ALTA TENSIÓN CON COCODRILOS Las películas de cocodrilos asesinos siempre han estado a la sombra de sus hermanas mayores, las películas de tiburones. Es que las segundas cuentan con Tiburón (1975) en su currículum, probablemente la mejor película de Spielberg y una de las mejores de la historia, y nadie ha hecho hasta ahora una obra maestra icono de la cultura popular con cocodrilos. Por ahí andan El cocodrilo (Lake placid, 1999) con Bill Pullman y Bridget Fonda, pequeño fenómeno del VHS noventero, divertida pero irregular cuanto menos; también Rogue (2007) mucho más visceral y efectiva, del director de El cazador de Wolf Creek (Wolf Creek, 2005) Greg McLean. Entonces, ¿Tenía que llegar el francés Alexandre Aja pera darnos finalmente a la mejor película de cocodrilos jamás filmada? Puede ser, aunque Infierno en la tormenta es bastante más que eso. Estamos ante una película de conceptos claros que estira su premisa hasta límites, digamos, gratamente sorpresivos; de hecho, la podemos describir como una mezcla feliz entre No respires (2016) y Miedo profundo (2016). Todo arranca con un prologo intenso de mucho ritmo, fundamental para poner en marcha la maquinaria narrativa, presentando rápidamente a los protagonistas, Haley (Kaya Scodelario) y su padre Dave (Barry Pepper), la dinámica de la relación entre ambos y un huracán como escenario del drama y contexto maravilloso para la aparición de los cocodrilos. La trama básicamente es la siguiente: durante el transcurso del huracán Wendy, Haley va a la casa de su padre para chequear que este se encuentra bien, dado que no responde el teléfono y lo encuentra desmayado en el sótano junto con un cocodrilo que los acecha; lo que viene después es una visceral y claustrofóbica lucha por la supervivencia. Dicho esto, el primer y principal acierto de la película es que se toma su tiempo para dar cuenta de los personajes, por los cuales sentimos empatía desde el principio y que se convierten en nuestros héroes inmediatamente. Esto puede parecer una obviedad pero el infierno de las películas de animales asesinos está lleno de personajes de cartón cuyo destino nos importa tres carajos. También digamos que la resistencia sobrehumana que tienen tanto Haley como Dave a los ataques brutales de los depredadores es un poco inverosímil aunque también es una licencia necesaria que este subgénero debe tomarse. Es cierto que los secundarios caen como moscas pero debemos sentir también que nuestros protagonistas son capaces de enfrentarse y sobrevivir al menos a un ataque del monstruo. El segundo gran acierto de Aja es la manera brillante en la que construye y dosifica el suspenso, pero sobre todo la tensión. De alguna manera híper calculada pero también mágica, la película parece no sacar nunca el pie del acelerador, siempre está redoblando la apuesta y esto, en lugar de cansarnos, nos atrae más a querer seguir mirando el destino ingrato de nuestros héroes. Encima, cuando parece que estamos para relajarnos y ver el final, el film nos regala un tramo final brillante, violento y sin respiro. El regreso de Alexandre Aja al camino del bien no podría ser mejor: una película de presupuesto medio lista para dar el batacazo en el medio de la omnipresente oferta de Disney en nuestras pantallas. Podemos decir con justicia que estamos ante la Un lugar en silencio del 2019.
COSAS QUE NO QUEREMOS SABER “Solo fueron un montón de cosas que pasaron”, sentencia Homero en ese capítulo maravilloso de la segunda temporada de Los Simpsons en el que Burns le regalaba a Bart la icónica y gigantesca cabeza olmeca. El comentario de Homero se refiere a que la aventura parecía terminar sin ningún tipo de moraleja, los personajes no aprendían nada, todo lo que había sucedido no tenía ningún tipo de consecuencia moral ni de ninguna otra clase. Es un chiste que me encanta y admito que su presencia en este párrafo es un tanto arbitraria aunque no del todo, porque sirve para mencionar aquella obvia diferencia entre la vida de una persona y su representación cinematográfica en forma de película o serie biográfica: la realidad no tiene sentido narrativo (y probablemente ningún otro), es inconexa, repetitiva, aburrida e irrelevante la mayor parte del tiempo, solo son un montón de cosas que pasan. No puedo dejar de pensar en Tolkien (la película) como en un esfuerzo sobrehumano por dotar de sentido trascendental la vida del escritor que no fue necesariamente extraordinaria en ninguna aspecto, y la ansiedad por querer que cada cosa que le pasó dejara huella en su obra literaria. Desde el punto de vista formal, la película de Dome Karukoski es apenas correcta, abrumadoramente genérica, lista para anexar a cualquier lista de reproducción de las versiones modernas de Hallmark. Tiene un buen casting; Nicholas Hoult convence, y digamos que Lily Collins también y está razonablemente filmada, por decir algo. Karukoski estructura la película con un largo montaje paralelo en el que se nos cuenta, por un lado, el largo peregrinaje de Tolkien en el frente en la Primera Guerra Mundial en busca de uno de sus mejores amigos, junto a un fiel soldado que no lo deja claudicar (sí, referencia de trazo grueso al viaje de Frodo junto a Sam en El Señor de los Anillos), y por otro su infancia y juventud. El conjunto de todo nos dará luego como resultado al Tolkien que todos conocimos (?). Así de esquemático es el guión. Por otro lado, como decíamos antes, la vida de Tolkien no fue algo extraordinario, es más o menos la vida de cualquier muchacho de su clase en aquella época y lugar. Tenía amigos, se enamoró, consiguió una beca, fue a la guerra, sobrevivió y escribió muchos libros. Tenía un talento particular para los idiomas y cierta fascinación por la fantasía épica, pero siguen siendo datos triviales que cobran significado solo porque sabemos en quién se convirtió. Es cierto que su intensa formación en lingüística y filología, algo que se menciona una cantidad alarmante de veces durante el film, explica alguno de los rasgos de su obra, pero no todo hecho en la vida de Tolkien tiene un reflejo directo en El Hobbit o en El Señor de los Anillos. Yo creo que esto es algo evidente, pero la película se empeña en explicarnos que no, que la vida de Tolkien solo tenía un destino: la de escribir una obra literaria famosa, popular y quizás un poco sobrevalorada. Ese nivel de linealidad y cierta pereza al contarnos todas estas trivialidades, vuelven a Tolkien una experiencia cuanto menos tediosa, que olvidaremos muy rápido ante la embestida de información innecesaria sobre Game of thrones que nos invadirá el lunes.
APENAS SALVADA La adaptación de un videojuego que es un spin off de otro videojuego, dirigida por un director mediocre como Rob Letterman que, además, se nos vendió como una comedia disparatada en un tráiler de puro humo. Pokémon: Detective Pikachu tenía todos los condimentos para ser un fracaso o al menos ser horrible; por suerte no lo es, pero tampoco es lo que quizás debió ser. Evidentemente hay unos cuantos factores que explican por qué el cine parece fracasar siempre que, de alguna manera, quiere adaptar videojuegos para arrastrar un poco del éxito de aquella industria. Algo similar sucede en el camino inverso, los “juegos de la película” han desaparecido tapados por un mar de basura, con la honrosa excepción de los videojuegos de Lego basados en películas, que son cuanto menos dignos a pesar de ser todos iguales. Arriesgo una respuesta poco elaborada e incompleta a todo esto: el cine carece de la cualidad inmersiva que nos brinda la interactividad de los videojuegos, con lo cual depende de un buen guión o de buenas secuencias narrativas para sostenerse; en otras palabras, un videojuego no necesita ser sostenido por un gran guión y una historia sólida; a veces con mecánicas jugables divertidas alcanza. Pokémon: Detective Pikachu hace bien lo que en principio parecía lo más difícil, que es capturar el espíritu de la franquicia y respetarlo a la vez que lo encaja en un paquete hollywoodense para el público masivo. El universo que nos muestra se ve y se siente verdaderamente de Pokémon, con personajes, lugares y situaciones que tranquilamente podríamos encontrar en los juegos o en el animé. Además, la inclusión de Ryan Reynolds y su carisma indestructible, en el cuerpo de una de las criaturas más carismáticas del universo como Pikachu, es una decisión fundamental. Por cierto termina formando una buena dupla con el bueno de Justice Smith. Luego de una primera hora interesante centrada en ser un film de detectives simple pero efectivo, la película empieza a tener algunos baches. Intenta abrir el juego para mostrarnos un poco más de ese mundo con pokemones que al principio sólo se sugiere o se muestra en pos de la narración, como si no supiera muy bien qué hacer con ese misterio con el que nos engancha al principio, y termina volviéndose una historia convencional del cine contemporáneo masivo con batalla final y villano comiquero. Es que el director, famoso por ser el delincuente detrás de El espanta tiburones y Los viajes de Gulliver (la que casi elimina a Jack Black de la faz de la tierra), deja pasar la gran oportunidad de hacer una comedia absurda aprovechando el talento de Reynolds y la locura del colorido universo del videojuego, para apenas entregarnos este artefacto correcto y bonito con una pequeña chispa de vida. El falaz tráiler de esta película será juzgado por la historia por poco confiable cual promesa de Macri o prosa de Cristina, según prefiera el lector.
VUELVEN PEOR El concepto central de Cementerio de animales es que todo lo que se entierre ahí revive, pero se vuelve malo. Y eso es más o menos lo que le pasa a esta nueva adaptación de la novela de Stephen King, es como si alguien hubiera enterrado en el cementerio la versión de 1989 y el resultado es esta versión enclenque y maldita del 2019. Durante la primera hora se nos cuenta, sin demasiada inspiración o algún tipo de diálogo con la versión anterior, lo mismo que todos sabemos: el doctor Louis y su mujer Rachel, junto con sus hijos pequeños, y el famoso gato Church, se mudan a un pequeño pueblo de Maine en busca de una tranquilidad que, evidentemente, la gran ciudad de Boston no puede ofrecerles. Inexplicablemente eligen mudarse a una casa sobre una carretera famosa por la cantidad de camiones que pasan a velocidades ridículas, y que en el fondo tiene un cementerio para las mascotas de la comunidad, que en realidad es una fachada para un cementerio indio con capacidades sobrenaturales, aunque de eso nos enteramos avanzada la trama. El problema inicial al que se enfrenta Cementerio de animales es el mismo al que se enfrentó Andy Muschietti en la última versión de IT: ambas versiones originales, con sus altibajos, son películas icónicas y generacionales que suelen estar frescas en la memoria colectiva, con lo cual la comparación surge casi de manera natural, al menos para cierto público. Entendiendo esto, Muschietti marca el territorio desde el principio, dejándonos en claro que nos va tener que contar lo mismo, pero que tiene una mirada particular y diferente para cada una de las secuencias icónicas que construyen el relato canónico de It. Básicamente lo que hacen los directores competentes, imprimen una mirada sobre la historia que nos quieren contar. Esta cuestión se les escapa a los directores de Cementerio de animales Dennis Widmyer y Kevin Kolsch, que dejan pasar la oportunidad de reescribir todas las secuencias más icónicas y se limitan a hacerlas a reglamento como tachando una lista de cosas que tienen que hacer sí o sí, pero sin ganas. No generan climas ni tensión, sólo acumulan escenas que van llenando los casilleros necesarios. Aunque digamos también que se animan a tomar un par de decisiones fuertes, y puramente argumentales, que le agregan interés a la película cuando ya es demasiado tarde. Básicamente de apoyan demasiado en el gato (frase polémica y con connotaciones políticas que vamos a dejar así), quiero decir en la importancia de la mascota de la familia para el relato, cuyas aventuras son las únicas que hacen avanzar la trama. Y luego cambian un hecho central que hace que la secuencia final sea más interesante y, sobre todo, sorpresiva. Cuando llegan los momentos importantes (el accidente con el camión y la matanza final) encontraremos lo mejor de esta versión. De repente estamos ante un film más berreta, pero también más divertido, que se regodea en su mala leche y en su falta de escrúpulos. Pero como decíamos un par de líneas atrás, ya es demasiado tarde, ya nos aburrimos demasiado, el final no es lo suficientemente bueno como para revivirnos. Mención aparte merece la espantosa versión del tema homónimo de los Ramones que escuchamos al final, como si nunca nos fuéramos a escapar de este tedio.
CONFUSIONES Y UNA ALEGORÍA Hay una idea pedagógica bastante popular acerca de cómo los ambientes duros y un poco hostiles forman el carácter. Esta piedra angular del pensamiento educativo de los conductores de camionetas y diversos defensores de la colimba, esconde alguna certeza más o menos útil: nosotros los millennials urbanos, criados entre algodones, no estamos bien preparados para algunas verdades de la vida que en el ambiente rural nos explotarían en la cara, como por ejemplo tener que matar un animal que criaste y con el que tenés un vínculo para luego cometerlo. Algo así piensan los padres de la niña protagonista de El cisne que, por un acto vandálico menor, es enviada a la granja de unos tíos a trabajar a modo de castigo. A todo esto, al principio la pedagogía de la crudeza funciona, la niña aprende las bondades del trabajo manual y el contacto directo con la naturaleza. Es que la tareas simples, duras y gratificantes no son el problema, el problema son las berretas complejidades humanas. La película de Ása Helga Hjörleifsdóttir se empeña en exponer el subsuelo de la en apariencia simple pareja rural que alberga a nuestra protagonista. Una pareja disfuncional, con una hija disfuncional y con un empleado cama adentro disfuncional. Su principal acierto es sostener hasta el final el punto de vista de la niña, que navega entre la frustración y la confusión. El cisne muestra bien el pasaje entre el mundo infantil simple y autentico y el mundo adulto contradictorio solapado e infeliz. Y en esta última idea creo que también radican los problemas de la película: la directora idealiza la infancia hasta el hartazgo y no encuentra posibilidad alguna de redención para la adultez; piensa ambas categorías como antagónicas no necesariamente complementarias; ninguno de los arcos argumentales de los personajes cuestionan este preconcepto. Los cuatro personajes adultos están todo el tiempo regodeándose en su cinismo, desesperanza y pose Emo, mientras nuestra protagonista presencia un montón de cosas que no sabe qué significan y su única liberación es la alegoría medio extraña acerca de un cisne mítico que supuestamente anda por ahí. Lo cual nos lleva al otro problema de El cisne: su vocación poética artificial. Esa necesidad ridícula que tienen algunos artistas de poner una voz en off que nos lea un texto grave y las imágenes de territorios áridos hermosos y vacios, una impostura que agrede la inteligencia y no le suma más que belleza vacua a una narración incompleta. Ya estamos grandes y sabemos que la belleza es bella pero no significa nada más que eso, no hace falta forzar interpretaciones para subrayar la importancia de lo que se está diciendo, o para tapar que no se está diciendo nada. Quizás la verdad de El cisne no sea tan categórica como lo anterior, pero por ahí andan las razones de por qué no llega a ser un film óptimo.
LA DIGNIDAD DEL CUCHILLO Nosotros creamos nuestros propios demonios, dice Tony Stark al comienzo de Iron Man 3 (todavía una de las mejores películas del universo Marvel), mientras nos cuenta cómo sus acciones literalmente definen a quien será su siguiente enemigo mortal. Está hablando de la famosa dinámica Batman-Joker, ese matrimonio moral y demente que es unos de los vínculos más efectivos para utilizarlo en la trama de una película, tan efectivo que a Nolan le salió bien una de Batman gracias a él. La exploración de esta clase de vínculo es uno de los fundamentos de la nueva Halloween, porque en principio lo que le interesa a David Gordon Green es hurgar en la dinámica que se genera en torno estos dos polos unidos por aquella noche fatídica y los 40 años de resentimiento posteriores: Laurie Strode y Michael Myers. Entonces, antes que nada, la nueva Halloween es una secuela directa del film de John Carpenter, que deja de lado las siete secuelas anteriores y las de Rob Zombie. Tranquilamente puede ser vista individualmente, porque contiene toda la información necesaria para poder entenderla; de todos modos, los que se interesan por esta película tienen una idea de quién es Michael Myers y de qué estamos hablando. En fin, pasaron 40 años, Myers fue capturado luego de la noche del asesinato de las niñeras y Laurie Strode vive atormentada por el trauma de esa noche, aislada de su familia, preparándose para un eventual enfrentamiento final con Michael. Por supuesto toda esta narrativa pasa sólo por la cabeza de Laurie, digo porque nunca sabemos qué le pasa a Michael por la cabeza. El resto del mundo le ha dado la espalda porque en definitiva ¿qué significa un asesinato múltiple a puñaladas para nuestro estándares?, como bien señala un personaje por ahí. La respuesta probablemente sea muy poco, un asesinato más a la larga e interminable lista de atrocidades a la que nos hemos acostumbrado. Gordon Green entiende que lo anterior debe ser sólo el punto de partida, Michael deberá escapar e ir a buscar al Laurie sí, pero a partir de esto, el director construye su Halloween, con su mirada, con su voz. Engrosando el concepto y haciéndolo avanzar. Tiendo a pensar que Halloween no distingue su título del de la original, porque tiene la pretensión de querer ser la versión que represente a esta época. Así como Rob Zombie tuvo su versión durante la era dorada de las remakes de terror que fue la década pasada, David Gordon Green intenta lo mismo operación pero para esta década, y creo que lo logra. Halloween es una película moderna en unos cuantos aspectos. En principio lo que intenta es resignificar el pasado, contrastar los hechos de 1978 con los nuevo discursos vigentes, y dar por cerradas algunas cuestiones, como por ejemplo la psicología de Michael, que queramos o no ya poco tiene para sumar a la historia (esta operación es comparable con lo que J.J. Abrams hizo con Star Wars). Y por otro lado en la película, de alguna manera, se plantea qué puede contar un subgénero tan desgastado como el slasher en 2018, y esa reflexión le funciona porque estamos ante un slasher moderno, que no creo que haga escuela como la original pero que sí se ve como de nuestro tiempo, con los límites de siempre pero aggiornado, diciendo cosas sobre cómo somos, cómo es el estado actual de las cosas, y sobre todo con respecto a cómo abordamos la violencia. Me hubiera gustado que esta Halloween la dirigiera Carpenter, para poder seguir acumulando argumentos a favor de uno de los directores fundamentales de la historia del cine contemporáneo. Pero también creo que David Gordon Green no sólo hace méritos, sino que termina siendo el autor de uno de los derivados de Halloween que más se acercan a la calidad de la original. Porque aunque no nos detuvimos demasiado en la cuestión técnica, estamos sin duda ante la Halloween mejor filmada por lejos, que maneja la tensión como ninguna de sus antecesoras. Gracias a Gordon Green el cuchillo vuelve a tener dignidad y relevancia.
INVEROSÍMIL, PERO SOLEMNE Hasta que me desates es una película que por alguna extraña razón intenta contarnos una fantasía que combina sadomasoquismo, eutanasia y necrofilia, en clave de thriller erótico. Una premisa interesante cuyo resultado final lamentablemente no está a la altura y una verdadera lástima, si tenemos en cuenta que quien está detrás de cámaras es Tamae Garateguy, directora de películas como Pompeya o Mujer lobo, y quien además ha codirigido junto a Santiago Giralt y a Camila Toker una buena comedia como UPA!, y una gran comedia como UPA! 2: el regreso. Sin embargo Hasta que me desates falla básicamente por dos cosas: el tono dramático que elige Garateguy, o mejor, la falta de humor con la cual elige contarnos una anécdota que es, por lo menos, inverosímil; y por otro lado las actuaciones de los protagonistas. Salvaremos en este apartado a Paula Carruega, que hace lo que puede con ese ladrillo carente de expresividad que le tiran que se llama Rodrigo Guirao Díaz, cuya actuación es una mezcla de la dureza de Sebastián Estevanez con la capacidad de emocionar de Hayden Christensen. La otra protagonista es Martina Garello, que le imprime un registro muy intenso e incomprensible a su personaje. Nos vamos a permitir especular que si la directora hubiera asumido que lo que nos quería contar era imposible, le hubiera salido una película más estimulante y hasta divertida, y no este yunque bolacero repleto de solemnidad que terminó filmando.
UN POCO DE TERROR FRANCÉS Pascal Laugier, el director de Pesadilla en el infierno, llegó a mi vida -y seguro que a la vida de muchos otros entusiastas del cine de terror- de la mano de Martyrs, una película que forma parte de ese grupo de películas del cine de terror francés que hace unos diez años sacudió al género que se estaba ahogando en un mar de adaptaciones occidentales de películas japonesas y un océano de remakes y secuelas de viejas glorias de los 70. Aunque no sabemos muy bien cómo, la oleada francesa se diluyó un poco rápido, probablemente ayudada por la crisis financiera global de 2008 y al círculo constante de crisis y reinvenciones en el que siempre gira el cine terrorífico. De todas maneras ese momento particular nos dejó un puñado de películas furiosas, que mezclaban acción, gore, torture porn, y rabia: Frontière(s) de Xavier Gens (2007), À l’intérieur de Alexandre Bustillo y Julien Maury (2007), La horde de Yannick Dahan y Benjamin Rocher (2009) o Haute tension de Alexandre Aja (2003) son algunos de sus buenos ejemplos. En Pesadilla en el infierno (el titulo argentino más desganado y genérico de la historia), Laugier demuestra lo que habíamos visto en Martyrs, es decir, que tiene una mirada sólida sobre el género y lo que quiere contar, y cierta sensibilidad para la manipulación de lo desagradable y lo que da miedo. Aquí lo que nos quiere contar funciona más o menos en dos registros, separados sin ninguna sutileza por un par de giros argumentales que, obviamente, no revelaremos. El primer registro es extremadamente realista y tiene varios puntos de contacto con el demoledor prólogo de Martyrs, que era lo mejor de la película, y es el que usa para contarnos lo que se nos dice en la sinopsis: un par de desquiciados atacan brutalmente a una madre y a sus dos hijas adolescentes que, sin embargo, logran sobrevivir milagrosamente. El otro registro más de film onírico o sobrenatural lo usa el otro lado de la cuestión que involucra lo que pasó después del ataque. El principal problema del film se encuentra inmediatamente después de la introducción, que es muy efectiva. A Laugier le cuesta unos cuantos minutos y un giro argumental, que para algunos resultará polémico, terminar de acomodar todas las cuestiones y encontrar el tono definitivo de la película que luego sí fluye sin problemas. Es que todo lo que Pesadilla en el infierno entrega luego son puntos positivos: es una película bien actuada, lo suficientemente bien como para que tengamos empatía por esos personajes desgraciados, y aunque no llega a las cotas de violencia explícita de las películas que mencionábamos antes, encuentra la dosis justa que necesita como para provocar lo que quiere provocar. Además tiene un final a la altura de las circunstancias. Pesadilla en el infierno probablemente no revolucione el género pero es capaz de sobreponerse a sus fallas y de confiar en lo que tiene para decir. Y Laugier hace algo que es básico pero que muchas películas contemporáneas olvidan, se acuerda de construir personajes y de que esos personajes sean el vehículo hacia la experiencia que nos quiere transmitir y no un mero receptáculo de violencia vacua y sin sentido.
TERROR EN SERIO Unos pocos minutos le alcanzan a Aterrados, la película de Demian Rugna, para convencernos de que es probablemente la mejor película de terror argentina de los últimos 10 años por lo menos. Es que la intensidad y la calidad del prólogo, contundente y bien actuado, está a años luz de cualquiera de los últimos exponentes locales del género. En el film se dan una serie de hechos sin explicación, que involucra la presencia de muertos vivos, desapariciones misteriosas y voces que emergen desde los drenajes. Digamos que el cine de terror a nivel mundial está en un especie de crisis, no de cantidad de producción ni de público -ya que siempre se consume cine de terror, como lo demuestran las cifras de taquilla semana a semana-, sino que de calidad. Hay formas y temas gastados, y pocos buenos directores incursionando en el género que supo ser la cuna de grandes autores. Y esto lo podemos comprobar con estrenos recientes que evidencian una calidad bastante pobre. Es cierto que la película de Rugna sufre el mal del cine y la televisión nacional, con actores secundarios que no están a la altura, y sin embargo esto no arruina la experiencia. No sólo triunfa en los efectos y los climas, sino que también tiene un buen guión y un director que tiene clarísimo lo que quiere contar y cómo lo quiere contar. Aterrados es pura solidez, y también un oasis.
EL REGISTRO DEL ARTE DE LA CREACIÓN Palo Pandolfo ocupa un espacio bien definido en la historia rockera argentina, su aportes es relevante y atraviesa por lo menos en las últimas tres décadas. Don Cornelio y la zona, Los Visitantes, su etapa solista que es su presente; lo suyo es la búsqueda constante, subvertir lenguajes y ofrecer todo lo que tiene en cada etapa. La cámara testigo de Iván Wolovik se comporta como el registro de un etólogo musical; las criaturas que conforman el universo de Pandolfo se alinean en la creación de un disco y se comportan en consecuencia. Es mucho lo que el cantante deja registrar y a su vez entendemos que hay algo que no se nos muestra, igual lo interesante está ahí: métodos de trabajo, criterios de búsqueda, momentos de distención y hasta una clase se yoga; todo forma parte del proceso creativo. Aparecen algunos músicos famosos en el medio del proceso, Ricardo Mollo, Los Tipitos, Hilda Lizarazu; siempre los vemos lanzados a la creación, discutiendo el oficio de músico y también demostrando lo que saben. Por lo demás, Pandolfo es un personaje entrañable, risueño y magnético; a su alrededor se genera una mística claramente reconocible para los que trabajan con él. Y la película de Wolovick acierta porque logra transmitir esa mística.