Dentro del panorama del cine de terror y fantástico argentino, los hermanos Hernán y Gonzalo Quintana se abrieron paso gracias a una serie de cortometrajes bajo el ala de El Desquicio, productora de ambos. Uno de esos trabajos fue Making off Sangriento, un slasher en el que la leyenda del under Marcelo Pocavida se dedica a exterminar a un grupo de pretenciosos estudiantes de cine durante el rodaje de un corto. La estupenda repercusión (sobre todo, en el festival Buenos Aires Rojo Sangre, donde ganó el Premio del Público) posibilitó que los directores decidieran expandir la idea en una película. Making off Sangriento: Masacre en el Set de Filmación funciona como la continuación de los hechos acontecidos en el corto. Un nuevo grupo de aspirantes a cineastas -igual o más de snobs que los de antes- pretende filmar un corto durante una noche. Para desgracia para ellos, contratan como actor a Ricardo B (Pocavida), un individuo que no se detendrá hasta hacerle honor al título del film. Pero esta vez hay alguien que lo está buscando: Caligari (Javier Diment), un detective no mucho más normal que el temible psicópata. La historia sigue siendo una de “asesino que acuchilla a quien se le cruce”, en la línea de las sagas de Noche de Brujas y Martes 13. Sin embargo, lejos de quedarse en sólo eso, tiene grandes hallazgos. Para empezar, Marcelo Pocavida. El imparable astro del punk y el shock rock local (sigue dando shows con su banda) nació para interpretar a Ricardo B. Lejos de provocar miedo y rechazo, y al igual que Michael Myers, Jason y Freddy Krueger, este personaje termina generando una simpatía en el espectador, más teniendo en cuenta lo insoportables que suelen resultar sus víctimas. Y allí está el otro encanto de la película: el de sátira del microcosmos de los estudiantes de cine, no sólo a la hora de mostrarlos concretando un rodaje sino también cómo son empapados por el denominado “cine arte” (es cierto que esas instituciones educativas tienden a desdeñar los géneros por considerarlos menores). De hecho, el director del corto, interpretado por Hernán Quintana, tiene un nombre que hace referencia a realizadores identificados con un cine nacional más contemplativo. En ese caso, Ricardo B es como una especie de justiciero trash que arremete contra esa visión tan cerrada del séptimo arte. Toda una declaración de principios por parte de los directores. Tampoco hay que olvidar el trabajo de Javier Diment. El guionista y director es un referente del horror autóctono, ya que supo dar obras como la perturbadora Beinase y La Memoria del Muerto. Aquí, en su faceta delante de cámara, luce tan desquiciado que provoca escalofríos. Y eso que interpreta a un representante de la ley. Making off Sangriento: Masacre en el Set de Filmación mezcla terror y comedia en un festín gore, con bromas destinadas a entendidos y descuartizamientos para el público ávido de emociones fuertes.
No hay dudas del potencial cinematográfico que ofrece el Delta del Paraná. Lo supo Lucas Demare, cuando filmó Los Isleños, y luego más directores, sobre todo a la hora de contar historias policiales. Todos Tenemos un Plan, protagonizada por Viggo Mortensen, es un ejemplo reciente. Sin duda, un paraje ideal para crímenes e intrigas al margen de la civilización, en un territorio que parece vivo, dispuesto a devorarte. Si hay un director que conoce el entorno y la manera más personal de plasmarlo en una película, ese es el cineasta y periodista Paulo Pécora. Allí filmó El Sueño del Perro, su ópera prima, y también su más reciente largometraje: Marea Baja. Pascual (Germán de Silva) llega al Delta. Se trata de un ladrón que se propone escapar a Uruguay, no sin antes permanecer un tiempo allí, en busca de otro botín escondido en algún sector de la selva. En esos días también se dejará consumir por sus adicciones y tormentos, y entablará relación con dos mujeres solitarias (Susana Varela y Mónica Lairana), quienes le dan alojamiento y comida. Sin embargo, él sabe bien que la tranquilidad no durará demasiado, que sus perseguidores están cada vez más cerca. Un policial, con elementos de western, contando muy al estilo de Pécora. En El Sueño... y en sus cortometrajes, queda patente una preocupación por crear climas. Aquí predominan ambientes opresivos, logrados por una cuidada utilización de imágenes metafóricas (la mayoría relacionadas con insectos y cabezas de animales) y de sonidos (los zumbidos de mosca, como señal de que la Muerte es parte del lugar). Incluso en los momentos apacibles hay un importante grado de tensión. Lejos de quedarse sólo en esos recursos para generar sensaciones, el director nunca descuida la narración, aunque sin estridencias y recurriendo a una mínima cantidad de diálogos. Incluye una secuencia de disparos en la jungla que nada tiene que envidiarle a Michael Mann, otro cineasta que filma westerns en claves de film noir. Al igual que en su película anterior, Pécora nos presenta a un individuo misterioso que llega al Delta huyendo de algo. Otro papel a la medida de Germán de Silva. Si bien ya tiene una trayectoria en el cine argentino independiente, o de presupuesto bajo o mediano (a las órdenes de Pablo Fendrik y Rodrigo Moreno, entre otros), pronto lo veremos en uno de los episodios de Relatos Salvajes, en una tarea a la altura del reparto estelar del nuevo film de Damián Szifron. En cuanto al elenco femenino, los trabajos de Susana Varela y de Mónica Lairana contribuyen a conformar un triángulo anticonvencional, conformado por perdedores sin las mejores perspectivas. Si se busca un thriller intimista, que evite los lugares comunes, lejos de la urbe, en los dominios de la naturaleza, donde las leyes son una broma de mal gusto, Marea Baja da en el blanco. Una interesante alternativa en esta temporada de efectos especiales y espectacularidad a granel, y la muestra de que el Delta del Paraná es una fuente inagotable de historias.
Las más exitosas adaptaciones cinematográficas de comics de Marvel tenían como protagonistas a las estrellas de la editorial: los X-Men, Iron Man, Capitán América, Thor, Hulk… Héroes con conflictos, pero héroes al fin. El pasaje al cine de Guardianes de la Galaxia, estelarizada por un grupo tan conflictuado como antiheroico, resultaba una incógnita. Las dudas de los fanáticos se fueron despejando al anunciarse al equipo creativo detrás del proyecto, que hoy puede ser disfrutado en la pantalla grande. Peter Quill (Chris Pratt): cazarrecompensas oriundo de la Tierra, carismático, atractivo, gracioso, fanático de la música vintage que escucha en su walk-man. Gamora (Zoe Saldana): bella, letal, capaz de vivir rodeada de sus enemigos. Drax El Destructor (Dave Bautista): fornido, deseoso de vengarse de quienes asesinaron a su familia, incapaz de interpretar una metáfora. Rocket Raccoon (voz de Bradley Cooper): mapache alterado genéticamente, arrogante, hábil con las armas; un mercenario siempre atento al próximo botín. Groot (voz de Vin Diesel): gigante de naturaleza arbórea, lugarteniente de Rocket, de buen corazón aunque nada tonto. Cinco marginales que irán por un artefacto esférico, en un principio con intenciones monetarias. Pero luego se darán cuenta de que es una poderosa arma y deberán evitar que el temible Ronan (Lee Pace) y su fiel y peligrosa Nebula (Karen Gillan) la usen para destrucciones a gran escala. Con mínimas referencias al universo de Los Vengadores y ambientada en el espacio, la película es catapultada a un alto nivel gracias a su mezcla de aventura, ciencia-ficción y humor al estilo de las películas de los ’80. Una suerte de Flash Gordon pasada por ácido, pero sin perder su carácter de entretenimiento imparable, para todo público. El gran responsable de esta visión es James Gunn. Nacido en 1970, comenzó su carrera en Troma, la mítica productora clase Z (famosa por El Vengador Tóxico y sus secuelas); allí, entre otras cosas, escribió Tromeo & Juliet. De allí pasó a guionar Scooby Doo y la continuación, y El Amanecer de los Muertos, ópera prima de Zack Snyder, basada en el clásico de George A. Romero. Como director nos dio Slither: Criaturas Rastreras y Super. Guardianes… tiene mucho del espíritu de Gunn, que también es buena parte del espíritu irreverente, imaginativo y políticamente incorrecto de Troma. De hecho, además del acostumbrado cameo de Stan Lee, también aparece de fondo Lloyd Kaufman, culpable máximo de Troma. Otro acierto es el elenco protagónico, en perfecta sintonía, donde Rocket y Groot se las arreglan para sobresalir. También son destacables las breves pero interesantes apariciones de John C. Reilly, Glenn Close y Benicio del Toro con un look demasiado Mugatu, aquel villano de Zoolander (el actor portorriqueño dijo que su inspiración fue Liberace). Y como prueba de las libertades creativas de las que gozó Gunn, hay papeles para sus actores fetiches, como los enormes Michael Rooker y Gregg Henry. Mención aparte para la banda sonora, compuesta por éxitos de los ’70, que van de I'm Not in Love, de 10cc, a Cherry Bomb, de The Runaways, pasando por Hooked on a Feeling, de Blue Swede, el tema que desde el tráiler le otorga esa identidad tan especial a la película. Si no es la mejor de Marvel, Guardianes de la Galaxia sí se consagra como la más alocada, ocurrente, inspirada obra surgida de la empresa. La space opera más divertida desde S.O.S: Un Loco Suelto en el Espacio, de Mel Brooks. Y como si fuera poco, presenta nuevos e inusuales íconos de los blockbusters contemporáneos. ¿Tony Stark y su equipo se cruzarán con ellos en las secuelas? Sucedió en los comics, y todo puede pasar en el cine…
A la hora de recordar una película paraguaya, es preciso hacer memoria o, directamente, recurrir a Google. Es verdad que ya existía un cine en ese país, pero ningún film tuvo la repercusión comercial ni crítica de 7 Cajas. La película transcurre durante 24 hs. en el Mercado 4 de Asunción, donde conviven comerciantes y criminales, que a veces son la misma persona. Pero, por sobre todas las cosas, un lugar de sobrevivientes. Como Víctor (Celso Franco), un joven carretillero que aspira a convertirse en estrella de la televisión. Para comprarse un celular con cámara de foto y video, acepta el misterioso encargo de un carnicero: transportar siete cajas de una mercadería no especificada. Pero cruzar las ocho calles que ocupa el mercado no será fácil, ya que lo perseguirá Nelson (Víctor Sosa), otro carretillero, aún más desesperado que el adolescente. Las cosas se complicarán aún más cuando Víctor descubra el contenido de las cajas y también padezca el acecho de otros personajes tan ambiciosos como siniestros. Una película de gangsters, en la línea de las obras de Quentin Tarantino y de Guy Ritchie, con algo del cine de Danny Boyle, pero conservando una identidad propia. Hay criminales de poca monta, asesinatos, confusiones que terminan mal, dinero sucio, y también antihéroes que harán lo imposible por salir de ese infierno. Lejos de sumergirse en un tono oscuro y serio, incluye elementos tiernos y cómicos (humor negro, en especial). Sin embargo, cuando se pone violenta, va bien al fondo. Los directores Tana Schembori y Juan Carlos Maneglia venían de filmar publicidades y series de televisión en Paraguay. 7 Cajas es su debut en el largometraje, y no pudo ser mejor: además de contar la historia como un thriller policial vibrante, cinematográfico al cien por ciento, con homenajes puestos en su medida justa, logran -sin caer en pretensiones- pintar un fresco del Mercado 4, un auténtico microcosmos en donde la gente se las arregla para mantenerse a pie día a día, aunque para eso muchas veces deba incurrir en la delincuencia. El casting es otro de los puntos más altos. Ninguno de los actores tiene mucho nombre fuera de su país, pero su trabajo aquí ya les está permitiendo trascender fronteras. Los debutantes Celso Franco y Lali González (la amiga, y algo más, de Víctor), también aparecen en Lectura según Justino, ópera prima del ícono televisivo Arnaldo André. Por su talento y belleza, Lali González tiene una carrera con mucho futuro. Con un también exitoso paso por festivales internacionales, incluyendo el de Mar del Plata, 7 Cajas ubicó a Paraguay en el mapa cinematográfico gracias a un irresistible combo de entretenimiento y retrato social; una película de género en un contexto poco común, como lo es un mercado, en donde las persecuciones no son automovilísticas sino mediante carretillas. Por otra parte, incrementó la producción de películas en tierras guaraníes y catapultó la carrera de sus responsables. Una serie de logros más que merecidos.
El estreno de El Planeta de los Simios: (R)evolución, en 2011, significó el renacer de una de las sagas cinematográficas más importantes del cine de ciencia-ficción. Es la precuela de la primera película, El Planeta de los Simios, de 1968, y la primera de una trilogía que explica cómo esos primates lograron apoderarse de la Tierra. En El Planeta de los Simios: Confrontación, César (Andy Serkis) vive con los de su especie en los bosques de San Francisco. Construyeron hogares, formaron familias; se alimentan gracias a la caza y a la pesca, aprenden valores. Los humanos murieron por la denominada “Gripe de los Simios”… o eso creían: pronto descubrirán que un gran número de ellos intenta sobrevivir en los restos de la ciudad. Malcolm (Jason Clarke), uno de los líderes de la comunidad, negocia con César para que les permita trabajar a él y a su familia en la reactivación de una presa que les permitirá recuperar la energía eléctrica. La vieja tensión entre especies irá mermando y surgirá la oportunidad de paz. Pero todavía quedan personas y monos que no creen en reconciliaciones, que cruzarán todos los límites con el fin de proteger a los suyos y de destruir al enemigo. Si bien es menos intimista y más épico que el film anterior, lo supera en aspectos técnicos, narrativos e interpretativos. Mérito del director Matt Reeves; como Rupert Wyatt en (R)evolución, y al igual que en sus anteriores trabajos (Cloverfield, Déjame Entrar), logra balancear la historia y la espectacularidad, sin que una esté por encima de la otra. De esta manera, las escenas dramáticas y tiernas conviven estupendamente junto a los efectos especiales, las secuencias bélicas y una notable dirección de arte que plasma un paisaje postapocalíptico. En esta oportunidad, los “malos” de la historia no provienen del lado de la gente sino que son los extremistas de cada bando: Koba (Toby Kebbell), chimpancé mano derecha de César, repleto de las cicatrices de los experimentos a los que fuera sometido, y Dreyfus (Gary Oldman), socio de Malcolm, atormentado por la pérdida de su familia. Más que villanos, son seres consumidos por el dolor, tan furiosos que no son capaces de darle tregua a quienes ven como amenazas. Andy Serkis ya es el Robert De Niro del motion capture. Gracias al avance de esta tecnología, ahora sus expresiones son más reales y genuinas, lo que le permite darle mejor vida a un César que volverá a creer en la bondad humana, aunque deberá evitar el comienzo de una guerra. Jason Clarke cada vez pisa más fuerte como personaje heroico en superproducciones de Hollywood, al punto de que pronto lo veremos como John Connor en la nueva Terminator. Un camino parecido, pero por el lado del mal, es del inglés Toby Kebbell, ahora consagrado por el rol de Koba: será el Dr. Doom en el reinicio de Los Cuatro Fantásticos. Y hablando de especialistas en papeles de “mal tipo”, Gary Oldman aparece menos tiempo del esperado, pero pocas escenas alcanzan para darle vida a este representante de un grupo de sobrevivientes que depende demasiado de la tecnología. Mención aparte para Keri Russell, por siempre recordada por Felicity; de hecho, la película es como una reunión de esa serie, ya que Matt Reeves fue uno de sus creadores. El Planeta de los Simios: Confrontación es el ejemplo perfecto de lo que debe ser una secuela: toma lo mejor de la primera parte, pero va aún más lejos. Muestra cómo el instinto de supervivencia puede sacar lo mejor o lo peor de cualquiera, y demuestra que un tanque multimillonario puede tener corazón, alma, que puede tener algo para decir, y sin regodearse en discursos. La tercera parte, a estrenarse en 2016, promete un cierre no menos apasionante a esta saga que nos hace cuestionarnos como personas y amar no sólo a los simios sino a todos los animales.
Guste o no, las películas de Los Bañeros forman parte de la cultura popular argentina. No son obras maestras, nunca pretendieron alcanzar esa estatura, pero sí fueron hechas con el fin de divertir, y muchas veces lograron su cometido. Los Bañeros más Locos del Mundo, en 1987, alegró a una generación post dictadura, de la mano de los protagonistas Emilio Disi, Berugo Carámbula, Alberto Fernández de Rosa y Gino Renni. La fórmula era sencilla: Mar del Plata como lugar de acción, antihéroes simpáticos, humor que mezcla gags físicos y chistes tontos pero efectivos (para entretener a los niños), figuras femeninas de interesante silueta (para cautivar a los padres), cameos de celebridades de la época, los delirios de Paolo El Roquero, un tiburón de goma… Bañeros 2: La Playa Loca seguía el mismo camino, esta vez con Disi y Guillermo Francella. Dos películas hijas de su época, con cierto encanto, que también servían para hacer una venta de la ciudad turística. En 2006, apelando a la nostalgia que generaron aquellos films (hoy se sostienen como placeres culpables), y con el propósito de atraer a un público nuevo, los responsables apostaron por un tercer film. Bañeros 3: Todopoderosos reunió a Disi con Pablo Granados, Pachu Peña y Freddy Villarreal. Pese al éxito económico, fue evidente que la vieja ecuación había quedado obsoleta en el siglo XXI. Sin embargo, hoy tenemos Bañeros 4: Los Rompeolas. En esta oportunidad, el grupo de perdedores entrañables debe evitar que el balneario y el Aquarium (el parque marino marplatense) sean demolidos por un villano que pretende construir allí un megacasino. Como Emilio y los suyos no son precisamente unos genios, se producirán situaciones de pretendida comicidad. Todo es una acumulación de anacronismos, desde los pasos de comedia -que incluyen participaciones de animales del Aquarium- hasta la puesta en escena. En estas películas, el guión no suele emular al de El Ciudadano, por ejemplo, pero aquí tampoco hay jamás intenciones de darle una forma apenas coherente. Por el lado de los efectos especiales de explosiones, están hechos por computadora, pero no son precisamente de la mejor calidad. Granados, Peña y Villarreal tienen química, pero nunca están a la altura de los bañeros originales y sus recursos para hacer reír son algo arcaicos. El director Rodolfo Ledo, además, desaprovecha a Fátima Florez (si bien hace tres de sus acostumbradas imitaciones, la cámara se limita a enfocarle los pechos) y a Gladis Florimonte, en un pequeño rol que daba para un poco más. Disi demuestra que su sola presencia puede sacar sonrisas, pero ya no alcanza. Paolo aparece una vez, y apenas dos minutos. Bañeros 4: Los Rompeolas carece de la magia de antaño. No se sostiene en 2014 y, al contrario que los dos primeros films de la saga, tampoco será festejado en el futuro como consumo irónico ni como elemento de nostalgia de la juventud. Por otro lado, es una señal de que incluso los productos pasatistas necesitan una mirada novedosa, acorde con el mundo actual. La producción independiente 2 Locos en Mar del Plata, de Pablo Marini y Matías Lojo, homenajeaba a Los Bañeros, pero con una impronta más fresca y delirante. Y es esa la posible dirección que deberían tomar estos films para que, al menos, puedan surgir nuevos placeres culpables del cine argentino.
Contemplativo. Esa es la mejor definición del cine de Gustavo Fontán. Sin duda, no son trabajos para todos los paladares, ya que escapan a las convenciones formales y temáticas. Sus películas funcionan como poemas, pero sin jamás renunciar a su carácter cinematográfico, valiéndose de cada recurso para generar determinadas sensaciones. El Árbol, La Orilla que se Abisma y La Casa son tres buenos ejemplos, y El Rostro, su nuevo largometraje, continúa por ese camino. Esta vez, la cámara sigue a un misterioso hombre (Gustavo Hennekens) que llega a una isla del Río Paraná. Allí se sumará a la rutina de una comunidad de pescadores. Pronto vamos advirtiendo que la relación del hombre con ese entorno no es nueva, y se irán sumando personajes y elementos que permitirán conocer más sobre él y acerca del verdadero motivo de su viaje. Gracias al uso de blanco y negro -en formatos 16mm y 8 mm- y a un sonido trabajado de manera muy particular según cada secuencia, el director crea climas a veces cotidianos, a veces tensos y hasta siniestros, acaparando los distintos estados de ánimo de una jornada laboral y de una convivencia, donde subyace algo que se irá descubriendo de a poco. No hay diálogos, no hay intromisiones por parte del director. En esta ficción contada como documental (pero que no deja de ser ficción), la experiencia audiovisual lo es todo. Este tipo de cine tan lejos de lo comercial suelen espantar incluso a espectadores preparados, ya que también dio pie a infinidad de experimentos aburridos cuando se lo hace sin talento. En el caso de Fontán, sabe muy bien cómo ejecutar estas creaciones. Acá no hay una pose, no hay intentos desesperados por cautivar a festivales (más allá de que su paso por eventos como el reciente BAFICI, donde obtuvo el premio al Mejor Director); cada plano, cada elección sonora posee corazón y sinceridad, posee un compromiso con la obra. El Rostro no es para muchos, pero bien merece que el público la descubra y conozca a un realizador personal, interesante, siempre fiel a sí mismo.
No es fácil, el público infanto-juvenil. ¿Cómo llegar a personas que no son ni chicos ni adolescentes? Se corre el riesgo de insultar su inteligencia o de ser demasiado exigente y complejo. Pero hay muchos artistas que saben alcanzar ese equilibrio, como el escritor Pablo De Santis. Entre sus libros con esta temática se destaca El Inventor de Juegos, que desde su publicación en 2003 hizo furor no sólo entre los no-tan-niños sino en lectores de todas las edades. Tal es así, que ya tiene adaptación cinematográfica y en clave de co-producción. El pequeño Iván Drago (David Mazouz) parece no encontrar su pasión, hasta que da con un concurso para crear juegos de mesa. Tras ir avanzando en el certamen con cada juego creado, obtiene el primer premio. Todo marcha perfecto, hasta que la vida le da un cachetazo: sus padres desaparecen durante un viaje en globo y es llevado a un orfanato. Pero en ese contexto de tristeza y soledad hará dos descubrimientos cruciales: por un lado, que es parte de una dinastía de inventores de juegos; por otro, que la clave para encontrar a su familia está relacionada con un oscuro y temido individuo. Juan Pablo Buscarini venía de dirigir El Ratón Pérez y El Arca, y queda clara su muñeca para contar historias destinadas a los chicos de 8 años en adelante. Se nota en la caracterización de los personajes, en el ritmo -ágil sin ser apabullante- y en la creación de mundos que se parecen al nuestro pero no lo son. En este caso, el realizador y su equipo técnico supieron sacarle provecho a la Ciudad de los Niños, de Buenos Aires, para darle forma a Zyl, la tierra de los juegos de mesa. También potenció los guiños a obras cinematográficas (para empezar, el nombre Iván Drago remite al boxeador ruso inmortalizado por Dulph Lundgren en Rocky IV) y literarias (la estructura digna de Charles Dickens; el cuento La Caída de la Casa Usher, de Edgar Allan Poe, y más), que ya estaban en el texto de De Santis. Otro punto fuerte es el elenco. David Mazouz, quien hará de un muy joven Bruce Wayne en la serie Gotham, se carga el film al hombro; sabe transmitir vulnerabilidad y fuerza, y resulta imposible no acompañarlo en su viaje. Lo acompaña un interesante plantel de secundarios, donde se destacan Tom Cavanagh -también lo veremos en una serie superheróica televisiva: The Flash-, Edward Asner -entre otras cosas, le puso la voz al anciano protagonista de Up, una Aventura de Altura- y, sobre todo, Joseph Fiennes. El actor que se destacó en Shakespeare Apasionado compone a Morodian, una suerte de Willy Wonka menos amigable… del que no conviene contar mucho más, aunque se trata de uno de los personajes más pintorescos que le tocó encarnar en una carrera no demasiado fascinante. Por el lado de Argentina, pese a pocas escenas, logran destacarse Alejandro Awada y Vando Villamil, un veterano de esta clase de co-producciones. No será Harry Potter, no será Pixar, pero unas correctas gotas de imaginación y aventura, más algunos giros argumentales, hacen de El Inventor de Juegos una buena opción para que los niños vayan al cine y se sientan adentro de un juego, si no memorable, al menos entretenido.
Trovador. Pintor. Artista. Pionero. Leyenda viviente. Calificativos que le corresponden a Ramón Ayala. Sin embargo, pese a que jamás perdió vigencia, el mayor representante del folklore de Misiones seguía siendo un enigma para muchos. Sin duda, merecía ser presentado a las nuevas generaciones. El documental de Marcos López llegó para encargarse de esa tarea. La cámara nos permite adentrarnos en la vida y en la labor de Ramón -un hombre de buen carácter, lúcido; todo un veterano genial y genuino, que podría tocar por siempre- y también en su entorno, fundamental para su obra. De esta manera, podemos conocer su pasión por hacer descripciones mediante melodías y estrofas, y también la esencia de la provincia de la tierra colorada (las imágenes de la selva misionera, con sus ríos y su fauna, constituyen un lujo para la vista). Como dice Rulo Rodríguez, un abogado y fanático: “Ramón es quien mejor refleja nuestra cultura, nuestro paisaje”. Uno de los puntos más importantes es cuando Ramón explica el mecanismo de su obra maestra: el gualambao, ritmo que ayudó a darle identidad al folklore misionero; y lo explica de una manera didáctica y accesible, con pasos de baile incluidos. Por otra parte, el director registra el testimonio de María Teresa Cuenca, esposa de Ramón, y de colegas como Juan Falú y Juan Carlos “Tata” Cedrón; una muestra del respeto y la admiración que genera entre sus pares. Además, imágenes del backstage de los shows de Ramón y de los músicos entrevistados. El director Marcos López es mejor conocido por su trabajo como fotógrafo y artista plástico. Sus creaciones dan la vuelta al mundo gracias a un estilo propio, arraigado en la cultura nacional. Suele ser común compararlo con su par estadounidense David LaChapelle, debido a una impronta pop muy característica. En Ramón Ayala se nota el cuidado en la composición de la imagen, los colores y la luz (incluyendo amaneceres y atardeceres), donde ningún plano está puesto al azar, ya que contribuyen a empaparnos del “Planeta Ramón Ayala”… que también es el Planeta Argentina. Con un estilo fresco y accesible, este documental permite conocer a una figura de la música argentina. Y un dato valioso: no es indispensable ser un especialista en folklore para poder disfrutar de un autor que ahora también se ganó el respeto de un público nuevo.
Miguel Ángel Danna no es una persona normal. Difícil serlo cuando uno formó parte de una secta durante años y ahora trata de hacer una vida a la par de los demás. Y ni hablar si tu madre y el gurú de la secta siguen prófugos de la justicia. La locura tiene que ver con la manera de ver el mundo de Miguel, de sus desencantos con la comunidad secreta y de cómo comenzó él a ser dueño de su propio destino. Este documental de Baltasar Tokman está compuesto por testimonios de Miguel, su padre, su familia. Habla de su vida, de cómo la muerte de su hermana lo cambió para siempre. Incluye filmaciones actuales y videotapes de la juventud y de la secta, al punto de que podemos conocer el funcionamiento de una movida de esas características. Hecha a lo largo de tres años, I Am Mad es dura, perturbadora, pero siempre honesta, y permite adentrarse en la vida de alguien que, pese a todo, está dispuesto a luchar por tener una vida normal, no sin enfrentar a sus propios demonios.