LO PRIMERO ES LA FAMILIA Algunos recordamos la frase con la que Francella cerraba cada emisión de La familia Benvenuto, icónica telecomedia de principios de los noventa: “lo primero es la familia”. Quién iba a decir que tres décadas más tarde el mismo Francella volvería a sentarse a la mesa bajo el mismo lema pero esta vez como Arquímedes Puccio, el pater familias y cerebro del “clan Puccio”, conocido por el secuestro y asesinato de Ricardo Manoukian, Emilio Naum y Eduardo Aulet. A años luz de su Guille Benvenuto, y en la que es la mejor interpretación de su carrera (tanto en cine como en TV), el Arquímedes de Francella es una suerte de Tywin Lannister del conurbano, un témpano que apenas puede sonreír, un experto a la hora de meter culpa, infalible a la hora de evitar que su descendencia abandone el “negocio familiar”. En El clan, el director de Leonera y Carancho intenta articular lo social, lo familiar y lo singular. La tarea no es sencilla: Trapero falla echando mano al siempre innecesario subrayado y por ello su última película peca de irregular, dejando lo mejor para el final. En este ir de menor a mayor, lo peorcito es el ida y vuelta entre 1982 y 1985 mediante la utilización de fragmentos de discursos de Galtieri y Alfonsín en un intento por mostrar “dos Argentinas” que, si bien contextualiza el momento en que los Puccio hacían de las suyas, viene cargado de cierta opulencia. Al mismo tiempo, la banda sonora (que incluye temas ochentosos de Virus y Serú Girán) y algunos efectos de sonido están puestos al servicio de remarcar la atmósfera asfixiante de la casita del horror sanisidrense donde vivían los miembros del clan. En varios pasajes del film, a Alejandro (Peter Lanzani), el segundo de los hijos de Arquímedes, se lo ve ahogado, metafórica y literalmente, por la ominosa figura de ese “monstruo” que barre la vereda en pijama y short como cualquier vecino pero que, puertas adentro, no duda a la hora de torturar a sus víctimas. Lo mejor del noveno largometraje de Trapero aparece no en lo macro ni en lo micro, sino en ese entre que se teje entre Arquímedes y su principal rehén: Alejandro. La necesidad del padre de pertenecer a la clase alta, la tibia desobediencia del hijo, sus mínimos movimientos a la hora de intentar armar su propia historia. Parece imposible que algo quede por fuera, el encierro extremo demanda salidas extremas y el policial deviene tragedia. Pese a sus baches narrativos, Trapero sigue demostrando que sabe filmar. Ya inmerso en el cine de género e industrial y próximo a competir en la 72ª Mostra de Venecia (también participará fuera de competencia en los festivales de Toronto y San Sebastián), continúa entregando travellings notables. Que no pueda decirse lo mismo de cierto montaje paralelo que el lector sabrá reconocer es apenas un dato. El que ya es el éxito comercial argentino del año va de la mano con algo que los Benvenuto no nos advertían. Aquello que Milan Kundera deja bien claro en La insoportable levedad del ser: la idea de que la familia puede ser un campo de concentración.//?z
PODEROSO EL CHIQUITÍN Cuando vemos el logo de Marvel en pantalla acompañado por un tema bailable y movidito sabemos que el tono de la película poco tendrá que ver con el que estamos habituados a encontrar en cualquier cinta de superhéroes. Peyton Reed (Bring It On, Down With Love, The Break-Up), que había sido tenido en cuenta para dirigir Guardianes de la galaxia antes de que el proyecto le fuera asignado a James Gunn, procuró darle a Ant-Man la misma frescura que entregó Guardianes… hace un año, y lo logró. Si convertirse en un hombre diminuto es un superpoder un tanto extravagante lo mismo se puede decir de Scott Lang (Paul Rudd), un héroe cuyo talento es ser el mejor de los ladris, un experto a la hora de sustraer bienes ajenos sin ejercer ningún tipo de violencia. Es, además, un padre de esos que tanto le gustan a Hollywood: el que busca redimirse ante su hija por sus crímenes del pasado. Quien lo contrata es otro padre en busca de la redención, el Dr. Hank Pym (Michael Douglas), que intentará ponerle freno a su descarriado pupilo Darren Cross (Corey Stoll aka Peter Russo, de House of Cards), y de paso, sí, recuperar el amor de su hija (Evangeline Lilly aka Kate, de Lost). Así, en plan “los padres sean unidos”, los recursos de uno se pondrán al servicio de las habilidades del otro para salvar al mundo pero, sobre todo, a la institución familiar. Lejos de la aparatosa destrucción masiva de rascacielos de Man of Steel y de la titánica última entrega de Los Vengadores, las escenas de acción en Ant-Man se desarrollan en espacios reducidos (la escena del maletín compite en originalidad con aquella en cámara lenta de Quicksilver en X-Men: Days of Future Past) como un hormiguero o una locomotora de juguete. Los guionistas Edgar Wright, Joe Cornish, Adam McKay y el propio Paul Rudd se las ingenian para conectar la trama de Lang con S.H.I.E.L.D., Hydra y otros personajes de la franquicia vengadora y coquetean con la premisa que hace poco nos presentó Jurassic World: la de la ciencia como propiciadora de los milagros. Con secuencias de sorprendente agudeza para “una de superhéroes” como aquella en la que se reduce a quien cuestiona los intereses de los poderosos a una masa amorfa que se tira por el inodoro, Peyton Reed no hace del CGI su caballito de batalla y se apoya en su experiencia previa como director de comedias para potenciar a Paul Rudd con un grandioso Michael Peña, que entrega una actuación a años luz de aquella que nos dio a principios de año en Fury, cuando fue dirigido por un mediocre David Ayer. Si a esto le sumamos uno de los mejores cameos de Stan Lee en los ya ¡doce! títulos de la factoría Marvel que arrancaron con Iron Man en 2008, a la primera entrega del hombre hormiga se le aplica con justicia el slogan de cierta publicidad noventosa cuyo fin era la venta de un pequeño secarropas. Y aunque el héroe venga en tamaño mini, entrega mucho y queremos más.//?z
FIFTY-FIFTY ¿Es un culebrón, un drama, una comedia? ¿Y ese título de película porno? ¿Campusano nos está tomando el pelo? Quien elija ver Placer y martirio se formulará alguna de esas preguntas mientras levanta la ceja mirando la pantalla con la expresión algo perdida. Seguramente también sienta un poco de placer y otro poco de martirio. La relación quizás sea fifty-fifty, un cincuenta y un cincuenta. Todo gira en torno a Delfina, una mujer superficial de clase alta que, aburrida de la vida que lleva como diseñadora, esposa y madre, establece un vínculo con el muy sincero y nada misterioso Kamil, que le dará todos los gustos a cambio de sexo. Las actuaciones decididamente acartonadas de todos los personajes indican que el director nacido en Quilmes, quien presentó Fantasmas de la ruta en el BAFICI anterior, no se ha tomado las cosas demasiado en serio. La película se tiñe de las características de su protagonista: es artificial, hueca, y justamente por eso nos reímos de ella. De ahí el martirio… y el placer.
PORQUE QUIERO ¿Qué emoción estaba al mando cuando Paulina dijo “ya estoy acá y quiero seguir”? El modelo mental de Inside Out hace agua a la hora de explicar la elección de la protagonista de La patota. El segundo film en solitario de Santiago Mitre puede pensarse como un paréntesis entre dos diálogos en los que Dolores Fonzi y Oscar Martínez se potencian para entregar quizás las mejores interpretaciones de sus respectivas carreras. Ganadora del Gran Premio de la Semana de la Crítica en el Festival de Cannes y del galardón de la FIPRESCI, La patota cuenta la historia de Paulina, una abogada que decide abandonar su carrera judicial para ser maestra rural en el interior de Misiones. Su tarea: dictar talleres de formación política en una escuela de pocos recursos. Al igual que con El estudiante, Mitre no solo no oculta el carácter político de su obra sino que lo explicita durante el primer intercambio de ideas entre Paulina y su padre. El espectador es llamado a implicarse desde el arranque. Tanto en el aspecto formal como en su contenido, el cine de Mitre remite al de los hermanos Dardenne (especialmente a esa obra magnífica que es El hijo) y, al igual que ellos, incomoda por medio de la inteligencia y no desde la provocación. Retrata con eficacia no solo un cuerpo sino los cuerpos, no solo una patota sino las patotas, no solo una violencia sino las violencias que atraviesan la institución jurídica, educativa, policial y familiar. En un sentido opuesto a Inside Out, Mitre no cierra sino que abre el juego. Los lugares de la víctima y el victimario (¡al fin!) se problematizan. Las certezas se tambalean porque no hay un cosmos ideal al que regresar. Volver atrás es un imposible. Lo único que queda claro es que Paulina, como Perséfone, es captada por el inframundo para volverse Reina de su propio deseo, para decir que sí y subvertir el orden establecido, cueste lo que cueste, caiga quien caiga.//?z
PSICOLOGÍA PARA TODOS A favor: el “viaje al interior de la mente” que propone Inside Out (estrenada aquí como Intensa-mente) entretiene de principio a fin y es otra muestra de la creatividad en apariencia inagotable que, salvo muy contadas excepciones, sigue entregando Pixar. Hay poco que achacarle a la última película del director de Up y Monsters Inc. en términos narrativos e incluso menos a la hora de juzgar la calidad de su animación. En contra: sus virtudes no justifican un abordaje tan reduccionista de algo tan complejo como la psiquis humana. Veamos… Riley tiene 11 años y se está mudando. Cinco emociones (de aspecto harto estereotipado, por cierto) se disputan el comando de su cerebro: alegría, tristeza, enojo, miedo y desagrado. La conducta de Riley cambia según el predominio de una sobre las otras hasta que algo “sale mal” y dos de estas emociones terminan vagando por diferentes sectores de la mente donde funcionan procesos psicológicos como la memoria a largo plazo y el pensamiento abstracto. La meta apunta a recomponer el orden perdido para volver a un estado anterior aparentemente ideal y deseable. La película propone –y secretamente exige– un retorno a esa alegría inicial. Básicamente, que la cosa funcione. Se podría pensar que hay novedad al final de la historia, pero lo único que cambia es el modo en que las emociones se relacionan entre sí… el quinteto sigue llevando la batuta. ¿Es acaso tan simple nuestra experiencia subjetiva? ¿A dónde fue a parar la sexualidad? ¿Y qué hay del deseo, el goce, el narcisismo o el superyó? No se trata de ponerse en exquisito o enojarse porque el film pretenda psicoeducarnos sino más bien de pensar por qué se ofrece un modelo de la subjetividad humana y no otro. Quien escribe imagina una futura Inside Out 2 en la que una Riley “descarriada” toma psicofármacos. ¿Cómo serían representados? ¿Pactarían con las emociones para tratar de sosegarlas? ¿Cumplirían su trabajo una vez que Riley volviera a la senda de la ley y el orden familiar?
MÁS DIENTES, MENOS HAMBRE En todos los formatos (2D, 3D, IMAX) y en todas partes, Jurassic World rompe récords. Sumó doscientos millones de dólares en un fin de semana solo en Estados Unidos y otros trescientos en el resto del mundo. La vuelta a la isla Nublar (las partes dos y tres de saga jurásica se desarrollaron en una isla vecina llamada Sorna) y la reapertura del parque son apenas el primer paso de este reboot que promete convertirse en trilogía. A pesar de su éxito masivo, y aunque Steven Spielberg sea su productor ejecutivo, la segunda película de Colin Trevorrow (Safety Not Guaranteed) pierde por partida doble: primero cuando se la compara con la original (que, está bien, es insuperable) y después cuando se la mide con otros relanzamientos de sagas exitosas como Mad Max: Fury Road. Y es que allí donde George Miller innova, Trevorrow copia… y no es que Jurassic World sea mala sino que padece las limitaciones de un director que se esconde en la fórmula. Veintidós años después del cierre del parque que creó John Hammond, los dinosaurios comunes y silvestres aburren. El público demanda más y la ciencia, sierva de ese único amo al que llamamos mercado, entrega el último avance de la genética: el Indominus Rex, un pastiche con ventajas adaptativas de numerosas especies, serios problemas de socialización, una inteligencia muy desarrollada y un particular gusto por la crueldad. El primer dinosaurio psicópata de la historia. Al pueril debate sobre la manipulación cromosómica se le añadirá un refrito del conflicto que se planteaba entre los ambientalistas y los cazadores de Jurassic Park: The Lost World, pues el ejército, comandado por Vincent D’Onofrio, intentará servirse de las técnicas de crianza de ese Father of Raptors que es Chris Pratt para convertir a los dinosaurios en armas de guerra. Sin Sam Neill, Laura Dern ni Jeff Goldblum, Jurassic World no ofrece demasiado en términos actorales. Pratt y Bryce Dallas Howard (¿le darán otro papel que no sea el de mujer fría alguna vez?) hacen lo justo cada uno por su lado pero juntos tienen menos química que William Macy y Téa Leoni en Jurassic Park III, y eso que interpretaban a una pareja ya divorciada. Es cierto que el clásico tema de John Williams sumado al aporte de Michael Giacchino sigue siendo efectivo y que Dallas Howard tiene su momento Ian Malcolm bengala en mano, pero el enfrentamiento final entre las bestias de ayer y hoy parece ir de la mano con las palabras de Sidney Prescott en Scream 4, película ejemplar a la hora de pensarse a sí misma y a toda su saga: you don’t fuck with the original. Jurassic World apela a la nostalgia y se queda en el puro homenaje. No sabe cómo exceder su dimensión de producto. La nueva generación demanda explícitamente más dientes pero el Indominus no tiene hambre (de cine)… solo le gusta morder.//?z
AMORES EQUINOS ¿Pero cómo? ¿En Islandia se hace cine? Claro que sí, y del bueno. Pocas veces podemos disfrutarlo en pantalla grande y cuando lo hacemos suele ser con algunos años de delay. Nói Albínói (Noi, el albino) y Den brysomme mannen (El inadaptado) tuvieron un paso fugaz por las salas argentinas en 2006 y 2008 a pesar de haber sido estrenadas en su país de origen en 2003 y 2006 respectivamente. Hross í oss (Historias de caballos y hombres)no es la excepción, ya que se trata de un título de 2013 que llega casi dos años después. Historias de caballos y hombres es eso: un conjunto de anécdotas que comparten los bípedos y los cuadrúpedos en una pequeña comunidad rural de la remota y extrañísima Islandia. Con diálogos mínimos y planos prodigiosos que van del pelaje de los caballos hasta exteriores magníficos, el actor devenido director Benedikt Erlingsson, de antecedentes cuasi nulos (apenas un cortometraje), filma con asombrosa desenvoltura la espectacularidad existente entre hombre y animal. En la tierra de Björk todo se torna insólito… como el sonido del trote de los caballos que en nada nos recuerda al que estamos acostumbrados a escuchar en películas históricas o en westerns. Es un detalle aparentemente menor pero que hace al tono de film. Durante ochenta minutos percibiremos esa extrañeza. Cómica y dramática, tierna y cruel, con pasajes en islandés, sueco, inglés y español y paisajes fértiles, marítimos y desérticos, Historias de caballos y hombres forma parte del grupo de películas inclasificables. Si en Amores perros las bestias se parecían a sus dueños, aquí no solo se parecen sino que se necesitan y hasta se confunden, pues en la endogámica comunidad donde la vida, la muerte, la sexualidad, el vicio, la supervivencia, el juego y la competencia están mediadas por los caballos no faltará la vecina yegua que mire con envidia a la que se queda con el semental o el joven rocinante que posa los ojos en la montura más bella. Ganadora en un puñado de festivales entre los que se cuentan Tokio y San Sebastián, que la extraña ópera prima de Benedikt Erlingsson tenga su acotado estreno en salas argentinas (apenas 13 salas en todo el país) es en sí mismo un suceso extraño que merece nuestra atención. Desde el primerísimo primer plano con el que empieza esta narración (de a ratos semidocumental) hasta el último plano general que bien podría remitir a la Rebelión en la granja de George Orwell, esta pequeña gran joya islandesa es la potranca más deseada del lugar. No hay tiempo para ensillar el caballo… hay que ir hacia ella desbocadamente, antes de que los tanques norteamericanos vengan a cercar la comarca y a quedarse con todo.//?z
FUEGO CRUZADO Se dice que mudarse es lo que genera más estrés luego de la muerte de un ser querido. Parece un enunciado cuestionable pero El incendio, primer largo de Schnitman en solitario luego de codirigir El amor (primera parte) y Grande para la ciudad, parece ser testimonio de ello. La demora en la firma de un contrato es el pasaje de ida al estallido de una pareja de treintañeros que, evidentemente, ya venía amenazando con hundirse. ¿Habrá tiempo para reparar el barco o lo único que queda es tocar fondo? Si bien la calidad de El incendio decae un poco con el correr de los minutos, el alto nivel de la actuación de Pilar Gamboa se mantiene estable de principio a fin. Todo ocurre en un día y con la intensidad de una pasión que se expresa en gritos, cortes, moretones y una memorable escena de sexo. Como dice el título en español de la película de John Boorman, Deliverance, la violencia está en nosotros. Y afuera también. En todas partes.
LA TV ATACA Escrita, producida y, nos atrevemos a decirlo, codirigida por Steven Spielberg (aunque el director oficial haya sido Tobe Hooper, conocido por la original The Texas Chain Saw Massacre, toda la película huele a Spielberg), la Poltergeist de 1982 reunía varios elementos que hicieron de ella una de las grandes películas de terror de los ochenta. El típico argumento de la casa embrujada se teñía de un muy buen desarrollo de personajes (algunos hasta disfrutaban de los fenómenos telekinéticos que ocurrían en la cocina o el comedor), cierta tonalidad satírica y también fragmentos de una lograda emoción, como la primera comunicación que Diane tiene con su hija Carol Anne desde “el más allá”. Elementos, todos, que se han debilitado fuertemente y que hacen de la nueva Poltergeist un título para seguir engrosando la lista de remakes innecesarias. En la tercera cinta de Gil Kenan (director de la aceptable Monster House) aparecen varios guiños a la original: el árbol, el placard, la tele con estática, las alucinaciones hardcore con el sello hooperiano, pero el espíritu festivo de la familia original solo se deja ver de a ratos en el personaje de Sam Rockwell. La parapsicóloga Lesh y la médium Tangina, personajes memorables de la original interpretados con maestría por Beatrice Straight y la pequeñísima Zelda Rubinstein (dispuesta a hacerle frente al mismo demonio desde su metro treinta de altura) han sido reemplazados por Jane Adams (Happiness) y Jared Harris (nuestro querido Lane Pryce de Mad Men) que hacen lo suyo de manera aceptable pero sin un atisbo de la mística de sus predecesoras. Lo mismo puede decirse de la madre de la familia (Rosemarie DeWitt, otra ex Mad Men) y de Kennedi Clements que procura ser una versión morocha de la incomparable Carol Anne. La razón más interesante para acercarse a la nueva Poltergeist se encuentra en la escena donde los investigadores se sirven de un… ¡drone! que aporta el niño de la familia para salvar a su hermana pequeña, secuestrada por los espíritus malignos. Vía drone, el cine digital nos permite adentrarnos en lo que quedaba fuera de campo en la Poltergeist original. La jugada es efectiva a medias, pues no logra compensar los aciertos de la original, pero sirve para pensar el cine hoy. Hace rato que repetimos que más no es mejor, y la posibilidad de experimentar el “más allá”, con anteojos 3D y todo, deja gusto a poco. Por suerte, el final gana en fidelidad al film de Hooper/Spielberg. Así y todo, quien desee explorar el subgénero de las casas embrujadas haría bien en revisar la filmografía reciente de James Wan o considerar otros títulos de los ochenta como The Changeling, de Peter Medak. La remake de Poltergeist es una prueba más de que con algunas películas, al igual que con algunos espíritus, es mejor no meterse.//?z
VAMOS LAS PIBAS George Miller siempre fue partidario del cine físico. Al menos cuando se dedicó a filmar esos dos westerns sobre ruedas que son Mad Max y Mad Max 2: The Road Warrior (la tercera entrega, Mad Max Beyond Thunderdome, sería un paso en falso). Tres décadas después de la última entrega, y luego de dirigir películas como Babe y Happy Feet (sí, en serio) decidió volver a la saga que lo elevó al status de director de culto. Pocas veces una espera tan prolongada valió tanto la pena. Con un presupuesto 150 veces (!) superior al que manejó en 1979 para iniciar la, hasta ahora, tetralogía, Miller optó por no traicionarse y seguir apostando por esa “elementalidad de lo físico (…) en la que cada auto roto es un auto realmente roto”. Hay en él más de artesano que de diseñador, y lo hace notar. Ya sin Mel Gibson y con un panorama mundial distinto al de principios de los ochenta, en Mad Max: Fury Road el foco está puesto no tanto en el petróleo y sus derivados sino en el agua que, de tan escasa, parece ser una sustancia capaz de enloquecer. El “nuevo” (mismo personaje, distinta historia) Max Rockatansky (Tom Hardy) se la pasará huyendo toda la película pero su escape no es ni por las tapas el más interesante. Ocurre que se suma, sin quererla ni beberla, al plan de una mujer que decide desviarse del régimen establecido. Furiosa (una brillante y calva Charlize Theron) se harta de la tiranía patriarcal de Immortal Joe (interpretado por Hugh Keays-Byrne, quien también actuó en la primera Mad Max) y enciende el fuego de la rebelión. Líder de un grupo de mujeres fértiles llamadas “paridoras”, pretende dejar de ser un mero engranaje dentro del gran sistema de cuerpos y poder disponer del suyo. En el postapocalipsis los cuerpos valen por sus agujeros y sus fluídos. Bocas, vaginas, óvulos, sangre, sudor, leche materna. Como los Fremen del planeta Arrakis en Dune, esa obra maestra de la literatura escrita por Frank Herbert, el patriarca sabe que el capital biológico es escaso y debe ser preservado, controlado, vigilado, administrado. Y si para eso hay que someter por medio del trabajo, la tortura y la religión, pues adelante. Son varias las cadenas que se cortan a lo largo de las dos horas que dura Mad Max: Fury Road. Es una acción tan sencilla como significativa pero el director de fotografía John Seale se encarga de enmarcarla con precisión dentro de la enormidad del desierto de Namibia. Su capacidad para orquestrar las dantescas persecuciones excede cualquier elogio; los exteriores diurnos y nocturnos donde se desarrolla la revolución son inolvidables. Ha vuelto Mad Max, ha vuelto el mejor George Miller. Eso supone una buena cantidad de freaks a bordo de autos, motos, camiones cisterna, tractores, big-foots, rodados de cualquier grupo y factor acelerados a fondo con el fin de dar caza y, ya que estamos, romper todo. Claro que el combustible de este cine físico, kitsch y delirante es una idea. “El futuro pertenece a los locos” se lee en los pósters, pero parece que las únicas locas dispuestas a patear el tablero son las chicas. Si el futuro les pertenece o no, está por verse… lo que es seguro es que son ellas quienes lo posibilitan. ¡Vamos las pibas!//?z