En los mejores casos, las comedias románticas constituyen un microcosmos que funciona de una manera ideal, como a uno le gustaría que fuera la vida; y en la vida, justamente, ya no parece quedar espacio ni para las risas ni para el romance. Ese es el camino que transita El Amor y Otras Historias. Pablo (Ernesto Alterio), escritor de poco éxito y docente universitario, recibe el encargo de escribir una película acerca de una pareja de treintañeros españoles (será una co-producción), sus idas, sus vueltas, siempre respetando los códigos que hicieron triunfar a obras como Cuando Harry Conoció a Sally. En esta ficción, Víctor (Quim Gutiérrez) conoce a Marina (Marta Etura), se enamoran con la intensidad de los jóvenes que son… Paradójicamente, la vida de Pablo tiene poco y nada que ver con ese universo que está creando: la relación con su mujer (Julieta Cardinali) va de mal en peor, al punto de descubrir que ella lo engaña. Y de a poco, mientras intenta no deprimirse, algunos de sus recuerdos y anhelos irán colándose en el guión. Las dos historias avanzan en paralelo, y aunque una es la contracara de la otra, no dejan de estar conectadas. El director Alejo Flah diferencia ambos mundos a través de recursos narrativos y cinematográficos. La vida real se ve apagada y es puro cinismo, desamor, “realidad” (separaciones, divorcios, sueños que quedaron en la nada); la fotografía es sobria y transmite la depresión que atraviesa Pablo. En cambio, lo que sucede en el guión rezuma juventud, ganas de vivir, alegría, promesas de amor eterno, siempre con una buscada estética propia de un aviso publicitario o de un videoclip. Además, hay una reflexión sobre los tópicos de la comedia romántica, como los amigos de los enamorados, que a veces suelen formar una pareja entre ellos. El punto más alto reside en las actuaciones. Ernesto Alterio da en el blanco con su caracterización de un escritor que terminó desencantado con la vida, sobre todo en el aspecto sentimental. Julieta Cardinali vuelve a demostrar que, cuando participa en productos de calidad, sea en televisión, cine o teatro, siempre le da una vida especial a sus roles. También se destacan Luis Luque, como el empleador y amigo de Pablo, y Mónica Antonópulos, quien encarna a una vieja amiga del protagonista. Tampoco podemos omitir a María Alche, el nexo entre un universo y otro. Quim Gutiérrez y Marta Etura tienen la química exacta, y si bien forman parte de una ficción dentro de la ficción que es la película en sí, no dejan de transmitir lo suficiente como para que el público se enamore de ellos. Más allá de que podría haber tenido un poco más de vuelo, El Amor y Otras Historias sigue siendo una película de una simpatía especial, a veces reflexiva, a veces tierna y encantadora, pero que deja con ganas de apostar a una relación.
El tango no se cansó de brindar estrellas que trascendieron el 2x4 para adquirir el status de íconos a secas. Uno de ellos fue el bandoneonista, compositor y director de orquesta Aníbal Troilo, alias Pichuco, quien el 11 de julio hubiera cumplido 100 años. Entre los múltiples homenajes que se vienen realizando en Argentina y en el mundo, no podía faltar el aporte desde el cine. Pichuco funciona como dicho homenaje, pero va más allá. Utilizando como hilo conductor a un docente de música que, con sus alumnos, está digitalizando alrededor de 500 arreglos manuscritos originales de la orquesta de Troilo, nos adentramos en el universo de Pichuco: su música, su influencia, su trabajo junto a estrellas de la talla de Cadícamo, su visión del tango y de la vida. Detalles y anécdotas que son transmitidos por músicos y figuras que supieron compartir experiencias con él, o que lo admiran, como Leopoldo Federico, Antonio Tarragó Ros, Adriana Varela y el poeta Horacio Ferrer. Sus colegas contemporáneos lo recuerdan de la mejor manera y destacan la importancia de su orquesta, su capacidad para hacer “fácil lo difícil” y de cómo “sentía lo que tocaba” y “llegaba a la piel del otro con dos notas”. También hay imágenes de El Bandoneón Mayor de Buenos Aires, con algunas revelaciones: su primera imagen corresponde a Los Tres Berretines, la primera película sonora del cine argentino. Allí el músico tenía apenas 19 años. Lejos de quedarse en un material cerrado, “para entendidos”, la película está estructurada para que los recién llegados al Planeta Pichuco puedan conocerlo y empaparse de su obra. Tampoco tiene un estilo “bonito” pensado para los extranjeros, quienes suelen acercarse al tango sólo porque lo consideran un entretenimiento exótico; está contado de una manera honesta, profunda, y logra cautivar sin poses ni otros recursos efectistas. Martín Turnes tiene amplia experiencia como camarógrafo y director de fotografía, incluyendo documentales como el reciente ¿Quién Mató a Mariano Ferreyra? Un bagaje que se nota en el cuidado de la puesta, que incluye planos secuencia. Además, el director sabe organizar cada entrevista y cada elemento del documental, de manera que no se vuelva denso y conserve un ritmo dinámico, por lo que nunca pierde interés. Por otra parte, la participación de entrevistados de primer nivel permiten destacar un muy buen trabajo de producción. Sin importar los conocimientos que el espectador tenga de Troilo ni del tango en sí, Pichuco es muy disfrutable. La oportunidad ideal para sumergirse en un artista que enalteció la cultura argentina. Una prueba de cómo sigue cautivando a las generaciones que supieron disfrutarlo y cómo los jóvenes de hoy lo aman y le rinden tributo.
Incluso antes de hacer largometrajes, Gustavo Taretto ya era considerado un director promisorio debido a una serie de cortos multipremiados. Historias pequeñas, pero con un humor muy propio y encantador. Medianeras, su estupenda ópera prima, es una versión extendida de uno de esos cortos. De la misma manera, Las Insoladas también está basada en una de sus creaciones breves. El argumento puede resumirse en una sola línea: durante un día de verano, un grupo de amigas se junta a tomar sol en una terraza, donde hablan sobre la vida, sus frustraciones y sus sueños, mientras la temperatura no para de subir. Lejos de quedarse en una premisa que tiene más de obra de teatro, Taretto sabe exprimir la historia, los personajes y el carácter cinematográfico de la película. Las protagonistas son seis (a diferencia del corto, donde sólo figuran dos), y aunque todas tienen puntos en común, cada una se diferencia de la otra por sus personalidades y profesiones, y también por el color de las bikinis que lucen casi todo el tiempo. El director nos permite observarlas en la intimidad, sin omitir juicios acerca de ninguna; todas tienen sus atractivos, sus miserias, y tienen un objetivo inmediato: ganar un concurso de salsa, por lo que suelen practicar cuando no se dedican a broncearse. Otro detalle importante: ahora la acción transcurre en la década del 90, una época de la Argentina signada por la desigualdad de clases. Algunos lograron enriquecerse y beneficiarse de una política neoliberal, que permitía consumir sin culpa (productos importados, generalmente) y viajar por el mundo, aprovechando que la moneda peso tenía el mismo valor que el dólar. Pero la mayoría no pudo acceder a esos lujos; de hecho, fue perjudicada por el proceder -o no proceder- de aquella presidencia. Como las “insoladas”: anhelan viajar a Cuba, no sólo de vacaciones sino con la idea de empezar otra vida, lejos de la rutina, lejos de todo, pero deben lidiar con una deprimente realidad, en la que apenas ganan lo suficiente para subsistir. De esta manera, Taretto refleja la verdadera cara de un país en donde todo parecía rebosar de pizza y champagne. También vale destacar el trabajo de recrear ese período con pocos recursos: ciertas celebridades y eventos mencionados por las chicas, además de detalles de arte (walk-man, cassettes) y vestuario. Pero la película se apoya principalmente en el trabajo de las actrices. Si bien algunas tienen una mejor performance que otras, cada una tiene espacio para su lucimiento. Maricel Álvarez, Violeta Urtizberea y María Bellati se manejan con naturalidad, como si hubieran nacido para esos personajes. Algo similar sucede con Carla Peterson, quien todavía es una artista a descubrir y a explotar. Luisana Lopilato sigue dando muestras de que la comedia le sienta muy bien, gracias a su combo de belleza y gracia. Pese a ser la famosa del elenco, Elisa Carricajo no desentona junto a ninguna de sus compañeras; al interpretar a la psicóloga del grupo, funciona como la denominada “voz de la razón”. Las Insoladas es graciosa, poseedora de una simpatía muy especial, y también invita a la reflexión. Las mujeres podrán verse reflejadas en las chicas (o, al menos, en sus conversaciones), y los hombres podrán adentrarse por un rato en ese mundo tan suyo. Aún sin estar tan lograda como Medianeras, confirma a Gustavo Taretto como uno de los directores más talentosos y personales del cine argentino actual.
Desde 1995, Historias Breves sirvió como espacio para que las nuevas promesas del cine argentino pudieran hacer sus primeras armas de manera profesional, a modo de paso previo al largometraje. Varias de esas promesas fueron cumplidas: Israel Adrián Caetano, Lucrecia Martel, Pablo Trapero y Daniel Burman, entre otros. La novena edición nos trae siete cortos, de alrededor 15 minutos cada uno, que permiten conocer a nuevos talentos. En El Gran Vairitosky, el personaje del título debe concretar otra de sus célebres pruebas en las que vence a la muerte… aunque teme que esta vez la suerte no lo acompañe. Un divertido trabajo de animación con la técnica de stop motion, dirigido por Matías Carrizo, que también permite reflexionar sobre el destino. El Desafío, de Andrés Arduin, es la historia sobre un misterioso asesinato vinculado a la leyenda urbana de un pueblo. Aquí, el mayor logro de los cineastas es haber conseguido una interesante y cuidada atmósfera de suspenso y terror. En un tono más cotidiano, El Pez ha Muerto presenta a una niña creyente, dispuesta a realizar un milagro. La directora Judith Battaglia filmó este corto de manera que el espectador lo viva a través de la protagonista, interpretada por Valentina Falcón. Por un camino parecido transita El Paso, de Victoria Mammoliti. En esta oportunidad, una niña acompaña a su madre en el trabajo, que consiste en maquillar a ancianos que están por morir. Una historia extraña y simpática, donde el fuerte reside, una vez más, en el punto de vista de la pequeña. Estacionamiento, de Luis Bernardez, se centra en el mundo de los adultos. Una pareja (Elisa Carricajo y Edgardo Castro) se pierde en un estacionamiento. De pronto irán bajando a más subsuelos, al tiempo que no dejan de discutir. Filmado en blanco y negro, pretende funcionar como una metáfora de los conflictos sentimentales de los protagonistas. Volvemos al mundo de los más jóvenes gracias a Videojuegos, a cargo de Cecilia Kang. Dos chicas preadolescentes pasan sus tardes en el local de videojuegos del pueblo. La amistad entre ambas será puesta a prueba cuando traen un Pump it Up (juego que consiste en bailar para sumar puntos, visto en Scott Pilgrim vs. Los Siete Ex de la Chica de sus Sueños) y apenas llega un muchacho atractivo. Una sencilla anécdota sobre el paso de la infancia a la adolescencia, con un casting acertado. Ambientada en la Argentina de los ’20, En Crítica tiene como protagonista a Roberto Arlt (Alberto Ajaka), quien, en su faceta de periodista del diario Crítica, acude a un trabajo en un burdel en plena medianoche. Dirigido por Luz Orlando Brennan, cuenta con una cuidada fotografía e impecable recreación de época, además de otra estupenda labor de Ajaka. Es posible apreciar una tendencia por las historias con niños o preadolescentes, justo cuando su inocencia entra en una encrucijada; casos que suelen darse en cada entrega de Historias Breves. El exponente de género fantástico va en sintonía con el creciente apoyó del INCAA a producciones de este estilo. Por su parte, la animación cuadro por cuadro habla de la influencia positiva de Juan Pablo Zaramella en la cinematografía nacional. Si bien el nivel no es parejo, cada corto presenta una visión personal. Los siete directores tienen con qué pasar al largometraje y seguir el camino de los consagrados. Sólo es cuestión de ver cómo evolucionan sus carreras y si la suerte los acompaña en esta intensa, fascinante e impredecible aventura que es el cine.
En 2005, Robert Rodríguez realizó una película basada en un comic pero respetando fielmente -a niveles enfermizos, por momentos- cada viñeta. La Ciudad del Pecado (título argentino de Sin City) tenía como fuente la creación de Frank Miller, a quien el responsable de El Mariachi tuvo la amabilidad de ofrecerle la co-dirección. El resultado: cine negro puro y duro, producto de la fusión entre el séptimo y el noveno arte. Además, el casi total uso de pantalla verde para trasladar el poderío visual de los dibujos inspiró a producciones como 300, de Zack Snyder, también sobre material de Miller. Debido al éxito, enseguida fue anunciada una secuela para 2006. Los años fueron pasando, al igual que los rumores, hasta que por fin Rodríguez y Miller encontraron tiempo para llevar al público a un nuevo tour por este infierno urbano. Sin City: Una Mujer para Matar o Morir replica el mecanismo y las formas de la primera parte: historias repletas de violencia, antihéroes, violencia, villanos, mugre, violencia, sexo, violencia, venganza, más violencia, corrupción, y más y más violencia. Marv (Mickey Rourke) vuelve a erigirse como la figura más icónica; representa lo más oscuro y horrible de esas calles y bares, pero también el costado más humano, ya que aún conserva códigos y puede aplastar cabezas si sus amigos -o algo parecido a amigos- están en problemas. Los directores vuelven a lucirse con secuencias de acción, tensión y erotismo, adornadas por los recursos ya vistos en los cuadritos y en el film anterior. Sin embargo, el uso de la fotografía blanco y negro (con colores en momentos y detalles específicos, como ojos y labios), las persecuciones de pura fantasía y las matanzas ya no representan ninguna novedad. De hecho, esta impronta también se agotaba rápido en La Ciudad del Pecado, pero es gracias a la solidez de las tramas y el desarrollo de los personajes que la película nunca decae. Rodríguez no pretende revolucionar el cine; su prioridad es jamás aburrir. Él es un gran fanático del cine y filma lo que todo fanático anhela: sangre, disparos, explosiones, mujeres sensuales (y sexuales). Grandes espectáculos con actitud. Las novedades sí vienen por el lado de los pecadores. Por un lado, los actores que reemplazan a otros en los mismos personajes. Josh Brolin ingresa por Clive Owen en el rol de Dwight, un fotógrafo ágil y fuerte… hasta que se topa con amores asesinos. Un caso similar es el de Dennis Haysbert, quien retoma el papel de Manute, antes encarnado por el fallecido Michael Clarke Duncan. En cuanto a las incorporaciones, Joseph Gordon-Levitt hace de un joven apostador que busca a su padre, y no precisamente para darle un abrazo. Eva Green se roba cada escena, dando cátedra de femme fatale; aparece desnuda en el 80% de su tiempo en pantalla, siempre imponiendo una personalidad que nada tiene que envidiarle a las chicas malas más legendarias, empezando por Lana Turner. También hay más participación de actores poco vistos en la película anterior. Tal es el caso de Powers Boothe, quien revalida su condición como uno de los mejores secundarios de los últimos 30 años. A la inversa, Bruce Willis tiene una mínima participación aunque crucial. A pesar de sus excesos y de un estilo que ya no asombra, Sin City: Una Mujer para Matar o Morir conserva la potencia. Otro ejemplo de que Robert Rodríguez puede hacer las películas que quiera, como quiera, y dentro de Hollywood. Al ser tan inquieto, pronto regresará con más pecados, machetes, mariachis y alguna sorpresa.
Pulsión. Crudeza. Tensión. Antiheroísmo. El combo que define la obra de Pablo Fendrik. Con El Asaltante y La Sangre Brota logró hacerse de un nombre en el panorama cinematográfico local y mundial, lo que le permitió recorrer los festivales más prestigiosos. El Ardor es su primera película con elenco internacional y ambientada lejos de la civilización, en un paraje selvático, donde los rodajes siempre son más complejos (si no, pregúntenle a Werner Herzog). Desafíos que el director afrontó y superó con categoría, sin sacrificar su personalidad. Kaí (Gael García Bernal), un joven y enigmático chamán, comienza a trabajar en una plantación de tabaco. Aún siendo un individuo de pocos gestos y palabras, pronto se gana la confianza del dueño y de su hija, Vania (Alice Braga). Cuando tres mercenarios liderados por Tarquinho (Claudio Tolcachir), aparecen para reclamar deudas, asesinan al padre y secuestran a la chica, Kaí logra rescatarla y juntos deberán huir y proteger sus tierras, sin importar que el verde de la jungla quede teñido de rojo sangre. Fendrik cuenta esta historia de supervivencia en clave de western, pero ambientado en la selva, a mil kilómetros de las leyes y de la moral, donde los conflictos se solucionan a machetazos. Es posible notar influencias de John Ford, de Howard Hawks (sobre todo, el apoteótico final); de clásicos como Shane, El Desconocido, de George Stevens; de Sergio Leone (a esta altura, el primerísimo primer plano, que encuadra el rostro desde la boca hasta los ojos, debería ser rebautizado como “Plano Leone”). Influencias para nada invasivas, ya que nunca distraen de una historia salvaje, intensa, peligrosa, como la selva misma. Además, el director recurre -sin abusar- a simbolismos y metáforas, empezando por un misterioso yaguareté que merodea en los alrededores. Como en sus films anteriores, Fendrik consigue que el espectador se compenetre con los personajes, que viva al límite junto a ellos. Ahora es posible sentir que uno camina descalzo entre el follaje, la humedad, el peligro. Un logro que el realizador obtiene mediante un muy pensado trabajo de cámara, luz y sonido. Esta vez contó con el director de fotografía Julián Apezteguía, habitual colaborador de Israel Adrián Caetano. Gael García Bernal, también uno de los productores del film, da una de sus actuaciones más físicas -y también más introspectivas- de su carrera; una auténtica encarnación de la pureza de la selva, capaz de compasión y de protección, pero carente de piedad con quienes amenazan lo que es suyo. Alice Braga compone a otra mujer que debe sobrevivir en territorios hostiles, como ya lo hizo en producciones tan disímiles como Ciudad de Dios y Soy Leyenda. Además, un ejemplo de versatilidad cuando se trata de roles que demandan diferentes idiomas. Un irreconocible Claudio Tolcachir encarna al villano más inquietante del cine argentino moderno, a la altura de Isidoro Gómez (Javier Godino), de El Secreto de sus Ojos. Por su parte, Jorge Sesán, como el más temible secuaz de Tarquinho, suma otro ser oscuro a su filmografía; ya quedó encasillado en papeles de sujetos rústicos e impredecibles, pero resulta imposible ver a esos personajes en otro cuerpo y alma. El Ardor es la mejor y más ambiciosa Experiencia Fendrik. En cada plano demuestra que tiene “con qué” para ir por más, que su impronta sigue presente sin importar la envergadura del proyecto; que, en sintonía con el título, su talento no para de arder.
El cine brasileño más reciente cautivó al mundo mostrando lo que hay más allá de los carnavales, las playas y el Pan de Azúcar. Ciudad de Dios mostró las favelas, que volvieron a tener protagonismo en Tropa de Élite, el siguiente gran suceso proveniente de tierras cariocas. Tampoco hay que olvidar otros films igual de sórdidos, como Carandirú, de Héctor Babenco. Sonidos Vecinos no sucede ni en una favela ni en una cárcel, pero se las arregla para plasmar esa otra cara en un suburbio de Recife, adonde llega una empresa de seguridad privada. Ahora todo es rejas, cámaras de vigilancia, patrullas, garitas, guardias. Una manera de combatir y prevenir la delincuencia. Sin embargo, estas medidas no hacen que los habitantes empiecen a tener menos temor y más tranquilidad, sino todo lo contrario. Así podremos conocer a la ama de casa que debe criar a sus dos hijos y lidiar con el perro de los vecinos, al muchacho que sale en busca de quien le robó el estéreo a su novia, al ladrón con intenciones de redimirse, al adinerado que quiere proteger lo que es suyo… Un puñado de vidas, con sus anhelos y temores. Valiéndose de una estupenda y cuidada factura visual (perfectos los planos secuencia, de una frialdad kubrickiana, siempre funcionales a la historia), Kleber Mendonça Filho nos presenta un drama cotidiano que funciona como un microcosmos del Brasil actual, donde abundan la tensión entre los personajes, sobre todo si son de distintas clases sociales; donde la solución a la inseguridad generar otra clase de problemas; donde progreso y modernidad no siempre son sinónimos de bienestar. Incluso las escenas donde los protagonistas no parecen hacer nada especial contienen una inesperada carga de incomodidad. Pero no se queda en localismos: esa contracara de la urbanización también es aplicable a otras partes de Latinoamérica y el mundo, lo que la vuelve universal. Mendonça Filho también es periodista y crítico de cine, y viene de filmar documentales, lo que habla de una especial preocupación por registrar y analizar lo que sucede a su alrededor sin caer en panfletos ni en superficialidades. Aunque no está a la altura de los exponentes más célebres del cine brasileño actual, Sonidos Vecinos logra destacarse porque sigue ofreciendo una mirada cruda y sincera sobre una sociedad, sobre la vida contemporánea.
Además de haber sido un hito de la televisión, Los Simuladores permitió mostrar a un guionista y director muy prometedor: Damián Szifron. Sus películas El Fondo del Mar y Tiempo de Valientes, así como Hermanos y Detectives, su segundo programa, confirmaron que se trata de uno de los talentos argentinos más importantes; una mente capaz de aunar entretenimiento, imaginación y calidad con un irresistible bagaje pop. Luego de demasiados años de no hacer público ningún proyecto creativo, regresa con su tercer largometraje. Los Relatos Salvajes consisten en seis historias acerca de la locura, la obsesión y la violencia más impulsiva, que revelan el costado más repulsivo del ser humano. Así podremos conocer a un grupo de personajes en medio de una extraña coincidencia y a una muchacha que se reencuentra con el hombre que arruinó a su familia y al individuo de la ciudad que conocerá lo peor de la ruta y al padre de familia que se enfrentará a la burocracia y a la familia de clase alta lidiando con un crimen imprevisto y al casamiento con el desarrollo menos esperado. Sería un crimen contar detalles de cada segmento. Como sucede en los ya mencionados productos de Szifron, la calidad de los guiones va de la mano con un pulso cinematográfico exacto, vibrante y calmado según la secuencia. Si bien abundan las atrocidades, el tono va por el humor negro y no cae en la crudeza extrema (como si hubiera hecho un Gaspar Noé). Resulta difícil pensar en Un Día de Furia, de Joel Schumacher, aunque más creativa y menos cobarde a la hora de cruzar límites. El nivel de exploración personal remite a El Fondo del Mar, aunque con la potencia propia de Los Simuladores (incluyendo el uso de la música; inolvidable el nuevo rol que aquí juega “Lady Lady Lady”, de Joe Espósito, de la banda sonora de Flashdance), dando por resultado un combo demoledor, inigualable, el equivalente a mil patadas en las encías. El plantel actoral eleva aún más a las historias. A esta altura, no podíamos esperar menos de Ricardo Darín, Leonardo Sbaraglia, Érica Rivas, Oscar Martínez, Rita Cortese, Julieta Zylberberg, Osmar Nuñez, Darío Grandinetti, además de un elenco secundario que también se luce. Violenta, perturbadora, audaz, Relatos Salvajes es una de las mejores películas de la historia del cine argentino y la que, si todo marcha bien, marcará un quiebre en la industria cinematográfica nacional. Y, por supuesto, nos deja pensando en lo que podríamos ser capaces de hacer cuando perdemos la cabeza.
La mirada es un elemento clave cuando se trabaja en el campo audiovisual. Pero, ¿y si quien debe encargarse de una imagen es alguien que en realidad no puede hacer uso de su vista? La respuesta, en Gabor. Todo empieza con Sebastián Alfie, director argentino residente en España, que recibe el encargo de ir a Bolivia para hacer un documental sobre personas ciegas que serán operadas para que recuperen la vista. El gran desafío es contar la ceguera de manera distinta, evitando los clichés más sensibleros. “Cómo mostrar la diferencia entre ver y no ver”. Nota que para este trabajo necesitará una cámara Viper. El único que la tiene en España es Gabor Bene. Oriundo de Hungría, Gabor es un director de fotografía que vive del alquiler de equipos de filmación. Pero hay otra particularidad: casualmente, este profesional de la imagen es ciego. El joven cineasta descubrirá que es un hombre afable, de buen humor, al que la invidencia no le impide seguir siendo un maestro con la luz y las lentes (“El cerebro suplantando la información que falta”). Aún cuando no puede ver lo que sucede delante de cámara, gracias a su amplia experiencia sabe precisar cuándo una imagen está desenfocada. Y si bien tampoco puede sentarse a ver una película, logra recordar cada plano. De ahí en más, Gabor se volverá crucial para que el director pueda encontrar la manera más anticonvencional de retratar la ceguera. Evitando golpes bajos y otros clichés de intenciones lacrimógenas (tal como se proponía desde el principio con el encargo), Alfie crea un documental dinámico, atractivo, simpático, honesto, humano, narrado por él mismo, con voz en off. Incluye charlas con el mismísimo Gabor, quien relata su experiencia, cómo empezó a dejar de ver, en el Amazonas, y cómo esa condición no le impidió seguir trabajando. Además encontramos entrevistas a directores de fotografía y otros profesionales del medio audiovisual que compartieron experiencias con él, y a Alicia, madre del director, profesora que trabaja con ciegos y mejor concejera de su hijo. El film nos muestra a Sebastián y a Gabor cuando se están conociendo -con todos los detalles a tener en cuenta cuando se convive con una persona que padece una discapacidad- y en pleno proceso laboral, y como al principio el director no puede anunciar que su nuevo compañero de aventuras carece de la capacidad de ver (“No lo entenderían”). La acción comienza en España y luego se traslada a tierras bolivianas, donde se lleva a cabo el rodaje y donde también conoceremos a las personas que, tras una operación, podrán ver nuevamente. Gabor, un director de fotografía, una película, un ejemplo de que es posible hacer cine sin mirar, la prueba de que la pasión no se detiene ante nada.
Allá por 1973, El Exorcista revolucionó el género de terror. Entre muchos logros, inauguró un subgénero: el de las películas con posesiones diabólicas. Uno de los exponentes más representativos es El Exorcismo de Emily Rose, de 2005, dirigida por Scott Derrickson, quién regresa a este terreno en Líbranos del Mal. El detective Ralph Sarchie (Eric Bana) sabe lo que es vivir entre la locura y el crimen. Tratar de hacer justicia en el Bronx siempre se hace cuesta arriba. Cuando parecía que ese contexto no podía ser más pesimista, comienzan a suceder extraños episodios: muertes inexplicables, personas que enloquecen de golpe, episodios sin explicación lógica, inscripciones en diferentes sectores de la ciudad. Sarchie, cada vez más perturbado por el caso -comienza a sufrir visiones y a escuchar voces que nadie más oye- recurre a Joe Mendoza (Edgar Ramírez), un sacerdote experto en demonología. Ambos descubrirán que la clave está en tres marines que volvieron de la guerra con algo más que traumas de guerra. Sarchie y Mendoza deberán usar la fuerza y la fe para detener a una feroz entidad maligna. Derrickson llamó la atención desde que fue anunciado como director de Doctor Strange, otro de los superhéroes icónicos de Marvel. Sin embargo, sus raíces están en el horror: debutó con Hellraiser: Infierno, cuarta secuela de la saga creada por Clive Barker, y dio más muestras de su cariño por estos films en Sinister. Al igual que en El Exorcismo…, retoma esa temática (también basada en un hecho real), pero ahora en clave de policial en la línea de Pecados Capitales… e incluso de la mismísima Hellraiser: Infierno, que es más interesante de lo que se puede recordar: climática, sórdida, en donde el caso va consumiendo al protagonista, con sangre y cadáveres en su medida justa. Las secuencias del principio -sobre todo, la que está ambientada en un zoológico, durante la noche- son estupendos ejercicios de suspenso y miedo. Las escenas que incluyen a personajes poseídos también logran inquietar. Sin embargo, luego cae en lugares comunes debido al uso de clichés como gatos que aparecen de golpe y muñecos y niños solos en su habitación. Recursos que no terminan empantanando una historia que, sin tener una estructura novedosa, avanza con firmeza. Eric Bana y Edgar Ramírez ayudan a darle credibilidad al relato. Ambos componen a dos antihéroes que, pese a cargar con un pasado que no deja de atormentarlos, se aferrarán a sus sentimientos más puros. Sean Harris encarna al marine más endemoniado. Este actor inglés ya se está especializando en papeles de villano o psicótico (hasta su desempeño como Ian Curtis, líder de Joy Division, en 24 Hour Party People, generaba cierta tensión). Por su parte, el comediante y presentador Joel McHale hace del compañero de Sarchie; un tipo duro, con salidas graciosas, sin entrar en la categoría de comic relief. Es difícil saber si Líbranos del Mal se convertirá en un clásico, pero al menos ofrece un combo de horror y policial irresistible para los espectadores. Además, tal vez por los casos que confirman su existencia, los exorcismos nunca dejan de asustar.