Otro día en el paraíso El nuevo documental de Michael Moore continúa el camino conceptual e histórico iniciado en sus trabajos anteriores respecto de los vaivenes de la política y la cultura norteamericana, especialmente desde los sucesos del 11 del Septiembre de 2001 y la implementación de una política de ataques preventivos por parte de la administración de George W. Bush. En ¿Qué Invadimos Ahora? (Where to Invade Next, 2015), el realizador de Bowling for Columbine (2002) se posiciona desde el fracaso absoluto de las todas las incursiones bélicas de su país en el exterior desde la Segunda Guerra Mundial para proponer, irónicamente, la realización de una invasión sobre otros países con el fin de apropiarse de distintas políticas estatales para mejorar la vida de sus compatriotas. Con este objetivo, Moore viaja a Italia y a Alemania para indagar sobre los derechos laborales producto de las luchas obreras, la educación pública en Eslovenia, el sistema educativo de Finlandia, las políticas nutricionales en los colegios de Francia, el sistema penitenciario de Noruega, las políticas de igualdad de género en Islandia o el sistema de salud pública de Túnez y Portugal, para ofrecer un panorama de las diferencias entre el anquilosado sistema neoliberal norteamericano y las distintas iniciativas del resto del mundo a fin de mejorar las condiciones de vida de sus ciudadanos. Moore compara así durante todo el film la mentalidad de los empresarios, trabajadores, políticos, docentes y alumnos en los distintos países recorridos para intentar descubrir cómo influir sobre la idiosincrasia norteamericana y generar una rebelión que cambie el status quo en los Estados Unidos. El director de Fahrenheit 9/11 (2004) utiliza un tono irónico con la finalidad de hacer sentir al norteamericano promedio como una persona a la que le están tomando el pelo sin demasiados ambages. Valiéndose de un estilo publicitario muy directo, Moore presenta cada caso con una didáctica agresiva, pero su humor sardónico no carece de calidez y de una búsqueda pedagógica que pretende concientizar a los norteamericanos de las posibilidades de luchar por sus derechos. Con su particular impronta, que mezcla la inocencia con la comedia para tratar cuestiones políticas que el propio Moore considera serias e importantes, el realizador norteamericano ofrece dos horas de interesantes derechos y luchas alrededor de Europa y el norte de África para mirar las bondades de esos países, aunque ocultando un poco las contradicciones de cada una de las sociedades sobre las que indaga. Aun así, el documental es preciso y claro en su exposición claramente dirigida para que el ciudadano norteamericano tome las riendas de su situación social y política y realice acciones concretas para cambiar el sistema. Para eso, Moore hace un paralelo entre las ideas generadoras de las políticas que crearon los beneficios de los que gozan todos los países y las ideas de los fundadores de Estados Unidos, que impulsaron y lograron la independencia de la corona británica. Moore propone, de esta manera, la hipótesis de que todos los países más avanzados socialmente aplican las ideas del sueño americano menos su propio país. Michael Moore dirige el foco de su film hacía el espectador norteamericano, pero el público argentino también tiene mucho que aprender sobre la relación entre la lucha social en las calles y las conquistas laborales, y siempre es un buen momento para investigar esta tradición que los poderosos en nuestro país se empañan en ocultar, menoscabar y menospreciar.
La cinta perdida Tras la investigación y la entrevista a la popular actriz y cantante de tango Ada Falcón para el documental Yo no Sé que me han Hecho tus Ojos (2003) -título de la película y de una de las canciones más notorias de la cantante-, en su vejez durante el 2002, Sergio Wolf, uno de los directores, recupera una cinta de 16 milímetros que creía perdida con una de las primeras entrevistas. Pero no logra encontrar la cinta de sonido. La enigmática figura de la cantante desaparecida de la escena pública en 1942 luego varios extraordinarios éxitos internacionales en su carrera junto al violinista y director de orquesta de tango, Francisco Canaro, dispara el interés del realizador, que se mezcla con la transición de una tecnología analógica a la digital que domina la producción cinematográfica de la actualidad. La pérdida de la cinta de audio sume a Wolf en reflexiones cinematográficas realmente interesantes. Entre otros, le pide consejo a su amigo y colega Edgardo Cozarinsky, que aporta ideas extraordinarias para convertir el problema en una posibilidad de experimentación sobre la relación entre imagen y sonido. Viviré con tu Recuerdo -otro título de una inolvidable canción de Falcón– se sumerge cada vez más en la obsesión de recuperar las palabras perdidas de Falcón en lugar de concentrarse en la construcción de un documental que complemente la historia de la cantante. De esta manera, los logros estéticos de la fotografía de Fernando Lockett y la música de Gabriel Chwojnik se pierden en escenas anodinas sobre búsqueda de textos y de expertos en lectura de labios para perder el camino de forma definitiva y dejar una obra en la que abundan los claroscuros con escenas geniales y anodinas que deja un sabor amargo a oportunidad perdida.
Lo que hay que tener La vida real y la ficción se entrecruzan en caminos inextricables que solo llevan hacía el sinsentido. Ese pasaje a través de lo inexplicable es lo que los realizadores búlgaros Kristina Grozeva y Petar Valchanov buscaron al indagar en la paradójica historia de una maestra que intenta dar una lección a sus alumnos pero se ve envuelta en una situación límite que la lleva a cruzar todas las barreras. El film comienza con la determinante intención de Nadezhda, una profesora de inglés en un pueblo de Bulgaria, de impartir una enseñanza sobre la honestidad a causa de un robo ocurrido en la clase durante el recreo. El culpable no aparece y la maestra da nuevas oportunidades para que el ladrón revele su identidad o devuelva lo que ha robado, pero nada ocurre y solo el silencio y la incomodidad hacen sombra a la resolución de la docente. A medida que la película transcurre, Nadezhda (interpretada con una sensibilidad maravillosa por Margita Gosheva) surge como una figura compleja y fascinante. Acosada por un leve e inofensivo trastorno obsesivo compulsivo por el orden, es madre, esposa, maestra y traductora en un país con una desigualdad social extrema, donde todos los habitantes ven como su nivel de vida retrocede desde la legalización de la iniciativa privada y el abandono de la economía planificada a principios de la década del noventa. Cuando el esposo de Nadezhda deja de pagar las cuotas de la hipoteca de su casa, ella deberá pedirle dinero a un prestamista para que su casa no sea subastada por el banco. Esta situación desnuda todo el perverso sistema bancario, la publicidad engañosa, las causas detrás de la prostitución, las estafas de los emprendedores y la delincuencia como trasfondo de un sistema tan injusto como siniestro. Grozeva y Valchanov narran, con valentía y crudeza, esta historia sobre la encrucijada de una mujer sitiada por unos acontecimientos que se precipitan como una avalancha mezcla de la mala suerte y la mala influencia de una familia pusilánime y patética. El opus analiza de forma brillante, y con una gran meticulosidad, todos los ángulos de esta historia, haciendo hincapié en los primeros planos para destacar las decisiones que transforman el rostro impávido de la protagonista que lucha hasta último minuto para salir de la espiral viciosa. La Lección (Urok, 2014) plantea, de esta manera, un tema ríspido sobre el comportamiento humano, llevándolo hasta sus confines, donde todo es posible y los valores que promueven la ética y la moralidad se vuelven confusos e imprecisos, parte de un discurso y una ideología ciega a la oscura realidad del neoliberalismo. Allí donde la excepción se vuelve la regla y la imposibilidad de mantenerse en la legalidad es la única forma de salvaguardar la dignidad y decir basta es donde el film pone la cámara, divide las aguas y defiende su posición para entregarnos una obra maestra sobre las contradicciones sociales.
Industria y ganadería Cada año, un nuevo grupo de trabajadores temporales llega a una estancia en la Patagonia, en el sur de Argentina (una zona árida y alejada), para esquilar ovejas y hacer tareas en un campo a cargo de un severo hombre mayor, que la cuida como si fuera suya. El trabajo es duro y la recompensa escasa, pero de todos los rincones del país llegan los peones, abandonando a sus familias por una changa en un galpón insalubre, activos de cinco de la mañana a cinco de la tarde, sin descanso. En tanto, una pareja francesa recorre la estancia con intenciones de comprarla, y uno de los hombres, Jara (Christian Salguero), se destaca del resto y es apuntado para reemplazar al actual capataz, Evans (Alejandro Sieveking), al que los administradores de la estancia consideran demasiado viejo, rígido y un poco loco para continuar dirigiendo el establecimiento. Jara, un changador correntino que ha ocultado la existencia de su esposa e hijo a todo el mundo, descubrirá al quedarse solo que el invierno en la Patagonia puede ser más crudo de lo que creía y que no está solo en esa estancia perdida. Por su parte, Evans va a visitar a su hija y a su nieto para buscar reiniciar su camino después de recibir su compensación por una vida de arduo trabajo eremita encerrado solo durante incontables inviernos. En este paisaje agreste y yermo es insoslayable la apertura visual de la fotografía de Ramiro Civita (Whisky Romeo Zulu, 2004) para abrir los horizontes hacía una desolación infinita que abruma y perturba a la vez. El realizador Emiliano Torres crea un ambiente abierto hacia la perspectiva pero al mismo tiempo estrecho y terriblemente claustrofóbico, jugando una dialéctica peligrosa con los confines de la distancia real y los trayectos de la percepción, buscando generar con la imagen lo mismo que el inclemente invierno produce sobre los protagonistas. Las actuaciones de Alejandro Sieveking y Cristian Salguero son extraordinarias, construyendo a dos personajes contrapuestos que se dirigen a un enfrentamiento imitando las estructuras de los westerns clásicos. Emiliano Torres es el responsable de esta perfecta confrontación de caracteres que implica la transición de una época a otra, en la que podemos encontrar el fin del trabajo permanente, la flexibilización y la estafa sobre al trabajador, entre algunas de las características sobre las que el nuevo capitalismo va estableciendo sus parámetros y sus nuevas reglas de juego sin que los implicados puedan comprender la imagen completa de los cambios. El Invierno es así un desolador film de carácter sociológico sobre la supervivencia y la lucha del hombre contra el hombre y contra sí mismo, que funciona como una metáfora visceral sobre las consecuencias de nuestra cultura capitalista, de las decisiones políticas y de la falta de oportunidades laborales en una época y en un lugar donde la ley del dinero y del más fuerte se imponen sin preámbulos de ningún tipo.
Petróleo y dinosaurios El director Peter Berg (Lone Survivor, 2013) es el responsable de la adaptación de una esta historia basada en hechos reales, reconstruida a partir de los brillantemente documentados artículos de los periodistas David Barstow, David Rohde and Stephanie Saul sobre la tragedia de Deepwater Horizon, publicados durante el 2010 en el New York Times. En una plataforma petrolera semisumergible en altamar, cerca de la costa de Luisiana, Estados Unidos, tuvo lugar el peor derrame de petróleo en la historia del país cuando, debido a la falta de precauciones, ocurrió una explosión que causó el hundimiento de la plataforma dos días después de iniciado el incendio. Once trabajadores murieron y más de ciento diez operarios lograron ser evacuados con vida. La película, escrita por los guionistas Matthew Sand y Matthew Michael Carnahan, narra los acontecimientos que desencadenaron el desastre ecológico y la odisea de los trabajadores para escapar, y lo hace con una gran crudeza, detallismo y valentía, denunciando la falta de ética y la avidez de dinero de los ejecutivos de las empresas petroleras, sin preocuparse en ningún momento por el costo humano ni el medio ambiente. Horizonte Profundo (Deepwater Horizon, 2016) reconstruye así, con gran realismo y adrenalina, los sucesos del 20 de Abril de 2010, siguiendo los pasos de Mike Williams (Mark Wahlberg), el jefe de mantenimiento de Deepwater Horizon, protagonista de los trágicos sucesos y finalmente testigo de todo el proceso judicial en contra de los ejecutivos cuyas decisiones generaron el accidente. Todo el elenco se destaca en este tétrico documento sobre el reinado del dinero en nuestra sociedad, pero es realmente notable la gran labor de John Malkovich, Kurt Russell, Kate Hudson, Mark Wahlberg y Gina Rodríguez, atrapados en el monstruo en llamas en medio del mar por culpa de la negligencia de los gerentes de la British Petroleum. La película propone al hombre común que diagnostica el problema y actúa cuando es necesario como el héroe de la historia, como un homenaje merecido a los héroes reales que salvaron a sus compañeros del infierno semisumergible, pero además pone en cuestión varios asuntos como la implementación de la estructura de las cadenas de mando como la mejor forma de trabajo, la búsqueda del ahorro como estrategia para generar más dividendos, la falta de seguridad y la carencia total de criterio y sentido común de los gerentes segados por visiones putrefactas de dinero. El último film de Berg funciona, de esta manera, como una denuncia eficaz sobre la falta de inversión en seguridad y la verdadera causa de la riqueza de las empresas y los empresarios a costa de la vida de los trabajadores. La realidad particular del accidente se convierte así en una alegoría sobre la estructura del nuevo capitalismo y los cadáveres que fundan sus cimientos. Hasta cuando…
Nuevas terapias En una hermosa villa antigua que pertenecía otrora a la familia de la excéntrica Beatrice (Valeria Bruni Tedeschi), funciona un instituto psiquiátrico de ideas innovadoras para mujeres, que les permite a las pacientes más o menos estables realizar actividades laborales recreativas y de inserción social fuera del centro, bajo una mínima supervisión. Beatrice no solo no es más la dueña del establecimiento sino que, tras perder la villa entre algunos de sus innumerables e invaluables bienes, ha sido confinada a la institución como paciente por su inestabilidad mental y un severo ataque de bipolaridad y ansiedad. En la clínica, Beatrice se vuelve amiga de Donatella Morelli (Micaela Ramazzotti), una paciente nueva que ha intentado suicidarse tras perder la custodia de su hijo. Ambas mejoran gracias a la relación que cultivan, lo que les permite recibir un permiso para salir junto a pacientes menos desequilibrados. Cuando la combi que las debe llevar a su salida se retrasa, Beatrice empuja a Donatella a escapar en un colectivo y el viaje de transforma en una recreación desquiciada de Thelma & Louise (1991). Descubrirán que la única manera de ayudarse a sí mismas es que una ayude a la otra mientras escapan de las autoridades en medio de divertidas situaciones que las superan. Loca Alegría (La Pazza Gioia, 2016), el último film del realizador italiano Paolo Virzi (Il capitale umano, 2013), es una comedia dramática con un humor inocente y sencillo, y poderosas oleadas dramáticas que reúne a dos mujeres de clases sociales diferentes que se buscan a sí mismas en un viaje inesperado. Virzi trabaja nuevamente con la guionista Valeria Archibugi para narrar esta historia sobre la locura que busca inquietar a una sociedad que confina a todo aquel que ha tenido un mínimo desorden psiquiátrico a una institución, como si cualquier tipo de encierro fuera aconsejable en una época en la que las teorías del disciplinamiento han caído en desuso, denostadas por sus consecuencias. La actuación de Micaela Ramazzotti es extraordinaria, sosteniendo un papel difícil y haciendo de contrapartida dramática de la actuación cómica de Bruni Tedeschi, que divierte en su función. Con un muy buen elenco que acompaña a estas dos actrices, el film indaga en dos tipos de locura a través de las historias de estas dos mujeres que vivieron dos realidades completamente diferentes y ahora deben convivir para superar sus problemas. A pesar de varios errores narrativos y exageraciones, Loca Alegría es una gran película que trata un tema interesante, con ideas coherentes y progresistas. Las instituciones psiquiátricas tienen que cambiar al igual que la mentalidad de la opinión pública sobre la locura y el film de Virzi es una excelente propuesta para debatir y pensar esta importante cuestión.
Réquiem para la bohemia progresista. Tras la caída de las Torres Gemelas, los cambios iniciados en Nueva York -la emblemática ciudad de la costa este de Estados Unidos que representa el progresismo y la modernidad- durante la década del noventa, y en especial en Brooklyn, uno de los distritos de mayor población de la ciudad, se aceleraron rápidamente, convirtiendo a esta localidad en el hogar y la cuna de los nuevos profesionales, los artistas bohemios y los hipsters. Junto a ellos llegó su dinero, sus intereses y sus manías. Por Siempre Amigos (Little Men, 2016), el último film del realizador Ira Sachs (Love Is Strange, 2014), se sitúa en este contexto de cambios culturales y habitacionales para narrar una historia de egoísmo y amistad que define y marca la vida de unos chicos y sus padres. La muerte del padre de un actor de obras independientes sin demasiado éxito comercial, Brian Jardine (Greg Kinnear), deja libre la casa en la que él creció en Brooklyn y le abre la posibilidad de abandonar el estatus de inquilino de pequeños departamentos en Manhattan para mejorar sus finanzas y comenzar a vivir con más espacio junto a su esposa psicoterapeuta, Kathy (Jennifer Ehle), y su hijo, Jake (Theo Taplitz). La mudanza genera una amistad inmediata entre el taciturno hijo de Brian y el extrovertido hijo de la inquilina del negocio de ropa ubicado debajo de la casa de la familia Jardine, Tony (Michael Barbieri). La boutique de ropa de Leonor (Paulina García), una inmigrante chilena que lucha por mantener su negocio ante la crisis económica, no genera muchos dividendos y Brian y su hermana se dan cuenta de que su padre nunca indexó el alquiler a los nuevos valores inmobiliarios. La familia Jardine intima a Leonor a que renegocie el contrato de alquiler a punto de expirar con un aumento que triplica el valor y ella se niega rotundamente, lo que conduce a una “guerra fría” entre los vecinos que se traslada a una conflagración entre los hijos y los padres para que depongan su actitud utilitaria. El film funciona como un capítulo de un análisis socioeconómico sobre la última etapa de la expulsión forzosa de los inmigrantes, o a nivel más general, como un estudio de una fase más en el ajuste del capital sobre la ilusión del sueño americano. La calidez de la amistad de los chicos y el tono artístico de las escenas de los ensayos de las obras de Brian contrastan con la frialdad de los intercambios económicos. La economía y el arte se cruzan así inexorablemente, rompiendo ideologías y demostrando que las leyes invisibles del mercado se hacen carne. Este choque entre un falso progresismo que es enfrentado a la dura realidad y se hunde en sus propias contradicciones es la premisa que sostiene Por Siempre Amigos, forjando todos los lazos y las escenas en un film sin demasiadas pretensiones que logra desnudar algunos de los entresijos de las ideologías contemporáneas y sus paradojas.
Conjeturas matemáticas El Hombre que Conocía el Infinito (The Man Who knew Infinity, 2015) es la adaptación cinematográfica de la biografía del matemático autodidacta indio, Srinivasa Ramanujan, publicada por el escritor y científico norteamericano Robert Kanigel en 1991, bajo la editorial Washington Square Press. El realizador Matt Brown (Ropewalk, 2000) retoma una significativa historia de colaboración científica en el campo de la matemática que desafía muchos prejuicios académicos. La relación entre el heterodoxo matemático Godfrey H. Hardy y el religioso matemático indio S. Ramanujan generó mucha atención en la prestigiosa comunidad del Trinity College de la Universidad de Cambridge y provocó muchos cambios a nivel teórico por sus contribuciones al análisis matemático, la teoría de los números y las series infinitas. En una operación de carácter romántico, Brown comienza el film con un resumen sucinto, más cinematográfico que biográfico, de los primeros años del matemático indio (Dev Patel) a principios del siglo XX; hace hincapié en su breve paso por la arcaica ciudad de Madras, para dar paso a la invitación de viajar a Inglaterra de la mano de la curiosidad de su colega Hardy (Jeremy Irons), a fin de presentar sus teorías a la estupefacta comunidad matemática de Cambridge. El intercambio de ideas y teoremas entre Hardy, John Littlewood (Toby Jones) y Ramanujan los lleva a replantearse muchas de las teorías matemáticas de la época y a solucionar algunas ecuaciones y problemas que hasta ese momento parecían un atolladero sin remedio. El enriquecimiento académico se ve interrumpido por el estallido de la Primera Guerra Mundial y por la frágil salud de Ramanujan, que es diagnosticado con tuberculosis y una aguda deficiencia vitamínica producto de su mala alimentación. El film de Brown construye acertadamente varios ejes narrativos que le permiten desarrollar un rico relato sobre un personaje interesante y contradictorio, con fuertes creencias mágicas y religiosas en medio de un ámbito agnóstico. Ya sea desde sus humildes inicios, el choque cultural, las diferencias de carácter de los protagonistas, su inesperada amistad, los prejuicios de la sociedad académica o el racismo liso y llano, El Hombre que Conocía el Infinito plantea un panorama sobre la vida universitaria de los pocos indios que podían estudiar fuera de su país en la metrópoli. El elenco cumple durante todo el film y deja una obra romántica sobre un hombre que dejó su familia, y todo lo que tenía, por su trabajo científico para sacar a la matemática de sus dilemas a partir de aportes originales e innovadores. En una época de cálculo y de héroes de plástico, la transformación de un humilde matemático autodidacta que se sumergió en la vida académica en figura romántica es una excentricidad que vale la pena considerar, valorar y seguir.
Amistad e identidad El director Rudi Rosenberg busca en un grupo de amigos pre adolescentes en París una historia universal sobre el primer amor inocente, la maduración emocional y el encuentro de los primeros amigos, retomando a uno de los personajes de su anterior cortometraje, Aglaée (2010). Benoit es un niño tímido a punto de entrar en la adolescencia que se acaba de mudar a París junto a su familia. En la escuela se enamora de una compañera sueca que habla un francés precario y se encuentra en la misma condición de extrañeza que él. El niño tropieza rápidamente con varios obstáculos para hacer amigos y termina socializando con los excluidos y “freaks” de la clase mientras que la niña comienza a congeniar con algunos de los chicos más populares del colegio. Esta amena comedia combina la dificultad de los docentes para lidiar con los niños en la actualidad, la incapacidad de algunos adultos de comportarse como tales y la pérdida de la noción de la niñez en la propia mente de los ellos repitiendo un discurso sexual que sobrevuela toda la sociedad. La ópera prima de Rosenberg logra una gran calidez a través de un excelente guión y unas estupendas actuaciones de todos los protagonistas. El miedo a amar, los celos, los equívocos y el surgimiento de los primeros lazos de amistad y complicidad están plasmados de forma admirable en esta historia sobre la búsqueda de la identidad en una etapa de grandes de cambios. Le Nouveau logra de esta manera una interesante aproximación en clave de comedia sobre las nuevas problemáticas de los niños en la actualidad y deja una enseñanza sobre la vida y el maduración personal a través de la amistad.
Vidas precarias. Dentro del universo narrativo de Juan José Saer, El Limonero Real (1974), su cuarta novela, es considera por algunos sectores de la crítica literaria, entre los que podemos citar al académico Noé Jitrik, como un relato obsesivo en el que las imágenes y las palabras construyen una acción fragmentada en la que la historia funciona como un entramado de densidad formal para el desarrollo de un mundo poético subyacente. El realizador Gustavo Fontán emprendió la adaptación de la compleja novela de Saer al cine con todas sus particularidades y una voluntad de diálogo para encontrar esa expresión de lo real escondida en las heridas que nunca sanan. En medio de las islas alrededor del Río Paraná, en la provincia argentina de Santa Fe, una familia se apresta a festejar el último día del año pero la esposa de Wenceslao (Germán de Silva) se niega a participar a causa de su duelo por su hijo de dieciocho años, muerto en un accidente laboral en una construcción tiempo atrás. El film se divide en dos partes como el día. Durante el día se preparan los festejos que a la noche se consumarán con regocijo en una fiesta que transforma la cotidianeidad en ceremonia. Con la noche la palabra abandona el escenario y la imagen se transforma en un tránsito onírico entre la luz y la oscuridad que rodean la vida de las islas. Con una impronta cansina, los personajes habitan en la precariedad que el río les permite, sintiendo la fragilidad de la vida como presencia y ausencia. Con un nuevo amanecer, el día y la noche de funden en una síntesis en la que el Año Nuevo aparece como una alegoría de la esperanza de un futuro posible y como una representación de las heridas y los fragmentos que flotan en el río de lo que fue y nunca más será. En El Limonero Real la acción no transcurre, se ancla en la imagen que parece suspendida mágicamente en medio del río. El responsable de este extraordinario mecanismo -que imprime las aproximaciones posibles a los silencios y los festejos- es el director de cámara y fotografía, Diego Poleri (Llamas de Nitrato, 2014), quien trabaja junto a Fontán en esta metamorfosis de la imagen en memoria y experiencia poética inasible. A medida que transcurre el film, la imagen va cobrando densidad y el carácter onírico y la realidad comienzan a confundirse. Ambos registros de la percepción se van disolviendo y abriendo las puertas de otro universo, más fantástico, pero aún así cercano. El limonero se convierte así en una metáfora sobre esta ausencia omnipresente que marca las alegrías y las tristezas de todos los parcos protagonistas.