Mirada de época. La Luz Incidente (2015) narra el duelo de una joven mujer, Luisa (Érica Rivas), quien ha perdido recientemente a su esposo y a su hermano en un accidente de tránsito. En una fiesta de casamiento conoce a Ernesto (Marcelo Subiotto), un soltero de mayor edad que busca formar una familia. Así rápidamente comienza una relación compleja que coloca a Luisa entre la añoranza de la felicidad perdida junto a su esposo y sus hijas pequeñas y la posibilidad de constituir nuevamente una familia con un hombre al que no termina de descifrar y amar. El tercer largometraje del realizador Ariel Rotter (Sólo por Hoy, 2000) está ambientado alrededor de la trágica muerte de dos integrantes de una familia de clase alta en la década del sesenta en Argentina. Sin una contextualización expresa, la obra busca situarse a partir de pequeños detalles del mobiliario, equipos de audio, libros y estilos de vestimenta para solicitar una mirada atenta, cuando no experta, en las sutiles referencias de época. La elección del blanco y negro acentúa el valor artístico y la metáfora de la propuesta de Rotter, ya que hace hincapié en una dialéctica entre el relato y la imagen a través de la combinación de la delicada labor de fotografía a cargo del experimentado Guillermo Nieto (El Bonaerense, 2002; Mi Amiga del Parque, 2015) y un guión que busca siempre narrar con gestos, alusiones, elusiones o concisos diálogos con el fin de apelar al inconsciente y trabajar así sobre lo no dicho y la imposibilidad de comunicar la tragedia. Las actuaciones de casi todo el elenco son excelentes, destacándose Érica Rivas en un papel difícil y complejo con muchos matices. La premisa del opus de Rotter construye -a través de los vaivenes de Luisa- un personaje maravilloso, uno que debe sobreponerse a la pérdida de su marido y su hermano, reconstruir su vida, cuidar y criar a sus pequeñas hijas y enfrentar su condición de viuda. El proceso de construcción de la identidad de Luisa aparece como el de una mujer que se debate entre la independencia, las necesidades que la sociedad le impone y sus sentimientos, como una especie de Emma Bovary moderna. La Luz Incidente plantea una metáfora a partir de una de las propiedades de la luz -el fulgor que llega a la superficie del sujeto sin reflejarlo- como una irradiación de sensaciones y sentimientos que la protagonista necesita desesperadamente compartir/ reflejar pero debe guardar en su interior. El tono del film es intimista y en algunas escenas desesperante y desolador, aunque siempre amainado por la calidez de la elegante actuación de Rivas. A pesar de todas sus cualidades y niveles de lectura, la película no carece de problemas y por momentos falla en su adaptación de época revelando el mecanismo mágico que debería transportar al espectador hacia otro contexto histórico. Aunque opaca el producto final, esta característica de la realización no afecta el resultado, ya que el film permite interesantes lecturas desde la psicología, los estudios de género, la sociología y la comunicación, dando cuenta de un gran trabajo en la construcción formal y estética de cada escena y cada plano. La imposibilidad de reflejar las heridas que constituyen nuestra sociedad tal vez sea lo que realmente define nuestra idiosincrasia.
Una turba iracunda. Desde que el genial director George A. Romero debutara con La Noche de los Muertos Vivos (Night of the Living Dead, 1968), el universo zombie no ha parado de bifurcarse. En una significativa transformación, los muertos vivos de Romero han dado lugar a otro tipo de zombies más ligados a los ataques de locura que caracterizan a nuestras sociedades que a la inconsciencia de los primeros y lentos caminantes. El Pulso (Cell, 2016) es la versión del apocalipsis zombie del reconocido escritor de novelas de terror Stephen King, quien adaptó su propia novela Cell -publicada en 2006- junto a Adam Alleca. En esta versión una especie de señal, que ataca a través de los celulares, logra controlar la voluntad de los individuos convirtiéndolos en pasmados iracundos que tras un brote de furia transmutan a un comportamiento gregario. Tras el desconcierto del pulso inicial, un escritor y dibujante, Clay Ridell (John Cusack), y un maquinista de subterráneos, Tom McCourt (Samuel L. Jackson), emprenden una alianza a la que se van sumando diversos personajes para escapar de los enfurecidos embotados en Boston y encontrar a la familia de Clay. Pronto los protagonistas descubren que los zombies persiguen, descansan, reclutan y evolucionan como una manada, y que la señal que los ha transformado parece provenir de una torre de emisión en una zona boscosa de Maine, rodeada por varios lagos. La propuesta de Williams es despareja, por momentos interesante pero con pasajes confusos, innecesarios y poco relevantes para la trama. La relación entre los sueños de los personajes -que se asemejan a la novela gráfica de Clay- y la novela misma no recibe el desarrollo necesario y esto genera una falta de coherencia en muchas escenas y situaciones. Afortunadamente, la historia no solo se alimenta del terror zombie y progresa sólidamente para resistir estos problemas y desarrollar una trama a través de la construcción de historias paralelas típicas del modelo de la novela modernista. Una de las principales características que resaltan el valor del film es la diferenciación del modelo de las recientes películas del prolífico género zombie: aquí, más que a unos enfermos rabiosos, tenemos a una turba iracunda, más cercana a films del estilo de La Jauría Humana (The Chase, 1966). El Pulso aprovecha acertadamente una de las paranoias vigentes alrededor de la tecnología y del abuso de los teléfonos celulares y de las señales satelitales e inalámbricas, de las que aún no se conocen todos sus efectos en el comportamiento humano y el desarrollo del cerebro, para construir su narración apocalíptica. El estilo de King es indiscutible. Para algunos será siempre un gran escritor con un don para el terror y para otros un novelista desparejo producto de la decadencia de nuestra época. Lo que no se puede cuestionar es que la señal es cada vez más fuerte y aunque la civilización se desmorone siempre quedará un zombie haciendo llamados…
Ojo por ojo. La secuela de Nada es lo que Parece (Now You See Me, 2013) continúa, a pesar del cambio de director, por los mismos carriles que su predecesora (salvo por el cambio del personaje femenino de turno, que en esta oportunidad es interpretado por Lizzy Caplan). Con el mismo elenco de la propuesta original y a cargo nuevamente del guionista Ed Solomon, el opus del realizador californiano Jon M. Chu (Jem and the Holograms, 2015) busca transformar cada escena en un efecto ilusionista que sorprenda al espectador con el estilo de los espectáculos de David Copperfield durante los años ochenta. La historia discurre algunos años después de que los “cuatro jinetes”, bajo el mando del agente del FBI Dylan Rhodes (Mark Ruffalo), encarcelaron al ilusionista Thaddeus Bradley (Morgan Freeman) y expusieron públicamente a la compañía de seguros de Arthur Tressler (Michael Caine) por una estafa. Los cuatro magos amateurs, Daniel Atlas (Jesse Eisenberg), Merritt McKinney (Woody Harrelson), Lula (Caplan) y Jack Wilder (Dave Franco) regresan ahora a los escenarios para denunciar a un empresario de la tecnología cuya aplicación pone en riesgo la privacidad de los usuarios. El truco es previsto por alguien más y todo el plan se viene abajo. Los jinetes caen en la trampa, son expuestos como un fraude en medio del caos y deben intentar salir de la confusión mientras Rhodes encuentra en Bradley, su antiguo enemigo, a un dudoso aliado que parece saber mucho de su padre. Aunque inferior a la primera parte en su narración, y por momentos ambigua y confusa en su trama, Nada es lo que Parece 2, es un exponente aceptable que se propone como un entretenimiento comercial sin pretensiones con un bagaje de trucos de ilusionismo representativos de la actualidad de los espectáculos de magia multimedia. La propuesta se apoya mucho en la versatilidad del elenco, en el que Caplan (al igual que Isla Fisher en la primera parte) desentona especialmente promediando la mitad por problemas en el guión, que busca más un tono de comedia ligera ajeno a la trama policial. A pesar de esto, la película no decae del todo y mantiene el interés a través de las técnicas ilusionistas y una buena historia. Lo mejor del film es el espíritu de denuncia -desde el espectáculo artístico- de la avaricia de las corporaciones millonarias que viven de destruir vidas y la utilización de la paranoia que sobrevuela Estados Unidos respecto de la privacidad, debido al avance inmoral de las nuevas tecnologías de incomunicación sobre la información con el fin de influenciar y controlar los consumos de los entumecidos y adormecidos ciudadanos. El fantasma del control social sobrevuela el Primer Mundo nuevamente y parece que a veces la vigilancia sí es lo que parece.
Vidas paralelas. En un magma en que se funden el documental y la ficción, el realizador Gianfranco Rosi narra de forma maravillosa la vida de distintos personajes de la isla de Lampedusa, en el sur de Italia, marcada por la inmigración africana y la alta mortandad de los migrantes en el mar. En medio de la crisis de la inmigración que ha sumido a Europa en un debate sobre una situación que lo sobrepasa, Fuocoammare sitúa su punto de vista en un niño de doce años de una familia de pescadores y en el drama de los inmigrantes en sí. A través de la mirada de Samuele, Rosi reconstruye la vida de un habitante de la isla, lo que le permite analizar los cambios ocurridos en el lugar durante los últimos años a partir de la agudización de la cuestión migrante, mientras que en el mar se desarrolla la tragedia humanitaria de la que ningún gobierno se quiere hacer cargo. Como si fueran dos registros contrapuestos e imposibles, ambos se desarrollan paralelamente como dos mundos que habitan en dimensiones yuxtapuestas a punto de colapsar por el peso de la tragedia que surca el Mediterráneo. En el mar, las precarias embarcaciones que transportan migrantes de todos los rincones de África intentan desesperadamente llegar al extremo meridional siciliano para escapar de la hambruna, la violencia y la inestabilidad hacia la promesa de una vida mejor. Si es que llegan, la odisea no termina sino que comienza e incluso corren el riesgo de ser deportados nuevamente o morir debido a alguna enfermedad contraída durante la travesía. Con cámara en mano y filmando prácticamente solo, Rosi encuentra en los juegos del niño las significaciones que expresan las condiciones de los habitantes, ya sea tanto en la ingenuidad y la inocencia o en la madurez y la comprensión. Fuocoammare, o “fuego en el mar”, una expresión de los pescadores locales, entrelaza las vidas y las labores de los pescadores, las amas de casa y un disk jockey de una radio, entre otros, para dar cuenta de una cotidianeidad en la que la vida y la muerte se tocan todos los días en una de las rutas migrantes más peligrosas del mundo. Allí donde la vida parece no valer nada y los cuerpos se convierten en un problema, es donde Rosi encuentra su historia. La trama de la ganadora del Oso de Oro en la Berlinale de este año es simplemente la vida y su importancia en medio de las políticas y la locura que sumen al mundo en guerras permanentes por los recursos y las inversiones en el corrupto capitalismo global. Con un claro componente ideológico y político deudor de las ideas y las técnicas del cine directo, el realizador italiano entrega una obra en la que la realidad es demasiado real y se asemeja a la ficción debido a su propio impedimento para representar esa instancia entre la vida y la muerte, ese intersticio legal infranqueable en que los habitantes de la isla de Lampedusa se encuentran.
Familia de corredores. Ya sea rememorando grandes obras como Grand Prix (1966) de John Frankenheimer o excelentes películas recientes como Rush (2013) de Ron Howard, los films sobre el mundo de las carreras automovilísticas generan la misma adrenalina que cualquier película deportiva e introducen el factor de la velocidad, una de esas invenciones del siglo XX que marcan la ideología de nuestra sociedad y expresan por lo tanto sus contradicciones y sus peligros, a la vez que dejan entrever pequeños resquicios de salvación. Al borde de perder su hogar, una adolescente de diecisiete años intenta ganar el campeonato de la formula GT de competición automovilística con la ayuda de su hermano drogadicto. El tercer largometraje del director Matteo Rovere -basado en la historia real de un mecánico- es un interesante, conmovedor y dinámico relato sobre el reencuentro de una familia en circunstancias apremiantes. Tras la muerte de su padre, que también era su entrenador como piloto, Giulia, una joven promesa del automovilismo, se reencuentra con su hermano mayor, Loris, una recordada gloria del deporte en Italia que ahora vive de changas en las afueras de Imola junto a su novia. Para impedir que su hermano menor sea puesto en custodia, Giulia debe aceptar que el susodicho se haga cargo de la familia y viva junto a ellos. Cuando Loris se entera de que su difunto padre ha hipotecado la casa para pagar la inscripción de Giulia al campeonato, él decide ayudarla y entrenarla para la competición. La adicción de Loris y su pareja dificultará la convivencia y complicará las posibilidades de la joven de ganar el campeonato. Todo se oscurecerá aún más cuando el acreedor de la deuda le proponga a Giulia correr una peligrosa carrera clandestina llamada Italian Race, en la que no pocos corredores pierden la vida. La droga como instrumento de evasión en una profesión de gran tensión y competitividad y la vida al borde de la muerte a altas velocidades se combinan con las angustias, las miserias y las alegrías de unos hermanos que se reencuentran tras diez largos años de separación. El opus de Rovere construye muy buenas escenas de carrera a la vez que consigue transmitir las emociones de una historia de conflictos -pero con mucha alegría- a través de las actuaciones de todo su elenco. Con gran sutileza en lo referido a la construcción de la narración y de los protagonistas, la película trabaja sobre el pasado de Loris, muy bien representado por Stefano Accorsi, que interpreta hasta la exageración al personaje como un drogadicto calamitoso que apenas si puede mantenerse en pie. Veloz como el Viento mezcla de manera formidable la historia familiar con el drama social en una propuesta con una gran banda de sonido en la que predominan las melodías ambientales del post rock. Rovere trabaja el relato con pasión y un gran sentido del humor y de la alegría en medio de la adversidad, dejando así un opus valiente y cálido sobre la vida y la necesidad de poner el cuerpo y aprender de los errores.
La psicología social y los psicólogos malditos. El abordaje de personalidades que influyeron, ya sea en la historia, en la cultura o en la ciencia, es complejo e imperfecto. Lograr reconstruir un relato de vida a partir de retazos del universo que los circundó es una tarea en la que siempre un resto escurridizo escapa a ser analizado y catalogado. La riqueza de la personalidad del médico psiquiatra Enrique Pichon-Rivière rebasa cualquier posibilidad de encuentro. Afortunadamente, el realizador Miguel Luis Kohan emprende, a pesar de esta imposibilidad, un intento de búsqueda de Pichon-Rivière a partir de los relatos de sus allegados y de los expertos de la psicología social, permitiendo una aproximación a la creación de una disciplina y la naturaleza inaprensible de este autor. Con imágenes del Chaco santafesino y de los paisajes agrestes de las inmediaciones de la ciudad de Goya, en la costa del Río Paraná en Corrientes, Kohan indaga en la influencia de la cultura y el lenguaje guaraní que Pichon-Rivière aprendió durante su infancia. A partir de esta característica biográfica, autores de diferentes disciplinas analizan sus obsesiones, el valor de su obra y el legado de uno de los psiquiatras que revolucionó la visión social de la locura. Ya sea en la relación con su familia o en sus amores, la vida de Pichon-Rivière aparece en el documental signada por la tragedia y una visión muy original de la demencia, en la que se combinan exitosamente las teorías e investigaciones de Sigmund Freud, Melanie Klein y Wilhelm Wundt con las poesías de Isidore Ducasse, sin duda uno de los grandes poetas malditos franceses del siglo XIX, de gran influencia en los movimientos surrealistas y situacionistas (mejor conocido por su seudónimo, Conde de Lautréamont, y por su única publicación, Los Cantos de Maldoror, un libro sobre la superación de la locura). La influencia de estas aproximaciones a la psicología y a la psiquiatría reanudan el camino de Pichon-Rivière hacia una concepción pedagógica y terapéutica de la psicología social en función de la teoría de los pueblos y de una visión muy particular, influenciada por el arte vanguardista. Así el espectador es introducido a una de las ramas más importantes y polémicas de la psicología, que a diferencia del psicoanálisis -que busca en el individuo aislado los traumas internos que construyen a los sujetos- analiza los pensamientos, comportamientos y sentimientos del individuo en el colectivo social. El Francesito (2016) utiliza a su favor la incognoscible y enigmática personalidad de Pichon-Rivière para emprender -a través de licencias poéticas, imágenes de la selva, recorridos por la misma, fotografías, conferencias, recuerdos y anécdotas posibles e imposibles- caminos hacia la mente de este autor que trabajó gran parte de su vida en el emblemático Hospicio de las Mercedes, hoy Hospital Interdisciplinario Psicoasistencial José Tiburcio Borda, y que participó de la fundación de diversas instituciones que aún hoy subsisten como la primera asociación psicoanalítica de América Latina, la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA), la Primera Escuela Privada de Psicología Social y el Instituto Argentino de Estudios Sociales (IADES). La música de Gustavo Pomenarec y la dirección de Kohan logran encontrar el sonido y la aproximación adecuada a la personalidad del fotogénico psiquiatra, que a pesar de su reconocimiento dejó más polémicas e incógnitas que certezas en el tumultuoso mundo académico de la psicología. Al igual que Pichon-Rivière, la mente humana sigue siendo un gran misterio que ni la tecnología, de la que la humanidad tanto se ufana, ha logrado descifrar.
Sombras litúrgicas. Al igual que en gran parte de su obra, el realizador italiano Marco Bellocchio (Vincere, 2009) regresa compulsivamente a las obsesiones de su film Las Manos en los Bolsillos (I Pugni in Tasca, 1965) para hoy narrar dos historias entrelazadas alrededor de la abadía de la ciudad de Bobbio, ubicada en la provincia de Piacenza, en el norte de Italia, donde se sitúa la acción de la famosa novela de Umberto Eco, El Nombre de la Rosa. En la primera historia, una joven monja, Benedetta, es acusada en el siglo XVII de seducir a un admirado sacerdote que luego comete suicidio. En la abadía es interrogada y sometida a diversas pruebas por la inquisición para que confiese su contubernio con Satanás con el fin de salvar el buen nombre del sacerdote suicidado y poder darle un entierro cristiano. En un principio, el hermano del sacerdote acude a la abadía con el fin de asesinar a la acusada pero en lugar de eso se siente atraído de una forma contradictoria hacia ella y también hacia las dos damas que le ofrecen techo, generando una situación concupiscente y pecaminosa que contrasta con la búsqueda del severo y templado ideal cristiano vigente en la sociedad de la época. En la segunda historia, un inspector fiscal llega en la época actual a la abadía en ruinas para realizar un negocio inmobiliario con un músico multimillonario ruso que quiere comprar el derruido inmueble. En el pueblo circulan historias sobre un conde vampiro que recorre por las noches la ciudad y parece estar escondido en la abadía. Ambos relatos narran las miserias y las preocupaciones de los hombres en cada época. Bellocchio busca el componente universal detrás de los cambios históricos para demostrar que los hombres han sido y siempre serán los mismos aunque el contexto cambie. De esta forma, el vampírico conde representa a una clase aristocrática inútil que simboliza a su vez un pasado perimido que continúa viviendo en la oscuridad, mientras que el proceso al que someten a la monja supone un pasado aciago en un territorio en el que la razón está ausente. En este sentido, los dos conllevan una crítica y una alegoría sobre los restos de un pasado que aún sobrevive en el presente de la Italia actual. Sangre de mi Sangre es un film bucólico y letárgico sobre el amor, las obsesiones y el egoísmo que destruyen a los hombres, corrompiéndolos. Entre ambas historias se trazan diversos e interesantes paralelismos sobre la condición humana y la historia del norte de Italia. Marco Bellocchio lleva nuevamente sus demonios hasta el paroxismo para entrar en el abismo de las dos miserias que asolaron al mundo, la religión y la búsqueda de beneficios producto de la estafa y los negocios, mejor conocida como capitalismo.
La fuerza pública. El realizador David Yates, responsable de las últimas películas de la saga de Harry Potter, fue el encargado -junto a los guionistas Adam Cozad y Craig Brewer- de la actualización de la popular historia de Tarzán y Jane, los míticos personajes creados por el escritor Edgar Rice Burroughs en 1912. Desde aquellos inicios más de doscientas obras han retomado de alguna manera las aventuras de Tarzán, el personaje criado por una tribu de feroces y temibles gorilas, los Mangani. La Leyenda de Tarzán se sitúa en este contexto tras el regreso de John Clayton (Alexander Skarsgård) y su esposa Jane (Margot Robbie) a su posición de Conde de Greystoke en Inglaterra. La nueva versión del hijo de la jungla inicia con la carrera colonial europea para saquear los tesoros de África con la excusa de la extensión de la civilización, realizando una denuncia tan interesante como inesperada sobre la expropiación de los recursos, la esclavización de los habitantes y la destrucción de las culturas y el patrimonio. Tras la repartición de los territorios africanos en las Conferencias de Berlín por parte de las potencias europeas durante 1884 y 1885, el Rey Leopoldo II de Bélgica envía a Léon Rom (Christoph Waltz), su lugarteniente, para encontrar los diamantes de Opar en el Congo, retomando en parte el relato de la quinta novela de Tarzán escrita por Burroughs, Las Joyas de Opar, publicada en 1916. El jefe Mbonga (Djimon Hounsou) le ofrece a Rom intercambiar las valiosas joyas que su rey necesita -para finalizar su conquista del territorio africano con un ejército de mercenarios que esperan ansiosos su paga para comenzar el genocidio- por Tarzán, a quien busca para vengarse. Para cumplir su imperial misión, Rom invita en nombre del rey belga a un reticente John Clayton al Congo para homenajearlo como “hijo de África”. Tras la negativa inicial, John es convencido de regresar a su selva natal por George Washington Williams (Samuel L. Jackson), un emisario norteamericano que sospecha de la utilización de mano de obra esclava en los ferrocarriles y las ciudades en construcción en la colonia belga. Para recrear el ambiente de la época decimonónica, La Leyenda de Tarzán se apoya en la fotografía detallista de Henry Braham, en una gran labor del equipo de dirección artística y en un guión simple pero meticuloso que propone una nueva lucha entre un héroe legendario contra un villano codicioso e inescrupuloso. De esta manera, el film construye con profundidad y calidez la personalidad de cada uno de los protagonistas en una historia heroica de profundo contenido social, muy distante de las banales y melodramáticas aventuras de su creador. Afortunadamente, lo que más llama la atención de la propuesta de Yates es la marcada mirada crítica sobre los procesos sociales e históricos, con un afán revisionista de la colonización africana por parte de los países europeos como una atrocidad y un crimen contra la humanidad en nombre de la monarquía y el capital como epítetos del poder y el dinero. En un momento muy particular de la terrible historia de la descolonización de los países africanos, en que los procesos democráticos se imponen a través de las luchas ciudadanas, la visión de una África de pie ante el invasor/ opresor no es menor y merece un gran saludo.
El mundo de los niños. La Inocencia, galardonada como el mejor proyecto “work in progress” del Festival UNASUR 2013, es un documental que propone una mirada sobre los mundos contrapuestos que confluyen. Por un lado tenemos dos historias sobre una de las etapas más importantes en la construcción de los sujetos sociales a través del comienzo de la formación escolar. En ese mismo proceso, el film busca documentar la mirada del mundo de dos niñas de seis años, Morena Jaramillo y Gabi Oviedo, que viven en contextos absolutamente diferentes. La primera en un pueblo de la provincia de San Juan y la segunda en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Ambas cuestiones son analizadas por una cámara que nos ofrece dos mundos distintos con sus miradas tamizadas por la inocencia de las niñas, que comienzan su proceso de alfabetización y de compresión del mundo adulto. Las diferencias sociales se manifiestan en los estímulos que recibe cada una. Gabi vive en un ambiente humilde, acude a una escuela rural en un paraje y juega con lo que encuentra, mientras que Morena acude a una escuela privada de la capital de la Argentina y recibe una educación más compleja acorde a las necesidades de formación de nuestra cambiante realidad. De esta manera, las situaciones de ambas niñas dan cuenta de dos realidades diametralmente opuestas dentro de un mismo territorio nacional. Ambos mundos se integran así en La Inocencia como dos facetas de las contradicciones que alimentan los problemas sociales que afronta nuestro país. El documental de Eduardo de la Serna divide el film en doce partes que comprenden los meses del calendario. En cada uno de esos meses el realizador indaga en las vidas de las pequeñas, en su proceso de socialización, adaptación y crecimiento dentro y fuera de la escuela para ofrecer un panorama completo de todo el año lectivo. La educación, el juego, la socialización con los nuevos compañeros y la vida familiar se despliegan como una extrañeza que de a poco se va convirtiendo en una cotidianeidad que se impone en el aprendizaje de las reglas y los conocimientos de ambos procesos pedagógicos. La mirada sobre la niñez -desde una observación participante- introduce la cámara en las situaciones cotidianas y logra construir una atmósfera de intimidad con las protagonistas. La película capta la inocencia como un concepto en sus manifestaciones más sinceras, a través de una visión materialista que propone una nueva idea sobre los procesos de aprendizaje de nuestro país y sus paradojas. De la Serna desarrolla desde esta perspectiva una interesante aproximación a la niñez en la que se destacan la simpleza y la calidez de la música de Franco Antognini. Abordada desde la frescura, la sensibilidad y la candidez de todos los niños, la infancia surge en la pantalla no solo como la etapa más importante de la vida sino como el período en el que el mundo es reconstruido por la mirada inocente.
Los generales de la patria. La construcción de la epopeya nacional por parte de Mitre y su legitimación por los intelectuales del centenario de la Revolución de Mayo marcaron lo que durante casi todo el siglo XX fue la visión unidimensional de la historia de nuestro país. Tras el desastre de la última dictadura cívico militar se generalizó un revisionismo de la época de la independencia, destacándose la figura del historiador, ensayista y escritor Mario O’Donnell -mejor conocido como Pacho- como uno de los mejores y más conocidos exponentes de esta expresión historiográfica. El bicentenario de los acontecimientos políticos que precipitaron la Revolución de Mayo y la política nacional de apoyo a la recuperación de la historia y el patrimonio nacional produjeron algunas de las nuevas películas sobre las principales figuras de la agitada independencia nacional, como Revolución: El Cruce de los Andes (2010) o Belgrano (2010). A pesar del cambio de época y de la caída en desgracia de algunos de los gobiernos que sostenían la unidad latinoamericana, este nueve de julio se cumplen doscientos años de la declaración de independencia y se lo celebra con el lanzamiento de una película sobre el encuentro entre José de San Martín y Simón Bolívar, dos de las más grandes figuras de la historia de la independencia de los países de Sudamérica. El Encuentro de Guayaquil fue publicada como obra teatral por Pacho O’Donnell en 2005 y fue llevada a escena en varias oportunidades en los últimos diez años, con grandes elencos que buscaron reconstruir esta sinuosa reunión que condujo a la cesión por parte de San Martín de sus tropas a Bolívar para la conclusión de la campaña libertadora que unía a ambos generales, lo que a la postre marcó los destinos de todos los países latinoamericanos. La película de Nicolás Capelli adapta la historia a la técnica cinematográfica intentando capturar la esencia de la obra y el espíritu revolucionario de la época post colonial en una dialéctica arriesgada. Para esto el opus reúne a ambos personajes recurriendo a flashbacks que ilustran y recorren la vida y los avatares de las campañas de ambos, sus miserias y sus amores, buscando más a los hombres con sus fortalezas y debilidades que a las figuras heroicas ponderadas para defender la idea de nación. La acción gira alrededor del choque entre las necesidades de un San Martín (Pablo Echarri) acorralado por sus detractores en Lima y la búsqueda de Bolívar (Anderson Ballesteros) en pos de engrandecer su gloria. En este diálogo lo más importante son las actuaciones, que son correctas y estudiadas aunque algo forzadas, especialmente en los casos de algunos de los personajes secundarios. Capelli evita las imágenes de las ciudades coloniales, situándose en habitaciones o palacios donde se celebraban las reuniones entre los mandatarios, y recurre a personajes secundarios para mirar el contexto, especialmente en lo que tiene que ver con la financiación de las campañas y las relaciones amorosas en escenas que pretenden humanizar al libertador. El resultado del emprendimiento es desparejo pero logra su cometido de ver a los hombres de carne y hueso a través de los ideales de estos generales revolucionarios que se jugaron la vida por las ideas que tenían de la libertad, la autodeterminación y la patria, entronizados por los ideólogos e historiadores. El Encuentro de Guayaquil es una gran forma de conocer algo más de nuestra historia, aunque solo sea para reflexionar un rato sobre una parte de los procesos sociales que condicionan nuestro presente.