en una verdadera rebelión contra la dictadura que gobernó casi treinta años a fuerza de represión y corrupción.