Ambigüedad concupiscente En medio del caluroso verano de la costa italiana, un joven universitario de creencias judías de veinticuatro años, Oliver (Armie Hammer) llega a la casa de la familia Perlman invitado por el padre (Michael Stuhlbarg), un profesor universitario de arqueología norteamericano que vive junto a su esposa, Annella (Amira Casar) y su hijo, Elio (Timothée Chalamet) en la villa que la mujer heredó de su familia italiana. Entre lecturas, transcripciones de partituras, juegos, bailes y muchas horas de tedio y aburrimiento, Elio descubre poco a poco su sexualidad junto a una joven del pueblo, Marzia (Esther Garrel) y Oliver con la aprobación de sus liberales padres, que lo alientan a experimentar y vivir intensamente en un entorno proclive y libre de prejuicios a principios de la década del ochenta en el sur de Italia. Basado en la novela homónima del escritor nacido en Egipto, de nacionalidad Ítalo norteamericana André Aciman, el film del realizador siciliano Luca Guadagnino es una obra cándida y de gran tensión sexual que propone una concupiscencia inocente y sensual pero sin lascivia ni lujuria. Las relaciones están rodeadas de afecto, de un secreto a la luz del día, rodeada de un paisaje de una belleza extraordinaria. La fotografía de Sayombhu Mukdeeprom, responsable de Las Mil y una Noches (As Mil e Uma Noites, 2015), retrata los paisajes y los gestos como obras de arte que cambian de forma, en constante transformación desde la observación subjetiva, desde la intención y la insinuación, creando una sensación de vigor intempestivo. Pero más que un film sobre una relación de amor, Llámame por Tu Nombre (Call Me by Your Name, 2017) es una obra sobre el amor por el arte y las formas sensibles, con variaciones de piano y guitarra, temas del compositor alemán Johann Sebastian Bach, una íntima banda sonora del cantautor Sufjan Stevens, que construye maravillosas melodías melancólicas, una hermosa obsesión por la banda inglesa Post Punk The Psychedelic Furs y diálogos de gran sinceridad en un contexto intelectual abierto, poliglota, de disfrute e investigación combinados con una mirada artística, filosófica, académica y poética. El extraordinario guión de James Ivory, aclamado por la dirección de la adaptación cinematográfica de la excepcional novela de Kazuo Ishiguro, Lo que Queda del Día (The Remains of the Day, 1993), y la adaptación de la novela de Arianna Huffington, Sobreviviendo a Picasso (Surviving Picasso, 1996), construye una narración fluida y refinada, que hace hincapié en la ambigüedad y la sensualidad que fluyen como el agua que baja de las montañas en un drama donde la vida parece detenida, la política surge subrepticiamente y sutilmente en carteles y afiches de los partidos políticos y del líder fascista Benito Mussolini y en discusiones alrededor del triunfo electoral del Partido Socialista Italiano, que llevó al cargo de Primer Ministro a Bettino Craxi en 1983. Llámame por Tu Nombre es un film poético de aprendizaje, descubrimiento y comunicación de los propios sentimientos por parte de los personajes, con especial énfasis en Elio. A pesar de las excelentes actuaciones de todo el elenco Timothée Chalamet se destaca con su interpretación despreocupada, ingenua y curiosa de un adolescente de diecisiete años con muchos conocimientos de toda índole, una gran sensibilidad para el piano, ansioso por aprender y conocer, capaz de conversar fluidamente en italiano, francés e inglés y pasar de un idioma a otro y opinar profundamente sobre historia, música y arte con discernimiento y candor. Ivory y Guadagnino logran crear así una poética emotiva donde el romanticismo cede su lugar a la concupiscencia rescatando los sentimientos más que al amor como un vaivén que forja el carácter y la personalidad enriqueciéndola y abriéndola a nuevas experiencias o cerrándola y convirtiéndola en una coraza a prueba de decepciones. De esta forma, la alegría, el amor, la tristeza y la melancolía se mezclan en un sentimiento ambiguo dirigido por la música de Sufjan Stevens hacia una vida plena y sabia.
Cine y poesía política Fiel a su estilo político antifascista, el realizador mexicano Guillermo del Toro regresa a la pantalla con La Forma del Agua (The Shape of Water, 2017), un film sobre el amor, la soledad, la amistad, la empatía y la solidaridad, sentimientos que transformados en acciones permiten enfrentar los abusos que acarrea el odio militar y policial. El film, escrito por el propio Del Toro, quien también editó un libro homónimo con la historia, junto a Vanessa Taylor, responsable de la adaptación de la novela de Veronica Roth, Divergente (Divergent, 2014), narra la llegada de una criatura marina raptada del Amazonas al Centro de Investigación Aeroespacial Occam en Baltimore, en Estados Unidos, para su estudio durante la década del cincuenta en el contexto de la Guerra Fría. Allí, mientras los científicos analizan su comportamiento y anatomía con miras a posibles avances en la carrera espacial, el militar que lo custodia, Richard Strickland (Michael Shannon), tortura a la criatura, un misterioso ser de las profundidades que entabla una relación muy especial con Elisa Esposito (Sally Hawkins), una mujer muda y soñadora despierta que trabaja en el área de maestranza del Centro. Con un estilo narrativo fantástico similar a los cuentos de los hermanos Grimm, o los cuentos de hadas antiguos, Del Toro crea un relato maravilloso de gran calidez narrado por un vecino de Elisa, Giles (Richard Jenkins), un dibujante e ilustrador homosexual de tendencias artísticas y problemas con el alcohol que vive junto a la protagonista en unos departamentos arriba de una hermosa sala de cine. El opus trabaja con un esquema de ruptura de la rutina a través de la introducción de un personaje inesperado que convoca la anomalía a través de despertar primero la curiosidad y después la empatía para llegar al amor y la aventura a través del ocultamiento de la relación, la huida del Centro y la lucha contra Strickland, un psicópata perverso y degenerado con varios grados de represión que ejemplifica el padre y esposo típico de la pujante sociedad norteamericana de la época cuya misión divina es generar resultados a cualquier costo para sus superiores y la estructura gubernamental de su país. Las extraordinarias actuaciones de todo el elenco son parte de esta exaltación de la belleza que también busca romper con estereotipos y tabúes sexuales. Sally Hawkins realiza una labor inmensa con una alegría trascendente desde lo gestual en una obra en la que también se destacan Octavia Spencer como Zelda, la amiga y compañera de trabajo de Elisa y Michael Shannon como Strickland, un gran villano de gran crueldad que ejemplifica el fanatismo que conduce a la locura de la cultura de la entrega a una idea, a la dominación y la humillación, a un dios, una religión, un trabajo y un puesto en lugar de la dedicación a la búsqueda de empatía en la relación con el otro. La Forma del Agua recorre así el drama, la comedia, la intriga, el romanticismo y el terror en un opus que utiliza los efectos especiales y hasta la robótica con fines narrativos y visuales sin abusar ni imponerlos por sobre el relato. Como en cada film del director de El Laberinto del Fauno (2006) y El Espinazo del Diablo (2001), el trabajo de fotografía y la dirección artística son las claves de la construcción de un imaginario y un mundo en la que lo fantástico irrumpa en la realidad para enriquecerla, sacarla del marasmo de la gris cotidianeidad y demostrar así la riqueza de la creación de sueños. Aquí Del Toro vuelve a colaborar con Dan Laustsen, director de fotografía de Mimic (1997), y con Nigel Churcher, responsable del arte de films como 30 Días de noche (30 Days at Night, 2007) y Scott Pilgrim vs. the World (2010). Entre Del Toro, Laustsen, Churcher y el compositor francés Alexandre Desplat, responsable de la música de El Código Enigma (The Imitation Game, 2014) y Moonrise Kingdom (2012), la combinación de los artesanos crea una década del cincuenta idealizada, donde imperan colores tenues pero penetrantes, los musicales de zapateo, las estrellas de Hollywood y sus cautivantes voces, las canciones de amor y principalmente la belleza de una época que hoy es considerada clásica del cine y la cultura. Pero también dan cuenta de un mundo al borde de un cambio radical, de los sutiles pero profundos puntos de quiebre que se perfilan y del enfrentamiento político, económico y cultural entre la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas y los Estados Unidos. En todos los rubros, La Forma del Agua es así una obra de detalles que busca el corazón del espectador para romper con la inseguridad de la cultura machista, las visiones sesgadas sobre el amor y el fascismo que habita en las filosofías positivas, proponiendo lo grotesco como algo hermoso, la teoría crítica como una cabal interpretación de la realidad, el arte como forma de expresión opuesta a la violencia y el amor como arma contra el odio y la cultura de la obediencia castrense.
Las heridas de la violencia social Además de la gran cantidad de nominaciones y premios que Una Mujer Fantástica (2017) viene cosechando alrededor del mundo, el film catapultó al realizador chileno Sebastián Leilo al cine norteamericano, ya que luego de la próxima Disobedience (2017), adaptación de la exitosa novela de Naomi Alderman, ahora mismo se encuentra filmando la remake para Estados Unidos de Gloria (2013), que será protagonizada por Julianne Moore en el personaje originalmente interpretado por Paulina García, actriz que también viene trabajando a nivel internacional en films como La Cordillera (2017) y Little Men (2016) En Una Mujer Fantástica, el repentino colapso de su pareja, Orlando (Francisco Reyes), a causa de un aneurisma, expone a Marina Vidal (Daniela Vega), una mujer transgénero, cantante lírica de amplio repertorio y moza de un bar, al rechazo de la mayor parte de la familia de su pareja y de las instituciones sociales, o sea los médicos, la policía y la sociedad chilena en general, situación de humillación y violencia social y de género que la pone en un estado muy vulnerable y acongojado. Sospechada de haberle causado heridas a Orlando durante el episodio Marina descubre que ella es objeto de un rechazo visceral por parte de una sociedad que la cataloga como un efecto de la depravación. Además, cuando la ex esposa y el hijo de Orlando le piden a Marina que abandone el departamento en que vivía con su novio y devuelva el auto, la familia conoce por primera vez su identidad y la violencia contenida desata el dolor por la pérdida, que rápidamente se torna en odio y encono contra ella. Mientras soporta los golpes y la intimidación de la familia de Orlando, Marina realiza su propio duelo y se obsesiona con la llave de un casillero de un sauna al que Orlando acudía regularmente, que encuentra casualmente entre los objetos de su ex pareja, tal vez una última aventura que la mujer se propone para despedir la memoria de su pareja, que se aparece constantemente enfrente de su camino como recordatorio de que el amor a veces es pasajero pero que su intensidad puede aumentar con la ausencia. El director chileno crea un film sobre la identidad femenina y trans y el contexto reaccionario que le rodea en una sociedad estratificada con enormes diferencias sociales y de clase, donde la aceptación de la relación entre Marina y Orlando es una quimera. El guión de Leilo junto a Gonzalo Maza, con quien también coescribió Gloria, está redactado a la medida de Daniela Vega, quien realiza un trabajo extraordinario, entregando una actuación arriesgada, valiente y natural sobre el derrotero de la identidad trans en su país y la lucha cotidiana por la aceptación y la igualdad. Con gran realismo Una Mujer Fantástica narra el paso del rechazo a la discriminación que cede su espacio al odio y a la violencia. El acoso de todo tipo que Marina vive y la dificultad para amar y ser amada conviven con la angustia ante el maltrato y la necesidad de estar alerta constantemente. Sebastián Leilo entrega así una obra de escenas tan penetrantes y profundas como dolorosas y sensibles que describen las distintas reacciones del conservadurismo ante lo que consideran grotesco y lo que no pueden o desean comprender, indicio en realidad de su mirada sesgada y perversa, incapaz de ver la belleza, para encontrar de esta forma el gatillo del odio de una clase que se cree justificada a avasallar los derechos de todos como si aún viviera bajo la estela en la dictadura genocida que promocionó y sostuvo hasta donde pudo.
La guerra y la paz El realizador inglés Joe Wright regresa con un film sobre los caóticos primeros días de Winston Churchill como Primer Ministro del Reino Unido tras la renuncia del criticado Neville Chamberlain, quien ejerció el cargo entre 1937 y 1940, años del ascenso y avance del nacionalsocialismo en Europa. Con un estilo historicista claramente en favor de Churchill, el guión Anthony McCarten comienza con el encendido discurso del líder de la oposición laborista Clement Attle (David Schofield) en el Parlamento en contra de Chamberlain (Ronald Pickup) y en favor de su dimisión inmediata. En su diatriba, Attle, quien sucedería a Churchill (Gary Oldman) como Primer Ministro tras la finalización de la guerra hasta principios de la década del cincuenta, enfatiza la necesidad de buscar un nuevo candidato para un gobierno de coalición entre los tres partidos de mayor representación en el Parlamento. Tras el rechazo de Edward Wood, vizconde de Halifax (Stephen Dillane) Churchill asume el cargo pero Alemania parece imparable, las tropas de Francia e Inglaterra se repliegan ante el avance de los tanques Panzer, Bélgica se derrumba y todo parece indicar que Hitler está a punto de invadir Gran Bretaña. Con una interpretación magistral de Gary Oldman el film reconstruye los días previos a la maniobra de retirada del ejército inglés del puerto de Dunquerque en el norte de Francia, hazaña recientemente reconstruida de forma absolutamente extraordinaria en el opus de Christopher Nolan, Dunquerque (Dunkirk, 2017). El film analiza dialécticamente la disputa política entre el sector de Chamberlain y Halifax, que buscaba mantener la política de apaciguamiento y paz con Alemania e Italia, y la de Churchill, que consideraba que Hitler buscaba expandir el nacionalsocialismo por toda Europa instaurando dictaduras afines satélites de Alemania, eliminando la democracia y la independencia soberana. Las Horas Más Oscuras (Darkest Hour, 2017) intenta analizar la figura de Churchill en toda su dimensión a través de dos vertientes, su vida política en el Partido Conservador y su vida privada. Ya sea a través de su pensamiento, sus controvertidas acciones, las críticas de detractores, su tensa relación con el Gabinete de Guerra, el entendimiento tácito con el Rey George VI, la obra indaga en el tesón de un hombre que veía como el viejo mundo caía bajo las bombas nacionalsocialistas, esperando la inexorable invasión de Hitler y su sequito. La película reconstruye de esta forma la idiosincrasia de la época, el espíritu de las discusiones del Parlamento, la búsqueda de la apertura de canales de negociación con Alemania a través de Italia por parte del vizconde de Halifax, los recuerdos de los horrores de la Primera Guerra Mundial en la mente de los estadistas, la enfermedad de Chamberlain y la seguridad de Churchill de que la organización de la defensa de la soberanía era la mejor arma para combatir la locura belicista que Hitler y el nacionalsocialismo desataba sobre Europa. Wright vuelve a recurrir al compositor italiano Dario Marianelli (V de Vendetta: V for Vendetta, 2005) con el que ya trabajó en Atonement (2007), El Solista (The Soloist, 2009) y Anna Karenina, 2009) para construir melodías que pertinentemente acompañan las escenas sin sobresalir. La fotografía de Bruno Delbonnel (Amélie, 2001) busca en los primeros planos de los protagonistas los gestos de angustia de los protagonistas, sus esperanzas y sus incertidumbres. Ya sea en los ojos de su esposa, Clemmie, interpretada por Kristin Scott Thomas o en el de su secretaria, Elizabeth Layton (Lily James), Churchill aparece como estadista y hombre que duda pero no vacila, y que se pregunta sobre las consecuencias de sus actos y decisiones para el futuro de su país en diálogos realmente significativos que reconstruyen el temor de unos hombres que ven su mundo desmoronarse y deben decidir qué hacer antes de que sea tarde. Las Horas Más Oscuras es así un film sobre la fuerza para continuar en el rumbo cuando todo parece hundirse y de la libertad solo queda una letra de cambio que se deprecia rápidamente en el mercado de los políticos que consideran la paz como una claudicación ante la violencia fascista.
A corazón abierto Con una inusual visión que combina un realismo mágico con un terror inescrupuloso y una parsimonia de gran intensidad, el realizador griego Yorgos Lanthimos (Dogtooth, 2009) construye pesadillas de gran realismo que adentran al espectador hacía las texturas de un mundo desconocido, intempestivo, que va estableciendo sus reglas y sus tabúes, dejando entrever que algo, o más bien todo, anda mal, en films absolutamente claustrofóbicos donde la libertad y la vida se ponen a prueba en todo momento. En su último film, El Sacrificio del Ciervo Sagrado (The Killing of a Sacred Deer, 2017), Lanthimos presenta un drama en clave de tragedia griega y sinfonía alegórica sobre un cirujano cardiovascular neoyorkino acosado por el hijo adolescente de un paciente fallecido por mala praxis. Obsesionado con la figura paterna perdida, el joven comienza una amistad con el medico que deviene en tormento sobre la familia, a la cual condena a una muerte dolorosa y cruel si el exitoso cirujano no sacrifica a un miembro de su familia por la supervivencia del resto como retribución por la muerte de su padre en el quirófano durante una operación coronaria. En un guion escrito en colaboración con Efthymis Filippou, también coautor de The Lobster (2015), el opus de Lanthimos propone actuaciones circunspectas y profundas, con interpretaciones extraordinarias, destacándose Nicole Kidman como Anna Murphy, la esposa del cirujano (Colin Farrell), una oftalmóloga profesional, mujer fuerte, decidida y directa, y Barry Keoghan como Martin, el joven perturbado que amenaza la tranquilidad y la rutina de la familia Murphy. Sunny Suljic y Raffey Cassidy, quienes interpretan a los hijos de la pareja, también realizan una gran tarea, al igual que un atribulado Farrell como Steven Murphy, el cirujano recuperado de su adicción a la bebida, Bill Camp como amigo de Steven y anestesiólogo del hospital donde este se desempeña como cirujano y una Alicia Silverstone desconocida en un rol muy breve como madre de Martin. La música incidental y perturbadora del film es una de las grandes protagonistas de una trama compleja y obscura. A cargo de Johnnie Burn (Under the Skin, 2013), con la supervisión de Sarah Giles y Nick Payne, las discordancias musicales crean climas, desarrollan tejidos argumentales y dramáticos que transforman la simbología de un film que busca en ese mismo carácter simbólico una metáfora que transfigure el sentido de la trama, convirtiendo al cine en un teatro de la crueldad que indague en la radicalidad cinematográfica a través del shock como búsqueda de la verdad humana. El Sacrificio del Ciervo Sagrado es un film provocativo, cargado de una violencia contenida en cada escena que no siempre se manifiesta, pero que siempre está latente, esperando para emerger y desatar a la bestia que los personajes llevan dentro. Algo siniestro, que no pueden comprender, se apodera de los personajes, de su comportamiento, de sus acciones, de su mentalidad, desencajándolos sin que se den cuenta de que todo ha cambiado. De a poco descubren que el mundo en que vivían no existe más y están atrapados en una situación tan novedosa e incomprensible como aterradora. El realizador de origen griego lleva así la lógica metafórica de su film hasta sus límites con un guion extraordinario de gran profundidad figurativa sin concesiones ni temores a la hora de tomar decisiones arriesgadas que dejen una marca en la psiquis del espectador adormecido del Siglo XXI.
Turistas de armas tomar El realizador norteamericano Clint Eastwood regresa con 15:17 Tren a París (The 15:17 to Paris, 2018), un film sobre la reconstrucción de los hechos ocurridos alrededor del intento de ataque terrorista el 21 de agosto de 2015 en el tren de alta velocidad de la empresa Thalys durante el trayecto entre Ámsterdam y París. El guión de Dorothy Blyskal es una adaptación de la novela The 15:17 to Paris: The True Story of a Terrorist, a Train and Three American Soldiers, escrito por Jeffrey E. Stern junto a los protagonistas de los acontecimientos, Spencer Stone, Anthony Sadler y Alek Skarlatos, quienes se interpretan a sí mismos en la película. Eastwood explora la infancia de los protagonistas en una escuela católica para analizar el entorno de los protagonistas, sus anhelos, sus familias, las obsesiones religiosas de los norteamericanos y la idiosincrasia belicista para comprender la formación de la personalidad y el carácter de los jóvenes que ejemplifican cabalmente al estereotipo de los soldados estadounidenses de licencia que todos los veranos recorren Europa y el mundo como mochileros. Ya sea en su comportamiento en los hostels o en los boliches, las borracheras y las posteriores resacas, el film recrea unas vacaciones típicas de un grupo de jóvenes que son conducidos por el destino hasta un enfrentamiento, tal vez buscado, que los catapulta a la heroicidad. Desde Blood Work (2002) Eastwood trabaja con el extraordinario director de fotografía Tom Stern, responsable de Río Místico (Mystic River, 2003) e Invictus (2009), entre algunos de los más destacados trabajos junto al prolífico realizador. En esta oportunidad el responsable de la fotografía realiza un gran trabajo panorámico y de primeros planos, especialmente en las difíciles escenas en el tren, realmente logradas gracias a la minuciosa descripción de los protagonistas y la colaboración entre la incisiva fotografía y la cruda dirección del veterano director. Eastwood, por su parte, logra muy buenas actuaciones de los jóvenes protagonistas del hecho y de los niños que los personifican en su infancia, en un opus que busca en el amor de los chicos por la guerra, el maltrato que reciben y la mentalidad nacional el germen del militarismo norteamericano. El film narra también las dificultades de los soldados para entrar en las posiciones del ejército que solicitan, los largos entrenamientos, la extensa cantidad de publicidad para que se unan al ejército y principalmente la contraposición entre los trabajos no calificados, aburridos y monótonos de una sociedad absolutamente estratificada por la posición social y los ingresos en comparación con las posibilidades de crecimiento, desarrollo de las capacidades y camaradería que el ejército ofrece como una antítesis paradójica del egoísmo del mercado que ese mismo militarismo sostiene. Tras una serie de films extraordinarios como Sully (2016), El Francotirador (American Sniper, 2014), Jersey Boys (2014) y J. Edgar (2011), Clint Eastwood es nuevamente presa de sus obsesiones ideológicas. En este caso por entronizar a tres jóvenes norteamericanos que salvaron a los pasajeros del tren en cuestión de ser masacrados por un psicópata religioso armado hasta los dientes retrotrayéndose a la infancia de los jóvenes demasiado tiempo para culminar en una escena central demasiado breve, aunque avasallante y un final documental con la entrega de la Legión de Honor, el mayor reconocimiento de la República de Francia por parte del cuestionado presidente socialista, François Hollande, artífice y ejecutor de la desastrosa performance socialista y el descredito de su partido en las últimas elecciones presidenciales el país galo. El intenso respeto que Eastwood profesa hacía los jóvenes queda plasmado en este film homenaje que sigue el tono del héroe común de films como Sully y El Francotirador, ambos opus con personajes y un guión más interesante. Aquí la anodina historia de los tres jóvenes nos conduce directamente hacía el lugar preciso y el momento justo en que los protagonistas debieron poner en práctica todo el entrenamiento que el ejército les proporcionó para una buena causa, algo que no siempre ocurre con las fuerzas del orden y las fuerzas militares, ya sea en el norte del continente o más al sur, donde el ejército supo labrarse un mal nombre ejerciendo el terrorismo de estado avasallando la libertad y las vidas que debían proteger.
Los ricos también lloran El gran realizador de origen británico Ridley Scott (Blade Runner, 1982) regresa a la pantalla con Todo el Dinero del Mundo (All the Money in the World, 2017), la reconstrucción ficcional del secuestro de John Paul Getty III, el nieto preferido del multimillonario empresario y líder de industria, Jean Paul Getty, fundador de la empresa Getty Oil, en julio de 1973 por parte de un grupo de campesinos calabreses en Roma. Con un magnifico guión de David Scarpa (The Last Castle, 2001) basado en la novela homónima del escritor inglés John Pearson, autor de The Life of Ian Fleming (1966), el film busca crear una pintura grandiosa y general sobre el secuestro, presentando las posiciones y los sentimientos de todos los involucrados como en un cuadro del pintor holandés Bruegel, el viejo o El Bosco (Hieronymus Bosch). El secuestro de Paul (Charlie Plummer) es el punto de partida para rever la relación que el magnate establece con su hijo, su nieto y su familia y explorar en el divorcio de Gail Harris (Michelle Williams) del padre de Paul, John Paul Getty II (Andrew Buchan), sobre las intromisiones del patriarca, su relación con Paul, el particular y peculiar interés del abuelo para con su nieto, lo que va estableciendo el terreno para trabajar y analizar sobre los acontecimientos posteriores. El film se destaca por la quirúrgica dirección de un Ridley Scott que encuentra en la extraordinaria actuación del veterano Christopher Plummer el espíritu de un Getty soberbio y tacaño dispuesto a hacer cualquier cosa con tal de imponer su predominio o capricho por sobre todo y todos. Michelle Williams también realiza una labor impresionante en un papel demandante interpretando a Gail Harris, una madre desesperada por el bienestar de su hijo secuestrado, indignada por el egoísmo y la avaricia sin límites de su rapaz ex suegro. También se destaca la actuación de Charlie Plummer como Paul, Mark Walberg, como el negociador Fletcher Case y Romain Duris como Cinquanta, uno de los secuestradores. La gran fotografía de Dariusz Wolski se centra en la acción y la relación entre los personajes y sus gestos y diálogos pero también hace hincapié en una mirada atenta y contemplativa de las obras de arte que Getty coleccionaba vorazmente en un film sobre la codicia insaciable y el afán por evadir impuestos que tienen los millonarios. La música a cargo de Daniel Pemberton crea una gran banda sonora con los temas que predominaban en los círculos que los protagonistas frecuentaban para ambientar esta obra que desnuda las relaciones entre los campesinos del sur de Italia con las mafias y las estrategias de negociación de los empresarios que tratan un negocio, un secuestro o una obra de arte con las mismas tácticas. Todo el Dinero del Mundo construye así una historia sobre la avidez por el capital, la acumulación, la formación de un imperio petrolero mundial, el nepotismo alrededor de este mundo, las contradicciones del dinero y el poder, la imposibilidad de compatibilizar el rol empresarial con el rol familiar para los protagonistas y los peligros que acechan a la riqueza obscena rodeada de la pobreza que ella misma causa.
Escenas de la vida cotidiana Alrededor de un encuentro de tres parejas de amigos en la quinta de una de ellas una serie de confesiones crea rispideces y los amigos develan las etapas de la crisis que cada una de ellas sufre e intenta ocultar con diferentes estrategias que se ven puestas a prueba para afrontar los problemas. Los realizadores Hernán Guerschuny (El Crítico, 2013) y Jazmín Stuart (Pistas para Volver a Casa, 2014) escriben y dirigen este drama con toques de comedia que interpela por su actualidad y su aguda descripción social de los problemas de pareja y crisis de una clase media alta profesional en Argentina ante la responsabilidad que la maternidad y la paternidad le representan culturalmente. La trama se construye alrededor de tres parejas y algunos personajes secundarios. Leo (Fernán Mirás) y Andrea (Carla Peterson) son una pareja de célebres arquitectos de treinta y tantos años con un hijo de doce, Fefe (Agustín Bello Ghiorzi) que proyecta ser la cumbre del equilibrio entre el éxito profesional y la relación familiar y de pareja, pero que esconde frustraciones, apariencias y autoengaños. Mariano (Juan Minujín) y Guadalupe (Jazmín Stuart), otra de las parejas, acaban de tener su primer hijo y sufren de una aguda crisis. Mientras que él ha renunciado a la agencia publicitaria en la que trabajaba para emprender su propio y arriesgado proyecto ella ha renunciado a un trabajo en una financiera para dedicarse tiempo completo a su bebé. Obsesionada con el niño Lupe necesita un escape y lo encuentra en solitarios paseos a los que se entrega para fumar marihuana y desenchufarse de sus responsabilidades. Nacho (Martín Slipak) y Sol (Pilar Gamboa), la tercera pareja, tienen trillizos y vive en una vorágine constante debido al bullicio que sus hijos desatan, lo que demanda su atención constante desde el amanecer hasta bien entrada la noche. Las parejas se reúnen en el campo de Leo y Andrea para disfrutar de un fin de semana de descanso del estrés de la rutina de la ciudad pero la dinámica entre ellos se va quebrando y la amistad es puesta en cuestión cuando las apariencias dan lugar a confesiones que desnudan sus dificultades. Recreo (2018) combina con esta narración familiar e intimista climas de comedia con escenas dramáticas que interpelan a los personajes representativos de su clase social, poniendo a los actores a prueba. Con excelentes actuaciones de todo el elenco el film crea climas de gran intensidad a través de un guión que busca en la intimidad los puntos de quiebre de los personajes en la vergüenza, la violencia verbal, el miedo, la ansiedad y máscaras que ocultan sus verdaderos sentimientos y deseos. La fotografía de Marcelo Lavintman (Madraza, 2017) busca establecer una ligazón sentimental e íntima con los interpretes para crear una sensación de empatía y naturalidad típica del estilo narrativo de Stuart que se mezcla exitosamente con el tono más cómico de Guerschuny. Pero el film también habla de las diferencias generacionales, la intuición de los adolescentes y los chicos y los antagonismos entre chicos y adultos, padres e hijos, los conflictos y maltratos de clase e incluso los juicios hipócritas sobre el interés por la vida y la crueldad. Hernán Guerschuny y Jazmín Stuart ofrecen de esta manera una película sobre las contradicciones de unos personajes que interpretan e interpelan a una clase social que no encuentra el rumbo y se pierde debido a una responsabilidad para las que no está preparada cultural ni psicológicamente. Encerrados en su lugar de confort y en sus proyectos esconden sus inseguridades, miserias y falta de sinceridad sin mirar al otro ni intentar comprenderlo. Así Recreo genera empatía proyectando en los espectadores vidas que se preguntan por su presente, indagando en su pasado, pero preocupados por el futuro que están construyendo y el odio y la angustia que están engendrando en sí mismos y sus seres amados.
Sobre la libertad de prensa En The Post (2017) el prolífico realizador norteamericano Steven Spielberg regresa a uno de sus géneros preferidos con un drama histórico político sobre la relación entre la libertad de prensa y la política a través del caso de la divulgación de material clasificado del Pentágono, conocido como Pentagon Papers, sobre la intervención de Estados Unidos en Vietnam desde antes incluso de la Batalla de Diem Bien Phu, por parte de los periódicos norteamericanos The Washington Post, The New York Times y otro diarios que reprodujeron la noticia. Con un guion de Josh Singer, responsable de los guiones de En Primera Plana (Spotlight, 2015) y El Quinto Poder (The Fifth Estate, 2013) y experto a estas alturas en este tipo de dramas históricos que reconstruyen filtraciones de secretos de estado, investigaciones periodísticas y cuestiones relacionadas con las interpretaciones legales de la primera enmienda de su país sobre la libertad de expresión, en colaboración con Liz Hannah, el film presenta la precaria e inestable situación financiera en la que se encontraba The Washington Post antes de la publicación del informe que Robert McNamara, Secretario de Defensa durante las presidencias de John Kennedy y Lyndon Johnson, había encargado sobre la injerencia estadounidense en la política en Vietnam. La historia narra la perseverancia del director ejecutivo de The Washington Post, Benjamin Bradlee, interpretado aquí por Tom Hanks, sobre la necesidad de la investigación periodística y la búsqueda de estar a la altura de las noticias que divulgaba el prestigioso periódico The New York Times para que sus periodistas consigan la primicia, lo que a postre transforma al diario de un periódico local en uno con proyección nacional. El relato también sigue a la atribulada Katherine Graham, personaje compuesto de forma extraordinaria por Meryl Streep, dueña del medio masivo, a punto de salir al mercado de la bolsa de valores para conseguir liquidez y buscar expandirse sin perder calidad ni independencia. Tironeada por sus asesores, la junta de directores, el propio McNamara, Bradlee, la memoria de su fallecido esposo y su padre y todos los hombres que la hacen sentir inútil, insegura y no apta para un puesto directivo, ella debe decidir si la historia se publica o no. El film de Spielberg cuenta con actuaciones excelentes de un elenco maravilloso en el que se destacan no solo Meryl Streep y Tom Hanks sino también Bob Odenkirk como el periodista Ben Bagdikian, Matthew Rhys como Daniel Ellsberg, el topo que filtra los documentos del Pentágono, y Bruce Greenwood como Robert McNamara. La fotografía a cargo de Janusz Kaminski busca en los detalles del proceso de armado técnico de la época en los talleres y en los gestos de los protagonistas la actitud de una libertad que se pone en juego en cada decisión ejecutiva. La música de John Williams logra construir una sutil pero profunda sensación sobre el peligro que se cierne sobre la libertad de expresión y de prensa y también sobre la democracia en el relato del film. Spielberg también expone aquí cuestiones sobre la relación entre la política y la prensa de forma pedagógica e ideológica poniéndose del lado de la libertad de prensa ante la absurda pretensión de censura por parte de la administración Nixon a través de sus jueces adeptos en nombre de la seguridad nacional para crear unos medios adictos. El opus tampoco esconde la connivencia que en otras épocas existió entre la prensa y los gobiernos, la relación entre el poder judicial y el ejecutivo ni la marcada animosidad política demócrata contra el republicano Nixon, la sensación de oportunidad de perdida a partir del asesinato de Kennedy, la traición de Lyndon Johnson y principalmente la colusión de todos las administraciones norteamericanas desde Harry Truman, pasando por Dwight Eisenhower, el propio Kennedy, Johnson y Nixon para esconder que todos los presidentes sabían que la guerra con Vietnam era el peor escenario para Estados Unidos. Así el film narra una historia real en la que la verdad sale a la luz y la libertad de prensa triunfa por sobre las intrigas políticas de un gobierno corrupto que finalmente terminó expuesto por otros dos periodistas de The Washington Post, Bob Woodward y Carl Bernstein, en el caso Watergate. El caso de Pentagon Papers remite directamente por supuesto a la tensa relación que el presidente republicano Donald Trump impuso con la prensa de Estados Unidos en la actualidad, donde la libertad de prensa es cuestionada nuevamente pero en este caso con un carácter de espectáculo y no como controversia jurídica. The Post también lleva al espectador a reflexionar sobre la verdad, la construcción de las noticias, la importancia del periodismo y de su rol social como contralor de la democracia y las instituciones, a diferencia de lo que ocurre en nuestro país, donde la prensa funciona como látigo del poder empresario, siempre a la venta del mejor postor para premiar y castigar al amigo y al enemigo de turno y controlar y modelar a la opinión pública para quitarle más dinero a la clase trabajadora en nombre de las ganancias, sin ningún interés en la calidad periodística ni mucho menos en la verdad.
Las fuerzas del orden En el último capítulo de Mal de Ojo (Colihue, 1996), In Memoriam, del sociólogo libertario Christian Ferrer, sobre la rebelión luddita que tuvo lugar en Inglaterra en 1811, el autor señala sobre el carácter de las revueltas que “…ninguna sublevación espontánea, ninguna huelga salvaje, ningún estallido de violencia popular salta de un repollo. Lleva años de incubación, generaciones transmitiéndose una herencia de maltrato, poblaciones enteras macerando saberes de resistencia: a veces siglos enteros se vierten en un solo día. La espoleta, generalmente, la saca el adversario”. Con este párrafo se puede resumir e introducir la temática de Detroit: Zona de Conflicto (Detroit, 2017), un film que narra una represión policial en medio de una revuelta popular en una de las ciudades más importantes del estado de Michigan en el corazón de la industria automovilística norteamericana, símbolo del apogeo y el desmoronamiento de la industria pesada en Estados Unidos. El film busca un lugar entre las grandes películas sobre los derechos civiles, que tienen una gran recepción en Estados Unidos y en el mundo por su carácter simbólico y significativo, pero que también se destacan por su calidad como Misisipi en Llamas (Mississippi Burning, 1988) de Alan Parker, Malcolm X (1992) de Spike Lee o la más reciente Selma (2014) de Ava DuVernay, dando cuenta de los cambios en la jurisprudencia gracias a la militancia y la participación popular afroamericana. El último largometraje de la realizadora norteamericana Kathryn Bigelow (Strange Days, 1995) abandona así diametralmente la coyuntura que caracterizó sus últimos dos aclamados films, La Noche más Oscura (Zero Dark Thirty, 2012) y Vivir al Límite (The Hurt Locker, 2008), pero mantiene el estilo documental y testimonial a partir de la búsqueda de la verdad sobre un episodio nunca aclarado completamente judicialmente durante los disturbios en Detroit en el año 1967, en un clima de rebelión generalizada alrededor del mundo. El film escrito por Mark Boal (In the Valley of Elah, 2007), guionista de los films de Bigelow desde Vivir al Límite (The Hurt Locker) en adelante, relata la represión policial y la tortura psicológica y física en el Hotel Algiers en Detroit durante los intentos de pacificación conjunto entre la Policía de Detroit, la Guardia Nacional y la Policía estatal de Michigan, demostrando la complicidad, la cobardía y las contradicciones entre las denominadas fuerzas del orden. El film comienza con la redada ilegal en una fiesta privada que festejaba el regreso de dos soldados afroamericanos de la Guerra de Vietnam con el pretexto de la falta de licencia para comercializar bebidas alcohólicas. La incursión orquestada por representantes comunales y policiales en un acto de corrupción micro político inicia una escalada de saqueos, incendios y enfrentamientos que tendrá en vilo a la ciudad a fines de julio de 1967 en una serie de episodios de violencia popular que se multiplicaron alrededor de todo el país en los acontecimientos conocidos como “The Long Hot Summer of 1967”, donde se registraron oficialmente ciento cincuenta y nueve rebeliones populares similares. Con un relato caleidoscópico y coral la obra sitúa de forma detallista y objetiva el contexto para reconstruir con la mayor exactitud que los testimonios, las evidencias y las pruebas del caso permitieron, una situación de violencia extrema a la que los huéspedes del hotel fueron sometidos por las fuerzas de seguridad norteamericanas. Las extraordinarias actuaciones de todo el elenco le permiten al film construir un panorama sobre la vida en medio de la rebelión, en la que se destacan un guardia de seguridad y un miembro de la banda The Dramatics por su situación contrapuesta en el episodio. La dirección visceral del opus posee una gran emotividad al borde de lo pasional debido a lo extremo de la situación pero nunca abandona el punto arquimédico dinámico y dialéctico a la vez alrededor del eje de la discriminación con el que analiza todo el asunto para denunciar la pobreza creada alrededor de esa política de exclusión social, el hacinamiento, la falta de oportunidades, la humillación, las consecuencias de la represión y los contubernios entre el poder judicial, político y policial como el objetivo de ofrecer una mirada inclemente sobre este episodio que desnuda la violencia sedimentada en la sociedad norteamericana.